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Despertar del sueño Cómo suceden las experiencias de despertar y cómo facilitarlas y hacerlas permanentes

Steve taylor

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El autor de este libro no se dedica a ofrecer consejos médicos ni prescribe el uso de ninguna técnica específica como forma de tratamiento para problemas físicos o médicos sin consultar previamente (ya sea de forma directa o indirecta) a un profesional médico. Su intención consiste tan solo en ofrecer información de carácter general que pueda servir de ayuda a los lectores en su búsqueda de bienestar emocional y espiritual. Tanto el autor como el editor declaran expresamente que, en el supuesto de que los lectores utilicen la información vertida en este libro (lo que constituye su derecho constitucional), no asumen ninguna responsabilidad que pudiera derivarse de sus acciones.

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Dedicado a Pam

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ÍNDICE

Agradecimientos ........................................................ 11 Introducción .............................................................. 13 1. Las distintas variedades de la experiencia del despertar .................................................... 29 2. Más allá del mundo de las formas: experiencias de despertar de alta intensidad ........................ 55 3. La validez de las experiencias de despertar ...... 77 4. Alterar el equilibrio ......................................... 117 5. La energía vital y las experiencias de despertar ..................................................... 167 6. Experiencias de despertar espontáneas ............ 197 7. Otros tipos de despertar energético ................. 227 8. La energía y el despertar .................................. 263 9. El despertar permanente ................................. 283 10. Avanzar hacia el estado despierto .................... 325 Notas ........................................................................ 351 Bibliografía ............................................................... 367

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AGRADECIMIENTOS

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ste libro ha tenido una larga vida; de hecho, comencé a desarrollar sus ideas básicas y a escribir una primera versión en 1996, momento en el que también comencé a recopilar experiencias de despertar. Me gustaría agradecer a todos los amigos, conocidos, alumnos y personas anónimas que me han facilitado los casos de estudio que he utilizado en este libro. Entre ellos se incluyen Janice Hartley, Valerie Massey, Sandy Geddes, Paul Heaton, Liesbeth Coomans, Duncan Heath, Colin Stanley, Mark Sullivan, Mary Gant, Tony Wright, Richard Arkwright, Carrie Mitchell, Pamela Smith (mi esposa), Dave Brock, Melford Bramble, Kevin Hinchcliffe y Tony Lomax y Ken Garrod de la Sociedad Budista de Manchester. Asimismo, me gustaría dar las gracias al maestro espiritual Russel Williams (miembro también de dicha institución), pues él ha sido la fuente de muchas de las experiencias de satsang que he tenido a lo largo de los años. Un buen número de las experiencias que cito provienen de mis alumnos del CCE de la Universidad de Manchester, cuyos nombres, desafortunadamente, no anoté en su momento. Por ese motivo, en lugar de agradecimientos personales, me gustaría expresar de forma colectiva mi más profunda gratitud a todos los estu-

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diantes que asistieron a mis cursos sobre la psicología de la felicidad entre el 2005 y el 2009. También les estoy muy agradecido a Paul Marshall (autor del libro Mystical Encounters with Natural World), quien leyó con suma atención el manuscrito y me aportó muchas sugerencias útiles, y a Bill Gladstone, mi agente literario, por su ayuda y su entusiasmo. Gracias también a Mike Daniels, a Les Lancaster y a todas las demás personas involucradas en los cursos de Psicología Transpersonal en la Universidad John Moores de Liverpool. Pero sobre todo quiero expresar mi agradecimiento a mi esposa, Pam, a quien, por cierto, conocí la misma semana en que comencé a escribir este libro, hace ya trece años. Steve Taylor Septiembre de 2009

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INTRODUCCIÓN

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engo veintidós años.

