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ELLA

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BARRANCO

BARRANCO

Christian Andrés Hernández Rodríguez

Es como mi casa – dijo sin la más mínima presunción cosmopolita.

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El año anterior, cuando caminó entre las estrechas y coloridas calles; sintió que no era una turista más. Con cada paso que sus botas color fucsia transitaron, había escuchado, a través de los susurros que emergían entre las hendijas de los adoquines, todas las historias que el centro de la ciudad custodia para sí y que comparte solo con aquellos, que como ella, se saben propios de un lugar que siempre aguardó por su presencia. Ese día de abril cuando la lluvia arreciaba sobre su chaqueta, desde la placa de mármol ubicada en lo alto de una pálida pared, escuchó la voz de Vargas Vila decirle que pasada la mitad del siglo XIX, allí había nacido, que habitaba todavía esos espacios y que la presencia de una lectora compulsiva como ella, le motivaba a seguir incomodando a esa conservadora sociedad capitalina. Recorriendo la vieja casa de José Asunción Silva, convertida ahora en un centro cultural, el poeta supo contarle cómo había concebido su muerte, le refirió todos los detalles del plan que le llevó a dispararse en el corazón. Mientras el suicida avanzaba en su relato, se percató que el Nocturno, su sombra fina y lánguida y ella, eran uno solo, que el poeta, con su corazón todavía humeante, había esperado eternamente por su visita. Hoy, sentada en la cafetería del panóptico que bien supo convertirse en museo, sabe más que nunca, que la ciudad es como ella, una mujer de almendrados ojos negros y delicado cabello largo que siempre está dispuesta a guardar los secretos de todas las ánimas cuyos cuerpos, con el pasar del tiempo se van convirtiendo en paredes, tejas, placas y adoquines.

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