Los silencios de Dios

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LOS SILENCIOS DE DIOS

Encarna Nogales Expósito

LOS SILENCIOS DE DIOS

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Encarna Nogales Expósito

LOS SILENCIOS DE DIOS

.DIPUTACIÓN DE BADAJOZ 2011

"Iodos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

LOS SILENCIOS DE DIOS

© Encarna Nogales Expósito

© De esta edición: Diputación de Badajoz

Depósito legal: BA- 53-2011

I.S.B.N.: 978-84-7796-195-6

Diseño y Maquetación: TraSan, S.L.

Imprime: A. G. Marcipa, S. L.

A todos los que dejaron en mí la huella del amory la esperanza. A los que no tuvieron jamás el calor de una mano amiga. A los desheredados. A los pobres.

«Todo hombre es como la Luna: con una cara oscura que a nadie enseña»
(Mari<. Twain)
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Nacida en Badajoz en 1948, Encarna Nogales, ha ejercido de maestra hasta 2008, profesión que ha compaginado con sus dos aficiones favoritas: la pintura y la literatura. Fruto de esta última escribe diferentes relatos, poemas y algunos guiones de teatro para ser representados por sus alumnos. Los silencios de Dios, es su primera novela publicada.

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La luz amarillenta del flexo proyectaba sombras curiosas en las paredes. La habitación, pequeña y acogedora, guardaba celosamente todos sus recuerdos. Aquella noche era distinta a las demás. Era la noche en la que, por fin, después de tantos aí'íos de ausencia, volvía a enfrentarse con el ayer; volvía a sentarse en su mesa, en su querida mesa, en aquella en la que tantas veces había llorado, escrito, dibujado ... ; la quc le había servido dc soporte a sus penas y de trampolín a sus alegrías. Abrió uno de sus cajones y sacó todo lo que contenía en su interior, con la curiosidad del que hurga en un secreto importante: mecheros sin gas yalgunos sin piedra, llaveros, bolígrafos ... ¡Ah!, también el retrato amarillento de su madre. La miró un instante ... ¡Qué mujer! Fue todo en la vida: amiga, esposa, confidente, ama de casa, la que le contaba cuentos, la que le cosía saquitos para jugar con aquel carro que le había comprado su padre en la feria del pueblo ... ; pero sobre todo, madre. Aquella persona que no hacía rui-

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do, que pasaba a veces casi por ignorante era el motor de la familia. Sonrió y besó con devoción la vieja cartulina. Allí estaba joven, elegante, preciosa, vestida a la moda de entonces ... Pero otra imagen, la de la mujer y agonizante que en aquella cama estrecha, blanca y fría del hospital, se fue para siempre en aquella tarde de diciembre, vino a su mente. Viejos recuerdos, pero vivos aún a pesar del tiempo: la corta enfermedad que no dejó siquiera hacerse a la idea de que se moría; el rostro dolorido de su padre, serio e impenetrable; su desesperación por no poder hacer nada ... Le dolía el corazón. y de sus ojos, salieron lágrimas amargas.

¡Cuántos años! ¿Dieciséis?, ¿Diecisiete?, Quizás veinte ... ¡qué más da!: una eternidad. Se fue huyendQ del dolor y de la soledad. y, en tanto tiempo, fueron siempre sus dos compañeros de camino. ¡Qué ironías tiene el destino!

Pero había vuelto. y había que vivir. Había que desempolvar los viejos recuerdos y enfrentarse a ellos.

Se levantó del sillón y paseó por la habitación. Se dio cuenta de que estaba muy cansado. Bostezó al tiempo que pensó: «Mañana será otro día». y se encaminó hacia su cuarto. El que, de pequeño, le había servido de escondrijo para fumar sus primeros cigarros, para ojear aquellas revistas que no se atrevía mirar cuando . estaba en presencia de sus mayores, para escribir sus primeros poemas ... Era una habitación no demasiado grande, con ventana hacia el patio de la casa y desde la que se veía el gran limonero que ya, en el mes de marzo o abril, solía inundar la casa de olor a azahar. Junto

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a la ventana, una mesa camilla frente a la que estaba la pequeña librería donde guardaba sus libros y sus cuadernos. Todo estaba igual.

Se echó en su cama de 105 Y, toda ella, crujió dolorida, quejosa de que, por tanto tiempo, la hubiese dejado sola. Como un autómata, buscó con la mano en la mesilla de noche el viejo transistor. Allí estaba: empolvado, pero fiel, el aparato que cada noche le dormía con su monótono son. Lo puso en marcha y no funcionó: no tendría pilas, seguramente ... y, sonriendo, fue sumergiéndose en sueños de colores.

Abrió sus ojos ya muy entrada la mañana, cuando el sol se introducía por las rendijas de los postigos iluminando la estancia. Poco a poco fue desperezándose y cayendo en la cuenta de dónde estaba. Le pasaba siempre: cuando despertaba, necesitaba unos mil1utos para entrar en contacto con la realidad. Una ducha, un café y estaría en unos minutos como nuevo.

Había que hacer muchas reparaciones en la casa. El paso del tiempo la había ido deteriorando. Era bonita, pero necesitaba algunas reformas. Tendría que ponerse en contacto con la gente del pueblo y buscar albañiles, fontaneros, carpinteros ... ¡Dios mío, qué miedo le daban entonces sus paisanos! ¡Cuánto dolor le produjeron!: «Mariquita, sarasa, maricón ... » Y se iba a casa y lloraba. Era entonces cuando se le acercaba su madre y le miraba en silencio. Nunca hablaron del tema; pero ella lo adivinaba, estaba seguro, siempre presentía lo que le pasaba. Por eso, cuando murió, se fue. Sin ella, era imposible vivir en aquel ambiente.

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La calle, limpia y soleada, permanecía como entonces. Solamente, a pocos metros de su casa, el bar de «El tuerto» se había transformado en «El Show», Pub. Esa era toda la señal de modernidad y progreso que se percibía. Era una calle corta, irregular, con casas de uno o dos pisos y, al fondo, un gran arco. De ahí, su nombre: calle del Arco. El arco no llevaba a ningún lugar: un gran paredón blanco cerraba su salida desde muchos años antes de nacer Manuel ¿Quién sabe? A lo mejor era una premonición ...

La señá Frasquita cantaba a pleno pulmón «María de la O» mientras fregaba el pasillo. Igual que entonces, sólo que ahora, después de casi veinte años, con la voz más cascada; aquella voz de grillo que hacía reír al padre de Manuel, cuando estaba de buen humor, y enfadar cuando las cosas no habían salido bien.

-Frasquita, que eres la reina del cuplé.

y otras veces:

-Frasquita, coño, que me tienes mareao.

y Frasquita, con su voz de pito, murmuraba durante un rato contra aquel hombre fuerte y serio, con fama de duro y trabajador; y luego, continuaba su copla.

Vivía sola y soltera dos casas más allá. De joven, pelirroja, pecosa y fea. Ahora, canosa, casi sin dientes e igualmente fea; pero alegre y simpática. Se contaba que había tenido un novio portugués y que un buen día desapareció, después de robarle todos sus ahorros.

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Si cualquiera quería verla enfadada, sólo tenía que decir:

-Frasquita, ¿te ha escrito el «portu»?

y de su boca fluía una serie de tacos de todos los estilos. Y siempre terminaba diciendo:

-iJoío por alma: así te salga la pena negra y se te enrosquen siete culebras!

Esta mujer, con fama de bruja y curandera, había sido muchas veces abrigo para sus penas. Ella era la única persona a la que se había atrevido a abrir un poco su corazón cuando era un adolescente perdido en el confusionismo y en el miedo. A su madre, también le hubiese gustado decirle todo lo que sentía. Tenía la certeza de que le habría entendido; pero no se atrevió nunca a hablar. No quería causarle ningún dolor porque tener un hijo de su condición era un sufrimiento, él lo sabía. Por eso callaba ante ella. Aunque, a veces, estaba seguro de que se comunicaban en el silencio. Sólo con la mirada; no hacía falta más que mirarse ... Tal era el grado de unión entre ambos.

Pero a Frasquita sí que podía decirle algo; no todo, porque era muy reservado y le daba muchísima vergüenza hablar de sus sentimientos. Pero, a veces, necesitaba que aquello que le ardía en el corazón pudiese salir de sí mismo.

Cuando la oyó cantar, le surgió una súbita alegría; y se paró en el umbral de su casa con los brazos en cruz.

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-iFrasquita, que eres la reina del cuplé!

La mujer le miró despistada, sin reconocerlo.

-iRejoío!, si es mi Manué, mi Manolito ... -dijo al fin.

Se fundieron en un abrazo largo. Se terminó la limpieza casera porque ambos se sentaron, como en otros tiempos, junto a la chimenea, en el segundo cuerpo de la casa; en aquella chimenea en la que tantos secretos, unos verdaderos y otros inventados, se habían contado. Y no faltó la copita de vino y el chorizo que, en casa de Frasquita, siempre estaban a mano.

Aquel día, se aumentó la sopa del puchero y los dos amigos comieron juntos. Fueron a ver las lechugas del huerto, a recoger los huevos que habían puesto las gallinas, a echar de comer a los conejos ... Como dos chiquillos reían, hablaban sin parar, se gastaban bromas ... No necesitaban recordar el pasado: habían retomado el tiempo y ambos miraban hacia adelante. Dolía demasiado volver la cabeza hacia atrás.

En la calle, un grupo de chiquillos jugaba al fútbol desenfrenadamente. Sus gritos rompían el silencio casi sepulcral del pueblo.

-iPásamela, pásamela!

-iPor ahí, no, capullo; que te la quita!

-LA mí, pásamela a mí!

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Un viejo, molesto e inseguro al intentar pasar sin ser atropellado, reñía a los muchachos sin ser escuchado.

y en el alero deltejado, una gata gris, con sus ojos semicerrados, contemplaba la escena sentada, recreándose en la placidez del calor de un sol brillante.

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T a doble parcela que se habían comprado, a sólo Lunos kilómetros de la ciudad, era fantástica. Tenía todo lo que ambos habían deseado durante tanto tiempo: piscina, una pequeña huerta donde Ramón cultivaba sus tomates y sus lechugas, árboles frutales y encinas, sobre todo encinas. Las encinas eran, para ellos, el símbolo de lo perenne, de lo que nunca falla. Ya Carlota le gustaba pintarlas.

Yen medio, en un alto que hacía el terreno, la casa. Una casa con dos pisos y un sótano que hacía de cochera y de guarda-trastos. En el ático, había colocado Carlota su caballete, sus lienzos, sus pinturas y su equipo de música: era su pequeño rincón. El resto de la casa era de los dos, pero el ático ... Habían llegado a un pacto:

-De acuerdo: el ático para ti; pero la huerta es mía. iCuidadito con pisármela aunque sea para coger una lechuga ... ! ¿Estamos, señora? -bromeó

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-Estamos, señor. -Respondió ella continuando la broma

Carlota necesitaba un sitio para ella sola. Había momentos que no podía compartir con nadie ni su tiempo, ni el espacio. Ni siquiera con su marido. A veces pensaba si también en su corazón había un lugar reservado. No quería que así fuera porque aquel hombre merecía que se le diera todo; pero cuando su alma de artista comenzaba a volar por el espacio infinito de la creatividad y la fantasía, un ansia de libertad la desbordaba.

Era entonces cuando Ramón no la entendía; pero tampoco lo intentaba, era causa perdida. Se limitaba a sonreír bobaliconamente, indefenso, con miedo a que algún día aquella medio mujer medio sirena se le escapara de las manos y le dejara solo. Por eso, intentaba no interferir en ese espacio privado, siempre que en él no se introdujera otro hombre ... Los celos, los malditos celos ... Eran sombras grotescas que irrumpían dentro de él y le hacían daño, mucho dailo ...

A veces, la contemplaba en silencio, cuando ella trabajaba sin saber que era observada, y pensaba qué podría hacer él si le faltase algún día. Sabía que era todo cuanto tenía: el regazo donde descansar, la savia que le daba vida, la roca que lo hacía fuerte ... Porque él había sido un hombre débil, tenía que reconocerlo; pero desde que la conoció y se sintió amado por ella, su vida cambió. Desde luego, era Carlota quien le daba la energía que necesitaba. Aunque, a veces, su inseguridad aparecía como un fantasma y entonces todo se tornaba gris; y un deseo desmesurado de posesión interfería de manera decisiva entre los dos.

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-Mira, Ramón, ¿.Te gusta'? Lo he pintado para ti -decía entusiasmada en algunas ocasiones.

De esta forma, le hacía partícipe de la parte de su alma que no podía compartir con nadie. Él cogía el cuadro sonriente, sin entender demasiado hasta qué punto aquel trozo de lienzo era un pedazo del corazón de su mujer; pero lo agradecía enormemente y trataba de entrar en él. Aquel día, fue un óleo no demasiado grande. Había una encina en primer término, que se retorcía sobre su tronco, como haciendo esfuerzos por desarraigarse del terreno en donde estaba. Algunas de sus raíces salían a la superficie. y de sus ramas brotaban velos de distintos colores que flotaban en el viento. A lo lejos, girasoles. Y de los girasoles surgían otras flores. Los colores de los primeros términos eran fríos, duros ... , mientras que los de los últimos, se tornaban en cálidos, suaves, alegres ...

La besó dulcemente en los labios y ella le correspondió. Por unos instantes se abandonaron mutuamente al ser amado en aquel beso. Sultán, un cachorro de perro lobo, se sintió celoso y quiso atraer su atención dando a Carlota con su pata en el muslo. Ambos rieron y el animal movió su rabo mientras soltó un ladrido, contento de haber logrado su objetivo.

Hacía demasiado calor aquella tarde de julio. El canto de la chicharra, monótono y sin descanso, el olor a jazmín y a tierra mojada que había dejado el riego vespertino, la soledad y la paz del lugar los invitaron al amor. Y Ramón se sintió dueño de su amada, seguro de sí mismo. Y Carlota se entregó a su hombre, plenamente, gozando cada instante, sintiéndose mujer, reci-

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biendo con gratitud aquel derroche de ternura y de amor.

La ventana del cuarto estaba abierta de par en par. Un olor a jazmín, a petunias y a claveles inundaba la estancia. Y se percibía el sonidode los cencerros de las vacas que, a lo lejos, caminaban lentamente junto al vaquero, camino del abrevadero para beber y refrescarse; y el zumbido de las abejas que se posaban en las flores de las macetas del pequeño porche. Los gorriones acudían a los árboles de la huerta en busca de su descanso y llenaban el aire de su continuo piar y sus aleteos incesantes. Era la hora del ocaso, esa en la que la luz se torna naranja y todos los objetos toman el color dorado. Empezó a correr una pequeña brisa que mitigó en parte el calor de la tarde.

Aquella pequeña estancia se convirtió en el centro del mundo. No había necesidad de más.

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A que! hospital enorme y frío le daba miedo. Marcelo .rlsentía una angustia enorme. Aquella llamada sala de espera, que no era más que un pasillo ancho, estaba atestada de gente. No se podía respirar bien; al menos, eso le parecía. Se levantó de aquella silla de plástico pegada a otras tantas y fue hacia un ventanal que no podía abrirse. Se asfixiaba. Pensó en posibilidad de irse; pero no ... , tenía que enfrentarse con el problema y resolverlo de una vez. La duda le quemaba por dentro. Ya no podía pasar un día más sin aclarar la situación.

Miró de nuevo a aquella masa humana: desconocidos que hablaban sin parar. Olor a éter, a alcohol, a formoL ..

-Olor a hospital -pensó.

Por la puerta de cristales del fondo salían, de vez en cuando, personas con la chaqueta a medio poner,

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con un brazo descubierto en forma de ángulo y un esparadrapo cubriendo un trozo de algodón en el vértice interior del mismo; niños llorando, con el mismo aspecto ...

-Tendría que haber ido a una clínica particular. .. -dijo para sí.

Contempló de nuevo a la gente, con cierto desprecio.

-No tienes derecho -se dijo-. No eres tú mejor que ellos ...

Lo más sensatoera irse. Otro día volvería ...

-Marcelo, ¿eres tú? ¡Qué alegría de verte! ¿Qué haces por aquí?

Se le heló la sangre. No quería encontrar a nadie conocido y menos a Elvira. Era una mujer de su misma edad, que se conservaba aún joven y bonita, que había crecido en su mismo barrio, que había estudiado en su mismo instituto y que había sido su primera novia. Después, cuando pasaron a la universidad, ambos siguieron caminos diferentes y poca comunicación había habido entre ellos. y ahora, después de tantos años, se encontraban allí, precisamente allí. Marcelo tragó saliva y dijo sin demasiado entusiasmo:

-Elvira, ¡qué sorpresa! No sabía que trabajaras aquí. .. -dijo mirando su bata blanca.

Ella le abrazó y rió mientras respondía:

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-iYaya, después de tantos años, es lo único que se te ocurre decir!

Marcelo miró sus ojos azules un instante. No tenían el mismo brillo de entonces. La vida no pasa en balde y va dejando posos de tristeza que quitan esa chispa que aparece en la mirada de quienes contemplan su alrededor con limpieza -pensó-. O quizás fuera el cansancio ... Elvira había sido siempre una criatura sin dobleces, que transparentaba todo lo que sentía en su mirada.

-Es que ... no esperaba encontrarte ... -se disculpó torpemente.

-Estás guapísimo, Maree. Ven, vamos a tomarnos un café.

Lo cogió del brazo para conducirlo hacia otro lugar; pero la voz grave de una enfermera sonó cerca de ellos nombrando a Marcelo.

-Eres tú ... -dijo extrañada Elvira-. iAh, ya! iQué tonta! Yienes a hacerte un análisis, claro.

Marcelo enrojeció súbitamente, como un adolescente cogido en falta. Notó que empezaban a sudar las palmas de sus manos y sintió una sensación de ahogo. Se descorrió el nudo de la corbata.

Ella sonrió y dijo:

-Hace calor aquí... Te han vuelto a llamar: entra. Te espero.

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Ya enJa cafetería del hospital, sentados frente a frente, Elvira comenzó la conversación.

-¿Qué tal París?

-Regresé hace un mes. Y no sé si volveré a marcharme, probablemente no ...

-Creía que habías formalizado definitivamente tu vida allí. iEstabas tan entusiasmado ... ! Recuerdo la postal que me mandaste, contándome todas las excelencias que vivías, y lo que te gustaba la ciudad ...

-Sí, fue muy interesante todo cuanto aprendí y viví en Francia; pero ... estoy cansado, Elvira. Creo que ya es hora de volver a casa.

Recordaron tiempos pasados: su adolescencia, sus años de instituto, sus ilusiones, sus esperanzas ... No tocaron el tema de su amor, de aquel amor limpio, ilusionado, capaz de hacerles detener el tiempo y sentirse el centro del universo. Hablaban como dos camaradas que han vivido tiempos estupendos.

De pronto, Marcelo quedó pensativo y, al instante, sin poder remediarlo, se echó a llorar. Ella le miró sorprendida, pero no pronunció palabra. Él, al cabo de un rato, preguntó:

-¿Nos vamos?

Salieron a un jardín que rodeaba todo el edificio. El fresco de la mañana, le alivió. Con un hilo de voz dijo:

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-Te debo una explicación.

-No digas nada. Sé que algo muy grave te debe estar pasando; pero no tienes que decir nada, si no quieres -le miró sonriendo-. Soy tu amiga y estoy dispuesta a escuchar tu silencio, porque ... también el silencio se escucha ... Ya veces dice más que el mejor de los discursos.

-Gracias, Elvira. Siempre supiste decir la palabra oportuna en cada momento y adoptar la actitud adecuada. Eres un tesorito.

De nuevo, un breve silencio se hizo elocuente entre los dos.

-Quizá algún día pueda decirte lo que me está matando.

Elvira cogió la mano de su amigo y la apretó fuertemente. Marcelo se sintió aliviado y unido de manera increíble a ella.

-Tenemos que vernos con más tiempo -dijo Elvira mientras miraba su reloj-o Ahora tengo que volver a la consulta. Dame tu número de teléfono; te llamaré.

La contempló mientras caminaba hacia el hospital. Su andar, de paso corto y elegante, le recordó los primeros tiempos, cuando ella era todo para él, cuando experimentó por primera vez las dulzuras del amor.

Se marchó de allí.

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La duda le mordía las entrañas; el sentimiento de culpa por el mal que había causado a la persona que más quería en el mundo, le sumergía en un estado de angustia continuo ... Una copa lo taparía tbdo.

Y entró en un bar cualquiera de una calle cualquiera. y, entre copa y copa, los recuerdos se iban haciendo más vivos y, en la medida que iba perdiendo la conciencia del ridículo y de la compañía de los demás, las lágrimas acudían a sus ojos. Los sollozos se hicieron tan patentes que llamaron la atención de las personas que estaban allí. Lo miraron con extrañeza. A la mujer que limpiaba el bar le dio cierta compasión. Estaba ya entrada en años y en carnes. Vestía de negro de arriba a abajo y, de vez en cuando, suspiraba profundamente.

-También a usted se le ha muerto alguien, ¿verdad, compañero? -preguntó a Marcelo.

Con una mano acariciando el vaso y con otra la botella de coñac y la cabeza entre los brazos, sobre la mesa, el hombre que un día llegó hasta París para relacionarse con el mundo del arte y escribir una novela basada en aquelambiente, presentaba un aspecto patético. Su elegancia innata, su distinción estaba por los suelos en aquel momento. Podía despertar la risa, la compasión ... ; pero, de ninguna manera, la admiración a la que él estaba acostumbrado.

En la mesa de al lado, cuatro hombres jugaban al dominó mientras contaban chistes y se gastaban bromas. Un grupo de personas charlaba animadamente al final de la barra; una pareja se hacía carantoñas en

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otra mesa; y un hombre inválido se trasladaba en su carrito de ruedas por todo el bar ofreciendo tabaco y lotería. Alguien llegó hasta la máquina de discos y puso una canción de moda.

Marcelo levantó la cabeza de la mesa e intentó abrir los ojos enrojecidos e inflamados y de mirada perdida, para contemplar a la rolliza mujer, de voz grave y pausada que le acababa de preguntar.

-Sí..., se me ha muerto 10 que más quería -contestó con la pronunciación de un beodo-o Yo , yo he matado a quien más quería ...

La mujer 10 miró horrorizada y se alejó de su lado yéndose a refugiar a la barra, cerca del hombre que servía en ella. Desde allí, más segura y apoyada en su escoba, le miraba con curiosidad y desconfianza.

El resto de los clientes que por un momento centraron su atención en él, fueron retirando sus miradas. Un borracho más. Y Marcelo siguió gimiendo hasta que se quedó dormido.

La mujer de la limpieza siguió con su tarea.

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T a noticia de la llegada de Manuel al pueblo, se exLendió como la pólvora entre los mayores de cuarenta. Entre sonrisas malintencionadas se informaban unos a otros. Y de esa forma, también los más pequeños se enteraron que estaba allí «la ManoHta».

-Viene a vender la casa, eso me han dicho.

-No creo. Va a hacer obra. Ya ha avisado a los albañiles ya Joaquín, el carpintero. Dicen que si va a hacer un hotel ...

-Una sala de fiestas, he, oído yo. Llenará el pueblo de putas y maricones.

-iSeguro!

-iAy, si su padre lo viera ... ! Con lo serio y lo formal que era ...

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-Tendrían que intervenir las autoridades y cerrarle el local...

-Desde luego ...

Era la conversación del momento, la comidilla; lo que no se sabía, se inventaba. Todo cabía. Eran las mismas voces de veinte años atrás; las mismas lenguas ácidas que lanzaban su veneno como dardos que iban directos al corazón de Manuel y le hacían sentirse inseguro, como vacío por dentro, con un dolor muy grande que le oprimía el pecho y le dejaba la boca seca. Eran los monstruos que se reían de él por la noche, cuando sus sueños afloraban y despertaba envuelto en un charco de sudor. .. Pero las voces continuaban vivificadas; seguían su senda de hielo y cuchillo y así estiraban su existencia, supervivían al tedio y al aburrimiento. Y ciertamente, hacía mucho tiempo que el pueblo no estaba tan animado.

Frasquita había llegado aquel día con la cara desencajada a casa de Manuel. Había tenido una pelea en el mercado, donde no se hablaba de otra cosa; pero no quería decir a su amigo lo que había pasado, no quería hacerle daño.

-Que no, Frasquita, que no merece la pena, que no quiero que te pelees con nadie por mí -dijo Manuel a su amiga, tratando de calmar su indignación, cuando, por fin, logró que le contara lo que tanto le preocupaba.

-iEse joío por alma no vuelve a decirme más veces lo que no debe!

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-iDéjalos que se pudran en su propia porquería ... ! ¿No ves que están ciegos? ¿No ves que son incapaces de pensar en positivo? Están marcados por unos patrones, por unas reglas que inventó sabe Dios quién y que ellos las toman como si fuesen leyes invariables de la naturaleza o preceptos divinos.

-Son unos ... -Frasquita soltó una palabrota y cambió de conversación.

y siguieron con la limpieza de la casa. Aquel caserón era demasiado grande para él solo y ella gozaba sintiéndose útil.

-Lleva estas macetas al patio y riégalas; mientras, yo voy fregando.

o «tú los cristales y yo limpio el polvo». y entre tarea y tarea, los chistes de Frasquita o sus coplas. Era una suerte tenerla cerca y disfrutar de su amistad porque lo daba todo sin pedir nada a cambio. Ya él le hacía falta su alegría, su capacidad de evadirse y llevar las conversaciones más serias hasta un punto de sal y pimienta que resultaba muy reconfortante, sobre todo cuando se había llegado al límite del sufrimiento.

Cuando Manuel quedó solo al caer la tarde, se sentó en el viejo sillón donde su padre, después de la jornada de trabajo, solía descarsar oyendo la radio, mientras su madre trasteaba en la cocina. Aún estaba allí aquel antiguo aparato que Felipe Márquez había traído de Melilla. Felipe había hecho el servicio militar allí y el aparato de radio se lo regaló un teniente a quien, una noche, había salvado la vida. Si no directa-

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mente, lo había hecho de forma indirecta; al menos así lo contaba él. El teniente Turpín se había intoxicado con unos mariscos que había tomado en una taberna algo alejada del puerto, un lugar bastante solitario; había estado jugando a las cartas con unos marineros durante mucho rato, hasta que se sintió mal. Felipe disponía de un día de permiso y se acercó casualmente por allí y, al darse cuenta del malestar de su superior, le trasladó rápidamente hasta el hospital. Esa fue la deuda que el teniente Turpín contrajo con el padre de Manuel. A partir de entonces le nombró su asistente y le regaló la radio.

Manuel sonrió al recordar todo aquello que tantas veces había oído contar. Respiró profundamente. Toda la casa se impregnó del recuerdo y hasta creyó percibir el olor a tortilla de patatas y el chirrido de la radio.

-Hoy no se coge bien -decía Felipe, justificando el mal sonido-o La culpa es del tiempo. Debe de háber tormenta cerca.

E intentaba coger mejor la emisora. De vez en cuando, se oían silbidos y entonces, su mujer, Ana, decía pacientemente:

-Será mejor que la dejes descansar. A lo mejor es que se ha calentado demasiado.

Pero el hombre insistía en su empeño hasta que una locutora de voz aguda anunciaba:

-Aquí... Radio Andorra.

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, Fue precisamente en Radio Andorra donde sus padres le dedicaron una canción, en la emisión de «Discos Dedicados», cuando hizo su primera comunión.

-«Para el niño más guapo, al recibir e] Pan de los Ánge]es, ... »

Sonrió. Hada ya una eternidad: recordaba que aquella noche, después de haber vivido un día intenso, estaba medio dormido, echado sobre la mesa camilla, con el traje de marinero de pantalón corto que su madre había arreglado para él y que primero había pertenecido a su primo Quique, aquel chinche insoportable, tres años mayor, que ]e martirizaba constantemente burlándose y diciéndole que no tenía cojones de hacer lo que él hacía. Sus padres, cuando llegó el momento de la emisión, le habían zarandeado para que despertara y oyera ]a dedicatoria. y, a continuación,' la canción de ]uanito Valderrama ...