Hace unos meses dejé la universidad y ahora tengo un trabajo temporal en la oficina de la Seguridad Social local, donde me dedico a tramitar peticiones de subsidio de personas que están demasiado enfermas para trabajar. Hoy estoy leyendo el expediente de una chica de mi misma edad que ha fallecido a causa de un cáncer cerebral. He leído las cartas que escribieron sus padres: en la primera explican que se vio obligada a dejar de trabajar y quería solicitar la prestación por enfermedad que le correspondía; en la segunda, enviada unas semanas más tarde, comunican que está empeorando rápidamente y que lo más probable es que no se reincorpore al trabajo; finalmente, hay una última carta de esta misma mañana en la que informan de que ha muerto. La verdad es que este caso me ha conmocionado y me ha dejado trastocado, en parte porque la chica tenía la misma edad que yo y porque no vivía lejos de mi casa. Siento como si la conociese, pero no reconozco su nombre. La última carta de sus padres es desgarradora, y al terminar de leerla casi no he podido contener las lágrimas. Sin embargo, al mismo tiempo me ha hecho tomar conciencia de la increíble suerte que tengo de estar vivo. Fácilmente podría haber sido yo quien ocupase

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su lugar (de hecho, no ocuparlo ha sido una mera cuestión de suerte, de puro azar). Me hace darme cuenta de que uno nunca puede dar por sentada su propia vida, de que una enfermedad o un accidente pueden barrernos de la faz de la tierra en cualquier momento, y de que, precisamente por eso, cada momento es total y absolutamente precioso. Ese sentimiento de libertad y gratitud me sigue acompañando cuando salgo del trabajo. Por lo general cojo el autobús, pero hoy es un día cálido y soleado, así que decido volver a casa dando un paseo. Mientras camino por la concurrida avenida principal, levanto la vista hacia el cielo y observo las gigantescas nubes blancas y esponjosas y los espacios tersos y azules que quedan entre ellas. La luz del sol baña la escena por completo. Todo es tan hermoso que no puedo dejar de prestarle atención, y la escena se vuelve aún más hermosa a medida que sigo contemplándola. Da la impresión de haber adquirido una dimensión de realidad aún mayor: ahora puedo distinguir más detalles, captar otras perspectivas; los espacios entre las nubes aparentan estar más llenos y ser más profundos, y las nubes mismas parecen haber adquirido una intensa presencia de la que antes carecían. El cielo en su totalidad es un paisaje fantástico cuajado de formas extrañas y hermosas tonalidades. El blanco de las nubes y el azul del cielo son los colores más puros y perfectos que haya contemplado nunca. Ahora he dejado de caminar y me siento tan apabullado y cautivado por la belleza que me da igual que los conductores que pasan me miren con extrañeza y piensen que estoy loco. Un sentimiento de éxtasis crece en mi interior, como si la energía se desplazase dentro de mí con gran parsimonia y suavidad y, en su fluir, se volviese cada vez más intensa. Mientras contemplo la escena, sucede algo nuevo: ahora me percato de una realidad que subyace a las nubes, al cielo y a la luz del sol; la aparente separación que existe entre ellos se disuel-

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ve. No son cosas separadas, sino expresiones de una misma fuerza, una especie de océano de energía radiante que constituye su esencia y fluye a través de ellos. Son uno, y la fuerza que los convierte en uno y lo mismo resulta tan armoniosa y benevolente que siento que el mundo es un lugar milagrosamente bello y relevante. Tres años más tarde, mi evolución como músico me lleva a Alemania, donde me gano la vida actuando aquí y allá con mi banda y dando unas cuantas clases de inglés a la semana. Muchas veces, los conciertos que damos conllevan largos periodos de inactividad en los que no tenemos nada que hacer, salvo beber cerveza y fumar cigarrillos. Luego, después de cada concierto, sigue una fase de sobrexcitación en la que tratamos de relajarnos hablando con nuestros «fans» (especialmente con las mujeres) y bebiendo y fumando aún más. Yo antes acostumbraba a meditar con cierta regularidad y a practicar ejercicios de chi kung casi a diario, pero durante todo este último año he abandonado por completo ambas actividades. También solía encontrar inspiración en los libros sobre misticismo (tenía la costumbre de llevar siempre conmigo una copia de los Upanishads, el antiguo texto indio, allá donde fuese), pero parece que últimamente también he perdido el interés por ellos. Esta noche en concreto no actuamos, pero, como de costumbre, me he acercado a uno de los bares de la zona para echar un trago. Aquí los bares están siempre abiertos hasta altas horas de la madrugada, por lo que me acuesto sobre las tres de la mañana un poco borracho. Me despierto tan solo un par de horas más tarde, sin ninguna razón aparente. Sé que debería sentirme fatal, pero lo cierto es que me embarga una maravillosa sensación de bienestar. Estoy tumbado de espaldas, mirando hacia el techo. Todo está oscuro, pero no se

