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SE HACE CuEnto

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Iván Wielikosilek

Iván Wielikosilek

Daniela Mac Auliffe

Luc A Flores En Sus Vestidos

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Hace dos años que trabajo cama adentro en esta casa. Duermo en una pequeña habitación que está en el patio menor; tiene un bañito con calefón a kerosene. Es divertido prenderlo, larga mucho olor al principio, pero el agua sale bien caliente. El baño tiene que ser rápido como zambullida de gato porque ahí nomás se termina y me congelo. A mí siempre me llamaron ojos de gato en la escuela, mamá. No me gustaba que me dijeran así, un poco porque son los ojos verdes y rasgados de Flores, un poco porque los gatos son malos, raros, como si supieran algo que nosotros no sabemos. Y marcan territorio con sus meadas en donde se les ocurre.

De mi pieza a unos pasos está la cocina. Siempre me levanto temprano y preparo el desayuno. Hago café con leche para los chicos, son dos varones y una mujer. Comen galletitas de agua con dulce de leche. Casi siempre la chica se acuerda de que tenía que llevar un mapa o un compás o un transportador o hacer una tarea. Y ahí está el señor, ayudándola con todo. Entonces, a las apuradas, se lavan la cara y los dientes y salen a la escuela. Los lleva el padre. La madre se va en su auto al colegio donde es maestra.

En la casa hay mucho para hacer. Me enoja el lío que hacen los hijos. Todo desparramado. Si yo lo había dejado ordenado la tarde anterior. Yo cuando.

tenga una familia, los voy a obligar a acomodar todo y yo voy a hacer lo mínimo. Me voy a buscar un esposo que sea bueno y protector. Y voy a hacer unos hijos obedientes.

Me gusta quedarme sola a la mañana porque uso el baño principal y me tiro en la cama matrimonial. Me imagino casada con el señor, que es tan amable y es doctor y militar. No me faltaría nada y tendría al menos una empleada en la casa.

El otro día cuando volví a mi pieza, después de trabajar todo el día, me doy con que los gatos habían meado mi cama. Acá andan por todo el techo, pero esta vez se metieron por la ventana de mi baño.

A mí los animales o la gente que se mete en las vidas ajenas, no me gustan. También por eso me fui del pueblo. Qué van a andar diciendo de mí que salgo con tal o cual fulanito. Me sobran candidatos y yo prefiero hombres serios, con vidas hechas, resueltas. Aunque sean padres de familia. Total, casarme no puedo, si vivo metida en casa ajena.

Agradezco que conseguí este trabajo y que puedo enviarte algo de dinero todos los meses. Espero estés mejor de tus huesos y no pases tanto frío con las frazadas que te mandé. No te preocupes por mí, alegrate más bien. De todos tus hijos, soy la que salió de ese infierno de pueblo pobre y para colmo espión. Si hasta mis hermanos me miraban de reojo cada vez que salía de la casa de los patrones Pedro o Antonio. Yo recibía muchos regalos de ellos, mamá, lo sabes. Comíamos lindo esos días.

Pero no todo es color rosa acá. A veces me dan unas ganas de irme a una casa sin chicos… La hija me molesta demasiado y ya no la tolero. Tu sobrina Clarita, que la conoce y conoce a la madre porque le vende Avon y Amodil, me pregunta por qué, si es una creatura, y yo no sé muy bien qué decirle. No es que ande detrás de mí queriendo barrer o aprendiendo a usar la plancha. Tampoco me pide jugar con ella; por suerte, no sabría a qué ni cómo. Pasa que es rara, vive como en otro mundo. ¿A quién se le ocurre a la hora de jugar quedarse dormida como un bicho bolita de cuclillas en el patio? La levanto de los pelos y ponete a jugar como tus hermanos, pero ahí se queda dando vueltas, como lela, como si de noche no durmiera bien. No sé, tiene una habitación hermosa, con tantas, tantas muñecas. Cómo me hubiera gustado a mí tener uno solo de esos bebés de piel naranja y biberón o esas claudia rayitos de sol con vestido blanco y pelo liso para peinar. Pero no, la muy consentida hace que el padre se las saque de la vista antes de dormirse porque dice que de noche se mueven, que caminan y hablan entre ellas. ¿Las muñecas?, sí, mamá, las muñecas.