Recuerdos, a veces en colores, a veces en blanco y negro ... Pocos colores, a decir verdad. Ni su niñez, ni mucho menos su adolescencia, habían sido gozosas sino marcadas por el temor, la inseguridad y la' evasión a mundos mágicos que le surgían cuando quedaba solo. Por eso, muchas veces buscaba ]a soledad.

Soledad: palabra ambigua que para unos es frío, desamparo, temor ... y, para otros, casa caliente donde no importa que fuera llueve o ventee, donde sientes que cada rincón es tuyo, donde campanas de colores tañen la melodía de una vida diferente ... A Manuel le gustaba ]a soledad. La amaba, ]a necesitaba ...

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Se sentía cansado después de todo el día limpiando y tirando cosas inservibles de aquella vivienda que, por ahora, iba a ser de nuevo la suya. La parte de arriba le quedaría fenomenal. Necesitaba más luz; por eso había que ensanchar los viejos ventanales ... Una vez ensanchados y hecha la claraboya, quedaría perfecto el estudio ... Pero ¿mereCÍa la pena tanto esfuerzo ... ?

Sí, indudablemente sí; había que luchar, seguir hacia delante.

Recordó París .... Sus primeras dificultades con el idioma, su primera vivienda-estudio que compartió con Marcelo, su encuentro con él en aquel café, pequeño y acogedor, que tantas confidencias y tantos momentos de inspiración encerraba ...

Había pedido un café en su chapucero francés del bachillerato y no había logrado hacerse entender por el camarero, cuando una voz timbrada y sonó a sus espaldas repitiendo la petición con una pronunciación perfecta.

-S'il vous plait, un café.

Una mano se extendía hacia él. Correspondió al saludo de forma mecánica, con una sonrisa tímida y llena de extrañeza.

-Marcelo Mariscal-sonó la misma voz procedente del hombre que le extendía su mano fuerte y bien cuidada, mientras sonreía.

Fue aquel el primer encuentro. Así de simple. Luego, un café juntos, una amable conversación ... Así supo

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que Marcelo era salmantino, licenciado en Filosofía y escritor de vocación y de profesión. Supo que había ido a París para ponerse en contacto con el mundo de la bohemia; le interesaba para uno de sus temas.

-Llevo ya más de tres años aquí y te puedo a asegurar que es apasionante. He conocido tipos interesantes, magníficos ... y no es que en Madrid o en Salamanca no los haya; 10 que ocurre es que yo me los he encontrado en esta ciudad.

Marcelo hablaba como si se conociesen de toda la vida. Quizás la llaneza en sus palabras y en sus actos, fue lo que más atrajo a Manuel. Se fijó en su rostro perfecto; su perfil de escultura griega; sus ojos achinados, vivos, expresivos; sus labios carnosos que sonreían siempre; sus manos largas y cuidadas... Se sintió fascinado por él. .. Sobre todo, cuando supo que aún no había encontrado alojamiento definitivo y le invitó a instalarse en su apartamento. Era fantástico, jamás hubiera podido imaginar encontrar alguien así...

Aquel día surgió el principia de una relación que ...

No, mejor no pensar, ¿para qué? Se lo había prometido a sí mismo cuando decidió regresar a Extremadura. Ahora empezaba una nueva página en blanco de su vida; no había que mirar hacia atrás.

Sin embargo ... ¡París!. .. Libertad, amor, arte ... Todo eso fue a buscar a la ciudad. Y es .verdad que en ella había encontrado los momentos más felices de su vida, pero también los más amargos ... Ahora había que olvidar. A eso había venido.

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Se levantó del sillón como si una corriente eléctrica hubiese atravesado su cuerpo. Queríacortar el pensa· miento y lo mejor era cambiar de actividad. A él le daba resultado eso de «mudar de aires», como decía su madre, cuando quería olvidar.

Se dispuso a preparar una merienda-cena. A veces, el cocinar lo evadía de sus problemas. Antes, anotó en su agenda todo aquello que debía hacer al día siguiente: cambiar el aceite al coche y quizás los filtros, ir a la ciudad, comprar lienzos, pinturas ... ; comprar un regalo a Frasquita que iba a cumplir no se sabe cuántos ...

MIentras cocinaba, escuchaba una Sinfonía de Mozart. Adoraba su música. Fue Marcelo quien le hizo descubrir la belleza de los clásicos. Ahora, no podía pasar un día sin escucharlos; sobre todo, al extraordi· nario compositor austriaco.

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Cuando

Ramón Atienza conoció a CarIotaSuárez, la vida del profesor dio un giro de ciento ochenta grados. Nunca pensó que él pudiera perder la cabeza por aquella chiquilla que diariamente veía en los bancos de su clase.

Ramón tenía treinta y dos años; mientras que ella, sólo dieciséis. Pero desde el primer día se fijó en sus ojos verdes, en su pelo castaño que cuando le daba el sol tomaba tonos dorados, en su figura estilizada ... Su mirada, su risa, su forma de andar ... Todo era en aquella muchacha un torrente de vida y sensualidad. No quería mirarla y los ojos se le iban hacia donde estaba ella; no quería pensar y no se le iba de su mente ... iDios mío, estaba loco! Sólo era una chiquilla, iy alumna suya! ¡Qué vergüenza si los demás discípulos se daban cuenta de lo que sentía! ¿y si los profesores se enteraban ... ? No, no era ético; no podía aprovecharse de su situación de profesor para estar cerca de ella.

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-Padre, me acuso de mirar con deseos impuros a una alumna mía ...

Aquellas confesiones eran un martirio; pero no podía renunciar a ellas. Se sentía sucio, indigno ... y, después de pasar por el confesionario, tenía nuevas fuerzas, era un hombre nuevo dispuesto a luchar contra aquel mal que tenía que arrancarse.

Había vivido desde pequeño una profunda religiosidad, quizás basada más en el temor que en el amor. y, aunque en épocas de juventud su fe se había bamboleado, con la madurez las aguas habían vuelto a su cauce. ¡Qué lucha suponía cada día enfrentarse a aquella tentación!

Ramón había vivido una adolescencia dura y solitaria. Su padre, coronel del ejército, no le había demostrado demasiado afecto en ningún momento de su existencia. Nunca supo el motivo, y era una herida profunda que le hacía sufrir. ¿Por qué no tuvo acceso al corazón de aquel hombre que él, en el fondo, admiraba y a quien le hubiera gustado parecerse? Sin embargo, ni fue fuerte como él ni supo dominar las situaciones, ni jamás despertó a su alrededor el respeto y la admiración que el coronel Atienza solía provocar en las personas con las que se relacionaba.

Su madre, Elisa Martín, había muerto cuando él tenía doce años. Recordaba vagamente su voz, su risa ... Ella reía mucho. Bendita risa ... Su casa estaba llena de risas cuando vivía; pero luego, todo quedó en silencio, todo se nubló ... Su padre, a partir de entonces,.fue el coronel Atienza en el cuartel y en su casa. Y él lloró

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muchas veces a solas porque, en presencia de su padre, no podía: eso no era cosa de hombres. Las lágrimas, había que tragárselas.

En el Instituto pasaba como un chico rancio y aburrido: el «gafitas». Por eso se refugiaba en los libros: en los de texto, porque tenía que demostrar al coronel que valía para algo; en los de historias y aventuras, porque encontraba los héroes que él hubiera querido ser y se identificaba con ellos sin que nadie se burlara.

Muchas veces había preguntado a Dios el por qué de su dolor, pero Dios callaba, no le respondía ... Así es que, en su primer año de Universidad, cuando se sintió liberado (al menos durante los trimestres del curso) de la vigilancia dura e implacable de su padre, decidió hacerse ateo.

-No creo en Ti, no quiero creer en Ti. Tú no me hablas, tú no me respondes ... Tú no existes.

Esta decisión fue acompañada de un cambio de costumbres y de actitudes con las que, a veces, se sentía liberado; a veces, más perdido y hundido en su inseguridad y sufrimiento. Por eso, a épocas de euforia sucedían otras en las que se sumergía en profundas depresiones que llevaban consigo un tremendo poso de cul pabilidad.

Y, por primera vez, el magnífico estudiante Ramón Atienza perdió el curso, con la consiguiente perorata del coronel, cada vez más subida de tono, que terminó con la más espantosa demostración de ira.

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-Mira, imbécil: sé que nunca has servido para nada útil; pero al menos, te metías en la cabeza los libros y así, el día de mañana, tendrías asegurado el porvenir dando clases o haciendo cualquier otra cosa, con una carrera terminada. ¡Pero, no!: te has ido a Madrid y te has embobado, te has vestido de marica y, ¡hala!, ia chulear, a presumir de papá ricol...Pues te aseguro, mamón, que poco te va a durar la buena vida.

Esta fue la última vez que Ramón estuvo en casa de su padre. Aquella tarde, sin mediar palabra, después de preparar su equipaje, salió para siempre de allí. Su madre había dejado a su nombre un pequeño capital que le serviría para poder vivir hasta que pudiera terminar la carrera y trabajar. Dejó una nota:

«Me voy de tu casa. No sé si soy tu hijo; pero, desde luego, lo que no soy, es uno de tus soldados. No intentes buscarme. No volveré. Ramón»

A los tres meses de su marcha, alguien le comunicó que había leído en el periódico que el Coronel Atienza había muerto. Ramón lloró en silencio y a solas, como casi siempre.

Se culpó de esta muerte. Pensó que quizás su determinación, su marcha, había afectado a su padre hasta el punto de producirle un infarto o algo parecido. Pero en seguida rechazó este pensamiento porque le parecía sencillamente una arrogancia:

-No, no puede ser: él no me ha querido nunca ... Seguramente mi partida fue un alivio; por fin, se veía

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libre de mí -se decía a sí mismo, mientras el dolor le rompía las entrañas.

Aquella noche se emborrachó. Terminó tirado en la cama de una fulana barata, a quien sus nuevos amigos visitaban con alguna frecuencia. A Ramón le daba cierta repugnancia aquella mujer, metida en kilos y en años, con la cara maquillada sin ninguna elegancia y el pelo teñido de rubio cerveza. Sin embargo, aquella noche acudió a ella y se durmió, como un niño, entre sus enormes pechos.

Ya de mañana, despertó con un fuerte dolor de cabeza, sin saber muy bien dónde estaba. La mujer había desaparecido de la habitación. Se vistió lentamente y salió al estrecho, oscuro y recto pasillo a donde daban todas las habitaciones. Al pasar por la cocina, oyó la voz aguardentosa de la mujer.

-¿Quieres un café, encanto? Te sentará bien. Ven, te lo preparo enseguida.

Él se apoyó enel quicio de la puerta, amodorrado. Tenía grandes ojeras y la cara pálida.

-Hijo, estás hecho un cuadro. ¿Azúcar?

-No: sin azúcar y sin leche.

Ramón se fijó en ella. Sólo vestía una bata rosa, totalmente desabrochada que dejaba ver un cuerpo feo, lleno de michelines. No se acordaba qué había hecho con ella la noche anterior, pero sólo el pensar que había podido acariciarla le producía ganas de vomitar.

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Cogió el café que ella le ofrecía y se lo tomó en pequeños sorbos. Quería recordar su nombre, pero no lo conseguía. Por fin, dijo:

-Vaya pagarte. Dime ...

-Ya me he cobrado yo, no te preocupes. Anoche estabas muy borracho y no sabía el dinero que traías. Así es que registré tu cartera y me cobré. El café es regalo de la casa.

-Gracias -dijo, dejando la taza sobre la mesa, molesto y deseando acabar de una vez-o Me voy, tengo prisa.

-Como quieras. Ya sabes dónde me tienes, cariño. Vuelve pronto ¿eh?

Intentó hacerle una caricia, pero Ramón la esquivó. Cuando estuvo en la calle, agradeció el aire fresco de la mañana. Se paró en seco, cerró los ojos y respiró profundamente. Se encontraba mal, la cabeza le esta· lIaba. Le vendría fenomenal un calmante.

En la farmacia, cuando intentó pagar, comprobó que no tenía ningún dinero: aquella zorra lo había dejado sin blanca.

-Perdone, pero ... no puedo pagarle, me han robado.

-No importa: ya me pagarás. Tómate la aspirina, te vendrá bien: tienes muy mala cara.

-Gracias, muchas gracias.

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Aquella muchachita insignificante, metida en la bata blanca, y mirándole con dulzura a través de sus gafas de montura metálica, le pareció una buena persona.

y naturalmente que volvió a pagarle. y más veces.

Empezó a sentirse a gusto con ella. En Lucía encontró lo que no había tenido hasta entonces: comprensión, aceptación ... , se sintió valorado por primera vez en su vida. Aquellas conversaciones en aquel café pequeño que estaba cerca de la farmacia, fueron asentando nuevos sentimientos. Fue aquella noche, en el paseo hacia su casa, tras haber visto la película de sesión de tarde, cuando le dijo de repente:

-Lucía, creo que me estoy enamorando de ti.

Ella sonrió y calló un momento. Después dijo:

-¿No vas demasiado deprisa? ..

Hacía frío y olía a castañas asadas. Una mujer, sentada tras su portátil hornilla y abrigada con una toquilla de lana, les ofreció su producto.

-iQué ricas! -dijo Lucía y Ramón se apresuró a comprar.

Fue en el momento de darle el paquete de papel con forma de cono invertido, cuando sus manos se rozaron. Se miraron intensamente y sonrieron. Más tarde, intercambiaron su primer beso con sabor a castañas asadas y la nariz helada por el frío.

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-Me gusta tu forma de pensar, el sentido que le das a las cosas ... Sobre todo me gusta tu paz ... Yo no he gozado de ella nunca; al contrario, mi vida ha sido un infierno -dijo Ramón teniéndola aún entre sus brazos.

Lucía lo miró con dulzura. Observó su cara con· traída, con el ceño fruncido, dejando traslucir el dolor al recordar los malos tiempos. Sintió compasión por él y un fuerte deseo de protegerlo, de ayudarle': Sonrió y dijo:

-Seguro que llegarás a sentirla ...

Empezaban a caer los primeros copos de una neva· da que teñiría de blanco la calzada en poco tiempo. Tuvieron que apresurarse y despedirse pronto. Pero aquella noche, ambos recordaron aquel primer beso. y en la mente de Ramón, un pensamiento que llegó a escribir en alguna parte: «He encontrado la vida. Hoy me siento lleno, diferente. Algo nuevo hay en mí que hace que vea las cosas con un color distinto. Creo, vuelo vo a creer ... , con el corazón abierto a la esperanza ...

Lucía, la muchacha de la bata blanca y de gafas metálicas, su primera novia ... Se hubiera casado con ella, de haber continuado en Madrid; pero la distan· cia, cuando marchó a desempeñar su primer destino, fue separándolos no sólo físicamente, hasta que todo quedó en el recuerdo. Ni siquiera se escribían ya ... Ella terminó casándose con un inspector de hacienda y marchándose a Murcia, después de largas horas de ausencia, de días grises esperando una noticia ... Ra·

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món, mientras tanto, buscaba nuevas experiencias, tapando, a veces, su deseo volcánico con su moral vaci- . lante; persiguiendo triunfos con muchachas esquivas que acababan cansadas de su torpeza, volubles como él mismo.

Así, hasta el día que encontró a Carlota en el pasillo del Instituto, fumando y riendo escandalosamente con sus amigas. Y se fijó en sus ojos, yen su pelo, y en la forma de fumar, y en cómo movía sus labios al hablar ... Notó que una fuerza tremenda le llevaba hacía ella; pero para disimular su atracción, se limitó a recordarle que el Centro no se podía fumar.

Aquel primer día de clase, cuando pasó lista, grabó el nombre de Carlota Suárez en su corazón y para siempre.

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Manuel tenía que poner sus cosas en orden. Así es que abrió aquella carpeta que contenía parte de su último trabajo: bocetos de algún cuadro ya terminado, acuarelas rápidas de París en las distintas estaciones, dibujos ...

-El último retrato que le hice -pensó.

Había sido un día en el que Marcelo se encontraba ensimismado en la lectura de un libro y Manuel había dibujado con barra de sanguina aquel rostro querido. Se recreaba en cada una de las facciones perfectas cubiertas por una piel tostada y suave: sus grandes ojos, un poco achinados, con tupidas pestañas largas y rizadas; su n.ariz recta; su boca grande de carnosos labios ... En cafia trazo, en cada sombra, dejaba plasmado su amor.

El parecido era cada vez más evidente. Sonrió al mirar el recién nacido retrato mientras se alejaba un

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instante de él para poder observarlo mejor. Le gustaba hacer estos apuntes rápidos de rostros en los que lograba parecidos asombrosos. Ya en la Facultad, despertaba la admiración y, a veces también la envidia, en muchos de sus compañeros e incluso de ciertos profesores. Precisamente a uno de ellos, con el que no se llevaba demasiado bien, le hizo una vez una caricatura graciosísima que dio la vuelta a toda la Facultad, pero que le costó el suspenso más terminante en la asignatura. Menos mal que el buen señor se jubiló pronto y Manuel pudo terminar la carrera ...

Marcelo levantó la cabeza para buscar alguna cosa y miró con sorpresa el dibujo. Se percató enseguida del parecido, pero simuló no hacerlo.

-¿A quién dibujas?

-Eres tú. ¿No te reconoces?

-Pues mira, chico: francamente, no. Pero tú sigue, sigue practicando ... -dijo con indiferencia mientras se levantaba y se iba a su habitación.

De esta forma quedó el retrato .sin terminar. Yen el corazón de su autor, la decepción, la rabia y el dolor. Se le quedó mirando mientras se marchaba y unas lágrimas de ira y de indignación acudieron a sus ojos; pero pudo reprimirlas sin decir nada.

A Manuel le dolían las entrañas cuando pensaba en ello; esa era la relación que habían tenido últimamente.

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Aquel día, un sentimiento de rabia había llenado su alma herida. El primer impulso fue romper el dibujo, pero quería demasiado a su obra y lo guardó. Tampoco pudo ir tras Marcelo y decirle lo que sentía. Se replegó sobre sí mismo y guardó toda su indignación. Cuánto hubiera dado por poder gritarle, decirle que era un estúpido presumido, que no merecía nada de lo que él le daba; pero fue incapaz de hacerlo.

Decidió salir y dar un paseo: se le venía la casa encima; y además, no quería encontrarse con él. Prefería mantenerse en la distancia porque así casi podía llegar a odiarlo; pues cuando lo sentía cerca, bastaba una palabra amable, una sonrisa, una mirada que suponía más o menos cariñosa, para venirse a!?ajo y olvidarse de todo el daño que recibía.

-Tendría que tener más coraje ... ¿Dónde está mi dignidad? ¡Maldita sea ... ! -se repetía a sí mismo.

Era un día plomizo, como tantos días parisinos. ¿Dónde ir? Daba igual. Pasear, respirar aire puro, contemplar los árboles de las calles enormes y los suntuosos edificios ... Sin pensarlo demasiado, tomó un taxi y pidió que lo llevase al gran Parque: Bois de Boulogne. Le gustaba ir allí. A veces había tomado apuntes de preciosos rincones; aquel día no pensaba hacerlo, aquel día sólo quería echar fuera su rabia porque le hacía demasiado daño retenerla dentro de sí. No entendía aquel cambio en Marcelo. Había sido su amigo, su gran amigo y ahora percibía su odio, su desprecio ... Pero, a pesar de todo eso, se encontraba incapaz de levantarse contra él. ¿Era cobarde? ¿Había perdido su autoestima, o le amaba tanto que era

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superior este sentimiento al respeto que se debía a ,. ? SI mIsmo ....

Cuando salía sin rumbo fijo, solía coger una cartera donde guardaba un bloc y unas tizas de colores. Aquel día, llevado por su costumbre, también la cogió. Al cabo de un rato, agradeció el tenerla porque le sirvió. Se sentó en un banco y desde allí oteó el horizonte, tomó distintos planos encuadrándolos con sus manos. Por fin, encontró el modelo ... y entre los trazos de su dibujo, se fue serenando su espíritu.

Un grupo de niños jugaba cerca y sus voces llegaban hasta Manuel. Los miró y observó su animado juego a las canicas.

-Hay cosas que son universales -pensó mientras sonreía.

y los inmortalizó en su bloc callejero.

Recordó su pueblo. A él también le gustaban las canicas: había llegado a tener casi cien de todos los colores. Desde luego, las más valiosas, aquellas que eran de cristal y, sobre todo, aquella azul plomizo que le trajo su padre de un viaje que hizo. ¡Esa sí que era bonita! Y además, como no había otra igual en el pueblo, se llegó a cotizar muchísimo. Su primo Quique le había querido dar a cambio de aqueIla joya veinte de las normales y el último número de «Roberto Alcázar y Pedrín»; pero, claro, él no se había dejado convencer. Aunque su tozudez le trajo como consecuencia una buena paliza de aquel salvaje. Gracias a que su madre pasaba por allí con Frasquita y pudieron separarlos; si

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no, hubiera sido mucho peor. Él, aquel día, supo defenderse: le dio una buena patada con sus recién estrenados zapatos «Gorila» y debió llegarle a algún sitio estratégico porque, el bruto de Quique, estuvo andando un poco raro uno o dos días ... ¡Qué tiempos!. ..

Ya de noche regresó a casa. Cuando abrió la puerta, un sonido de voces, risas y música moderna hirió sus tímpanos. No fue precisamente una sensación agradable. La primera idea fue marcharse nuevamente, pero se sobrepuso y llegó hasta el salón. Olía a alcohol ya tabaco. Unas personas absolutamente desconocidas para él se habían instalado invadiendo casi toda la casa: no sólo el salón, sino la cocina, el baño ... Temió encontrar a alguien también en su habitación, pero no fue así. Respiró profundamente cuando lo comprobó. Entró, cerró la puerta por dentro y se echó en la cama. No había cenado, pero prefería no hacerlo para no encontrarse con los «ocupas».

No era la primera vez queMarcelo le preparaba este tipo de sorpresas. Se puso tapones de cera en los oídos, tomó un somnífero e intentó relajarse y dormir.

Alrededor de las seis de la madrugada, un revuelo de pisadas, voces y risas, pasó muy cerca de él y despertó con la cabeza atontada. El olor a alcohol ya tabaco persistía. Oyó abrir la puerta de entrada y marcharse todo aquel tropel; y aprovechó para ir al baño, agradeciendo infinitamente que hubiese desaparecido aquella chusma. Recorrió, no obstante, la casa para asegurarse y comprobó que estaba solo ...

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Suspiró profundamente al contemplar las botellas vacías en cualquier sitio, algunas rotas; las manchas de alcohol; las colillas de cigarrillos por todas partes ... Le tocaba limpiar todo aquello porque no sabía cuándo regresaría Marcelo; eso, desde luego ...

Pero estaba harto. ¡Aquello era inaguantable ... ! Se marcharía de allí: aquel mismo día buscaría un apartamento lo más lejos posible de aquel lugar. Ya no podía más, no quería aguantar más ...

Durmió un poco más y se levantó alrededor de las ocho.

-iDios, pero si hoyes martes! -dijo al mirarla agenda-o No puedo faltar: tengo que estar a las diez en la consulta ...

Se marchó, dejando todo en el más puro desorden y no volvió hasta el atardecer. Cuando abrió la puerta esta vez, un agradable aroma le sorprendió gratamente.

¡Detergente con olor a pinol-pensó mientras avanzaba hacia el salón.

Encontró un ojeroso Marcelo echado en el sofá.

-¿Has limpiado? -preguntó Manuel incrédulo.

-No ... Cuando volví estaba todavía muy borracho, pero no lo suficiente como para no darme cuenta que esto estaba hecho un asco. Así es que llamé a la agencia de limpieza y ellos hicieron la maravilla. Ah, he traído algo para comer; si quieres, podemos cenar juntos ...

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y Manuel, que pensó que debería mandarlo a la mierda, que era el momento de devolverle algo de su mucho desprecio, fue a la cocina, preparó unas bandejas y compartieron juntos la comida del chino.

También en esto habían descendido los gustos de Marcelo; jamás hubiera podido pensarse, unos meses antes, que su paladar exquisito se nutriera de rollitos de primavera, pollo con almendras y aquellas salsas extrañas que aquella noche estaban dispuestos a degustar.

-He encontrado un apartamento -soltó Manuel de pronto.

-¿Para qué quieres un apartamento?

-Para vivir solo.

-¿Es que piensas irte? Yo no te echo de aquí.

-Pero a mí se me hace insoportable vivir así...

-¿Vivir así? ¿Cómo?

-Eres un cínico, Marcelo. Demás sabes tú cómo vivo yo últimamente.

La indiferencia, el silencio ... Aquella noche, Manuel preparó sus maletas.

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Carlota

dejó sobre la mesa camilla de la salita el álbum de fotos. De su sonrisa podía deducirse el placer que le causaban aquellos recuerdos. ¡Dios, que mal le cayó Ramón el primer día que lo vio en el Instituto!: aquel hombre alto y delgado, canoso y con el mentón partido que le amonestó de la forma más seca y desabrida que se puede concebir, cuando ella, junto con tres amigas más, esperaban en el pasillo la hora de entrar en clase: Había encendido un cigarrillo y fumaba de fOfila voluptuosa.

-Señorita, está prohibido fumar en el Instituto.

-Perdone -contestó, apagando el cigarrillo, roja como una amapola, nerviosa y abochornada.

y aquel desagradable tipo resultó ser su profesor de Física. Pronto advirtió que era tímido, que enrojecía como un colegial y apartaba la mirada de ella, cuando le preguntaba cualquier cosa.

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-Lo pones nervioso, Carlota -le habían dicho sus amigas al final del primer trimestre-. Lo tienes en el bote -añadieron utilizando una frase muy propia de la época.

Ella disfrutaba oyendo esto. Bien sabía que era verdad, porque había una especie de atracción magnética entre los dos. Esto es lo que sus amigas no sabían. Creían que coqueteaba con él, que se dejaba querer; pero no podían imaginar que para ella se estaba con. virtiendo en una obsesión aquel sentimiento, que se pasaba las noches pensando en él, que, a veces, le parecía imposible llegar a conseguirlo y le dolía el corazón ... Sabía que se estaba enamorando.

y en la fiesta de final de curso, fue ella la que le ofreció una copa, la que empezó la conversación y la que se brindó a ser su profesora de baile. A Ramón nunca se le dio bien el baile. Sonrió pensando en los pisotones que había aguantado aquel día; pero valió la pena: aquel aburrido profesor que, según sus amigas, sólo sabía hablar del Principio de Arquímedes o de las Leyes de Newton, estuvo simpatiquísimo con ella.

En el siguiente curso, se las arregló para seguirviéndolo, con la excusa de hacerle alguna pregunta o comentarle algún artículo que hubiese leído relacionado con las Ciencias Físicas. Así, no olvidaría sus conocimientos, según le dijo; aunque verdaderamente no le hacía ninguna falta recordar nada, ya que se había matriculado en Bellas Artes y que, aunque siempre se le habían dado bien las Ciencias, no le gustaban demasiado.

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y fue sobre el mes de marzo de aquel primer curso universitario de Carlota, cuando Ramón, ayudado por el Padre Miguel, el cura que tantas veces había escuchado sus tormentosas confesiones, se enfrentó con los hechos y decidió dejar de considerar a Carlota como una tentación.

-Basta, Ramón -le había dicho el cura-o No le des más vueltas: te has enamorado, muchacho, reconócelo. Estás loco por esa mujer, no es ningún disparate que intentes acercarte a ella y conquistarla ... Aunque creo que ya está conquistada ...

La cara del cura se iluminaba con una sonrisa bondadosa mientras daba una palmada en el hombro de Ramón. Él lo recordaba todo muy bien y así se lo había contado a Carlota.

Pasó su mano por el álbum de fotos y recordó las de su boda y al Padre Miguel en particular. Ella, que no había tenido nada de religiosa en su vida, que los curas le caían fatal, había sentido desde el primer momento un gran afecto por este hombre bonachón, simpático, que penetraba sin saber cómo de una manera especial en el alma humana.

Fue hacia el porche. AHí estaba Ramón leyendo un libro de horticultura. Su afición por esta materia era relativamente reciente, pero apasionante. Lo miró un instante y contempló su pelo canoso y bien cortado, su cara angulosa y delgada, su mentón saliente ... Sentía cierta inquietud al tener que darle lo que él tomaría por una mala. noticia; pero tenía que hacerlo, no podía esperar más.

