EL APUNTADOR # 5

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Editorial Isidro Luna El tiempo de los relojes pasa a un mismo ritmo siempre, no se altera y cuando lo hace, para atrasarse o adelantarse, sabemos que solo es el efecto ficticio de un aparato que funciona mal, pero que todo fluye de idéntica manera, más allá de lo que digan las manecillas. 
 Sin embargo, el tiempo cultural y psicológico está lleno de diversidades, de alteraciones, de velocidades distintas: a veces se acelera, a veces se vuelve tan lento que creemos que nada pasa, o sucede algo tan repentino que la vida cambia en un instante.


En primer caso hablamos de extensiones, medimos el tiempo por alguna forma de desplazamiento espacial; en el otro, se trata de intensidades, de formas de vida que se apropian del mundo a su manera específica, concreta, irrepetible. 
 Las temporalidades culturales, que las religiones han tomado en su propio provecho, distinguen entre tiempos fuertes y tiempos débiles, entre tiempos normales y tiempos especiales, que finalmente determinan el espíritu de la época. 
 Los tiempos fuertes ponen en nuestro mundo unas marcas, que nos llevan a seguir unos rumbos, unos modos de existir, de sentir, de entregarnos a los afectos, de vivir en la colectividad. Así hay un adviento, un carnaval, una semana santa y en medio los tiempos en donde parecería que todo descansa esperando aquellas ocasiones que o bien aceleran nuestra vida o bien la vuelven más intensa. 
 Sin embargo, para nosotros lo importante es que cada uno de estos tiempos, cada marca que colocan los acontecimientos, se hacen a través de una dramaturgia, de una serie de elementos rituales, ceremoniales, de perfomances, de textualidades especiales que indican que la temporalidad ha cambiado y que es preciso habitar el mundo de otra manera. 
 Sin seguir este rastro cultural y religioso, el teatro contemporáneo intenta romper con el tiempo lineal, quiere quebrar la pura cronología de nuestra existencia y abrir una brecha para que penetren otras velocidades, otras intensidades, para que otros mundos sean posibles.
 El teatro sobre todo en el mundo andino es heredero de esta dramaturgia religiosa y simbólica; ya secularizado no pierde, o no puede perder, este origen fundamental que liga a la historia, a los acontecimientos, a la realidad. 
 Las temporalidades de la realidad social y cultural se expresan de manera privilegiada en el teatro; los ritmos, las tematizaciones, las subjetividades que creemos que solo son elecciones de los directores, de los grupos, de los escritores, efectivamente responden a un devenir profundo, subterráneo, oculto que emerge como algo imprevisible, como crítica del ahora para abrirle paso al futuro.


COLABORADORES El Apuntador es un boletín de divulgación de las artes escénicas contemporáneas en el Ecuador Distribución gratuita Tiradas 1000 ejemplares Directora: Genoveva Mora Toral Colaboran en esta edición: Genoveva Mora: Escritora, investigadora y crítica de danza y teatro. genovevamorat@gmail.com Cristian Cortez: Dramaturgo Alfonso Espino: Diseño editorial.· Diseño gráfico · Edición de libros · Periodismo · Redacción Oscar puentes: Isidro Luna: Escritor, dramaturgo, investigador. isidroluna@gmail.com Gabriela Ponce: Escritora y directora teatral. Se desempeña como docente de artes escénicas en la Universidad San Francisco de Quito Diseño: Carlos Zamora Foto de portada: Variaciones sobre la vida del ahorcado Edición: Marzo 2005 Las opiniones emitidas en los artículos, firmados por sus autor@s, son responsabilidad de cada un@ de ell@s. No comprometen a la edición. Las fotografías son propiedad de El Apuntador, a excepción de aquellas cedidas o reproducidas citando la fuente y con su respectivo crédito.


CRÍTICA

Gerson Guerra . Foto Cortesía

Cirandar Genoveva Mora Toral Una historia contada con cuerpo y alma, marcada en la vida de tres personajes que a fuerza de girar, morir y nacer alcanzaron la liberación de sus cuerpos, porque la de sus almas la consiguieron en el espacio recóndito de la mente, en esas salidas forzosas de la una apabullante realidad. 
 Hay algo importante que se destaca en esta obra que la interpretan dos bailarinas y un actor, y es la construcción de un lenguaje fuerte, marcadamente teatral de una poética muy particular, propia de esta pieza. De hecho, se siente la mano de un gran director: Arístides Vargas.


