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CUNINA
Pareciera que en Cunina se hubieran hilado los hilos de la vida, cómo en una rueca, de quienes por los años 50 llegaron a ocupar este territorio y así, el destino de sus vidas. Recordarlo hoy, anima el alma.
Martha Lucia Quintero Torres De esos primeros seres, nace una generación que en su infancia, con los viáticos propios y heredados, también tejió destinos. En Cunina había muy pocas casas, y las existentes eran de bareque y esterilla, las calles eran pantanosas, lo que las convertía en uno de los espacios privilegiados para la aventura y el juego. En Cunina todos se conocían y compartían, sus sueños, sus propósitos, sus dolores y penurias, también la sopa, el arroz y el tamal, poco a poco algunos de los que ahí vivían, adquirieron un radio, y más extraordinario… un televisor, los niños amontonados y sentados en el suelo ya con cemento, pasaban buena parte del domingo, frente a la pantalla. De esos niños, pocos quedan, sus destinos los llevaron a otros lares, pero, al caminar por las calles de Cunina, se revive cada casa, cada juego, cada rostro, cada olor, cada sabor, cada esquina en la que la rayuela, el lazo, la vuelta a Colombia con canicas, el ponchao, el chicle pegado en el timbre, la comitiva, el zumbambico, las cometas de hojas de cuaderno y piola de hilo muchas veces, la doctora, el papá y la mamá, regresan y el ser se estremece. Recordar la infancia, mi infancia, reviva ese fino tejido que hoy configura lo que soy.
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