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Mujeres insurgentes, de Raquel Huerta-Nava
abriendo
LIBROS
Mujeres insurgentes,
DE RAQUEL HUERTA-NAVA
Martha Leñero Llaca
Resguardadas en gran medida por
su papel de mujeres virtuosas en la sociedad, en no pocas ocasiones varias mujeres de todas las condiciones sociales arriesgaron su vida por la nación y la libertad; su amor y entrega las hizo tomar parte en cuerpo y alma en la causa y arriesgar en la lucha la propia vida y la de sus hijos.

no creo exagerar cuando digo que estamos frente a un libro novedoso y muy de leerlo ya no podemos imaginar o recordar al movimiento de Independencia sin ellas, las probablemente pionero en la historia de las mu- “tantas y de tan variadas condiciones” mujeres jeres de nuestro de país. Decir esto puede resul- insurgentes que en él participaron. Entender así tar aventurado para quienes no nos dedicamos este signifi cativo periodo histórico es una noa la investigación histórica y creemos saber lo vedad para nuestro conocimiento del pasado sufi ciente sobre nuestra Independencia, es decir, y para el futuro que hoy podemos construir, sobre sus caudillos, sus oponentes y sus impor- porque aún en el presente ignoramos quiénes tantes logros sin esperar noticias nuevas al res- eran, qué hacían, qué querían aquellas mujeres pecto. Lo nuevo, sin embargo, puede estar en que no sólo acompañaron a sus hombres en la el pasado si pensamos que siempre es posible construcción de una nación sino que también saber un poco más sobre lo ya conocido o incluso estuvieron al frente y en el frente de una causa realizar grandes hallazgos en el terreno de lo ig- principalísima. norado. Y es allí, en el territorio de lo poco explo- Dirigido a jóvenes de secundaria en adelante, rado o desconocido y nuevo del pasado, donde con un lenguaje sencillo pero sumamente riguRaquel, la autora y su libro nos llevan. Después roso, gracias a este libro vemos de cerca a esas
mujeres insurgentes, conocemos sus nombres, sus atuendos,1 lo que se pensaba de ellas a su favor o en su contra,2 lo que ellas pensaban y hacían. Tampoco podemos dejar de ver a la autora sumergida en los archivos, librando su propia batalla exploradora frente a un mundo que se resiste a la emergencia, que de tan enterrado en el olvido y la censura se antoja inabordable. Es esta labor de rescate lo primero que se agradece a libros como éste. Hay algunos historiadores que han dicho, respecto de otros acontecimientos históricos, que su comprensión de tales eventos no cambia por saber que las mujeres participaron en ellos, que la información que pueda recuperarse sobre las mujeres del pasado es irrelevante para la Historia.3 A estos historiadores, seguramente hombres, podríamos ya decirles que, a través de la lupa que descubre a las mujeres del pasado como sujetos históricos,4 podemos profundizar nuestra comprensión de las sociedades de las que provenimos, localizar “las desigualdades persistentes”,5 entrar a las tramas ocultas que explican nuestra cultura y nuestras prácticas culturales y con ello modifi car las históricas dominaciones y subordinaciones que nos alcanzan hasta hoy y que en gran parte están basadas en la diferencia sexual. Una constatación de que la escritura de la historia se ve afectada por las diferencias establecidas cul-
1 Ver las referencias a los atuendos de Josefa Ortiz de Domínguez, p. 10; a Gertrudis Bocanegra, p. 31; a La Güera Rodríguez, p. 40. 2 Ver testimonio anónimo a favor de las insurgentes en la introducción (p. 5), o la orden de aprehensión a Josefa Ortiz de
Domínguez que el virrey Calleja envía a Miguel Domínguez, esposo de Josefa, p. 24. 3 Cfr. Joan W. Scott, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta Lamas (comp.), Género: la construcción cultural de la diferencia sexual, UNAM, PUEG, Miguel Ángel Porrúa,
México, 1996, p. 269. 4 Cfr. Carmen Ramos Escandón, “La nueva historia, el feminismo y la mujer”, en Carmen Ramos (comp.), Género e historia: la historiografía sobre la mujer, Instituto Mora, UAM, México, 1992, 181 p. 5 En Joan W. Scott, op. cit. turalmente entre las mujeres y los hombres, la tenemos en la introducción de este libro, en la que Raquel afi rma que la historia de la Guerra de Independencia que se escribió antes del siglo XX fue “inventada de manera que pareciera que en esos tiempos no existió mujer alguna”.