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-Ramón, voy a ir a Madrid -le dijo de pronto.

Tuvo que repetir la frase otra vez para que él se enterase de lo que le estaba diciendo. No respondió nada. La miró simplemente y dejó el libro sobre la mesa.

-Necesito hablar con Héctor -insistió, argumentando una razón.

-Supongo que no me pides opinión -contestó apartando su mirada de ella.

-No. Sabes que en mi trabajo decido yo. Tengo nuevas ideas y quiero comentarlas con él. Quiero exponer en otoño.

-Muy bien. ¿Cuándo te vas?

¿Para qué discutir? Ramón sabía muy bien que Carlota era inflexible en ese punto, que se ponía histérica cuando alguien ponía obstáculos a su libertad; que le gustaba sentirse amada, pero no aprisionada. Pero el fantasma de los' celos apareció de nuevo, acompañado de la rabia que le producía la impotencia de no poder retenerla.

Se levantó y fue hacia el huerto. Cogió el azadón y descargó sobre la tierra toda su ira repetidamente.

Carlota, silenciosa le miraba desde el porche. Sabía el dolor que le producía y lo sentía en el alma; pero no lo podía evitar. No quería sentirse enjaulada, no podía renunciar al vuelo ... Su amor era así. A veces se pre· guntaba a sí misma el porqué de su dureza. Quería a

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su marido, de eso estaba segura; sin embargo, había épocas en las que necesitaba alejarse, para después volver a desearlo con toda el alma ... Pero no tenía razón al estar celoso de Héctor ... ¿o quizás sí...? Sacudió la cabeza para quitarse el pensamiento de la mente. No quería volver a plantearse el problema.

Aquella noche cenaron en silencio. Ella lo miraba de vez en cuando, pensando de qué forma romper el hielo; pero decidió acertadamente el silencio.

Luego, en la cama, él fingía estar dormido. Ella le acariciaba y le besaba tiernamente los hombros hasta que, sin poder más, se volvió y la abrazó con pasión.

Cuando el coche partió y quedó nuevamente solo, sintió un vacío muy grande; se sentía muy mal, pero pensó que no podía decaer como la vez anterior. Cuando ella regresara, había de encontrarlo lleno para que no tuviera otra vez la necesidad de marcharse.

y de nuevo, como tantas otras veces, inconscientemente comenzó a culpabilizarse de lo que no tenía culpa, sin entender que Carlota no era una mujer convencional que se entrega a su hombre para toda la vida, sino que necesitaba savia nueva cada nueva primavera, para brotar con más fuerza, después de haber cortado las ramas demasiado largas.

Decidió en aquel momento viajar él también todo lo que quedaba de verano. Regresaría a primeros de septiembre, para los exámenes.

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La idea le animó. Empezó a preparar el equipaje: la máquina de afeitar, el cepillo de dientes, camisas, pantalones ... «Éste no, es demasiado clásico ... ¿El libro de horticultura ... ? no, ¿Para qué? Un par de novelas ... Éste también: habla de la esperanza ... y ¡falta me hace ... ! ¡Ah, también la cámara de fotos y algunos carretes! Eso no se me puede olvidar... ». A Carlota le gustaban sus fotos ya él, bien que le agradaba que se lo dijese ...

El perro ladró inquieto a su lado. Algo intuía el pobre animal observando el nerviosismo de su dueño y viendo los preparativos del viaje.

-No te preocupes, Sultán, que vas a estar la mar de bien. Conocerás una perrita preciosa y tendrás experiencias nuevas.

Rió mientras miraba al cachorro. Lo acarició con lástima; pero inmediatamente pensó que no tenía lugar para la pena. A Sultán lo dejaría en una residencia para perros que habían abierto hacía poco cerca de su piso de la calle Larca, y estaría divinamente.

-Te vaya dejar por un tiempo, amigo -le dijo cuando se subió al coche. Sultán gruñó como si lo hubiese entendido y no le gustase la idea.

Aquella noche, el animal durmió junto a otros perros extraños y echando de menos a sus dueños.

Tiró por una carretera cualquiera, en busca de cualquier sitio. ¡Dios mío, sin rumbo fijo! Así hasta septiembre ... Y después ¿qué? ... ¿Estaría Carlota para

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entonces en casa'? .. No, no quería hacerse ilusiones. Cuando ella salía nadie sabía cuándo iba a regresar, ni siquiera ella misma.

Condujo varias horas hasta que el cansancio lo venció. Paró en un pueblecito pequeño de la Sierra de Gredas, donde las vacas regresaban solas a sus establos después de haber pastado por los campos, llenando el ambiente de olor a sus excrementos.

Durmió en la única pensión del pueblo, en una cama ancha y con sábanas limpias. Durante la cena, una mujer mayor, con sayas largas y pañuelo negro a la cabeza, le preguntó si iba a quedarse muchos días.

-No lo sé -respondió Ramón-. Voy de paso. Marcharé en cuanto haya descansado.

-iAh, pues este es el sitio ideal para descansar ... ! ¿,No conoce el Parador? Está a pocos kilómetros de aquí...

-Sí -cortó Ramón-. Lo conozco.

y comenzó a beber el rico consomé que su anfitriona le había preparado, al tiempo que echaba un vistazo al periódico. La mujer se fue para la cocina, convencida de que su huésped no qu,:ría conversación.

Durmió mal: soñó cosas extrañas que apenas recordaba al día siguiente y que le dejaron la cabeza atontada. Despertó muy temprano y se levantó con cierta sensación de cansancio; pero se dispuso a dar un gran paseo por el monte.

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Un breve desayuno, un calmante para la cabeza, y a disfrutar del aire fresco de la mañana que le hizo sentirse mejor. Y empezó a saborear el encanto del paisaje, el olor a pino, el color del cielo, la luz del sol brillando en los picos nevados de las montañas ...

Decidió quedarse algunos días: haría excursiones, disfrutaría de la naturaleza y de la paz que se respiraba allí. y haría fotos, muchas fotos ... Empezó en aquel momento: una cabra montés, y otra, y otra; aquel pico nevado; y el valle ... Se veía precioso desde lo alto del monte.

Por las noches, desde la mecedora, en el porche de la pensión, contemplaba el cielo cuajado de estrellas.

Yen el silencio de la noche, parecía oírse su pensamiento:

-Carlota, Carlota, Carlota ...

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La papelera y sus alrededores estaban llenos de bolas de papel. Marcelo Mariscal, escritor de profesión y de vocación, no daba con las palabras exactas para escribir una simple carta. No; simple, no. Era muy complicada, la carta más complicada que había escrito en su vida. ¿Cómo explicar lo que sentía?

Dejó la estilográfica (usaba una Parker que le había regalado Elvira muchos años antes) sobre la mesa de escritorio y se alisó el pelo con ambas manos, como queriendo poner en orden sus ideas. Se levantó del sillón y dio una vuelta por la habitación, seguramente buscando la inspiración que no le venía.

-¿Cómo decírselo? ¿Cómo ... ? -repetía.

Volvió a sentarse dispuesto a empezar de nuevo. Y sin cuidar el estilo, ni buscar las palabras adecuadas, dejó hablar a su corazón. Y una paz interior fue adue-

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ñándose de él a medida que vertía todo su sentir sobre el papel.

«Manuel, querido Manuel:

He empezado no sé cuárztas cartas y no he terminado ninguna. Espero que esta vez sepa expresar lo que de verdad quiero decirte. Siento un dolor inmenso y un sentimiento de culpa que no sqy capaz de desterrar. No pido tu perdón porque yo sqy incapaz de perdonanne a mí mismo, pero quiero que sepas que eres la persona más limpia y mejor que me he encontrado en el mundo ya la que más quiero. (Ahora, ya sqy capaz de decbtelo; sin ningún reparo). También sqy consciente del daño que te he hecho...

No he sabido valorar y cuidar en su momento toda la lealtad, la fidelidad, el amor que me has dado. y todo, por considerarme superior a ti: yo era el hombre peifecto, sin desviaciones; y tú, un pobre marica enamorado que siempre estarías dispuesto a servirme.

Sin embargo, hqy estqy destrozado, aJlergonzado. No merezco llamarme amigo tuyo

El análisis me ha confirmado la sospecha.

Un abrazo. Mareelo».

Una lágrima surcó su rostro mientras releía la carta. La dobló con esmero y la metió en un sobre, después de haber escrito en él la dirección. Podría haber escrito un correo electrónico; pero a Manuel le gustaba el correo postal, lo sabía muy bien. Muchas veces le había oído comentar que leer la letra querida era mu-

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cho más íntimo, era como estar frente a la persona amada. No le gustaban los ordenadores ...

Seguía llorando. No sabía bien si lloraba por sí mismo o por Manuel. Lo cierto era que el dolor le quemaba el alma.

Se sirvió una copa, pero la dejó sobre la mesa. Recordó cuando empezó su afición por la bebida. Fue en París, en el último año en el que vivieron juntos Manuel y él. Y empezó a beber precisamente para molestar a su amigo. No podía aguantar su sumisión, su sufrimiento silencioso, el que no reaccionara de forma violenta ante sus continuos ataques, sus insultos, su falta de respeto ... Se miraba a sí mismo y se preguntaba cómo puede una persona llegar a manifestarse con tal grado de crueldad, por qué se llega a esta situación ... ¿Por soberbia? ¿Por repugnancia hacia la homosexualidad ... ? Siempre se había considerado una persona liberal, respetuosa, moderna ... ¿Por qué entonces había actuado de esa forma?.. ¿Aquel trauma de su infancia ... ? ..

y en la noche oscura de su dolor, de su incoherencia, de su falta de madurez personal, no encontraba respuesta.

El timbre del teléfono sonó insistente y salió de su aturdimiento.

-Diga.

-¿Dónde estabas, Marce? Soy Elvira. Tengo la tarde libre y he pensado que ... ¿Qué te parece si damos

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un buen paseo, tomamos unas copas, cenamos en algún lugar y terminamos viendo una buena película?

-No sé, Elvira ... Estoy ...

-No sigas: estas en baja forma. Te lo noto. No importa ... Quizás otro día ... Pero, ¿de verdad no quieres que hablemos?

-No ... Creo que no ... Bueno, sí: quiero verte ... Pero es preferible que vengas tú aquí. No me apetece salir a ningún lado.

-De acuerdo. En una hora estoy allí. Hasta luego.

Cuando colgó el teléfono se dio cuenta de que aún estaba en pijama y sin afeitar. Tenía que arreglarse, no le gustaba estar delante de Elvira de cualquier forma. Y haciendo un esfuerzo de voluntad, empezó la tarea.

En la calle hacía bochorno. El día anterior habían comenzado una serie de tormentas, que ya continuarían repitiéndose periódicamente durante varias jornadas. Eran las tormentas de septiembre, el <<veranillo del membrillo» como decía Manuel. Marcelo cerró el balcón para evitar que entrara más calor y bajó la persiana. Estaba nervioso. La espera se le hacía eterna y, a la vez, temía encontrarse con Elvira y tener que contar todo. Sin embargo, necesitaba desahogar su corazón. Pero ... ¿qué pensaría de él cuando supiera hasta qué punto había caído tan bajo? Siempre le había gustado aparecer ante ella como alguien intachable, decidido,

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suficiente ... Hoy era consciente de su pequeñez, de lo ridículo que habría resultado en cantidad de .ocasiones ante sus ojos; pero Elvira, más fuerte y de más calidad humana que él, no se lo había hecho notar. Estaba seguro.

-Es una mujer extraordinaria ... -dijo en alta voz, contestando a su propia reflexión.

El timbre de la puerta sonó y fue a abrir, echando antes un vistazo a su atuendo.

Tras los saludos de rigor, el servir las copas, el acomodarse, Marcelo comenzó a desnudar su verdad. Sin preámbulos, le habló de Manuel.

-Tú no lo conoces, pero es la mejor persona que puedas imaginar. Cuando llegó a París, era un tímido paleto de pueblo ... Nos conocimos de forma casual en un bar. Su francés era horrible... Me hizo gracia su manera de expresarse ... «1 want a cafe, please», pero la pronunciación era tan mala que el chico de la barra no se enteraba. Y, sin saber cómo, le invité a compartir mi apartamento hasta que encontrase un alojamiento que le satisficiera. Pero conectamos bien y se quedó durante bastante tiempo.

Marcelo hablaba pausadamente recreándose en sus recuerdos. Parecía que hablaba para sí mismo y no le intimidaba en absoluto la presencia de Elvira. El nerviosismo de antes había desaparecido. Estaba relajado y se creó tal clima de confianza que no había ningún obstáculo para que fluyera el manantial de vivencias que almacenaba dentro.

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-Pronto me di cuenta que era homosexual, en cuanto le propuse ir en busca de juerga ... Ya sabes, mujeres ... Se puso muy nervioso, comenzó a sudar, se veía mal... Le pregunté que si era la primera vez, pero supe en seguida que ese no era el problema y se lo solté de sopetón: le dije que no me importaba lo que fuera, que era su vida ... -hizo una pausa, sonriendo con tristeza-. Recuerdo que preguntó si tenía que marcharse de mi casa ... iPobre Manuel! En su pueblo, según me dijo, nadie le aceptaba; todos se reían de él. .. Me lo contó llorando ... ; se vino abajo ...

-iQué pena! Debe ser muy duro encontrarse en esa situación ... -comentó Elvira-. Pero bueno, ¿dónde está el problema? Supongo que no lo echarías de tu casa ... ¿Qué pasó?

-Naturalmente que no lo eché. Se fue él poco tiempo antes de separarnosdefinitivamente porque no me podía aguantar... Pero al principio, nos hicimos muy amigos, muy amigos ... Era un gran artista: escribía sus cositas ... ; yo le eché una mano para mejorar su estilo ... Pero sobre todo, pintaba: la pintura era su vida, se expresaba magníficamente con los pinceles ... Aunque yo nunca le demostré mi admiración por él, por su arte ... , sobre todo en los últimos meses en los que vivimos juntos ... Al contrario: gozaba siendo duro, viendo la mueca de dolor que dejaban en su cara mis ironías y mi frialdad. Recuerdo aquel día (esto fue al principio, cuando aún no habían llegado las cosas al límite) en el que estaba seleccionando lo mejor de su obra para llna exposición que le habían propuesto, la primera que iba a hacer en París. Con gran .entusiasmo me enseñó un par de cuadros que eran inmejorables.

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Bueno, pues le dije que solo me parecían regulares, que allí la gente tenía más nivel... Se desanimó totalmente ... y yo disfruté viéndole humillado.

-No es propio de ti.

-De lo que tú conoces de mí -suspiró-o Nunca se llega a conocer plenamente a nadie. Ni uno mismo puede prever sus propias reacciones. Yo empezaba a conocer el éxito, las mujeres me adoraban ... , estaba deslumbrado. Y. .. , por una parte, tenía celos de Manuel, de su arte, lo reconozco; por otra, me ponía enfermo la idea de que alguien supiera que vivía con un marica y que se pensase de mí ql;le yo también lo era.

-Pero esa es una reflexión pueril.

-Sí, Y yo lo sabía; pero no podía remediarlo. y procuraba disimular mi incoherencia admitiéndole en mi casa y presentándolo en mi círculo de amistades, aunque a sus espaldas hiciese comentarios jocosos a su costa.

Empezaba a anochecer. El cielo se había teñido de rojos, violetas, amarillos ... Un agradable olor a tierra mojada invadió el ambiente. Pronto, unas pocas gruesas gotas de agua cayeron, haciendo el calor más insoportable. Marcelo se removió en su asiento.

-iQué calor! ... Lo siento -se excusó-, se ha estropeado el aire acondicionado.

Se levantó y comenzó a pasear por el salón, nervioso, inquieto otra vez. Elvira lo miró con lástima. No

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dijo nada. Esperó que continuase la conversación después de volverse a sentar.

-Te parezco despreciable, ¿.verdad? -dijo mientras se servía una nueva copa.

-No quiero juzgarte. Todos hemos hecho cosas horribles que nos avergüenzan Pero, ya que lo preguntas, sinceramente, tu postura no me parece demasiado elegante.

Marcelo continuó hablando: anécdotas, detalles más o menos simples ... Hasta que llegó lo que verdaderamente deseaba contar. Y relató entre lágrimas lo que sucedió aquel día de invierno, en que Manuel le había confesado su amor.

-Hasta entonces, todo habían sido sospechas; pero aquel día, aquel pueblerino marica, más artista que yo, que tenía una sensibilidad especial, no solo para pintar, sino también para escribir, se atrevió a decirme lo que jamás hubiera querido oír.

Hizo una pausa, bebió un sorbo decoñac y continuó:

-Me puse fuera de sí. Le dije: «Pero ¿qué dices? Oye, ¡que yo soy hombre, muy hombre! ¿Cómo has podido pensar ni por un momento que pueda corresponderte, imbécil? Puedo aceptarte como amigo, tenerte en mi casa, presentarte a mis amistades ... , pero a mí me dejas al margen de tus mariconadas. ¿Entien- . des?»

Una pausa y luego continuó:

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-No sé qué me pasó ... No quiero justificarme ... , fui un maldito cerdo. Muchas veces me he preguntado por qué reaccionaba así. .. No sé; quizás tenga algo que ver con lo que me sucedió de pequeño en el colegio.

-¿En el colegio? ¿Qué pasó en el colegio?

y sacó del último rincón de su alma aquellos recuerdos de la infancia que él siempre tapaba cuando intentaban aflorar; recuerdos de aquel colegio de curas, de Madrid, donde estudió de pequeño. Su padre ejercía la medicina por entonces en un pueblo de la provincia y decidió llevarle allí para que estudiara el bachillerato. Todavía recordaba con horror el día de su llegada y el momento en el que sus padres se marcharon dejándolo con la sensación de soledad más grande que había experimentado en toda su corta vida.

-Me costó adaptarme muchísimo; mejor dicho, jamás logré adaptarme. Creo que ... porque había un grupo de niños mayores que se burlaban constantemente de mí, no me dejaban vivir, me hacían la vida imposible ...

Marcelo tenía una cara demasiado guapa y le llamaban «niña». Esto le hacía sufrir terriblemente y sentía vergüenza ... Y no podía acudir a nadie y contar lo que le pasaba porque tenía miedo a aquellos salvajes. Un día, en los lavabos, lo acorralaron y le bajaron los pantalones. Querían ver si tenía «huevos». Aquello fue una humillación tan grande que tuvo durante cinco días fiebres altas y tremendas pesadillas. Los curas, alarmados y sin saber a qué se debía aquella situación, avisaron a sus padres y estos, cuando al fin lograron

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que su hijo les contase la verdad, decidieron llevarle a un instituto público en Salamanca, donde vivían sus abuelos, lo que supuso el fin de su martirio.

Elvira se conmovió al escuchar el relato. Sentada en un sillón, muy cerca de .él que estaba en el sofá, acarició su mano con cariño.

-iDios mío! No me habías hablado nunca de esto -comentó.

-A nadie se lo conté jamás -suspiró y apuró la copa-o Pero te aseguro que nada justifica lo que hice con Manuel. Aquel día le pegué con toda la rabia del mundo. Luego me fui de putas. Tardé tres días en volver... , sin dinero y sospechando que había contraído cualquier cosa, porque estuve en los barrios más bajos drogándome y sin poner ninguna medida higiénica para no contagiarme. Fui a su casa, aunque pensé que no iba a recibirme; pero me equivoqué. Allí estaba: dispuesto a atenderme ya cuidarme, como siempre. Le odié. Le odié tanto que me acosté con él para que participara de mi inmundicia ... Luego le comuniqué que seguramente lo habría infectado ... Nunca podré olvidar aquellos ojos mirándome en silencio ... Se vistió, hizo las maletas y me pidió que me marchara. Supongo que regresó a España; seguramente, a su pueblo ... Desde entonces, no he vuelto a verlo.

Se levantó del sofá y fue a la habitación contigua, donde solía trabajar. Sobre la mesa de su escritorio estaba la carta que había escrito aquella misma mañana. La cogió y se la dio a Elvira para que la leyera.

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-Ahora ya sabes todo. El día que me encontraste en el Hospital iba a hacerme el análisis del sida.

Elvira quedó pensativa. Luego, dijo:

-Tienes que ponerte en tratamiento ... Ve el lunes por allí, a mi consulta. Te presentaré a un compañero que puede tratarte.

Él asintió dócilmente.

Sintió una pena inmensa; pero, al mismo tiempo, un enorme alivio. Todo aquel suntuoso edificio construido sobre su persona se había venido abajo. No era más que un miserable, un pobre, una inmundicia ... Lloró sin ningún pudor y su amiga le abrazó dulcemente. Ella también lloraba. Estuvo durante unos momentos acariciándolo, consolándolo. No se atrevía a dejarlo solo.

Más tarde, Elvira fue a la cocina. Preparó una tila bien cargada con miel, mientras ordenaba a su amigo que se acostara. Se la dio y, cuando se hubo dormido, salió sigilosamente y se marchó.

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A ún faltaban varios kilómetros para llegar a Ma.r\drid. Estaba anocheciendo y se contemplaba, en torno a la ciudad, un halo rojo que le daba un aspecto especial. Carlota pensó en la fuerte contaminación que padecía la ciudad.

Quitó la radio, miró el reloj y comprobó que se había hecho el viaje en menos tiempo del que pensaba. Recordó todo lo ocurrido en casa, cara de Ramón, su amargura ... ;y decidió que tenía que Ilamarlo nada más llegar. ¡Pobre· Ramónl: lo estaría pasando mal, seguro. Se conmovió, sintió pena por él; pero, al instante, una corriente de rebeldía surgió como un volcán en erupción dentro de ella y la rabia se hizo patente.

-Soy libre -comentó en voz alta-o Lo he sido siempre y no me vas a quitar mi libertad, Ramón; por mucho que te quiera.

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Volvió de nuevo a conectar la radio a todo volumen. Agarró con fuerza el volante y pisó el acelerador sin darse cuenta que tenía que aminorar el paso porque entraba en el extrarradio de una ciudad. De pronto, vio la luz roja de un semáforo muy cerca y frenó con todas sus fuerzas. Casi se lleva por delante a un señor mayor que cruzaba el paso de peatones.

-iSeñorita, que no está en una autopista!

-iHija de puta! -soltó un obrero que vio lo ocurrido desde su bicicleta.

Carlota tragó saliva y pidió disculpas desde su coche, con un gesto. Bajó el volumen de la radio y trató de tranquilizarse.

-Voy a parar a tomar algo -se dijo-o Me vendrá bien una parada.

Un refresco, una llamada a su amigo diciéndole que ya estaba cerca y otra a Ramón, pero no estaba en casa. Llamaría después.

Siguió su camino. Dudó si pasarse por casa de Héctor primero o reservar habitación en el hotel. Optó por lo último.

-En una hora estoy contigo,Héctor. Voy a ducharme ya cambiarme de ropa.

-De acuerdo. Esta vez has preferido el hotel, ¿eh?; pues te aseguro que mi casa es mucho más confortable.

so

-No empecemos. Te dejo. Prepara un buen café para cuando llegue: un capuccino.

-Muy bien. No tardes.

Cuando colgó le pareció ridículo el hecho de haberse hospedado en cualquier sitio que no fuera la casa de Héctor. Lo conocía desde hacía años y había empezado a vivir con él cuando iba a Madrid, con toda la naturalidad del mundo. Pero esta vez no se había quedado en su casa y lo había hecho por Ramón. Estaba segura de que le sacaba de quicio pensar que estaba durmiendo en casa del como le llamaba cuando tenía un ataque de celos y quería omitir su nombre. Sonrió. Pobre Ramón. Sufría inútilmente. Ella lo quería mucho, estaba enamorada de él... ¿Tan difícil era comprender que necesitaba espacios para su arte? Necesitaba conectar con otra gente, con Héetor, sí, ¿por qué no? ... Era un hombre distinto: olía arte allí donde lo hubiera, la entendía perfectamente, nunca la forzaba, le daba ideas maravillosas ... Pero lo que más le atraía de él era precisamente su carácter independiente y despegado,a veces casi frío, que despertaba en ella curiosidad, atracción, pasión ... No, no estaba enamorada de él, no lo había estado nunca; aunque había veces que parecía estarlo. Y entonces, le hubiera encantado que Ramón la hubiera comprendido. Pero este era un tema intocable entre la pareja ... ¿Por qué no se puede amar a dos personas a la vez? .... Su teléfono móvil sonó con pitido insistente dentro de su bolso. Se había olvidado de que lo llevaba. Era Ramón.

-Cariño, te llamé antes; pero no estabas en casa.

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-No estoy en casa. Estoy en Gredas.

-¿Yeso?

-Yo también necesito viajar, conocer nuevos paisajes, nueva gente. Quién sabe: a lo mejor conozco a una galerista que me consuele.

-Ramón, no empieces. Me alegro de que viajes, si eso te divierte; pero deja tus sarcasmos, por favor.

Carlota procuró ignorar el tono de amargura de su marido y siguió una conversación intranscendente: que dónde dejaste a Sultán, que si se quedó triste, quequé cansancio de viaje, que Madrid está horroroso ... Solamente al final, cuando él le rogó <<vuelve pronto», sintió un pellizco en el estómago.

-Volveré tan pronto pueda, amor. len por seguro que te quiero con toda el alma.

Cuando colgó tuvo la sensación de ser injusta, de estar traicionándole. Pero no quiso complicarse más y borró del pensamiento todo lo que le preocupaba. Esta era una de sus capacidades: sabía desconectar a tiempo y sumergirse en el presente.

La casa de Héctor, como siempre: cálida, decorada con buen gusto ... Y él, encantador, lleno de ideas maravillosas, dispuesto a divertir ya divertirse. Tomaron café en el saloncito donde juntos habían hecho siempre grandes proyectos.

-y Ramón, ¿cómo sigue? ¿Todavía me odia?

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-No te odia, Héctor; lo que pasa es que no entiende mis salidas ... Si me fuese a otro lugar, con otra persona, le pasaría lo mismo.

-No es hombre para ti, siempre lo dije.

-Yo lo quiero.

-De acuerdo, no discutamos. Hablemos de arte.

Carlota sacó de su cartera diferentes bocetos. Los discutieron, hicieron rectificaciones sobre la marcha. Él le comentó las nuevas obras que había visto en Italia en su último viaje y lo que había detectado en Madrid sobre nuevas tendencias y estilos.

Fuerondos horas de animada conversación. Si alguna duda había en la mente de la pintora sobre si había hecho bien o no yendo a Madrid, se desvaneció totalmente. Héctor le comunicaba su entusiasmo, su imaginación desbordante, su fantasía ...

-¿Por qué dejaste de pintar? Tú eres un artista, no eres simplemente un vendedor de arte.

-Algún día hablaremos de eso -cortó sonriendo.

-Eres un tipo raro, ¿por,qué no me dejas entrar en tu vida?

-Te dejo entrar en mi cocina. ¿Preparamos la cena?

La verdad es que ya estaba preparada. Héctor no dejaba nada en manos de la improvisación: Una pizza,

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unos canapés, las bebidas frías ... Eso sí, al final champaña; y unos boleros impresionantes. En e! fondo, era un romántico ... y bailaron juntos, muy juntos ...

-¿Quién te enseñó a bailar tan bien? Supongo que no habrá sido Ramón.

-A Ramón le enseñé yo -rió divertida.

-¿ y aprendió? Es un patoso.

-No quiero que hables así de él. Aprendió, claro que aprendió: baila muy bien, para que lo sepas. No sé cómo puedes decir de él esas cosas, si ni siquiera lo conoces.

-Está bien, señora Atienza, usted perdone. Prometo no meterme más con su protegido esposo.

Carlota dejó de bailar con cara de enfado y él la rodeÓ de nuevo con sus brazos para continuar el baile. La miró a los ojos sonriendo.

-Firmemos la paz. Somos socios, ¿no?

Ella se dejó llevar. Cerró los ojos y disfrutó de! momento. Y al tiempo que bailaban, él cantaba con una voz bien timbrada, preciosa. Escuchó atenta pensando que tenía cualidades para todo, que era un gran artista.

-iQué bien cantas! -reconoció ella.

-Son mis genes italianos, los que me vienen por parte de padre, sobre todo.

