Cementerios, tumbas y sepulturas

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CEMENTERIOS, TUMBAS Y SEPULTURAS

Historia sobre la convivencia con la muerte

Roger Luckhurst

Título original Graveyards: A History of Living with the Dead

Diseño Tom Etherington

Traducción Alfonso José Sánchez Jiménez

Coordinación de la edición en lengua española Cristina Rodríguez Fischer

Primera edición en lengua española 2025

© 2025 Naturart, S.A. Editado por BLUME

Carrer de les Alberes, 52, 2.o, Vallvidrera 08017 Barcelona

Tel. 93 205 40 00 e-mail: info@blume.net © 2025 Thames & Hudson Ltd., Londres © 2025 del texto Roger Luckhurst

ISBN: 978-84-10469-74-7

Depósito legal: B. 9893-2025 Impreso en Malasia

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización por escrito del editor.

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C016973

Roger Luckhurst es profesor de Estudios Decimonónicos en Birkbeck College, University of London, y ha colaborado con Financial Times, Guardian y London Review of Books, además de hacerlo de forma asidua para la BBC. Entre sus libros figura Gótico. Una historia ilustrada (Blume, 2022).

portada: Richard Gough, «Cuerpo hallado en el ala sur de la catedral de Lincoln... 1781», de Sepulchral Monuments in Great Britain, J. Nichols, Londres, 1786.

CEMENTERIOS, TUMBAS Y SEPULTURAS

Historia sobre la convivencia con la muerte

Roger Luckhurst

introducción : Nos vemos a las puertas del cementerio

PRIMERA PARTE

Los orígenes del enterramiento

las sepulturas : predecesoras de los cementerios

el nacimiento de la necrópolis

megalitos , tumbas de paso y túmulos

la necrópolis griega y el cementerio romano

SEGUNDA PARTE

Muerte y fe antropología y tanatoturismo

y fe

TERCERA PARTE

La infinita multitud de muertos

un problema de actualidad 150

las reformas funerarias y la aparición del cementerio - jardín 162

las tumbas de los gobernantes 178

el ejército de los difuntos : reclutar a los fallecidos 194

epílogo : Más allá de los cementerios: el destino de las tumbas 210 bibliografía 226

lista de ilustraciones 229

índice 233

LA PRIMERA CREMACIÓN

El yacimiento de cremación más antiguo que se conoce se encuentra en el lago Mungo, en Nueva Gales del Sur (Australia). En 1968, en la orilla del lago (un lugar simbólico de transición entre la tierra y el agua), se encontraron los restos de una mujer con indicios de haber sido incinerada post mortem, ya que los huesos se encontraban triturados en fragmentos, calcinados nuevamente y, a continuación, recogidos y enterrados en una fosa poco profunda. Estos restos han sido datados en torno a los 26 000 años y evidencian la existencia de varias etapas transitorias entre la muerte física y el entierro final. En 1974 se encontró en las proximidades un segundo esqueleto, el de un hombre, cuya antigüedad, gracias a la aparición de nuevas técnicas de datación, ha ascendido hasta más de 40 000 años.

Estos descubrimientos constituyen una prueba arqueológica fundamental de la longeva presencia de los indígenas australianos en la masa continental. Ambos cuerpos, conocidos como «Mungo Man» y «Mungo Lady», fueron trasladados a la Australian National University, donde permanecieron durante años hasta que, tras tres años largos de negociaciones, fueron repatriados a los antiguos propietarios de la región de los lagos Willandra (los Barkandji, Ngiyampaa y Mutthi Mutthi). Es entonces cuando recibieron a «Mungo Lady» en 1992, y a «Mungo Man», en 2015. Finalmente, en 2017, los restos se volvieron a enterrar en el lago Mungo. En estos huesos se entrelazan los diferentes sistemas de conocimiento y creencias que atestiguan una tradición funeraria milenaria.

La cremación es vista como un anatema por ciertas tradiciones religiosas. Por ejemplo, las culturas judía y musulmana prefieren el entierro, al igual que el cristianismo lo hizo durante muchos siglos. Sin embargo, rara vez existe una regla inmutable, por lo que muchas culturas han cambiado sus preferencias a lo largo del tiempo. Las decisiones y costumbres pueden evolucionar poco a poco hacia nuevas prácticas o sufrir cambios bruscos en cuanto a gustos o significados simbólicos, transformaciones que en ocasiones son muy difíciles de revertir.

