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Riada de 1860

Marisa Rivera Zarza

Han sido muchas las riadas e inundaciones que ha sufrido Peñafiel a lo largo de los siglos, algunas con consecuencias fatales para la población y su patrimonio, como la que se llevó el puente donde se ubicaba la famosa Torre del Agua, con gran parte de la documentación del archivo de la villa. Yo voy a centrarme en la riada que sufrió en 1860 a consecuencia de unas lluvias torrenciales que provocaron la crecida del río Duratón a su paso por Peñafiel y también por Rábano. Gracias a la descripción tan detallada sobre lo sucedido que hizo toda la prensa, no solamente la regional, sino también la nacional, podemos hacernos una idea de lo vivido aquellos días por la población peñafielense. Era un domingo 23 de diciembre de 1860, previo a las fiestas navideñas, sobre las once de la mañana. Las lluvias estaban provocando un notable aumento del caudal del río Duratón, lo que hizo que un importante número de personas se acercara a observar desde el pretil del puente (“el puente de la leona”) cómo iba creciendo el río de una forma nunca vista por los habitantes de Peñafiel. El aspecto del río debía de ser imponente, lo que atrajo la curiosidad de muchos vecinos hasta dicho lugar. Muchas maderas, probablemente procedentes de alguna casa o molino destruidos aguas arriba, arrastradas por la fuerza de la corriente, iban destruyendo las riberas del río. Algunos vecinos vieron cómo un grueso madero empujaba violentamente sobre uno de los sombreretes del puente, provocando grandes grietas en el mismo, dándoles tiempo a advertir del peligro inminente a los que se encontraban allí, quienes de inmediato echaron a correr para ponerse a salvo. En ese momento el puente se desplomó en su mayor parte, perdiendo el basamento sobre el que se hallaba construido, lo que provocó que la corriente arrastrara a dos niños, que no pudieron huir a tiempo. En un principio no se supo el número exacto de los que habían caído al agua ni tampoco quiénes eran, aunque ya se comenzaba a especular sobre la identidad de los mismos. Ante esta incertidumbre, algunas personas comenzaron a gritar de forma desesperada pidiendo noticias de sus seres queridos a los que habían perdido de vista, pero con la esperanza de que apareciesen sanos y salvos en cualquier momento. Debió tratarse de una situación realmente angustiosa. Las casas más bajas que tenían vista al río fueron anegadas por el agua y los que en ellas vivían huyeron saliendo por las troneras de los tejados. Algunos vecinos, con un comportamiento verdaderamente heroico, aproximaron sus carros y caballerías a los lugares con menor riesgo de ser arrastrados por la corriente en los que colocaron escaleras de mano para que pudiesen bajar los que salían de sus casas, logrando ponerles a salvo y evitando así que la desgracia hubiese sido aún mayor. Hubo cuantiosos daños materiales, numerosas casetas, paneras, pesqueras, dos grandes molinos harineros y parte de otros, corrales, huertas, etc. desaparecieron completamente, perdiéndose entre las aguas efectos de bastante valor. Las fábricas de curtidos y muchas bodegas de la población quedaron totalmente sumergidas bajo el agua, echándose a perder el vino que en ellas había. La mayor parte de los edificios y fábricas que había en la ribera quedaron devastados por la fuerza del agua. Debido al hundimiento del puente, la comunicación existente entre los habitantes

