Francisco Tamayo: sembrar la semilla y regar las plantas. Suelo, las aguas y el bosque

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FRANCISCO TAMAYO

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FRANCISCO TAMAYO FRANCISCO TAMAYO

Sembrar la semilla y regar las plantas (Recopilaciรณn, selecciรณn e introducciรณn de Trino Borges)

Barquisimeto 2009

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Sembrar la semilla y regar las plantas  Francisco Tamayo  Trino Borges (Compilación y selección)

Ediciones de la Zona Educativa del estado Lara Colección: Conocimiento al Alcance de Todos Serie: Pensamiento Pedagógico Nº 1 BARQUISIMETO, 2009 Editor: Carlos Giménez Lizarzado Coordinación Editorial: Magalis Pérez Ana Martinho de Sousa Levantamiento de Texto: Freddy Medina Corrección de Textos: Magalis Pérez Ana Martinho de Sousa Diseño y Diagramación: José Santana E. En cubierta: Fotografía de Francisco Tamayo en un paisaje semi árido del estado Lara Impresión Editorial Horizonte Depósito Legal: lf7902009780113 ISBN: 978-980-6087-76-7

Barquisimeto-Venezuela 2009

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Impreso en Venezuela/ Printed in Venezuela


FRANCISCO TAMAYO

ÍNDICE Pág. Presentación .........................................................................................9 El andariego del país Trino Borges .......................................................................................13 UNA MUESTRA DE SU ESCRITURA Testigos de mejores tiempos ..............................................................21 Enriqueta: alma y paisaje ...................................................................22 Voces de la noche ...............................................................................23 El viento, ese andariego de mar y tierra .............................................24 El mar, el río .......................................................................................25 Las aguas más puras y sonoras. ..........................................................27 El río que baja de la montaña .............................................................28 El agua: los rastros de una búsqueda .................................................29 Sabiduría de las campesinas ...............................................................30 La lección del cardón .........................................................................33 ¿Cuántos pájaros quedan, cuántas hojas? ..........................................37 Del no ser a la búsqueda del ser .........................................................41 LETRAS PARA EL ANDAR DE LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS Una actitud, una escritura Trino Borges .......................................................................................51 EXPRESIÓN TAMAYISTA Una fábula de Tío Tigre y Tío Conejo ...............................................61 Tío Conejo y el muñeco de cera .........................................................63 El impacto de la verdolaga .................................................................66 El tesoro de nuestros ríos ...................................................................67 El araguaney, el turpial y la flor de mayo ..........................................69 La recreación ......................................................................................70 Origen del suelo, sus componentes ....................................................72 5


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Pág. El suelo, las aguas y el bosque ...........................................................74 Animales que merecen protección .....................................................75 La protección de los animales de caza ...............................................77 La lucha por la luz ..............................................................................80 Primavera de fuego .............................................................................82 La armonía de la naturaleza ...............................................................84 Una tarea amable para niños y maestros ............................................88 La tortolita, el viento y la florecita azul .............................................90 EDICIONES DE LA OBRA ESCRITA DE FRANCISCO TAMAYO

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“Así es en Palo Seco y en todas partes. Es el mismo hombre con diferentes escenografías, ocupado en hacer la escena de la existencia, de llenar el tiempo, de ocupar el espacio, de darle curso a ese torrente incontenible de la vida. Mojar la tierra y amasar el barro. Torcer el hilo y urdir la trenza. Sembrar la semilla y regar la planta. Dar el grito y decir la palabra”. Francisco Tamayo “Los días de Palo Seco” El Nacional, Caracas, 18-08-1977

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El andariego del país Trino Borges

I Francisco Tamayo siempre se caracterizó por un afán de búsqueda, y desde allí le nacía esa necesidad intrínseca de andar. Y naturalmente que lo que iba encontrando, lo que lograba hallar, venía de una historia transcurrida y transitada, vivida, padecida. Y ese afán permanente suyo, no hubiera podido desenvolverse en el área de un escritorio, ni desde las aulas convertidas en claustros del conocimiento, y, por lo tanto, ciegas frente al mundo andante. Y menos en los dominios del cargo público, agobiado éste por la inmovilización de burocráticos papeles. No es una mera casualidad, sino una razón de ser y existir, la relación que estableció Tamayo con la tierra, con el espacio de la terredad, en donde se estaban manifestando distintos y variados signos de la vida. Y no sólo en la naturaleza de los vegetales y los animales. No sólo en la peculiar condición biológica del hombre. Lo era en todos los componentes del mundo: los animados y los inanimados. Porque nada estaba quieto. Aun la materia en sí misma, daba muestras de un continuo movimiento: en esa constante inter-relación con las proliferantes expresiones de la vida, que brotaban por doquier. Así lo estaría señalando en su trabajo “Bolívar, Guayana y Selvas”: Es la materia que no quiere permanecer inerte, pétrea, insensible. Busca la manera de volver a entrar en las cadenas alimentarias donde pueda ascender otra vez hasta la hoja del árbol y recibir el beso del sol. Subir a la flor y encarnar los misterios del sexo, y ser fruto y semilla para propagar la especie. Luego, bajo el concepto de raíz, tallo, fruto y semilla, dar el gran salto hasta llegar al hombre directamente o mediante los animales de cacería o los rebaños domésticos. Satisfacer el hambre de los seres humanos y llegar a las neuronas para conocer, para 13


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sentir, para amar, para crear. Para ver el mar y recibir el soplo de la brisa. Para ver el color y la forma. Para conocer el movimiento estático de los árboles. Para presenciar la danza del hombre cuando camina, ataca y se defiende. Para verlo cuando canta, cuando ríe y cuando llora. Para oír su palabra, para ser su palabra. Para ser su grito, y verlo luchar y vencer. Pero no concluye ahí el anhelo y la capacidad de ser de la selva. Ella recibe en su follaje el golpe de la lluvia, para amortiguar la fuerza creciente del descenso. De allí, roto ya su ímpetu, gotea por las hojas y se escurre por los tallos hasta el suelo. Aquí circula entre los detritos, y se infiltra en el mantillo hasta tocar las rocas subyacentes. Se abre paso hacia un declive del terreno y brota a flor de tierra como un manantial u ojo de agua. Pero son millones los nacimientos así generados que confluyen, se juntan en torrentes, arroyos, caños y ríos.

II En realidad, detrás de todo ello, hay un sentido profundamente ético. Es la plena conciencia desarrollada o conformada en los tropiezos de ese andar. Conciencia de lo que se hace, y del porqué se emprende y se realiza. Su praxis, se diría. Su reflexión al respecto, él mismo la estaría señalando, en un momento de la introducción al libro YERBAS, de Alfredo Armas Alfonzo: He andado por los caminos de Venezuela buscando el relieve y el espacio en función del tiempo, dentro del ámbito del país. Busqué las huellas de los seres que pueblan y poblaron este gajo de tierra y de cielo. Había tanto hecho, tanto deshecho, tanto por hacer. Entonces asumí la responsabilidad de ser venezolano, porque encontré motivos para amar a esta tierra. No porque mi familia tenía más de cuatro siglos disfrutándola, sino por el ancho margen que hay para servirla y quererla. III La tierra es la geografía. También los animales que la poblaban, los vegetales, el viento, los ríos, el mar, los lagos, las arenas, las piedras. Eran los caminos, los pueblos que se habían erigido o que habían desaparecido. Era el canto de los pájaros o 14


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el sonido del viento, de los muchos existentes, era la llanura, era la montaña, la costa marina. Eran las voces de los hombres esparcidas por el mapa humano: las palabras que se habían inventado para nominar las cosas. Eran las canciones que nacieron en la intimidad de los seres humanos, las historias que se narraban en los rincones de los poblados. Era la sequía y las lluvias, el fuego y las cenizas. Y que las huellas humanas del hombre se habían convertido en señales o hitos, que podrían leerse en las piedras que entraban en la construcción de las casas (El signo de la piedra); o en las costumbres rezagadas o arremansadas en algunas viviendas (“Canciones de cuna del folklore venezolano”, “Sabiduría de las campesinas”); o en algunos toponímicos (“Por qué se llamó Palo Seco”); o en las plantas que se aclimataron a los jardines; o en los objetos o cacharros sumergidos aún en los suelos (“La industria del Olicornio”). Y desde ese percibir precisamente, también la particular atención en el campo del léxico nuestro, que fue uno de sus senderos indagativos. Lo justificaba él mismo, desde una muy genuina posición ante las cosas, que esgrimía en 1977: Quienes tenemos la manía de coleccionar, no podemos resistir la tentación de tomar lo que vamos encontrando. Siempre me sentí en el deber de no dejar en el suelo las cosas valiosas que iba hallando a lo largo de muchos años. Empecé en 1946. Fueron treinta años de trabajo discontinuo pero asiduo y honesto. Las cosas estaban allí, en el habla, en la nominación, en el escrito; casi siempre a punto de perderse en el recuerdo, en la antigua vivencia, en pueblos apartados, en la memoria de ancianos. Todo ese maravilloso cúmulo de expresiones de la vida, de modalidades anímicas de las costumbres, del pensar, del sentir, las fui recogiendo como naturalista, antes que como filólogo. Porque es el caso que a un naturalista desclasificado como yo, no es que se meta como aventurero en predios cuyas disciplinas ignora, sino que se siente en el deber de no dejar perderse ningún aspecto de la vida, y más aun, de la naturaleza humana. 15


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IV El tránsito de Tamayo estuvo en los pies, pero asimismo en la mente. Era el ejercicio de un desplazamiento físico, conjuntamente con la movilización del sentir y el pensar: Lo del viaje a La Paragua (1978) fue por deseo de conocer algo del corazón de Guayana. Aun cuando fuera una simple ojeada. Pero si uno ve con pasión, con entrañable afecto, logra percibir mucho más de lo que mira. Posiblemente, las cosas están dentro de uno, como una premonición –siempre que medien aquellos sentimientos–, y después al producirse el encuentro físico, se tiene la impresión de ser una revelación, de haber encontrado la tierra prometida y por ello me sentía arrobado, conmovido como si estuviera en presencia de una maravilla buscada por todos los caminos tras un infinito peregrinaje. Así también me sentí alguna vez en Paraguaná, otra en los llanos, en Parmana, en Caripito, en las Mesas de Anzoátegui, en Aragua de Barcelona, en Zaraza, en Cuchivero, en la Gran Sabana, en Boca de Uracoa, en Curiapo, en tierras de Ibaruma, en Paria, en La Goajira, en los páramos y los farallones andinos, en el Lago de Asfalto, en el itsmo de Médanos, en Los Roques y en tantos otros lugares de recóndito amor.

Un andariego que venía de tantas trochas: las que estuvieron marcadas en la cartografía. También caminante en las que iban apareciendo, en esa dialéctica del existir social, en el ámbito de la cultura viviente: “El Llano de Efraín Hurtado”, “José León Tapia en la ruta del viento”, “Enriqueta Arvelo Larriva”, “De la naturaleza y la vida de Julio Garmendia”, “El Orinoco de René Lichy”, “Memorias de Altagracia”, “Aspecto científico en la obra de Carpentier”, “Personajes de Faulkner”, “Juego de sombras”, etc., etc. V Para Tamayo, Venezuela era un espacio físico determinado, un territorio, de tanta importancia y con los distintos sentidos que tomaron rumbo en el devenir. Por lo cual, las muchas 16


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referencias geográficas, abundantísimas, que podrían localizarse en su obra escrita: “Los días de Palo Seco”, “Canaguá”, “De Corozo Pando a La Unión”, “De Cazorla a Guayabal anda el Tirano Aguirre”, “Los farallones del Mucujún”, “El arpa de Tinaquillo”, “El itsmo de Médanos”, “Relieve y vegetación hacia La Paragua”, etc., etc., pero al mismo tiempo ese país era proyectos (Lecciones de camino, Camino para ir a Venezuela, Más allá de Akurimá), como igualmente era angustia (“Cuántos pájaros quedan, cuántas hojas”, “Los pichones de Flores Moradas y otros pichones”, “Discurso en el Congreso de la República en el Día Mundial de la Conservación”, etc., etc.). VI Y obviamente que lo hallado en ese tan proliferante andar, necesitó decirlo. Verbalizar ese peregrinar. Para eso estuvieron las páginas de la prensa, convertidas en canal de circulación de ideas. Fue tanto lo recogido en esas rutas, que el periodismo se le volvió una urgente necesidad de expresión. Y así se fue erigiendo un pensar y un sentir. Es muy posible que la mejor prosa de Francisco Tamayo, la más lograda como escritura, no esté en los libros concebidos originariamente como tales, sino en esos ensayos y artículos periodísticos. Es probable que en dichos espacios aprendió a domeñar la palabra: la dura lucha para hacerla maleable a las exigencias de su propia voz. De allí principalmente que los años 50, 60, 70 y los comienzos de los 80, dan testimonios de ese afán suyo de romper los silencios e intentar establecer diálogos con los lectores del diarismo. En esa forma todo el mapa de Venezuela se fue poblando de esa palabra suya. Que podía ser Falcón con sus costas, la península, sus escasas corrientes de agua; o Guayana con su abundancia de vegetación y de ríos; o los llanos del Guárico, de Barinas o de Apure; o ser Trujillo, o Lara, o Yaracuy, o el Zulia; o el mar; o las islas del Caribe venezolano, es decir, esos tantísimos lugares de su recóndito amor. VII Pedro Francisco Lizardo llegó a considerarlo como un hombre 17


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de abierto espíritu goetheano. Desde luego, que no con propósitos fáusticos, pero sí navegante por vertientes diversas del saber, siempre atento, como solía manifestarlo con frecuencia, al curso que seguía ese torrente incontenible de la vida, la que se agita y se hace oír, según la expresión de Alejandro de Humboldt. Venido de rigurosas disciplinas científicas, adiestrado en la más exigente observación de las cosas y sin embargo, o quizás precisamente por ello, el individuo de mirada humanista, en donde ciencia y poesía concurrían con holgura, sin reclusiones ni exclusiones, a un diálogo esclarecedor de la humanidad. Batallador como lo fue, Tamayo tuvo suficiente conciencia de sus interminables luchas, que no siempre desembocaban en las coincidencias, pero no por eso, dejaron de ser tercamente persistentes, sin declinar. Y lo cual le hizo decir, en alguna propicia ocasión, lo que era imprescindible argumentar con sencilla claridad, pero sin dejar de enfatizar en lo que había sido su ubicación social en el mundo que le tocó vivir: Que los naturalistas no estén enteramente de acuerdo conmigo es sumamente natural, atendida nuestra discrepancia de ideas, y yo trataré también en el futuro de sustentarlas. Pero también en los terrenos estéticos y moral se ha hecho moda el discutirme y llevarme la contra. Harto sé de dónde y adónde, por qué y para qué, pero ya no sé más. Los amigos con quienes y para quienes he vivido sabrán estar a la defensa de sí propios y de mi memoria.