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Pocas veces hablaba de su familia. Pensó Carlota que a veces se mostraba enigmático, casi distante, como si algo muy importante 10 absorbiera y no hiciera partícipe a nadie de aquello que le preocupaba. Pero aquel día estaba animado, alegre.

-Hay muchas cosas que no sé de ti, y hace mucho tiempo que te conozco. Eso no está bien.

-iAh, no tengas ningún interés! Soy de 10 más vulgar.

-Podrás ser cualquier cosa, pero no vulgar -pensó Carlota.

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Dar fin había logrado Manuel preparar y acondicior nar la casa. Corno siempre, el lugar que más le gustaba y donde mejor se sentía era en la parte de arriba. En los pueblos extremeños hay casas de dos pisos: en la parte baja, suele vivir la familia. Casonas grandes, con muros anchos que les dan un frescor especial en verano, con un zaguán ancho del que parten a uno y otro lado las habitaciones. Yel piso de arriba suele ser destinado a guardar grano, en el caso de los agricultores, o trastos viejos. Pues bien, allí fijó su estudio. Extendió varios caballetes, una mesa de dibujo y también hizo subir la vieja mesa de su padre, en laque echaba las cuentas y ordenaba las facturas. Cuando enfermó y dejo la tienda, la mesa pasó a ser suya. Ahora había tenido que curarla de la carcoma, pero aún valía. Valía más que cualquiera otra.

Entre las innovaciones que había hecho figuraba el gran ventanal; la cristalera desde la que se divisaba el

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patio, en otro tiempo lleno de macetas, con grandes arriates y una parra en medio, que servía de sombrajo cuando, en el verano, el fuerte sol de la hora de la siesta quemaba con rabia las plantas; y un limonero. Se divisaban también los tejados de las casas cercanas y la terraza de Don José, un terrateniente que él conoció ya mayor y del que no se sabía muy bien de dónde le venía el don; pero que lo llevaba unido al nombre como si se lo hubiera puesto el cura el día de su bautismo. Por todos era llamado Don José. Hasta su mujer, la señora Agripina, le llamaba de esa forma cuando hablaba de él con alguien. Ella fue siempre la señora Agripina, no alcanzó nunca el don; pero fue respetada como esposa de tan importante marido.

Una mañana, cuando Manuel trabajaba en un cuadro grande, vio que, desde aquella terraza, un muchacho flaco y de pequeña estatura, moreno y con grandes ojos marrones, lo observaba con detenimiento. Puso sobre la mesa la paleta y los pinceles y, sin dejar de mirar al niño, se limpió las manos llenas de pintura.

-Hola -saludó abriendo el ventanal aún más de lo que estaba.

El muchacho retrocedió sin responder y se escon· dió detrás del muro de la terraza.

-¿Qué pasa? ¿No quieres hablarme? -insistió Manuel.

Silencio.

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-Seguro que te gusta la pintura.

Silencio.

-Yo podría ayudarte si quisieras aprender...

Silencio.

-Vale, no digas nada; pero ya sabes que puedes venir a verme si quieres. Te enseñaría mis cuadros ...

y volvió sobre el lienzo. Se metió en su trabajo y se olvidó del muchacho.

Pasaron varios días. Una mañana, sintió que era observado nuevamente y él sabía por quien, pero esta vez calló. Al rato, oyó una tímida tosecita.

-iAh! Estás ahí, amigo.

-Yo no soy tu amigo ... -se atrevió a contestar.

-Tienes razón, no somos amigos porque no nos conocemos. Me llamo Manuel Márquez y soy, como ves, pintor y también escritor.

No hubo respuesta. De nuevo, el silencio. Sólo al cabo de un buen rato, la misma voz:

-Me llamo Jose.

-Muy bien, Jose. ¿Ves? Ya nos conocemos. Si quieres puedes entrar en mi casa, puedo abrirte desde aquí.

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-No, no quiero.

-Bien. Puedes mirar desde ahí.

Se oyó una voz femenina llamando al muchacho.

-Me voy -dijo Jase acelerado.

y se marchó corriendo y rojo como una amapola.

Cuando comentó con Frasquita aquel encuentro, Manuel supo que el chico era nieto de Don José y de la señora Agripina, hijo de aquella muchacha piadosa y entrada en años, que decían que quería echarle el guante a Don Germán, el médico joven que llegó al pueblo cuando Manuel se fue a París.

-iY lo consiguió, vamos que sí lo consiguió! Se casó con ella a pesar de ser cerca de diez años más joven.

-Ah, pues muy bien; si se querían ¿Qué más da la edad?

-iAh, no sé yo si se querían mucho! Dicen que él fue a por las «perras» de don José y que ella, como era ya durita, lo que quería era un marido.

-No seas chismosa, Frasquita. ¿Qué sabes tú?

Los gorriones picoteaban las hojas del limonero. Olía a azahar y el ocaso había teñido el cielo de colores. Un gato negro y muy delgado, caminabalentamente por el tejado.

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Después de aquel día, se repitieron esporádicamente las visitas de Jase. Nunca había demasiadas palabras al medio. Incluso, a veces, Manuel sabía que era observado silenciosamente por aquel muchacho, con la cara aguzada y los ojos muy grandes, durante un tiempo. Luego, desaparecía como un felino sin hacer ruido.

En una de esas visitas, el silencio se rompió. Jase empezó a hablar sin ningún pudor.

-A mí también me gustaría pintar así.

Manuel cayó en la cuenta de que aquella frase era dirigida a él. Movió la cabeza instintivamente hacia donde imaginaba que estaba su interlocutor y, sonriendo, contestó:

-Si quieres, puedes venir por aquí. Yo te daría clases.

-No puedo. Mi madre dice que eres raro.

-Tu madre no me conoce.

-Pero dice que eres raro. Y no me deja venir ni siquiera aquí, a la terraza. Dice que los muchachos de mi edad no pueden juntarse con tipos como tú.

-¿y tú qué piensas?

-Que no eres raro, que te gustan los animales ... El otro día vi cómo le echabas de comer al gato de la Trini. .. A mí también me gustan, pero no puedo tenerlos en casa: mi madre dice que me hacen daño ...

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-¿Tienes muchos amigos?

-No muchos ... Ellos dicen que yo soy raro.

-¿Cómo yo de raro?

-No sé ... -pensó un rato-. No; creo que tenemos diferentes rarezas. Yo ... no soy muy listo. Me apoyan en clase de Matemáticas y en la de Lengua ...

-Eso no quiere decir nada. Yo tampoco era ningún portento en el Colegio, ¿sabes? y luego, ya ves, me hice maestro y luego pintor y también escribo cosas ...

-A mí también me gusta pintar... -dijo Jose tímidamente.

-Eso ya me lo has dicho. Me gustaría ver lo que haces. Si quieres puedes venir a merendar mañana. Te haré una tarta de chocolate.

-iQué rica! Pero no puedo ... -dijo con pena.

-Es verdad. Soy raro y tu madre no te deja venir a mi casa ... Si quieres, puedo hablar con ella.

-iNo, no se te ocurra! No le gustaría nada.

Se puso rojo y nervioso hasta tal punto que dejó caer algo que guardaba detrás de sí, entre las manos.

Recogió un papel tamaño folio en el que había dibujado algo. Manuel se dio cuenta de ello.

-¿Me dejas que lo vea?

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Aún más rojo y más nervioso mostró el dibujo en blanco y negro: un hombre delante de un caballete, pintando. Manuel supuso que era un retrato suyo y sonrió.

-Jose, ¿Cuándo lo has dibujado? Está muy bien ... Este pintor...

-Eres tú. Lo hice ayer, mientras pintabas. Tú no te diste cuenta.

-Verás, haremos una cosa. Sube cada tarde a la terraza. Tú dibujarás desde ahí y yo te dirigiré. ¿Qué te parece?

-iGenial!

-Yo te proporcionaré el material necesario.

La terraza estaba cerca de la ventana del estudio de Manuel. Había en la casa una pala de madera con el palo muy largo, que debía haber servido en algún tiempo para introducir en el horno el pan hecho por la abuela, en aquellos años en los que se hacía en las casas. Este artefacto sirvió de instrumento de transporte del material pictórico. y de esta forma, empezaron las clases de pintura; y una relación de amistad y camaradería surgió entre ellos. H niño disfrutaba cada instante de estos encuentros y estaba deseando que llegara la hora de subir a la terraza. Pero no se lo dijo a nadie; este era su gran secreto. Le gustaba enormemente tener un secreto. A veces, miraba a sus compañeros de colegio y sonreía pensando que ellos no tenían ningún secreto importante y se sentía orgulloso. Empezó a

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admirar profundamente a Manuel ya quererlo porque siempre lo escuchaba y tenía un rato para él.

El gato de la Trini fue el tercer elemento del trípode. Un día saltó de la terraza de Jose al estudio de Manuel y comió sardinas de lata en aceite. Desde entonces, repitió cada día la visita hasta que se quedó definitivamente. Su pelo negro y sus ojos color· miel empezaron a estar más brillantes y perdió su aspecto famélico. El gato de la Trini pasó a llamarse Lucas y la Trini no lo buscó jamás. Jose, desde su terraza lo llamaba por su nuevo nombre y jugaba con él. Aprendió a reír ya ser un niño feliz; al menos, cuando estaba en compañía de sus dos amigos.

Pero un día, vio a Manuel triste; podría asegurar que había llorado, y él no supo hacer nada para contentarlo. Cuando le preguntó el por qué de su tristeza, le había respondido que había recibido una carta que le había recordado cosas no muy agradables. Pero después le había sonreído y le había enviado con su pala transportadora una riquísima tarta de manzana.

-La trajo Frasquita esta mañana. Cómetela. Ya verás lo buena que está.

-No sé por qué dicen que es raro ... -pensó Jose mientras recogía su tarta-o A mí me parece la persona más buena del mundo.

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n amón Atienza volvió a su casa a mediados de agos.f'.to. No pudo aguantar más su nomadismo. Deseaba volver, pero a la vez temía enfrentarse con una soledad mayor al notar el vacío de Carlota. Había viajado sin rumbo durante más de un mes: Ávila, Salamanca, León ... las playas de Galicia y de todo el Cantábrico. Tuvo la tentación de regresar por Madrid; de vigilar, sin ser visto, a su mujer; de intentar sorprender las miradas entre Héctor y ella y adivinar así los sentimientos que había entre los dos ... Todo eso le quemaba el alma; pero tuvo el coraje de rodear la ciudad y no entrar. Estaba dolido, tremendamente dolido. Se sentía abandonado y olvidado. Cuando sonaba el teléfono y la oía expresar sus sentimientos hacia él, tenía que hacer un esfuerzo para no decirle que todo cuanto decía le sonaba a falso. Siempre procuraba ser correcto con ella y no dejaba traslucir sus pensamientos ... Aquel verano había sido el peor que había vivido en mucho tiempo.

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En Vigo, buscó el consuelo de otra mujer engañando a Carlota por primera vez en su vida. Pensó que al vengarse de ella, se encontraría mejor.

-Te lo tienes merecido, Carlota -repetía con frecuencia para sí.

No quería sentir remordimientos. La traición había sido un reto para él, quería molestarla, quería que ella experimentara también la mordedura de los celos.

-iQué idiotez! -se decía a sí mismo en otras ocasiones-. Carlota no está celosa; sencillamente, porque no me quiere. Ella está enamorada de ese figurín narcisista, el gaIerista ... ; ese mentecato que sólo ha nacido para presumir. Lo del arte es pura excusa para verle.

Ahora no quería pensar. Una buena ducha y un café era todo lo que deseaba cuando abrió la puerta. Se fijó en las plantas. Gabriel había hecho un buen trabajo. Le daría una gratificación a la mañana siguiente cuando viniera a empezar su faena diaria. Era un buen hombre y un buen trabajador. Les había venido a ofrecer sus servicios cuando compraron la casa y ellos vieron el cielo abierto, sobre todo Carlota que no era nada aficionada a tener como obligación una dura tarea de esa clase. Así es que Gabriel y su mujer Lala se ocupaban de las tareas domésticas, incluido naturalmente el jardín, y además sabían dar consejos a Ramón en cuestiones de cómo y cuándo sembrar lechugas, ajos o tomates y demás asuntos referidos a la horticultura.

Dejó las maletas en su habitación y se dirigió al cuarto de baño. Mientras se lavaba las manos se miró

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al espejo. ¡Dios, qué viejo estaba y qué cara de cansancio tenía!

-iSu colonia ... !, está aquí su colonia. y su cepillo de dientes ... También está su albornoz ... Bueno ... , tendrá de todo esto en Madrid.

Sin embargo, unos pasos inconfundibles hicieron patente que Carlota estaba en casa.

-Hola Ramón: estoy aquí.

y le abrazó con toda la alegría del mundo. Él, sin creerse muy bien lo que estaba pasando, se dejó besar y acariciar. Su corazón latía fuerte, como el de un adolescente enamorado. Quiso ser frío con ella, pero no lo consiguió. Terminó besándola y abrazándola con toda la pasión del mundo. Hacía dos días que estaba en casa y esto era lo importante.

-lenemos que contarnos muchas cosas. Dúchate mientras yo preparo algo para picar. ¿De acuerdo? ¿Qué te apetece?

Cenaron fuera, a la luz de una luna llena y de un pequeño farol que había en el porche. La penumbra, el vino, el deseo del encuentro facilitaron el diálogo que, como casi siempre, inició Carlota.

-Ya no tenía nada que hacer allí y me vine a nuestra casa. Me fastidió no encontrarte. Creí que te iba a dar una sorpresa y me quedé fría cuando vi que aún no habías llegado. Cuando estabas en Galicia, dijiste que ibas a regresar pronto ...

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Hablaba con naturalidad que Ramón ya no sabía si estaba enfadado sin ninguna razón o es que su mujer era la mejor de todas las actrices. Lo cierto era que intentaba demostrarle su enojo contestando con monosílabos y con su gesto distante y serio. No podía mirarla a los ojos, por eso trataba de eludir su mirada. Si lo hubiese hecho, posiblemente ella le hubiera desarmado totalmente y hubiese acabado acariciándola y besándola. La deseaba, la adoraba. Sin embargo, era preciso poner en claro unas cuantas cosas para que su matrimonio siguiera adelante. No pedía demasiado, sólo que ella se comportara como una esposa normal. Sí, ¿por qué no?, como una esposa convencional, como ella decía. Estaba harto de tanto cambio, de esamisteriosa ansia de libertad. ¿Es que no se encontraba bien con él? ¿Es que no estaba enamorada? ... ¿Qué le faltaba a él para lograr satisfacerla? Había veces que no la entendía, que se encontraba ausente, misteriosa ... íDios, qué difícil era convivir con ella! Sin embargo, cuando estaba cercana, cuando sentía que era suya, era la mejor amante del mundo; pero ...

-lEn qué piensas, Ramón? No me haces caso a lo que te digo ...

-Perdona. No he oído bien ... Decías ...

-No es que no hayas oído, es que no escuchabas, estabas sabe Dios dónde. Te preguntaba si habías pasado a Portugal, a ver a tus amigos, los de Oporto.

-iAh, no! No llegué a ir... Estuve más tiempo del que pensaba en G alicia , en Vigo ... Carlota, tenemos que hablar.

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-¿y qué estamos haciendo, sino hablar?

-Me refiero a lo que pensamos uno del otro, a nuestro matrimonio ... ,a lo que hay verdaderamente dentro de nuestro corazón. Yo estoy dolido, fastidiado. Y me pone histérico -dijo levantando la voz- que adoptes ese aire de inocencia, como si vinieras de dar una vuelta por el Corte Inglés o de tomarte un café con una amiga ...

Ella quiso protestar.

-No, no me interrumpas. Me dejaste, te fuiste porque tenías que ver a ese mierda. Necesitabas verlo. No sé la razón, pero necesitabas verlo, eso quedó muy claro. y yo ¿qué? Ni siquiera preguntaste qué me parecía. Soy tu marido, icreoyo que soy tu marido! ¿O no? ¡Yo ya no sé lo que soy tuyo ... ! Por eso me quedé en Galicia -bajó el tono-. Conocí a una mujer -la miró de reojo, para ver el efecto que le hacían sus palabras, pero ella no se inmutó-. Estuve con ella. Es la primera vez que te he sido infiel;pero, ya ves, te 10 digo ...

-¿La quieres? -preguntó mirándolo con dureza.

-No. Te quiero sólo a ti. Pero necesitaba una mujer. La mía no estaba disponible.

-iYo no soy tu hembra, hijo de puta! -gritó-. Soy tu mujer, tu compañera. No soy ninguna esclava dispuesta a satisfacerte cuando tú me lo pidas. El amor es otra cosa. Y el matrimonio, también: esa institución a la que tanto aludes y la que tanto te gusta, pero de la que tienes un concepto completamente equivocado.

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-¿Tú me vas a dar lecciones?

-Sí, yo. Yo, porque pienso que no hay amor sin libertad, sin esa posibilidad maravillosa de elegir cada día sin coacción. Porque cada instante que eliges al ser amado, refuerzas el amor y crece en progresión geométrica... , como dirías tú.

-¿y cuando no eliges al ser amado?

-Elegir no significa no apartarse de su lado. A veces hay que ver las cosas con cierta perspectiva. Cuando yo me fui, te seguí eligiendo. y la compañía de Héctor, no ha hecho más que confirmarme en esa idea. Yo no me he acostado con él, pero si lo hubiese hecho no hubiese sido un gesto ruin, como el tuyo, cuando buscaste a esa puta. Entre nosotros hubiera habido cariño, no mero placer. y, ¿quién sabe? A lo mejor hubiera cerrado los ojos y te hubiese visto a ti.

-Luego lo quieres ...

-Naturalmente: es mi amigo. ¿O es que no puedes comprender que entre un hombre y una mujer haya una buena amistad?

Ya estaba dicho lo que él quería oír. Se sintió aliviado, pero a la vez sucio. No tenía que haber hecho lo que hizo. De todas formas, el saber que ella le había sido fiel le produjo toda la alegría del mundo y no la podía disimular. Intentó acariciarle una mano y ella la retiró.

-Carlota, creo que nos hemos hecho daño. Podemos remediarlo.

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Ella lo miró con pena, y sin poderlo remediar, una lágrima surcó su rostro. Se echó a llorar sin remedio. Ramón se levantó y fue hacia ella y le acarició la nuca, el cuello... De pronto, Carlota se levantó furiosa, y, como un meteoro, se encerró en su habitación.

Aquella noche, él ocupó el cuarto de invitados más solo que nunca y despreciándose a sí mismo. Un gato maullaba a lo lejos llamando a su hembra mientras las palabras de Carlota le martilleaban la sien. Se levantó a tomar un vaso de agua y un calmante y, al pasar por delante de la habitación, oyó llorar a Carlota. Dudó si llamar o no a la puerta, pero optó por no hacerlo. Intuía el inmenso abismo que había surgido entre ellos.

-Ahora es cuando la he perdido.

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lose, el chico de ojos grandes y marrones, no estaba nada a gusto en clase con la nueva compañera que le abían sentado a su lado hacía tres días. Una chica diferente, con la,piel basta y ennegrecida, con el pelo rizado que parecía una escarola, que no sabía hablar español (al menos, eso creía él) y que le miraba con recelo. Para colmo, aquellos tres demonios que no le dejaban en paz, se reían y hacían comentarios entre ellos y le miraban con descaro, burlándose y diciendo:

-i Métele mano a la saharaui!

Sentía una vergüenza horrorosa, a la vez que temía la reacción de la niña que tenía cara de pocos amigos. Ella era muy independiente y no aceptaba la ayuda que él tímidamente le había empezado a prestar el primer día que entró en clase.

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Al segundo día, la chica, que era muy lista, ya dijo su primera palabra en español y fue dirigida a él:

-iAtontao!

y esto como reacción a que Jase trató de señalarle la página en la que estaban trabajando; pero ella estaba empeñada en mirar otra en la que había una fotografía del desierto. Así es que pensó que nada de intentos solidarios, que bastante tenía con aguantar a Marcos, a Vicente ya Borja. y se metió en su trabajo que no era nada fácil y que necesitaba toda su atención. Le había dicho el maestro que tenía que ser amable con ella y ayudarle, pero ya se había hartado. Además, con él nadie se portaba bien, ¿Por qué tenía que hacerlo con aquella niña que, además de antipática era fea? Si al menos hubiesen sentado a su lado a Marisa ...

Pero el colmo de su indignación llegó cuando, a la salida del colegio, vio que venía a recogerla una señora que él había visto más veces. La señora era muy elegante y muy guapa, vivía cerca de su casa y la veía pasar con frecuencia, unas veces sola y otras con su marido. Algunas veces le había sonreído; y en una ocasión le quiso invitar a un helado, pero él había dicho que no y acto seguido había salido corriendo como una centella. ¡Qué vergüenza había sentido; pero qué contento estaba porque aquella mujer guapa le hubiese querido invitar!

-¿Qué tallo has pasado, hijita? -le dijo a la chica fea, dedicándole la mejor de sus sonrisas.

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La niña no contestó, pero sí le arrebató el paquete de fruta que llevaba la señora en la mano con una fiereza impresionante.

-Que no, Salka; que no puedes comer ahora. Espera un momento, sólo un momento hasta que lleguemos a casa -decía la señora con paciencia y dulzura.

Salka no entendía demasiado o tenía mucha hambre. Lo cierto es que siguió mordiendo la manzana con toda la ansiedad del mundo.

Pero a Jase le molestó lo de «hijita». ¿Por qué la llamaba así? Ella no podía ser su madre porque Salka jamás había estado antes en el pueblo, porque no hablaba español y porque de aquella madre tan guapa y amable no podía nacer una hija fea y antipática.

Se fue a casa triste y presintiendo la borrasca que se acercaba, o que ya estaba encima, en su tiempo de «cale».

Aquella tarde, no fue a ver a su amigo el pintor ni quiso hacer ningún dibujo. Se limitó a hacer de mala gana los deberes: los que entendía, claro; porque los que no entendía, optó por dejarlos y no esforzarse más. Luego, como su madre no estaba de muy buen humor, como casi siempre, decidió ponerse los cascos y oír música mientras escribía con letra irregular:

-Salka es tonta; Marcos, Vicente y Borja son malos, estúpidos, son creídos y chulos ... Algún día les daré una paliza ...

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Por la ventana vio pasar a Lucas, el gato, que se paseaba parsimoniosamente por el tejado. Lo llamó y el animal lo reconoció mirándolo fijamente con sus ojos color miel.

-Eres muy bonito, Lucas. Si tuviera, te echaría sardinas en aceite de las que te gustan; pero no tengo.

El gato se detuvo un instante, como enterándose de lo que el chico le decía y, después, siguió su lento y ceremonioso caminar.

Mientras tanto, la madre de Jase gritaba histérica a Tomasa, la criada, porque debía de haber roto algo en la cocina. Si el valor de las cosas se midiera por el volumen de los gritos que se dan cuando se rompen, el cacharro que había mandado Tomasa a mejor vida debería ser valiosísimo.

Jase subió el volumen de sus cascos a pesar de que su padre le había advertido que no lo hiciera, que no era bueno para los oídos; pero, cualquier cosa, antes de escuchar las lamentaciones de su madre.

En la calle jugaban niños que él conocía del colegio. Los miró un rato pensando cuánto daría por poder jugar con ellos, pero había dos cosas que se lo impedían: primero, su madre que estaba de mal humor y que, en tales condiciones, sabía perfectamente que no le dejaría salir de casa; y otra, la más importante, que tampoco los muchachos le dejarían jugar. No eran de su curso, eran más pequeños que él; pero la influencia de Marcos era mucha y, por aquellos días, había dado la orden de que ningún

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niño del colegio jugase con semejante gusano. El gusano era él.

Sin embargo, ya estaba harto. Se exponía a mucho, pero 10 intentaría.

Salió sigilosamente, para que su madre no advirtiera su escapada y se acercó al grupo.

-Hola -dijo.

Nadie le contestó, pero el aguantó estoicamente. Carraspeó y preguntó sin rodeos:

-¿Me dejáis jugar?

Los muchachos se miraron unos a otros. El más alto y decidido dijo encogiéndose de hombros:

-Vale.

lO?

Elvira había cogido unos días de vacaciones porque necesitaba aislarse un poco de todo y de todos, incluido Marcelo. Últimamente estaba insoportable y veía que perdía la paciencia con él. Sentía mucho lo que le pasaba, estaba dispuesta a ayudarle ya apoyarle; pero también ella tenía necesidad de un respiro, desasirse un poco de él que se mostraba bastante absorbente y con grandes dosis de impertinencia.

Tenía un pequeño apartamento en una playa del sur y quería relajarse; así es que, aquella mañana que salía de una guardia, descansaría un poco, haría después las maletas y, posiblemente al día siguiente, se marcharía sin despedirse. Al fin y al cabo, sólo serían unos días: cuatro o cinco; o al máximo, una semana ...

No quiso escuchar el contestador. Seguramente habría mensajes de muchos requiriendo su presencia o su consejo o informándole de algún asunto; pero esta

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vez no estaba para nadie. Bostezó mientras se dirigía a su cuarto. Estaba muy cansada; la noche anterior había sido movidita y sólo necesitaba olvidarse del mundo y dormir.

A las dos de la tarde sonó el despertador.

-Sólo he dormido cinco horas ... -dijo perezosa.

y se dio ·la vuelta y siguió durmiendo un par de ellas más. Luego, una ducha ya preparar la maleta como había planeado; pero decidió no salir aquel día: no le gustaba viajar de noche y era seguro que acabaría entreteniéndose hasta salir casi a la caída de la tarde. A la mañana siguiente madrugaría.

Cuando empezó a recorrer los primeros kilómetros, se sintió libre como un pájaro; tenía ganas de cantar y 10 hizo, siguiendo una canción de moda que ponía la radio. Hacía un sol espléndido y los campos de Casti11a estaban dorados: grandes llanuras amari11as salpicadas de molinos. Una súbita alegría le ensanchaba el corazón.

-Estoy como una chiquilla con zapatos nuevos -se dijo-o La verdad es que necesitaba este viaje.

En el Paso de Despeñaperros, hizo una parada. Cada vez que pasaba por allí, le gustaba detenerse, contemplar el paisaje y respirar aire puro. De eso estaba muy necesitada: Madrid tenía muchas cosas buenas, pero le faltaba oxígeno y le sobraba contaminación.

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En el último tramo, el tráfico estaba imposible; pero por fin llegó a su refugio particular.

-iAh, huele a mar! -se dijo mientras aspiraba profundamente el aire de aquella tierra y desentumía sus extremidades.

Abrió el apartamento. Algo de polvo, olor a cerrado ... Llevaba bastantes meses sin ir; eso indicaba que no se había dado tiempo para ella. El trabajo en el hospital, aquel grupo de necesitados del que se había responsabilizado, la enfermedad de Marcelo ...

Quizás asumía excesivamente los problemas de los demás ... Antes no era así, aunque no se pudiera decir que fuera atolondrada e irresponsable; pero, a partir de aquella experiencia horrible, su trabajo le había marcado de forma inexorable. Fue muy al principio de su vida laboral. Una mañana, había llegado al hospital, casi dormida, después de una noche de fiesta. Trabajaba por entonces en el Servicio de Urgencias y le llegó un enfermo con un fuerte dolor en el pecho, al que, después de un ligero reconocimiento, le diagnosticó una simple contractura muscular.

-Señorita, ¿no será algo más importante? Mire que yo lo veo muy mal. .. -se atrevió a decir la mujer del enfermo, una anciana, como él, con el cabello blanco y el dolor reflejado en el rostro.

-Señora, no hay nada importante; confíe en mí ... No le voy a dar ni siquiera ingreso: que se tome estos calmantes y pronto estará mejor.

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Unas horas después, moriría en su casa, de infarto. Lo supo por una auxiliar, vecina del matrimonio. No hubo denuncia; pero jamás se perdonó a sí misma. A partir de entonces, se entregaba al máximo a cualquier persona que lo necesitara. Aún seguía viendo en sueños la mirada suplicante de aquella anciana, que no tenía en el mundo más que aquel hombre al que se le iba la vida.

Viejas memorias. Heridas que jamás cicatrizaban.

Pero hoy estaba allí, en la playa, y había que disfrutarlo. Nada de recuerdos, ni lamentaciones.