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de los dos barrios quedó prácticamente cortada. Además, en el puente del río Duero las aguas en confluencia con las del Duratón tomaron una extensión tan asombrosa que provocó que la villa quedara aislada sin comunicación posible con Valladolid. En Rábano, el río Duratón también ocasionó estragos, llevándose un puente de madera, inundando las calles de la población y derribando algunos edificios como cuadras, pajares, palomares y corrales. Por suerte no hubo que lamentar desgracias personales, debido igualmente a la generosidad de los vecinos que ayudaron a salir a algunas personas de sus casas y a sacar el ganado que en ellas había. Si bien parecía que la desgracia había terminado, el día 28 de diciembre, el río volvió a sufrir otra crecida importante, causando nuevos daños. Los almacenes de una fábrica de harinas, propiedad de don Hilario González, quedaron destruidos, arrastrando las aguas 7.000 fanegas de trigo y 5.000 arrobas de harina que había en ellos. También se llevó por delante una fábrica de rubia, propiedad de la misma persona. Las noticias de inundaciones fueron generales por toda España, las desgracias producidas por el temporal alcanzaron también al ferrocarril del Norte, la línea hacia Burgos o la de Venta de Baños a Alar del Rey, quedando totalmente cortada al llevarse las aguas algunos terraplenes. El río Esgueva también se desbordó en numerosos sitios como Renedo o el río Zapardiel en Medina del Campo. En Peñafiel, la confusión de los primeros momentos hablaba de cinco personas ahogadas, dos niños, dos mujeres y un hombre. Finalmente, el resultado fue de tres personas fallecidas, dos de ellos niños. Gracias a los libros parroquiales de defunción he podido obtener la identidad de los dos niños, no, sin embargo, la de la otra persona. - 26-12-1860 Francisco Blanco

Arranz (10 años) hijo de Dionisio y

María, “el cual se ahogó en el río el día 24, cuando se hundió el puente a causa de la grande inundación” (Parroquia de Santa María) - 7-02-1861 Félix Aparicio Sanz (9 años) hijo de Agustín y Juliana, “el cual apareció el día anterior a orillas del río Duratón, el cual dijeron ser Félix

Aparicio Sanz, uno de los tres que cayeron el día 24 de diciembre del año anterior cuando se hundió el puente a causa de una grande avenida, la mayor que se ha conocido” El 25 de enero de 1861 el puente de Peñafiel ya estaba habilitado para poder pasar, pero no fue hasta agosto de 1862 cuando La Dirección General de Obras Públicas sacó a pública subasta la adjudicación de las obras para la reconstrucción del puente por un presupuesto de 606,714 rs. Vn. (reales de vellón). En septiembre de 1864 la prensa hace verdaderos elogios del puente reconstruido que transcribo a continuación: “De Peñafiel nos escriben acerca del puente que en el mismo punto se está construyendo sobre el río Duratón en la carretera general de Calatayud. Hacen grandes elogios del mismo, así en la clase de dobelage como en la sillería recta y antepechos que están actualmente labrándose. El recibido de las puntas de los arcos y parte que constituye el puente se ha hecho a la francesa, manifestándonos que se hallan sumamente contentos con dicha obra, que además de la solidez con que se ha ejecutado, manifiesta tal esmero y delicadeza en la labra, que se glorian de tener orilla de su pueblo una obra que es sin disputa la primera de la provincia.”(26-09-1864 La Nación) Fuentes: El Norte de Castilla, La España, La Correspondencia de España, El Contemporáneo, Diario Oficial de Avisos de Madrid, La Nación, Archivo Diocesano de Valladolid.

Los recuerdos prestados. Los novillos

María Jesús Frómesta Ruiz

Los veranos de la meseta castellana suelen ser tórridos, resultando, a veces, imposible respirar. Y aquel año tuvimos un estío excepcionalmente caluroso. La casa del abuelo, cimientos de piedra y gruesas paredes de adobe, barro y paja, era calentita en invierno y fresca en verano. Pero ese año no había quien pudiese dormir en las alcobas, así que después de cenar nos instalábamos todos, incluida Dorotea, el ama de llaves, en la puerta de la casa a esperar que la brisa del rio cercano nos devolviese las ganas de ir a la cama. Algunas noches, mientras esperábamos, el tío Pepe, el marido de la tía Adela, a la que llamábamos Lita, y que era de Sevilla, bigote fino, pelo engominado peinado a raya, traje impecable y corbata, nos obsequiaba con alguna pieza a la guitarra, o mi madre y sus hermanas nos cantaban canciones y coplillas populares.

Los toritos madre, los toritos ya han salido de Pajares camino del Valdobar.

Niño de ojos color de miel, súbete al balcón, que los toros son grandes y te pueden coger.

Los toritos madre, los toritos ya están entrando por el puente y hacia el coso corriendo van.

Niño de piel dorada, súbete al balcón, que los toros son grandes y te pueden coger.

Los toritos madre, Los toritos ya van por el cuartel ¡Qué cerca están! Niño de pelo azabache, Súbete al balcón, que los toros son grandes y te pueden coger.