Tiene otra maña y es la de espiarme a través de la persiana del living cuando mi novio me viene a buscar los viernes a la tardecita. Es raro lo que hace, porque está como desde una hora antes esperando el Renault 12 azul de Carlos. Pegada al vidrio, no ve la hora en que me vaya. Espía mi ropa, cómo lo saludo a él, si nos besamos en la mejilla o en la boca. Yo veo su silueta inmóvil a través de la ventana y un poco me asusta. Parece esos gatos que mean para hacerme saber que esa casa es su lugar y seguro que aprovecha mi ausencia para alcahuetearme con el padre.

Mamá, nunca te pregunté, un poco por vergüenza y un poco porque vos siempre me dijiste que no hay que meterse en la vida ajena, pero ahora que estoy yo en la ciudad y que acá la gente hace cosas que en el campo no se ven, quiero saber si el señor gordo y Clarita eran solo patrón y empleada. Porque ella hablaba tan bien de él y bajaba tan emperifollada del colectivo cuando venía para Navidad al pueblo, que yo de chica creía que era como un novio, pero sin serlo, porque tenía mujer. Y entonces me imaginaba que el gordo era tan gordo como ella decía por los billetes que tenía en los bolsillos del chaleco, del saco, y que la llenaba de regalos a Clarita, y yo quería trabajar en una casa así cuando fuera grande.

Carlos es bueno, pero no tiene un peso. A veces tengo que pagar yo las salidas.

El padre de la nena, en cambio, es un hombre de dinero; sabe mucho de armas y para los días patrios tiene que salir a desfilar con uniforme. A él no le gusta hacerlo porque se tiene que levantar muy temprano y siempre es en invierno. Pero vuelve contento y a mí me gusta verlo así. Me mira y me sonríe y yo espero ansiosa los churros con dulce de leche que trae para la familia y para mí. Entonces pone en el tocadiscos las marchas militares y Pablito marcha como él en el living alrededor de la mesa. Vista al freeeente y Pablito apoya el filo del sable en el hombro y mira al padre. Me da mucha gracia y ternura. El padre no es gordo y es amoroso con su mujer. Lástima que ella esté siempre enferma, dolorida o quejándose de los villeritos a los que le da clase.

Te acordás cómo lo tenía la maestra al Miguel, mamá. Mi hermano sí que era bravo, pero la maestra lo había domado y no dejaba que en su clase volara una mosca. Cuando llegaba a casa, se las mandaba todas juntas y vos te ponías brava, pero no te hacia caso. Solo a Flores obedecía.

Bueno, un poco así, como esa maestra, es la mamá de los chicos. En la escuela y en la casa; los tiene a todos zumbando, al marido también.

Y hay algo que me da mucha pena del señor. Para los días de la madre, él le compra cosas hermosas, deshabillés, vestidos o perfumes, pero casi siempre ella hace un escándalo porque nada le gusta, o porque el señor gastó mucha plata en eso, y entonces salen los cuatro, los hijos y él, a cambiar el regalo por algo que ella indica.

Cuando me mira lindo así como me mira, me quedo pensando en él como mi esposo. Yo le daría con todos los gustos. No sería quejona como la señora, yo.

Los otros dos hijos no desfilan, hacen otras cosas. Marcelo siempre está pegado a las polleras de la madre, que le ayuda a hacer la tarea de la escuela, y la rara está toqueteando los libros del garage. Es una biblioteca enorme con libros de todos colores, y la nena anda con un serruchito haciendo no sé qué, con hilos, con cola de pegar. Yo hubiera querido tener algunos libros de chica, los de dibujos y cuentos, los de historietas. También hubiera querido tener los vestidos de ella, con flores estampadas en las telas. Solo los usa para ir a las clases de piano, porque el resto de la semana se viste de marimacho con pantalón y camisita o remera y juega con los hermanos a que son pistoleros. También dan vueltas las sillas del patio y arman aviones de guerra. Ahí está ella, machoneando con los hermanos, que es piloto y que es pistolera también. La madre está preocupada por eso:

--no sé qué hacer con mi hija, Lucía, llora cuando le pongo vestidos, no se alegra cuando le traigo alguna muñeca, juega con los varones como un chico más y en la escuela no tiene amigas, se queda sola en los recreos, nadie la invita a jugar. El otro día me contó lloriqueando con miedo que en los recreos se va a la iglesia del colegio y se queda con los ojos fijos viendo las manos de la estatua del jesús del sagrado corazón hasta que empiezan a moverse. Y como se asusta, se va, pero al día siguiente vuelve.

Pobre esa madre, digo yo.

O esa otra manía que tiene de casi no comer. El otro día preparé milanesas de hígado. Vuelven de la escuela y ahí estoy yo siempre con el almuerzo listo. A la mocosa se le dio con que no podía tragar el hígado, lo masticaba y masticaba y tenía un bollo enorme en la boca, pero no lo pasaba. ¡Cómo se nota que nunca tuvo hambre!

Los varones en cambio engullen todo lo que les preparo. Me gustan esos dos nenes. No andan con cosas raras, como salidas de un pozo. Digo pozo y me acuerdo del pozo del aljibe de casa.

¿Te acordás, mamá, esa noche de tormenta en enero cuando casi se nos vuela el techo de chapa y una explosión llena de luz quebró el aljibe en mil pedazos? Yo tenía mucho miedo y vos me dijiste que por qué me ponía tan tonta, que en el campo el cielo se venía encima. Y yo pensaba que ojalá fuera solo el cielo, que papá, Flores como le digo ahora, siempre se nos venía encima con varias cachetadas. Recuerdo la mañana aquella en que después de pegarnos a los tres, tiró un par de gallinas a ese mismo aljibe para que se pudrieran ahí y se envenenara el agua. Total, él iba a tomar al pueblo con los amigos y al agua no la quería más que para bañarse. Y vos entre lágrimas me repetías siempre que tenía que irme algún día de ese pueblo. ¿Te acordás que Clarita nos había contado que cuando trabajaba en la ciudad casi ni se enteraba si había tormentas? ¿Estaría tan ocupada trabajando en esa casa tan grande, con ese señor gordo que tenía que atender o sería que llovía mansito nomás? Yo pienso que en el campo llueve más fuerte porque no hay nada que atrape la lluvia antes de que caiga. Acá está lleno de cosas, antenas, edificios, techos y sobre todo paraguas, cómo les gusta usar paraguas a la gente acá.

El otro día tuve que llevar a clase de piano a la hija. Estaba por llover así que apuré el paso. Ella lleva siempre unos cuadernos grandotes, pesados, cuando va a esas clases. Yo no tengo ganas de ayudarla con el peso y como ahí tampoco me ven los padres, la dejé que se arreglara como pudiera. Empezaron a caer unas gotas. La chica iba lenta porque le gusta caminar como los perros, mirotea todo en el piso, sobre todo las hormigas. Parece como embobada cuando encuentra esos hormigueros grandes llenos de arena. Entre tantas cosas que yo tenía para hacer en la casa, la lluvia que empezaba a mojarme y esta pendeja que no se apuraba, me llené de bronca y seguí caminando a paso firme. Pensé que si después contaba a los padres que yo la dejaba sola, iba a tener otra vez problemas con el señor. Como esa vez que les dijo que le pegué con el cucharón de sopa en la cabeza para que comiera. Pero es que tanta comida servida y ella siempre sin hambre, despreciando… El señor me llamó en privado para hablar en el living. Yo me sentí un poco tímida, pero también alegre… a lo mejor quería algo más, ¿por qué a solas los dos con la puerta cerrada? Caminaba más rápido recordando ese momento y la chica ya era un puntito lejano atrás, como a tres cuadras. Se iba a mojar toda la ropa. Pero daba igual, era un alivio tenerla lejos y estoy segura que ella sentía lo mismo. Como una libertad. Porque yo me sentía su esclava y ella debe haber sentido que yo era su ama.