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Testigos de mejores tiempos Las piedras son impasibles. Testigos de mejores tiempos, cuando corrían las aguas y ellas se desprendieron del cerro y echaron a andar quebrada abajo, con vitalidad, con la vida que le comunicaba la dinámica de las aguas para llegar pronto al río, como un hito de su larga ruta. Ahora están muertas en espera de que las alternativas de la temperatura terminen por fragmentarlas en el curso de los siglos. Recordarán acaso aquellos tiempos en que su marcha tumultuosa se traducía por un trueno sordo y constante como el lejano retumbar del oleaje. Son rojas, color pizarra, pardas, lechosas, amarillas, azules. Limpias y relucientes se calientan al sol y toman un tinte bruno a la luz de la luna. Por la noche impresionan sus grandes moles y tienta quedarse entre ellas como entre un rebaño de vacas mansas. El signo de la piedra, 1968

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Enriqueta: alma y paisaje Enriqueta es severa e integérrima consigo y con el verbo, pero no es metafísica como la santa de Ávila, ni abundosa en el decir como si fuera hija de la llanura. Nos parece una auténtica expresión de piedemonte. Es un ente de transición entre el hermético montañés y el ilimitado poseso de los llanos. Hay momentos que luce inaccesible, cimera, hierática, con frenos, dominios y controles; pero luego, muy luego se integra al riente paisaje, farallón abajo hasta llegar al río, donde el dulzor del agua se desgaja en ternura junto a las piedras y siembra de verdor sus ribazos y, costeando el río se ahonda en la querencia de los seres y las cosas. Entonces asume la gracia de la canción del río, el deleite de la flor y la promesa del fruto. Así Enriqueta Arvelo Larriva no se distingue en la armonía del ambiente, porque está identificada con las esencias de la tierra, con el espacio y el relieve, con la sustancia de las rocas y con la función de todo lo creado. Enriqueta Arvelo Larriva y Santa Teresa El Nacional, Caracas: 23-06-1978

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Voces de la noche En medio de la oscuridad se oyen también las voces de la noche. Es el hablar del viento en la ramazón de los chaparros; es el tremolar de los abanicos de las palmeras como si fueran las manos de la tierra en el cordaje de la brisa; son los cantos del güirirí, del alcaraván y la lechuza blanca, registrándose en la sombra, buscándose en las tinieblas; es el chirrido de los murciélagos para evitar los obstáculos; es el rebuzno de los burros para que sus hembras sepan que hay jefatura en la manada; es el diálogo conmovedor entre la vaca madre y el lejano ternero enchiquerado; es el gallo que le recuerda al mundo entero que allí está él, alerta noche y día para hacer valer sus derechos, y que tiene coraje, pico y espuelas para pelear, y garganta para cantar; es el aguaitacaminos con encendidos faroles, apostado en las veredas, en espera de otros animalejos para comérselos; son los sapos y las ranas de axilas anaranjadas que organizan sus coros maravillosos en las orillas de las charcas, junto a los renacuajos y a las feroces larvas de las libélulas. Los días de Palo Seco El Nacional, Caracas 18-08-1977

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El viento, ese andariego de mar y tierra Impregnado con las esencias del mar toca tierra el Alisio, después de circunvalar la redonda esfera, después de restregar su elástica substancia en la superficie coruscante de los océanos, luego de haber arrastrado la ola en la arena de las playas y en el légamo de los manglares. Llega el viento a tierra, callado, jadeante, juvenil, oloroso, después de haber templado su ánimo al son de las borrascas, junto a los arrecifes y los acantilados. Viene retozón, contento, luego de haberle servido de apoyo a las gaviotas y al velamen de los barcos pesqueros; luego de servir de vehículo al grito de los marineros, de cantar en las jarcias y en los caracoles, de empujar los transatlánticos y besar los pájaros metálicos que cruzan en el espacio aéreo. Ahora en tierra toma contacto con los árboles playeros en cuyas hojas deja un resabor de mar y un relente viajero. Se interna en la selva con su carga de oxígeno y vapor de agua. Se interna en el ramaje donde se adentra en los pulmones de las guacamayas. Saca el polen de las flores y luego de jugar con él, lo deja olvidado en otras flores anhelosas. Sacude la fronda para sacar las semillas, echarlas a volar y pasarlas de una a otra mano, tal como hacen los payasos en los circos, hasta largarlas en cualquier accidente del camino. Puentes eólicos El Nacional, Caracas, 24-12-1977

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El mar, el río El encuentro con un fenómeno desconocido de la naturaleza es altamente impresionante. Es una revelación no sólo que emociona, sino también es capaz de remover los estamentos anímicos de la manera más profunda, hasta llegar a cambiar el ritmo de vida, las concepciones y hasta el destino de la persona así afectada. La primera visión del mar conmociona y deja marcada una huella indeleble, sobre todo cuando se tiene cierta dosis de sensibilidad, de imaginación y de sentimiento. Uno se acerca a él con temor, con recogimiento, sobrecogido como si estuviera ante un dios, arcano, poderoso, temible, hermoso. Da miedo acercarse mucho. Se teme que pueda desbordarse y tomarlo a uno para sumirlo en sus dominios. Surge un temor misericordioso por la cautividad aparente en que lo aprecia, prisionero como si estuviera entre rocas, acantilados y playas engañosas que actuarán como trampas quebrantadoras del poderío de sus olas, como si fueran páginas abiertas donde gastare su fuerza, su acometividad y capacidad. Aquel poderío subyugante, aquella belleza cohibida, aquel mundo de encantos y de peligros genera el amor. Tenía que ser allí donde naciera Venus. Esa atracción ciega, poderosa, temible, cuyo influjo no se puede evadir, no por el hecho de ser fatal, sino por la circunstancia vital de ser culminación y destino. El mar es como Prometeo encadenado. Es prisionero de la gravedad. Sólo el viento, el sol y la luna le hacen mover. Es como esas estatuas yacentes que coronan los sepulcros de los reyes. Está en su nirvana. A veces también la Tierra lo remueve cuando ella se estremece. En el tiempo mayor permanece en la serenidad. Que no le toque el viento porque de inmediato se cubre de ondas visiblemente interferentes, con tendencia a levantarse en olas si el viento insiste. Y cuando el viento avanza a la magnitud del 25


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huracán, el mar se enfurece con rigor olímpico para arrasar con todo cuanto lo limita y ataja. Tiene semejanza con las pasiones humanas. Con los anhelos reprimidos. Con el despertar de la creatividad. Con la ira y con la muerte. El río es también agua. Pero es agua con la gracia del constante y entero movimiento. Verdad que el mar tiene la ola con gracia de falda poblada de revuelos de encajes junto a las playas. El río también tiene faldas, faldellín de bailarina. El movimiento del río es perenne y cambiante. El río es una búsqueda. El mar es un encuentro. El río viene y se va, es como el tiempo. El mar es permanente, es el tiempo. El río es un escenario donde el agua canta y se va. El mar insiste en su antigua canción llena de magia y enseñanza. El río proporciona el agua para la agricultura, los animales y los acueductos. El mar proporciona el agua para los peces y las nubes. El mar llegó. El río no termina de llegar. Venir, estar e irse es ser en tres tiempos. El mar es infinito. El Orinoco es un ser vivo: nace, crece, se reproduce y muere. El río recolecta en tierra todo cuanto encuentra para regalárselo al mar. El regalo desmenuzado, triturado, descompuesto, enriquecido y devuelto a tierra por el oleaje, si flota, o por la corriente marina si va a fondo. Si no puede transportarlo es sometido a tratamiento por los manglares y los corales con el encargo de ensanchar tierras continentales y de crear islas habitables en la periferia de las abruptas rocas volcánicas que emergen del mar. El río y el mar trabajan con diferentes modales, por una misma causa, el progreso de la vida. Imagen y huella de Henri François Pittier, 1985 26


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Las aguas más puras y sonoras. Años atrás, pero muchos muchos, allá en el 34-36 cuando viví en Mérida, conocí al río Mucujún, casi en su confluencia con el Chama. Entonces lo miraba y oía extasiado desde arriba, a orillas del inmenso barranco donde la mesa de Mérida se hiende y forma cañón para darle curso al río que en aquellos tiempos traía las aguas más puras y sonoras, nacidas sabe Dios en qué páramos recónditos y lejanos. Presenciaba el fluir de aquellas aguas desde el borde mismo del precipicio, frontero al antiguo camino real por donde antaño desfilaron las caballerías de los guerreros; las de los obispos con toda su clerecía y sumisos vasallos; los arreos de mulas portadoras de café, maíz y trigo; los burros y bueyes cargados de verduras y otros menudos productos de la tierra; los enfermos graves transportados en chinchorros péndulos de larga vara, para quienes no habían sido efectivos los bebedizos, sahumerios y ensalmes, ni tampoco las oraciones y promesas donde la católica piedad cifraba su última esperanza; también transitaron los cortejos funerarios de los más desamparados campesinos para quienes ni siquiera hubo el consuelo de una yerba, de una oración o de un chinchorro para traerlo a tiempo ante el médico, pues sólo disponían para el descanso de su doliente humanidad, de un cuero crudo o de una troje de macanilla. Por aquel abrupto paredón hecho de arena, arcilla y cantos rodados se asomaban el bosque y el chiribital para espectar las calidades del río cuando el cristal del agua se rompía contra las piedras y presurosamente corría dando pequeñas voces, haciendo esguinces y remolinos entre negras rocas y estrechos pasadizos, dando saltitos como loca bailarina con su faldellín de espumas. Los farallones del Mucujún El Nacional, Caracas: 27-02-1976

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El río que baja de la montaña El tiempo para el río de montaña está escrito en las cañadas, en las vaguadas, en las faldas de las serranías, en el quebranto de las rocas, en la redondez de las piedras, en los animalitos y plantas que se hubieren petrificado. En los conos de deyección, en la estratificación de los farallones, en la moldeadura de las peñas que no ha logrado desgajar de los paredones del cerro, en la profundidad del cañón que ha cincelado en la roca viva. En la anchura del valle relacionada con la resistencia de los peñones laterales, con el volumen de las aguas y con la velocidad de la corriente. En estos valles, el río ya viejo y andariego, se desmadeja en distintos brazos separados por playones de arena gris, blanquecina y plateada donde colonizan los alisios de tierra caliente; éste es en verdad un cauce para ser ocupado todo él sólo en las crecientes, pero cuando menguan las aguas, la corriente se distribuye en varias porciones, entonces es cuando las mujeres van a lavar sus ropas multicolores y los hombres se zambullen, limpian y solazan; entonces los pescadores buscan guabinas en los remansos, anguilas en fondos barrosos, cascarones entre las piedras; los niños y las aves pescan sardinitas donde el agua es mansa y clara. De allí en adelante los brazos convergen en un solo curso para enfilarse por el cañón, bramando como un toro furioso, hasta ganar la llanura camino del mar, comienzo y fin de todo empeño. Río de montaña El Nacional, Caracas: 21-05-1978

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El agua: los rastros de una búsqueda Arriba se veían las roñosas aldeas como prendidas en la falda azul holandilla de la serranía. Eran como agrupados huevos de mariposas puestos sobre las hojas de los árboles. Eran siembras de angustia humana en la pétrea armazón de la montaña, como cosidas con hilos de caminos por donde se iba a buscar agua en el manantial, verdura en el conuco y chamizas en el monte, porque la leña de palo macho ya se acabó hace mucho tiempo en la vecindad de los poblados; habría que ir hasta La Mataruca o bajar a Las Guarabas para conseguir algún palito de mediano porte, pues aquellos palonones de antes, ¡qué va! eso se acabó para siempre. Al pie de la cuesta donde se abre la llanura, hay un peñasco de árboles inclinados reverentes para apadrinar, como la mula y el buey, el nacimiento del niño río. El agua brota de la tierra en tumultuosos borbollones y después corre plácida sobre un cauce imprevisto donde cardones y cujíes se apartan pudorosos para no recibir el frescor de las linfas, y dejar que otros palos más floridos, como los orumos, se junten en las riveras. Era cosa de milagro presenciar aquel golpe de agua en la llanura reseca. Por aquellos tiempos el atildado doctor Beaujón sostenía en Coro que agua buena para el acueducto de la ciudad de Ampíes no había como la de Meachiche; y Carlos Hernández Bitter preconizaba que la solución de la tradicional sequía de las llanuras corianas estaba cifrada en el establecimiento de una red de medianas presas en las torrenteras, al pie de la sierra. Eso fue allá por el 25, poco más o menos. Lo de Meachiche siempre fue verdad y tanto es así que hasta a Paraguaná fue a dar ese borbollón. Lo de los diques siempre ha de tener vigencia, pero nadie intenta llevarlo a la práctica. Un día me fui con Ángel Guillermo a conocer aquel nacimiento habido entre sierra y llanura. Golpe de agua El Nacional, Caracas, 10-06- 1976

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Sabiduría de las campesinas La sapiencia de las campesinas en el sentido práctico de su existencia era admirable. Cuando estas mujeres cargaban agua dentro de sus panzudas tinajas de barro cocido, las llevaban sobre la cabeza, donde previamente se ponían un rodete de mullidos trapos, para facilitar el acomodo de la tinaja y proteger la cabeza. Lo demás era tener resistencia para soportar el peso estimado en unos veinte kilogramos, y equilibrio para que no se volcara la carga. La mujer caminaba con los pies descalzos, en un camino escabroso, con altibajos en su largo trayecto; no obstante conversaba tranquilamente con las otras aguadoras. Aún había un problema por resolver: que el agua no se derramara sobre sus hombros y cara cuando se producía el movimiento que de las piernas le trasmitía a la tinaja. Eso lo resolvía poniendo unas ramitas de alguna planta, conocida como no venenosa, dentro de la boca de la tinaja, parcialmente sumergidas en el agua. Así el agua se quedaba quieta, por un sencillo fenómeno de capilaridad que las mujeres aprovechaban aun cuando ignoraban su nombre y sus leyes, pero conocían su utilización… Entonces las campesinas lucían estatuarias con el busto y la cabeza erguidos, los pechos proyectados hacia adelante, las facciones levantadas, la cabeza con la tinaja constituía un solo volumen que se balanceaba graciosamente mediante movimientos lentos del cuello y del torso hasta la cintura; de allí hacia abajo hasta los pies, el movimiento obedecía al impulso de la marcha y atendía a los accidentes del camino. Brazos y manos actuaban como balancines para favorecer el equilibrio. II El lavado de la ropa se efectuaba con jabón de Castilla y a falta de él se podía realizar con órganos de ciertas plantas, como son las conchas de los frutos de la parapara, o del caro y los árboles llamados lavanderos. Cuando se trataba de ropa negra se prefería siempre lavar con concha de parapara porque era fama que por este medio se afianzaba el negror de las telas, en contraposición a otros jabones y sucedáneos que desteñían los trajes de ese tinte. 30


