El ingeniero que escribía

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SOMBRA CIPRES LA

DEL

NÚMERO 327 Sábado, 02.02.19

El ingeniero que escribía Entre la adoración y el repudio de la crítica, Juan Benet publicó medio centenar de novelas, ensayos, cuentos y teatro [P2]

Juan Benet en Santander (1992). :: SÉ QUINTANA


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Un paseo con Juan Benet A los veintiséis años de su muerte no se lee en absoluto o se lee con fervor al autor de ‘Volverás a Región’

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o había término medio. A Juan Benet se le detestaba o se le rendía culto. Hoy, recién cumplidos los veintiséis años de su muerte, no se le lee en absoluto o se le lee con fervor. Se le consideró un soberbio o un tímido cuya generosidad «no conocía el otoño» (Shakespeare). O con él o contra él. Nunca generó indiferencia. Un escritor plúmbeo, o la más alta prosa que conociera el siglo XX español. Como ingeniero

de Caminos, Canales y Puertos gozó del aplauso de sus colegas y aún recuerdo su mirada de orgullo desde la coronación de la presa del Porma, gritando a Blanca Andreu y a quien esto escribe: «¡Mirad, ni una sola grieta! ¡Esto es una obra y no esos versitos y esas prositas que escribís vosotros!». Como escritor de novelas, ensayos, cuentos, artículos y teatro mereció la adoración y la repulsa. Fueron medio centenar de libros que resumía así: «No soy un escri-

FRANCISCO GARCÍA PÉREZ

Doctor en Filología y Catedrático de Lengua, autor de ‘Una meditación sobre Juan Benet’, ed. Alfaguara, 1998.

tor que hace puentes y embalses: soy un ingeniero que escribe cuando llegan las siete de la tarde, con un whisky a mano».

Había nacido en Madrid en 1927, hijo de un abogado a quien fusilaron los anarquistas durante la guerra (una de aquellas venganzas) y de todo un carácter como fue su madre Teresa. Su hermano Paco, un año mayor que él «en todos los sentidos», resultó la influencia decisiva que iba indicando a aquel alumno que se preparaba para la Escuela de Caminos lo que había que leer y lo que no. Su hermana Marisol, vive aún, plena de inteligencia y belleza. Se hizo


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Juan Benet, durante una entrevista en 1991. :: SÉ QUINTANA

La herencia literaria E n uno de sus escasos textos autobiográficos, Otoño en Madrid hacia 1950 (1987) Juan Benet señaló que a menudo historiadores, críticos y lectores cometemos el error de hablar del París de Baudelaire, de la Viena de Wittgenstein o la Praga de Kafka, proyectando hacia el pasado una imagen que jamás existió, pues esos escritores o filósofos no solo no desempeñaron un papel central en su época sino que a menudo pasaron desapercibidos para el gran público, fueron cuestionados por las academias o apenas vieron publicadas sus obras. Del mismo modo, nuestros análisis sobre la cultura española de las últimas décadas de la Dictadura y la Transición siguen siendo parciales, erróneos o limitados en muchos aspectos por valoraciones y prejuicios que el tiempo constantemente erosiona hasta dejar un panorama poco predecible. Teniendo esto en cuenta, pue-

amigo de quien importaba en el Madrid de mediados del pasado siglo (léase ‘Otoño en Madrid hacia 1950’, divertidísimo, desbordante de anécdotas desternillantes) y acudió a la tertulia de Pío Baroja. Pero quizá todo empezó para las letras benetianas cuando descubrió a William Faulkner. Un día, revolviendo entre los volúmenes de una librería, le cayó al suelo uno de ellos, abierto por una página en la que se leía: ‘VARDAMAN: Mi madre es un pez’. No tenía

aún veinte años y aquella novela (‘Mientras agonizo’) le hizo ir viendo lo que podía significar el crearse un universo propio para contar el mundo: Faulkner llamó al suyo Yoknapatawpha; Benet, Región. Pero sobre todo vio a través del Nobel sureño aquello que iba a ser la única razón de su labor literaria: el alto estilo, el ‘grand style’, como lo llamaba, algo radicalmente distinto al realismo social que de aquella inundaba las bibliotecas, el polo opuesto a un costumbrismo del que siempre abominó, con indignada provocación: «Cambio todo Galdós por una página de Stevenson. Lo que Fortunata y Jacinta hiciesen por la Calle Mayor nunca me interesó nada, absolutamente nada». A un paso estaba de renegar del argumento, de la trama. Cuando bromeábamos en su casa de la calle Pisuerga asegurando que el problema radicaba en su incapacidad de construir una narración que se entendiese, con sus personajes, pe-

EPICTETO DÍAZ NAVARRO

Catedrático de Filología Hispánica de la Universidad Complutense

Desaparecido en 1993, Benet ha tenido un enorme impacto en sus sucesores, en las siguientes generaciones de escritores

ripecias varias, intriga, Benet bramaba: «Lo más fácil del mundo es escribir con argumento, ignaros. La gracia estriba en escribir sin él». En escribir, añado, solo para que la música del ‘grand style’ envuelva al tiempo, a la ruina, a la decadencia, a la Guerra Civil, dando aquí una pincelada, difuminándola más adelante, retomándola en una prosa laberíntica que tanto aburrió a muchos (páginas y páginas sin un punto y aparte) y tanto deslumbraba a los demás, pues no cesaba de repetir que la función de la literatura no era describir la realidad, sino envolverla entre penumbras. «A Paco, para que nunca llegue a develar el misterio», me escribió en una dedicatoria. Aquella intuición de un mundo literario autónomo a semejanza del de Faulkner cuajó cuando fue contratado como jefe de obra del embalse del Porma (en el ‘noroeste’ leonés, como sigue diciendo la ignorancia contumaz de

de afirmarse, que Juan Benet, desaparecido en 1993, ha tenido un enorme impacto en sus sucesores, en las siguientes generaciones de escritores, tanto en lo que puede rastrear la crítica como en las propias declaraciones en que cada escritor o escritora apunta su genealogía y preferencias. No resulta casual que uno de los primeros impulsores de su carrera fuera Dionisio Ridruejo, cuando intentaba publicar sus primeras obras, y que uno de sus descubridores fuera Pere Gimferrer. Benet había nacido a contracorriente, proponiendo una literatura, una novela en que los factores dominantes fueran la imaginación y el estilo, y como otros, Álvaro Cunqueiro, por ejemplo, quedaron en los márgenes de la literatura social y política que domina los años 50 y se extiende casi hasta mediados de los años 70. Y ya para esas fechas, Benet había sido descubierto por un grupo importante de na-

Había nacido en Madrid en 1927, hijo de un abogado a quien fusilaron los anarquistas Lo resumió Félix de Azúa hablando de los maestros: «Los de la categoría suprema te agarran del cuello, te arrastran ladera arriba pisando espinas y zarzales»

rradores que hoy resultan fundamentales: Félix de Azúa, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Vicente Molina Foix, Rosa Regàs, por citar algunos de ellos. Todos ellos, independientemente del tipo de novela que practicaran, encontraron una rara especie que había enraizado en la literatura española y que proponía un espíritu inquieto y rebelde ante la tradición: Juan Benet no solo suponía la primacía de la imaginación y de la capacidad estilística frente a la literatura limitadamente realista, sino también el enlace con algunos narradores que habían dinamizado la novela en Occidente y que tampoco intentaban repetir los logros de la gran novela del XIX: Henry James, Joseph Conrad, Marcel Proust, y William Faulkner. En este último era en quien Benet había descubierto su vocación de escritor: en su juventud, trasteando en una librería cayó al suelo un libro en el que

tantos sedicentes estudiosos) ya en los 60. Había trabajado antes en los canales de Quereño y Cornatel, y levantado la doble vía de tren de Lugo de Llanera a Villabona, cerca de Oviedo (en ‘Galicia’, como sigue diciendo la ignorancia etc.), ciudad en la que escribió un libro de relatos: ‘Nunca llegarás a nada’, su segunda obra, tras la pieza teatral ‘Max’. (Él mismo bromearía sobre el fracaso de público de aquella edición: «¿Cómo iba a triunfar si se publicó en un catálogo justo detrás del ‘Manual de uso de la olla exprés’?»). Pero –digo− durante su estancia en la montaña asturleonesa fue conformándose el mundo de Región, del que llegó a levantar un mapa tan detallado como fuente de desánimo para quienes quieren hacerlo corresponder con un espacio físico. Región nació en el Porma, pero no es exactamente la zona del Porma. Región existe solo en la mente de Juan Benet. Prime-

pudo leer: «Vardaman: Mi madre es un pez». El libro era ‘Mientras agonizo’. Y, fuera o no imaginario ese encuentro, Vardaman, como otros elementos de la novela de Faulkner, mostraban la centralidad del lenguaje metafórico en el reflejo de la realidad. La literatura no contaba ya solo con un lenguaje coloquial y sencillo para representar una realidad conocida, la sencillez del lenguaje y la cotidianidad del mundo representado eran solo un modo entre muchos de reflejar el mundo y la vida. A partir de Benet, había que contar con lo que Javier Marías encontraba fundamental en su obra y que denomina «el pensamiento literario»: fuera de los márgenes de la ciencia, el escritor por medio de sus palabras, según su experiencia y su imaginación, investiga en la realidad del mundo y el ser humano, y así si la literatura no es modo de conocimiento sería solo un juego intrascendente.

