Cinco alimañas y una cumbia - Fragmento

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CINCO ALIMAÑAS Y UNA CUMBIA

Cinco alimañas y una cumbia

Primera edición: Septiembre, 2022

© Néstor Adame Santos, 2022

Chihuahua, Chih., México

© Ediciones Arboreto, 2022

Chihuahua, Chih., México

Cuidado editorial:

José Santillanes

Rebeca Favila

Ilustraciones de portada e interiores: Mariela de la Peña

www.edicionesarboreto.com

edicionesarboreto@gmail.com

Todos los derechos reservados.

Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos o la editorial.

Impreso en México / Printed in Mexico

NÉSTOR ADAME SANTOS

CINCO ALIMAÑAS Y UNA CUMBIA

COLECCIÓN

FLORES DEL JARDÍN

ALIMAÑAS

La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, cómo no. Ya no hay quien salga loco de contento. Donde quiera te espera lo peor.

Volví a casa de Leticia, quise evitarla, pero no tuve a dónde ir. Llevaba dos días coyoteando el sueño en el parque después de salir de la Grande. Tenía una condena de diez años de los que cumplí cuatro. Fue gracias al sobrecupo que me regresaron a la calle. Hubiera seguido en el parque sino fuera por el vagabundo que reclamó piso. ¿Qué haces aquí?, gritó el infeliz. ¡Este es mi lugar! ¡Arre! ¡Ruedas de aquí! Y para que se callara, terminé subiéndole de panza a garganta el filo de esta navaja. Si no quería terminar en otra prisión el abogado recomendó visitar los Juzgados a firmar en el libro de alimañas. Perfil bajo, señor, dijo, le recomiendo perfil bajo y que consiga un empleo. Aventó una mirada despectiva, de esas que son boleto para que los atraquen.

Mi espacio en la cama de Leticia lo ocupó un niño de cinco años. Tu hijo, afirmó recargada en la puerta. ¿Segura? Dije, tratando de encontrarme en el huerco.

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Leticia acomodó un catre en el pasillo y afirmó convencida:

Te quedarás sólo por hoy, ¿ok?

Sólo por hoy, contesté tumbándola en el catre y besándole el cuello. Ahogó un suspiro y se la metí. La traía bien tiesa y le descargué mis ganas atrasadas.

Por la mañana, el niño preguntó mi nombre. Lo cargué y se puso a chillar.

¿Cómo te llamas, morrillo?

Andrés. Andresito, dijo el mocoso.

¿Y por qué no Juan, Juanito?

Porque sabemos que no vas a ser su papá. Brincó Leticia, dándole lumbre a un cigarro. Le tomé uno y me eché la cajetilla de Winston rojos a la bolsa. Porque un hombre jamás debe de andar por la vida sin dinero o cigarros.

Pasé por la cocina y tomé un pan tostado, andaba con tanta hambre que ni mierda traía en las tripas. Leticia supervisó el trayecto del pan a mi boca y dijo:

Aquí no sobra comida. ¿Qué vas a hacer ahora que saliste?

Tumbar lo que está mal puesto.

¿Y qué está mal puesto, Juan?

Todo.

Salí de su casa.

Es cierto lo de Leticia, yo no podía ser papá de nadie. El mío también vivió del atraco y lo mataron en un trueque. En la rapiña del bajo mundo o robas o mueres. Y a veces las cosas importantes son así de simples.

La Fechoría, es una cantina de mi barrio, sus puertitas antes eran de películas del Viejo Oeste. Ahora la cierran con una cortina de acero. Llegué después de repartir solicitudes de trabajo en farmacias. Quise reconocer al cantinero, pero no pude.

Una Corona.

El cantinero destapó un envase de Carta y lo puso enfrente.

Antes vendían Corona.

Antes.

La televisión sintonizaba las noticias locales.

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¿Ya no ponen películas porno?, pregunté. Ésas las ponía el Ortegón, contestó el morro limpiando la barra y mostrando dos anillos de oro como si fuera Héctor Lavoe.

Leticia estaría viendo lo mismo. Después de ver mi detención (cayó el ladrón Juanito Alimaña, en un intento frustrado por robar el Banco Nacional) se hizo adicta a esos programas.