Ventanas abiertas, pasar la ir al supermercado y llenar la nevera de lo que iba a necesitar... Luego, la playa.

Aún había gente de vacaciones; sobre todo, personas mayores que ocupaban los hoteles cercanos, aprovechando las rebajas de los viajes concertados con el IMSERSO en el último tramo del verano. y allí, frente al mar, dejó que su espíritu se sumergiera entre los azules y verdes, entre la espuma blanca de las aguas y la luz que todo lo invadía.

-iQué belleza! -dijo-o Y qué paz.

Se dio un poco de más crema en la cara. Tenía que tener cuidado con el sol porque su piel era demasiado delicada. Luego, echada en su tumbona, abrió un libro y se dispuso a leer.

A su derecha, se había instalado una familia compuesta por el padre, un señor del que llamaba la aten-

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ción un enorme abdomen cervecero; la madre, muy habladora; otra señora que había venido de otro grupo a hablar con la madre parlanchina; dos críos pequeños, un niño y una niña, y la abuela. La abuela tenía una pamela que le protegía el rostro del sol y una batita, no usaba bañador; de vez en cuando, se acercaba a la orilla y dejaba que el agua bañara sus pies descalzos. y cuando alguien pasaba cerca de ella, sonreía bondadosamente y decía, señalando sus pies y como a modo de disculpa:

-Es bueno para la circulación

Los éríos a veces se peleaban, a veces jugaban y reían. Gritaban siempre. Cuando había pelea, como la madre estaba hablando con la otra señora y el padre mostraba al sol su hermoso vientre mientras pretendía una relajada siesta, acudían a la abuela en busca de justicia, que trataba de poner paz ya veces lo conseguía.

-Pues desde luego, fue una ganga: les costó sólo dieciséis millones -comentaba la madre.

-El nuestro costó veinte; pero claro, no se puede comparar -contestó la otra.

-Si es que se han puesto por las nubes

Elvira se sumergió en la lectura de su libro. Como música de fondo, la parleta de las dos mujeres y los gritos de los niños; pero pronto se metió en su historia y todo aquel murmullo pasó a segundo plano. Después, un paseo a la orilla del mar y un buen baño...

...
...
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y aquella noche, descansó sin «busca» y sin teléfono. Antes de dormir, conectó la radio y sintonizó una emisora que ponía música de los sesenta ... «Nos quedamos solos, como cada noche ... »

Los guateques de entonces, Marcelo, su primer beso ...

Al día siguiente, despertó antes de las ocho; pero se dio una vuelta en la cama, gozando del descanso.

-Esto es vida ... -dijo mientras se desperezaba.

Pero a los pocos minutos se levantó. Quería disfrutar la mañana: un paseo por la playa y un desayuno en aquel bar, cerca de la plaza del pueblo que ponía unos «calentitos» que quitaban el sentido.

-¿Cómo está uzté, zeñorita Elvira? -saludó cariñosamente el camarero-o Cuánto tiempo zin verla. Me alegro de que haya venido.

-Gracias, Juan. Estoy muy bien. Yo también me alegro de verte. ¿Qué tal la familia? ¿y la pequeña?, ¿cómo le fue la operación de apendicitis?

-Muy bien: estos muchachos ze reponen enzeguida de las cazas ¿Qué va a zer? ¿Café con calentitos?

-Naturalmente, como siempre -sonrió.

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y entre sorbo de café y mordisco de churro, le dio un vistazo al periódico. Era un auténtico placer echar en el desayuno todo el tiempo que se quisiera ...

-En este pueblo se detiene el tiempo -pensó.

Sólo la fuerza del deber puede hacer que, a veces, salgas de tu instalación. Se acaban las vacaciones y con un poco de nostalgia y con bastante dosis de pereza, comienza el regreso a la rutina, a las preocupaciones, al trabajo, a la vida de siempre.

-Parece que el tiempo va a empeorar -se dijo para conformarse.

y comenzó la recogida de cosas y la limpieza para no encontrarse mal el apartamento la próxima vez ... Próxima vez: ¿cuándo? ... Pronto, tenía que ser pronto. Ella necesitaba tomar nueva energía de vez en cuando. Sonrió al comprobar que siempre que se marchaba de allí tenía los mismos propósitos y luego no los cumplía.

Salió a media mañana camino de Madrid. Tenía que pasar obligatoriamente por Sevilla: allí pararía a comer y llamaría a su Andrea. Siempre que regresaba de la playa lo hada así. Andrea y ella sólo se veían de vez en cuando, pero seguían siendo tan amigas como siempre. Estudiaron juntas y sólo una vez en la vida, que ella recordara, habían discutido fuerte: cuando a las dos les gustaba el mismo chico y él jugue-

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teaba con ambas, en su segundo año de Facultad. Pero cuando comprobaron la clase de persona que era, lo mandaron a la porra y se olvidaron de él.

Fue un auténtico placer ver a Andrea, comer con ella, recordar buenos tiempos y reír, reír mucho. Con Andrea, había que reír siempre porque en una simple conversación intercalaba chistes de todas clases. Elvira pensaba que muchos los inventaba ella sobre la mar· chao Era de un pueblo cercano a la capital, pero cuan· do terminó la carrera se instaló en Sevilla y allí seguía. Se había casado con un hombre de la Banca, de Barce· lona, que era absolutamente serio y al que lo de vivir en el sur no le hacía gracia; pero llevaban enclavados en la capital hispalense desde que se casaron y no pa· recía que tuvieran intención de mudarse.

Cuando llegaba a Madrid, aún sonaban en su mente las risas y la conversación animada, mientras comían en aquel restaurante italiano que tanto les gustaba. y el aire y la luz de Sevilla, y el color del albero ...

-Sevilla es única -comentó en voz alta-o Quizás algún día pida traslado.

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El día había amanecido nublado prediciendo el cambio inminente de estación. Empezaba a refrescar y la nostalgia iba apoderándose poco a poco del corazón de Manuel. No se encontraba bien. Su salud empezaba a flaquear: le dolían las articulaciones y se le hacía difícil pintar.

-Maldita enfermedad ... -pronunció en voz alta con amargura, aunque nadie le escuchaba.

La noche había sido tremendamente larga: no podía dormir. Una sensación de ahogo le había hecho levantarse repetidas veces en la madrugada y sentarse en su sillón. Sabía muy bien en qué quedaría todo aquello: el final se precipitaba a pasos agigantados. Cuando llegó a su casa no pensaba que todo iba a ir tan rápido, pero el último mes había sido horrible.

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Se acordó de Jase. El día anterior se había marchado de prisa, corriendo y casi llorando.

-Estuve duro con él... Pobre Jase ...

Todo había empezado de la manera más simple. El chico había querido gastarle una broma y él no la había encajado demasiado bien. Manuel trataba de terminar un cuadro con todo el esfuerzo del mundo: sus manos se negaban a obedecerle y, por otra parte, tenía tal sequedad de espíritu que no le surgía ni la más mínima motivación para seguir pintando, para crear algo nuevo, diferente ... Se desesperaba porque no lograba dar la pincelada exacta donde quería y de la forma que quería. También con el colorido tenía problemas ... Parecía un principiante. Y en esta quimera viene el crío, le lanza una voz para asustarlo y lo consigue hasta tal punto que Manuel suelta un pince lazo en el lienzo, estropeando definitivamente el efecto que pretendía conseguir.

-jEres tonto! lOyes? jEres tonto! Mira lo que acabas de hacer... jMe has chafado el cuadro, ahora que estaba a punto de terminarlo! ¡No vuelvas a ha'cer una cosa así!

Sólo cuando vio la cara del muchacho comprendió que le había hablado en un tono al que no le tenía acostumbrado. Jase, atónito, sin comprender demasiado cuál había sido su error, sintió que su cara se encendía y que sus ojos estaban a punto de dejar escapar las lágrimas.

-No te preocupes, no te molestaré más ... Eres como los demás.

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y salió corriendo dejando caer en el suelo su último dibujo.

Manuella contempló mientras se marchaba. Lo llamó, pero no obtuvo respuesta.

-Tengo que hablar con él. Esto no puede quedar así...

Pero volvió a su cuadro... Un retoque, otro ... Nada, mejor dejarlo.

Se sentó y trató de serenarse ... Lo ocurrido le había hecho perder la paz .. Le dolía la mirada del niño y sus últimas palabras.

-Tengo que hablar con él-repitiá-. ¡Dios, que venga por aquí!

Pero no volvió. Jase, rompiendo las férreas normas impuestas por su madre, se fue al campo, a las afueras del pueblo, donde jamás había ido solo: la rivera, un puente medio derruido donde los muchachos jugaban al escondite oa la guerra ... Y en un recodo, a la sombra de un antiguo alcornoque, se sentó a llorar y a pensar.

Allí lo encontró Manuel, que había salido a dar su paseo diario; paseo que él mismo se había impuesto porque el contacto con la naturaleza le hacía mucho bien y además pensaba que el andar era bueno para sus articulaciones. Así, aunque le costase la misma vida, no faltaba a su cita diaria con los alrededores del pueblo.

-Hola, Jase.

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-Hola -contestó secamente el niño.

-Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo sentarme?

El muchacho se encogió de hombros y dijo:

-El campo es de todo el mundo.

-Pero tu intimidad, no. Y si te molesto, no debo quedarme a tu lado.

El niño hacía esfuerzos por no llorar.

-¿Qué hice mal? -preguntó al fin, haciendo una mueca que indicaba su estado anímico.

-Nada. Tú no hiciste nada mal. Fui yo el que te hablé como no debía ...

Se sentó entonces.

-Mira, tienes que saber que nadie es perfecto y yo, menos que nadie -continuó-. A veces tenemos re,acciones que, por alguna razón, no sabemos controlar y hacemos cosas que no queremos hacer. Yo no quería haberte gritado como lo hice. Lo siento, de verdad; pero aunque te haya hablado así, no quiere decir que no te quiera, que no sea tu amigo.

-Yo: .. me asusté. Me dio la sensación de que te molestaba mi presencia, de que querías que me fuese ...

-Tú no me molestas jamás. Lo que ocurre es que estaba muy metido en mi trabajo y me distrajiste ...

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-Metí la pata ...

-No, hombre, no. Tu intención era sólo dar una broma yeso no es malo. No tiene importancia 10 que hiciste ... Lo que quiero es que me perdones: soy yo el que me equivoqué.

Por toda respuesta, un abrazo. Después, siguieron el paseo. Para Jase, el mejor paseo de su vida.

Ya en casa, Manuel tomó un café mientras descansaba. Echó un vistazo al periódico y miró a través de la ventana.

-Ya viene el cartero -pensó-. A ver qué trae hoy.

Le gustaba esperar al cartero. Desde pequeño, le había gustado; 10 esperaba con impaciencia: recibir una carta de una persona querida era tanto como recibir un trozo de su alma. Se recreaba mirando la letra conocida; era algo personal, que caracterizaba al autor ... Jamás había empleado la máquina de escribir ni el ordenador para escribir una carta, ... A mano; las cartas, a mano.

Dos del banco y un sobre escrito con letra de mujer. La reconoció enseguida.

-iCarlota, querida Carlota ... !

Se habían conocido en la Escuela de Bellas Artes, en Sevilla. Esa chiquilla alegre y sin prejuicios, había sido una corriente de aire fresco en la vida de Manuel que, por entonces, trataba de ocultar su homosexuali-

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dad a cualquier precio. No era demasiado habitual en aquella época que alguien te abriese su alma aceptando todo de ti sin querer reformar nada, incluso aquello que llamaban desviación, aberración, anormalidad o cualquier otro sustantivo que hiciera que se sintiera como un bicho raro y culpable además de su rareza. No había habido demasiadas explicaciones entre ellos. No había hecho ninguna falta. La naturalidad de Carlota, su amplitud de mente y su oposición a todo convencionalismo e hipocresía le habían abierto las puertas de la libertad: empezó a quererse a sí mismo y a aceptarse tal cual era...

-Manuel, no sucumbas, no tienes por qué. Este mundo mezquino y cuadriculado no tiene razón, se equivoca ... Y además, te está matando: lucha contra él. Saca de dentro de ti toda la energía que tienes, esa que te hace crear, ser artista; esa que te hace ser la mejor persona del mundo ... -le había dicho el día que lo encontró destrozado por el comentario de un profesor, seguramente celoso de su talento, que había asegurado que su asignatura no la aprobaban los maricones.

Ella, jugándose el tipo, fue la que tuvo la idea de firmar un manifiesto, denunciando aquel hecho. Hubo amenazas, conversaciones persuasivas privadas con los cabecillas de aquel tumulto en las que se vislumbraba el más sutil de los chantajes, vigilancias extremas de cada uno de sus pasos, acusaciones de estar metidos en política ... Malos tiempos, pero momentos en los que se fueron urdiendo los cimientos de unas relaciones humanas llenas de sinceridad, generosidad y amistad auténtica.

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Abrió el sobre con dificultad, con las manos temblorosas y doloridas.

«Queridísimo Manuel: Necesito verte y compartir contigo lo que tengo ahora mismo en el alma, que no es demasiado: dolor, decepción, rabia ... Creo que estás ahí porque me encontré a Marcelo un día en Madrid y me dijo que probablemente hubieras regresado a tu casa. Por cierto, que lo he encontrado muy raro; pero no quiso hablm: ..

Dime si puedo iry pasar contigo unos días. tTe viene bien la visita? Llámame o contéstame por carta.

Un beso, con todo mi carilio. Carlota».

Así era ella: directa en todas sus cosas. El anuncio de su venida le animó hasta el punto que casi se olvidó de su malestar: había que preparar la casa para cuando viniera. Seleccionó los mejores cuadros que había pintado últimamente para enseñárselos, seleccionó lo mejor de su poesía ... La última vez que recibió noticias suyas lo invitaba a su boda con aquel profesor.

-Ya verás cómo te gusta, Frasquita. Es un poco como tú. Congeniaréis de maravilla.

-Seguro que sí. A ver si con su presencia te animas algo más, porque últimamente ...

-Estoy bien.

-iVamos, que ya nos conocemos!

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Aquella tarde, también Jase supo de la próxima venida de Carlota.

-¿y es pintora, como tú?

-Sí... y podrás enseñarle tus dibujos ...

-No es tu novia, ¿verdad?

-No: es mi amiga.

Por la noche trató de conectar con Carlota por teléfono. No estaba en casa. La voz de Ramón le pareció la de un hombre hundido en el abismo de la depresión yel dolor.

-No sé si me recuerdas: soy Manuel Márquez. Estuve en vuestra boda, era ... soy muy amigo de tu mujer.

-Sí, creo que sé quién eres. Te fuiste a París, ¿no? Ella habla de ti de vez en cuando, te recuerda con . mucho cariño ...

-También yo a ella. Mira, es que me escribió diciendo que le gustaría venir a verme y quería decirle que me encanta la idea. Supongo que tú la acompañarás ...

-Te equivocas Manuel; ella no cuenta conmigo para sus viajes ...

Manuel intuyó que algo tremendo pasaba entre ellos.

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-Bien. No te molesto más. ¿Querrás decirle que cuento con ella?

-Lo haré.

-Gracias.

«Dolor, decepción, rabia ... » eran palabras de la carta de Carlota. Debería estar pasándolo fataL .. ¿Por qué los seres humanos arrastramos a nuestro paso sentimientos y acciones que hacen desgraciados a los demás? ¿Qué falla en nuestras relaciones? .. No podía pensar en otra cosa.

Manuel movió la cabeza, intentando no pensar. No quería hacer juicios antes de hablar con su amiga.

El gato Lucas llamó su atención maullando y rozando su lomo por la pierna.

-Ven aquí, amigo. .

y lo cogió y lo acarició durante un rato sintiendo la suavidad de su pelo negro y brillante en sus manos.

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La luz de la luna llena entraba a través del ventanal. Música de Telemann y sus recuerdos mezclados en un principia, pero después, cada vez más nítidos: aquel día que despertó en la cama sin saber dónde estaba y por qué estaba allí.

-¿Dónde estoy?

-¿En un hospital? -le dijo una mujer en perfecto español.

-¿y qué hago aquí? ¿Qué me ha pasado?

-Te has librado de una buena, amigo.

-¿Estoy en España?

-No. Estás en París, lo que ocurre es que yo soy española como tú.

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Se fijó en ella. Era una mujer mayor, con el pelo completamente blanco y arrugas en el rostro y en las manos que delataban el paso del tiempo y quizás también la huella del sufrimiento. Su mirada serena, profunda, que envolvía en un cálido bienestar y daba sensación de cercanía, llamó la atención de Manuel.

-¿Qué hago aquí? -volvió a preguntar.

-Intentaste suicidarte ... -lo miró de reojo mientras manipulaba el gotero-. Afortunadamente para ti, avisó una señora y fue una ambulancia y te recogió. Esto fue hace tres días.

-¿Una señora?

-Tu casera, creo. Por lo que dijo, tú vives en un apartamento suyo y ella fue a recoger unas cosas de una habitación que se tiene reservada con algunas de sus pertenencias, cuando te encontró tendido en el sofá. Buen susto le diste a la pobre señora: creyó que estabas muerto ...

Recordaba muy bien aquella tarde maldita. Sí, se había tomado un tubo entero de somníferos justo después de que Marcelo se marchara, después de decirle que si había vuelto a él, que si se había acostado con él, era para contagiarle lo que hubiera adquirido en aquellos días de juerga desenfrenada. Nunca le produjo tanto dolor el salivazo del desprecio y del odio. Por eso decidió quitarse la vida. Ya nada tenía sentido ... La crispación de su rostro al recordar todo aquello, dejaba traslucir su pensamiento. La mujer le dijo:

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-Vamos, vamos, que te estás viniendo abajo yeso no es bueno ... Tómate este caldito, te hará bien.

A Manuel le extrañó tanta familiaridad y el que la mujer no vistiera uniforme alguno. No debía pertenecer al personal del hospital. Entonces, ¿qué hacía allí? Se lo preguntó directamente.

-He ejercido la medicina en este hospital hasta que me jubilé hace unos años, pero sigo viniendo por aquí. He trabajado con el Dr. Dupont y sigo colaborando con él en sus investigaciones sobre el cáncer. Es un campo que me preocupa mucho y en el que estoy empleando todas mis energías ... Y ya ves -sonrió-, el Destino: cuando ingresaste, estaba yo aquí y supe por tu casera que eras español; le dio tus datos a la enfermera con la que yo estaba hablando. Por eso, me he interesado por ti y vengo a verte cada día ... ¡Ah, me llamo Ángela Sanz! Tu nombre, ya lo sé ... Pero, basta de charla: ahora descansa. Mañana pasaré por aquí otra vez ... si quieres.

-Estaré encantado.

A la tarde siguiente, Manuel esperaba con cierta impaciencia la visita de su nueva amiga.

Partidas de ajedrez, paseos por los jardines del hospital y, sobre todo, charlas: animadas y jugosas conversaciones. Así, entre la doctora Sanz y Manuel surgió la chispa de la complicidad, de la camaradería.

-Hoy he traído algo: salgamos al jardín. Tenemos que celebrar una cosa importante -dijo una de aquellas tardes.

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-Dígame qué es -contestó él.

-¿Qué es qué? ¿Lo que te traigo o lo que tenemos que celebrar?

-Ambas cosas -pero a la vez que hablaba, miraba insistentemente el paquetito rectangular envuelto en papel en el que estaba impreso el nombre de una pastelería.

-iAh, me parece que tu estómago reclama tu atención antes que tu espíritu -rió ella quitando el paquete del alcance de Manuel-. Salgamos antes de que venga la enfermera y me riña porque te maleduco.

Ya en el jardín, degustando los exquisitos pasteles y los estupendos bombones de chocolate, Manuel se enteró que tal día como aquel, Ángela había llegado a Francia, dejando atrás una historia triste. Había llegado como una mujer nueva en busca de la vida, mirando hacia el frente y con el alma llena de esperanza. No había lugar para el miedo. Ya no podía haber más miedo en el mundo porque ella había absorbido la mayor cantidad que un ser humano puede aguantar. El día que llegó a Francia era el día cero de una vida diferente.

-¿Qué le hizo cambiar? -preguntó Manuel.

-No lo sé muy bien. Quizás un montón de circunstancias juntas: el hecho de terminar mi carrera al fin, mis prácticas en oncología... Parece mentira que al convivir con gente que estaba sufriendo, en estado terminal, surgiera en mí aquella especie de rebeldía, aquel

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afán de lucha para ganarle la partida a la muerte. Luego, cuando en el Congreso conocí al doctor Dupont, supe que tenía razón, que valía la pena embarcarse en una empresa como esa. Solicité una beca y me la dieron. Así es que llegué a este país con un montón de ilusiones y dispuesta a no volver la cabeza hacia atrás. Desde entonces,todos los 28 de marzo lo celebro a mi manera. Este año, contigo -sonrió.

-Para mí ha sido una suerte conocerla.

-Para mí también el conocerte a ti.

y cambió de conversación. Propuso una partida de ajedrez y él aceptó encantado. Esta vez, el jaque mate lo dio Manuel.

-iVaya, sí que estás fuerte hoy tú! -comentó ella aceptando la derrota.

-Sí, estoy fuerte de mente; pero no sé cómo está mi salud física. No me dicen nada del alta ...

-¿Tan pronto quieres marcharte? .. No, no creo que te marches aún. Hay que hacerte algunas pruebas más ...

La estancia de Manuel en el hospital se prolongó más de lo que se esperaba, pero la compañía de Ángela Sanz fue un tónico para éf

Todo lo recordaba con gran claridad. Sonrió mientras veía el rostro sosegado de aquella mujer, su sonrisa, su voz. Repasó su historia con toda clase de deta-

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lles: las cosas que ella misma le había contado y 10 que se decía de ella ... Una extraordinaria mujer...

y así, envuelto en aquellos recuerdos, quedó completamente dormido, mientras el disco sonaba una y otra vez.

En la noche clara, se distinguían las formas de los objetos que había en su habitación. Encima de lamesa camilla, un libro de poemas, «El Romancero Gitano», de García Larca, y un cuaderno. y en la pared, fijado con cuatro chinchetas, un dibujo de Jase.

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Aquel día había llegado tarde a clase. Tomasa lo .t"\había llamado varias veces, pero él estaba perezoso; hasta que la voz inconfundible de la madre se hizo oír y saltó como un cohete fuera de la cama. Apenas le dio tiempo a desayunar: un poco de leche con cola-cao y una galleta.

No le gustaba llegar tarde porque todos los chicos lo miraban cuando entraba ya él le daba vergüenza. y para colmo, aquel día tocaba teórica de Educación Física a primera hora y el profesor era un bruto con todo el mundo, pero más con él. Un día, le llamó «gallinita» porque era bastante patoso corriendo y «los tres hestias» se rieron muchísimo; pero cuando Marcos intentó repetir el apodo, el profesor se enfadó con él y le echó de clase. A partir de entonces, no había vuelto a decirle cosas semejantes y casi había disculpado su torpeza haciendo la vista gorda cuando metía la pata, pero a Jase le seguía dando un pocq de miedo aquel

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hombre musculoso y fuerte y no quería exponerse demasiado.

Abrió por fin la puerta del aula y observó que no estaba el profesor. Los alumnos charlaban unos con otros y la mayoría no fue consciente de su llegada; pero Borja sí, Borja se dio cuenta y enseguida advirtió a sus amigos. Los tres lo rodearon y le acompañaron hasta su sitio, con risitas, cachetes y zancadillas.

Salka ya estaba sentada tras su mesa y observó todo lo que pasaba.

-iVamos, gallinita, que hoy se te han pegado las sábanas! -decía Vicente.

-No: se habrá meado y mamá le habrá tenido que cambiar los pañales -reía Borja.

-Pitá, pitá, pitá -repetía Marcos.

y sin que nadie esperase su reacción, Salka se puso en pie y con su acento extraño dijo:

-iDejadlo en paz!

Lo dijo con voz tan potente, que todos los demás alumnos se callaron y los tres bestias se quedaron paralizados sin pronunciar palabra. Jase se sentó junto a Salka, con la cara roja que le ardía y se afanó en colocar su material de clase.

-iMira qué bien! ¡Lo tiene que defender la negra! Él no sabe -dijo al fin Vicente.

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-iNo la llames negra! -contestó Jose desafiante, ya sin miedo.

-¿Quién me lo va a impedir, tú? -respondió.

y empezó la pelea: Salka y Jose contra los tres bestias. Pero Salka aquel día era una caja de sorpresas: peleaba mejor que nadie, se movía con una agilidad increíble y golpeaba con una fuerza extraordinaria.

Cuando llegó el profesor, quiso poner orden; pero el jaleo era tan tremendo que nadie lo escuchaba. Gritó con voz potente y los chicos espectadores callaron sus voces de animación y los protagonistas dejaron su pelea, no sin dejar de mirarse con todo el rencor del mundo.

-Pero, ¿qué pasa aquí? ¿Es que estáis locos o qué? A ver, ¿quién empezó la pelea?

Todos callaron. Los cinco jadeaban dejando entrever el daño que hacía la rabia contenida. Por fin Salka dijo: .

-Han sido ellos, que no dejan en paz a Jose ... , ni tampoco a mí.

Los tres miraron a la niña con fiereza y ella lo captó. Sin ningún miedo añadió:

-y no intentéis pelearos con ... nosotros -recalcó el «nosotros» y Jose se sintió orgulloso, a la vez que pensaba que dónde se estaban metiendo- porque saldréis. perdiendo.

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El maestro disimuló todo lo que pudo una sonrisa.

-Nadie va a comenzar otra pelea -dijo-. ¿Verdad, Marcos? ¡Nadie! Esto se va a cortar aquí, porque si no podía haber consecuencias que nadie desea.

Miró a los tres y ellos se sintieron incómodos. Marcos recordó la última advertencia del director, hacía un mes o así, cuando llamó a su madre, una mujer soltera y alcohólica que no hacía demasiado caso de su hijo, y a la que se le dijo con toda claridad que la próxima vez que hiciese Marcos alguna gamberrada más, se pondría el caso en manos de los Servicios Sociales. También los otros dos habían sido advertidos de cosas semejantes; por tanto, se limitaron a mirar al suelo y a asentir con la cabeza.

Los cinco fueron castigados: Salka y Jase contribuirían a la limpieza del cale, cogiendo los papeles del patio de recreo; y los otros tres, estarían tres días sin recreo en el despacho del director. A partir de ese momento, los tres bestias no volvieron a meterse con ninguno de los dos.

-Gracias, Salka -dijo Jase cuando todo se tranquilizó.

-También tú me «difiendes» -contestó la niña en su mal aprendido castellano-. Ellos no me gustan.

-Si quieres, te dejo mi maquinita de juegos.

Aquel día en el recreo jugaron juntos. Ya ellos se acercaron más niños rompiendo la prohibición de Marcos. Para Jase fue un recreo inolvidable.

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Por la tarde, en su cuarto, hizo un dibujo para ella: era una escena desértica, donde se veían hombresataviados al estilo de aquella tierra, con camellos y alguna cabra. Salka le había comentado que ella, cuando regresaba de la escuela, guardaba tres cabras que tenía su padre. Su padre venía de vez en cuando a ver a sus siete hermanos, a su madre y ella; pero se iba pronto. Nunca estaba en casa mucho tiempo seguido. La madre cuidaba de ellos, pero como siempre estaba embarazada eran sus hermanas mayores y ella las que cuidaban a los más pequeños ya las cabras.

Subió a la terraza con la esperanza de ver a Manuel para pedirle opinión sobre el dibujo.

-Le gustará, seguro; le recordará su casa ya su gente. Es muy bonito, me encanta -había comentado Manuel. .

-No es fea, ni antipática ... Yo estaba equivocado. Y además, es listísima: aprende rápido ... y me ayuda -se apresuró a aclarar.

y en ese momento, decidió que le regalaría su maquinita. Ya no le importaba que Beatriz, la señora elegante, le llamara «hija», porque había dos clases de . hijos: los que nacían después de haber estado nueve meses en el vientre de su madre; y los que la madre, o el padre, o los dos, decidían acoger, cuidar, educar y querer. Eran igualmente hijos, aunque algunos de los que habían nacido del vientre de su madre, no eran muy queridos ... A él le hubiera gustado que Salka hubiera sido su hermana aquí en España, porque los saharaui tenían doble de cada cosa, de padres y de her-

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manos: unos aquí y otros en el Sahara. Pero a sus padres no se les había ocurrido nunca pensar en ningún niño de otro país, sólo lo tenían a él... y él sabía que no les gustaba demasiado.