ro, explicó con trazo firme en su ensayo ‘La inspiración y el estilo’ cómo debía ser el escritor nuevo. Después, se convirtió él mismo en ese escritor nuevo a partir de ‘Volverás a Región’. Más tarde, vino el éxito de crítica y el repudio de cierta crítica. Más tarde, siguió levantando puentes y embalsando aguas, protagonizando mil anécdotas, provocando, agitando y convirtiendo su abrumadora cultura en un regalo precioso para quienes lo tratamos. Lo resumió Félix de Azúa hablando de los maestros: «Los de la categoría suprema te agarran del cuello, te arrastran ladera arriba pisando espinas y zarzales, si manifiestas fatiga o desesperación te ignoran, intentas descansar y te empujan a codazos, pero llegados al punto más alto de la montaña, con un solo gesto brusco muestran la ciudad extendida a tus pies desde la única y más rica perspectiva». Así era Juan Benet.


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CARLOS AGANZO

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Nunca llegarás a nada S

e le ha comparado con Faulkner, su primer maestro literario, después de don Pío Baroja. Con García Márquez, con Vargas Llosa y con Onetti, en su renovación de la escritura en español cuando el ‘boom’ de los sesenta. Con Proust y con Joyce, en su ambición por construir alta literatura. Razones suficientes, todas ellas, para no haber recibido ninguno de los grandes galardones del escalafón literario español, a excepción del premio de la Crítica, en 1984, por ‘Herrumbrosas lanzas’. Para que se quedara, también, a las puertas de la Academia, vencido en 1983 por Elena Quiroga. Juan Benet era consciente de estas cosas. Y de otras muchas más. Cuando publicó su primer libro de relatos, con 34 años, lo tituló con toda intención ‘Nunca llegarás a nada’. Veinte años después, escribió en un mes ‘El aire de un crimen’, que quedó finalista del premio Planeta y se convirtió en un éxito fulgurante y en su novela más leída. Fue su venganza particular por la escasísima repercusión que había tenido su anterior novela, ‘Saúl ante Samuel’, sin duda la más densa y compleja de todas las que escribió, en la que invirtió siete años de trabajo y de la que llegó a decir: «Nunca más haré un libro de esta envergadura. Ni lo superaré ni le dedicaré jamás tanto esfuerzo a una novela». Resultó más sencillo el ‘best-seller’.

‘Saúl ante Samuel’ es seguramente la obra más afanosa y personal de Juan Benet. Un alarde de riqueza intelectual. Pero sin duda no es la más trascendente. La gran novela de Benet, considerada como fundacional para los escritores de su generación y como modelo para no pocos autores de generaciones posteriores, fue ‘Volverás a Región’, donde el escritor construyó su propio territorio mítico, al estilo de los grandes espacios ‘imaginarios’ de la historia literaria. Aunque fue merecedora del Premio Biblioteca Breve en 1970, tampoco consiguió ‘Una meditación’ la misma repercusión que ‘Volverás a Región’. Si Cela escribió encerrado en su escritorio tras un biombo negro ‘Oficio de tinieblas 5’, Benet recurrió a un rollo de papel continuo, que no le permitía volver atrás sobre lo escrito, para redactar esta novela sin un solo punto aparte. Una técnica de ‘non retorno’, por cierto, que ya empleaba Teresa de Jesús, para evitar enmiendas o tachaduras en sus manuscritos. Tal vez la de Benet, como la de otros muchos autores, no fue una escritura para los lectores de su tiempo, sino más bien para otros escritores o para lectores de un tiempo posterior. Más célebre que por las cifras de ventas de sus libros, Benet lo fue por sus artículos en la prensa, por sus posiciones políticas y por el desdén, a veces hasta el desprecio, mostrado hacia escri-

Juan Benet. :: S. QUINTANA

tores considerados ‘sagrados’. Los realistas españoles, con Galdós a la cabeza, fueron objeto de sus chanzas, pero también Borges, Lezama Lima o Dostoievski, a quien llegó a considerar «una larva como escritor». Su pertenencia a la ‘gauche divine’ madrileña comenzó a fraguarse a través de su hermano Paco, cerebro de la fuga del Valle de los Caídos de Manuel Lamana y Nicolás Sánchez-Albornoz en 1948; con su pertenencia a la Asociación Socialista Universitaria, al lado de Miguel Sánchez-Mazas, Víctor Pradera, Juan Manuel Kindelán o Francisco Bustelo, y con su detención en Pamplona, en 1956, junto a Luis MartínSantos, Luis Peña Ganchegui, Alberto Machimbarrena y Vicente Girbau. Se consolidó en los años sesenta, coincidiendo con su entrada en el Ministerio de Obras Públicas, donde entonces trabajaban Ángel González y su amigo Juan García Hortelano, con el que protagonizaría al alimón años más tarde, en los ochenta, una inolvidable serie de conferencias plenas de ingenio y buen humor. Y se impuso definitivamente al lado de nombres como Javier Pradera, José Ortega Spottorno o Jaime Salinas Bonmatí, a quienes conoció a través de Dionisio Ridruejo. La veneración de unos tuvo que luchar siempre, en cualquier caso, con la animadversión de otros. Sin olvidar tales apasionamientos, pero sin ponerlos necesariamente en el primer nivel de la lectura de sus textos, la visita sosegada, hoy, a la obra de Juan Benet, confirma ese aroma de gran literatura que él quiso siempre imprimir a su obra. Con celo de ingeniero. Con alma de escritor.


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La hoja perenne E

l escritor siente pudor en llamarse así: escritor. Si Lobo Antunes –éste sí escritor donde los haya– confiesa que contempla, fascinado, a los demás escritores como miembros de una tribu a la que no pertenece, ¡cómo no va a sentirse extraño él cuando se denomina de tal guisa! Sin embargo, el escritor, por fas o por nefas, debe nombrarse así, porque si no las reflexiones que se dispone a iniciar no vendrían al caso. Y necesita reflexionar porque en la vida de todo hombre, en ocasiones, hay que hablarle de tú a tú al alma. Y ésta es una de ellas. El escritor cree, sobre las cosas que atañen al ser humano como ente social, que todos y cada uno tenemos una razón por la que hemos caído en este valle de lágrimas; dicho sin rodeos: un servicio que prestar a la comunidad. Esto, lo del servicio que prestar a la comunidad, es digno de infinita alegría si coinciden la vocación con el trabajo desempeñado. No obstante, a él, su vocación, lo de escribir, le da para pipas y para poco más; por eso paga el gas y la electricidad gracias a un

oficio que, aunque pone todo de su parte para cumplirlo con diligencia y esmero, poco más que, hastiadamente, se la refanfinfla. El escritor, visto que lo suyo tiene más de sueño irrealizable que de esperanza que pronto o tarde se concretará, sopesa si cortarse o no la coleta. Piensa a qué podría emplear ese tiempo en el que, ahora, encadena unas palabras con otras. A leer aún más, por ejemplo. A instruirse en el arte de la cocina, porque ni tan siquiera un huevo sabe freír. A ponerse al día, cinematográficamente hablando. A, vestido como para que salga corriendo quien se tope con él, correr él mismo hasta, al poco, exhausto, detenerse. Sin embargo, nada de esto le convence. Al escritor le gustaría hablar con aquel que, desde ese lugar invisible que coexiste con el mundo real, le susurró un consejo que le ha conducido, no sabe muy bien, si a un callejón sin salida o a un laberinto del que, por mucho que se empeñe, nunca, jamás, logrará salir. El escritor de tener delante al espíritu –seguro, burlón– que le aconsejó entregarse en cuerpo y alma a la

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

El escritor portugués Antonio Lobo Antunes. :: MIGUEL VON DRIBURG literatura le soltaría cuatro frescas y media por haberle metido los perros en danza. El escritor trae a su memoria la publicación de su primer cuento cuando era poco más que un pipiolo y se creyó que era Ignacio Aldecoa redivivo. También el día que Carmen Balcells le contestó que sí, que le llevaría la novela que había remitido a su

agencia, y se dijo, ufano, que él sería el heredero de, qué sé yo, Camilo José Cela o Gabriel García Márquez. Y recuerda la llamada telefónica que le comunicaba que había ganado un premio literario, su primer premio literario, y se vio que con el correr del tiempo le esperaría algún galardón de tronío –el Planeta ni que decir tiene que no; era demasia-