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trata de una oscuridad normal; está completamente permeada de algo, algo vivo que le confiere una intensa energía armoniosa. Esta fuerza es tan espesa y tupida que me da la impresión de que con tan solo estirar el brazo podría tocarla. Es casi sólida, como si de pronto el aire tuviese una concentración de oxígeno mil veces superior a la habitual. Pero esta fuerza no se encuentra tan solo en mi habitación, sino que se expande por todas partes. Es como una especie de esencia, algo fundamental que satura por completo todo el espacio, el universo entero. Siento que es el corazón mismo de las cosas, la fuente de todo lo que existe. Hace que me embargue una sensación de euforia tranquila, que perciba que todo está bien en el mundo, que no hay nada por lo que preocuparse. Independientemente de lo caótica, desordenada y frustrante que pueda ser la vida, independientemente de cuántos problemas haya en el mundo, de algún modo todo eso constituye tan solo la superficie, y por debajo de ella el universo entero vibra de forma suave y apacible con un resplandor cálido y lleno de armonía. Y, de alguna manera, yo mismo también formo parte de esta fuerza; no hay ningún «yo», ningún «ello». Me transporta, me lleva en volandas por el espacio y yo me limito a surfear las olas de este océano de felicidad. Ahora mis días de músico rebelde ya han quedado atrás y me he convertido en un miembro más o menos respetable de la sociedad que ejerce como profesor, conferenciante y escritor, y también soy padre de dos niños pequeños. Estamos de vacaciones en Anglesey, una isla que se encuentra cerca de la costa norte de Gales. En la última noche que pasamos aquí decido explorar algunas de las tierras de cultivo que circundan el bungaló en el que nos alojamos. Salto una verja de la

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que no me había percatado antes porque estaba oculta tras la hierba crecida y de pronto me encuentro contemplando un valle, con campos labrados que llegan hasta donde se pierde la vista y cientos de ovejas que salpican las colinas. En la última semana el tiempo ha sido bastante desapacible, pero esta noche el cielo está despejado. Camino durante unos minutos y, mientras estoy contemplando los campos y el cielo, me asalta el mismo sentimiento que tuve aquel día, hace ya dieciséis años, cuando regresaba a casa del trabajo, y que he tenido regularmente durante los últimos años: de pronto, como si alguien hiciese clic en un interruptor, la escena se vuelve intensamente real. Los campos, los árboles, los arbustos, las nubes..., todos ellos parecen estar vivamente ahí, incluso parecen haber adquirido su propia clase de identidad, casi como si se tratase de seres sintientes. La contemplación de esta vasta extensión de tierra que yace frente a mí, así como de todo este inmenso cielo claro y despejado, hace que empiece a pensar en el planeta en cuya superficie me encuentro, y que recuerde que, en este preciso momento, a una enorme distancia del Sol, la Tierra está girando sobre su eje y por esa razón está empezando a oscurecer. Intento imaginar mi situación real: me concibo caminando en una isla rodeada por el mar, con la isla mayor que es Gran Bretaña hacia el este y sobre la superficie de un planeta esférico que viaja por el espacio, con la totalidad del universo por encima de mí y a mi alrededor. Y mientras lo imagino me embarga una profunda sensación de unidad con el espacio que hay sobre mí. Miro el cielo y de algún modo puedo sentir que el espacio que lo llena es el mismo que llena mi propio ser. Lo que está dentro de mí como mi propia conciencia es también lo que está ahí fuera. Ambos son la misma sustancia. Mi sensación normal o habitual de dualidad (es decir, de ser un «yo» dentro de mi cabeza que mira hacia el exterior, hacia

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