Aquella noche soñó con camellos y cabras; con el desierto, con Salka que le llevaba a su casa y que dormían en el suelo. Yal otro día, con sus siete hermanos, fueron por el desierto en busca de tesoros.

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Cuando Carlota escribió a Manuel, estaba viviendo una situación límite; se sentía en un callejón sin salida y nada, ni siquiera su pintura, le hacía superarse. lenía el corazón mordido por el amargor de la desesperanza.

Tardes enteras sin ilusión, vacías, sin amor. Pasaba horas absorta en sus pensamientos y en sus ojos había una tristeza desconocida en ella. Después de la vuelta de Ramón y de la discusión que tuvieron, ya nada volvió a ser igual entre ellos. A veces, había frases de pura cortesía y nada más. Vivían como dos extraños, como si la vida anterior estuviese a años luz de ellos y nada pudiese hacerse para recuperar el ayer. Además, no merecía la pena acordarse siquiera de lo que habían vivido porque ya no estaban en la misma sintonía. Estaba convencida de que aquel hombre nada tenía que ver con aquel que ella amó, y se preguntaba por qué seguía en aquella casa conviviendo con él; sin

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embargo, continuaba día a día con su rutina sin hacer nada para que cambiara aquel ambiente sin sentido.

Por su parte, Ramón pasaba por una situación muy parecida. Sólo, que cada mañana se preguntaba si Carlota llegaría a pasar el día entero en casa. Se asombraba de su mutismo, de su tristeza; pero, sobre todo, de la monotonía de su hacer y de su falta de ilusión. Ella, que había vivido y transmitido vitalidad, energía ... estaba convertida en un cadáver. También él pensaba que era una extraña, que aquella mujer no era la suya. Pero , aún así, prefería tenerla a su lado, sentir su presencia, oír su voz ...

-¿Querrás decirle a Gabriel que cambie el aceite de mi coche? Que cambie también los filtros ... Lo necesito bien preparado: vaya viajar.

Aquellas palabras fueron terminantes, incisivas. Ramón tragó saliva.

-Lo sabía -pensó.

No dijo nada, sólo asintió con la cabeza·. Al cabo de un rato dijo:

-¿Dónde vas? ¿Se puede saber?

-Se puede. Vaya Madrid,

-¿A ver a Héctor?

-No, Héctor está en Roma; no creo que haya regresado.

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-Entonces, ¿a qué vas?

Carlota lo miró desafiante. Por un momento sus ojos recobraron la expresión, la vida.

-A pasear por Madrid, a ver nueva gente, a ver si noto que estoy viva ...

Los ojos de Ramón se humedecieron. Se sintió solo y sin recursos para recuperar lo perdido.

-Me gustaría despertar a la vida contigo -dijo al fin.

Pero Carlota no lo oyó. Se había marchado del salón silenciosamente camino del dormitorio. Iba a hacer las maletas.

Sultán, fuera, en el porche, ladraba jubiloso al juguetear con un ratoncillo asustado que había encontrado.

Corregir exámenes, preparar la conferencia que le habían pedido en la Facultad de Ciencias ... y mientras, ella, a sólo unos metros de distancia, pero separada por un mar Otra vez se iba, ¿Hasta cuándo? ¿Tenía sentido aquella vida? Intentó meterse en su trabajo, pero no lo consiguió. Decidió salir de la casa y dar un paseo.

El olor del campo y la caricia del viento, lo animaron.

-Buenas tardes, don Ramón. ¿A dar un paseíto?

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-Buenas tardes, Gabriel. Sí, a dar un paseo ... ¡Ah! La señora me encargó que le dijera que le preparara el coche; va a salir fuera ... Ya sabe, el aceite, el agua, los filtros ...

-Muy bien: lo haré esta misma tarde, por si quiere salir mañana ... Quería decirle que vamos a tener que ausentarnos Lala y yo unos días: su madre, que está algo pachucha, y ya sabe lo que son las mujeres, se asustan enseguida ...

-Está bien, Gabriel. Hacéis bien en ir a verla. Que no sea nada.

Y continuó su caminar. Empezó a oler a tierra mojada; probablemente, a pocos kilómetros de allí, las primeras lluvias de un otoño aún caliente hacían su aparición. Respiró hondo no sólo porque el aroma le agradaba, sino por una necesidad urgente de ensanchar sus pulmones e inspirar el aire y echar fuera de sí también todas sus preocupaciones y amarguras.

Carlota tardó dos días en marcharse. Ella misma no entendía qué la retenía en casa; pero lo cierto es que no tenía fuerzas para tomar decisiones.

Aquella tarde un poco gris y algo fresca, estaba sentada en el porche leyendo una revista y mordisqueando una fruta. Sultán, a su lado, reclamaba su atención como tantas veces, dándole con su pata y emitiendo una especie de lamento. Ella soltó la revista y le acarició.

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-¿Qué te pasa, bonito, eh? Dime qué te pasa ... Quieres jugar, granujilla ... ¿Quieres que demos un paseo? lEso quieres?

Se puso en pie y comenzó a andar. El perro la siguió, no sin antes coger con su boca una pelota que siempre mordisqueaba, para que ella se la tirase de vez en cuando. A él le gustaba lanzarse en su busca, recuperarla y volver a llevársela a su dueña, para que ella otra vez se la lanzara; y vuelta a empezar.

Cuando Carlota se retrasaba en arrojarla, Sultán le ponía sus patazas encima. Había crecido enormemente este animal en los últimos meses y cada día era más fuerte. Ya, casi le llegaba a los hombros. A ella llegó a divertirle el juego y se olvidó de sus problemas: corrió y rió con el animal y se sintió como nueva.

-Mañana me marcharé -pensó al llegar a la casa.

-Mañana me marcho -le dijo a Ramón.

Él contrajo su cara, pero no respondió. Carlota sintió lástima y añadió:

-Serán pocos días.

La miró agradecido y esbozó una breve sonrisa.

-Te esperaré con impaciencia -dijo al fin.

-Cuídate mucho y cuida también a Sultán -dijo con cierta ternura-o Hay que comprarle comida. Este perro últimamente come una barbaridad.

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-Mañana pasaré por el supermercado; sólo tengo dos clases y vendré pronto a casa.

Puso la televisión para cortar la conversación. Pretextó interesarse por las noticias, pero no les prestaba ninguna atención. En su pensamiento, solamente una idea: «se va}}.

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Estaba delante de su ordenador, tratando de poner en claro sus ideas para retomar aquella novela que había dejado a medio escribir cuando regresó de París. Su estado de salud era preocupante, pero Marcelo no hacía demasiado caso a las recomendaciones de EIvira. Se sentía fulminantemente determinado a morir y, aunque con amargura, había aceptado su destino implacable. No se sentía con fuerzas para intentar modificar su final; es más, casi lo consideraba el justo castigo por su comportamiento, que había que cumplir hasta el final para poder purificarse. La carta de Manuel no lo había consolado ni le había hecho sentirse menos culpable.

«Querido Maree/o: CuántlJ me gustaría poder ayudarte a serenar tu espíritu. Si de algo te sirve, puedo decirte que no te guardo rencor. Es más, me has enseñado cosas; por tanto, agradezco el haberte encontrado en mi camino. La vida y el sufrimiento me han hecho fuerte y he aprendido a asumir

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todo cuanto hago y siento en cada momento: el amor que sentí hacia ti, también. No me arrepiento de nada. Todas las experiencias que vivimos nos van conformando para ser taly como somos. Yyo, así me acepto al fin.

Siento enormemente que tu sospecha se haya confirmado. En mí, hasta ahora, no ha brotado la enfermad. Eso sí, tengo cáncery a eso he venido a mi pueblo: a morÍ!: Espero hacerlo en paz y con el corazón limpio de amargura.

Así me gustaría que fuera para ti ese momento.

Con todo mi cariño, Manuel.»

Una vez más tenía que admirar la serenidad del amigo, su mesura, su dominio de la situación. Una vez más notaba que estaba por encima de su persona. Y un sentimiento de vergüenza fue el preludio de un profundo desprecio por sí mismo.

Sonó el teléfono.

-Maree, soy Elvira. ¿Cómo estás? .. Bueno, escucha, tengo algo para ti. Y esta vez no aceptaré el no por respuesta. Basta de compadecerte de ti mismo. Hay gente que te necesita y tú le vas a prestar toda la ayuda del mundo ... No me vengas con excusas ... No estoy de acuerdo ... Pasaré por tu casa ... No, no puedo: esta tarde tengo una reunión. Tú debes venir a esa reunión. Pasaré a recogerte y te explicaré.

No le dio tiempo a conte'star. Ella lo había dicho todo. Pocas veces lo hacía, pero cuando se imponía no había quién le llevara la contraria. Quizás le viniera

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bien salir del agujero. Es probable que estuviera demasiado metido dentro de sí... Elvira pudiera tener razón, pero ¿para qué lo necesitaba? No podía entenderlo ...

Casi sin saberlo se encontró aquella tarde en una vieja casa de la calle Serrano, rodeado de gente desconocida, junto a Elvira que conocía a todos y. que se esforzaba por introducirlo en aquel ambiente.

-Te gustará conocerlos. Pueden ser personajes muy interesantes para una nueva novela ... -le había comentado por el camino.

-No me hagas reír. Sabes que no me queda demasiado tiempo ... -contestó con amargura.

-No sabemos nadie el tiempo que nos queda ... , ¡nadie! -cortó con energía-o Pero si el que tenemos lo echamos a perder, estamos ya muertos. Puedes escribir algo nuevo; pero lo que sería estupendo para ti, es que los conocieras y los valoraras como seres humanos, no como posibles personajes de una novela. Eso es lo que verdaderamente te haría vivir.

Habían continuado en silencio hasta llegar a su destino. Desde ese momento, Marcelo empezó a encontrarse incómodo, inquie.to.

La casa era un auténtico museo: muebles antiguos, no demasiado bien cuidados, cuadros enmarcados con pan de oro (algunos con cierto valor artístico), olor a humedad, habitaciones oscuras y tristes ... Elvira le había comentado que era propiedad de uno de aque-

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llos personajes que iba a conocer: un empresario venido a menos, que ya no era empresario ni nada, que padecía su misma enfermedad y que era la tercera vez que intentaba desengancharse de la droga. Sólo le quedaba aquella casa enorme y el deseo de rehabilitarse para poder ganar méritosante los ojos de su única hija (eso era lo que él creía, que sólo tenía esa hija). La niña había nacido de una relación oculta con la entonces criada de sus padres, una agraciada muchacha llamada Josefina, cuando ambos tenían dieciocho y dieciséis añitos.

Como el mozo no había logrado aún aprobar el Preuniversitario, ni tenía oficio ni beneficio, y además era muy joven y no sabía lo que hacía, lo mandaron a Murcia con su abuela paterna para que olvidara aquel mal tropiezo.

Josefina fue echada de la casa, porque qué sinvergüenza era que había comprometido a su hijo. Eso sí, le dieron un dinerito para que le comprara alguna cosita a la criatura y quedaron, de esa forma, muy tranquilas sus Conciencias de gente bien.

Josefina y Enrique Gómez no se volvieron a ver, pero sí se escribieron has.ta que la niña tuvo dos años; es decir, el tiempo que Enrique estuvo viviendo con su abuela en Murcia.

Luego, se fue a Sevilla a hacerse cargo de la empresa que su padre abrió para él en esa ciudad, porque ya era hora de que «el niño» hiciese algo por la vida, porque los estudios n.o eran lo suyo, ya ver si así, encontraba una novia guapa y rica y sentaba la cabeza de

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una vez. Y allí, con dinero y metido en juerga, olvidó totalmente a Josefina. Sólo conservó la foto de la niña Ma José que le había mandado la madre.

Se acabaron todas las preocupaciones relativas a las dos: si tendrían dinero suficiente para acabar el mes, si Josefina estaría mejor de los sabañones que cuando llega el invierno se le ponen fatal y mucho más con el empleo de fregar escaleras, si la niña pasó las paperas o el sarampión ...

En Sevilla empezó una nueva vida. De la anterior, sólo conservó el retratito que ponía por detrás el nombre de la criatura y la fecha en la que fIJe hecha la foto. Cuando alguien se la veía en la cartera y le preguntaba, solía responder que era su ahijada, hija de una familia pobre de Madrid. Con lo cual, se daba una nota de distinción y buen corazón que a las sevillanas les gustaba muchísimo.

De cómo llegó de aquella situación a la actual, se enteró Marcelo ese mismo día en la calle Serrano. Allí hablaban y hablaban y Marcelo no salía de su asombro. ¿Cómo se pueden decir cosas así ante un desconocido? De alguna manera, todos los miembros del grupo habían conectado con Elvira por alguna razón, 'pero a él 10 veían por primera vez y no sabían qué clase de persona era, qué intenciones tenía, qué uso iba a hacer de aquellas confesiones tan íntimas ... Fue ella quien los puso en contacto y quien propuso las reuniones con el fin de que se conocieran y se ayudaran mutuamente y recuperaran de alguna manera la autoestima que habían perdido. Porque todos vivían una situación en la que «Dios parecía permanecer en si-

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Zencío», (como decía Manuel cuando se hablaba de casos semejantes) y no había a qué agarrarse y por qué subsistir.

-Hoyos traigo a un nuevo amigo: Marcelo Mariscal. Todos se fueron presentando: Alonso Vázquez, peluquero, con aire afeminado, pantalones vaqueros muy ajuntados y algo deteriorados, que se mordía las uñas constantemente y que se limitó a decir su nombre y su profesión y que le gustaba leer las revistas del corazón; Rita Holguín, prostituta alcohólica que vivía aferrada a recuerdos de su juventud, cuando logró trabajar de extra en alguna película o participar en una compañía de variedades que iba por los pueblos pasando penurias; Lorenzo (jamás dijo su apellido), el limpiabotas que había salido de la cárcel el año anterior, después de cumplir una condena de doce años por haber matado a un gitano en una reyerta; y, naturalmente, Enrique GÓmez ...

Un grupo especial, se dijo Marcelo mientras se preguntaba quequé hacía allí. Ninguna de esas personas tenía nada en común con él y ninguna de las historias que estaba oyendo le interesaban lo más mínimo. Miró nervioso su reloj, cuando la voz aguardentosa de Rita le increpó:

-y tú, ¿qué tienes que contar? ¿O es que vienes aquí de mirón?

La miró con desprecio.

-Yo no exijo a nadie que diga nada. Mi vida es sólo mía. No sé por qué he venido a este lugar... -contestó

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molesto. Rita se encogió de hombros y se puso a canturrear por lo bajo una canción, mientras se entretenía en hacer rayas en una hoja en blanco que habíaencima de la mesa.

-Tú has venido porque estás tan desesperado como nosotros. Eres una puta mierda, por muy fino que seas o que te hagas -contestó Lorenzoretándolo con la mirada.

-Nos estamos equivocando -cortó Elvira-. Recordad las reglas: no venimos a atacarnos, sino a escucharnos y, si queremos, sólo si queremos -subrayó-, a echar fuera de nosotros aquello que nos está haciendo daño. Si no respetamos esas reglas, yo soy la primera que me marcho de aquí.

Todos callaron. Enrique rompió el silencio diciendo:

-¿Hace una cervecita? .. Sólo cerveza, Elvira. Las compré esta mañana para la ocasión .... Bueno, no exactamente: las cogí. Estuve ayudando a descargar un camión de bebidas para ganarme unas pelas y me convidé por mi cuenta.

El grupo se animó y olvidó el incidente. Marcelo permaneció callado por un tiempo sin participar en las bromas que uno a otro se daba. Por fin, Lorenzo se dirigió de nuevo a él; pero con un tono bien distinto. Su cara oscura, sus ojos negros, como pequeños escarabajos, y sus enormes cejas que hacían parecer sus ojos aún más pequeños, su nariz chata y sus gruesos labios, daban' a su rostro un aspecto terrorífico cuando

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se enfadaba. Hasta la cicatriz que le cruzaba el lado izquierdo de la cara, desde el inicio de la oreja hasta su pequeño mentón agudizado, enrojecía de ira. Pero cuando estaba en calma, cambiaba su expresión hasta tal punto que, por la parte derecha, parecía el rostro de un ser casi bondadoso.

-Macho, perdona. Es que tengo un pronto ... ¿Qué te pasa en la cara? ¿Qué son esas manchas oscuras?

-Tengo sida.

Elvira no salía de su asombro: Lorenzo pidiendo perdón y Marcelo confesando sin ningún reparo que tenía sida. La atención de todos se centróen ellos dos .

...:Mal rollo, tío. Lo siento. En el trullo los he conocido yo a mogollón. Yo, hasta ahora, he tenido suerte ...

-Yo también he picado, si te sirve de consuelo -era la voz de Enrique.

-No, no me sirve de consuelo. y no quiero hablar de eso ahora. Lo siento, no puedo ...

-Yo recuerdo que hicimos una obra una vez... -era Rita.

-Yo tengo mucho miedo de pescarlo -la voz de Alonso Vázquez temblaba-o Sí, Elvira, aun sabiendo las precauciones que hay que tomar... Es que a veces ...

-Eso me pasó a mí, que no tomé ninguna precaución. Aquellos malditos días de locura... -contestó Marcelo.

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-No le des más vueltas: 10 tienes y ya está -cortó Enrique-. Yo ... ni sé como 10 cogí, porque he hecho de todo en la vida. Probablemente, el usar las mismas jeringuillas que otros ... Yo que sé ... Lo cierto es que un día pierdes el norte de tu vida: te vuelves loco, no sabes ni quién eres y empiezas a hacer barbaridades. Yo no me dediqué a trabajar en el negocio que me montó mi padre en Sevilla; sólo iba de juerga en juerga. Me arruiné y cuando vi que no tenía un duro, quise ganar dinero fácil: viajas a Marruecos, traes algo de droga, poca cosa porque al principio no te atreves; luego te vas metiendo en más, hasta que un día todo se va al caraja porque un hijo de puta te denuncia ... Cuando fui a la cárcel por primera vez, murieron mis padres. Tuvieron un accidente el día que venían a verme. Ellos no sabían nada de mi vida. Imagino que cuando se enteraron que estaba en prisión, les entraría de todo: su hijito único, su Enrique, en la cárcel por traficar con droga. Demasiado fuerte.

-Lo siento -dijo Marcelo en voz baja.

Rita se había levantado y apartado del grupo y estaba cantando y bailando no sé qué cosa. Los 'demás la ignoraban porque ella también ignoraba a los demás. A veces tenía esos lapsos y había que dejarla hacer 10 que quisiera.

-Quiero proponeros una cosa -dijo Elvira-. No podemos estar toda la vida lamentándonos y recordando nuestro pasado. Ya he hablado con Enrique y está de acuerdo: vamos a convertir esta casa en un centro ocupacional. Contamos con la ayuda de la Consejería de Bienestar Social....

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Siguió hablando, cada vez más animada. Todos, excepto Marcelo y Rita, la seguían con atención. Una pregunta, una idea, un comentario gracioso ... Así se fue tejiendo el nuevo proyecto. Y en el corazón de Marcelo, la oscuridad, el aislamiento, el «no esto no es para mí». Rita, rendida de su baile, cayó en un sillón y se quedó dormida.

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Visitar el Prado es una delicia. Eso pensaba Carlota mientras se dirigía al viejo museo. Eran las salas de Velázquez y Gaya las que más le interesaban. Disfrutaba y aprendía de los clásicos; por eso, sentía a veces la necesidad de encontrarse con ellos. Es muy probable que también visitara el Reina Sofía, incluso la Galería Arco. Le gustaba dejarse absorber por tendencias tan diferentes, para luego hacer una síntesis y ser ella misma.

Había vuelto a retomarmisteriosamente el gusto por el arte, por ló menos en aquellos momentos en los que estaba empapada de la obra de los Grandes. Estuvo en el Museo no se sabe cuántas horas, y, cuando salió, una fuerza nueva surgía dentro de ella que le impulsaba a volver a pintar. Seguían en su corazón el dolor y el desengaño; pero ya no estaba dormida.

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-Volveré a pintar -se dijo-o La pintura es mi vida y no puedo abandonarla.

El ritmo de Madrid la deslumbró un poco y se sintió torpe.

-Tengo que venir más veces. Estoy hecha una pueblerina: todo el día en el campo y cuando vengo a la ciudad, me encuentro rara -se dijo.

Compró el periódico y consultó las carteleras: una de José Luis GarcL Sí, le interesaba, iría al cine aquella tarde, pero antes tenía que hacer unas compras. Miró su reloj y comprobó que andaba muy bien de tiempo: podría hacer todo lo que tenía pensado.

De pronto, sintió un fuerte golpe y un enorme dolor en el hombro izquierdo. Se quedó un poco aturdida y tardó unos instantes en darse cuenta de lo que pasaba: un hombre de una estatura mediana, que vestía pantalones vaqueros y cazadora de cuero negra, corría delante de ella llevando su bolso en la mano. Sintió tanta indignación que, sin pensarlo, se puso a correr detrás de él.

Después de un rato corriendo, se detuvo jadeante y con toda la rabia del mundo en el pecho. El hombre se había perdido tras la gente y no había forma de alcanzarlo. Había perdido su bolso y con él, su documentación, sus tarjetas de crédito, su dinero ... Por cierto, había que avisar y dar de baja las tarjetas de crédito ... Era tal su mal humor, que si hubiese cogido al caco, seguramente le hubiese abofeteado.

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En estos pensamientos estaba cuando se dio de frente con alguien.

-iYaya, hoy está el día bueno! -dijo malhumorada.

-Perdone, señorita ...

La voz le sonó familiar, pero no podía ser... Era un hombre más alto que ella y alzó la cabeza para mirarlo.

-¿Marcelo? -preguntó tímidamente.

-Sí, soy Marcelo Mariscal.

-y yo Carlota Suárez, ¿no te acuerdas de mí?

-iCarlota! iNaturalmente que me acuerdo! ¡Cómo estás de guapa!

-Tú siempre tan amable ... Pues ahora mismo, estoy que echo chispas. Me acaban de robar el bolso.

La acompañó a la comisaría más cercana, le prestó su móvil para llamar y dar de baja sus tarjetas. Después, ya más tranquila ella, se sentaron el uno frente al otro en una cafetería.

Lo miró y observó un cambio extraordinario en él, como si le hubiesen echado encima el doble de los años que tenía. Estaba muy delgado, tenía en la piel un color cetrino, con unas manchas oscuras y estaba perdiendo el pelo. Su aspecto era horrible, no tenía nada que ver con el Marce\o que ella había conocido hacía

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muchos años antes, en París, cuando vivía con su amigo Manuel. Recién terminada la carrera, había hecho un viaje por Europa y, naturalmente, París fue un sitio obligado por dos razones: porque allí vivía ya Manuel y le apetecía horrores verlo, y porque París era la ciudad de la luz, la ciudad que todos los pintores debían conocer. Por supuesto, quería disfrutar de los impresionistas; siempre había valorado y admirado a los impresionistas ... Por tanto, había motivos suficientes para pasar por allí.

y fue una semana en la que quedó encantada de la ciudad, de la compañía de su amigo y de la amabilidad de Marcelo.

-Es tan guapo que si lo conociese Ramón tendría celos de él -pensó divertida en alguna ocasión.

Ramón y ella estaban ya a punto de casarse y Carlota estaba muy enamorada, pero conocía sus defectos perfectamente. Sin embargo, por aquel tiempo, estaba dispuesta a asumir todo lo que viniera de él. Ahora era todo tan diferente ...

Notó queMarcelo no estaba demasiado hablador aquel día. Llegó a pensar que estaba incómodo; sobre todo, cuando en la conversación se habló de Manuel.

-Creo que está en su tierra ... No tenemos demasiado contacto últimamente. Ya sabes, la gente va y viene ... No siempre estás con las mismas personas.

-Sí, claro, tienes razón. Bueno, ¿y qué escribes ahora? Leí hace unos cuatro años la novela que sacaste:

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magnífica. Sólo un artista como tú sabe penetrar tan profundamente en el problema y en el corazón del ser humano ... Me gustó muchísimo; además, está perfectamente documentada ... Es una joya.

-Gracias ... Sí, creo que quedó bastante bien; pero ahora no tengo nada a la vista... No estoy demasiado bien físicamente ...

Eso era evidente, pero ella no quiso preguntar nada: esperó en silencio algún comentario más; pero fue inútil.

-Te has quedado sin dinero ... Yo te dejaré el que necesites. ¡Ah, y puedes quedarte en casa, por supuesto!

-Gracias, Marcelo; pero creo que vaya volver a la mía. Mortunadamente tengo el depósito del coche lleno; y las llaves, no las llevaba en el bolso.

Se despidieron en la puerta de la cafetería. Ella le vio marchar y quedó preocupada. Se veía un hombre enfermo y acabado. ¿Qué habría pasado? ¿y con Manuel? ¿Qué habría ocurrido entre los dos?

Lo averiguaría pronto, cuando fuese a casa de su amigo, cuando hablasen. Bien sabía ella lo que Marcelo había significado para él... Seguramente, también Manuel tendría el alma destrozada.

y aquella tarde, salió de Madrid.

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Joseestaba acurrucado debajo de la mesa camilla de la salita de su casa. Con las faldillas, estaba protegiao y así no podían verle. Decidió esconderse cuando oyó a sus padres discutir; supuso que acabarían entrando en aquella habitación y, con el corazón latiendo a toda fuerza, se quitó del medio. No podía soportar aquellos espectáculos llenos de gritos e insultos, que acababan siempre con el llanto histérico y lleno de rabia de su madre y el portazo de su padre que se iba de la casa por un espacio indeterminado de tiempo.

Otras veces, había podido escapar del lugar de la pelea conyugal; pero aquel día, había sido imposible. No obstante, se alegró de haber escuchado lo que hablaban porque el tema le interesaba.

-Es un pervertido -había gritado su madre al entrar en la sala.

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-Es un homosexual, según decís vosotros; lo cual no quiere decir que sea perve¡tido.

-iTodos los homosexuales son pervertidos! Y no quiero que a mi hijo, que ya tiene bastante desgracia por ser como es, lo envicie y lo lleve por malos caminos.

Jase comprendió quién era el pervertido y que él mismo, tenía que ser desgraciado por ser como era. ¿y cómo era él?: raro, ya lo sabía ... Sería por eso por lo que su madre, cuando venía una visita importante a casa, lo mandaba directamente a su cuarto, o por lo que nadie quería ser su amigo en clase y le decían meón, que te meas en la cama, o por lo que Marisa, aquella niña rubia, con ojos azules y piel suave como el terciopelo que llegó nueva a principios de curso al colegio y se hizo su amiga, ya no quería estar con él... Se le llenaron los ojos de lágrimas y se tapó los oídos para no escuchar más, pero la voz chillona de sumadre se imponía y penetraba en su cerebro, martilleándolo con cada uno de sus sonidos.

-iNo, no y no! Lo vaya denunciar, que lo metan en la cárcel.

-Estás loca, completamente loca.

-iClaro, yo estoy loca! Por eso tú te vas en busca de la guarra esa, que lo sé muy bien, que me lo han dicho: no lo puedes negar.

-Dios mío, si supieras el daño que me haces a mí, que le haces a tu hijo y a todo el mundo ...

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-Yo no le hago daño a nadie, ia mí me lo hacen! y tú de una forma particular. Y una cosa te digo: no se te ocurra hablar con ese marica para que le dé clases a tu hijo o te arrepentirás toda la vida.

De manera que era eso. iSu padre quería que Manuelle diese clases! Claro, por eso el día anterior había estado mirando sus dibujos. y le gustaron, iseguro que le gustaron!; por eso le dijo que tenía talento. Eso jamás se lo había dicho nadie, excepto Manuel.

De pronto, sus lágrimas se secaron y una fuerza extraña, desconocida en él hasta ahora, le hizo salir de su escondrijo y enfrentarsecon su madre.

-Yo quiero dar con Manuel -dijo con firmeza.

-Pero ... ¿De dónde sale este niño? iAh, estabas escondido, espiando ! ¡Mira qué bonito! ¿Quién te ha enseñado eso, eh , quién?