La obra está muy bien concebida, tiene momentos realmente buenos que compensan cualquier pequeño bemol. Se da un muy buen entendimiento entre las intérpretes, un nivel de entrega, de energía que fluye y al mismo tiempo se concentra, creando ese mundo paralelo, espejo que nos asusta, porque todos los símbolos de los que se vale la puesta, aunque en muy pocos momentos aparecen realistas, consiguen un efecto que conmocionan al espectador. 
 La sugerente escenografía nos sitúa en el espacio del encierro, reforzado por una coherente iluminación que va instalando espacios y personas, así como la utilización de objetos con harta naturalidad. Imágenes bellas, decidoras, como aquella de ese vestido vacío manipulado más que por las manos, por la voz de un personaje ambiguo, verdugo y mesías al mismo tiempo. Conseguida es también la escena del columpio donde las niñas se balancean y son capaces de trasladarse y trasladarnos al universo de su sonrisa, transportarnos en el vuelo de su escape al país de la inocencia y el amor. 
 Cuando miramos una obra de varios intérpretes no lo hacemos con ojo de jurado, ni mucho menos, intentamos un mirada global, objetiva, pero también es cierto que a veces los personajes se posesionan nos atrapan y cuesta quitarles la mirada, algo así sucede en esta representación en la que Josie Cáceres, bailarina de grandes dotes, sorprende con el trabajo teatral y se erige como un personaje tremendamente fuerte que encandila e imana con su gesto y su palabra. 
 Cirandar es un viaje poético, triste y bello también, por eso en la escena final cuando los tres niños están de espaldas al público y finalmente parecen alejarse del dolor, y una luz blanca ilumina el fondo del escenario consigue la ilusión de mirar ese convento a la distancia, muestra una imagen titilante que sugiere acabamiento, lejanía, distanciamiento; razón por la que la última secuencia en la que los niños escriben en esa pizarra es como si nos cortaran la mirada, las palabras escritas provocan un efecto adverso y se vuelven innecesariamente evidentes ya que toda la puesta en escena se había movido en una plano decididamente simbólico, ¿para qué insistir con estos signos de lectura acabada? Josie Cáceres, Gerson Guerra y Carolina Váscones son los protagonistas de esta representación que oscila entre la danza y el teatro.


Una propuesta orgánica, lograda, donde se conjuga el drama y el lenguaje dancístico. ¡Buen trabajo!

Foto cortesía del grupo: Martha Ormaza, Valentina Pacheco, Elena Torres y Juana Guarderas

El coyote que no llega Alfonso Espinosa El buen trabajo de tres actrices es el pilar que sostiene en pie la obra Esperando al Coyot, que el elenco del Patio de Comedias presenta en una nueva temporada. El texto y la dirección son del cuencano Juan Andrade.


El título de la obra invita a pensar en la figura del escritor irlandés Samuel Beckett, sin embargo, más allá del juego sonoro del nombre (Coyot-Godot), la invocación es gratuita. La espera por alguien que no llega es la parte de la anécdota que esta “tragicomedia cabaretera” y la célebre obra del Nóbel comparten. Nada más.
 Tres mujeres, todas artistas populares, se sostienen aferradas a sus sueños en el filo de navaja de la migración ilegal. El paraíso que se supone hallarán al final del viaje es más un anhelo, un cuadro que se dibuja en la imaginación de cada una de ellas de acuerdo a sus propios deseos. 
 Juana Guarderas es una vendedora de feria, cuentera que debe usar su palabra para vender todo lo que uno pueda imaginar en canchas y plazas públicas. Elena Torres encarna a una cantante popular “romántica”. Valentina Pacheco es una recitadora que nunca recuerda el nombre del poeta al que cita… de memoria. 
 Los textos son dichos con honestidad. Cada personaje va mostrando su historia desde un mismo lugar, un cuarto que comparten encerradas esperando al supuesto benefactor que les ha prometido fama y fortuna. Juntas, serán un trío triunfador de tecnocumbieras… o al menos eso esperan. 
 Si bien la relación con el texto dramático es fluida (y ese buen amor se expresa en un manejo orgánico de las voces, intenciones verbales, inflexiones y dialectos), no lo es tanto la construcción corporal de los personajes. Fuera de la cantante de cabaret, que explota su sensualidad inherente, no se percibe una construcción corporal de parte de las actrices. ¿Cómo pasa una recitadora acartonada y cursi, acostumbrada al juego floral del cantón y a traje sastre, a ser diva en minifalda? ¿Cómo baila y se muestra a sí misma la cuentacuentos, que ejerce sentada ante los tesoros que vende a punta de voz?
 La obra resulta entretenida en su hora de duración. Una puesta en escena sencilla apela a un manejo ordenado de un espacio escénico establecido, apenas alterado durante el relato que cada personaje hace de su historia. Los recursos más bien realistas de escenografía y vestuario ayudan a construir un espacio escénico fácilmente accesible para el espectador, aunque es un espacio terminado, “sin sorpresas” ni lugares por construir. 
 En diálogo con diario El Universo, el autor y director Juan Andrade