Nerval, simbolismo suicida

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érard de Nerval (1808-1845) se suicidó ahorcándose en una callejuela del viejo París –destruida por los grandes bulevares– que se llamó de la Vielle Lanterne, de la Vieja Linterna. Ramón Gómez de la Serna escribió una lírica efigie sobre Nerval. Criado literariamente en el romanticismo (amigo de Hugo y de Gautier) Nerval es el gran precursor del simbolismo, entre viajes a Oriente y a Alemania, sesiones de hachís en el club formado por esos fumadores; Gérard de Nerval es de-

sordenado y a la vez riguroso, como debía ser el padre espiritual de los modernos, desde Baudelaire o Verlaine o Rimbaud hasta ahora mismo, pues sigue siendo el poeta (y autor de mágicos relatos) imprescindible. No viene mal –aunque haya sido muchas veces traducido al español– la antología que Visor publica como ‘Las quimeras y otros poemas’, hecha por Pedro Gandía. ‘Les chimères’ (‘Las quimeras’) es el conjunto de sonetos brillantes, nuevos, herméticos y luminosos en los que Nerval abre su conciencia a lo

infinito, a la desolación vital, y a los mitos renovados del mundo antiguo, ya que como escribe él mismo, «pues un hijo de Grecia hizo de mí la Musa». Nerval es un visionario, a ratos un loco vidente, que sueña en la perfección desde la melancolía. El más famoso (y traducido) de esos sonetos, se titula en español ‘El desdichado’: «Yo soy el Tenebroso –el Viudo–,el Desconsolado,/ Príncipe de Aquitania en la Torre abolida…». Los signos de saberes gnósticos se unen al mármol pentélico, y a la continua añoranza de un mundo

de plenitudes. Lleno de trastornos, de pobreza a veces, de amantes por las que se obsesiona, como Jenny Colon, actriz y cantante de origen inglés, que morirá en 1842. En relatos como ‘Las hijas del fuego’ o ‘Aurelia’, Nerval ve el susurro de hadas misteriosas y terribles que le muestran un más allá, tan turbador como apetecido. Las fotos que le hizo Nadar, enseñan a un hombre que parece mayor de lo que era (se suicidó con 46 años) pero que parece incendiado de pasiones calladas y mundos turbulentos, que ahí capta el

do íntegro como para andarse con tejemanejes–. Ha llovido mucho desde entonces, sí, y no olvida que entre sus planes tenía previsto que, cumplido el medio siglo, se dedicaría exclusivamente, vaya usted a saber por qué, a encuadernar libros, y es que pensaba que un autor estaba condenado a repetirse, por lo que con esos años en la espal-

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

Nerval es un visionario, a ratos un loco vidente, que sueña en la perfección desde la melancolía

da carecía de sentido continuar en la brecha. Pero ya ha pasado ese medio siglo y sigue al pie del cañón. Publica algo de cuando en cuando. ¿Heredero literario de alguien? No me hagan reír. Sobre premios literarios, algunos más cayeron, aunque ninguno de tanto fuste como para dar el magnífico y glorioso salto. Y, por supuesto, sigue tecleando el teclado del ordenador y, como de la fritura del modesto y riquísimo huevo, de encuadernar, ni repajolera idea. Por eso, en algunas oportunidades, se para a pensar y se pregunta por qué, con educación, no manda todo al carajo, momento en el que ese espíritu –pueden apostar que burlón– que le animó a escribir de nuevo le tiende una trampa; por ejemplo, la de coger un libro de Lobo Antunes en el que guarda una carta por el portugués firmada en la que pone, en el sobre, «Escritor Roberto Rodríguez».

silencio. Le dirá a su amigo Arsène Houssaye, que ha escrito sus primeros versos «por entusiasmo juvenil, los siguientes por amor, y los últimos por desesperación». Musa y Pitonisa se cruzan en sus abrazos con él. Cultamente paseador de los límites –llevaba zapatos de charol– una noche, presentida, Nerval no puede más y se cuelga. Al amanecer descubren su cadáver una lechera que regresa tarde con un borracho… Pero sus amigos (que ya lo admiran, y él no tiene dinero) le disponen un funeral en Notre-Dame. Se podría decir con más exégesis, pero ahora puede bastar así: Sin Nerval no hubiera existido la modernidad. Que en sus ‘Quimeras’ deja, por entero, de ser hipotética…


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Viajes desde el piano de Debussy L

ARMADURA DE BEMOLES VICTORIA M. NIÑO

tivos para Debussy pero que comparten precisamente ese ideario y principio básico en su música, el vínculo que establece de manera casi constante con otras artes como elementos de evocación o inspiración». Y es que el hijo de anticuario fue un diletante estudioso del arte, –gran admirador de Turner y de los impresio-

Perianes: «Su piano es brumoso, suspendido e ingrávido pero al mismo tiempo afilado, brillante»

ARCHIVO 1972

a Exposición Universal de París de 1889 fue la de la Torre Eiffel y la del centenario de la toma de la Bastilla. En ella descolló como atracción estrella la llamada ‘Un pueblo negro’, en la que se mostraban 400 indígenas, y sonó el gamelán que por primera vez escuchó Claude Debussy. Su mundo sonoro se abrió a Oriente, a la música javanesa sin haberse embarcado nunca rumbo al Índico. Y es que según el compositor francés, del que se cumplió en 2018 el centenario de su muerte, «si uno no tiene recursos para viajar, solo le queda la imaginación». Quien no para de viajar es el pianista onubense Javier Perianes. Empezó el año con una gira por Estados Unidos y poco antes de Navidad presentó el disco ‘Debussy. Primer libro de preludios. Estampas’ (Harmonia Mundi). Javier ya había grabado música de Debussy confrontándola con su precedente estilístico, Chopin. En esta ocasión es un trabajo que forma parte de la iniciativa del sello discográfico de repasar el legado del galo con interpretaciones de sus mejores artistas. Y le asignaron los ‘Preludios’ y las ‘Estampas’, «dos obras de diferentes momentos composi-

nistas–, y de la literatura, lo que lleva a un diálogo constante con la obra de Mallarmé y Baudelaire pero también de Dickens o Poe. «Estas pasiones están presentes en sus partituras junto a la naturaleza, los paisajes y el orientalismo». Oriente y África, que comenzaba entonces en los Pirineos, concentran las imágenes del exotismo para los franceses decimonónicos. En ese contexto se enmarcan los motivos de sus ‘estampas’. «En estas tres postales Debussy viaja a Oriente con el sonido del gamelán javanés, a Granada en ese atardecer granadino que nunca presenció y por último nos lleva a ese probable coro de niños jugando en los célebres jardines de Luxemburgo parisinos en una tarde lluviosa interrumpidos por el canto del mirlo». La frecuencia de los motivos andaluces en la música gala fue reprochada por algunas voces. Falla, rendido admirador del compositor de ‘La Mer’, escribió «si Debussy se ha servido de España como base de una de las facetas más bellas de su obra, ha pagado tan generosamente que España es ahora deudora». El compositor gaditano envió a su viuda un telegrama cuando murió en el que ponía: «lloro con usted al maestro de todos noso-

tros, al glorioso creador de la nueva música». Esa novedad es también señalada por Perianes: «Debussy fue un innovador y un revolucionario, el creador de un nuevo lenguaje que tuvo una influencia decisiva en las siguientes generaciones. Introdujo aportaciones únicas y hasta ese momento desconocidas en el ámbito armónico, melódico y formal. El piano de Debussy es brumoso, suspendido e ingrávido pero al mismo tiem-

po afilado, brillante y articulado. Un piano casi sin martillos pero de enorme relieve y luminoso». Si las estampas eran tres viajes, dos de ellos imaginarios, los ‘Preludios’ «exponen la genial idea de Debussy de situar al final de cada uno de ellos el título, en un ejercicio de máxima libertad y flexibilidad para que el propio intérprete pueda acercarse a la obra sin prejuicios». Perianes, elegido Intérprete del año 2019 por los críti-

cos de los International Classic Music Awards (CIMA), también grabó a Mompou, otro compositor que no conoció el ‘horror vacui’, que bailó con el silencio, como también el discípulo y amigo de Debussy, Erik Satie. «El silencio también forma parte de la música, es un elemento que no podemos disociar del discurso y cuya importancia lírica y dramática es indudable, de ahí que la complejidad sea la misma a la

