Vidas Minadas. 25 años

Page 1


Dirección editorial Leopoldo Blume Fotografía, textos y concepto Gervasio Sánchez Tratamiento digital de las imágenes David Vicente, Juan Manuel Castro Prieto. AuthSpirit Maquetación Anna Valls Torres Creación del logotipo «Vidas minadas. 25 años» Paco Gómez García Edición, traducción y coordinación Cristina Rodríguez Fischer Primera edición en lengua española 2023 © 2023 Naturart, S. A. Editado por BLUME Carrer de les Alberes, 52, 2.º, Vallvidrera, 08017 Barcelona. Tel. 93 205 40 00 e-mail: info@blume.net © 2023 de las fotografías Gervasio Sánchez © 2023 de los textos, sus autores I.S.B.N.: 978-84-19785-33-6 Depósito legal: B. 13228-2023 Impreso en Brizzolis, Madrid Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.

WWW.BLUME.NET


VIDAS MINADAS 25 GERVASIO SANCHEZ ANOS


En memoria de John Berger, fallecido el 2 de enero de 2017, que apoyó Vidas minadas desde el principio con unos prólogos magníficos en 1997 y 2007. La lectura de sus libros Mirar (About Looking), Otra manera de contar (Another Way of Telling) y la trilogía «De sus fatigas» (Puerca tierra [Pig Earth], Una vez en Europa [Once in Europe], Lila y Flag [Lilac and Flag]) tuvieron un gran impacto sobre el autor y este proyecto.

En memoria de Ana Alba, fallecida el 6 de mayo de 2020 en la plenitud de su vida profesional, que me acompañó en Sarajevo al inicio de Vidas minadas en los años noventa. Era imbatible cuando se encaramaba a la vida. Actuó con una gran fortaleza mental y nos dio grandes lecciones de pundonor y dignidad, hasta que se quedó sin fuerzas, a todas las personas que la seguimos queriendo, entre ellas su hermana Amaya.

En memoria de Aurelio Martín, el alma del Premio Cirilo Rodríguez, el más prestigioso e independiente que se otorga en el Estado español para enviados especiales y corresponsales en el extranjero. Fallecido el 16 de junio de 2023, padre de Clara y Pablo y pareja de nuestra queridísima Cheli, era un gran periodista, un gran compañero, pero sobre todo una gran persona. Aurelio Martín convirtió anualmente a Segovia en la capital del periodismo español durante la entrega del premio que pronto cumplirá 40 años. En un país, a menudo tan sectario, 25 personas de medios de comunicación de todas las tendencias, incluidos media docena de periodistas independientes, forman parte de un jurado que analiza con gran rigor las candidaturas presentadas. Un hito en la historia del periodismo español del que todos deberíamos aprender.


PROLOGOS JOSEP SANTACREU

6

IRENE VALLEJO

8

JON LEE ANDERSON

10

RAFAEL DOCTOR RONCERO

12

PATRICIA NIETO

16

DAVID RIEFF

19

CARMEN SARMIENTO

20

DIEGO SANCHEZ MALDONADO

22

GERVASIO SANCHEZ

25

HISTORIAS SOKHEURM MAN MAO RATTANAK JOAQUINA NATCHILOMBO ADIS SMAJIC MANUEL ORELLANA MEDY EWAZ ALI ZAR BIBI SOFIA ELFACE FUMO JUSTINO PEREZ FANAR ZEKRI MONICA PAOLA ARDILA ANEXOS COLABORADORES

30 45 56 73 90 103 131 146 188 204 216 232 302



GERVASIO SANCHEZ

Vidas minadas es un proyecto inacabable, igual que son infinitas las secuelas que provocan las minas antipersona. Llevo trabajando con víctimas de esta lacra desde septiembre de 1995. En 1997, 2002 y 2007 presenté diferentes versiones de este proyecto que recorre la mayor parte de mi vida profesional. Hoy regreso con Vidas minadas. 25 años y estoy seguro de que habrá un Vidas minadas. 40 años y, por qué no, un Vidas minadas. 50 años en 2047, coincidiendo con el 50 aniversario de la firma en Ottawa (Canadá) de la Convención sobre la prohibición del empleo, almacenamiento, producción y transferencia de minas antipersona y sobre su destrucción. Los estragos que provocan las minas son para toda la vida. Las víctimas de este proyecto fueron elegidas al azar en países africanos como Angola y Mozambique, asiáticos como Camboya, Afganistán e Irak, latinoamericanos como El Salvador, Nicaragua y Colombia o europeos como BosniaHerzegovina. Me crucé con ellas en hospitales, a punto de ser amputadas o malheridas con posibilidades de morir cuando eran menores, en centros ortopédicos donde intentaban volver a andar con piernas de plástico, en fundaciones donde eran maltratadas y abusadas o en familias que sobrevivían con muchas dificultades. Gracias a las nuevas tecnologías, mantengo el contacto permanente con varias de ellas. Me informo en tiempo real de sus problemas más acuciantes, las felicito en sus cumpleaños, me alegro de sus pequeños triunfos, me entristezco con las malas noticias. Varias de estas víctimas forman parte de mi familia universal, sé de ellas más que de muchos de mis familiares más cercanos, quizá porque el dolor que han sufrido trasciende el paso del tiempo y me obliga moralmente a estar más pendiente. Una de las víctimas me llama «padre» y le ha puesto mi nombre a su quinto hijo. Empecé Vidas Minadas hace más de un cuarto de siglo gracias a un curioso encargo realizado por una revista del corazón que me permitió viajar a Angola y darme de bruces con un submundo de horror y dolor. La guerra había concluido, pero cada día se multiplicaba el número de víctimas por las explosiones de minas antipersona que los diferentes ejércitos habían plantado en las zonas desalojadas por los combates y donde los desplazados regresaban para reiniciar sus vidas como campesinos. Morían o resultaban heridos por unos diminutos guerreros ocultos, letales a la más mínima presión. En 1995 llevaba más de una década fotografiando la violencia más descarnada en distintos continentes. Sabía lo que era