decía sobre la obra que “es una voz de alarma ante la erosión de las artes populares. Es un homenaje a los artistas de vivencia que propone legitimar las artes no reconocidas oficialmente. Las artistas presentadas en el escenario están condenadas al fracaso. Se van huyendo de un lugar donde no pudieron ser nadie. Se van a un lugar donde jamás serán nada”.

Foto cortesía de Fantoche. Ruth Coello, Omar Galván

Vuelve la impro a Guayaquil Cristian Cortez Omar Galván con Solo Impro, y el grupo La Mueca con Los Improvisados, simultánea-mente, están presentándose en Guayaquil con espectáculos donde el público interviene ampliamente. 
 ¿Qué es la Impro? Pues, un conjunto de técnicas que se basan en la rapidez de reacción, actitud lúdica, el carisma, la creatividad y la buena actuación.


La improvisación es tan antigua como la Comedia del Arte; sin embargo, en siglos posteriores fue considerada sólo como parte del proceso de montaje. A mediados del siglo XX comienza a ser revalorizada y a sistematizarse como técnica desde la investigación del canadiense Keith Johnstone, quien mientras dirigía una compañía de teatro en Londres, encontró que los ensayos eran más divertidos y relajados que las mismas funciones. Asimismo, la profesora de actuación Viola Spolin, en EEUU, advirtió que del espíritu lúdico de los niños podía extraerse ciertos parámetros que, de ser respetados, aseguraban el crecimiento del juego en escena. La improvisación teatral dejaba de ser un lugar tránsito hacia el personaje o el texto definitivos para convertirse en un producto artístico en sí mismo. 
 Fue en 1977, en Canadá, que Robert Gravel e Ivon Leduc se inspiraron en el hockey sobre hielo para crear el Match de improvisación, una puesta escénica deportiva y teatral en la que se actúa y compite a la vez. Espectáculo masivo, que además tenía el atractivo de ser único e irrepetible. A nuestro país llegó con 26 años de retraso. 
 Un árbitro, dos equipos, 6 jugadores, un presentador y dos asistentes del árbitro eran parte del elenco. No es precisamente un partido de la Selección; aunque estamos frente a equipos uniformados, este partido tiene características teatrales, donde el escenario es un cuadrilátero de boxeo, y el árbitro debe seguir firmemente un reglamento internacional. Los equipos improvisan, cuentan historias, crean al instante obras teatrales. Luego el público, desde su asiento, las califica mostrando una tarjeta con el color de la camiseta del equipo por el cual votan. El juego cuenta con un marcador electrónico que contabiliza los puntos y las faltas de los equipos. Es el Match y para ponerlo en escena en Guayaquil, el grupo Fantoche, dirigido por Hugo Avilés, compró la franquicia internacional. 
 La experiencia de Impro ha tenido éxito en muchos países aunque también nos planea algunas interrogantes que las dirigimos a los actores: 
 ¿Qué se siente en una experiencia de Impro? 
 Hugo Avilés, director del LEI opina: “Es un espectáculo sustentado en la capacidad de un actor al enfrentar situaciones imprevistas, exige un