Un catálogo de rock americano

M

‘Manassas’ Manassas

Atlantic Records Producido por Stephen Stills, Chris Hillman y Dallas Taylor

anassas: Población del estado de Virginia (Estados Unidos). Escenario de la Primera Batalla de Manassas, también conocida como Primera Batalla de Bull Run, que tuvo lugar el 21 de julio de 1861 y fue el primer gran combate terrestre de la Guerra de Secesión. La Segunda Batalla de Manassas, con mayor movimiento de tropas, se desarrolló del 28 al 30 de agosto de 1862 y culminó la

ofensiva del Ejército de Virginia del Norte del general confederado Robert E. Lee. Este nombre cargado de resonancias históricas fue el elegido por Stephen Stills para el proyecto musical que conformó a finales de 1971 junto a Chris Hillman (el posado de la banda en la estación de ferrocarril también fue idea suya). Stills ya había grabado dos discos en solitario tras la primera ruptura de Crosby, Stills, Nash & Young, pero buscaba una

KOTE ISTÚRIZ

nueva dirección. Contactó con Hillman (ex Byrds y al mando en ese momento de unos Flying Burrito Brothers a la deriva) y comenzaron a ensayar en los estudios Criteria de Miami. A estos dos pesos pesados se unieron músicos de la ban-

da de Stills (el bajista Fuzzy Samuels, el teclista Paul Harris, el batería Dallas Taylor y el percusionista Joe Lala) además de Al Perkins de los Burritos (pedal steel). La química funcionó y pronto grabaron temas suficientes para un doble elepé abarcando una gran variedad de estilos. La cara A del vinilo, titulada ‘The Raven’ define el sonido de la banda, fundamentado en el rock y el blues, y al que se añade un refrescante toque


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Javier Perianes es uno de los pianistas españoles de más proyección internacional. ::

(Con)fusión

IGOR STUDIO

EDUARDO ROLDÁN

A

hora de afrontar ese espacio que otro pasaje sonoro», asegura el pianista español quien prefiere afrontar cada grabación sin referentes, «es preferible un acercamiento natural y directo, sin interferencias, para dejar que la música fluya». Aunque sí reconoce su fascinación por pianistas como Gieseking, Arrau, Michelangeli o Zimerman en sus interpretaciones del creador de ‘Claro de luna’ o ‘Arabesque’.

latino e incluso alguna frase chapurreada en español. Stills, hijo de militar, había pasado parte de su infancia en Costa Rica, El Salvador y Panamá, lo que dejó huella en su formación musical. El country y el bluegrass ocupan la segunda cara (‘The Widerness’), la más homogénea desde el punto de vista estilístico. La C, titulada ‘Consider’ se abre con el single más evidente de todo el disco, ‘It Doesn’t Matter’ y continúa con regusto folk y temazos como ‘Bound To Fall’ o ‘The Love Gangster’, donde colabora Bill Wyman. El bajista de los Rolling Stones, presen-

El próximo disco de Perianes registrará su versión del ‘Concierto en sol’, de Ravel, después otro con la violinista alemana Tabea Zimmermann en el que tocarán música española e iberoamericana y otro cd de Chopin. Debussy ha sido muy celebrado por sus colegas. El propio Ravel pidió para su funeral el ‘Preludio a la siesta de un fauno’, de la que dijo es «la única obra perfecta en toda la literatura de la música».

te en las sesiones de Miami y entusiasmado con la banda, llegaría a reconocer que le hubiera gustado unirse a ella, pero nadie se lo propuso. Tras la exhibición de temas y estilos el vinilo consigue su clímax en los dos últimos cortes de la cara D, denominada ‘Rock & Roll Is Here to Stay’: a la fuerza e intensidad de ‘The Treasure’ le sucede a modo de epílogo ‘Blues Man’, homenaje a los desaparecidos Jimi Hendrix, Duanne Allman y Al Wilson (Canned Heat) en forma de blues acústico. Un regreso al origen. En estos tiempos de escuchas aleatorias y canciones

descontextualizadas resulta asombroso escuchar álbumes tan bien secuenciados como éste, un relato musical perfectamente narrado a base de rock, blues, country y folk. Pero el trayecto duró poco. La reunión de los Byrds originales (con Hillman) y la vuelta de C,S,N&Y se interpusieron. El segundo álbum, ‘Down the Road’, editado en 1973, sonaba a puro trámite y la banda se disolvió a finales de año. Más interesante resulta la colección de descartes ‘Pieces’, publicada en 2009 con soberbio material sobrante de una de las bandas más infravaloradas de los 70.

brumadoramente se data el nacimiento del jazz fusión en el 30 de marzo de 1970, con la comercialización de ‘Bitches Brew’. Solo que ‘BB’ no fue el primero. Miles, como tantas veces antes, sin ser el pionero sí fue el explorador que plantó el hito a partir del cual ya nada volvería a ser lo mismo, la referencia a la que quien viniera después tendría que mirar en primer lugar, bien para ahondar en el territorio por ella afirmado, bien para separarse de él, pero sin poder obviarla en ningún caso. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de fusión? ¿No es el término una tautología? Pues si hay un tipo de música que desde su nacimiento haya abrazado las más variadas combinaciones –fusiones– de instrumentos y tradiciones musicales, tal ha sido el jazz: no solo abrazado, sino que esa amalgama de sonidos y culturas constituyen su génesis. Por tanto, interrogarse por el jazz fusión o el jazzrock es interrogarse por el jazz: por un hasta dónde puede estirarse el concepto, es decir sus dos elementos vitales, la improvisación y el swing, sin llegar a romperlo. La improvisación no es patrimonio exclusivo del jazz; ya Bach improvisaba al órgano, los bluesmen a la guitarra y a la voz; dentro del rock de la época, las improvisaciones de alguk nos teclistas de rock progresivo no desme-recen en virtuosismo nii ideas de las de los máss bregados saxofonistass d de jazz. Pero la cualidad n difiere. La improvisación en jazz estaba, hasta laa neclosión de la fusión, anoclada en el ritmo sincopado –la manera cerril, exclusiva, en que se solía entender el swing–. Con el rock la síncopa pasó a un pulso recto, cuadrado, donde los acentos del compás volvieron a recaer en los tiempos fuertes, no en los débiles que el jazz había privilegiado hasta entonces. Y las sinuosas líneas de bajo, el llamado ‘walkingbass’ (bajo andante), corazón indiscutible del jazz, permutaron en ‘riffs’ o ‘vamps’ recurrentes, motivos obsesivos de pocas notas que creaban una atmósfera como de tiempo suspendido, un presente

Miles Davis, en 1971. :: EL NORTE etéreo y denso a la vez. Por último, la fusión hizo suya la simplificación armónica propulsada por el jazz modal, con el efecto de inducir la impro-

«La fusión hizo suya la simplificación armónica, con el efecto de inducir la improvisación basada en escalas»

visación basada en escalas, menos restrictiva que la basada en cambios de acordes pero con el peligro de caer en el discurso vacío, en la nota po por la nota. Todo lo cual ––más la incorporación d de la instrumentación eeléctrica– cambió el li lienzo improvisatorio: l interacción entre los la m músicos era menos evid dente, y los solos perd dieron protagonismo a tener que emerger al de un fondo sonoro más compacto. Pero al cabo lo dicho tiene –como la adición en años siguientes de elementos del funk, la música india o latina o el pop– una utilidad discriminatoria relativa. Por algún misterio, más allá de armonías y síncopas y enchufes, el mejor juez sigue siendo el oído –el corazón– de quien escucha: es el oyente quien, ante un fragmento improvisado, sabe si encaja en el concepto jazz. Verbigracia, sabe que las propuestas acústicas de Kenny G. rara vez son jazz; y a la inversa, que la ensalada de samplers y hiphop de Robert Glasper tiene momentos de jazz no menos verdaderos que los que pueda reportar la trompeta de Wynton Marsalis.


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LECTURAS

UNA ESPAÑA DE LEYENDA

ESPAÑA: LA HISTORIA IMAGINADA. De los

Mónica Arrizabalaga indaga en las claves de los relatos legendarios más celebres, del pasado y del presente, en ‘España: la historia imaginada’ ENRIQUE BERZAL

S

ostenía Mircea Eliade que los mitos y leyendas, que tan habituados estamos a identificar con las fábulas, han servido sin embargo para explicar otras muchas dimensiones de la existencia humana. Incluso llegó a escribir que «una historia universal no puede hacerse basándose en documentos escritos, sino únicamente en documentos espirituales, o sea, en mitos y creencias. Europa, y en especial Occidente, puede compararse con Oriente y las estepas de los nómadas no a través de documentos, sino de los mitos». Esa función de los mitos y las leyendas de ahormar comunidades, informar de la tradición y otorgar sentido y valor a la existencia humana no la descuida Mónica Arrizabalaga en ‘España: la historia imaginada’, publicado hace unos meses por Espasa, a pesar de servirse de la metodología periodística para construir un atractivo mapa legendario de nuestro país.