¿Chuy Ortegón?, pregunté. ¿Dónde quedó?

El cantinero levantó las cejas para que repitiera la pregunta. Chuy Ortegón brincó de policía a lugarteniente de la Maña. Ahora sólo era El Ortegón. Conservó la facha de tira: mal corte de cabello, ropa ostentosa y cara de oliendo caca. El güey era de mi camada y empezamos juntos en el bisne, yo de uña y él de chota. Con actos sanguinarios se adueñó de cantinas, regando miedo para dejar claro quién la tenía más venuda. A un borracho le cortó los dedos por no pagar la cuenta: sacó un cebollero y ¡zaz!, los metió a un frasco de vinagre que dejó en la barra como advertencia.

¿Dónde quedó Chuy?, dije con voz alta. No sé, contestó el cantinero subiendo el volumen de la tele para que no lo chingara.

Hay muchos dedos en el frasco, morro, dije contando cuántos parroquianos se fueron sin pagar.

Sí, ¿y?, contestó el cantinero pasándole el trapo al frasco. Pues que alguien no está haciendo bien su jale. Dije levantando el envase de mi cheve vacía.

Suspiró molesto y cuando me dio la espalda lo reconocí. A éste le decían El Mollete, un prietillo sin chiste que lavaba carros y hacía mandados.

¿Qué quieres decir con: “alguien no está haciendo bien su jale”?

Digo que Chuy está escarbando el fondo de la olla para encontrar gente.

¿Y tú cuándo saliste?, preguntó El Mollete, con su hedor a aceite quemado.

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Hice como si no lo escuchara y él continuó viendo la televisión.

Este pinche mandadero, que se lucía mostrando sus anillos y cadenas de oro era el encargado de la Fechoría. Y yo, un carterista conocido por mañosos y polis, a los que les pasaba chivo para que me dejaran camellar, andaba sin un peso en la bolsa. Para regresar a esos andurriales tenía que tumbar a golleteros como éste.

Saqué la cajetilla guardada en la bolsa de la camisa. Encendí un cigarro en esa danza entre el fuego y la muerte. Le di un toque hondo y lo aguanté un instante largo, largo, largo y expulse una espesa humareda que se extendió por la cantina. Miré el cigarro oxidándose por las mordidas del fuego. Así estaba mi vida en estos momentos. Aventé el fierro manchado de sangre en la barra y El Mollete supo cómo iba la cosa.

¿Entonces me conoces? Le pregunté con voz de maniaco.

Sí…, carraspeó, sí lo conozco. Es el Juanito mañas. Juanito Alimaña, no se confunda. Dije machacando el cigarro en el cenicero.

Y el Mollete mirando el frasco contestó: Usted se fue hace rato. Las cosas ya cambiaron. Así que mejor, ruedas de aquí, antes de que venga El Ortegón.

¡Yo solo vine a tumbar lo que está mal puesto, mijo! Grité empuñando la navaja y levantándome del taburete, para rebanarle los dedos de un solo zarpazo al Mollete prieto.

Ayer a las 18 horas, en el Parque AHMSA, el cuerpo del señor que en vida respondía al nombre de Uriel Ortegón alias “La Suegra” de 72 años fue encontrado sin vida en las inmediaciones del campo de béisbol…

Los anillos salieron volando y los pesqué en el aire para clavármelos en la bolsa. Los chillidos del Mollete se confundían con los gritos de la tele.

...uno de los deportistas dio el llamado al 911 para reportar el cuerpo del hoy occiso. La patrulla comandada por el capitán Juan Velarde, atendió el percance. Las fuerzas del

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orden solicitaron el apoyo de los cuerpos periciales para examinar el cadáver: “al parecer fue una herida con arma blanca. No existen forcejeos ni rastros de riña. Sólo una puñalada de estómago a garganta que lo dejó sin vida”.

¿Y tienen algún sospechoso? “Los vecinos reportaron que días antes en el parque pernoctaba un bandido llamado Juanito Alimaña, es el principal sospechoso de este lamentable hecho”. Respondió el capitán Velarde.

