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Tiempos de austeridad

Interesante riña se traen los partidos políticos en E.U.A. en relación al techo de la deuda pública. Este techo es el límite máximo que fija el Congreso a la cantidad que puede pedir prestado el Tesoro de aquel país. A diferencia de cómo sucede acá en Guatemala, en donde el Congreso aprueba cada operación de endeudamiento público, en E.U.A. desde hace más de un siglo se estableció un techo para el nivel de endeudamiento en que puede incurrir el Ejecutivo durante un período determinado. Trump, en una entrevista que le hicieran en una cadena noticiosa estadunidense, sugería que el gobierno debería hacer un default en su deuda pública. En palabras simples, dejar de pagar la deuda pública. Unas declaraciones que no fueron bien recibidas por muchos en aquel país. Qué Argentina hiciera un default de su deuda sería preocupante pero, hasta cierto punto, predecible dada la inconsistencia de la política económica durante el pasado reciente. Que lo haga la primera potencia del mundo resulta preocupante; que lo promueva un potencial candidato a la presidencia, temerario.

A pesar de esto último, es importante poner el problema en su debido contexto. E.U.A. no está pasando por una profunda crisis económica y financiera que esté provocando el total descalabro total de sus finanzas públicas. En E.U.A. el meollo del asunto es la incapacidad de alcanzar un acuerdo político sobre el monto y destino del gasto público. Un desafío parecido al que vive Guatemala: alcanzar un nivel de gasto que sea financieramente sostenible a largo plazo, dado el costo de las fuentes de financiamiento disponibles y el impacto sobre el desarrollo económico del gasto público. Dos factores que juegan en contra de ambos países en estos momentos. Primero, el costo de la deuda va hacia el alza y parece que así permanecerá por buen tiempo, al menos hasta que la inflación no converja a los niveles usuales. Segundo, no existe certeza alguna que el destino el tipo de gastos que se financian con deuda sean los de mayor rentabilidad económica y social. En todo caso, cuando menos, resulta gracioso, sino preocupante ver al gobierno estadunidense transitar este ominoso sendero, generalmente reservado a países en desarrollo que se manejan con los peores criterios económicos. Este problema debería ayudar a los políticos domésticos a comprender que el gobierno no posee el “cuerno de la abundancia”. Lo que tan fácilmente prometen en sus campañas tiene que pagarse y, a como se ven las cosas, cada vez será más difícil hacerlo.

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