Cabría preguntarse por qué en el siglo XX la escritura de la historia y su “versión ofi cial” ya consignó la existencia al menos de dos de ellas: Josefa Ortiz de Domínguez o Gertrudis Bocanegra. Este dato, por sí solo, nos permite pensar que tal inclusión sólo se da de siglo en siglo, lo cual nos autoriza a decir que la historia de las mujeres apenas empieza, aun cuando existan numerosos estudios históricos descriptivos y teóricos al respecto. En nuestro país, dentro del campo de los estudios históricos de las mujeres, hay temas privilegiados como el de las escritoras, y no es para menos si se cuenta con una fi gura fundacional como la de Sor Juana Inés de la Cruz. Existen también ciertos periodos más estudiados que otros, como la Colonia o la Revolución de 1910. Y tenemos ahora este libro, cuya virtud es concentrarse en una década del siglo XIX ignorada en los estudios en cuanto a la participación política de las mujeres. Las preguntas sobre este hecho no se dejan esperar. ¿Será que sus formas de participación, más individuales que de grupos organizados, no se han considerado sufi cientemente subversivas y, por lo tanto, “políticas” e interesantes para, por ejemplo, algún tipo de feminismo? ¿Será que su existencia es de difícil acceso para la investigación? El hecho de haber sido madres, esposas, amantes, hermanas o primas de los insurgentes, ¿les resta o les ha restado peso o importancia política? Por suerte, contamos ahora con nuevas ideas acerca de “lo político”, y me atrevería a decir que es así gracias en gran parte a la insistencia y lucha de las mujeres en muy diferentes ámbitos. La posibilidad que se abre con la lectura de este libro
de hacerse ésas, y muchas otras preguntas productivas, es otro de sus aciertos. Su estilo narrativo, alejado de la monografía y la biografía tradicionales, abierto a la imaginación en los R. Huerta Nava, Mujeres Insurgentesdiálogos, pendiente de la experiencia vivida, del lenguaje de la época, exigente y riguroso con los contextos y los acontecimientos históricos, impide la clausura histórica tan acostumbrada en las conmemoraciones o celebraciones cívicas y nos entusiasma, nos lleva a emprender nuestras propias indagaciones sobre este tema con el que , Random House Mondadori, Lumen, CONACULTA , aún estamos en deuda. Por otro lado, la reunión en el libro de tan diINAH , México, 2008. versas mujeres, lejos de suponer una fi ja, única y por consiguiente esencial y natural defi nición de mujer y de mujeres, contribuye a expandir las posibilidades de lo que ha signifi cado, signifi ca y puede llegar a signifi car serlo. En contra, por ejemplo, del estereotipo de las mujeres como chismosas o habladoras, encontramos aquí en todas ellas un refi namiento en el arte del secreto, primer término por estar locos o dementes. Este que como estrategia política y política de resis- tipo de situaciones revelan algunos absurdos o tencia funciona efi cazmente para mantener el contradicciones en la manera de concebir a las Movimiento en una época donde vigilar y casti- mujeres, quienes, en sentido estricto para la épogar al extremo eran la base del orden colonial y ca, no podrían perder la razón en tanto ellas católico, y las prohibiciones para las mujeres, no eran razón sino naturaleza. Y en esta misma ahí sí concebidas e imaginadas todas de una sola línea hay miles de ejemplos del absurdo, que e igual naturaleza, eran tantas que apenas po- entre más lejanos en el tiempo se revelan más dían salir de sus casas sin levantar sospechas. ridículos, pero también es cierto que si nos acerDe manera que las varias Conspiradoras que co- camos al presente muy posiblemente volverenocemos en el libro, a diferencia de los Conspira- mos a encontrarlos bajo otras formas. dores, corrían doble peligro si eran descubiertas, Descubriremos en el libro otras prácticas de ya que no era raro sentenciarlas o encarcelarlas la insurgencia femenina que, junto al secreto, no sólo por traidoras a la Corona española, sino acompañan la simpatía por la causa. Y ahí tenetambién por “locas”: así, leemos, en la página mos el uso del disfraz, como cuando Leona Vi24, que un auditor de guerra “expresó que Jo- cario se disfraza de esclava negra para llevar sefa ‘padecía enajenación mental’” y, por su- una imprenta a los insurgentes, o cuando ella puesto, el funcionario proponía la reclusión de misma inventa seudónimos para la corresponla Corregidora. dencia entre los insurgentes;6 tenemos también
Por su parte, los insurgentes podían ser sentenciados por muchas cosas, pero nunca en 6 Ver página 43.

