El Apuntador #55

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La escena es dividida en tres partes: la instalación musical (músicos, instrumentos y cantante); el espacio de la danza y una escenografía sobre la fosa del teatro, que insinúa un camposanto, unas tumbas o ese lugar en el que se encuentran perdidos los personajes. Esta división, evidentemente creada para el lugar de la representación, intuyo que busca generar tres líneas espaciales que operan independientes, pero que eventualmente intentarían encontrarse. En ese intento, los planos de la escena apenas se rozan por momentos, con pocas intervenciones de sus miembros (bailarines y músico), en los espacios de sus cohabitantes. Estas intervenciones se delinean tímidas, sutiles, esporádicas; y en esa calidad el espacio apenas se transforma. ¿La muerte no es un lugar, entonces, que permita el tránsito hacia y desde otros lugares? Cada uno de los planos espaciales mantiene una independencia austera y concreta, la iluminación -extraña y a ratos no muy favorable- construía también la precariedad de estos espacios. Digo precariedad, no en un sentido peyorativo, sino para denotar una calidad de irrealidad que podría calzar más con una idea de fantasma, de ectoplasma, que de muerte misma. Dicho de otra forma, la iluminación construía lugares que podían desaparecer del ojo del espectador, e igualmente otorgarles una calidad irreal, fantasmagórica. Así pues, este elemento genera también un ritmo calmo, sosegado, sostenido, a lo largo de los cincuenta minutos que dura la obra, sin sobresaltos, ni cambios de velocidad.


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