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CARNAVAL
Yasnaia Sanclemente Salcedo
La llegada cambio los ritmos y los tiempos de la noche y el día; cambio el gusto por el viento golpeando mi rostro en la avenida Guadalupe; por la calle 5ª habitada por múltiples carretillas rebosantes de frutas tropicales: piña, sandía y el siempre gustoso mango común.
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Todo fue una bienvenida constante a ella, así como la necesidad de vestir con telas ligeras y colores cálidos que son muy propios de las gentes de esta ciudad y de su clima. Clima que incita al cholao, al reposo bajo un árbol, y al goce de las tardes en las laderas. Aquí la sorpresa llega sin preguntar. Está en sus plazas, en sus calles, en la galería y en el carnaval – origen de la feria – que señala ese encuentro de gentes, géneros, clases y cuerpos. Carnaval que me devolvía a las frutas y al color naranja de la abuela, a esos tonos sepia de las fotografías de época, donde las ropas usadas, los adornos de carruajes y las ventas populares agolpadas en la plaza semejaban, como ahora, la algarabía y el bullicio de las gentes de todos los colores. Esta llegada, este volver a la ciudad luego de años visitándola a raticos, no deja de ser una sorpresa, un asombro, porque ella quizás sin quererlo, ahonda en mi memoria aquellas cosas que me hicieron pertenecerle (por unos momentos), mientras disfrutaba de sus vientos, calles, tropeles, hombres y frutas. Ahora la ciudad se me hace otra, y solo algunos fragmen - tos detienen la mirada y aceleran los pasos hasta desaparecer. Otra vez la memoria se renueva en un cruce de tiempos y avenidas, de sabores y violencias, de ella y yo.