la creación del espacio de las tertulias como lugares de crítica cultural y política de la época. Todo ello conforma estrategias inventadas en gran medida por las mujeres y sólo posibles gracias a una precisa interpretación crítica de sus contextos y de los lugares que les han sido asignados por la cultura dominante. Es éste uno de los puentes que podemos cruzar gracias a esta obra, y gracias a ese tránsito entre lo anterior y lo actual nos es posible imaginar otras formas de interrogar al pasado, otras formas de conmemorarlo, haciendo visibles no sólo los retratos o las imágenes de las mujeres que nos antecedieron, siempre y por demás y sobre todo imaginadas y representadas, sino haciéndolas hablar, dándoles la palabra7 como lo hace magistralmente la autora.
Además de las mencionadas Josefa Ortiz de Domínguez, que con sus 14 hijos a cualquiera le cuesta imaginar cómo tuvo tiempo para conspiraciones, y Gertrudis Bocanegra, quien nunca delató a los conspiradores a pesar de haber sido sometida a tortura, aparecen nombres no tan famosos: • Ana María García, chihuahuense, logró salvar a su esposo de la pena de muerte conmutándola por el exilio y lo ayudó a escapar de la cárcel dos veces. • Luisa Martínez, michoacana como Gertrudis
Bocanegra, fue correo de la insurgencia y logró salvarse varias veces de ser fusilada porque pagaba sobornos. La última vez que la atraparon no tenía dinero… • De Guanajuato, Juana Bautista Márquez, ejecutada junto a su hijo y al cura Miguel Hidalgo.
Otras, además de organizar y ser correo, directamente tomaron las armas. Es el caso de:
• María Josefa Martínez: formó un comando de 12 hombres después de la muerte de su marido, el miliciano Miguel Montiel. • Cecilia Bustamante, sus hijas Micaela y Ramona, Romana Jarquín y Rosa Patiño, entre otras, tomaron el cuartel militar de Miahuatlán e hicieron huir a los soldados. • María Fermina Rivera, viuda del coronel José
María Rivera: murió en combate en la batalla de Chichihualco, en 1821.
7 En la introducción de la Historia de las mujeres (publicación en cinco volúmenes dirigida por Georges Duby y Michelle
Perrot, 2a. ed., Aguilar-Taurus, México, 2001, pp. 21-33), se dice que sobre las mujeres existe una “debilidad de información que contrasta con la sobre-abundacia de imágenes y discursos: se las representa antes de describirlas o hablar de ellas, y mucho antes de que ellas mismas hablen (…) Su historia, en cierto modo, es la del acceso a la palabra”.
Hay, por supuesto, más nombres, más hazañas. Y, desde luego, tanto alumnas como maestras podrán constatar y enseñar que uno de los papeles que se le asignan a la mujer en la sociedad, el papel pasivo, no es ni ha sido una realidad en ninguna de nuestras sociedades.

Reseña del libro Mujeres insurgentes, de Raquel Huerta-Nava, Random House Mondadori, Lumen, CONACULTA, INAH, México, 2008, (Serie: Espejo de vidas, Colección Huellas de México: Un Viaje por su Historia y sus Secretos), 47 p.