derroche de creatividad que lo asista en su labor de sostener la escenificación. Un formato de espectáculo distinto; conjuga el teatro y el deporte, cosa que lo vuelve supremamente original pues toma del primero la competencia y el fervor del público, y del segundo, la destreza actoral y el ingenio para improvisar”. 
 Raquel Rodríguez, productora de Solo Impro, dice: “En escena te sientes descubierto, sólo tienes tu cuerpo, tu voz, tus manos, tu rostro y tu agilidad mental para decirlo todo en veinte segundos”. 
 “Alguien que nunca ha hecho teatro puede aprender las reglas y el mecanismo de la improvisación y puede jugar. Hay actores reconocidos que, en cambio, no podrían jugar Match”, acotó Ruth Coello. 
 ¿Puede la Impro suplir la ausencia de teatro convencional en Guayaquil? 
 Ángela Arboleda, quien fue integrante también de la LEI: “Ningún género escénico puede suplir a otro. Todos son procesos culturales. Creo que el éxito del Match se debió a la frescura del formato (competencia), el económico costo de la entrada y al espacio no convencional (una ex sala de patinaje) donde podías ir con ropa informal” 
 Antonella Rossi, integrante de la LEI opina: “Considero que este divertido espectáculo debe ser una alternativa más de las artes escénicas pero no la única que convoque.” El Match de Improvisación pudo complementar satisfactoriamente esa carencia. Se mantuvo durante ocho meses en escena, convocó alrededor de tres mil espectadores y regaló al público un espectáculo creativo, original, lleno de energía, talento, recurrencia, y “algo de buen marketing puesto por sus organizadores”, concluye Hugo Avilés. 
 Los criterios siempre son diversos pero estoy seguro que la Impro llegó a Ecuador y, al parecer, ¡se queda!


Foto cortesía del grupo. Andrea Ordóñez, María Beatriz Vergara

Función continua Gabriela Ponce Obra de riqueza múltiple que trata sobre el teatro, se burla de él, y regresa a él para proponer una crítica mordaz contra actores y público. Así son las obras de Andino: cargadas con una fuerza que no hace concesiones. Andino nos incomoda porque nos delata. 
 Ésta no es la excepción, Función Continua, pone en escena a una actriz de teatro shakesperiano que brinda su función, como tantas veces sucede en la realidad, para una única espectadora que asiste a la función para encontrarse con su amante. Ahí empieza el juego entre ambas; una, desde las butacas, y la otra, desde las tablas, se embarcan en un diálogo que confronta al teatro con la vida, que cuestiona el teatro desde sí mismo, burlándose, por ejemplo, de la técnica actoral y de los métodos de construcción de personaje, en fin,


de un teatro que parece haberse olvidado que su esencia está en el juego, en la disposición para jugar y para creer en ese juego. 
 Es ahí mismo donde se encuentra la gran riqueza de la obra dirigida por María Beatriz Vergara, y protagonizada por ella misma y Andrea Ordóñez, en ese gran juego en el que se envuelven las actrices, que invita al teatro, y que nos propone que la vida es después de todo, teatro. 
 Esta es una de esas obras, que deja al espectador con tantas cosas que decir. Me atrevería en estas últimas líneas a resaltar la riqueza textual cargada de humor, que desde la sencillez, propone una estética limpia, precisa, fresca, contando además con la impecable actuación de Andrea Ordóñez.

Otra lectura de Función continua Teatro dentro del teatro Alfonso Espinosa ¿Para qué sirve el teatro? Considerada la perenne crisis de público, estos lugares semi-vacíos son el escenario oscuro o discreto que reclaman las buenas maneras, los amores prohibidos. Como es prohibido el amor de una mujer por el esposo de su hermana, y más cuando la hermana es una gorda policía, literalmente, de armas tomar. 
 El teatro, ese teatro casi vacío, tiene del otro lado una actriz que quiere, una vez más, ser profundamente sensible y decir las palabras de dios… que es Shakespeare. Una actriz que se ve obligada a construir el personaje de la amante, para que la hermana policía no la mate. 
 Ese enredo es parte de lo que ofrece Función continua, el estreno con el que el grupo Zero no Zero inaugura su sala de artes escénicas, dentro de su local en la CCE. Se trata de un texto de Peky Andino Moscoso, dirigido por María Beatriz Vergara y protagonizado por ella y por Andrea Ordóñez.