una mina porque las había evitado en El Salvador o Nicaragua mientras me desplazaba con los combatientes durante los enfrentamientos o en los conflictos balcánicos cuando revisaba cualquier edificio destruido antes de entrar en él por miedo a encontrar una mina trampa. Lo que no sabía es que las minas causan mayor dolor cuando el conflicto ha finalizado y los refugiados regresan a sus domicilios después de años de ausencia. Los Ejércitos gubernamentales o los grupos irregulares como guerrillas, paramilitares o mercenarios casi siempre se olvidan de desactivar las minas que han sembrado en los mismos campos que los campesinos tienen que utilizar para cosechar. No queda otro remedio que asumir el riesgo: plantar para comer o morir de hambre. Las minas siempre están esperando a su siguiente víctima. Durante años y décadas son mortíferamente fértiles. En 1995 también me sentía cansado de fotografiar en diferentes escenarios violentos a moribundos de los que ni siquiera conocía sus nombres. Los muertos se sumaban de miles en miles en las guerras que documentaba ante la pasividad y el cinismo generalizados. La muerte de un ciudadano occidental repercutía más que las de miles de africanos, asiáticos o latinoamericanos. La cultura de la banalidad se había impuesto en las sociedades más avanzadas y los políticos se mostraban impasibles ante tanto dolor ajeno y lejano. En los medios de comunicación, apenas había espacio para mostrar con contundencia historias dramáticas, mientras se publicaban reportajes dedicados a enjabonar los comportamientos más deleznables de políticos y empresarios sin escrúpulos. Pensé que era fundamental cambiar mi forma de trabajar tras ser golpeado por una reflexión que había leído en el ensayo clásico Sobre la fotografía de la estadounidense Susan Sontag: «Las sociedades industriales transforman a sus ciudadanos en vaciaderos de imágenes. Es la forma más irresistible de contaminación mental». Sentía una gran conexión con la muy vigente reflexión del gran escritor Albert Camus: «Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos, en nombre de los que no pueden». Coincidiendo con la presentación de la primera parte de Vidas Minadas a finales de 1997 se firmó una Convención internacional para prohibir las minas antipersona. Cristalizaba la lucha exitosa durante una década de más de un millar de organizaciones no gubernamentales que se habían unido

25


para conseguir la erradicación total de las minas antipersona en el mundo. En aquel momento, 84 países del mundo estaban afectados. Este número se ha reducido hoy a 60, aunque todavía hay plantadas decenas de millones de minas en sus territorios. Ciento sesenta y cuatro Estados han firmado la Convención, aunque entre ellos no están Estados Unidos, Rusia ni China, que cuentan con los mayores arsenales de minas de todo el mundo. Además, son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, con la posibilidad de vetar cualquier intento de sancionar a los Estados que violen el acuerdo internacional. También hay países que siguen usando minas antipersona a pesar de haber estampado su firma en la Convención. Cuando empecé Vidas Minadas, las víctimas más jóvenes, como el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic o la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, tenían 13 años. Ya han cumplido los 40, han formado familias y viven rodeadas de hijas e hijos. Unas víctimas han tenido más suerte que otras. La angoleña Joaquina Natchilombo ya es una anciana de 70 años, con más de veinte nietos, y se siente feliz porque ha regresado a las tierras familiares de sus padres, de las que tuvo que huir hace décadas por culpa de los enfrentamientos armados. El salvadoreño Manuel Orellana ha formado una familia muy estable y ya es abuelo. Disfruta visitando los lugares de su infancia que tuvo que abandonar durante la guerra. El nicaragüense Justino Perez ha conseguido ejercer de padre con una nieta de su actual pareja, después de perder la relación con sus dos hijos naturales, y es dueño de unos terrenos que ha pagado a plazos, donde cultiva todo lo necesario para sobrevivir. El afgano Medy Ewaz Ali, al que conocí con 8 años, vive en Madrid junto a su hermana después de huir de su país tras la llegada de los talibanes al poder en el verano de 2021. Zar Bibi, que perdió ambas piernas con 15 años, se casó por amor, algo inédito en la sociedad afgana, y ya tiene dos hijos. El kurdo Fanar Zekri, que perdió ambas piernas con 6 años, ha cumplido los 34, se casó hace un año y sus principales objetivos son comprarse una casa y tener dos hijos. La colombiana Mónica Paola Ardila, ciega por la explosión de una mina cuando contaba con apenas 7 años, batalla diariamente por superar el impacto emocional que le supuso el accidente con la mina y las múltiples violencias sexuales que ha sufrido desde la niñez ante el abandono total del Estado colombiano. Las víctimas protagonistas de este proyecto documental simbolizan la tragedia que afecta a centenares de miles