-No me lo ha enseñado nadie: os oí discutir y me escondí porque no puedo aguantar vuestras voces.

-Mereces que te dé una buena paliza -gritó amenazadora levantando significativamente la mano.

-iSi le pegas al niño, tú sí que te arrepentirás toda la vida! -cortó el marido.

Ella, viéndose perdida, rompió a llorar vertiendo, con las lágrimas, la ira que sentía. Como tantas veces se encerróen su cuarto. Allí permanecería de cuatro a

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seis días (dependiendo de la gravedad del caso) metida en la cama, con una horrible jaqueca, y asistida únicamente por Tomasa, la vieja criada que la vio nacer y que conocía como nadie la forma de hacerla salir de sus repentinas enfermedades.

-Gracias, papá -había dicho tímidamente Jose mientras le apretaba el brazo.

y Germán miró silencioso a aquel hijo que durante diez años, casi once, él había dejado en manos de su mujer, como cosa que no le pertenecía. No había ejercido de padre ni de marido. Su boda había sido una boda de conveniencias: ambos lo sabían desde el principio de su noviazgo. Al principio, fue relativamente fácil todo: cada uno hacía su vida; pero a los ojos de los demás, eran un matrimonio bien avenido. Luego, cuando murieron los suegros, las cosas se complicaron. Ella intentó retenerlo más tiempo en casa, hacía que Tomasa lo vigilara y se hizo realmente imposible la convivencia; pero el dinero estaba en manos de su mujer. Los abuelos habían dejado todo el capital a su único nieto, ya su hija como administradora. De forma, que tuvo que seguir viviendo con ella, porque su tendencia a vivir una vida cómoda, permitiéndose todos los caprich06, era más fuerte que cualquier otra cosa.

Pero lo que hacía con Jose estaba mal. Al fin y al cabo, era sangre de su sangre ... Y lo del día anterior... Aquello le había llegado al alma. Había entrado por casualidad en su habitación. No solía hacerlo, pero buscaba una revista de coches que había comprado aquella mañana y"Tomasa le había dicho que la había

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cogido Joseíto. Tomasa siempre le llamaba así, aunque al niño no le agradaba nada aquella denominación porque esa expresión era cosa de niño pequeño.

-La cogí para dibujar ese coche -se disculpó señalando tímidamente la revista.

-No sabía que dibujaras tan bien -respondió el padre fijándose en el bloc en el que el chico había reproducido, con una perfección asombrosa uno de los deportivos que mostraba la revista.

-iMuy bien, pero que muy bien ... ! -siguió comentando tras ojear el bloc que había cogido entre sus manos.

A Jase le latía muy fuerte el corazón al tiempo que un sentimiento de orgullo y felicidad crecía en él.

-Me gusta mucho dibujar. Es lo que más me gusta hacer en la vida.

-Esto es ...

-Un retrato tuyo. Te dibujé mientras dormías ...

-Hijo, esto es fantástico: tienes mucho talento.

Le había llamado hijo y le había dicho que tenía talento. ¡Aquello era demasiado! Jamás se había sentido tan feliz.

Luego le contó cómo había conocido a Manuel y de qué forma le estaba ayudando. Le había enseñado

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mucho. Mamá no quería que se relacionara con él porque era raro; pero en su vida había tenido otro amigo mejor que Manuel.

-Te aseguro papá que es la mejor persona del mundo. No sé por qué dicen esas cosas de él; será porque no lo conocen.

-Sí, hijo. A veces juzgamos sin conocer a la gente.

Le revolvió el pelo mientras le sonreía:

-Termina el dibujo; ya veré la revista más tarde.

y salió de la habitación con la sensación de que tenía que hacer mucho por el niño.

Aquella misma tarde, después de la pelea con su mujer, visitó a Manuel. Conectó con él mejor de lo que esperaba. Comprobó que era un placer hablar con una persona culta, educada, sensible, con gran dosis de humanidad ... Se dio cuenta de que conocía perfectamente al chico; mucho mejor que él mismo y se avergonzó de que así fuera. Aunque quizás tuviera aún tiempo de arreglar las cosas.

Esa primera entrevista dio lugar a otras. En principio, le interesaba conocer bien al hombre en cuyas manos iba a poner parte de la educación de su hijo; pero después, una corriente de simpatía mutua se despertó entre los dos y ambos buscaban la ocasión de charlar, mientras degustaban el buen vino de pitarra y el chorizo de la matanza de Frasquita. Aquel día se decidió:

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-Has hecho por él en poco tiempo lo que nadie ... , hay que reconocerlo ... Desde mañana vendrá a tu casa para recibir tus clases. Se acabó el sistema de la pala -dijo sonriendo.

-De acuerdo -respondió Manuel-. Pero es importante que sepas que te expones a mucho. La gente de este pueblo no tiene buen concepto de mí y puede que piensen que tu hijo ...

-Manuel,.sé lo que la gente habla, lo que piensa mi mujer... No me importa. Hace muchos años que debí romper con todos los tópicos e hipocresías que se practican aquí; hace tiempo que he debido empezar a quitar de mi vida falsedades que no me han llevado a nada bueno ... -quedó pensativo un momento-o A ver si, por fin, soy capaz de ser padre de verdad, y busco el bien de mi hijo ... No me importan lo que digan las comadres de este pueblo -añadió sonriendo.

y Frasquita, que trasteaba por allí:

-Eso está bien, don Germán. Que a los que dicen lo que dicen, que se los lleve la pena negra y se les enroquen siete culebras -y se santiguó, dándole a sus palabras un tono de sentencia.

Los hombres rieron mientras Manuel servía otra copa más.

-La última, que tengo que ver a un enfermo todavía. Es un pobre hombre con un cáncer en fase terminal. Ya no se puede hacer nada por él, pero le gusta que vaya a verle; así es que, todas las tardes al caer el

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sol, vaya charlar un rato. Le tomo el pulso y la tensión y el hombre se queda más a gusto ...

Manuel sonrió con tristeza, pero no dijo nada. Su mirada quedó por un instante detenida en cualquier punto, pero reaccionó enseguida y nadie advirtió su dolor.

Después de marchar Germán, alguien llamó a la puerta tras detenerse un coche. Y la casa se llenó de alegría, de risas, de abrazos afectuosos. Era Carlota.

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Marcelo y EIvira habían discutido una vez más porque ella se revelaba contra la pasividad y el conformismo de su amigo. Últimamente, había tenido que ingresar en el Hospital unos días, después de que ella lo hubiera encontrado en un estado lamentable. y es que se negaba a hacer cualquier cosa que le diese motivos para vivir con un mínimo de alegría; se hundía cada vez más en la desesperanza; se negaba incluso a tomar las medicinas ya seguir los consejos de su médico.

-Marcelo, voy a venir a vivir contigo un tiempo. No te importa, ¿verdad? -le había dicho al regresar del hospital.

-¿A mi casa? ¿Por qué has de venir a vivir conmigo? Tú siempre has sido muy independiente ... -contestó con sequedad-o ¡Ya... ! Es que hay que hacer caridad con el enfermo terminal, ¿no es así?

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-No me gusta tu ironía. Vaya venir porque creo que me necesitas y como soy tu amiga, estoy dispuesta a ayudarte. Pero que quede muy claro que no es porque seas un enfermo terminal, como tú dices; sino porque eres un cabezota imbécil que ha decidido que tiene que morirse antes de tiempo. No vengo como médico a ayudarte, sino porque necesitas relacionarte con los seres humanos y salir del agujero en el que te has metido.

Le había levantado la voz y le había mirado con dureza. Y añadió:

-Si quieres que venga, vendré ... y si no, me lo dices y me voy ahora mismo.

Él bajó la cabeza al tiempo que dijo:

-No me dejes, Elvira.

Se había marchado a por sus cosas. Así es que él tenía que prepararle el cuarto de invitados para cuando llegase. Entró en él y vio que estaba mal, en completo desorden. Hacía meses, quizá años que no entraba allí nada más que para dejar aquello que le estorbaba en otro lado. Por tanto, de cuarto de invitados se convirtió en un «guarda todo».

Estaba un poco fatigado, pero decidió poner manos a la obra. Había cosas que tendría que llevar al trastero que estaba en el sótano, junto a la plaza de garaje: la vieja máquina de escribir, ropa y calzado que ya no usaba ... No, eso había que tirarlo ... El viejo proyector de diapositivas que debía de funcionar todavía ... ¡La

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armónica ... ! Estaba un poco oxidada, pero funcionaba, ¡vaya si funcionaba! Todavía se acordaba de tocarla. Se la llevó a los labios y se oyeron en la pequeña habitación las notas del «Cerezo Rosa», que fue lo que primero aprendió a tocar...

Él siempre había querido tener una armónica o un acordeón. Le gustaba la música y quería tocar instrumentos, como el organista de la Iglesia de la Purísima que tocaba siempre en misa de una los domingos.

Cuando vivía con los abuelos en el pueblo, su abuela lo llevaba a esa celebración y él no ponía objeción porque, aunque el cura era un poco plasta y reñía mucho en la homilía, que era lo único que se le entendía porque lo demás lo decía en latín, le compensaba el hecho de oír tocar el órgano a aquel hombre calvo y delgado, con traje de chaqueta cruzada gris, con cara triste y enjuta, que se llamaba don Aquilino y que cada vez que empezaba su obra musical carraspeaba un rato.

Aquella era la señal de que en breves instantes, aquella preciosa iglesia románica, se llenaría de una músÍCa celestial.

Marcelo cuando oía el primer «ejem», volvía la cabeza hacia atrás y miraba hada e\ coro, donde. don Aquilino lucía su brillante calva, a la luz de una bombilla que permanecía encima de él, como si fuese un sombrero volante. Su abuela le daba entonces en el hombro y le decía:

-Ejem, ejem, ejem ...
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-Atiende, Maree: que es la Consagración.

En esos beatíficos momentos, se le despertó a Marcelo el gusto por la música y empezó ardientemente a desear tener una armónica o un acordeón; porque, claro, pensar que sus abuelos pudieran comprarle el órgano de la iglesia, era demasiado. Sin embargo, a pesar de que le habían prometido comprarle algún instrumento, porque la música era algo muy educativo, según decía el abuelo, no veía el momento en el que su ilusión se cumpliera.

y fue aquella tarde de septiembre de no se acordaba qué año, cuando sus padres volvieron de aquel viaje y fueron a recogerlo a la casa del pueblo, cuando se obró el milagro. Todos estaban tomando café en la salita, cuando el abuelo, serio como siempre, se ausentó de la tertulia durante un momento y vino al instante con un pequeño paquete en la mano. La abuela sonreía con una luz muy especial en los ojos. Ahora fue el abuelo quien dijo «ejem, ejem», bastante alto para que se le oyera y la madre de Marcelo dejase de contar cosas del viaje. Se hizo un solemne silencio.

-Toma, Maree: un regalito de parte de la abuela y de mí.

Marcelo, sorprendido y nervioso, cogió el paquete y destrozó el papel de colores brillantes que lo envolvía: una caja de cartón alargada que dentro contenía aquella armónica, hoy oxidada y vieja, pero que en aquellos momentos brillaba como un sol. Debajo del instrumento había un papelito escrito con la letra picuda del abuelo:

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«Para que la hagas sonar de forma que sus notas te alegren siempre y alegren a los demás.

Te quieren tus abuelos

Marceliano y Estrella».

Besos y abrazos de agradecimiento y, al momento, el niño se aisló con su tesoro para empezar a soplar y sacarle notas.

Como tenía buen oído, en poco tiempo aprendió a tocar solo algunas canciones de moda de entonces.

El recuerdo de aquellos momentos, la imagen de Marceliano y Estrella, sus abuelos del alma, y de la casa de aquel pueblo de la Sierra de Salamanca, donde pasaba largas temporadas, le produjo una emoción especial... ¡Ay, el pueblo, metido entre sierras, pintoresco como pocos, donde pequeños regatos corrían por medio de las calles! Sus casas, con soportales de madera, pareáan ancladas en el pasado e invitaban al abrigo en los fríos inviernos. Y en los veranos, gozaban de una frescura especial.

También tenía otra afición que le hacía estar quieto y absQrto durante bastante rato: la lectura. Desde muy pequeño empezó a leer cuentos, libros de aventuras, cómics ... Y recordaba especialmente aquella tarde en la que leía con avidez uno de los libros que el abuelo guardaba en su biblioteca. Jamás había abierto un libro tan gordo, pero las páginas pasaban al tiempo que deseaba marcar en su mente cada palabra, cada frase. Aquella lectura le producía un placer sereno, pero a la vez dinámico que le empujaba a hacer. Cada idea, cada frase bien

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conseguida le hubiera gustado hacerla suya. Hubiera querido que su alma fuera una caja de recuerdos. De esas cajas de cartón o lata que los niños y los adolescentes suelen guardar como un preciado tesoro, porque allí han ocultado toda clase de objetos que para ellos tienen un significado especial.

Era maravilloso descubrir que en su corazón existía la cajita de recuerdos. Sólo que estos recuerdos no eran cosas, sino palabras: palabras de colores, palabras que tienen música, que huelen de una manera especial, palabras que vuelan ... , palabras mágicas que bullen, giran y... ¡explotan!, dando a luz a las ideas. Y las ideas cobran vida, soplándoles su espíritu a los distintos personajes ... y así se forma la historia.

y aquella tarde compró un cuaderno cuadriculado, encuadernado con alambre de espiral. Allí escribiría su primer relato. Sí, sería escritor; pero, claro: tampoco quería dejar de ser músico. Así es que lo decidió claramente: sería un escritor músico o un músico escritor. .. Sin embargo, al parecer, había ganado el pulso la literatura; porque la música había quedado encerrada, oculta, en aquella vieja armónica olvidada ...

-¿Cómo he llegado a ser como soy? ¿Qué hay de aquel chaval que tenía tantas ilusiones? -se preguntó con tristeza-. Quizás deba tocar cada día la armónica; a lo mejor en ella puedo encontrar lo que queda de aquel niño, si es que hay algo aún. ¿Habrá tiempo todavía?

y guardó el instrumento en su mesa de trabajo, convencido de que volvería a darle vida, arrancándole sus notas.

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Jase quedó sorprendido cuando conoció a Carlota. Su simpatía, su belleza salvaje, su capacidad para ganar la atención y el cariño de la gentehicieron su efecto en aquel niño que, antes de conocerla, ya había fabricado sus propios mecanismos de defensa contra ella. En pocos minutos, los celos que había sentido se fueron disipando. Ganaba una nueva amiga y Manuel seguía siendo el mismo.

La idea de salir al campo a pasar el día le pareció maravillosa, sólo que ... no sabía si su madre ... Pero recurriría a su padre: seguro que iba a estar de acuerdo y que le dejaría ir. Las cosas habían cambiado mucho últimamente.

-Carlota, si tienes un marido ¿por qué no está contigo? ¿Es que no os lleváis bien? Mis padres tampoco se llevan bien, pero siguen juntos -preguntó con la mayor naturalidad.

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Ella no perdió su sonrisa. Siguió pelando las patatas para la ensalada del día siguiente.

-A veces discutimos, a veces nos lo pasamos muy bien ... Pero no estamos separados: sólo que yo he venido a .ver a mi amigo Manuel y él tiene que hacer otras cosas.

-Mi madre no deja que mi padre vaya a ver a ninguna amiga ... Pero es que mi madre es muy diferente a ti.

-Acércame esos huevos y ese abrelatas. ¿No has abierto latas nunca? Pues hoy va a ser el primer día que lo hagas.

Jamás había preparado nada en la cocina y esto de convertirse en ayudante de Carlota le hizo sentirse importante. En su casa, ni Tomasa ni su madre le permitían hacer nada ni en la cocina, ni en el resto de la casa: le habían dicho que eso no era cosa de hombres. Por lo tanto, él ni se atrevía. Pero ahora, comprobaba que era muy divertido y, además, Carlota le había asegurado que lo de cocinar era lo mismo de hombres que de mujeres, y que había en el mundo muchos hombres cocineros que cocinaban estupendamente. Podía ser una buena profesión para él. .. No lo había pensado nunca; pero no estaba mal la idea. Así es que decidió no hacer caso a Tomasa, que estaba muy pasada de moda, ni tampoco a su madre que era muy histérica. Esta palabra se la había oído decir a su padre en una ocasión en la que el matrimonio estaba discutiendo. Y también se lo decían en el colegio a la profesora de música, que daba muchos gritos y se enfadaba mucho.

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-Tengo una amiga en el cale, que a lo mejor podía venir con nosotros mañana -sugirió con cierto reparo.

-Ah, ¿y cómo se llama?

-Se llama Salka. Es del Sahara, pero ahora vive en España con unos padres nuevos que tiene aquí.

-Muy bien, me encantará conocerla. Pero tendrás que avisarla, ¿no? Quizás mañana sea tarde para decírselo. A lo mejor sus padres tienen planes.

-No, si ya se lo he dicho y ella ya ha pedido permiso en casa; sólo tengo que llamarla por teléfono y decirle que sí, que vosotros estáis de acuerdo.

-¿Se lo has dicho a Manuel?

-Sí. y él quiere que venga, pero te lo quería preguntar también a ti.

Lo estaba pasando estupendamente; Carlota era admirable. Además, estaba también Frasquita. En otro tiempo, había sentido un poco de miedo de ella; pero ahora, sabía que era divertida y que hacía unas tartas de chocolate para chuparse los dedos ... Se sentía feliz en aquella casa, con aquella gente. Y esa noche, inquieto por la emoción del día siguiente, cayó por [in rendido en un sueño lleno de música y color, de luz, de risas ... , sin ningún miedo, sin que aparecieran aquellos gigantes' brutales que se burlaban de él y que acababan teniendo las caras de sus compañeros de colegio.

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Carlota y Manuel tuvieron tiempo para hablar antes de irse a la cama: con música clásica de fondo, con la luz tenue de la lámpara que proyectaba sombras caprichosas en la pared ... , echadosen sendos sillones y saboreando aquel licor de almendras que tanto gustaba a Carlota.

y allí, en aquella pequeña salita, decorada con retratos antiguos, retazos de la historia familiar de los dueños de la casa, brotaban lentamente las confesiones de una mujer herida, que se sentía incomprendida y sola. Después de escuchar atentamente, con toda el alma, a su amiga, Manuel dijo:

-Carlota: sólo el amor merece la pena en este mundo. Cuídalo, no dejes que nada ni nadie tapone las arterias que le dan vida.

-Pero la actitud de Ramón ...

-Creo que os miráis demasiado a sí mismos ... Estáis siendo un poco egocéntricos ... ¿No crees que os falta diálogo? A veces, el egoísmo persohal revestido de innumerables disfraces como el ansia de libertad, el deseo de posesión, la falta de fe ... hace de las suyas y destruye lo más hermoso que hay en nosotros. Sí, Carlota, ila fe!, que es adhesión total a la persona, confianza ciega, certeza de que llena por completo todos los rincones de tu alma y por eso no necesitas de forma absoluta de nada ni de nadie más; pero que, a la vez, hace que te sientas libre y con el corazón cada día más amplio, con una capacidadinsospechada de llegar a todos ... y en la medida que te das, en esa medida crece el amor.

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-Debes haber amado mucho.

-Con toda el alma. y cuando me sentí engañado, utilizado, odiado ... sentí que el mundo se me venía encima: nada tenía sentido. Me hubiera gustado morir y terminar con aquella pesadilla y lo intenté de la forma más sencilla: tomé barbitúricos y me libré de milagro ...

-iPobre amigo mío!

-Mi casera me llevó al hospital y allí estuve durante un tiempo y, por fin, lograron sacarme adelante. Pero allí conocí a alguien que me marcó profundamente -sonrió y bebió un sorbo de licor-: una mujer mayor, con el alma llena de cicatrices, que había hecho de su vida una entrega constante. Ella sabía perfectamente lo que es el engaño, la traición, el desprecio, la ingratitud ...

Tuvo que hacer una pausa y respirar profundamente. A veces le faltaba el aire.

-Era muy jovencita cuando, en la guerra la, le mataron a todos sus familiares -continuó-o Vivía en Madrid, muy cerca del Palacio de Oriente. Una noche, su casa fue saqueada y vio cómo, allí mismo, sus padres y un hermano mayor fueron asesinados. Ella fue violada repetidamente por aquellas bestias, hasta que creyeron que había muerto y la dejaron en paz. Así pudo salvar su vida ... -volvió a hacer una pausa-o Sin saber cómo, fue recogida por alguien que la llevó a una especie de asilo y allí permaneció hasta que terminó la contienda. Parece ser

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que tuvo una hija que nació con alguna deficiencia y por la que luchó tremendamente al tiempo que trabajaba en cualquier cosa ... Esto no me lo dijo ella; me lo comentó una enfermera del hospital... La chica al fin murió yella, desde entonces, combinó el trabajo con los estudios -hablaba muy lentamente, respirando con dificultad-o Pasó por muchas penurias; pero al fin, se hizo médico. Según me dijo, se trasladó a París para trabajar con el doctor Dupont a quien conoció en un congreso ...

-¿El famoso oncólogo?

-Sí, el mismo.

Bebió un poco de licor y siguió hablando de aquella mujer:

-C,oincidió que estaba en el hospital cuando ingresé y, al saber que yo era español, me buscó ynos hicimos amigos.

Carlota quedó pensativa. Hubo un silencio que rompió Manuel.

-Ella me convenció de que con el corazón lleno de odio no se puede vivir, de que el rencor no es bueno ... Al principio, me parecía imposible llegar a perdonar; hoy veo que sólo desde el perdón se puede construir y se puede sobrevivir. Si no llego a entender y experimentar esto, hoy estaría muerto. No podría haber luchado contra los violentos, los que sólo piensan en destruir con sus imposiciones ... No sabría cómo hacerlo.

.

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-Tienes razón -contestÓ Carlota-. Hay que luchar, pero con otras armas.

-Desde luego.

Se levantó y se acercó a su amiga. ,La besó en la frente y le sonrió mientras le susurró: '

-Habla con él y empezad de nuevo. La vida puede ser un precioso cuadro de luz y color que hay que pintar cada día, eliminando todo lo que ensucie el colorido y eclipse la luz.

-En nuestra vida hay demasiados grises y apenas queda luz.

-Se puede dejar secar y pintar encima.

-Sólo cuando utilizas ciertas técnicas; hay otras que no te permiten el error.

-Pero es el éi;.rtista el que elige su propia técnica.

-No lo creo: es el Destino quien te la impone.

-No, Carlota. Sólo desde y para la libertad construimos nuestro hacer de cada día. Podemos elegir entre estar cerrados o abiertos a la luz, cambiar nuestro carácter y nuestra forma de pensar y, por tanto, podemos hacer que cambien también los que nos rodean y en los que indudablemente influimos para bien o para mal. .. La esperanza genera esperanza ...

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-Pero el cambiar la situación entre Ramón y yo no depende sólo de mí.

-Cierto, pero uno de los dos ha de dar el primer paso.

-¿y por qué yo?

-Porque eres la más fuerte.

En el recuerdo de Carlota, la imagen de su marido sufriendo, indefenso ahora; inseguro siempre ... Y en su corazón, la ternura y el deseo de romper el hielo y aminorar distancias.

En los labios de Manuel, un susurro imperceptible y amargo: «Marcelo». y en su cuerpo, el dolor de los mordiscos de una muerte cada vez más cercana, que se hacía más palpable cuando la enfermedad irrumpía sin ningún pudor en su organismo e iba mermando sus facultades. No quería que su amiga notase nada y . mucho menos que se suspendiera la excursión del día siguiente en la que Jose seguramente viviría una experiencia inolvidable. Por eso, pretextando un sueño que no tenía, dejó a Carlota con sus pensamientos y se marchó a su habitación. Abrió la ventana para contemplar el cielo estrellado y oyó el sonido de una lechuza . .

-Mañana hará buen día.

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-iLos auténticos tigres de bengala! iLa reina del trapecio, Madame Boittier, junto con las Águilas del Espacio! iLos payasos Riky y Monty... !

Entre bolas de colores y narices de pelotas rojas, lanzando al aire su colorido, su música, su alegría, su fábrica de ilusiones, pasó la caravana del circo un día por las calles del pueblo, cuando los chicos salían del colegio.

Salka no salía de su asombro. ] amás había visto nada igual: animales en grandes jaulas, hombres con trajes de colores, mujeres con las faldas muy cortas y blusas con lentejuelas, un hombre calvo que tenía en la parte de arriba de la cabeza una delgada cola negra y que echaba fuego por la boca, payasos ... ¡qué graciosos los payasos! Iban repartiendo invitaciones con las que se hacía un descuento en la entrada ...

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Corrió detrás de ellos todo el tiempo, hasta que terminó la cabalgata, y les siguió a donde tenían la carpa. Ya sabía dónde estaban; más tarde volvería, porque ahora tenía: que marcharse y regresar a casa: era la hora de comer. Ya había aprendido a leer la hora en un reloj de pulsera que le habían regalado Beatriz y Félix, sus padres de España, y, poco a poco, . había entendido que tenía que aceptar y guardar unas normas. Esto le había costado mucho porque era una niña de un fuerte carácter y gran personalidad y no se sometía fácilmente, cosa que a veces la gente interpretaba como rebeldía; pero poco a poco, aunque aún había momentos en los que su terquedad se imponía, asumía que había límites que tenía que respetar.

Esto lo había conseguido sobre todo Beatriz a base de grandes dosis de paciencia y de dulzura y de enfrentamientos con Félix, su marido, que tenía opiniones distintas respecto a la educación de los niños.

-Creo que eres demasiado blanda con la niña. Esta lo que necesita es mano dura para que entienda que hay cosas que no se pueden hacer -había dicho malhumorado un día en el que el dueño de una tienda le había dado la queja de que «la morita» se había metido en su tienda y se había apoderado de varias tabletas de chocolate y había salido corriendo sin pagarlas.

-Félix, que para ella todo es nuevo; incluso el concepto de propiedad ... ¡Ah, y dile a Joaquín que la niña se llama Salka y no «la morita».

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Beatriz había sido la empeñada en solicitar la venida de Salka. Había visto en la televisión un anuncio con un número de teléfono y se apresuró a anotarlo. Estaba ella sola aquel día; Félix no había regresado aún del viaje que le había salido a Navarra. Era taxista, además de fontanero, y cuando le salía un viaje largo, lo aprovechaba porque entraba un buen dinero en casa.

Era un hombre bueno, pero chapado a la antigua: de pocas palabras, muy amante del trabajo y muy poco de salir fuera, de vacaciones. Nadie entendía cómo Beatriz, que había hecho algunos estudios, que tenía gustos más refinados, llegó a casarse con el bueno de Félix que era bastante vulgar. Pero lo cierto era que vivían felices porque cada uno había hecho el esfuerzo de aproximarse al otro. Todas las decisiones se consultaban; pero esta vez Beatriz, antes de hablar con su marido, ya había tomado una determinación. En el fondo, estaba segura de que él aceptaría su propuesta, a pesar de todo.

Guardó el número de teléfono en la caja de la costura y, aunque aquel día la abrió bastantes veces pensando telefonear, no lo hizo durante la mañana .

-No está bien que llame antes de llegar Félix. Esto es cosa de los dos -se repitió a sí misma varias ·veces.

.

Sin embargo, por la tarde, se decidió.

-Tendría que pasarse por aquí para rellenar la solicitud porque en su pueblo no existe nadie que sea de

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la Asociación, ¿no? -le aclaró una voz femenina al otro lado del teléfono.

-No, aquí no hay nadie de la Asociación.

Siguió preguntando que qué documentos hay que llevar, que cuánto se importa, que cuándo sabría si se la concedían, porque, eso sí, ella quería una niña mejor que un niño, las niñas le gustaban más. Además, niña había sido la suya ...

Cuando llegó Félix, le notó algo especial: le brillaban sus ojos negros como cuando algo muy importante ocurre o está a punto de ocurrir.

-¿Qué pasa, Bea? -preguntó sin rodeos.

-¿Pasar? No pasa nada. Eres tú el que llegas, tendrás que decirme cómo ha ido el viaje.

-¿El viaje ... ?, cansadísimo, como siempre.

Bostezó al tiempo que se sentó en su sillón, el que siempre usaba.