El texto del dramaturgo latacungueño anota, con ironía y sarcasmo, la precaria situación del teatro. De un teatro al menos: ese de dioses y ritos sagrados, ese con afán de trascendencia y motivaciones mayores de vida y, paradoja, un teatro que se opone a la misma… Nadie habla como “dios”, nadie se viste como Lady Macbeth, nadie camina como esos personajes. Fuera del teatro, la vida ofrece otros dramas que demandan una solución inmediata. 
 Más cuando el débil del amado le cuenta todo a la esposa policía. Ahí sí que la urgencia apremia, y la actriz, conminada por su única espectadora, debe inventar qué decir para salvar la vida ajena. Más urgente es la necesidad que desde fuera del teatro llama (¡y es un William quien llama!) para ofrecer a la actriz de dios el trabajo en un comercial de papas fritas. 
 La intensa actuación de Andrea Ordóñez es uno de los valores más altos de la puesta. Junto a la aplomada experiencia de María Beatriz, el trabajo escénico de la joven actriz de Zero no zero ofrece una rica combinación de humor, precisión y excelente manejo verbal en la evocación del acento chileno.
 La directora actúa de actriz, es la intérprete clásica, la actriz encaramada en tres lugares comunes sobre lo excelso de su oficio, y es la mujer que debe resolver sus necesidades materiales más allá de sus principios. Estos desplazamientos son resueltos ante los ojos de un espectador que podrá valorar la complejidad del personaje. 
 Función continua estará presentándose durante todo marzo, de jueves a domingo, en la sala de Zero no zero, un piso arriba de la Sala Mariana de Jesús, en la CCE.


Foto cortesía del grupo. Santiago Naranjo Viera.

La seducción del ahorcado Genoveva Mora Toral Palacio ha sido siempre un autor que ha seducido desde lo incierto, lo irónico, desde el juego de la inteligencia, de la resistencia también. Él, era el escritor que no tenía rostro, solamente palabras contundentes y desconcertantes. Lúcido y enrevesado al mismo tiempo. Finalmente hoy lo conocí, lo escuché, y volví a caer en su trampa, no sé si fue él, su personaje, un actor o Santiago Naranjo Viera… 
 Una puesta en escena nos convoca desde distintos aspectos, algunas veces se trata de una dramaturgia que da relevancia a la acción,


otras lo hacen desde el vestuario, recursos, iluminación, juego con otras artes, etc. Pero definitivamente, la dramaturgia más intensa es la del actor, del buen actor. Y este es el gran mérito de Naranjo, que se revela con una fuerza y consistencia sorprendentes. Podríamos ir enumerando el trabajo de voz, el gestual, el cinético, etc, pero lo importante es la conjunción de todos estos recursos que lo erigen como el loco lúcido, actor – personaje alucinado de este drama. Una obra que va in crescendo, rompe como lo hacía Palacio con la estructura tradicional, no llega a un clímax para luego resolver el conflicto, es un ascenso que avanza, avanza hasta que cierra la representación, y recién ahí respiramos algo aliviados porque el ahorcado también se ha retirado. Pero nos ha involucrado de tal manera que terminamos preguntándonos ¿quiénes son los verdaderamente cuerdos? 
 El juego con los zapatos, los cambios de personaje, van igualmente creciendo en intensidad hasta que llega el momento del juicio, que es cuando Santiago se entrega profundamente, cambia de personalidad una y otra vez, es un loco, un mentiroso, un juez, un escritor. 
 La música distorsionada, el disco rayado, el cubo, ana, la bicicleta, la camiseta, las media nylon, las sonrisas, el burócrata, el socialista, el amargado, el parásito universitario, el defensor indefenso, el fiscal agredido, el rival disfrazado de fiscal, las amigas: tontas, ingenuas, frívolas, miedosas y coquetas, todo eso es Santiago, es palacio, es el personaje, los personajes… 
 Esta última obra dirigida por Andino, protagonizada por Santiago Naranjo, quedará marcada por largo rato en la memoria. En ella conjugan tres nombres, Palacio, Andino y Naranjo, y los tres llegan a un encuentro feliz, no por lo que la palabrita indica, sino por lo fuerte, lo intenso de la representación. Andino es un escritor ácido, irónico, pero aún así su encuentro con Palacio tiene que haber sido feroz, pero claro, la peor carga creo que la llevó Naranjo quien tuvo que personificar dos voluntades: un texto en el que la realidad y la ficción se desvanecen, y un personaje a quien el desvarío parecer ser lo más sólido, lo que le sostiene. 
 El reto de trasladar a escena toda esta maraña de personajes y voces, y salir ileso es realmente un logro, como lo es revivir el espíritu de un escritor que insistió en mostrar el circo descompuesto en el que se balanceaban la justicia, la política, sus gobernantes, el poder, la


descomposición… lo humano. Actual, demasiado actual. ¿No se asemeja el tribunal del ahorcado a todas estas nuevas y viejas cortes que deciden la justicia y la vida de tantos ahorcados y muertos a puntapiés en este nuestro Ecuador?