Es más, precisamente por eso, por el perfil periodístico de sus escritos, Arrizabalaga consigue aunar el deleite de una prosa certera en los detalles y atenta a las inquietudes actuales con aquellas tradiciones legendarias que explican los problemas y preocupaciones del hombre de todos los tiempos, cuando no las relaciones de poder existentes en sociedades no tan pretéritas. La bibliografía al uso, pero también la entrevista y la indagación en hemerotecas y archivos audiovisuales sirven de base a un libro escrito con ritmo y amenidad en el que el lector encontrará una explicación completa a las leyendas históricas más célebres, como las que hablan del papel de Hércules en la fundación de España, la mano divina en la reconquista, Fernán González y la «independencia de Castilla», las batallas que el Cid ganó después de muerto o el verdadero caballero de Olmedo. El oficio periodístico y divulgativo le sirve a Arrizabalaga, que desde 2008 escribe en el diario ABC, para despojar al relato del plúmbeo proceder narrativo propio de los escritos académicos, pero ello no quiere decir que estemos

antiguos mitos a las leyendas contemporáneas Mónica Arrizabalaga. Espasa. 2018. 256 páginas.

ante un mero ejercicio de divertimento ensayístico. Todo lo contrario, la amenidad de las 49 leyendas recreadas, cuyo arranque ya de por sí logra captar la atención del lector, se completa con un desenlace aclaratorio sobre su parte de veracidad, las investigaciones fundamentales sobre el particular y las explicaciones más convincentes acerca del origen, desarrollo, similitudes y evolución histórica de todas y cada una de las leyendas. A modo de ejemplo, Arrizabalaga nos remite a la reacción castellana y leonesa ante el patriotismo francés y a la voluntad de glorificarse por

DESPUÉS DE TODO

H

de Camus, cualquier Cioran, el bonito ensayo de Ligotti sobre la maldad intrínseca de la vida y alguno de sus mejores relatos, prácticamente todo Sábato, Onetti la mayor parte del tiempo, algún Rimbaud, el señor Isidoro Ducasse, alias Conde de Lautremout. Hay líneas de Inclán igualmente aniquiladoras. Dante lo intentó con el primer libro de la Comedia. Falló: se le ve demasiado el plumero. También hay fragmentos de Cartarescu que, aislados del contexto general, pueden ser demole-

es regodeo o claridad. La vida de Irati nos parece terrible. Desoladora de hecho. No nos cae bien –no es su intención caernos bien- porque es despiadada consigo misma. De un modo que nos resulta incómodo, porque está llamándonos cobardes a la cara. Sabemos que ponernos en su piel, aceptar sus reglas del juego, nos lleva a reconocer en nosotros lo poco halagüeño. Y lo peor, que esa –la llamaré maldad, aunque no me parece del todo atinado– maldad pequeña, es eso: algo insignificante, mierda y barro. Igual que todo lo demás, dentro o fuera. Y aún así, Irati no logra caernos mal del todo. Frase a frase –cada una precisamente trazada, persuasiva; envolvente: un alambre de púas doradas– nos mete en sus zapatos. O nos clava sus

zapatos en el cráneo. A veces nos engaña: se dice masoquista, pero no es masoquismo lo que mueve a un animal a tocarse la herida, a hurgar la caries, si no evaluar los daños. Confiesa su envidia, su sentido de inferioridad, pero en esa confesión no deja de centellear el orgullo del que se sabe, en el fondo, mejor que el envidiado. Así que nos dejamos invadir por ella, por su ambigüedad –la ambigüedad es una maestría literaria difícil de dominar–, hasta un lugar en el que quizás no hay esperanza, o sí, o no importa. Al irrefutable reconocimiento de algo que nos ocultamos la mayor parte del tiempo. Lemmy lo cantó con su voz de tabaco: «I’m not a nice guy after all»: No soy buen tío, después de todo.

Escultura de Fernán González en el Arco de Santa María de Burgos. parte de los monjes de Santa María la Real para comprender la leyenda de Bernardo del Carpio como liberador de España de las manos de Carlomagno en Roncesvalles; pero también a la estrategia de los monjes de San Pedro de Arlanza de legitimar sus posesiones en el caso del mito de Fernán González y a las corrientes culturales que alertaban del peligro del saber para explicar, en parte, esas leyendas diabólicas de la Cueva de Salamanca o la Silla del Diablo vallisoletana. Lo mismo podríamos decir de relatos míticos tan arraigados en nuestro país como el voto de Santiago o el tributo

EL TALISMÁN DE LA COSTURERA

e oído decir, no sé donde, porque no soy aficionado al boxeo, y las películas sobre boxeadores tienden a aburrirme, que los mejores púgiles se distinguen por su capacidad de soportar golpes devastadores, antes que la de propinarlos. Hay veces que un lector precisa de esa capacidad. Hay veces que un libro está hecho para golpear al lector hasta dejarle tocado, falto de aire, tendido en una lona sin deseos, quizás sin capacidad, de levantarse. Algunos

de las cien doncellas, por no hablar de esa misteriosa octava isla canaria bautizada como San Borondón, de la tradición de colgar pieles de caimanes americanos en las iglesias o de las claves que explican la historia de los amantes de Teruel. En todos los casos, la autora nos remite a un estado completo de la cuestión que, lejos de querer desentrañar un embuste, tiene la finalidad de arrojar explicaciones razonadas a relatos legendarios muy enraizados en la tradición de muchas ciudades, provincias y regiones, cumpliendo, en no pocos casos, una acreditada función de pacífica y festiva cohesión social.

Un caso singular lo componen las siete ‘leyendas contemporáneas’ que cierran el libro, más apegadas a la curiosidad del cronista que indaga en la capacidad y las razones para fabular en el siempre turbador terreno de la ufología y lo fantasmal, que en el arraigo de la tradición en nuestra sociedad. Y así nos encontramos, por ejemplo, las leyendas urbanas de ‘la chica de la curva’ o de los ‘ladrones de órganos’, pero también a nuestro particular ‘triángulo de las Bermudas’ o a esas supuestas apariciones fantasmales en el Parlamento de Andalucía o en el mismo Museo Reina Sofía, no en vano ambos fueron hospitales cuyo subsuelo terminó poblado de cadáveres. De esta forma, Mónica Arrizabalaga cierra el círculo de su particular mapa fantástico de España con leyendas menos cargadas de pasado, pero que comparten con las anteriores lo que Luis DíazViana, autor del prólogo, entiende como contemporaneidad intrínseca a todo relato legendario, pues «se parte siempre de un ayer aún vivo, retomado desde el presente, que interesa en la medida que guarda cierta ‘actualidad’».

dores. Muchos ejemplos se pueden añadir. No creo que ningún escritor importante –Kafka, Kafka no puede faltar en esta lista, ni Bolaño, ni Dostoievski, ni…– haya podido evitar alguna vez alzar el puño. Swift, a pesar de que sus golpes también nos muevan a la risa. Ah, y Kenedy Toole. Quizás los perores, porque la risa solo hace que duela más. A veces los golpes son precisos, dados con el tino de uno que sabe dónde duele, y tiene buena puntería. Otras veces

CIRO GARCÍA

la golpiza se precipita sobre ti un poco a tontas o locas, impactando donde puede, ciega, pero con una rabia desesperada e imparable: un libro berserker. No sé, a decir verdad, a cuál de estos dos tipos, el temperamental o el quirúrgico, corresponde «Todos los putos días», de Berta Delgado Melgosa. Quizás un poco a ambos. No estamos nunca seguros de si ese afán de Irati, narradora protagonista, de abrigarse en lo que duele, en el lamento, en las pequeñas mezquindades, propias y ajenas,


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TERRITORIOS DE AMOR Y DE MEMORIA PEDRO SEVILLA

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a aparición de ‘Huellas’ (Ars Poetica. Oviedo, 2018), acerca al lector una antología de la amplia cabalgadura poética que Jorge de Arco iniciase en 1996. Y escribo cabalgadura porque ya, desde el título, es acertada esta compilación. En efecto, una antología es rastrear las huellas de un poeta, seguir la pista de sus endecasílabos, la marca de su corazón en los versos, el sonido de su alma en el lorquiano tambor del llano de sus sentimientos. Y como los rastreadores del Oeste, me he entrado en los poemas que componen este conjunto buscando eso, las señales del corazón del autor, su más honda palpitación, la impresión de su alma en lo escrito. Ocho libros en más de veinte años –‘Las imágenes invertidas’ (1996), ‘Lenguaje de la culpa’ (1998), ‘De fiebres y desiertos’ (2000), ‘La constancia del agua’ (2007), ‘La casa que habitaste’ (2009), ‘Las horas sumergidas’ (2013), ‘La lluvia está diciendo para siempre’ (2015) y ‘El Sur de tu frontera’ (2017)– conforman el material de donde Jorge de Arco ha extraído estos poemas. ¿Quiere esto decir que el propio autor reconoce como mejores los textos que aparecen en ‘Huellas’? Salvo que él diga lo contrario, yo creo que no. No es que sean mejores que los que han quedado fuera, sino que, de alguna manera, explican mejor lo fundamental de su obra, la pulpa sagrada de su verbo. ¿Y dónde está lo fundamental de la lírica de Jorge de Arco? Pienso que está, como en todo poeta verdadero, en el amor, en la necesidad de cantar lo que amamos –sea un paisaje de la memoria infantil, sea el sexo que nos encela, sea el muerto que se nos va– con la certeza de que estamos practicando una labor misericorde, una sacerdotal misión de piedad y esperanza. Tal vez, por eso, pueda leerse en su poema titulado ‘El tiempo en tus pupilas’: «Me preguntas por este amor a medias/ tan embridado y a contracorriente,/por esta incertidumbre del podría/ ser, del

