El Epicentro Edición 49

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COLUMNA DE OPINIÓN

Cines y librerías de Valparaíso

S

in duda que las imágenes que han quedado registradas en fotografías antiguas del Valparaíso del ayer, permiten recrear un pasado mejor de la ciudad. En el viejo Pancho había una cantidad de salas de cines, ubicados principalmente en la avenida Pedro Montt, como el Real, el Teatro Imperio, el Brasilia, el Colón, el Avenida, el Velarde, todos desaparecidos como tales, a excepción del último citado que terminó transformado en teatro municipal, mientras que los espacios ocupados por las otrora salas vivieron diversas metamorfosis como supermercados, carnicerías, ferias persas o artesanales, o convertidos en un edificio de departamentos.

que en la calle Victoria estaba el Rívoli uno de los primeros que se convirtió en una feria persa. Algunas de las salas de estos cines eran unas verdaderas joyitas arquitectónicas y artísticas no sólo por la calidad de la construcción, sino también por los elementos decorativos que las conformaban en su interior, como los que había en el Metro, en el Imperio o en el Valparaíso. Lo mismo podría decirse de los adelantos tecnológicos. El cine Real era una gran sala con una pantalla panorámica. En estos cines presencié importantes películas –y otras no tanto-, que quedaron grabadas en mi memoria y que me convirtieron en un cinéfilo.

Frente a la plaza de La Victoria, estaba el Valparaíso, cuyo lugar después de su demolición lo ocupa una tienda comercial. Por el contrario, enfrentando al Parque Italia se ubicaba el famoso Cine Metro donde se estrenaban las películas de la MGM, cuyo edificio fue transformado en una multisala para exhibir al unísono variados filmes de diversas temáticas. Recuerdo

Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, sin duda, que los cines comenzaron a decaer no sólo en Valparaíso, sino también en otras ciudades y pueblos donde existía, al menos, un cine como el Lux de Casablanca. En Valparaíso había otras salas como el Pacífico que estaba en el sector puerto cuyo edificio es hoy una bodega, y otros menores ubicados en galerías de la

calle Condell, como el que lleva el mismo nombre de la arteria comercial o el Central, que se especializaban en películas de dudosa calidad y de temáticas pseudoeróticas. Cabe mencionar que en los cerros porteños también había salas de cine para el deleite de sus moradores. En relación a las librerías que conocí desde niño, después como adolescente y luego como joven estudiante universitario, me acompañaron siempre hasta que, paulatinamente, fueron desapareciendo de Valparaíso, la última de las cuales fue la Librería Orellana que estaba en calle Esmeralda. Un buen número de ejemplares de mi biblioteca fueron adquiridos allí, al igual que mis primeras enciclopedias; allí conocí a don Gastón Orellana y su esposa, atendiendo solícitamente a sus clientes. También estaba la Librería El Pensamiento en calle Victoria, donde siempre había ejemplares en liquidación o en ofertas; muchos de mis libros fueron comprados a don Macario y a su hijo Luis

Ortés, especialmente en los años de universitario. Entrar allí era una verdadera caja de sorpresas, pues siempre había alguna novedad con la que salía bajo el brazo (en realidad, esto siempre me pasa cada vez que entro a una librería). Recuerdo que en la plaza de La Victoria se situaba La Joya Literaria que aparte de tener libros también se dedicaba a los útiles de escritorio (entre paréntesis, hoy se tiende a llamar librería a un negocio destinado a estos últimos), al igual que la Librería El Peneca que se ubicaba por calle Victoria a la altura donde se encuentra el Congreso Nacional. La librería rendía homenaje con su nombre a una publicación infantil del mismo nombre que circuló entre 1908 y 1960 y que el lector interesado puede ver en Memoria Chilena de la DIBAM. En esta librería descubrí la “Historia personal de la Literatura Chilena” de Hernán Díaz Arrieta (Alone), editada por Zigzag en 1962. Cada vez que pasaba por allí miraba en la vitrina el rostro de Alone, que estaba en la portada del libro hasta que me

compraron la obra. Otra librería que estaba cerca de la Orellana, era la Universitaria que comencé a frecuentar cuando entré a estudiar Pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile, sede de Valparaíso. Hoy día sigo ocupando libros como académico de la UPLA que adquirí en esa librería, como los Milagros de Berceo de la editorial Castalia; es un ejemplar de 1969. Al interior de ese libro dejé la boleta de cuando lo compré, cuya fecha indica el 31 de agosto de 1973, es decir, a pocos días de la fecha que marcaría nuestra historia. Hoy este lugar es ocupado por la Librería Andrés Bello, que se dedica también a los libros de derecho. No puedo dejar de mencionar entre las librerías desaparecidas que siempre se añorarán, las que pertenecían a don Modesto Parera, el poeta español y librero, que llegó a Valparaíso en el famoso barco de exiliados españoles, de quien con el tiempo hice amistad. Una de sus librerías se ubicaba en la plaza Aníbal Pinto (hoy el espacio lo ocupa un café) y la otra estaba en Condell esquina de Bellavista.

Por: Eddie Morales Piña, Profesor Titular, Universidad de Playa Ancha.

A propósito, en aquella plaza está la Librería Ivens y cerca de ella la Ateneo. Por último, entre las librerías actuales no puedo olvidar la de mi amigo Mario Llancaqueo en Pedro Montt frente al Congreso; me refiero a la Librería Crisis donde uno puede encontrar el libro que andamos buscando, además de que siempre es un agrado conversar con Mario y escuchar la música clásica que se siente en el local. Aparte de las librerías literarias mencionadas, he frecuentado hasta ahora la Librería San Pablo, que es una dedicada a las obras doctrinales y litúrgicas del catolicismo y que lleva en Pedro Montt hace ya muchos años.


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