¿Cuánto debo?, pregunté. El Mollete seguía llorando y trataba de detener la hemorragia.

¿Qué cuánto debo?

¡No debes nada, no debes nada!

Vacié la caja registradora y apañé una botella de mezcal. Recogí los dedos y los metí al frasco de vinagre.

La propina.

Acomodé los billetes en la cartera, que bien sedita le saqué el Mollete sin que se diera cuenta. Salí airoso de la Fechoría, a sabiendas de que con esta trampa me estaba jugando el pellejo. ***

Sí Oficial, le juro que sólo estuvo aquí dos noches. Es la puritita verdad. Si de esta confesión depende si vuelvo a ver a mi hijo, le cuento todo con lujo de detalles. En la primera llegó oliendo a alcantarilla e hicimos el amor. Juan es un amante cariñoso y…bien dotado. Se fue por la mañana robándose mis cigarros, pero esa misma noche regresó y traía una botella de mezcal. Venía con la calentura a tope. Porque conozco a mi Juan, había vuelto a robar, solo eso lo ponía así de caliente. La gente cree que delinquir es como comer tacos, se creen lo que ven en las telenovelas y las películas de los Almada, pero robar es un placer más de los tantos que hay. Saca el dedo de ahí, te dije que no me gusta, le suspiré a Juan con voz chiquita.

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Y él con su tono rasposo, me susurró: ¿Que lo saque de dónde, putita? ¿Que lo saque de dónde, a ver? Me agarró de las caderas y se concentró en un mismo ritmo para los dos. Subía su lengua por mi oído y no sacó el dedo de donde lo había puesto. Me gustaba que sintiera mi piel, que oliera y la mordisqueara... ¿Está bien si cuento eso, Oficial? ¿Sí? ¿Seguro? Ok, muy bien. Con lujo de detalles. Bueno, del cuello bajó a mis pechos y los saboreó poniéndolos puntiagudos como conos. Solo él sabía cómo encenderme así de rápido. Eso pasaba porque nuestros horóscopos eran compatibles, ¡Leticia, Leticia!, murmuró mi nombre manchado de sal. Abandoné el cuerpo y dejé que me hiciera lo que quisiera. Me parecía un desperdicio que con tanta química para el amor, lo hiciéramos tan poco. Pero bueno, eso se debía a que Juan la mayor parte del tiempo se la pasaba de cárcel en cárcel. Froté mis pechos desnudos con su torso y me afilé las uñas en su espalda. Sus bonitos ojos color uva se escondían en un rostro feo. Porque déjeme decirle que Juan es feo. ¿Qué tan feo? Vaya a una ferretería, compre una lata de clavos y tachuelas, mírela y está viendo a mi Juan. Con la punta de su lengua me recorrió los dedos del pie izquierdo, subió por las pantorrillas y se llenó la boca con mis muslos, me estremecí, Juan sabía que siempre me gustó esa caricia. Ya del dedo ni me acordé; a decir verdad, yo misma hice por enterrármelo más. Apreté mis piernas en torno de su cuello y él se incomodó, asomando la cabeza igual que un conejo; de haber querido lo pude asfixiar. A veces suelo ser dura y violenta, y él, tierno e indefenso. Su lengua rozó mi vagina ácida y me desarmó. Fíjese, mis clientes dicen que tengo ese sabor, de nada sirve que le rocíe aceites, perfumes o pomadas; siempre sabe ácida, quizá sea por mi tono de piel, ¿o qué cree usted? Juan comenzó con unas violentas arremetidas que me sacudieron. Tiré de su cabellera, pero poco hizo por zafarse. Era una víbora que se preparaba para devorar a un raton-