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Todas las aguas no eran igualmente buenas para lavar ropa. En El Tocuyo tenía fama el agua de un manantial existente en Cocorote, camino que conduce a Guarico, cercano a El Alto de Viso. En la hacienda San Quintín, jurisdicción Sanare, había otro manantial que gozaba de igual crédito. Estos hechos, en apariencia insignificantes, permiten pensar que el agua de manantial, como mana de la tierra, además de ser muy clara, es posible que vengan adicionados algunos componentes que contribuyan a blanquear la ropa. Podría ser el potasio que es uno de los principales integrantes del suelo, y como es un metal alcalino, limpia las telas, tanto es así que cuando las lavanderas –no las de manantial sino las de agua común y corriente– quieren obtener mayor blancura en la ropa, hacen lejía mezclando ceniza con agua. La ceniza contiene mucha potasa. Otro amaño que tienen esas lavanderas para aclarar el agua turbia de los ríos, es agregarle al agua contenida en un envase, unos trozos de cardón o de tuna, previamente despojados de sus espinas y pelos punzantes, entonces la baba (mucílago) contenida en estas cactáceas polariza las partículas de sucio, y como además esa baba se impregna de agua, se va al fondo de la vasija debido al peso adquirido. De esta manera obtienen agua clara. III Para guardar el fuego de hogar, de un día para otro, la mujer, después de cenar, procedía a tapar el fuego. Se valía de las brasas más grandes provenientes de buena leña (buena en este caso era cuando daba brasas que duraban mayor tiempo ardiendo, quizá debido a que su textura fuera muy compacta). Por cierto que se recomienda como muy apropiado para producir carbón vegetal los árboles llamados trema, de flores pequeñitas, y piptadenia de Pittier; además, en los campos secos usan con igual fin el cují prosopis. Este cují es una bendición desde su follaje, inclusive flores y frutos, ramas y tronco, hasta las más ínfimas raíces. En esos eriales donde crece el árbol prosopis, lo que la naturaleza les negó en agua, se los compensó en cují. Tanto es así que al cují se le puede considerar como el eje natural de la economía ecológica propia de las zonas secas y cálidas del neotrópico. 31


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La tapada del fuego era simbólicamente el ritual que marcaba el final del trabajo de cada día. La mujer anunciaba que se acercaba la hora de tapar el fuego por si alguien aún lo requería. A las ocho de la noche se debía proceder a tapar las brasas con la ceniza que se había acumulado mediante la cocción de los alimentos de todo el día. Esta operación se realizaba con gran sentido ritual. Era una ceremonia vinculada no solamente al sagrado derecho del descanso, al cabo de un trabajo que se iniciaba con el alba al preparar el primer café y comenzar la cocción de las arepas, sino también a valores antiguos y sagrados como eran el hogar y la familia. Después quedaba una hora para planificar el quehacer del próximo día, rezar el rosario y un instante para conversar o acordarse de ellas mismas como seres humanos. A las nueve todo el mundo estaba recogido en el lecho. Al amanecer se procedía a destapar el fuego. Con gran reverencia se apartaban las cenizas. Entonces, entre oscuro y claro, aparecían las brasas, un poco más pequeñas pero vivas y encendidas, como el sol que nace en el horizonte. Esa ceniza se botaba porque ya había cumplido su misión. Era como la placenta del día recién nacido. El Nacional, Caracas: 24-01-1984

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La lección del cardón Me duele tanto, adentro, en lo hondo de mi tierra viva, el grito ancestral de Lara: ¡agua! Es una sed retorcida en la raíz desnuda de sus cujíes. En la afoliación de sus cardones: en el rijoso llamado de sus chivos. En la cara sucia de sus niños. En la represión de protesta, hecha súplica y anhelo ante la imagen impasible. En el paliativo del cocuy. En la embriagante fragancia del chimó. En el delirio de sus danzas, de sus mitos, de sus dioses. El agua de su clamor. No se la han de dar. Ya cuando Bolívar, era cuestión fundamental. Le decretan acueductos que no llegan a producirse. Le ejecutan otros que apenas concluidos no cubren la mitad de las necesidades. El hombre de Lara es responsable de haber roto la armonía de la naturaleza, al abusar de las posibilidades de los recursos, al haber sobrepasado la capacidad de recuperación de sus bosques y de sus aguas. En una palabra, de haber roto la cadena ecológica que era expresión lógica de convivencia, de mutuos controles, de colaboración. Fue a la montaña y taló la selva donde nace el río. Bajó al hondor del valle y cultivó las plantas que requieren más agua. Las talas de arriba y el excesivo consumo de las haciendas son responsables de la pérdida del curso constante de los ríos. Después, urgidos por el lucro vinieron extraños, quienes unidos a algunos criollos están horadando las entrañas de la tierra, y proceden todavía sin mesura a extraer agua en demasía, con lo cual agotan las últimas reservas del precioso líquido. Acaso la prudencia pueda aconsejarnos, entre otras cosas, volver la mirada hacia nosotros mismos, para tratar de encontrar mediante la reflexión, fórmulas y actitudes individuales y colectivas que nos permitan ser más cautos y precavidos en cuanto al uso de los recursos que la naturaleza pone a nuestro alcance. En verdad no es poca el agua que por concepto de lluvias 33


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tenemos en el territorio estatal. La máxima se eleva a 2.000 mm. En las selvas nubladas de las sierras de Barbacoas y la Portuguesa. La mínima es de 400-500 mm en las zonas xerofíticas. Entre ambos extremos hay toda una gama de índices intermedios. Ahora bien, como casi todas las selvas reguladoras del curso de las aguas han sido destruidas en el estado, la prudencia aconseja tomar tres medidas fundamentales, a saber: a) no seguir talando la vegetación de las cabeceras de los ríos; b) proceder a efectuar una reforestación masiva en las serranías donde se originan ríos y quebradas; c) represar el agua que temporalmente corre por nuestros ríos, quebradas y zanjones. Dada esa condición de botarates de agua, cualquiera otra fuente del líquido elemento que se nos diera, corre el riesgo de ser también malbaratado, si previamente no corregimos esa actitud nuestra, y no aprestamos a ser estrictamente juiciosos en cuanto al uso y manejo de aquélla. Antiguamente había en Lara una institución muy particular pero muy ajustada a la circunstancia larense: los jueces de agua. Eran unas autoridades que se encargaban de regir la distribución de las escasas aguas de las quebradas y ríos. Tenían una nomenclatura ad hoc: “tapa”, “teja”, “pulgada”, como medidas para el flujo de las aguas y una y otra tasa se usaba en tiempo determinado, de acuerdo con la existencia de agua y las solicitudes del hogar y abrevaderos; después estaba el riego, y para este caso se repartía por partes iguales entre los distintos necesitados. Parece que en la actualidad no existen ya estas autoridades, sin embargo es ahora cuando más falta hacen. En cambio están los funcionarios del MAC y hasta hay una oficina del Ejecutivo Estatal que aborda el problema. No sé, pero da la impresión de que no se alcanza a hacer todo lo que se debería. En esto hay que tener cuidado, pues temo 34


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que a pesar de la capital magnitud del problema, pueda llegar a burocratizarse y politizarse una función donde está en juego el ser o no ser de Lara. Hay que estimular estos organismos para que extremen su esfuerzo en pro del uso moderado del agua, tanto superficial como subterránea. Respecto a este punto cabe advertir que además de los tres objetivos señalados arriba, estas autoridades deben no sólo medir la cantidad de agua almacenada en el subsuelo, sino también apreciar la capacidad de recuperación de esos acuíferos y sólo permitir la explotación de la napa en la medida que pueda ser recuperada, pues si la explotación no se ajusta a este principio, se agotará la napa y no solamente se perjudicará la función para la cual se extrajo el agua, sino también (lo que es muy grave), la vegetación se degradará y el paisaje en general será más pobre y estéril. Así mismo, deberá buscársele sucedáneos a cultivos tales como la caña de azúcar (ésta requiere un litro por segundo por hectárea) para ir progresivamente sustituyéndolos por otros menos exigentes en agua. En las tierras yermas de Lara la vegetación se acomoda a las posibilidades del ambiente para poder sobrevivir. En muchos casos sus raíces están a pocos centímetros de la superficie para poder aprovechar las lluvias que por escasas sólo llegan a penetrar las primeras capas del suelo; en otros casos producen raíces que penetran profundamente hasta encontrar el agua freática. El tamaño de los tallos es relativamente pequeño, quizá en relación con economía de espacio y tiempo para facilitar la circulación de los líquidos nutricios. Las plantas se encuentran bastante esparcidas para poder disponer cada una de ellas del necesario territorio donde extender sus correspondientes raíces superficiales. Sus tallos en muchos casos (plantas áfilas y caducifolias) tienen parénquimas clorofílicos que en sustitución de las hojas efectúan la fotosíntesis. Las hojas por ser órganos de amplia superficie y poco cuerpo son muy susceptibles a los rigores ambientales, de donde grupos taxonómicos locales las eliminan (Cacttaceae), o los tienen fugaces (Jatropha, Peddilanthus), o los microfilizan (Prosopis, Acacia, Libidiblia), o los recubren de espesa cutícula aisladora (Capparis, 35


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Agave, Fucraea, Bromelia). Las especies perennes que no llegan a alcanzar aguas freáticas, almacenan las de lluvia (Euphorbiaceae, Cactaceae, Convulvulaceae, Agavaceae), para cubrir las necesidades durante el largo período de sequía. Diferentes órganos se hacen punzantes o urticantes para defender el escaso patrimonio vital de estas plantas. La diseminación la efectúan mediante el concurso de aves, mamíferos, y del viento, para asegurar la lejana dispersión de sus semillas, de modo que los hijos no aumenten la competencia en el campo de planta madre. La gran capacidad que poseen estas plantas para la reproducción vegetativa (Agave, Furcraea, Bromelia, Opuntia, Cereus, Euphoorbiaceae, Burseraceae) refuerza la preproducción sexual, de modo que cuando el rigor del clima torna imposible la vida de una plantica recién nacida, queda todavía factible la vía sexual para perennizar la especie. Esta es la lección de una vegetación donde todo se encuentra acondicionado para corregir, pese a lo precario del ambiente, para economizar y resistir en medio de la escasez; donde se elimina lo superfluo y se multiplica lo útil; donde se controla avaramente la parca existencia del agua. Esta lección del cardón que sin cerebro y con sólo los mecanismos de acomodación y los resortes de esa demoníaca fuerza vital que impulsa la sobrevivencia, nos está señalando un camino que nosotros, cerebrados, no queremos ver. El Nacional, Caracas: 01-07-1969

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¿Cuántos pájaros quedan, cuántas hojas? A medida que Caracas fue perdiendo sus patios y jardines, han ido desapareciendo, consecuencialmente, las plantas y los animales que antaño eran gala de estos lares. Debo señalar que en lo botánico como en lo zoológico la gente común y corriente de la ciudad considera plantas buenas y plantas malas, y la misma estimación hace de los animales, por lo cual trata de exterminar tanto aquéllas como éstos, cuando los ha calificado negativamente. Así procede con las malezas de los jardines, con los roedores y con muchos insectos. Las plantas tenidas como buenas en la ciudad de los techos rojos, esto es la Caracas anterior al auge del petróleo, eran ornamentales, medicinales, árboles de sombra, frutales, forrajes y de cultivos agronómicos. Esta rica gama de vegetales permitía la vida de muchos animales vinculados a ellas por razones ecológicas. Pero el caso es que la ciudad fue forzada a dar paso a la errónea concepción de que el progreso y el desarrollo se fundamentan en el cemento y la cabilla. Con ese criterio fueron desapareciendo los árboles y los pájaros como compañeros del hombre, marcándose así la ruptura definitiva entre el ser humano y su hábitat legítimo. Hasta aquel momento, la naturaleza del homo sapiens se había plegado hasta llegar a la culminación del proceso de autodomesticación, pero de allí en adelante, la especie entra en un nuevo período, donde su capacidad de adaptación ya no da más en el sentido progresivo, pues las nuevas formas de vivir, impuestas por el consumo, la restricción del espacio y el afán de lucro, lejos de estimular y exaltar las fuentes ancestrales de la evolución, conducen a estados anímicos depresivos, angustiosos, lindantes con el alienamiento, a la par de generar torvos sentimientos e instintos proclives al delito. Bajo estas condiciones no será de extrañar que si llegara a producirse una mutación, no sería para superar al hombre actual, sino para declinar en cuanto a calidades y formas. 37


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Aquella ciudad amable de dulce vivir, ha ido tornándose en amarga y dura. Hubo de sacrificar su huerta donde los granados, naranjos y guanábanos daban sus frutos deliciosos, donde no faltaba un gallo con su vibrante cantar, con sus gallinas y pollitos que ponían nota de gracia y ternura, cuando recién nacidos corrían detrás de la madre; donde había espacio y desahogo para que niños y mayores pudieran tomar el aire y recibir el beso de la brisa; donde se podía jugar merolico con las manos abiertas y confiadas, puestas sobre la superficie sacrosanta de la tierra; donde mayores y jóvenes se sentían seguros y abrían su corazón al consejo, al cariño y a la franqueza familiar; donde los pájaros acudían en bandadas a compartir el sabroso ambiente de la arboleda. También sacrificó sus patios cercanos al lavadero donde olía a jabón de Castilla; donde estaban las perchas para secar al sol, la ropa recién lavada; donde la gente de la casa se reunía a presenciar el eclipse de luna y cuando era de sol se peleaban por el vidrio ahumado que permitía ver el fenómeno sin peligro de encandilarse; donde los sábados se sacaban los escaparates, las mesas y el seibó para matar las chiripas y cucarachas que allí se albergaban. Y al mismo tiempo se traían las camas para matar los chinches con agua hirviendo y kerosene. También se sacrificaron los jardines poblados de rosas, dalias, y jazmines, junto a la albahaca y la resedá; donde los novios se daban el primer beso furtivo; donde las reinitas y los colibríes hundían sus picos golosos en la entraña de las flores; donde los azulejos tenían su nido en la más elevada mata de morela; donde la madre cuidaba las plantas y acariciaba los lirios como si fueran criaturas hermanas de los ángeles. Sacrificaron las yerberas que proveían forraje para los caballos de los coches del transporte urbano, y para aquellos otros jamelgos que tiraban de los carros donde repartían a domicilio el pan, la leche, el carbón, y las verduras; suministraban pienso a las vacas de los establos, proveedores de leche con toda su crema y sus impurezas; también alimentaban los preciosos pencos de los landós y quitrines de los mantuanos de esta Santiago de León. 38