LAS PRIMERAS MOMIFICACIONES

En el norte de Chile, en la desembocadura de los ríos Azapa y Camarones, los enterramientos colectivos realizados por la cultura Chinchorro (h. 7000 a 1700 a. C.) evidencian un conjunto llamativo de manipulaciones póstumas. Hasta el momento, se consideran los cuerpos momificados más antiguos del mundo, puesto que son unos 2000 años anteriores a sus compañeros más conocidos: las momias del antiguo Egipto. La momifica-

página anterior Los restos de «Mungo Man», de 40 000 años de antigüedad, fueron transportados en un ataúd fabricado con madera de un eucalipto rojo de 5000 años de edad. Tras cuarenta años en la Australian National University, se devolvieron estos restos en 2017 para enterrarlos mediante una ceremonia en la que participaron aborígenes ancianos y otros asistentes.

inferior Fotografía de un cuerpo momificado de la civilización Chinchorro, conservado en el Museo Chileno de Arte Precolombino de Santiago de Chile.

ción proporciona una respuesta totalmente distinta a la cuestión tan enigmática que nos plantea la muerte.

Esta civilización de pescadores costeros descubrió la momificación gracias a las propiedades conservantes y naturales que poseen la tierra y el desierto de la región. El cuerpo momificado más antiguo de la zona data del año 7000 a. C. y fue encontrado en las arenas del desierto de Atacama, que se caracterizan por su extrema sequedad, salinidad y capacidad de conservación. Miles de años después, ese mismo desierto sirvió para ocultar los cuerpos de los militantes de izquierdas asesinados durante la dictadura militar del general Pinochet. Los enterramientos de los Chinchorro han sido motivo de un amplio exotismo, quizá porque ejemplifican de forma muy concreta el proceso de tratamiento póstumo de los cadáveres y, para otras culturas, resulta totalmente «ajeno». Durante principios del siglo xx, la cultura popular europea solía representar a los indígenas sudamericanos y centroamericanos como «salvajes» que se obsesionaban con prácticas como la caza de cabezas, concepto que surgió en el mismo período en que el arqueólogo alemán Max Uhle documentó estos restos momificados. Inicialmente, los cadáveres de los Chinchorro se enterraban para que se secaran de forma natural; luego se extraían y se les daba una utilidad póstuma dentro de la cultura. Alrededor del año 5050 a. C., se comenzaron a desarrollar las técnicas de momificación artificial. Los cuerpos de los recién fallecidos se secaban al fuego antes de retirarles la piel y los tejidos blandos; posteriormente, se separaban y descarnaban brazos y piernas, y se vaciaban las cavi-

páginas 144-145 Kusozu versa sobre la corriente pictórica que representa las nueve etapas de la descomposición corporal tras la muerte, una fórmula convencional para meditar sobre la transitoriedad de la vida y la inevitabilidad de la muerte física en el budismo. Japón, siglo xviii

derecha Fuyuko Matsui, Manteniendo la pureza, 2004. Acuarela que forma parte de su serie sobre las nueve contemplaciones de la muerte. En estas obras, la artista contemporánea Matsui moderniza la tradición japonesa del kusozu

Al igual que en Sanchi (India), se han producido diversas disputas entre monasterios enfrentados por la posesión de estas valiosas reliquias budistas.

LAS CONTEMPLACIONES DEL CEMENTERIO: LAS NUEVE FASES

Uno de los principios más importantes del budismo consiste en contemplar la impermanencia intrínseca de la vida de manera disciplinada. Una de las primeras enseñanzas escritas, que se remonta al año 20 a. C., invita al creyente a escoger un cuerpo que se encuentre en un cementerio y a meditar sobre las nueve etapas de descomposición y deterioro. El Navasivathika Pabba hace referencia a la antigua costumbre de dejar los cadáveres en zonas específicas para que se descompusieran al aire libre, práctica típica de los inicios del budismo y de la que aún quedan resquicios, como el «entierro en el cielo» tibetano. En el arte budista japonés, el kusozu es una serie de acuarelas que ilustran las nueve etapas de la descomposición corporal; estas imágenes, que suelen representar la descomposición de un cuerpo femenino desnudo, se crearon por primera vez en el siglo xiii y se mantuvieron como herramientas populares para la contemplación y la enseñanza durante más de 500 años.