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cito. Cuando estuve a punto de venirme, dejó mi vientre para escalar por mis pechos. Sin anunciarlo, casi me saca los ojos cuando entró completito. Este era el Juan que conocía, ancho, palpitante y caliente como bolillo recién horneado. Nos agitamos, igual que botes perdidos en el mar. No paraba de entrar y salir, entrar y salir por más que yo lo anudaba con mis piernas en su espalda, tejiendo una trabazón en su espalda, él me empujaba estúpidamente y subiéndome las palpitaciones al millón. Le dejé tatuado un laberinto de rasguños en su espalda y él ni cuenta se dio. Sacudió el catre como poseído. Por un momento fui una rama del árbol genealógico de la putería y la rapiña que me familiarizaba con Juan. Yo prosti de oficio, que tenía un hijo con Juan, era poseída por un hijo de una puta, porque… ¿sabía que la mamá de Juan también se dedicó al talón? Abuela, padre, madre e hijo teníamos el mismo destino en esta relación. No es justificación, pero la vida no nos enseñó otros oficios más que esos. Yo pienso que robar es como coger, te pones nervioso, no de miedo si no de la expectación que provoca cortarle la respiración a alguien. Pensaba eso mientras Juan me quebraba como ramita. Me dio un beso, si es que a eso puede llamársele beso, su lengua hurgó desde mi paladar hasta mi corazón que corría como auto deportivo. Mis oídos estaban a punto de estallar cuando un jadeo de fluidos estalló en mis muslos y juntos humedecimos el catre.

Juan cayó encima de mí como puerta sin bisagras. Murmuró algo que no escuché y roncó profundamente. Yo recargué mi cabeza en su espalda y también me dormí.

En la madrugada un convoy salido del mismito infierno, entró por puertas y ventanas. Hombres encapuchados nos apuntaron con cuernos de chivos y pistolas. Sacaron a Juan sin calzones de la cama y le rompieron la nariz para llevárselo esposado.

Póngase pilas, me dijo uno de ellos. Éste ya es fiambre. Quédese quieta, sino también la atoramos.

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Sé que no debí contarles todo, Oficial, pero yo no sé quedarme callada, hablo más que castañuela. También sé que no volveré a ver a Juan y por eso mi coraje, me siento más sola que un perro abandonado. Qué ridícula, va a decir usted, debido a mi profesión, pero esas cosas se sienten. Las primeras veces cuando mis clientes me dejaban, extrañaba como los amputados lo hacen con su miembro faltante. Pero esta vez con Juan fue diferente, siento un vacío y no he dejado de llorar. Todo lo que hago es pensar en él, y cuánto más lo hago, más lloro. Ahora lo único que me queda es esperar la noticia, sé que saldrá en la nota roja, por eso tengo encendida la tele, tengo la esperanza de que me dejen un cuerpo al cual irle a rezar. Y voy a quedarme sola, sin nadie que me atienda cómo lo hacía Juan… Eso es lo peor de todo, Oficial, me voy a quedar sola en este mundo. ¿O el menos que…? ¡Ay, Oficial! ¡Oficial! Saque el dedo de ahí, ya le dije que no me gusta. ***

En la Fechoría había como diez malandros con armas largas, incluyendo a La Soda. Le marqué desde Urgencias para que abriera la cantina. Todos vestían ropa táctica, cuatro fumaban en la mesa de entrada, dos pisteaban en los bancos de la barra y al fondo el Ortegón se metía perico hasta las cervicales con otros tres. Cuando me vio entrar, se limpió el polvo del bigote y le gritó a La Soda que cerrara la cantina. Se acercó viéndome el vendaje que traía en la mano y dijo:

Ven, vamos pa atrás, te tengo una sorpresita.

¡Trrrraz! La Soda cerró la cortina de acero y subió el volumen de la tele.

¿Qué pues, güey? Le pregunté a La Soda, sacado de onda. Ahorita vas a ver el regalito que te tiene el patrón. Fuimos a la bodega donde guardaba los cartones vacíos y ahí lo tenían en pelotas y amarrado a una silla de la Carta.

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Los encapuchados comenzaron la fiesta sin mí, de la boca del Juanito Alimaña escurría sangre de los putazos que le metieron.

¿Ese cabrón te cortó los dedos, Mollete? Gritó La Soda y Juanito alzó la cabeza con un ojo entrecerrado. Este fue.

¡Óyeme hijo de la chingada!, tronó el patrón agarrando a Juanito de los huevos, aquí el que la caga la limpia, sabes que esa es la regla.