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En la misma forma se produjo el sacrificio de las haciendas de los valles metropolitanos. Una por una fueron cayendo al impulso de la avaricia, pese a la alta calidad de sus suelos y al aporte de alimentos que allí se producían. Hortalizas, frutas, legumbres, verduras, papelón, aves de corral, bestias de silla y carga y todo el encanto de la vida rural. Esta fue la ciudad bienamada de Enrique Bernardo Núñez, de Arístides Rojas, de Simón Rodríguez, de Andrés Bello, de Simón Bolívar. Centro y asiento del más noble acontecer ciudadano. Donde se acendran y difunden la cultura y la ciencia. Pero también la barbarie tenía cabida en gran medida y tomaba poder y sojuzgaba e imponía su huella primitiva. Así fue como la Caracas ecológica; la ciudad compatible con la ecología; la urbe equilibrada entre un limitado utilitarismo y un humano sentido de lo relativamente justo, fue abatida y quebrantada por los beneficiarios del consumismo y el desarrollo más descabellado. Hoy tenemos pues la antítesis de la ciudad de los techos rojos. Una urbe sin lógica, donde la angustia y la zozobra van de la mano por la calle, los edificios, los ranchos y las quintas, pues desde que empezó el auge petrolero, comenzó la corrupción y el soborno. Con ello fue decayendo la templanza del ánimo y la integridad personal. Simultáneamente se fue perdiendo la fe en los principios y en los hombres. La vinculación al dinero ha llegado a ser más poderosa que la responsabilidad ante el país, ante el pueblo y ante sí mismo. En Caracas y otras principales ciudades del interior, el hombre ha perdido casi completamente el contacto con la naturaleza. Las plantas de sus pies no tienen oportunidad de pisar tierra alguna vez, ni sus ojos ven otra cosa que paredes y calles azarosas donde la gente transita atropelladamente. El aire que respira está recargado de gases tóxicos. Los transeúntes andan con miedo, precavidos, recelosos, o llevan los nervios destrozados, o por el contrario son maleantes en busca de presas en asecho de sus víctimas para robarles o asaltarlas. 39


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Desde luego, sabemos que todo esto puede y debe cambiar, si nuestro deseo es sobrevivir, no para que volvamos a la Caracas de cuarenta años atrás, como pintamos antes, sino para que tengamos una ciudad más humana, donde se pueda vivir sin tanta angustia, ni zozobra; donde la gente pueda mantener la dignidad que le es propia como superior criatura de la naturaleza. Toda ciudad moderna necesita grandes parques urbanos en cantidad, extensión y ubicación cónsonas con el monto de sus habitantes. También requiere edificios de apartamentos que no sean émulos de prisiones, con parques inmediatos, con campos deportivos amplios, para que los niños y los jóvenes puedan formarse sanos en cuerpos y alma. El Nacional, Caracas: 02-10-1979

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Del no ser a la búsqueda del ser Por todos los caminos de Venezuela se encuentran casas abandonadas a partir de la bonanza del petróleo. Antes, esas viviendas alojaban familias, con sus principios, con su modo de ser, con sus maneras de hacer. Estas familias constituían el fundamento de aquel tipo tradicional de explotación. Era el campesino venezolano con su bondad, con su resignación, con su estancado conocer, con su sabiduría secular. Pero el devenir del tiempo proporcionó la coyuntura que permitió un giro imprevisto, mediante el cual, el campesino pudo definir su situación, y lanzarse a la aventura de buscar más allá, otro modo o manera de vivir, con menos penuria y más esperanza. Del no ser a la búsqueda del ser. Este hecho constituye el acontecimiento más dramático y vital de la sociedad venezolana, operando en el segundo y tercer cuarto del siglo XX, y marca una de las más decisivas etapas de nuestra historia, con sus dos aspectos igualmente valientes y atrevidos: la ruptura con un pasado tenebroso, y la apertura hacia la luz que, pese a todo, representa el Cinturón de Miseria, dentro del ordenamiento socio-económico vigente. Ahora tenemos al campesino en la atalaya de sus cerros y en el fondo de los zanjones urbanos, con una resolución firme de no retroceder a su antigua categoría de peón rural, porque ese escalafón ha sido siempre sinónimo de paria. Ni le interesa volver al campo como simple parcelero de una reforma agraria castrada de su sentido verdadero que no ha de ser otro que el de volcar sobre el agro todos los dones de la economía, de la técnica, de la ciencia y la cultura, con auténtico sentido de transformación social. Allá en el campo quedaron sus viejas casas, desde entonces vacías del calor humano. Ahora se encuentran desvalijadas: sin luces, sin puertas ni ventanas, como si fueran calaveras de un tremebundo pasado. Es impresionante el espectáculo de estas viviendas abando41


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nadas. No son ranchos improvisados como los de Caracas, a base de cartón y hojalata. Son casas hechas, no con criterio transi-cional como los ranchos del Cinturón de Miseria, sino con sentido de estabilidad, para toda la vida. Son casas de bahareque, con las comodidades para albergar una familia pobre; techo de material vegetal o de zinc. O bien, son antiguas casas coloniales, de corre-dores con horcones y hasta provistas de columnas muy simples, techos de tejas y paredes de adobes, o tapiales de tierra pisada. Pero el caso es que el mundo representado en esas viviendas hizo crisis, y toda esa estructura rural de peones y hacendados se vino al suelo quebrantada en sus fundamentos. Por ahí quedan aún los hatos ganaderos como última expresión de ese sistema, los cuales resisten todavía porque allí quien trabaja es el ganado, mordisqueando aquí y allá, los duros pastos sabaneros, cubriendo extensas caminatas para conseguir una aguada durante la sequía, o en procura de un alto médano para no ahogarse en el aniego, durante la temporada lluviosa. Esas casas vacías como mirando al viajero a través de los agujeros de sus ventanas, tienen un misterio en su siniestro gesto mortal, una expresión muy honda de la tierra y del hombre venezolano. Es la mirada de la tierra hecha erial por el hombre. Es la mirada del hombre que vivió agonizando sobre la tierra. Es la mirada en cruz de dos hambres y de dos miserias. Los campos de Venezuela están sembrados de este grito y de este dolor. Las casas en ruinas de los campesinos que hubieron de irse, y la tierra hecha rastrojo y zanja. A mí, personalmente, me han impresionado mucho estos cascarones abandonados en todos los campos del país, porque los conocí habitados, cuando en mi niñez los visitaba con mi madre; también los aprecié en la juventud cuando transitaba a caballo por los tortuosos caminos de aquellos tiempos; luego en la adultez cuando iba a herborizar y a conocer la vivencia de la 42


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gente, de los animales y de las plantas, en su estado natural; y volví a encontrarlos cuando abordé la edad señera de los cuarenta en adelante, y la madurez me tocaba la frente. Entonces tenía mayor capacidad perceptiva de todo el panorama existencial, y poseía una sensibilidad mejor orientada hacia la búsqueda, el análisis y la comprensión del fenómeno venezolano, hoy polarizado en el éxodo campesino. Son muchos, cientos de miles, quizá un millón, quizá más aun. Son oleadas de labriegos que han venido a ubicarse no sólo en Caracas, sino también en las capitales de los Estados y Territorios y en otras ciudades principales como Carúpano, Puerto La Cruz, Puerto Ordaz, La Guaira, Morón, Puerto Cabello, Punto Fijo, Lagunillas, Carora, Valera, Acarigua, aun en poblaciones más pequeñas. Personas muy autorizadas señalan que sólo el 18% de la población venezolana vive en el campo. Y la verdad es que ese porcentaje disminuye día por día. Esta migración rural no sería alarmante, si a la par tuvieran cabida dos medidas complementarias indispensables: una reforma agraria radical y una empeñosa acción bien programada y ejecutada, acerca de las zonas marginadas de las ciudades, mediante la cual, su gente se habilite, se instruya, se eduque; se aviven y estimulen sus potencias espirituales; se le enseñe a luchar perseverantemente, a ir contra la inercia y el fatalismo, contra la conformidad y la resignación. Se le ponga en el uso de las técnicas nuevas, en camino de las artes y de las ciencias; se le enseñe a trabajar en equipo, en cooperativas de producción, de servicio, de solidaridad humana. Se le ayude a encontrarse a sí mismo y a auxiliar a los demás; se le abran todas las perspectivas de la justicia social y del acceso a todos los dones culturales y materiales de la vida. Y en vez de policías pongan junto a ellos maestros, dietistas, sanitaristas; en vez de prisiones, deberán crearse escuelas de aprendizaje de trabajos; en vez de hospicios establezcan parques para el deporte y la recreación. Si se procediera de esta manera la sociedad tendría en vez de una carga y un peligro, una gran fuerza creadora, una sociedad equilibrada y un gran empuje en la producción y en el consumo, a la par de un país progresista y vigoroso. 43


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Referente a la crisis de la agricultura parece ser un problema poco novedoso, no sólo en Venezuela donde reviste caracteres de un hecho crónico, sino en muchos otros países. En los primeros años de la Colonia se manifiesta la crisis cuando la minería del oro no era suficiente para el mantenimiento de la Provincia, pese al aporte agrícola de la encomienda; a partir de allí se le da mayor importancia al cultivo de la tierra y a la ganadería. Pero el sistema de transporte a lomo de mulas, la falta de barcos y la escasez de numerario no permiten un gran incremento agropecuario. Entonces tienen cabida las industrias incipientes de los lienzos tocuyanos; de las tenerías de Barinas y Carora; de las fábricas de muebles en la misma Carora y posiblemente en Barinas, gracias a las maderas locales y cordobanes de piel de venado que allí se producían, con los cuales también se fabricaban los aperos de las bestias de silla y carga, antes que la recién introducida ganadería diera margen para el uso de cueros de res; el cultivo del trigo permitió la industria de los panes salados en forma de bizcocho que se comerciaban con los pueblos donde este cereal no tenía cabida, además de muchos otros amasijos generalmente dulces pero de consumo local; el cultivo de caña melar propició la industria del azúcar morena o papelón que tenía mercado como tal en toda la Provincia y más allá, simultáneamente con muchas confituras y demás granjerías de exquisito gusto; el cultivo de la yuca proporcionó la extracción del almidón y el uso del cazabe como pan, a imitación de los pueblos caribes; la construcción de viviendas, templos y conventos, generó la industria de la alfarería ya muy avanzada en el mundo aborigen, pero ahora se enriquecía con el aporte de la teja y la baldosa, cuyo uso lo implantaron los colonos, así como también el empelo de la tapia y del adobe; las piedras calizas permitieron la obtención de cal, lo cual dio margen para el ejercicio de la albañilería; la madera se usó en la construcción, así como también en la fabricación de muebles, artefactos para molinos de trigo, trapiches, pilones, útiles de trabajo rural y de culinaria; el uso de plantas tanantes, textiles, tintóreas, oleaginosas, comestibles, frutales y medicamentosas trajo consigo el empleo de las técnicas respectivas, lo cual es hablar de industrias, aun cuando estas actividades sean en pequeña escala; la misma obtención de la sal de cocina, no obstante que 44


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los aborígenes ya la usaban, acaso haya sido una de las primeras industrias que asumieron los españoles al iniciarse las actividades de las recién fundadas poblaciones costaneras, como Coro y Maracaibo. Estas industrias y aquella primitiva agricultura dieron margen para especializaciones laborales, ejercidas por aborígenes y negros bajo la férrea dirección de los colonos ibéricos. Era Venezuela que nacía bajo el signo de una economía esclavista y explotadora de dos parcialidades sojuzgadas. Pero el trabajo de esos dos pueblos sometidos, ha sido desde entonces, el factor económico fundamental de nuestra nacionalidad. Este pequeño movimiento industrial que en un principio pudo ser de subsistencia o de consumo local, dio margen para desarrollar un comercio que a partir de El Tocuyo se extendió por toda la Provincia y abarcó algunas poblaciones del Nuevo Reino de Granada. De esta manera los arreos de mulas partían de El Tocuyo, como centro de operaciones, y cubrían las rutas de los pueblos costaneros, de las poblaciones llaneras, andinas y neogranadinas. A la par de proporcionar trabajo, este tráfico proveniente de las esferas particulares, cohesionó y fortaleció las poblaciones que integraban la Provincia de Venezuela, con lo cual, esta unidad político-administrativa que fue base de nuestra nacionalidad, se unificó en cuanto a la economía, a la solidaridad de sus pueblos y a la relación social. Y si advertimos que la encomienda, trabajada exclusivamente por los aborígenes, era un sistema de subsistencia, tanto para éstos como para el encomendero, y que una vez establecida la plantación comercial en zonas cálidas fue puesta en manos de negros esclavos, en cambio de la plantación en zonas templadas y hasta frías, cuyos trabajos correspondieron a los indios, hemos de convenir en que Venezuela ha sido una hechura de los indios y de los negros, gracias a las hábiles manos de los primeros y a la fortaleza de los segundos. Posteriormente se incorporó a esta fuerza de trabajo el aporte de los mestizos marginados, gente diferente de los mestizos privilegiados. Esta gente de color, a la par de los blancos criollos y los 45


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mestizos de distintos grados, llegan a constituir una nueva forma de ser, una estructuración diferente, una manera distinta de actuar, de pensar y de concebir la vida. Nace Neoamérica en un mosaico de pueblos, de paisajes y de temperamentos, en contraposición a la América clásica, de los imperios mexicanos y peruanos, y de las tribus dispersas en las llanuras, valles e islas multitudinarias, donde los hombres se destrozaban en un continuo guerrear. A esta conjunción de pueblos nuevos, de naciones en agraz, concurre el indio con su tierra; con su sangre; con el empeño sistemático de sus manos de artífice; con sus mujeres que sirven de pasto a los libidinosos peninsulares; con el oro de sus dioses; con sus plantas comestibles y medicinales; con sus animales de caza y pesca, con sus bosques, sus ríos y sus mares. Todo un continente aportaron los indios, rico de bienes materiales, de espacios vírgenes y de esencias espirituales capaces de comunicarles un sentido nuevo a la existencia de los seres humanos. El negro contribuyó con su recia contextura al duro trabajo de la mina y de la plantación; trajo sus huesos que han blanqueado los campos de trabajo, los campos de pelea por la Independencia, la Federación y cuanta asonada se presentara en el país para pedir justicia, desde la época del Negro Miguel hasta el siglo XX. El negro trajo su alegría inextinguible, su optimismo, la vocinglería de su tambor y la magia de sus danzas para propiciar los espíritus de las fuerzas telúricas que inspiraban su acción y su intelecto. El blanco trajo plantas de la zona templada del Viejo Continente y del trópico afro-asiático. Trajo los animales domésticos para la alimentación, el transporte y el arado de la tierra. Trajo la teja, la baldosa y el ladrillo de medio círculo con que se elaboraban las hermosas columnas de los templos y de los claustros. Trajo la rueda para acelerar el transporte y las máquinas de las industrias. Trajo la lengua castellana con que se hilvanaron todos los pueblos neoamericanos de ascendencia española. Sembró en las colonias el espíritu ambicioso, la desmedida ansia de acumular riquezas, tierras y demás bienes de fortuna. El colonizador 46