Jorge de Arco. :: EL NORTE tibio pudiera tan futuro./ Mientras, la luz derrama entre tus párpados/ un rumor de deseos y violetas/ y yo, envuelto en tu más limpio destello,/ me asomo a los perfiles de esta ausencia constante/ y me pregunto,/ cuando sueltas la tarde de mi mano,/ cómo sería ver/ el mar desde la playa de tus ojos». Sin esa concepción de la poesía como un acto de amor, como una recreación, no pueden escribirse versos como éstos que me ocupan. Claro que el amor tiene muchos sinónimos, y tiene espejos donde nos vemos invertidos, recreados en otros mundos, en otros cuerpos, en otras almas. Los espejos y el agua son dos elementos también comunes en la poesía de Jorge de Arco. El espejo donde los enamorados se ven en lo invisible, donde el tiempo se dilata o se eterniza en los lagos de azogue («De lo que hubo, de lo

HUELLAS. ANTOLOGÍA 1996 - 2017 Jorge de Arco. Ars Poetica. Oviedo, 2018. 112 págs. 12€.

que sucede,/ permaneciera acaso,/ una aguja que enhebra/ el abrazo postrer/ de los amantes,/ un cristal sumergido/ allá en lo más profundo de sus días»); y el agua, lustral unas veces, brillando, otra, por su ausencia, en la fiebre y los desiertos del vivir, o lloviendo melancólica sobre nuestra memoria, con su vitola de tiempo pasado («Agua es el hombre, alma/ que crece y que se extingue/ como una lumbre rútila,/ pero que fluye y duele/ y en lo hondo parpadea/ secreta y diluviante./ Único, lo dividen;/ roto en dos, permanece»). ‘Huellas’ cuenta con un prólogo de Carlos Murciano en el cual afirma: «Es esta una obra que a lo largo de dos décadas ha ido alzándose sugestiva y reveladora, sostenida sobre la firmeza de su lírico fluir». También el autor confiesa en su nota previa cómo «al filo de estos ocho poemarios, hay paisajes reales y familiares, espacios imaginarios y pretéritos, protagonistas cercanos y almados, silencios de ayer y anhelos de hoy, instantes de gozo y mareas de penumbra, estíos azules e inviernos de sombra». Al cabo, cómplices soledades, humanos afanes de un poeta sabedor de que «la dicha es el recuerdo de lo que no se tuvo/», conocedor de que tras el lírico enigma de las palabras nos aguarda «la piel del paraíso».

LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

CUENTOS QUE GUARDA EL PRADO :: V. M. NIÑO El Museo del Prado celebra sus 200 años por todo lo alto y la fiesta es también editorial. Estos son dos títulos de los primeros en llegar, pero hay y habrá más. Si la ‘Piedra de Rosetta’ en el British o ‘La Gioconda’ en el Louvre ejercen de imán para todo aquel que pisa el museo, en el Prado son las ‘Meninas’ de Velázquez el cuadro ineludible. Miguel Hernández Pacheco se ha fijado en él para armar estas ‘Siete historias para la Infanta Margarita’ en el que nos presenta a los personajes de tan enigmática obra y en sus labios pone estos cuentos para entretener a su protagonista. El laborioso pintor no logra que la Infanta pose con el resto del acompañamiento. La favorita del monarca es una niña resuelta que acaba por chantajear a los presentes: solo con historias de «amor real» podrá soportar la tortura de estar a pie quieto durante las horas de luz frente a Velázquez. Enanos, bufonas y guar-

dadamas serán el eco de aquella Sherezade que compró su tiempo con relatos. La gran virtud de Hernández Pacheco es que entrelaza las relaciones de los protagonistas del cuadro con algunas de las historias. Si desvelar cuitas del corazón de otros es ya excitante, hacerlo de los conocidos lleva al éxtasis a la infanta. ‘El príncipe Jabatón’, contada por Isabel de Velasco, es el relato que más le gusta. Se trata de un príncipe na-

SIETE HISTORIAS PARA LA INFANTA MARGARITA

Miguel Hernández Pacheco. Kalandraka. 144 páginas. 15 euros.

cido en forma de cerdo, fruto de un hechizo, que como aquella famosa bestia, tiene que equilibrar su sentir humano con su apariencia animal, su corazón con la fuerza bruta. Amores platónicos, amores de ultratumba, amores entre amantes de distinta religión, amores epistolares, amores imposibles teñidos de sangre por las guerras, se van sucediendo mientras el pintor inmortaliza a las meninas María Agustina de Sarmiento e Isabel de Velasco, a la bufona Maribárbola, al enano Nicolasillo Pertusato, al aposentador José Nieto, a las guardadamas Marcela de Ulloa y Diego Ruiz de Ancona, a Salomón y a la infanta Margarita, además de a él mismo. Velázquez revolucionó el retrato palaciego con este fresco de la familia de Felipe IV, fechado en 1656. En la libertad de los movimientos de sus protagonistas, las relaciones entre ellos y las conversaciones recreadas hunden sus raíces estos magníficos relatos.

CUATRO SIGLOS EN LIENZOS :: V. M. N. Este es un primer paseo por una de las pinacotecas más importantes del mundo, el Prado, a través de 16 cuadros datados entre 1425 y 1814. Una mínima muestra dee unos fondos que necesi-tarían 25 museos como o el referido para poder serr expuestos. Óscar Muine-lo y Violeta Monreal en-tornan las tres puertass del Prado –Goya, Ve-lázquez y Murillo– e innvitan a los más jóvenes a observar la minuciosaa pincelada de Fra Angeliico, el delicioso jardín de El Bosco, los retratos de Rafael, el recuperado Paatinir, ‘El caballero de la mno en el pecho’, de El Greco, y así hasta 16 obras, as, con el permiso de ‘Las meeerninas’. Monreal reconvierte cada cuadro en un ‘collage’ mientras Muinelo aporta información artística además de un juego para que todo joven lector agudice su vista entre tantos célebres lienzos. Una primera visita que prepara la presencial.

16 CUADROS MUY IMPORTANTES DEL MUSEO PRADO

Texto de Óscar Muinelo. Ilustración de Violeta Monreal. Bruño. 48 páginas. 14,90 euros. A partir de 6 años.


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H

LOS LIBROS MÁS VENDIDOS FICCIÓN ‘Carvalho. Problemas de identidad.’ C. Zanón. Planeta. ‘La muerte del comendador II.’ H. Murakami. Tusquets. ‘Serotonina’. Michel Houellebecq. Anagrama. ‘Yo, Julia’. Santiago Posteguillo. Planeta. ‘Tú no matarás’. Julia Navarro. Plaza & Janés. ‘Te veré bajo el hielo’. Robert Bryndza. Roca.