26

de víctimas de explosiones de minas antipersona en todo el mundo. Todas tienen una historia que contar de lucha por la supervivencia y la dignidad y nuestra obligación, ya que somos incapaces de poner fin a los conflictos, es respetar sus vivencias. He intentado acercarme a ellas con gran respeto y he evitado condicionar o alterar sus formas de actuar o comportarse. Nunca me he querido convertir en un ladrón de sufrimientos ajenos. Llevo años repitiendo que la guerra no acaba cuando dice Wikipedia. Que es un error pensar que un trozo de papel puede fundamentar por sí solo un proceso de pacificación. Las guerras penetran tan brutalmente en las sociedades afectadas que sus ciudadanos necesitan años o décadas para superar sus gravísimas consecuencias. Nunca olvido que empezaba el primer curso de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona cuando los soviéticos invadieron Afganistán en diciembre de 1979. Ya han pasado casi 44 años, ese país sigue en guerra y cada día es más difícil encontrar afganos que recuerden qué significa la palabra «paz». Hay millones de afganos que nacieron, crecieron, formaron familias y envejecieron en guerra mientras mi vida profesional evolucionaba en positivo y se fortalecía. Es la injusticia de nacer o vivir en territorios asolados por guerras eternas, siempre favorecidas por el gran negocio armamentístico. Los responsables de tanto sufrimiento se esconden detrás de una nebulosa de intereses o siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes sobre el control de armas que se aprueban en los parlamentos de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte. Una de las grandes especialidades de nuestros gobernantes, empresarios y banqueros es presentarse ante la sociedad como adalides del respeto a los valores universales y a la legalidad vigente mientras utilizan el secretismo y la impunidad para reescribir y violar las leyes y subordinarse al pragmatismo más obsceno. Los que más gritan en la oposición son los que más rápido se acaban plegando al guion oficial en cuanto alcanzan los salones del poder. En la presentación de Vidas minadas de 1997 utilicé los nombres de los hijos de las máximas autoridades gubernamentales españolas, autonómicas y municipales para recordar que las víctimas infantiles y juveniles de las minas antipersona podrían llamarse como ellos si hubiesen tenido la mala suerte de nacer en los países afectados. En el prólogo de 2007, recordé que todos los Gobiernos


españoles, desde el inicio de la transición a mediados de la década de 1970, habían permitido la vergonzosa venta de armas, incluidas las minas antipersona, y planteé que todos los presidentes podrían ser encausados en un tribunal internacional por su permisividad y complacencia con los negocios armamentísticos. Entonces, el primer Gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente que más instrumentalizó la palabra «paz» durante su mandato, había duplicado la venta de armas españolas en su primera legislatura. Cuando acabó la segunda legislatura, se había convertido en el mejor traficante de armas de la historia española. En 2004, vendíamos 405 millones de euros en armas. A finales de 2011, habíamos conseguido llegar a los 2431 millones de euros. Irónicamente, siempre recomiendo aplicar la tabla del cuatro que aprendimos en la escuela para confirmar que multiplicar cuatro por seis significa sencillamente sextuplicar. Además, el Gobierno de Zapatero violó, como han hecho de forma regular los Gobiernos posteriores, la Ley de Comercio Exterior de Material de Defensa y Doble Uso (ley 53/2007), aprobada por el Parlamento español en diciembre de 2007, que impide vender armas «cuando existan indicios racionales de que puedan ser empleadas en acciones que perturben la paz, puedan exacerbar tensiones o conflictos latentes, ser utilizadas de manera contraria al respeto debido y la dignidad inherente al ser humano, con fines de represión interna o en situaciones de violación de derechos humanos, tengan como destino países con evidencia de desvíos de materiales transferidos». Con la llegada del presidente conservador Mariano Rajoy, todo continuó igual e, incluso, se nombró a Pedro Morenés, un conocido vendedor de armas, como ministro de Defensa. Desde el propio ministerio se potenciaron los negocios de armas sin importar a quién vendíamos y las leyes que violábamos. Fue como meter a la zorra en el gallinero. Se llegó casi a duplicar el listón que había dejado su antecesor, con el récord de 4347 millones de euros en 2017, más de diez veces lo que vendíamos en 2004. El nuevo Tratado sobre el Comercio de Armas, aprobado por la ONU en 2014 y cuya regla de oro es «no autorizar armas para cometer atrocidades», tampoco sirvió para mejorar la situación. Amnistía Internacional ha acusado a los distintos gobernantes españoles de los últimos años de «escasa transparencia». Con los Gobiernos de Pedro Sánchez, incluido el segundo con el apoyo de la izquierdista Podemos, las ventas de armas han