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impuso el individualismo contra el colectivismo. También implantó la esclavitud, el comercio y la cacería del hombre para someterlo a la más dura explotación. Los españoles dieron muestra de ser feroces e implacables, pues las torturas y penas de muerte impuestas por ellos a los indios y negros son de la mayor crueldad. El aperramiento y el empalamiento dan fe de ello. Respecto a la ambición cabe decir que la forma en que fue ejercida en aquellos tiempos por los conquistadores (saqueo) y por los colonos (explotación del hombre) es inicua; sin embargo, debemos recordar las formas nobles de la ambición como son el deseo de conocer más, de saber, de ahondar en la esencia de las cosas y en el análisis y comprensión del hombre para propiciar el avance de la sociedad humana en una espiral ascendente de justicia y bienestar social. Con el andar del tiempo, el mestizaje de los tres grupos originales, tiende a dar una fusión de las mejores características de cada una de ellas, de donde ha estado aflorando un nuevo tipo humano neocontinental, más amplio y generoso en sus concepciones, más incisivo en sus análisis, más ponderado en sus juicios, más sutil en sus apreciaciones, y más libre de esas amarras que imponen las tradiciones y costumbres milenarias de otros pueblos. Es evidente que en los últimos cuarenta años ha estado aumentando impresionantemente el índice de los delitos, sobre todo en la metrópolis y demás ciudades de cierta significación. Ahora bien, este aspecto delictivo es de considerar que pueda obedecer a varias causas, entre las cuales resaltan algunas referibles a la injusticia social de que han sido víctimas secular los estratos marginados de nuestro pueblo; otra causa fundamental es de carácter ecológico y está vinculada a ciertos aspectos del fenómeno poblacional, como lo son el hacinamiento y la promiscuidad, de donde provienen hechos de canibalismo, exasperación y relajo de la moral; una causa más, radica en el hambre ancestral de las clases depauperadas de los campos y de los barrios pobres, donde los niños comienzan a pasar hambre 47


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desde que están en el vientre de las madres, así continúan durante su lactancia, llegan a la adolescencia con hambre, no pueden estudiar debido a las deficiencias y malformaciones cerebrales derivadas del hambre; junto a ello es poco lo que son estimuladas las mejores fuentes del espíritu, y por el contrario es mucho lo que deprime y engendra rencor. Lo demás, si es que todavía faltaren motivos para el delito, es atribuible a la vida fácil engendrada por el goce de la riqueza adquirida sin trabajo; y aun cuando no es lo de menos, citaremos de último el consumismo, el cual inexorablemente nos ata al carro de los mercados realmente productores, cuyos intereses personalistas y polinacionales, tienen poca vinculación con la conservación de los recursos humanos implícitos, ni tampoco con la perdurabilidad de las materias primas que sirvan de base para su explotación. Esta situación conduce a los países subdesarrollados a una mayor dependencia; por cuanto atañe a los seres humanos en sí, tienden a constituirse en sujetos fáciles de manejar y explotar; y en lo que se refiere a las materias primas, sus crecientes demandas conducirán fatalmente al agotamiento de las mismas en un tiempo que se acerca cada día más y más. Sea propicia esta oportunidad para advertir seriamente sobre la inminencia de estos tres graves peligros. Valencia, 6 de noviembre de 1977. Acta Científica Venezolana, Nº 28, ASOVAC, Caracas, 1977

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LETRAS PARA EL ANDAR DE LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS

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Una actitud, una escritura Trino Borges I Francisco Tamayo también escribió para los niños, para las niñas. Quizás a primera vista sorprenda la afirmación. Probablemente porque un desconocimiento existente en el ambiente no ha permitido percibir todos los quehaceres de un individuo a lo largo de su existencia (1902-1985). Y porque unas cuantas convenciones sociales establecidas a veces por comodidad, lo ubican sólo en unos menesteres del saber, con lo que se excluyen reductoramente otras movilizaciones que igualmente tendrían su sentido. Los otros dos destinatarios de las escrituras de Tamayo, lo ya muy sabido, era la comunidad científica del país, y que se hacía a través de publicaciones como el Boletín de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, el Acta Científica Venezolana, por ejemplo; y un conglomerado más amplio, de un mayor número de personas, y las que disponían de los artículos del científico larense en El Nacional, El Universal, Revista Nacional de Cultura, Imagen, Cultura Universitaria, etc. En esta ocasión, a los ciento seis años de su nacimiento, habría que enfatizarlo, en el contenido de su equipaje como andariego, estaba presente y beligerante, su inclinación hacia los pequeños, que siempre fue una actitud, nacida ésta de una práctica social. Nunca un motivo o una razón oportunista, ni menos una imagen a la mano para la frase edulcorada con la que se aderezaba una retórica circunstancial. Por consiguiente, nada había sido casual, tampoco fue el producto de un mero espontaneismo. Más bien el resultado de un proceso transitado –vivido, sentido–, que se convirtió con el tiempo en conciencia y pensamiento. Pareciera que el niño-niña se le volvió camino a Francisco Tamayo, un sendero de exploración y conocimiento social. Un modo, asimismo de ir hacia un país viviente. Sí, todo en su existir, fue búsqueda y encuentro, como lo dijera alguna vez en entrevista periodística: Busco a Venezuela en las flores, en los cursos de los ríos, en la conciencia de la gente, en las modalidades de la miseria y hasta 51


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en la misma gente que asalta y mata, porque son víctimas de un estado social. II Obviamente que esa propensión suya, no surge de la noche a la mañana empapada de unas simples buenas intenciones. ¿Por qué escribía para ese tipo de lector? ¿Por cuáles caminos arribaría Francisco Tamayo a Tricolor? Serían muchas las trochas regentadas, y que fueron variados los pasos dados. Una de esas rutas estaría, no cabe la menor duda, en la docencia misma practicada, por cuanto nunca se podría olvidar que muy tempranamente en su vivir fue Maestro de Primaria. Eran entonces aquellos tiempos del Colegio San José de Los Teques, por allá en los finales de los 20, en el siglo pasado. Una experiencia como esta tan definidora, por su proyección, en los emprendidos rumbos posteriores. Tampoco se dejarían por fuera a ciertas indagaciones que realizara, en la década de los 30 y en los comienzos de los 40, en el ámbito de la cultura popular. Y que fueron éstos, otros de sus intereses, con resultados tan fructíferos. De esas exploraciones llevadas a cabo en el occidente del país, quedaron variados registros en publicaciones periódicas de la época, como por ejemplo: Una teoría y dos esquemas lúdicos (Revista FEV, Caracas, 1936); “Canciones de cuna del folklore venezolano” (Revista FEV, Caracas, 1937). Esas tareas investigativas siguieron perdurando después, tanto que en 1945, se le oye decir, en el indicamiento de un horizonte de atracción para el docente: En pedagogía se le concede cada día más importancia al conocimiento de las manifestaciones lúdicas del niño, de ahí el interés que despierta el estudio de los juegos infantiles de carácter folklórico (“Datos sobre el folklore de la región de El Tocuyo”). III Sin embargo, la figura del niño-niña no sólo está presente en esos años iniciales de su actividad intelectual, en esos tiempos de una juventud llena de inquietudes variadas y de afanes de mucha fuerza, también se le observará palpablemente, como una 52


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consciente preocupación social, en la fase de su más plena e intensa madurez, en esos finales de los 60, en todos los 70 y en los principios de los 80, cuando su expresión escrita había alcanzado ya un alto grado de claridad y sencillez, y, desde luego, de placidez en el saber mismo que se manejaba: Es indudable que si lográramos resolver la cuestión de los trescientos mil niños que actualmente yacen en cruel desamparo, sin ocuparnos de los precedentes eslabones, al poco tiempo tendríamos otros tantos niños que nuevamente reproducirían el cuadro anterior, con lo cual no habríamos adelantado mucho, de donde es preciso atacar el mal con toda eficiencia en sus tres niveles: en el de la infancia, en el cinturón de la miseria y en el campo abandonado.

El punto cero en Venezuela El Nacional, Caracas: 03-08-1966 En nuestro país existen doscientos mil pichones de gente, o dicho con más propiedad, doscientos mil niños sin padres, sin hogar, sin pan, sin educación, sin salud, sin perspectiva alguna de llegar a ser personas integrales para sí y para nuestro país. Y esto lo digo para citar un solo caso entre los muchos que constituyen un verdadero baldón para la sociedad venezolana que nos empeñamos en no tener presente.

Los pichones de Flores Moradas y otros pichones El Nacional, Caracas: 08-12-1975 Era como una brizna terrosa erguida en el asfalto. No aparté la vista un solo momento desde que lo distinguí como punto hasta el instante en que, al pasar junto a él, a toda velocidad, reconocí que era un niño. Levantaba la manito como pidiendo que paráramos. Pudiera haber pensado que era uno de los tantos niños solicitantes de cola para viajar, o de algún vendedorcito de frutas. Pero no; su cara era de tremenda angustia. Nadie más en el auto percibió el gesto dramático del niño. Ni su apagado 53


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grito, que pudo haberse confundido con la vibración del propio vehículo. Yo sí fui consciente de la gravedad del caso, y aun cuando titubeé para hacer parar el carro, la conciencia me fustigó bravamente hasta que ordené frenar y retroceder.

Un punto en la vía El Nacional, Caracas: 28-03-1978 Y de aquellas andanzas suyas por los llanos del Guárico, en esos intentos de hallarse con huellas o vestigios de los seres humanos, hay un texto de 1977, en donde habla de sus excursiones a una vivienda ya en ruinas que tituló “La casa de Palo Seco”. En ese lugar, entre las muchas cosas vistas para reconstruir un pasado el andariego detuvo su mirada en algo muy pequeño, aparentemente insignificante: Había una metra entre los objetos encontrados en el basurero. Una metra es como un anhelo contenido en una pequeña esfera de cristal. Puede ser un huevo de pájaro azul, una esperanza encantada por un hecho misterioso. Tras ella aparece una manito sucia de niño que la empuña y lanza progresivamente contra otras metras que están más allá. Salta la metra marcando su trayectoria en el polvo del piso; corre velozmente, y en el camino pierde el color; no se sabe si es amarilla, verde, roja, anaranjada o violeta; los colores se han sumado y sólo se ve una bolita blanquecina que va a chocar contra una pequeña pila. El partido es ganado por la metra del basurero que ahora recobra sus múltiples colores de serpentina japonesa. La metra del basurero está ahora inerte, fría; no en función de metra, sino de constancia de la existencia de un niño; de haber sido objeto de juego, de alegría y emoción infantil. Ahora es una lágrima turbia que rueda por las mejillas del tiempo y añora aquellas manitos sucias que la impulsaron hace años. Muchos años.

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IV ¿Y entonces por qué extrañarse que Francisco Tamayo haya estado colaborando durante un lapso bastante prolongado, unos veinticinco años, para una revista infantil como era Tricolor? Un órgano periodístico aparecido el 24 de marzo de 1949, adscrito al Ministerio de Educación y dirigido por Rafael Rivero Oramas. Ya para el mes de abril de ese mismo año comenzó a figurar el nombre del autor de “Más allá de Akurimá”, en sus páginas, y en esa primera ocasión lo fue con: “Una fábula de Tío Tigre y Tío Conejo”. Cuando se observa lo que publicaba a lo largo de ese período, se pensaría que esa específica escritura obedecía a una dirección, que había razones de justificación, también de sustentación, que la apuntalaban, y, por lo tanto, cada uno de los escritos que fueron surgiendo, se nutrían de necesidades sociales, de preocupaciones intelectuales, que estaban en el ambiente venezolano de ese momento. Por ejemplo, no pudo haber sido simple casualidad el aparecimiento de esas dos narraciones en 1949 –la otra era “Tío Conejo y el muñeco de cera”–, vinculadas al universo de las expresiones orales, y más cuando en estos tiempos existían numerosas labores realizadas en dicha área. Se daba una efervescencia muy marcada en algunas individualidades, estimulada ésta por un contexto muy propicio a estas proliferaciones que estaban en boga. Podría recordarse hoy, como referencia obligada lo llevado a cabo por R. Olivares Figueroa, Juan Pablo Sojo, Gilberto Antolínez, Luis Arturo Domínguez, Juan Liscano. También se resaltarían las recopilaciones musicales de Vicente Emilio Sojo. Y asimismo libros como “Cancionero Popular”, de José E. Machado; y “Tío Tigre y Tío Conejo”, de Antonio Arráiz, que fueron publicados en aquella colección de “Biblioteca Popular Venezolana”, que impulsaba en los 40 el Ministerio de Educación. Y sin dejar de mencionar al decreto 430, del 30 de octubre de 1946, por medio del cual se le daba forma al Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales. Y en esa perspectiva tendría que asimismo nombrarse a “La Fiesta de la Tradición”, celebrada en el Nuevo Circo de Caracas, el 17 de febrero de 1948, con motivo de la toma de posesión de Rómulo 55


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Gallegos a la Presidencia de la República. De la repercusión cultural de ese acto, Juan Liscano, su coordinador central, lo destacaría con este énfasis: Sobre la civilizada urbe mecánica, cerebral (Caracas), despojada de luz y de gracias naturales, se cernió la memoria de la tierra. Y como nunca se afirmó la siempre viva belleza de toda obra humana que nace de un estrecho abrazo con la naturaleza. No pudo ser azarienta tampoco la otra temática que abordara Tamayo en sus textos: ese mundo de los fenómenos naturales. Porque en realidad dicho horizonte había sido una constante en el transcurrir de su existencia social. Sí fue una vertiente de nutrimiento permanente para su persona, que ya se asomaba en los años veinte –en Coro, primero; y en Los Teques, después–, cuando aún no se había dedicado de lleno al estudio de la botánica; como igualmente que esto nunca estuvo ausente cuando incursionaba en el orbe de la cultura popular. El mito de María Lionza, para indicar sólo una de esas exploraciones significativas, es precisamente una narración oral que se erige a partir de las aguas y de los bosques. Y sin perder de vista asimismo que para ese abril de 1949, Francisco Tamayo estaba en plena brega en la recuperación de la Quebrada de Tacagua, en el Distrito Capital, que es uno de sus grandes aciertos en materia de conservación. Es posible que a Tamayo le pareció que esa línea de trabajo aludida, era igualmente necesaria para esos lectores de la revista, y de obligada presencia activa en la palabra impresa. Y así asumió su intervención en ese espacio periodístico, con clara conciencia de que la cuestión central en ese campo, era hacer circular informaciones básicas, proporcionar datos esenciales, percepciones fundamentales, acerca de unos determinados fenómenos, vistos principalmente desde la óptica de la conservación, para que el niño pudiera incorporarlos, de manera clara y sencilla, a su aprendizaje escolar cotidiano. V Esas páginas de Tamayo, y de manera particular las relativas a la naturaleza, serían hoy, en los instantes que se viven, mucho 56


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más urgentes de leer que cuando sus primeros lectores infantiles posaron sus miradas en esas escrituras. Casi como para decirlo: 4 ó 5 décadas después, ¿qué ha sucedido en ese tiempo transcurrido, en todo el territorio nacional, Tacagua, por ejemplo? En lo cierto, un aparato productivo nuestro, tan voraz, ha ido carcomiendo paulatinamente las inmensas posibilidades vitales de ese mundo natural, que era todavía existente, con alguna plenitud, en esos años 40 y 50. El mismo Francisco Tamayo llegaría a plantearlo más tarde, en aquella adolorida interrogante del 02-10-1979: ¿Cuántos pájaros quedan, cuántas hojas?. Y que así lo argumentaba: El caso es que la ciudad (Caracas) fue forzada a dar paso a la errónea concepción de que el progreso y el desarrollo se fundamentan en el cemento y la cabilla. Con ese criterio fueron desapareciendo los árboles y los pájaros como compañeros del hombre, marcándose así la ruptura definitiva entre el ser humano y su hábitat legítimo. Hasta aquel momento, la naturaleza del Homo sapiens se había plegado hasta llegar a la culminación del proceso de autodomesticación, pero de allí en adelante, la especie entra en un nuevo período donde su capacidad de adaptación ya no da más en el sentido progresivo, pues las nuevas formas de vivir, impuestas por el consumismo, la restricción del espacio y el afán de lucro, lejos de estimular y exaltar las fuentes ancestrales de la evolución, conducen a estados anímicos depresivos, angustiosos, lindantes con el alienamiento, a la par de generar torvos sentimientos e instintos proclives al delito.