En la primera fase, que se produce justo después de la muerte, el cuerpo se tiende en el suelo y se deja ahí mientras va perdiendo el color y comienza a hincharse. Al cabo de una semana, en la segunda fase, el cuerpo empieza a desprender un hedor desagradable que atrae a los animales carroñeros, los cuales desgarran los restos. Durante la tercera fase, el cuerpo se desmiembra y se esparcen las distintas partes; pronto desaparece gran parte de la carne y ya solo quedan pequeños rastros de sangre, la cuarta fase. Tras la quinta fase, lo que

queda es únicamente el esqueleto y algunos tendones; mientras que, en la sexta, el esqueleto queda reducido a un amasijo de huesos. Para la séptima, los huesos comienzan a blanquearse bajo el sol y en la octava, varios años después de la muerte, estos se rompen en pequeños trozos. Finalmente, en la última etapa, los huesos se mezclan con la tierra y el polvo, de modo que ya no queda nada que contemplar. En cada fase, el devoto repite los siguientes mantras: «El cadáver que yace en el osario ha sufrido un cambio radical en un corto período de tiempo» y «Este cuerpo tampoco escapará de tal destino». Por consiguiente, los difuntos se convierten en objetos de devoción que ayudan a los vivos a recordar la fugacidad de la existencia.

Estas representaciones gráficas y sin tapujos de la descomposición que se produce después de la muerte encuentran un equivalente, quizá inesperado, en la tradición cristiana del memento mori, simbolizada por la calavera que representa la moraleja: «Como yo soy, así seréis vosotros». A pesar de las diversas costumbres que han desarrollado las distintas religiones para afrontar la ruptura de la vida, colocar la muerte en el centro de los ritos revela tanto las similitudes que comparten como las diferencias de unas tradiciones que, a menudo, nos resultan poco familiares.

MÁS ALLÁ DE LOS CEMENTERIOS:

EL DESTINO DE LAS TUMBAS

Parece que resulta difícil que las últimas observaciones sobre las historias de las costumbres funerarias y los ritos de enterramiento no se escriban con un tono pesimista cuando se observa el estado actual y futuro de los cementerios. Philippe Ariès estableció una pauta importante en L’Homme devant la mort (El hombre ante la muerte) al señalar que la medicalización ha apartado la muerte de la esfera cultural, a pesar de que en tiempos pasados esta era el eje central. En la actualidad, la muerte parece haberse recluido en los pasillos de los hospitales o en las salas de espera de las unidades para enfermos terminales. Por su parte, Julian Litten sostiene que la creciente secularización en Europa y América ha reducido la solemnidad de los rituales funerarios, restándoles la fastuosidad y el esplendor que tuvieron antaño. Ken Worpole, en su libro Last Landscapes («Los últimos paisajes»), termina con un capítulo titulado «El cuerpo que desaparece», donde reflexiona sobre los cambios fundamentales que se han producido en la manera de entender y recordar a los difuntos: «Siempre hay que tener en mente que los últimos paisajes de la cultura humana fueron también los primeros; porque, cuando los hombres empezaron a marcar el tránsito y el lugar donde ocurría la muerte, descubrieron su humanidad».

¿Acaso todos han acudido después a los cementerios para enterrarlos, en lugar de ensalzarlos?

Es indiscutible que, desde la década de 1960, han surgido una serie de tendencias que han evolucionado hacia procesos de desmaterialización o dispersión de la presencia física del cadáver en las costumbres funerarias, por lo que quiero exponer algunas de ellas en mis conclusiones. Muchas de estas nuevas prácticas parecen alejarse de la conmemoración inmutable del monumento o el cementerio, pero no quiero interpretarlas necesariamente como ejemplos de declive o reducción de los ritos. Más bien, debemos verlas como parte de una historia que está en constante mutación y transformación, debido a que las costumbres funerarias buscan construir puentes entre las dos muertes esbozadas por Robert Hertz. En última instancia, se trata de una renovación constante del ingenio humano, que persigue encontrar consuelo ante la insoportable ruptura que separa a los vivos de los muertos.

LA CREMACIÓN Y EL ENTERRAMIENTO

EN LA NATURALEZA

El desconcierto que estos cambios han generado en Europa y América se debe, en gran parte, a la rápida transformación que se produjo en las mentalidades con respecto a la cremación. En el siglo xix, esta práctica empezó a ganar partidarios entre los

página anterior Hugo Simberg, El jardín de la muerte, 1896.

¿ por qué , cómo y dónde enterramos a nuestros muertos ?

¿ cómo los recordamos ?

Las pirámides de Guiza, las catacumbas de París y los cenotafios erigidos para los muertos del mundo son solo algunas de las respuestas. En esta fascinante historia cultural de los cementerios, Roger Luckhurst explora las formas, a menudo conmovedoras y a veces controvertidas, en que las personas a lo largo de la historia han respondido al problema de despedir y dar descanso a los muertos.

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