Pero, ¿si se perdía o le pasaba algo…? En el living el señor me tomó fuerte del brazo, muy enojado y me dijo que con su hija no me metiera, me preguntó por qué la trataba mal. Yo no sabía qué contestarle, no le iba a decir que no la quería, que los chocolates que traía de regalo después del franco del fin de semana eran para los varones, que ella se quedaba mirando y eso me daba una risita burlona por dentro, mocosa del diablo, qué se cree, que a ella le voy a comprar regalos.

Me di vuelta otra vez y ahí estaba, como mirando los chocolates, quieta en medio de la calle con los autos que le tocaban bocina, dura de miedo con los libros de piano contra su pecho. Un Renault 12 azul como el de Carlos, la toca y ella se cae y yo no pude evitar una risita burlona. Y lo primero que pensé fue en el señor gritándome en el living y no supe qué hacer. Si se muere, me echan; si sobrevive, también. Pasan unos minutos, un montón de gente amontonada alrededor de ella. Dios mío, tendría que haber sido más buena con esta creatura, al fin de cuentas qué culpa tiene ella. La lluvia es cada vez más fuerte y recuerdo cómo nos gustaba salir a mojarnos con Miguel corriendo campo abierto cuando llovía en verano. Eso me hizo sonreír, extrañar a mi hermano, o a cuando éramos chicos, cuando yo me reía y jugaba y también lloraba. Esta nena al fin y al cabo no me ha hecho nada malo. ¿Por qué no la quiero, mamá? Si la quisiera, quizás, yo me volvería más buena y Dios me daría un buen esposo… No puedo caminar, me duelen las piernas del susto y los pensamientos. Un trueno que asusta y me acuerdo de la Virgen a la que vos siempre rezás, mamá, y le prometo que voy a cambiar, que nunca más un reto, que no la voy a obligar a tomar el café con leche, que si lo vomita, tampoco lo va a tener que limpiar, que le voy a pintar bien las uñas si me lo pide, no como ese mamarracho que le hice el otro día, risita burlona… virgencita, pro tejémela… . En eso veo que se levanta del piso, busca los libros desparramados en el pavimento y sale caminando despacio para donde yo esperaba, quieta como estaca. La gente se queda mirándola como un milagro. A medida que se acerca, le veo las rodillas lastimadas y como arroyitos de sangre que la lluvia hizo en sus piernas y ella estirando el vestido de flores amarillas para que no le vea la mugre y no me enoje. Ahora voy a tener que lavar la pollera y todo por quedarse como opa mirando los bichitos. Pero me acuerdo de la virgen y del milagro.

Ella no me mira. Sé que siente un gran desprecio por mí. La mataría. En el lío que me puede meter. Con rabia, la llevo del cuello empujándola las dos cuadras que faltan. De esto, ni una palabra a tus padres, le digo. Jamás en tu vida se tienen que enterar. Ella afirma con la cabeza.