¿Y cuántas interrogantes más se formularían actualmente? ¿Qué ha pasado con los ríos de nuestra geografía? ¿Qué con nuestro mar, el que baña las costas venezolanas desde occidente hasta oriente? ¿Con nuestros lagos: aquel que recibe las aguas del Güigüe y el Cabriales; aquel otro, que las admite a través del Chama desde las cumbres andinas? ¿Y de nuestros bosques? Y más todavía: ¿Cuántos notariados linderos han puesto cerca y enjaulado al cielo? ¿Cuánta tierra fronterizada se ha destinado para embaular al viento? 57


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VI En la presente oportunidad, a los 23 años del fallecimiento de Francisco Tamayo, y con base en esta breve selección, extraída de un conjunto mayor de más de 50 artículos, esas letras del saber y sabor, de aquel entonces, vuelven a su destino originario, a sus reales destinatarios: los niños, las niñas (los adolescentes de hoy también), y ahora lo es con el mayor sentido de actualidad, para Venezuela y América, con la indiscutible justificación de nuestros días.

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Una fábula de Tío Tigre y Tío Conejo Tío Tigre estaba furioso con las repetidas burlas de que lo hacía objeto Tío Conejo y en consecuencia se puso a recapacitar sobre el modo cómo podría desquitarse. Aquello no era ya un problema alimenticio, puesto que el día anterior Tío Tigre se había regalado ampliamente con las carnes tiernas de una novilla; era algo más serio, era el honor de Tío Tigre que estaba comprometido con los chascos hirientes de Tío Conejo. Tío Tigre pensaba, reclinado en una piedra y apoyando su hermosa cabeza jaspeada en una pata delantera, pues estaba convencido de que en esta humana posición fluirían mejor las ideas. Así estuvo mucho tiempo; no se sabe cuánto, pero es el caso que al final se le ocurrió un ardid: se acostaría en la orilla del pozo donde Tío Conejo acostumbraba beber agua y cuando éste llegara, ¡Zas! Le saltaría encima y ya no le quedaría ni pataleo al taimado animalejo. Con este madurado plan Tío Tigre se fue a la orilla del pozo a esperar. Ese día Tío Conejo venía tranquilamente hacia el pozo, cuando en esto sintió un olor penetrante y desagradable. Se paró en seco y estiró su naricita hacia todas partes para ver de dónde venía aquel olor que no era otro que el olor característico del temido enemigo. El olor venía del bebedero, así pues, allí debería estar Tío Tigre, sin duda alguna. Bueno, dijo para sí, el zángano de Tío Conejo, volveré después; a lo mejor está en lo mismo que yo, buscando agua. Se devolvió dando saltitos por entre las breñas del campo. En la tarde volvió cauteloso, pero el olor estaba allí, desagradable, persistente. ¿Qué le pasaría a Tío Tigre? –se dijo–. Entonces se iluminó su mente y dijo: ¡eso es una trampa! Ya me las arreglaré para burlarlo otra vez más. En tanto, la sed le tenía la boca seca, y la sangre le aguijoneaba las sienes. Así estaba cuando en esto sintió un rumor arriba, en la copa de los árboles. Mira hacia allí y vio una matajea muy grande, guindando de una rama. Las matajeas son especies de colmenas rústicas que tienen una miel muy rica. 61


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¡Cónfiro –pensó-, con la sed que yo tengo no puedo comer dulce! ¡Ah, pero puedo hacer otra cosa! En efecto, encendió un poco de basura en el suelo, bajo el árbol cargado de miel, y con el humo ahuyentó las avispas. Luego tiró una piedra a la matajea y ésta cayó. La abrió, se revolcó en el espeso licor azucarado y entonces se acostó cuidadosamente sobre las hojas secas desprendidas de las plantas. Las hojas se quedaron adheridas a su cuerpo desfigurándolo completamente. Y fue así, con este disfraz, como se aventuró a ir al pozo, porque ya no podía aguantar la sed, y el enemigo no lo reconocería. Llegó allá, vio a Tío Tigre agazapado en su inútil espera, y, sin titubear comenzó a beber. Tío Tigre no lo reconoció, pero sí estaba extrañado de aquel animalito tan raro y tan sediento. Por último lo interrogó: –Animalito de monte, ¿desde cuándo no bebías agua? Tío Conejo, recordando una aventura anterior y ya harto de agua, le respondió, a tiempo que se sacudía la hojarasca y emprendía veloz carrera: –Desde la vez que te eché tierra en los ojos, en la cueva del zamuro.

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Tío Conejo y el muñeco de cera Corozo Pando es un pueblo del llano. En él, Ña Pastora tenía un cultivo de patillas que gozaban de justo renombre. Aquellas eran las patillas más dulces y grandes de toda la región: rojo intenso su carne, con negras semillas esparcidas aquí y allá que les daban aspecto realmente tentador. Durante el día, los muchachos paseaban por los alrededores, dirigiendo miradas codiciosas a los frutos que tan celosamente guardaba Ña Pastora. Raúl, uno de los más resueltos, solía decir: –Regáleme, Ña Pastora, una patillita, y la ayudo a trabajar en la huerta. –Está bien, hijo –respondía ella–; pero entre y póngase a taparme ese portillo que tiene la cerca, pues por ahí se mete de noche un animal a robarme las gallinas. El portillo era la entrada que había hecho Tío Conejo para comerse las sabrosas frutas. Por él, noche tras noche, se llegaba Tío Conejo a saborear gustoso las patillas de Ña Pastora. Pasaba el tiempo, y Ña Pastora desesperaba ante la desaparición de sus patillas, sin hallar para ello remedio alguno. Mas lo cierto es que un día se le ocurrió hacer un muñeco de cera y ubicarlo junto al portillo por donde entraba el voraz visitante. Y cuando fue la noche, y Tío Conejo quiso entrar, se encontró con el muñeco, que le cerraba el paso, y creyendo que era un hombre le dijo: –Mire, amigo, apártese que voy a pasar. El muñeco, por supuesto, guardó silencio. –Amigo –insistió enojado Tío Conejo–, que se aparte le digo, porque si no, le voy a dar un puñetazo. El muñeco permanecía impasible. 63


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Entonces Tío Conejo, montando en cólera, le lanzó un golpe con la mano derecha. Ésta quedó adherida al cuerpo de aquél, y Tío Conejo gritó con voz más alta: –¡Suélteme, que si no, le doy con la izquierda! Como es de suponerse el muñeco nada respondía; y al actuar con la mano izquierda, también por ella se vio fuertemente sujeto Tío Conejo, y quedó a la postre todo él adherido a aquel implacable cuerpo de cera. Y así sucedió que a la mañana siguiente, cuando Ña Pastora fue a revisar la trampa, encontró a Tío Conejo agotado, vencido, prisionero, de cabeza a pies. –Vas a pagármelas ahora todas juntas, conejo bribón –díjole Ña Pastora, quien echando manos a la obra, metió a Tío Conejo dentro de un saco grueso, cuya boca cerró cuidadosamente; y se marchó a la cocina a calentar agua para guisarlo. El indefenso animalejo comenzó a dar gritos lastimeros lamentándose de su mala fortuna. Y, como suele suceder, acertó a pasar por allí, en aquel momento Tío Tigre, quien reconoció en el acto la voz de Tío Conejo. –¡Eh! Tío Conejo, ¿estás en apuros? ¿Como que le llegó al fin la hora de pagar todas las que debe? –Nada de eso, Tío Tigre. Aquí me tienen encerrado porque no quiero casarme con la hija del Rey. ¡Y le juro que no me caso, por más bonita que sea! Antes prefiero la muerte. Y dicen –agregó maliciosamente Tío Conejo–, que tiene un hato maravilloso, con gordas novillas. Pero no me caso. Dicen que en su mesa se comen los mejores platos. Pero no me caso. Dicen que tiene tantas joyas como arenas hay en las playas. Pero no me caso. Ante tan buena promesa, Tío Tigre comenzó a relamerse la boca de gusto y a frotarse las patas contra el piso. Tío Conejo continuó diciendo: –Imagínese que esta mañana me llevaron al corral, donde 64


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hay un rebaño de becerras cuyos lomos, de puro gordos, brillan. Pero, decididamente no me caso. Tío Tigre, ya sin poder contener su apetito, se plantó de un salto junto al saco donde permanecía encerrado el astuto animalito, y le dijo al oído: –Déjeme usted en su lugar y cuando yo me haya casado con la hija del Rey, haré plantar un huerto de grandes y sabrosas patillas para que usted se las coma todas. Tío Conejo no se hizo rogar mucho y, momentos después, Tío Tigre estaba encerrado en el saco. Cuando Ña Pastora regresó con el agua caliente, el prisionero gritó en vano: –Sí me caso con la hija del Rey. Sí me caso. –Ja, ja –se rió Ña Pastora–: ya vas a saber, bandido, quién es la hija del Rey. Y así no volverás a comerte mis patillas.

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El impacto de la verdolaga La verdolaga es una criatura muy humilde, puesto que es postrada y poco consistente; posee estructura herbácea y pequeño tamaño. Pero más que humilde es humillada constantemente por los pies de todos los viandantes y animales domésticos. El hambre y la sed las aguanta con ese estoicismo que tienen los seres dotados del don de la reserva y de la previsión. Todo no es resignación en esta planta; tiene virtudes medicamentosas y alimenticias y lleva la sublimación de la flor con la gracia del color y la armonía de la forma, pero siempre en medida parca y no ostentosa. Para mí era una amiga de la infancia donde encontraba un no sé qué de ternura y de amorosa renuncia; se daba a todos sin esperar recompensa; transformaba en vida los desperdicios y el polvo que se acumulaba a la orilla de los caminos; tenía un modo de crear a su manera con los más pobres materiales de la tierra. Un buen día el Maestro, se llamaba José Antonio Rodríguez López, viejo y feo pero con el don del espíritu, y yo fuimos donde habita la verdolaga y él me dio a entender que aquella modesta planta era un ser que nace, crece, siente y muere, como los demás de la creación; que tiene su ubicación en los estrados de la ciencia y que como tal es digna de esa noble estima que merecen todos los seres y las cosas. Yo estaba asombrado ante la palabra del Maestro. La verdolaga adquiría dimensiones inusitadas. Era la dignificación de los humildes. El triunfo de la modestia y de las causas justas. Aquella lección fue una revelación para mí. Me enseñó un camino que es bueno de trillar; una causa que es digna de defender; una meta que debemos perseguir.

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El tesoro de nuestros ríos Los numerosos ríos de curso lento como son los que se deslizan por las llanuras, sirven para el tránsito fluvial, puesto que pueden ser surcados por diferentes tipos de embarcaciones tales como pequeños vapores, lanchas, veleros, bongos, canoas y curiaras dedicados al transporte de frutos, mercancías y pasajeros, asimismo esos ríos poseen una riqueza en diferentes animales tales como peces, quelonios, reptiles y mamíferos tanto acuáticos como anfibios. Junto a esos ríos con sus afluentes, caños, lagunas, rebalses, morichales y esteros de intercomunicación constante o temporal, se constituye un complejo sistema dulceacuícola donde aquellos animales tienen su hábitat. Esos diferentes animales, son fitófagos unos y otros carnívoros. Entre los primeros tenemos el manatí, el chigüire, la cachama, la palometa, el coporo, la zapoara; entre los segundos tenemos la nutria, la tortuga Arrau, el galápago, el terecay, el caimán, la baba, los peces llamados laulao, palambra, pavón, curvinata, etc., etc. El morocoto es un pez omnívoro. De los citados animales se aprovechan según la especie de que se trate, la carne, los huevos, la grasa o la piel. A todo este cuadro se agrega el aporte de las aves acuáticas, como son los patos por su sabrosa carne, y las garzas por sus bellos plumajes. Otro aspecto de valor inestimable que poseen esos ríos y demás cuerpos de agua citados, es el de las posibilidades de recreación, como son las regatas, las excursiones y paseos en lancha, la pesca racional y la contemplación del paisaje como medio de descanso o higiene mental. Sin embargo, es poco el provecho que devengamos los venezolanos de esos tesoros de nuestra generosa naturaleza, pues 67


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no solemos aprovecharlos en todo cuanto racionalmente es posible, o si bien acudimos a ellos es acompañados por ese espíritu destructivo que redunda en menoscabo de los propios recursos de las aguas. Asimismo es de lamentar que gran número de los excursionistas fluviales, no solamente van a matar y destruir a diestra y siniestra, sino también que se llevan consigo los agentes de los morbos urbanos como son los radios y las bebidas alcohólicas, con todo lo cual dañan el ambiente y se perjudican ellos mismos. Las nuevas generaciones deben superar estos vicios y han de trabajar porque estos males no continúen en desmedro de las riquezas de nuestro país y en degradación de la sociedad venezolana.

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El araguaney, el turpial y la flor de mayo El araguaney El araguaney se afinca en la tierra donde el trópico marca su rigurosa condición de dos largos períodos estacionales, de seis meses cada uno: de noviembre a abril, sequía; en los restantes meses, lluvias abundantes. Su madera es recia como lo es el temple humano del venezolano. Su flor es una explosión de armonía sobre el paisaje de febrero.

El turpial Canta el turpial y el paisaje se puebla de armonía nativa, de recóndita esencia de la tierra como un llamado de comprensión y de lealtad al ámbito natural de la nación.