Juanito escupió el suelo en tono retador. El grupo de los diez se reunieron a nuestras espaldas, preparando mazos, cuchillos, palos y encendiendo una fogata.

¿Tienes algo qué decir, pinche perro? Porque también bajaste a mi tío La Suegra. Anduviste desatado, cabroncito

Y el Ortegón se dirigió a nosotros. La mamada que vieron anoche en la tele no hubiera pasado si este hijo de la chingada se hubiera mantenido en la línea. La Suegra ya estaba retirado y este perro lo mató peor que a cucaracha voladora. Y después le puso un putazo seco a Juan. La Maña ya cambió en el tiempo que estuviste encerrado, Juanito y algunas maderas nomás no agarran el barniz.

¿A poco ese ruco era tu tío? Preguntó el pobre cabrón sin saber lo que le esperaba. Ahí dije, ni pedo, este fue difunto antes de serlo.

Pinche Juanito, cabrón. No te has dado cuenta que el aguacate ya se te puso negro, ¿verdad?

Le pasaron un mazo al Ortegón y se arrodilló junto al Alimaña para machacarle los dedos desnudos de sus pies. Con otro martillo más chico, trituraba la carne molida que aún tenía conexiones con su cerebro.

Me dio lástima el cabrón, bufaba y pelaba los ojos sin creer lo que pasaba. Con un cepillo de alambre le peinaron la cabeza, hasta dejarlo rapado. Con la cara cubierta de sangre, se parecía a la figura del Divino Preso que en Semana Santa sacan a dar una vuelta, aquí en la Santiago Apóstol.

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Uno de los encapuchados le puso un patadón de karateca en la cara y lo mandó volando con todo y silla. ¡Cállese, joto, no chille! Lo levantaron y los berridos del Juanito calentaron a los otros encapuchados. Se acercaron excitados para meterse en la tortura. Lo azotaron con varas de pirul, nomás se oía cómo zumbaban en el cuero pelón. Brazos, piernas, pecho, panza, cara, huevos, a todo le abrieron heridas. Un chaparro traía un cuchillo de Rambo y le rebanó las orejas. Le pasó el fierro a otro y le arrancó el cachete como si fuera un marrano. Clarito alcancé a verle parte del hueso por encima de las muelas. Juanito empezó a gritar como loco y le vinieron las convulsiones. El Ortegón volvió a tronar: ¡Inyéctenme a este cabrón! Asegúrense de que sufra un chingo.

La Soda se acercó con una jeringa y le puso un líquido en la pierna. Después de la putiza, me comentó que le había inyectado adrenalina para que aguantara más tortura. El Ortegón se sentó en las piernas de Juan y le agarró la verga para cortársela en cachitos. El patrón parecía disfrutarlo, no digo que sea puto, no vayan a pensar mal, pero se le veía en los ojos un deleite enfermizo. Yo creo que matar es un placer como otros tantos, porque el patrón rebanaba despacito esa salchicha polaca, como si realmente se la fuera a comer. No voy a negar que me puse pálido al ver cómo desollaban así de culero al pobre Alimaña. Sí me entró un miedo, pero no del que paraliza, es como ver una película de terror y quieres seguir metido en el sufrimiento, la sangre y matanza. Juan todo vapuleado, mecía la cabeza como títere. Ni gestos hacía cuando rebanaban un pedazo de su cuerpo para ponerlo en el asador. Yo sabía que el Ortegón tenía métodos de tortura, pero nunca que se comiera a sus víctimas.

¡Que no le tiemble, mi Mollete! Se acercó El Ortegón dándome un pedazo de carne chamuscada. Yo no creía tener

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el estómago para probar algo así. No sabía si era verga, cachete o panza, pero después del segundo bocado le agarré sabor a chicharrón prensado. De loco pa loco, quiero que te vengas con nosotros a la diestra. Olvídate de andar de sirve tragos. Ahora ya eres uno de los nuestros, dijo el Ortegón con la droga de la muerte en sus ojos. Puso en mi mano su Glock chapeada en oro y: ¡Ruedas, pues! Me ordenó. Apunté sin que me temblara la mano y con un tiro de gracia, mandé al otro mundo al Juanito Alimaña.

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