USO Y NORMAS DEL CASTELLANO MARÍA ÁNGELES SASTRE PROFESORA DE LENGUA ESPAÑOLA EN LA UVA

FLORITURAS ESTRAMBÓTICAS

con el tiempo, como ‘hola, radiola’ y ‘hola, caracola’; ‘me las piro, vampiro’ y ‘me piro, Robert de Niro’; ‘echa el freno, Magdaleno’ y ‘echa el freno, Macareno’; ‘en fín, Serafín’, ‘en fin, delfín’ y ‘en fin, Pilarín’; ‘alucina, vecina’ y ‘alucinas, pepinillos’; ‘hasta luego, Lucas’ y ‘hasta luego, cocodrilo’ (calco de la expresión inglesa ‘see you later, alligator’); ‘chúpate esa, Teresa’ y ‘chúpate esa, boquita de fresa’; ‘chao, bacalao’ y ‘chao, pescao’. Suelen ser muy productivas con nombres de persona, como ‘qué nivel, Maribel’, ‘cómo está el mundo, Facundo’,

«Estos floreos suponen una explosión de creatividad. En determinado momento caen en gracia. Aunque unos perduran más que otros, son pegadizos y contagiosos»

‘Jopelines, Angelines’, ‘Ni de coña, Begoña’, ‘qué risa, tía Felisa’, ‘que te he visto, Evaristo’, ‘que te veo, Timoteo’, ‘te jodes como Herodes’, ‘toma del frasco, Carrasco’, ‘vas tú listo, Calixto’, ‘ya te digo, Rodrigo’, ‘qué cruz, Mariluz’, ‘lo tienes claro, Genaro’, ‘qué guasa, Tomasa’, ‘y Maroto, el de la moto’, ‘te lo juro por Arturo’, ‘vas dao, Menelao’, ‘a ratos, como Pilatos’, ‘escupe, Guadalupe’ y ‘que si tal que si Pascual’. Estoy segura de que han usado alguna vez ‘chachi piruli’, ‘que no te enteras, Contreras’, ‘toma, Jeroma, pastillas de goma’, ‘uno y no más, santo Tomás’, ‘a otra cosa, mariposa’, ‘ahueca, muñeca’, ‘de nada, monada’, ‘alucina, vecina’, ‘caca de la vaca’, ‘cero patatero’, ‘de eso nada, monada’, ‘el truco del almendruco’, ‘oro del que cagó el moro’, ‘¿dónde va Vicente? donde va la gente’, ‘a lo hecho, pecho’, ‘ante la duda, la más tetuda’, ‘bruja piruja’, ‘corta el rollo, repollo’, ‘el menda lerenda’, ‘eso está hecho, berberecho’, ‘la pera limonera’, ‘magia potagia’, ‘me canso, ganso’, ‘¿me ajuntas, sacapuntas?’, ‘mi gozo en un pozo’, ‘¿qué pasa, carapasa?’, ‘tararí que te vi’, ‘¡ay, qué risa, Basilisa!’ o ‘guay del Paraguay’ Estos floreos suponen una explosión de creatividad. En determinado momento caen en gracia y rápidamente empiezan a ser utilizados por todo el mundo y se dejan caer en cualquier conversación (informal, por supuesto). Aunque unos perduran más que otros, son pegadizos y contagiosos. La floritura, innecesaria desde el punto de vista del mensaje que se quiere transmitir, le da a la expresión un cierto aire de guasa y jocosidad. Llevo mucho tiempo recopilándolos. A buen seguro que ustedes tienen en mente muchos más.

 LO VAS A LEER

oy me ocuparé de algunas expresiones coloquiales caracterizadas formalmente por la presencia de una especie de estrambote o coletilla. En el añadido se aprecia casi siempre una rima consonante y suele aparecer por gracejo o lucimiento. Me refiero a casos como ‘dónde vas con el cabás’ (para indicar que alguien se está metiendo en complicaciones innecesarias o que lleva excesivo instrumental para una tarea sencilla) o ‘nasti de plasti’ (para rechazar con rotundidad una propuesta). Suelen ser expresiones de una época y de un país, lo que puede entorpecer o limitar la comprensión en hablantes de grupos de edad y variedades geográficas distintos. La expresión ‘dónde vas con el cabás’ no se entenderá si no se sabe que un cabás es un maletín rígido o semirrígido de madera, piel gruesa o cartón duro, con un asa, para llevar a la escuela los libros y el material escolar. En las que aparecen nombres y apellidos, como ‘no te enrolles, Charles Boyer’ o ‘la cagaste, Burt Lancaster’, hay que aceptar que las nuevas generaciones no tienen a estos actores como referentes. Algo similar ocurre cuando aparecen marcas, como en ‘a la cola, Pepsicola’, ‘¿de qué vas, Bitter Kas?’ o ‘a mí plin, yo duermo en Pikolín’. La respuesta ‘bien con okal’ (a la pregunta ‘¿cómo estás? ’) deja in albis a quien se interesa por alguien a no ser que sepa que el okal era la aspirina española entre los años 40 y 60 del siglo XX. Las hay sin rima, como ‘hasta luego, Lucas’, ‘adiós, muy buenas’, ‘yes, very well, fandango’, ‘efectiviwonder’, ‘toma castaña’ o ‘te conozco, bacalao’. Algunas muestran variantes o cambian

‘Los asquerosos’. Santiago Lorenzo. Blackie Books.

NO FICCIÓN ‘Cómo hacer que te pasen cosas...’. M. Rojas. Espasa. ‘1000 recetas de oro’. Karlos Arguiñano. Planeta. ‘Sapiens. De animales a dioses’. Y. Noah Harari. Debate. ‘El poder del ahora’. Eckhart Tolle. Gaia.

#EL HOMBRE QUE CAMINA

Franck Maubert. Acantilado. 144 páginas. 12 euros.

‘Los secretos de youtube’. TheGreft. Martínez Roca.

INFANTIL Y JUVENIL ‘El sombrero de Bruno’. Canizales. Boolino Book Box. ‘Aprendiz de profe’. Carmen Fernández Valls. B de blok. ‘Mi superabuela’. Marta Cunill. Beascoa. ‘Gira y aprende: Tablas de Multiplicar’. Varios autores. DK ‘El día que el mundo amaneció al revés’. Eva Moreno Villalba, Cristina Picazo. B de blok.

Franck Maubert, escritor, divulgador de arte, quedó fascinado con 18 años por el poder de ‘El hombre que camina’, escultura icónica del siglo XX, pieza que ha alcanzado cifras astronómicas en las subastas, una creación de Giacometti que se convierte en el centro de este pequeño ensayo. El autor, en capítulos cortos, aborda la impor-

tancia de esta obra en la historia del arte, su conexión con piezas del pasado y las razones conceptuales por las que es una obra tan relevante. Por este relato pasan Bacon, Sartre. Se apuntan las secuelas del arte en la Segunda Guerra Mundial. Se subraya el papel del artista, capaz de extraer lo visible de lo invisible, de rescatar algo de la nada para crear significado. Y aquí, la idea de caminar como símbolo de esperanza, de libertad, de avance frente a las adversidad.

#LA DESAPARICIÓN DE STEPHANIE MAILER Joël Dicker. Alfaguara. 672 páginas. 22,90 euros.

Algo falla en el tono que Dicker le ha dado a esta novela, tramposa como las suyas, donde hay un crimen, una investigación, pistas falsas. Le gusta jugar con el lector, encaminarle hacia falsos culpables para luego desmontar todas las hipótesis. El arranque es más que prometedor. En 1994 se produce un cuádruple asesinato.

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Han matado en su casa al alcalde y a su familia mientras casi todo el pueblo estaba en el teatro. También asesinan a una joven que hacía ejercicio por la zona y lo vio todo. Años después, una periodista que investiga el crimen desaparece. Los primeros capítulos son brutales y la trama de la investigación funciona. Pero hay un extraño tono de sátira, de humor, unos personajes que de forma tosca son tratados con humor hasta ensuciar el resultado final. Qué rabia.

VÍCTOR M. VELA


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La libertad de expresión

NUESTRO TIEMPO ADOLFO GARCÍA ORTEGA

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l Consejo de Europa definió el discurso de odio como «toda forma de expresión que difunda, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia». Esto, pese a ser lógico desde el sentido común, es extremadamente ambiguo e interpretativo, y, en cierto sentido, también peligroso, en tanto que abre la puerta a un margen represivo difícilmente regulable. Aunque hay quien lo discute –y de hecho forma parte de un debate jurídica y éticamente abierto–, la libertad de expresión ha de proporcionar un marco de protección inequívoco y ha de amparar cualquier idea expresada de forma verbal o artística, por muy rechazable que sea, por muy repugnante y por muy contraria al honor, la dignidad, las creencias o la sensibilidad de las personas que sea. El odio no es la ofensa, ni el odio es el insulto. La ofensa, el insulto y la agresividad verbal no pueden reprimirse ni perseguirse legalmente en las sociedades libres. Y si las Constituciones han de garantizar, y garantizan, la dignidad de las personas, lo deben hacer cuando esta se vea maltratada de hecho y por el abuso de un ejercicio de poder, tanto privado como público, pero no por la mera expresión, por dolorosa o repugnante que esta pueda parecer. La mera expresión es, en cierto modo, política, y la expresión política, aun radical y contraria hasta la ofensa, nunca debe ser perseguida como delito. Esa es la verdadera democracia: la libertad de palabra. La cuestión es si, al manifestar una expresión ofensiva, de manera verbal o artística –por tanto, subjetiva–, se entra o no en el ámbito delictivo. Una expresión ofensiva debería ser rebatible por otra expresión, si no del mismo orden repugnante, al menos de un orden argumentativo o moral superior (o, en su defecto, distinto). Un ciudadano o una ciudadana podrá pensar que tal o cual cantante es un cretino por decir en sus letras que vuelva el GRAPO y se mate a policías, pero decirlo no debería ser un delito. Y menos aún entrar a valorar el grado de odio que haya en esa expresión. El odio es un sentimiento que ha de educarse con un sentimiento opuesto. En cambio, incitar a la rebelión y a la violen-