6 Poéticas hablan de la buena salud de la danza Alfonso Espinosa Las buenas gestiones de la Compañía Nacional de Danza para mejorar el presupuesto de este centro de formación y difusión escénica van dando sus frutos. A más de la consolidación de la escuela de iniciación de la CND, hay un franco remozamiento en los lenguajes dancísticos que se exploran en el local de la Río Coca, al norte de Quito. 
 Eso se pudo apreciar en la muestra de seis coreografías que formaron


el programa único de Poéticas en danza 2005. La noche se abrió con Muy debajo, coreografía del maestro mexicano Jaime Sierra. Tres parejas, cada una en un distinto corredor del escenario. 
 Una misma rutina de encuentro, confrontación y rechazo del cuerpo ajeno. Ellos quieren mantenerse de pie, y ellas les cargan su peso sobre los hombros. Ellas se muestran esbeltas y ellos las elevan para luego dejarlas caer y ocultarlas. Del mismo Sierra se presentó Niños de sal. De nuevo son tres, ahora no dúos, sino hombres solos. La evocación del juego infantil y las confrontaciones entre quienes comparten el espacio lúdico son el alma de la pieza, que requeriría un mayor trabajo actoral en los bailarines. Otro punto débil de esta obra es la relación de los bailarines con los objetos (barcos de juguete) que no tienen una carga significativa en escena: igual daría si fueran flores o paraguas. 
 No matarás, de Isaac Yépez, ofreció una propuesta intensa de danza moderna realizada con profesionalismo y precisión, aunque sin mayor variedad o sorpresa en el lenguaje. Terry Araujo es al autor de un dúo, Brisa de la muerte enamorada, que juega con el ballet clásico. Juega al ballet y recarga las tintas, al punto de desplazar irónicamente los recursos clásicos, para cuestionarlos y poner en evidencia sus artificios.
 Lo mejor vino de Cuba. Las dos coreografías de Jorge Alcolea, interpretadas por integrantes de la CND, llamaron la atención por lo orgánico de su construcción y por la apertura a lenguajes escénicos raramente citados en la danza y al humor. Manos (con bailarines vestidos de negro, con guantes y zapatos rojos) invita a la técnica del mimo al escenario del bailarín. Plásticamente, los momentos de agrupación, donde se tejía una mancha oscura con manos rojas que pedían, entregaban, saludaban, tocaban… Todo relajado, todo fluyendo, todo orgánico. Igual espíritu estuvo en el dúo Arriésgate. Él infla globos rojos. Ella se los revienta con una aguja. Él camina, la levanta para alejarla, pero se ocupa de lo suyo. Ella quiere ser vista, atendida. Rueda, vuela, acecha. Y fracasa. 
 Una muestra rica, interesante, que marca una nueva línea base para el trabajo de la Compañía Nacional de Danza. Aunque la apuesta, en general, sigue siendo de danza moderna, se percibe una interiorización madura de lenguajes más contemporáneos.


Holograma del pasado Genoveva Mora Toral Fernando Prieto, dirige a un grupo de alumnos de la Universidad Central en una obra que pretende un juego con el tiempo y, sobre todo, con el lenguaje del comic. El trabajo tiene algunos aciertos y mucha expectativa que no se llega a concretar. 
 Abre con dos cuadros seguidos que parecen ubicarnos en la temática de la puesta, pero finalmente quedan sueltos. La obra está compuesta de doce escenas que poco enlazan la una con la otra. Es un trabajo totalmente experimental que habla de las in-quietudes de los jóvenes integrantes y de su director. 
 Los actores y actrices, por su-puesto son estudiante, que empiezan a probarse en la escena, ellos saben que esto es solamente el inicio y que hay un gran camino por delante. La música, compuesta especialmente para la obra por Pedro Pablo Bravo, tiene segmentos que encajan bien en la propuesta y otros en las que se la siente un tanto agobiante. Así mismo tendrán que revisar el aspecto de iluminación, que si bien sabemos hay necesarios momentos de oscuridad, a ratos hace que se pierdan los personajes. Lo importante es seguir en la búsqueda y no olvidar que, hay principios básicos de actuación que funcionan en todo tipo de propuesta.