proseguido al mismo ritmo que durante las legislaturas anteriores. En 2019, el negocio creció un 8,6 por ciento con relación al año anterior y España recuperó el sexto puesto en la «Champions League» de los países que más venden en todo el mundo. En 2020 se produjo un récord de autorizaciones de ventas de armas con 22 545 millones de euros en el primer semestre, el doble que en los dos años anteriores juntos, aunque la pandemia de la COVID-19 impidió el cumplimiento de algunos contratos. En la actual legislatura, se aprobó un decreto que modificó el reglamento de la Ley sobre el Comercio de Armas española y adoptó un Protocolo de Verificación y un nuevo Certificado de Último Destino con el objetivo de contar con un mayor control de las armas exportadas. Pero, como subraya Amnistía Internacional, este decreto «no incluye medidas para garantizar que las armas vendidas no se utilicen contra la población civil». En junio de 2021, Amnistía Internacional «pidió la suspensión de la transferencia de armas españolas a Arabia Saudí, Colombia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Israel y Turquía, ante el riesgo de que se usen para cometer atrocidades, entre otros territorios, en Yemen, Libia o los Territorios Palestinos Ocupados». En 2022, Ucrania se convirtió en uno de los principales destinatarios de armas españolas, y Arabia Saudí, una dictadura teocrática que viola sistemáticamente los derechos humanos y que está implicada directamente en la terrible guerra de Yemen, continúo copando el primer puesto de nuestras exportaciones. Gobiernos de todos los colores se han mostrado satisfechos con los negocios armamentísticos con esta dictadura y otros países del Golfo Pérsico, que también pisotean los derechos humanos. Vidas minadas. 25 años es un grito contra una terrible injusticia y un drama diario. Muestra cómo afectan a los protagonistas las heridas físicas que se mantienen en los cuerpos talados para siempre, las veces que hay que cambiar de prótesis, el coste de las múltiples operaciones, los efectos psicológicos que destruyen tanto o más que las mutilaciones, el dolor por las dificultades para mejorar, la felicidad por los pequeños retos conseguidos. Forma parte de la lucha contra el cinismo y la hipocresía de nuestros gobernantes, siempre refugiados en la falta de transparencia y la impunidad, incapaces de tomar las decisiones trascendentales que sirvan para poner fin a tantas tragedias ocultas en el gran negocio de la guerra y la muerte.

27



MAO RATTANAK

BATTAMBANG (CAMBOYA)

El 18 de enero de 2007, poco antes de cumplir los 11 años, Mao Rattanak jugaba con su amigo La, de 13 años, cerca del puente de hierro en el centro urbano de Battambang, cuando se encontró con un artefacto explosivo, posiblemente una mina antipersona. Lo recogió del suelo y lo golpeó contra una piedra. La explosión le alcanzó de lleno. Unos viandantes lo trasladaron en pocos minutos al World Mate Emergency Hospital, donde fue operado de urgencia. Perdió completamente la visión en su ojo derecho y parte de la del izquierdo. También sufrió la amputación de su mano derecha y la pérdida de dos dedos de la izquierda. El jesuita y prefecto español Kike Figaredo, que vive en Camboya desde hace más de tres décadas, lo acogió en el Centro Pedro Arrupe de Battambang, especializado en niños víctimas de minas o con graves discapacidades. Allí pudo continuar sus estudios de primaria, aunque abandonó la escuela antes de acabar la secundaria. Hoy, Mao Rattanak tiene 27 años, vive con su esposa Ña Molika, de la misma edad, y sus cuatro hijos Karona, Muta, Rachana y Rattanak, de entre 6 años y 2 meses, en una casa muy humilde que le regaló su madre ya fallecida. Su hermosa voz le permite trabajar varios días a la semana como cantante en bodas, mientras que su mujer cuida de los hijos y se encarga de las tareas de la casa.

45


2007




Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.