La flor de mayo No es parásita, no. Es todo lo contrario: el ser más sobrio, pues vive del aire, del agua y del sol. Y con esos simples elementos fabrica alimentos y el milagro de la flor; al morir se torna en tierra fértil para que otros puedan vivir. Árbol, pájaro y flor, tres corazones para amar a Venezuela

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La recreación Hay personas mal informadas que piensan, erróneamente, que la recreación es sólo para los niños, e incluso hay quienes no la admiten ni siquiera para los pequeñuelos. Pues bien, la recreación es necesaria no sólo para la infancia, la adolescencia y la juventud, sino también para las personas maduras e incluso para los ancianos. En la educación moderna todos sabemos que mediante las actividades lúdicas propias de todo niño se puede y se debe aprovechar esa expresión natural de la infancia para crearle buenos hábitos, disciplina, sentido de cooperación, método de actuación, sistema de solidaridad. En este aspecto el deporte cumple una gran misión educacional. En la infancia, la expresión natural es el juego. Todo niño debe jugar. Y si no intenta jugar es porque se encuentra enfermo, en cuyo caso hay que hacerlo ver por el médico o por el psiquiatra porque a veces es un trauma psíquico o un complejo de timidez lo que lo inhibe ante los demás compañeros. Cuando esto último sucede es casi siempre debido a torpezas de los padres o educadores, quienes por un absurdo concepto, tratan de reprimir la sana y necesaria tendencia al juego. Las demás edades, todas ellas, también requieren distracciones honestas. Lo que cambia es el tenor de la recreación; pero cada edad la requiere. Desde luego, varía no sólo con la edad sino también con el sexo, el género de trabajo de la persona y con su idiosincrasia. Pero hay distracciones que le sientan bien a todo el mundo, como los viajes, por ejemplo; este es un deleite para todas las edades y se traduce en salud física y espiritual. La mecánica de la acción salutífera del viajar es la del cambio de ambiente, pues el desarrollo de la vida en un ambiente dado llega a cansar el espíritu y de ahí que el cambio de medio, de paisaje y de contacto con otras gentes, ejercen una benéfica influencia sobre todo el organismo y despiertan resortes dormidos de la mente. 70


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Años atrás los médicos recetaban a menudo lo que se llamaba temperamento, para lo cual le indicaban al paciente que fuera a temperar. Y que aquello siempre daba resultados magníficos. Pero como en todo hay modas, en medicina también las hay, y es por eso por lo que el temperamento ha pasado de moda, no obstante su eficacia como medida terapéutica. La vida moderna con su tremenda carga de urgencias, limitaciones y formas artificiales y mecánicas de discurrir, es causa segura de neurosis, deformaciones mentales, sensoriales y fisiológicas que colocan al hombre en los linderos de la desesperación, de constante angustia y un como sentimiento de frustración. Para contrarrestar esto, aun cuando sea parcialmente, las ciudades requieren grandes parques donde las familias puedan pasar su fin de semana con un moderado desahogo. Sin embargo, los venezolanos, además de poseer pocos parques urbanos, casi no los visitamos; en cambio los extranjeros han traído de sus respectivos países la sana costumbre de ir a los parques con toda la familia, llevando comestibles, etc., y son ellos quienes más frecuentan esos sitios de esparcimiento. Otro defecto que tenemos los criollos es el de no hacer buen uso de las vacaciones y los días de asueto. Por lo general, es en esas oportunidades cuando más nos trasnochamos y más hacemos todo aquello que está reñido con las normas de la higiene física y mental.

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Origen del suelo, sus componentes El proceso mediante el cual se forma el suelo es de alcance milenario. En efecto, es a partir de las rocas como se constituye el suelo. En este larguísimo proceso intervienen agentes meteorológicos, químicos, mecánicos y biológicos. En un principio existían sólo las rocas que en los levantamientos orogénicos emergían del mar para formar los continentes y las islas. Luego estas rocas eran modificadas por los agentes meteorológicos, tales como los cambios térmicos, las lluvias y el viento. Así las rocas se iban fraccionando. A la par actuaban agentes químicos, tales como el oxígeno, que provocaba la oxidación. El agua actuaba como disolvente de alguna de estas rocas. Los agentes mecánicos eran las corrientes de agua y los glaciares que en su curso arrastraban las rocas y las desmigajaban. El roce mismo de dichas corrientes sobre las rocas del lecho y de los bordes del cauce producía un desgaste de las mismas y todo ese material, más o menos pulverizado o desquebrajado, iba a depositarse aguas abajo, al pie de las montañas, para formar los valles y las llanuras. Los agentes biológicos actuaban sobre las rocas mediante la digestión externa que efectúan las plantas, mediante la remoción de los fragmentos rocosos ocasionada por las raíces y mediante la agregación de materia orgánica proveniente de los mismos vegetales. Los animales también contribuían a este proceso con la adición de sus excreciones y cadáveres. Así pues, la desintegración de las rocas primitivas da origen, junto con la materia orgánica, a la constitución de los suelos. Ahora bien, como las rocas difieren unas de otras en cuanto 72


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a su composición química, dan origen a distintos tipos de suelo, de los cuales son los mejores aquellos que reciben el aporte de la descomposición de las más diversas rocas. Esto sucede en cuanto al aporte mineral del suelo. En cuanto a la aportación orgánica, son mejores aquellos suelos que contienen más materia proveniente de los seres vivos. Así, por ejemplo, los suelos de sedimentación, en cuya constitución han entrado los más diversos materiales, suelen ser los mejores. El material constituido del suelo debe estar formado por partículas muy finas, solubles en el agua, para que así puedan entrar a través de los pelos absorbentes de las plantas. Los componentes básicos del suelo son el potasio, el nitrógeno, el fósforo y el calcio. Además, el suelo ha de tener agua; las partículas que lo integran deben estar relativamente sueltas para permitir la circulación del aire necesario para la respiración radicular y para facilitar el crecimiento de las raíces y la formación de otros órganos vegetales subterráneos, tales como rizomas, tubérculos, bulbos, etc. Asimismo es necesario que el suelo posea aquellas bacterias que realizan la transformación de los desperdicios de vegetales y animales en materia capaz de ser incorporada a la economía de las plantas vivas. El suelo sigue formándose constantemente, pero siempre de manera muy lenta. En cambio, se destruye muy fácilmente; de ahí la necesidad de conservarlo, porque cada día tenemos más necesidad de él, debido al enorme incremento de la población humana.

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El suelo, las aguas y el bosque Las raíces de las plantas aflojan el suelo a medida que van penetrando en él y, cuando mueren, enriquecen su espesor con materia orgánica. Es así como el suelo de los bosques es suelto y rico en humus; el aire circula de manera conveniente para la respiración de las raíces y el agua se infiltra rápidamente. Además, la superficie del suelo se va cubriendo con los distintos vegetales y animales, y así, por una parte, se preserva de la erosión y, por otra, se va cargando de materia orgánica y aumentando su índice de acidez. Este suelo, esponjoso y recubierto conserva por mayor tiempo la humedad. Las frondas de los árboles impiden que las gotas de la lluvia choquen directamente contra el suelo, de modo que el impacto lo reciben aquéllas. Cuando el suelo, por el contrario, está desnudo, las gotas de agua caen violentamente y cada una de ellas produce una pequeña catástrofe y, sumadas todas, dan un saldo de amplia destrucción superficial del suelo. Un suelo cubierto por vegetales goza también de la siguiente protección: a) Como no le da el sol directamente, habrá menos evaporación. b) Como el viento no roza directamente contra él, aparte de preservarlo de la erosión eólica, evita la evaporación. Verdad es que a causa de la transpiración se pierde mucha agua, porque según se ha dicho, cada árbol es una bomba que extrae agua del suelo y la bota mediante la transpiración; pero, no obstante eso el arbolado del bosque contribuye a la regularización de las aguas, de modo tal que éstas tengan curso constante, no sólo en la temporada lluviosa, sino también en la sequía. La acción del bosque se dirige, en primer lugar, al suelo. En efecto, modifica su estructura física, su naturaleza química y lo preserva de la erosión. Después, el suelo así condicionado, pasa a ser el regulador directo de las aguas. 74


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Animales que merecen protección Son muchos los animales que sin ser muy útiles por su carne, plumaje, piel o canto, ofrecen, en cambio, una inestimable ayuda al hombre en su lucha contra los insectos y otros animales perjudiciales como las ratas, ratones y culebras. Es larga la lista que de esos beneficiosos seres puede hacerse. En efecto, entre los anfibios tenemos los sapos y las ranas; entre los reptiles se cuentan los lagartijos, tuqueques, limpiacasas y matos; entre las aves se deben citar los torditos, el cristofué, las golondrinas, las lechuzas, el titirijí, el pájaro jorigüelo, las distintas especies de aves que devoran garrapatas, algunos gavilanes que atacan serpientes y roedores granívoros; entre los mamíferos se cuentan ciertos murciélagos insectívoros, los osos hormigueros, el cachicamo, el zorro, etc., etc. Estos distintos animales y muchos otros que ahora se nos escapan al recuerdo, entre los cuales ya iba a pasar por alto el diminuto pero muy canoro cucarachero y el estridente chocolatero o cucarachero de palmar, deberían ser objeto de protección por parte del hombre, puesto que ellos prestan, desinteresadamente, un valiosísimo servicio al saneamiento de nuestros campos, al bienestar e integridad de nuestros cultivos, a la preservación de nuestras cosechas. No es mucho lo que se pide para estos benefactores del género humano; es, sencillamente, dejarlos actuar en libertad, no apresarlos, evitar su destrucción. Parece mentira que exista gente tan torpe e ignorante hasta el extremo de llegar a eliminar sus propios aliados y benefactores, cuando lo inteligente, lo razonable, es que a esos animales que velan por nosotros, que nos protegen y que contribuyen de manera real y efectiva a asegurar nuestra subsistencia, nosotros les retribuyamos con el respeto a sus vidas, al de su prole y al hábitat correspondiente. Como quiera que esa actitud destructora que sostienen algunas 75


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personas, es sencillamente un defecto de educación, una expresión de ignorancia, hacemos un alerta a nuestra juventud estudiosa y responsable para que luchen por acabar con ese defecto, y que para ello inicien campañas conservacionistas en el seno de las instituciones docentes a las cuales pertenezcan, y asimismo se les sugiere la creación de clubes de barrios con objeto de proyectar a la sociedad en general los beneficios de una campaña de esta naturaleza.

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La protección de los animales de caza Una de las medidas básicas que debemos tener en cuenta para la conservación de la fauna silvestre, es la preservación de los ambientes naturales donde cada especie tiene su hábitat, porque es allí, precisamente, donde los individuos de las correspondientes especies encuentran, no sólo su nutrición, sino también las condiciones biofísicas óptimas para desarrollar su vida, para encontrar su protección y los medios apropiados para criar su prole. Desde luego hay especies animales que se acomodan a los más diversos ambientes, como lo es el conejo; pero en cambio existen otras que son muy exigentes en cuanto a su hábitat, tal como lo es la gallina azul, que habita las selvas nubladas de la cordillera costanera. Son precisamente estas especies de ambientes muy especializados, las más raras y las más valiosas y las que interesa más conservar. De ahí, pues, que sea recomendable, tal como lo afirma Mondolfi, la preservación y el mejoramiento de los ambientes naturales. Esto pone de manifiesto una vez más la utilidad de los Parques Nacionales y lo conveniente de la creación de refugios y santuarios de animales. Es evidente que los animales existen en donde se encuentran los materiales objeto de alimentación, como son ciertos vegetales y algunos otros animales que son sus víctimas. Esto pone de manifiesto la necesidad de conocer, para preservarlos, esos alimentos, si es que tenemos interés en conservar los comensales. Así, por ejemplo, no se podrán conservar las aves zancudas y los patos si no les reservamos zonas pantanosas, apartadas del bullicio de las ciudades y de todos aquellos sitios muy concurridos por el hombre. Además, esos pantanos deben conservar todas sus características primitivas de flora y fauna y aspectos físicos, porque si no, se ausentan de allí los animales que se desean conservar. Tenemos por caso, el de la Laguna de la Reina, cerca de Higuerote, 77


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la cual estaba protegida, por Resolución del Despacho correspondiente, como Refugio de aves, pues era lugar predilecto de las más bellas especies de esos animales amigos del ambiente palustre. Pues sucedió que una compañía urbanizadora, hace siete o más años, se dio sus trazos para que el Ministerio de Agricultura revocara aquella magnífica medida, o para que pasara por encima de ella simplemente. El caso es que dicha compañía gastó una enorme suma en alterar aquella preciosa naturaleza, pero parece que quebró, y ahora quedamos sin urbanización, sin el hábitat de las garzas y, desde luego, sin las preciosas aves que otrora poblaron el lugar. En cambio, hay muchas variedades de insectos, tales como los más voraces mosquitos, jejenes, etc., que hacen inaccesible el sitio. En un lugar donde la caza está bien organizada, mediante medidas proteccionistas que se respetan y se cumplen, se levantan censos de los elementos sinegéticos y se determina el número y características de las piezas cosechables. Desgraciadamente nosotros estamos lejos de tomar y acatar estas providencias y todo se queda en inútiles medidas burocráticas, en papeleo rutinario y publicaciones como la presente, que poco efecto surten. Resalta a la vista de todos, que los incendios forestales y esa constante quema de las sabanas hacen víctima directa a la fauna, y esto es precisamente uno de los peores azotes de nuestros animales, por cuanto no solamente los afecta a ellos directamente en su cuerpo, sino que, a la par, destruye las fuentes de su alimentación. En efecto, como los incendios son muchos los animales perecen abrasados, lo mismo que sus crías, y también mueren las plantas que suministran alimentos a la fauna. Las vedas periódicas son medidas muy saludables para la conservación de nuestros animales silvestres. Para decretar la duración de la veda de una especie es preciso conocer su estado de crisis, su capacidad de reproducción y la extensión del área afectada, para entonces tomar las medidas de veda relativas al tiempo y a la extensión territorial respectivos. Estas vedas, como en el caso del chigüire, especie muy codiciada por su valiosa 78


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carne, de gran demanda mercantil, se había planteado desde hace años atrás en la Dirección correspondiente, pero sabe Dios qué turbios intereses impidieron entonces que se diera la resolución requerida. El manatí es, desde la época de la Colonia, otro de los animales más perseguidos. En la actualidad, es raro encontrar uno de estos característicos mamíferos adaptados a la vida acuática. Sin embargo, hasta hoy, no se ha tomado medida alguna para protegerlo.

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La lucha por la luz En su lucha por alcanzar la luz en medio de la competencia que ofrecen por el espacio aéreo, unas plantas alargan sus tallos, que crecen verticales y a veces gráciles; en otros casos se tornan con el tiempo robustos y leñosos. Algunas plantas se especializan y viven sobre las ramas de los árboles: son las epífitas, tales como las Bromeliáceas, la barba de palo, verbigracia, y las orquídeas, donde se cuenta la flor nacional de Venezuela o flor de mayo. Otras plantas escudan su debilidad recostándose sobre las demás para alcanzar la luz, entre las cuales se encuentra una muy conocida en nuestros jardines, la trinitaria, y otra propia de los campos llaneros, el bejuco melero. Hay ciertas leguminosas que producen ramas prehensibles y así se sujetan de los árboles. Otras trepan abiertamente, para lo cual se valen de variados sistemas con objeto de lograr este fin. En efecto, las hay que trepan por arrollamiento tal como lo hacen las Convolvuláceas, de las cuales son ejemplo esas enredaderas de flores acampanadas que se conocen con el nombre de pascua por el hecho de florecer en diciembre. Entre las Papilionoldeas y Acantáceas hay muchas que trepan por arrollamiento. Las Aráceas y la yedra trepan por medio de raíces adventicias. Son Aráceas muchas de esas plantas de hojas que ahora se cultivan tanto en los interiores de las casas. Las Bignoniáceas, como el palo negro; las Pasifloreáceas, como las parchas; las Vitáceas, como vid, trepan todas ellas por medio de zarcillos, y los zarcillos pueden ser de origen foliar, como en las familias antes citadas o de origen rameal, como las Poligeonáceas, de las cuales es ejemplo la bellísima o coronilla. Como vemos pues, la lucha por la luz es una de las más 80


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enconadas que sostienen las plantas y trae como consecuencia fenómenos de adaptación muy notables. Otra forma de adaptación es la que sufren las plantas ombrófilas, las cuales se han conformado a la media luz del fondo de los bosques y de las selvas, y en este caso se encuentran muchos musgos y helechos, así como las ciclantáceas, entre las cuales se cuenta la lucateva y otra que recibe el nombre de carabobo de donde viene la denominación del histórico Campo de la batalla cumbre de nuestra independencia y desde luego el nombre del Estado Carabobo; el nombre botánico de esta especie es Carludovica rupestris.