Los toritos madre, Los toritos ya han entrado por el callejón y al niño de ojos color miel, piel dorada y pelo azabache, le acaban de coger.

¡Ay! Niño de mis amores ¿Por qué no subiste al balcón? Ahora de tu boca, brotan mil rosas rojas y tus ojos,abiertos, ya no me pueden ver. Y mientras transcurría la noche entre historias y canciones, veíamos a gente pasar, algún paisano que volvía de la huerta con las alforjas del burro bien cargadas de las hortalizas que al día siguiente ofrecería en el mercado: calabacines, lechugas, tomates y pepinos; o simplemente paseantes, de vuelta a casa, después de acercarse a la presa del rio en busca del fresco de los saltos de agua

- A las buenas noches Don Tomás y familia.

- Buenas noches, José…o Antonio, Paco o Florián contestábamos todos, casi al unísono. trasladados por caminos y veredas a pie, aprovechando la noche, para evitar indeseados encuentros.

Una de esas noches, entre canciones y acordes de guitarra, oímos cascos de caballo que venían por el camino de la pesquera a galope largo, con transiciones muy cortas a galope y trote, hasta llegar a la altura de nuestra casa al paso. Era el cabo de la guardia civil, que de un salto bajo de la montura, se cuadro ante el abuelo, que se había puesto en pie para recibirle, y con porte marcial saludó. - Buenas noches Don Tomás -, le dijo al abuelo bajando la mano y dirigiéndose a mi madre y a sus hermanas, al tiempo que inclinaba levemente la cabeza, -señoras -, para luego después saludar al resto, - caballero, niños…-

- Buenas noches cabo, devolvió el saludo el abuelo, ¿pasa algo?...-.No era la primera vez que nos avisaban que por los alrededores merodeaban alguna que otra partida de bandoleros, aunque nunca vimos ni uno y como decía Dorotea, eso eran cuentos, pura leyenda, para tenernos con el alma en un puño y jiñaditos de miedo. Lo cierto es que en esta ocasión el cabo nos dio traslado de que estaba por llegar una manada de bueyes, vacas y novillos que llevaban para las fiestas de Rauda, pueblo que distaba unos 45 kilómetros del nuestro. En esa época era normal que aprovechando el traslado en tren, desde los cortijos y las dehesas de Andalucía y Extremadura, del ganado que formaría parte de los carteles de las fiestas de las ciudades del norte, San Fermín de Pamplona o Semana Grande de Bilbao, al llegar a Medina del Campo se desenjaulasen las partidas de astados destinadas a las fiestas de los pueblos de esa zona de Castilla La Vieja, que eran Esa noche, mi primo José Luis se había ido a jugar con sus canicas a la esquina de la casa, la que daba a la bajada del rio y a una fuente de la que manaba un agua muy fresquita. Tan enfrascado estaba en el juego que no se enteró de nada. Y no fue hasta que todos estábamos dentro y el abuelo se disponía a cerrar las puertas carreteras que nos dimos cuenta de la ausencia de mi primo. Dorotea salió corriendo, como alma que lleva el diablo que diría ella misma, en su busca. - Niño, para dentro, que por la pesquera traen los toros de Rauda y dice el cabo de la guardia civil que este año tienen muchos cuernos.

José Luis, muerto de miedo, intento echar a correr pero con el pie derecho tropezaba con su propio pie izquierdo y de bruces se iba para el suelo. Por tres veces lo intentó y las tres veces terminó con los piños en la tierra. Cuando por fin consiguió llegar se le enganchó uno de los tirantes del pantalón en una de las ramas de la parra que enmarcaba la entrada al portalón. - Socorro, socorro, que me ha pillado un toro- gritaba el pobre infeliz, con los ojos reventones de lágrimas y la cara blanca como la pared. Cuando su padre, el tío Pepe, le liberó entró en la casa, más volando que corriendo, y no paró hasta llegar a su habitación. Y el abuelo por fin pudo cerrar el portón en el mismo momento en que se empezaron a oír los cencerros de los cabestros, y el mugir de vacas y novillos, que por el camino venían y que ya estaban casi en la misma puerta.

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