Foto tomada del Blog de Mauricio Gallegos. Marcelo Luje, Mauricio Gallegos

Heredarás un sueño Oscar Fuentes Aedo

En una frágil embarcación, Mateo (Luje) y Belisario (Gallegos), emigrantes y aparentemente perfectos desconocidos, capean a suerte de remembranzas –como si éstas fuesen mástiles, nudos y cabos– los embates del mar del olvido… o la muerte. 
 El primero, gracias al abuelo (Rosales) y los taitas sacramentos, discurre sobre su identidad, que no es más que esa conciencia de pertenecer a la tierra, al humus, mientras Belisario, lacónico pero irascible, renuncia al pasado para asir el futuro, el definitivo desligazón. Apariciones intempestivas de El hombre de espaldas (Badillo) son las que “le recuerdan el no-recordar”.


Ésta es una historia que adolece de una construcción más acabada, llamativa o, en el mejor de los casos, provocativa; en efecto, ambos discursos zozobran junto a sus personajes cuando, al confrontarse, lo anecdótico aborta las posibilidades poéticas, por lo que nosotros, los espectadores, asistimos al esbozo de una idea máxime un sueño heredado, –como nos sugiere el nombre– y no al cuadro pintado con seguras y firmes pinceladas.
 La migración seguirá siendo, de seguro, una temática recurrente en el teatro ecuatoriano actual. Entonces, ¿cómo abordarla desde el arte, para el arte? Nosotros preguntamos. Nuestro teatro responde.

Marco Romero Ficha técnica Actores: Pepe Rosales, Daniel Badillo, Marcelo Luje, Mauricio Gallegos, Lorena Rodríguez
 Dirección y dramaturgia: Marco Romero


La fiesta del chivo Genoveva Mora Toral

Llevar escena una pieza desde la narrativa de Vargas Llosa es al tiempo un reto y un acierto, La fiesta del chivo es una gran novela de un excelente narrador. En primera instancia el nombre ya se vuelve un atractivo, luego, la promociĂłn funciona, asĂ­ es como se deberĂ­a anunciar todas las obras teatrales en este paĂ­s, pero bien


sabemos que no existe dinero para eso, a duras penas para llevarlas al escenario. Pero bueno, quien puede hacerlo que lo haga. 
 ¡El Teatro Sucre lleno! Y yo me preguntaba, ¿por qué las obras nuestras no tienen tanto público? (Si ahora mismo tenemos excelentes en cartelera: Variaciones sobre la vida del ahorcado, Cirandar, Función continua, por ejemplo). La gente que está aquí no se la ve en el teatro (me refiero a las salas alternativas), es un público que busca el espectáculo, y bueno, con todo derecho. Entonces, ¿a dónde voy con esta aclaración? El punto está en que me entristeció mucho ver que disfrutaban de una obra de pocos méritos, uno de ellos adaptar una novela larga a dos horas y lograr contar la historia; el segundo, la producción, por cierto uno de los puntos flacos en nuestro medio en donde faltan productores que convoquen y se arriesguen por el teatro. 
 Pero, y viene el ‘gran pero’, o la gran pregunta ¿es este el teatro de hoy? ¿Una pieza al estilo de Broadway, de fórmula por demás gastada? No quiere decir que porque se adopte este modelo sea mala, nada que ver. Pero si analizamos solamente lo más evidente, la actuación, podemos a afirmar que es un teatro demasiado liviano. Actores que se exhiben en el escenario. No se siente un trabajo interior, no hay alma en esos personajes, excepción de quienes hacen de Balaguer y el ministro de relaciones exteriores y unos buenos momentos de la prima Lucila; todo es espectacularidad y nada más. Esto prueba otra vez que el teatro es, a más de recursos, escenografía, promoción; un arte y, como tal, algo en lo que se pone la vida. Queda la incógnita, frente a un director de la trayectoria de Jorge Alí Triana, reconocido, inteligente y prolífico. 
 Es difícil aceptar que vivimos en un mundo en el que se nos vende todo fácil, autoayuda inmediata, soluciones fantásticas, literatura liviana, filosofía resuelta…etc.



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