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Primavera de fuego Cuando se aproxima lo que nuestros campesinos llaman la primavera, o sea el advenimiento de los primeros aguaceros de marzo-abril, comienzan los grandes incendios en todo el país, las calamitosas candelas de febrero y abril. Pero donde no llega el fuego abrasador los árboles nos brindan su más rotunda floración. Aquí, los bucares de encendidas flores; por allá, la rosa del apamate, y en todas partes el oro del araguaney, el violeta del abey, el blanco de la curta y de los pardillos, el amarillo canario de los salados, el rojo sangre del pericoco, el rocicler del anauco y tantos más, que llenan el paisaje venezolano de maravilla y encanto. Pero, a la par, corren por las sabanas llaneras las rojas lenguas de la candela, arrasándolo todo, cubriendo de cenizas toda la tierra venezolana, como si pesara sobre ella una maldición bíblica; como si esos campos no nos dolieran; como si fuera una patria enemiga. Por cerros y colinas sube la onda cárdena del fuego, tramonta las cordilleras y gana los valles, arrasándolo todo: flora, fauna y paisaje, tornados luego en negro carbón y ceniza gris. No hay piedad por criatura viviente, ni por la ternura de los nidos, ni por la gracia de las empinadas espigas, ni por los tardos animales que no pueden huir, ni por los mismos hombres, cuyas tierras sin mantillo serán más pobres cada día y menos capacidad tendrán para las cosechas. Arden también los bosques y con ellos las maderas donde el tiempo acendró el material de la cuna para adormecer a los niños, y el material de la mesa, donde el pan y la sal se compartan entre los familiares. La candela va más arriba, hasta la fuente de los ríos, a quemar la matriz de manantial, para ocasionar el desequilibrio de las aguas y convertir las arterias fluviales en vacíos cauces durante medio año, y, en el resto del tiempo, es el peligroso exceso de las grandes crecientes, de las inundaciones, de los 82


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derrumbamientos y avalanchas, que arrastran las sementeras y ahogan los rebaños. Pero son en vano la prédica, la vigilancia y la ley. No vale la buena voluntad de tantos hombres, mujeres y niños, que comprenden el grave mal que se le ocasiona al país con ese hecho bárbaro del incendio. Es preciso sumar más esfuerzos y voluntades para la lucha en defensa contra la candela. Es preciso constituir grupos juveniles, asociaciones de campesinos, sociedades de agricultores y ganaderos, para poner cese a esta calamidad nacional. ¡Hay que movilizar a Venezuela entera contra los incendios y contra los incendiarios! Tú, lector patriota, ¿no querrías contribuir, con tus amigos y compañeros, a colaborar en esta noble tarea? Estamos seguros que sí. Pues, inicia la idea, y da comienzo al trabajo. Con ello serás útil a nuestra patria y te honrarás sirviéndola. ¡Qué alguna vez no se vea en Venezuela más incendio que el de la floración de los bucares!

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La armonía de la naturaleza Existen en la naturaleza una serie de cosas que de manera general reciben el nombre de recursos naturales renovables. Éstos poseen una enorme importancia, porque proporcionan al hombre alimentos, habitación, vestidos, y mil otros beneficios sin los cuales no sería posible vivir. Los recursos citados son: el suelo, el agua, las plantas y los animales. El suelo es aquella capa de tierra en la cual viven plantas silvestres o cultivadas. El suelo alimenta a las plantas y éstas a su vez alimentan al hombre o a sus rebaños. El suelo necesita estar cubierto por vegetación para que las lluvias y el viento no lo destruyan, pues es el caso que cuando está desnudo sus partículas son arrastradas en grandes cantidades por las corrientes de agua y de aire, produciéndose así la destrucción del mismo. Esta destrucción es lo que se llama erosión. La erosión inutiliza los suelos, puesto que los hace incapaces para la vida de las plantas, de los animales y del hombre; de esta manera se han perdido inmensas extensiones de suelo en todo el planeta, y, por consiguiente, han desaparecido los pueblos que habitaban esas regiones. Las tierras más erosionadas de Venezuela se encuentran en los estados Lara, Falcón, Trujillo, Mérida, Táchira, Sucre y Nueva Esparta. Las causas de esta destrucción de suelos son las siguientes: En Trujillo, Táchira y Mérida, los irracionales cultivos de trigo en las pendientes de las serranías, así como el incontrolable uso de leña y carbón vegetal. En Sucre, Nueva Esparta, Falcón y 84


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Lara, la desmedida explotación de sus bosques para obtener leña, carbón y madera de construcción, y el libre pastoreo de caprinos. El agua es uno de los elementos indispensables para la vida. Alguien ha dicho que todos los seres vivos somos acuáticos: unos, porque moran en el agua, tales como los peces; otros, porque llevan el agua dentro de sí mismos, como es el caso del hombre, en el cual más de la mitad de su peso (60%) es agua. Las plantas poseen del 75 al 90% de agua, y a veces más. Para que los alimentos puedan ser digeridos, absorbidos y asimilados, es requisito indispensable que se encuentren disueltos en agua. Para que los glóbulos rojos y blancos puedan trasladarse de un sitio a otro de nuestro organismo en el cumplimiento de sus maravillosas funciones, es preciso que se encuentren flotando en el agua contenida en la sangre. Para que podamos expulsar los venenos producidos por nuestro organismo, es menester que éstos se encuentren disueltos en agua, y es así como salen bajo las formas de sudor y otras secreciones. ¿Cómo podría mantenerse la higiene de la casa si no es con la ayuda del agua en el baño, en el lavaplatos, la letrina y el lavadero? El cultivo de las plantas que contribuyen a nuestra alimentación y la cría de los rebaños que enriquecen nuestra mesa, necesitan tanta agua como nosotros, o más que nosotros. Estas razones ponen de manifiesto la enorme importancia del agua, y es debido a ello que todas las personas tenemos la obligación de conservar las fuentes de abastecimiento de ese precioso líquido, como son los ríos, quebradas y arroyos. La mejor manera de contribuir al sostenimiento de esos cursos de agua, consiste en evitar la destrucción de los bosques situados en los nacimientos de los mismos. Las plantas son tan útiles que sin ellas no podría vivir el hombre, ni los animales restantes, puesto que los vegetales suministran directa o indirectamente, todos los alimentos, bien sea porque comamos granos, frutos, hojas, tallos y raíces, o porque 85


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nos alimentemos con carne, leche y huevos que provienen de animales que a su vez se nutren con plantas. Pero eso no es todo. También las plantas enriquecen el aire al aumentar, por una parte, el oxigeno que tan beneficioso es para la respiración y al disminuir, por otra, la cantidad de gas carbónico, cuyo exceso es nocivo para la salud. Muchos otros provechos derivamos de los vegetales, bajo la forma de madera, fibras textiles, medicamentos, etc., etc. La circunstancia de que los vegetales purifican la atmósfera, regularizan el curso de las aguas, atemperan los rigores del clima, fijan y enriquecen los suelos, y en general dan gracia y belleza al paisaje, determina que utilísimos seres sin los cuales no podríamos vivir, son dignos de respeto y consideración por nuestra parte, pues la verdad es que desde la más humilde hierba hasta el árbol soberbio, todas las plantas están constantemente laborando por nuestra salud y bienestar. Los animales, además de producir alimentos, trajes, medicinas y materias primas para numerosas industrias, han suministrado al hombre incalculables beneficios como medio de transporte, y prestaron, desde la noche de los tiempos, la energía requerida para el trabajo de los campos. Los sapos, lagartijas, murciélagos y muchas aves devoran anualmente cantidades fabulosas de insectos perjudiciales que de otra manera destruirían los pastos y las cosechas y con ello acarrearían el hambre general hasta producir la muerte de los rebaños y del hombre mismo. Los animales que se consideran perjudiciales como son esos insectos que acabamos de nombrar, y muchos otros, tales como las serpientes venenosas, los tigres y demás fieras, no deben destruirse todos, sino en la medida en que ellos nos dañan, pues si esas especies llegaran a desaparecer por completo, se rompería el equilibrio que existe en la naturaleza, entre unos seres y otros, 86


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y de esa manera también los humanos sufrirían los resultados de tal ruptura. Como vemos, pues, existe una inter-relación y mutua dependencia entre el hombre, los animales, las plantas, el agua, el suelo y el clima; por consiguiente, debemos ajustar inteligentemente nuestras actividades para que no rompamos la armonía que reina, de modo natural, entre los seres y las cosas.

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Una tarea amable para niños y maestros Causa dolor pensar que muchos de los animales característicos de Venezuela se encuentran tan disminuidos, que corren peligro de desaparecer del territorio nacional. Tal acontece con el chigüire, con la tortuga del Orinoco, con el manatí, con los distintos tipos de cachicamos, con la danta, con los venados (caramerudo y matacán), con la gallina azul y la gallina cuero, con las lapas y picures, con el oso frontino o salvaje, con el cardenalito, con el pato real, con el morrocoy; como se ve, con la mayoría de los animales útiles por su carne, por su piel o por su canto. En el mismo caso se encuentran otras aves; la gallina de monte del Zulia, los paujíes, las gallinetas y ponchas, las pavas y camatas, las grandes perdices, la torcaz, la guacoa y otras grandes palomas. Estos son nuestros mejores animales de caza y los más bellos y nobles ejemplares de la fauna venezolana. Pero los hemos cazado sin tasa ni medida. Los hemos perseguido sin piedad y sin sentido conservacionista. Los hemos exterminado en inmensas regiones. A veces se camina días enteros por los campos de nuestro país sin ver otras señales de fauna silvestre que el gavilán, los lagartijos y las ratas. Es que el campo de los Llanos y la Montaña va quedando vacío de aquellos hermosos animales que otrora fueran el encanto y la riqueza de la tierra. Es que ya Venezuela no tiene derecho a tener fauna propia, porque hay unos cuantos malos patriotas que se empeñan en despojarla de sus atributos y de sus características; y con estos desorientados venezolanos colaboran algunos extranjeros que sin miramientos por el país que los acoge y les da los medios de vivir, vienen a aumentar el número de males que nos azotan. Hay personas que no respetan ni el recinto de los Parques Nacionales, que son áreas destinadas, por una legislación espe88


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cial, a la protección de la belleza escénica y a la conservación de la flora y de la fauna. Sin embargo, es alentador pensar que mucha otra gente de buenos principios y sanas ejecutorias, que muchos niños y adultos repudian aquella destrucción de la fauna y además toman medidas para evitar la muerte de los animales. Hay muchos niños y jóvenes de bondadoso corazón y gran amor patriótico que están en la actualidad formando clubes y asociaciones conservacionistas en sus liceos y en sus escuelas; que van contra la criminal china, con que antes mataban los pocos animales beneficiosos que aún quedan en la ciudad y en el campo. Asimismo hay muchos jóvenes y hombres de edad que desechan el uso del rifle y otras armas para tornarse en amigos de los animales. Conozco varias personas de Caracas y del interior que les ponen frutas y granos a los animalitos salvajes para gozar viéndolos comer libremente y volar confiados hacia sus nidos y hacia los árboles acogedores. Uno de esos niños me contó lleno de felicidad que en el solar de su casa había anidado varias veces una pareja de tortolitas y que él cultivaba una planta cuyas flores proporcionaban abundante néctar a las reinitas. Otro muchacho me refirió que había logrado convencer a sus compañeros de que no debían tirarles piedras a los animales. Si estos buenos procedimientos se generalizaran a todas las escuelas, colegios y liceos, y a todos los muchachos del país, haríamos una obra de gran contenido venezolanista; y habríamos encontrado el camino que conduce a la recuperación de nuestra empobrecida fauna. 89


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La tortolita, el viento y la florecita azul Quién fuera como el viento, Que canta y no se ve. Y vuelve a mirar la tortolita en el camino, picoteando los granos de arena que están junticos como a tranco de chubisco. Y mira que mira la tortolita en el camino y piensa que no se vería si no fuera porque mueve la cabeza al picotear la arena de menudos granos, junticos, junticos como a tranco de chubisco. Y mira que te mira a la palomita que se esconde y se disimula y no se ve la condenada palomita color de arena, color de camino reseco. Y la palomita desaparece cuando está quieta, cuando no pica los granitos de arena. ¡Ah mundo! Quién fuera así, invisible como la tortolita cuando está quietecita. ¡Ah mundo! Quién fuera como el viento que canta y no se ve, que viene y se va, que refresca y reseca, que acaricia y besa, y no se ve, canta y se va, vuelve a venir y se va y se queda, se sube en las ramas de los árboles, se restrega en las paredes y levanta la tierra y eleva los papeles y balancea a la florecita azul de abey, y se la lleva, la lleva, la lleva y cae la florecita en el pozo en donde los peces la muerden y se la pelean los pecesitos que uno no ve pero allí están y en la pelea por la flor azul del abey se forman círculos que van unos detrás de otros hasta llegar grandotes a la orilla del pozo. Cómo nació Palo Seco El Nacional, Caracas: 15-03-1977

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EDICIONES DE LA OBRA ESCRITA DE FRANCISCO TAMAYO

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Árboles en flor de Venezuela, 1959. Los llanos de Venezuela, 1961. Camino para ir a Venezuela, 1962 y 2003. Ensayo de clasificación de las Sabanas de Venezuela, 1964. El signo de la piedra, 1968 y 2003. Juan Quimillo y Juan Salvajito, 1973. Léxico popular venezolano, 1977. Zonas de vida de los Llanos Centrales de Venezuela, 1977. Pasión de la tierra venezolana, 1979. Más allá de Akurimá, 1981 y 2007. Imagen y huella de Henry François Pittier, 1985. El color de la tierra, 1987. Más allá del fuego y de la rueda, 1987. El hombre frente a la naturaleza, 1993. Sanare y las tierras de Lara, 1994. Alma de Lara, 2000.

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Esta publicaciĂłn Sembrar la semilla y regar las plantas fue impresa en el Taller de Editorial Horizonte C.A. en la ciudad de Barquisimeto, RepĂşblica Bolivariana de Venezuela

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