Hacendera I 2020
CRÓNICAS DE LA FERRERA
TELENO PACO PINES
D
ejo atrás Corporales con buenas sensaciones, la vida, una vez más, parece querer regresar a estos míticos pagos, inhóspitos en invierno. Camino del Morredero, la mañana está luminosa, sin una mala nube que amenace el azul celeste, cósmico, imperial. Eria arriba son ocho kilómetros hasta la doble curva donde los más madrugadores ya han aparcado. Una estrecha y por momentos profunda senda, desagüe natural de la montaña, es el único lugar libre de codesos y por ahí inicio la subida al coloso. El invasivo ramaje acecha el sendero, castigando piernas y tobillos. A media subida atravieso un importante cauce, ahora seco y, algo más arriba aparece una planicie con las primeras raleas en el terreno, la retama relaja su presencia. Perdida toda referencia, sumergido en un mar de piornos, tan solo la cúspide hace de brújula. Tímidamente asoma alguna piedra y la aparición de los primeros mojones así lo corrobora: “vamos bien”. Con la inestimable colaboración de estas anárquicas construcciones, ladera oeste arriba, alcanzo el único tramo despejado de toda la subida: es la línea
imaginaria que separa a maragatos y cabreireses, apenas doscientos metros de trocha casi recta sobre el vértice que domina ambos lados. Estoy a los pies del gigante, la imponente mole dibuja un rastro serpenteante que, a buen seguro, me llevará a la cúspide. Craso error, coronada esta primera cumbre, piedra sobre piedra, el paisaje se repite, aunque la próxima cima parece más cercana. Con la idea de coronar el mastodonte ataco este difícil tramo con una peligrosa pendiente muy propensa al vuelco, rotura de cabeza incluida, para encontrarme con un panorama similar. Hay que continuar, ya falta menos. Alcanzado el nuevo teso se divisa medio mundo y un poste geodésico que, aún lejano, indica el final del cami-
Mojones del camino
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no. La ausencia de una ruta a seguir la suple la presencia del poste de hormigón. Las rocas son tan espectaculares como inestables, pero hay tal cantidad y tan amontonadas que sustentan el sinfín de historias escritas sobre el Túmulo. Estoy tocando el cielo con la emoción desatada, levitando entre nubes y rocas. El tiempo se detiene a mis pies, la adrenalina se dispara y con la mente, que en pleno éxtasis queda, en blanco, mi vista se recrea por la mancha difusa del paisaje que, desde aquí, es el Páramo. Leo la placa fijada en una piedra - es de una gente agradecida -. Abrazo el pilar de cemento y miro la cruz de al lado donde con más voluntad que acierto se puede leer: Teleno 2188.