Revista justa agosto 2013

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Justa Agosto 2013

El ciclo de los adioses Emilo Calle

Le gustaba la lluvia. Siempre le había

ella hacía estallar con sus largas y torpes

expulsadas por las continuas estampidas

gustado. Por eso, al principio, aquellas

zancadas. Notaba cómo el agua chorreaba

en el cielo. Cuando trató de levantarse,

primeras gotas fueron como un regalo

por todo su cuerpo, especialmente en su

sus manos se hundieron en la arena

inesperado, una especie de presente de

cabello. Su boca se fue llenando con un

entumecida, y sus pies no encontraron

despedida que ella no dudó en disfrutar,

sabor a placeres pasajeros. El rumor de

alguno para coordinar el impulso que

y alzó manos y rostro para que esas

la lluvia se hizo compacto e inalterable

necesitaba para incorporarse. El azote

lágrimas celestes se unieran a las suyas.

mientras el cielo desaparecía por completo

de la lluvia cobró un nuevo brío como si

Sólo que lo que empezó como una simple

detrás de aquel repentino firmamento de

apreciase la indefensión de la joven caída,

tormenta de verano (ráfagas de lluvia

agua. Vera sonrió de manera enigmática,

y ella jadeó su impotencia. Cuando al fin

intensa, pero de muy corta duración) se

incapaz de resistirse a degustar lo irónico

logró ponerse en pie, siguió corriendo

estaba convirtiendo, tras breves recesos

de su situación. Porque resultaba de lo

hacia los contornos imprecisos donde le

de hiriente luz solar, en un auténtico

más absurdo correr ahora y buscar refugio

parecía distinguir la zona de rocas por la

chaparrón. Vera, instintivamente, buscó

cuando unos pocos minutos antes buscaba

que había bajado para acceder a la playa,

con la mirada un lugar donde guarecerse.

una forma de quedar desprotegida para

a esa orilla donde una muerte azul y

Pero no vio más que hilos e hilos de agua,

siempre, de abrirse camino hasta su propia

sosegada la reclamó apenas unos minutos

por lo que comenzó a correr sin saber muy

muerte. La descomunal bestia que la

antes con su coro de olas y resacas. El

bien hacia dónde se dirigía, movida por la

tristeza dejó en libertad, se había quedado

cansancio y la brutal tensión de las últimas

intuición de que en cuanto lograra salir de

inoperante ante el torrencial empuje de

semanas se multiplicaban en su cuerpo

la playa y subir por la escarpada pendiente

una feroz tempestad veraniega.

como lo hacía la tormenta en el cielo

de rocas ya no le costaría trabajo alguno

destronado. La decisión de suicidarse la

cobijarse bajo un árbol, o en alguna de

Tropezó con algo que luego no pudo

había llevado a un estado insoportable:

las casas abandonadas que había en

distinguir al volver su cabeza, y cayó

impaciencia, miedo, indecisión, rechazo

aquellos terrenos baldíos junto a los cuales

en un enorme charco por cuyos bordes

y culpa se fueron condensando en una

recordaba haber pasado en su camino

serpenteaba una espuma de un color casi

demora que ella disipó al decidir (ya

hacia la orilla aún lejana. La arena anegada

ceniciento; una espuma que era perforada

demasiado cansada de que el espejo no

se fue llenando de grandes charcos que

incesantemente por las esquilas de agua

le devolviese el reflejo deseado, huyendo

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