Cuando leí que Gabriel Pantoja afirmaba: “…recién empiezo a leer cuando presumo descubrir los procedimientos que llevó adelante el que escribe”. pensé “qué suerte”. Porque a mí me pasa igual y porque al leer su poesía me parece que es un poco inutil y vano hablar de eso; sin embargo, ese comentario suyo me hace sentir que... bueno, es una especie de fatalidad que uno lea desde uno, que leer es comprender y que el esfuerzo de la comprensión es permitir que lo que se lee nos desaloje parcialmente. A veces el esfuerzo es mucho y se termina por abandonar el poemario. En este caso, no, y por eso, una vez que he sido al menos parcialmente corrida del medio, me atrevo a una especie de segunda navegación que intente captar y traducir qué hay de bueno en estas 327 vacas, que son desde el vamos una y múltiple de tres: la vaca, el poeta y el punto (de vista, de recuerdo y de ficción). En el curso de lo que punto de vista, recuerdo y ficción sugieren en la dispersión de sus respectivas redes semánticas, se desarrolla vertiginosamenteelpoemario. He mencionado la palabras “desalojo” y “curso” y pienso que han venido en mi auxilionocasualmente,sinoporelhecho mismo de que Pantoja recurre a esos parámetros elementales que son el espacio y el tiempo y, a través de sus poemas, se des-plaza o intenta hacerlo corriendo un poquito las atribuciones consensuadas en el lenguaje. Por ejemplo: la comoda practicidad del pronombre “yo”, que hace referencia a uno y además a uno mismo (aquí el yo bien puede ser muy plural y no siempre sí mismo); la duplicidad de sujeto/ objeto, por lo general enfrentados en una relación de conocimiento, donde el primero es activo y el segundo, pasivo (otra comodidad del pensamiento por lo menos matizable, pero que aquí es francamente subvertida); las relaciones de inclusión, en las que por lo general lo más grande incluye a lo de menor tamaño (encontramos inversiones en las que por ejemplo, en vez de haber un pozo vacío en la tierra, hay un vacío de pozo en que se precipita la tierra entera), etc. Basten estos ejemplos para ilustrar que romper con las categorías lógicas fijadas en el lenguaje es parte, entonces, de este juego minimalista, que sin dejar de ser una exploración ágil e ingeniosa, no se agota en ello. Se percibe un afán: la persecución de un estado de extrañamiento, pero desde el punto estático de la contemplación que imagina. Es raro eso, porque asociamos la contemplación a una acción que, partiendo del contemplador, tiende a desaparecer en lo contemplado. Al calificarla como imaginativa subrayo que esa contemplación es productiva y modifica lo contemplado.

Quizás sea porque la tensión de esta poética se sitúe entre las palabras y las cosas y entonces modificando los vínculos entre una palabra (una imagen conceptual) y el resto de las palabras que se refieren a la realidad, se termina generando una representación de las cosas extraña y sorprendente. Por eso la vaca, “el” tema de la composición escolar, ridículo por excelencia; “mamá” y nombres de compañeros de aula, como apelativos que convocan a la niñez y a veces a la niñez misma como ese momento de posibilidad genuina de creación poética sin intención ulterior de decir nada, sino de decir lo que el niño ve o lo que se cree ver o su versión de cómo funcionan las cosas. Pantoja no intenta asumir el punto de vista de un niño (eso me parece un gran acierto), sino que lo integra; es un guiño nomás, una manera de apuntar a una dirección que se va corriendo a medida que somete al lenguaje a dislocaciones posibles e imposibles.

En efecto, el lenguaje es una malla que aprisiona... ah, pero qué cantidad de vacíos en el tejido de la red como para escaparse un poco; su misma complejidad asegura tanto la eficacia comunicativa como las posibilidades de innovación: semántica, morfología y sintaxis, registros de habla y escritura, géneros y estilos, tropos

Y metáforas, recursos propios de cada género que son también una construcción histórica que aceptamos e incorporamos, etc. etc. etc. Plantear la mínima pregunta sobre alguno de estos nudos, desnaturalizarlos abre a un panorama nuevo, como creo que hacen alguna de las (des)compuestas vacas de Pantoja.

Y sin embargo no respondí mi pregunta, esa que todavía no escribí, pero que desde el comienzo vengo rumiando: si esto no es solamente una mera juguetona reflexión sobre el lenguaje, como puede parecer según lo que he escrito, ¿qué lo convierte en poesía? Ante las dificultades de definir, bien podría poner un punto final en el párrafo anterior y chau, pero eso no va a impedir que siga preguntándome qué hace que sea poesía este libro –como creo que es-

Y me parece que la clave la da el tono, una no ocultada desazón, algo que no es reductible al lenguaje convertido en cantera y en el que Pantoja se mete como si no fuera piedra, sino una corriente dúctil que transcurre en un presente absoluto: cuando aparece el pasado o el futuro, cuando aparece el tiempo, ese fuir se detiene y lo que estaba junto se separa, se individualiza y entre la palabra y la cosa hay un abismo... de nada..

Elisa Molina

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