:: JOSÉ IBARROLA

cia desde posiciones políticas de ventaja, institucionales o representativas, no entra dentro del ámbito de la libertad de expresión. Si esas mismas frases incitadoras se dicen dentro de un marco de violencia inminente, forman parte del delito de violencia mismo y no de una expresión subjetiva, reprobable o no. En EE. UU., desde la Primera Enmienda de su Constitución, que data de 1787, ha habido en su historia una consideración absolutamente abierta de la libertad de expresión. No hay límite a la libertad de palabra. Tan solo si la palabra conduce al delito de manera probada y directamente vinculada al mismo se puede limitar u omitir esa li-

bertad. En Europa, en cambio, amparándose en un etéreo y tradicional sentido de la dignidad y del honor, se han creado muchas acotaciones y limitaciones a la libertad de expresión, lo cual supone un campo abonado a la represión, a la censura y a su fatídica consecuencia, la autocensura. Esto se manifiesta sobre todo en el ámbito religioso, donde la frontera entre la ofensa y la sensibilidad personal es maliciosamente vulnerable. Han de convivir el respeto a las creencias con el derecho a ofenderlas o, sencillamente, a contrariar –ir en contra– el discurso de las religiones. Pura esencia a lo ‘Charlie Hebdo’, cuya identidad todos asumimos hace

«Tan solo si la palabra conduce al delito de manera probada y directamente vinculada al mismo se puede limitar u omitir esa libertad»»

unos años sin saber que, con ello, estábamos afirmando la libertad absoluta de expresión por antonomasia: la burla, la ironía, la chanza. Solo con una libertad absoluta de expresión se puede garantizar la libertad de todos. La sensibilidad del ofendido en sus creencias no puede forzar que la mera expresión de palabra sea considerada delito de odio. Únicamente si existe un nexo fehaciente entre unos hechos alterados y la incitación a alterarlos se podría considerar delito. Un «me-cago-en-Dios» (que es una especie de expresión similar a la famosa portada de Charlie Hebdo, muy popular, por cierto) nunca puede ser llevado a los tribunales. Tam-

poco la burla de una limpieza nasal con la bandera, por mucho que esta simbolice y por mucho que ofenda su mal uso. En ninguno de ambos casos se ha producido una alteración de la realidad. Considerar que la libertad de expresión no es un derecho ilimitado da coartada política a los Estados para legislar abusivamente. Este el mayor riesgo de no asumir la libertad de expresión como absoluta. Si es un derecho fundamental, no puede ser recortado de ninguna manera, salvo que pase a ser otra cosa, es decir, un acto, un hecho con consecuencias o un ejercicio de poder institucional abusivo que conduzca a efectos contra la libertad constitucional, democrática y jurídica de un país. No es lo mismo que el ciudadano Torra diga lo que piensa de los españoles que lo diga el Torra President de la Generalitat. El primero puede ser tomado por idiota, el segundo, por delincuente. No ha de perderse de vista que la libertad de expresión es el principio que garantiza a una sociedad libre su derecho a debatir opiniones, confrontarlas, cambiarlas o defenderlas. Incluyendo los insultos, las ofensas o las incitaciones, entendidas estas como expresiones de deseos, no como inicio de actos, violentos o no, pero ilegales. Por muy desagradable que sea la expresión ajena, ha de respetarse absolutamente porque así se respeta absolutamente a las minorías, principio fundamental de toda democracia. No habría libertad de expresión si esta no garantizara la voz de la discrepancia, de la disensión o sencillamente de la pluralidad. En una verdadera democracia, todo, absolutamente todo, ha de poder ser dicho.


12 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 2.02.19 EL NORTE DE CASTILLA

Director: Ángel Ortiz Coordinador: Chema Cillero

:: ILUSTRACIÓN IRENE GRACIA

Caminantes y caminos D

os movimientos fundamentales caracterizan la historia general de España: la explosión y la implosión. También podríamos llamarlos inflación y contracción. Apenas España ha sido configurada como ‘nación’ gracias a la alianza matrimonial entre Isabel y Fernando cuando se lleva a cabo la gran explosión, verdadero big bang de nuestra cultura, representado por las conquistas americanas y el acceso a un mundo nuevo y sorprendente, capaz de provocar el asombro más desmedido y la más desmedida avaricia. Como la potencia que financia el proyecto expansivo, tanto en América como en el Pacífico, es Castilla, la inflación y la contracción van a determinar su historia más que en otras co-

MITOLOGÍAS JESÚS FERRERO

munidades españolas. Perdido el imperio, acaba la expansión y comienza la contracción. Todas las fuerzas positivas y negativas empiezan de pronto a proyectarse en su territorio, generando un efecto de explosión hacia adentro. España se queda reducida a sus propios límites, y especialmente Castilla. La nación se ve obligada a modificar su relato pues se ha derrumbado el imaginario colectivo fundamentado en los sueños imperiales, cada vez más difusos y fantasmales. Hay que construir un nuevo relato y los escritores que presencian el derrumbe definitivo del imperio dirigen la mirada hacia Castilla, si bien no solo hacia ella, como nos refiere Ana Rodríguez Fischer en su libro ‘Trajinantes de caminos: Reportajes, crónicas, impresiones y recuerdos de viaje en los escritores españoles de Fin de Siglo’. Tanto Azorín como Baroja, Unamuno y Machado van a incidir en Castilla, por supuesto, pero no van a olvidar las otras comunidades, y tampoco van a ignorar a Francia: espejo deformante que les ayuda a profundizar más en las limitaciones de España, pues desde la época napoleónica Francia es un estado sólido, resistente y centralizado, sin los problemas de disgregación que tiene España, que ha tenido siempre. En muchos aspectos, los autores del

98 fueron representantes genuinos de los escritores-viajeros que poblaron las postrimerías del siglo XIX: verdadera edad del oro del reportaje cultural, que también podría considerarse ya reportaje turístico, en el más elevado y menos degradado sentido de la palabra. Los viajeros que se jugaban la vida, descubrían nuevos mundos y los alteraban, a menudo para mal, son sustituidos por los viajeros cultos y reflexivos, que sacan conclusiones filosóficas y morales de sus viajes. Del viajero agitado y en continuo movimiento, pasamos al «viajero inmóvil», como lo llama Rodríguez Fischer, refiriéndose al escritor que se sienta ante su mesa tras el viaje y comienza a describir sus peripecias, configurando una narración en torno a algunas ideas, a través de las cuales «se ordenan vitalmente ciertos elemen-

«En las postrimerías del XIX, con la generación del 98, el reportaje cultural y turístico vive su edad de oro»

tos» que van a definir tanto una reflexión como una estética referidas a un lugar concreto. El libro de Rodríguez Fischer muestra el proceso dialéctico que se va llevando a cabo en estos viajeros finiseculares con el correr de los años y los acontecimientos. Todo nos indica que van pasando del viaje concebido como una evasión lírica y tópica, bastante próxima a lo pintoresco (que era lo que pedían muchos periódicos de la época) a una visión más profunda e interiorizada de sus travesías. Del viaje como «bagatela», al viaje como experiencia interior. Pienso en Unamuno. Cuando ubica la historia de San Manuel Bueno Mártir en un pueblo junto a un lago (el de Sanabria), está interiorizando el paisaje para convertirlo en el marco de una aventura metafísica y desgarradora. Lo que parecía meramente pintoresco se trasforma en el escenario de una tragedia íntima vinculada a la existencia o no existencia de Dios. A través del sacerdote Manuel, Unamuno reformula la nietzscheana muerte de Dios en un pueblo de la España agreste y profunda. Un planteamiento bastante insólito y al mismo tiempo todo un símbolo del derrumbe espiritual y moral: para el personaje de Unamuno, la religión se convierte en una máscara trágica. Creo que Unamuno fue el más original a la hora de utilizar el territorio castellano para sus fines literarios. Novelas ambientadas en Salamanca que se adelantan al existencialismo francés (‘La tía Tula’, ‘Niebla’), la muerte de Dios en Sanabria... Algo parecido viene a decir Rodríguez Fischer al final de su excelente libro: «¿Qué queda de tanto viaje?» «Quedan lecciones estéticas y éticas, queda el amor al campo libre, que nos ama sin fiebre, sin frenesí, ni violencia». Y queda también «una honda tristeza» que, como ya dijimos en artículos anteriores, no benefició la mitología de Castilla. Pero eso es otra historia. En este momento he querido privilegiar otros aspectos de los viajeros decimonónicos, así como indicar que tras la expansión imperial, le llegó a España el momento de explorarse a sí misma. Del viaje exterior al viaje interior, con todas sus consecuencias.


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