-Creo que vaya cenar pronto. Me ducharé antes .... estoy deseando coger la cama.

Beatriz vio que no era el momento de hablar. Al día siguiente se lo plantearía. Sólo que aquella noche, despertó varias veces, preocupada por la reacción que pudiera tener él.

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Después de la muerte de su hija, había quedado muy claro que él de adopciones, nada; que los hijos, o son propios o se conforma uno sin ellos, porque lo natural es 10 natural...; que si a ella habían tenido que quitarle el útero, sería porque Dios no quería que tuviesen hijos ... Y nadie había podido convencerlo de lo contrario. Era bastante pertinaz.

Pero esto no era lo mismo: no era una adopción; sólo serían dos meses en los que se le podía beneficiar mucho a esa niña, que bien sabía ella que todos esos chiquillos llegaban con una desnutrición enorme y algunos con enfermedades que aquí, en España, se le podían curar porque había más medios que en su país. Sólo dos meses, sólo ... , aunque, claro, si necesitara algún tiempo más ... No, esto no se lo diría aún; que Félix era bueno, pero bastante terco. Dejaría que le tomara cariño y entonces ... Porque seguro que iba a quererla, que él era muy cariñoso y de un corazón grande; que por eso ella le quería tanto ... Le habían dicho que cuando alguno de los chicos necesitaba operación, le permitían pasar el curso aquí. .. Bueno, eso tampoco se lo diría a Félix ... S6lo lo de la desnutrición ... Ellos vivían bastante bien y se 10 podían permitir; porque, claro, todos los gastos del viaje, de mantenerla, de vestirla y de darle algo para que se lleve para su tierra cuando regrese, todo eso, era por su cuenta ... Bueno, pero a Félix eso no le importaría, seguro que no le importaría ... Aquella tarde había visto en el comercio de tejidos que había en la plaza un trajecito monísimo ... ¿Cómo sería la cría? Ella había visto fotos de niños del Sahara y tenían los ojos muy bonitos ... , aunque con la mirada triste.

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Félix comenzó él roncar y ella le dio con el codo para que cambiara de postura. Cerró sus ojos y trató de relajarse para dormir un rato porque necesitaba energías para el día siguiente.

-No te levantes, Félix -se apresuró a decirle cuando sonó el despertador-, que es todavía pronto. Debes descansar un poco más.

-No. Tengo un aviso y le dije a la mujer que iría al día siguiente de llegar. Tiene problemas con una tubería y le corre prisa.

De manera que aquella mañana, tampoco podía hablar con él. Todo el tiempo estuvo inquieta, pensando cómo exponerle el caso de forma que no se sintiera molesto ... Porque esta vez ... Tenía que reconocer que había roto las normas, no había contado con éL ..

Fue por la tarde, después de comer, cuando se atrevió a decírselo mientras tomaban aquel humeante café que tanto les gustaba.

-Tenemos que hablar.

-Lo sabía -contestó él sonriendo-o ¡Qué bien te conozco!

Ella comenzó suavemente a exponerle todo lo que sele había ocurrido y lo que había averiguado. Al principio, protestas: que si estás loca, que si dónde nos vamos a meter, que si un niño así puede traernos problemas, que si nos vamos a entender con ella si no sabe español...

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Beatriz lo dejó hablar, o mejor dicho, gritar, hasta que se marchó a jugar la partida al bar, cosa que no solía hacer; pero cuando se enfadaba, salía disparado con un repentino afán por el juego.

Cuando llegó de nuevo a casa y encontró a su mujer callada y triste, se le acercó cariñoso, la besó y le dijo:

-No, si a lo mejor tienes razón. Por probar... Si quieres mañana podemos ir a enterarnos bien, que por te· léfono, nunca se sabe ...

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Carlota había partido para casa de Manuel, y Ra· . món recordando las últimas discusiones palpaba de nuevo su torpeza y se irritaba por no saber qué hacer para recuperar la normalidad de su relación. Sentía que podía haber llegado el momento en el que Carlota pusiese fin a su matrimonio y esto le llenaba de amargura.

En la oscuridad del salón, lloró durante un rato aprovechando que la única compañía que tenía era la de Sultán. Después, se sintió mejor, aunque le dolía la cabeza muchísimo. Tomó un calmante y cerró los ojos al tiempo que se masajeaba suavemente las sienes. Esto se lo hacía su madre, de pequeño, y siempre era efectivo.

Su madre tenía una habilidad especial para dar masajes donde fuera: en el vientre, cuando le dolía la tripa; en el cuello y en los hombros, cuando su

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padre venía cansado del cuartel; en las sienes, cuando dolía la cabeza ... Intentó recordar su voz y su risa, pero no lo lograba. ¡Maldito el tiempo que borra recuerdos tan queridos!

Pero vino a su mente algo muy importante. Algo que su madre, Elisa Martín, le había dicho muchas veces, cuando ya estaba próxima su muerte. Ella se encontraba ya muy mal y sabía cuál iba a ser su fin. En aquellos tiempos, la tuberculosis no se curaba, a pesar de que su padre hizo todo el esfuerzo del mundo por conseguir la preciada penicilina que necesitaba. Hasta se había valido de su influencia para conseguirla de contrabando porque aquí en España no la encontraba, cosa que guardaba en secreto cautelosamente porque pensaba que podía ser un borrón en su carrera militar. Ramón aseguraba que no era una mancha, que era el gesto más humanitario que había visto en él jamás.

Su madre le había dicho:

-Hijo, procura siempre vivir el presente con alegría. Busca lo que te haga feliz y lucha por ello.

-Sí, mamá -había contestado él sin saber muy bien qué quería decir su madre.

y luego había preguntado:

-¿Qué es el presente?

Ella, riendo, lo había besado.

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-Lo entenderás algún día -y le había hecho cosquillas hasta hacerle reír.

Luego se fue agravando la enfermedad y él la veía pálida y sin ganas de jugar. Y empezó a entender que ese momento presente no le gustaba vivirlo. Y así, hasta que se fue. Un niño, no debería pasar jamás por esa experiencia.

Estaba ya anocheciendo y la luna llena entraba por el ventanal, llenando todo de su claridad plateada. Sultán descansaba dormido en su cojín alIado del sillón de Ramón.

- ¿y mi momento presente? ¿Cómo está mi momento presente? .. ¡De pena!... Sin embargo, tengo que buscar lo que me hace feliz y luchar por ello Sí, mamá, tenías mucha razón ... Pero, ¿cómo hacerlo? Lo único que sé es que mi vida sin Carlota se apaga, no tiene sentido.

Se mezclaban recuerdos con imágenes de las dos mujeres que habían supuesto lo más grande en su vida: en el pasado, Elisa Martín, su madre; en el momento actual, Carlota, su mujer. También vino a su mente Lucía, la muchachita de gafas metálicas que trabajaba en aquella farmacia de Madrid y que fue su primera novia.

-La verdad es que mi ha estado marcada por las mujeres :-se dijo, sonriendo-o Y ahora no puedo dejar marchar a Carlota.

Lo veía muy claro: hablaría con ella en cuanto regresara de casa de Manuel.

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-No puedo vivir atormentado toda la vida. He de quitarme de mi mente y de mi corazón aquello que me hace daño.

y tomó una firme resolución.

Subió hasta el ático. Todavía olía a pintura ya aguarrás. Carlota había manchado un cuadro antes de marcharse, en los días que había estado en casa, desde su último viaje a Madrid. La luna llena entraba por el gran ventanal y por la claraboya, haciendo casi inútil que se encendiera la luz eléctrica, pero la encendió.

Todo hablaba de ella: sus pinturas bien ordenadas y clasificadas por colores en la caja que había dejado abierta, sus carboncillos, sus pinceles ... ; sus dibujos, organizados en la carpetas; sus libros queridos, aquellos que leía más de una vez y siempre estaban con ella; sus discos favoritos ... Allí estaban también su agenda, la de mesa, y su diario. A Carlota le gustaba escribir en su diario casi todos los días. Era una costumbre que había comenzado en la adolescencia y que había continuado a pesar de los años. Es mucha la gente que escribe diario en la adolescencia; pero luego, termina por dejarlo. Ella no, ella gozaba escribiendo porque decía que así se encontraba a sí misma. Eso sí, lo guardaba como un tesoro; no permitía que nadie lo leyese, ni siquiera Ramón. A veces le leía algo; pero sólo cuando ella lo decidía.

Dudó mucho si abrirlo o no. La curiosidad por descubrir todo lo que ella vertía en aquellas páginas era tal que se le aceleraba el corazón de forma estrepitosa.

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-Me va a dar algo -dijo poniéndose la mano en el pecho.

Pero decidió consultar sólo la agenda. Era a lo que venía y no podía jugársela otra vez, entrando como un ladrón a hurgar en la intimidad de su mujer. Debía respetarla; es lo que a ella le gustaría.

En «Galerías de Arte», nada; por el apellido, tampoco; en la «h» ... , sí, allí estaba: Héctor, sin más ... Anotó su número de teléfono, cerrando después la agenda y echando un ojo por última vez al diario.

-¿Héctor... ?

-Sí, soy yo. ¿Quién llama?

-Soy Ramón Atienza, el marido de Carlota Suárez ...

-Sí, sí, Ramón, dime. ¿Le ha pasado algo a Carlota? .

-No creo. Ella ahora no está en casa. Ha salido unos días de viaje, a visitar a un amigo. Mira, te llamo porque me gustaría ... , porque necesito tener una conversación contigo.

-Bien, pues tú dirás.

-No; por teléfono, no: No me importaría ir a Madrid, si tú puedes recibirme.

-Vale, ven cuando quieras. Me has pillado de milagro, porque acabo de regresar de Roma ...

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-¿Te viene bien el sábado'?

-¿Pasado mañana? .. A ver... Sí, me viene bien. Estaré en casa todo el día, así es que puedes llegar a la hora que quieras. Puedes venirte a comer.

-De acuerdo. Gracias. Allí estaré hacia el final de la mañana.

-Muy bien. Tendré la comida preparada.

Ramón colgó el teléfono con la sensación de haber hablado con una persona amiga. No se podía negar que era acogedor... ¡Así tenía de embaucada a Carlota ... ! De nuevo, los celos ... ¡No, no quería empezar otra vez con lo mismo! Suspiró profundamente y encendió la televisión.

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-Papá, ¿por qué no me dejas que suba a tu coche? -había preguntado Salka a Félix.

-Mira, niña: el coche es para trabajar. Yo sólo lo empleo para trabajar.

-No. También lo empleaste para ir a recogerme. Y se va muy bien en él...

Félix la miró de reojo mientras sonreía al sentir satisfecha su vanidad, porque no había cosa que más le agradara en el mundo que le piropearan su coche, aquel Peugeot 306 modelo Ranchera de gasoil que se había comprado cuando decidió dedicarse a ser taxista, además de fontanero. Cuando lo limpiaba ponía todo el esmero y no permitía que nadie le pusiese una mano encima, nada más que su amigo Antonio, el mecánico, que, según él, era el único en el pueblo que entendía bien esa marca. Él se lo había vendido porque era el

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representante de la casa y le había dicho que los motores «TDI» eran los mejores. Aunque Pepe, el carpintero, que era un envidioso, le había comentado que tuviese cuidado porque eran tan potentes que podían explotar. Cosas de Pepe.

-Bueno: dile a mamá que si quiere esta tarde os llevo al cine a Badajoz.

La niña no disimuló su alegría ya Beatriz le salió su risa de conejo (así la llamaba Félix, pero dudo que hubiera visto sonreír a algún conejo alguna vez) y dos lucecitas brillaron en sus ojos.

Aquella tarde hubo cine y merienda. El cine fue otro descubrimiento para Salka porque jamás lo había visto. En el pueblo no había. Así es que, cuando se apagaron las luces, dio una encogida y se agarró al brazo de Beatriz. Luego, en la pantalla aparecieron imágenes grandísimas que se movían y hablaban. Algo parecido a la tele, pero muchísimo más grande, conta. ba ella después. Era una película de aventuras en la que el protagonista, un claval de catorce o quince años, era rubio y muy guapo, y del que Salka saiió medio enamorada.

El paseo por la ciudad también le gustó mucho, sólo que había: un tráfico muy denso yeso la asustaba un poco al principio. Luego, se confió y empezó a tomar decisiones; decidió por dónde quería ir y cuándo podía cruzar. Félix la cogió de la mano y le dijo:

-Ten cuidado, hija, que los coches van como locos.

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y la niña miró hacia adelante, muy orgullosa, porque notó que su padre ya se preocupaba de ella como su madre. Se agarró de su mano y pegó su cabecita a su brazo. Félix, algo azorado, se limitó a carraspear un poco; y Beatriz, sonrió.

La merienda en un restaurante para chicos, fue estupenda. Pudo pedir lo que quiso de aquella carta donde estaban fotografiadas toda clase de hamburguesas, además de refrescos de naranja. y, al final, helado. Los helados le encantaban. Aquella tarde tomó una copa con tres bolas: fresa, nata y chocolate, entre las que sobresalían unas barritas de barquillo. y pinchada en medio de las bolas, estaba una sombrilla que también se la quería comer; pero no se la comió porque Beatriz le dijo que eso era de adorno, que la guardara de recuerdo. La recogió entre sus cosas para cuando regresara a su país enseñársela a sus hermanos.

La tarde fue maravillosa y en el taxi de Félix se viajaba estupendamente. No había pasado nada de lo que le había dicho un día Marisa, la niña que le gustaba a Jase: que en los asientos había pinchos que se clavaban en el trasero y que las ruedas se le caían. Lo de los pinchos, pudo comprobar que era mentira nada. más montarse. Lo de las ruedas, tampoco era verdad porque ella, cada vez que se había bajado o iba a subir en el coche, se fijaba a ver si faltaba alguna, pero todas estaban en su sitio. De manera que Marisa era una mentirosa. No sabía qué veía Jase en ella porque era muy presumida y antipática. Y cuando los veía juntos, comentaba algo en el oído a su amiga mientras los miraba y se reía, cosa que a ella le molestaba muchísimo. Quizás algún día le daría una «pámpana» (así es

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como algunos llamaban a las palizas), que se iba a enterar. 0, mejor, ya pensaría algo para ponerla en ridículo.

Aquella noche, después del baño y la cena, los tres jugaron al parchís. y antes de acostarse, Félix le dio un beso.

-Mamá, papá ya me quiere, ¿verdad? -preguntó cuando Beatriz pasó a desearle las buenas noches, estando ya en la cama.

-Hija, papá te ha querido siempre.

-No; al principio, no. Pero ya me quiere mucho.

y sonriendo, cerró los ojos y se quedó dormida.

En el salón, Félix había puesto la televisión, pero no la miraba ni la escuchaba. Cuando llegó Beatriz, dijo:

-Esta puñetera es un encanto.

-Lo es -contestó Beatriz, satisfecha de haber logrado su objetivo.

-Tenías razón. Ha sido una buena idea traerla ... Lo malo es que pronto se nos va ...

-Creo que por diciembre va una expedición al Sahara. Podríamos ir a verla ...

-Ya veremos, ya veremos ... Lo malo de esto es que te encariñas y...

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-¿Lo malo'? Yo diría que es estupendo que la gente se quiera.

-Sí, pero luego hay que separarse ...

Se hizo un pequeño silencio. Félix bajó el volumen del televisor. Luego, siguió hablando, como pensando en voz alta:

-Me han dicho que hay algunos de estos chicos que se quedan en España.

-Sí, pero Salka quiere volver con su familia. Por ahora, no se puede pensar en eso.

-¿y cuándo dices que va la Asociación para allá?

-Por diciembre.

-Pues ya veremos.

Desde aquel día ya no permitió que nadie le llamase «la morita» y pasó más tiempo en casa, sobre todo cuando sabía que la niña estaba en ella, que no era siempre porque a la cría le encantaba salir y llegar tarde.

Ya tenía muchas amigas. Todas las de la cIase excepto Marisa y su amiga que se querían hacer mayores y se iban con niñas de sexto. Bueno, también Jose era su amigo; pero no salía casi nunca, así es que donde más se veían era en el colegio. Pero como acababan de dar las vacaciones, ahora hacía tiempo que no se encontraban. Menos mal que ella había venido a España

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antes que los demás porque había tenido un problema de estómago y habían tenido que operarla. Así había podido conocer a Jose que era un buen amigo y tenía los ojos muy bonitos; y, aunque dijeran cosas de él los demás niños, a ella le caía muy bien.

Ahora estaban preparando sus amigas y ella un baile para concursar en las fiestas del pueblo. Le encantaba la música y el baile. A veces, se encerraba en una habitación, ponía algún disco y... ia bailar! Sobre todo, salsa: le encantaba la salsa. Le había enseñado a bailar la madre de una amiga que se dedicaba a dar clases de baile ya ella se las había dado gratis. Pero también había aprendido mirando la tele. Sentía el ritmo y no podía evitar moverse cuando escuchaba las notas de una canción.

A veces, la había encontrado Beatriz bailando con los ojos cerrados, moviéndose, llevando el ritmo de forma extraordinaria, sintiendo la música en lo más profundo de su ser, y se había quedado un rato observándola.

-iQué bien baila, qué ritmo tiene! -pensaba.

Luego, salía de la habitación dejándola sola para que siguiera disfrutando de su danza.

-Allí en su tierra, seguro que estas cosas no puede hacerlas.

No quería pensar enel momento en el que tuvieran que separarse. Y más ahora, que Félix también estaba contento con ella.

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-Deberíamos sacar unos días y llevarla a la playa, que no ha visto nunca el mar -había dicho a su marido.

-Ya veremos, ya veremos ... Ahora tengo mucho trabajo ... Además, ¡no somos millonarios, no se puede estar en todos sitios ... !

Beatriz había callado, como siempre; pero sabía que cualquier fin de semana Salka conocería el mar.

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Cuando pulsó el timbre, Ramón leyó el cartelito dorado que había en la puerta: «Héctor Monttini».

-No sabía que este tipo fuera italiano -pensó.

y no era italiano: había nacido en Madrid y estaba nacionalizado en España. Su padre, que era un industrial deMilán, vino a este país por asuntos profesionales, conoció a su madre y se casaron a los seis meses, quedándose definitivamente a vivir en la capital española.

Quizás Héctor había heredado de él el temperamento impaciente. Era persona que decidía pronto y actuaba enseguida. No veía obstáculos. Seguramente se había equivocado algunas veces; pero la mayoría había acertado y esto le compensaba y reforzaba su forma de proceder. Era un hombre positivo que en ocasiones se aventuraba y se embarcaba en situaciones

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difíciles, movido por la seguridad de acertar. Cuando se equivocaba, solía aprender del error y mirar hacia delante. Jamás se lamentaba. Al menos, esa era la imagen que de él tenía Carlota y la que, en alguna ocasión, le había trasmitido a Ramón.

Le encantaba la ópera y la zarzuela y cantaba muy bien el «O sole mio» con su voz de barítono italiano. Vivía en aquel piso hacía unos diez años y, en todo ese tiempo, nadie le había conocido ninguna pareja estable. Eso también lo sabía Ramón; pero no porque se lo hubiese dicho su mujer. Lo había averiguado porque una vez coincidieron en Madrid Carlota y él con una mujer, portera de Héctor y conocida de Carlota, que hablaba demasiado y que le gustaba contarlo todo.

Les puso al día de todo lo que solía hacer, de la mucha gente que lo visitaba de forma más o menos asidua: escritores, pintores, actores ... Estaba en contacto con intelectuales y artistas desde siempre, ya que en su familia paterna había habido gente de ese mundillo; y por parte materna, tenía una tía poetisa y un tío que pintaba muy bien, pero era un bohemio y se había echado a perder.

Todo esto lo relató en un pis-pas, a pesar del gesto de contrariedad de Carlota que le ponía de mal humor que se contasen intimidades de su amigo con. tanta ligereza.

-No es para tanto -le había comentado él cuando la portera se fue al supermercado.

-Es una charlatana estúpida y chismosa.

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Se abrió la puerta del piso y apareció Héctor con un delantal manchado de tomate. Era más bajo de lo que él suponía; pero con un rostro agradable, sonriente y con unos bonitos ojos verdes (<<como ella», pensó Ramón) que le daban un atractivo especia.!.

-Hola. Eres Ramón, me imagino -saludó tendiéndole la mano.

-Sí. Tú debes ser Héctor -correspondió Ramón.

-Pasa. Estaba en la cocina terminando de preparar la comida. Espero que te guste la pasta ... Pero, siéntate, siéntate; enseguida estoy contigo.

Ramón observó el salón, amueblado con buen gusto y decorado con unos cuadros excelentes. Había uno de Carlota, lo reconoció enseguida ... y estaba en un lugar muy preferente, de lo que se deducía la gran estima que el galerista sentía por ella. Al menos, así lo pensó él. ¿Sólo estima ... ? Empezó a sentir calor y se descorrió un poco el nudo de la corbata, gesto que fue observado por Héctor que entraba en ese momento, ya sin delantal.

-¿Tienes calor'? No me extraña. Si es que, con este tiempo, no sabe uno como acertar. Seguramente no he programado bien la temperatura.

Bajó con el mando a distancia unos cuantos grados el aire acondicionado.

-Ven, te vaya enseñar mi casa.

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Los cuadros; sobre todo, los cuadros. Ramón se detenía sin prisas en cada uno, como si le interesaran muchísimo; en realidad, no pensaba en ellos, sino en cómo empezar la conversación que le traía a aquella casa. Cuando llegó al de Carlota, fingió no darse cuenta de la firma.

-¿y éste?

Héctor sonrió y dijo:

-¿No lo reconoces? Es de Carlota. Es muy bueno. Formaba parte de la primera exposición que organizamos en la Galería. A mí me gustó mucho y ella quiso que me quedase con él.

-Carlota es muy generosa -comentó con cierta ironía que o no fue captada por Héctor o no quiso tomarla en consideración.

Le enseñó también una colección de monedas que había heredado de su padre y éste a su vez del suyo. Las había antiquísimas. La joya, sin duda, era aquel denario del tiempo de Jesucristo. Monedas de todos los países y de todos los tiempos. La colección debía tener un gran valor.

Sirvió unas copas.

-Acomódate. Quiero que estés a gusto. Enseguida sirvo la comida, que la pasta no puede esperar.

De todas maneras, ya estaba algo pasada cuando la comieron; pero estaba riquísima. Así le pareció al visi-

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tante que empezaba ya a tener apetito. Pensó que le iba a costar más llegar hasta el punto que él quería tocar en la conversación, pero la naturalidad de Héctor facilitó las cosas.

-Bien, Ramón: supongo que quieres hablar de Carlota, ¿no?

-¿Cómo lo sabes?

-Porque es la única persona que nos une: es tu mujer y es mi amiga.

-¿Sólo tu amiga? -sonrió irónico-. Vamos, Héctor: dime de verdad: ¿qué es lo que representa ella verdaderamente en tu vida?

Héctor lo miró muy serio y muy seguro de sí mismo.

-Es mi amiga, ya te lo he dicho. Y corno amiga mía que es, he sido su confidente muchas veces y sé que te quiere muchísimo, si es lo que deseas saber.

Ramón enrojeció súbitamente. Se sentía torpe y sin recursos. Quizás no debería haber ido. Tenía que reconocer que la presencia de Héctor, en ese momento, le intimidaba. Volvió a descorrer el mudo de la corbata.

-Últimamente nuestras 'relaciones están bastante deterioradas ...

-¿y qué tengo yo que ver en todo eso?

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-s,e quedó sin argumentos.

-iAy, Ramón! Estás equivocado, completamente equivocado.

-¿Me vas a decir que no buscas su compañía, que no la llamas con más frecuencia de lo habitual, que no intentas separarla de mí?

Había subido el tono de la voz y su rQstro reflejaba la excitación que sufría.

-Vamos a ver-eortó Héctor-. Naturalmente que la llamo y que me agrada su compañía; pero, ¿no te he dicho que es mi amiga? ¿Qué concepto de la amistad tienes tú, entonces? .. Pero no intento separarla de ti; entre otras cosas, porque sería causa perdida.

Hizo una pausa y contiriuó:

-¿No te he dicho que entre nosotros no hay nada? ... Además ¿no has hablado con ella de este tema?

-Sí; pero ¿qué va a decir?

-¿y por qué no va a decir la verdad? ¿Hay algo que se lo impida? Mira, Ramón, Carlota es la persona más veraz y más libre que me he encontrado en mi vida. Si hubiese entre nosotros una relación de amor, no lo ocultaríamos ni un solo momento ninguno de los dos; pero ella sólo se ha enamorado una vez en la vida, ¡de ti! y yo -meneó la cabeza- ... Te vaya contar lo que a nadie le he dicho, ni siquiera a Carlota.

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Sirvió un coñac, dándose un respiro porque lo necesitaba y buscó algo en un cajón. Era un álbum de fotos lo que buscaba, lo encontró y lo retuvo entre sus manos mientras hablaba:

-Antes de conocer a Carlota, bastante antes, cuando acababa de terminar mi carrera, tenía un montón de ilusiones y proyectos para realizar.Todo me sonreía. Cada día era para mí una preciosa aventura que me disponía a vivir con éxito. Pronto empecé a abrirme paso en el mundo de la pintura; sobre todo en Italia, a donde me fui pensando que los contactos que tenía allí, por medio de mi familia paterna, me vendrían muy bien. Un día, cuando paseaba por <<Villa Pamfili», un parque que caía cerca de casa, conocí una mujer que fue mi vida entera. Era preciosa: sus ojos, oscuros y grandes, reflejaban todo lo que sentía en cada momento; eran, un volcán en erupción ... ; eran, una fuente inagotable de comunicación. Jamás la vi inexpresiva. En un principio, fue lo que más me llamó la atención de ella, sus ojos. Sus ojos y su piel. En cuanto la conocí, me dije: quiero pintarla, porque todos los días no se encuentra uno a una diosa y yo estaba seguro de haberla encontrado.

Suspiró profundamente y continuó narrando su historia:

«Me acerqué y le dije que era pintor y que me gustaría hacerle un retrato. Ella me miró muy seria y por fin dijo:

-Lo siento. No soy modelo.

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-Bien, eso no es problema. Posar no es difícil...

Quise exponerle todas las ventajas que encontraría en su nuevo oficio, si es que lo aceptaba; pero me miró duramente y me dejó fulminado, sin palabras. Añadí torpemente, disculpándome, que perdonara, que no quería molestarla. Pensé que los dioses, cuando aparecen en medio de los humanos, no quieren mezclarse con ellos y con una miráda gélida expresan su deseo de independencia. Pero la suerte me acompañó una vez más. Un amigo cornún se acercó a nosotros y echó abajo la barrera que se había formado entre los dos.

La diosa se llamaba Giovanna y era estudiante de Arqueología. Había vivido en el mundo rural la mayor parte de su vida, con una familia muy tradicional, de moral estricta. Pero en ese momento estaba en Roma estudiando y no le gustaban nada los hombres demasiado lanzados.

Aquel amigo facilitó el acercamiento y ella supo que yo era pintor de verdad y que no estaba inventándome nada con la intención de acercarme a ella. Así es que empezamos a conocernos, le enseñé mis cuadros, salimos algunas veces y, por fin, accedió a ser mi modelo. Vivimos momentos inolvidables ... Entre nosotros hubo mucho más que una relación profesional, si es que puede llamarse así... Nos enamoramos y vivimos el amor, la pasión, la locura en grado sumo ... »

Hablaba parsimoniosamente, recreándose en su relato. En sus ojos brillaba una luz especial y sus labios dibujaban una sonrisa. Hablaba bajito, como para sí mismo. De pronto, miró a su interlocutor y dijo:

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-Ven, vaya enseñarte una cosa.

Ramón se levantó de su sillón y 10 siguió. Héctor había abierto el álbum. Eran fotografías de Giovanna, principalmente. A veces, aparecían los dos; otras,' el estudio, los cuadros, ella posando... Ramón miraba en silencio, no se atrevía a hacer ningún comentario, porque pensaba que aquel tiempo era de Héctor y él no tenía derecho alguno a irrumpir en su intimidad; porque vivía en aquel instante su recuerdo y sólo su cuerdo. En ese momento, ignoraba a todos.

Por fin, la última foto: ocupaba toda la página.

-Este es el último retrato que le hice.

-¿Murió?

Héctor tardó unos instantes en contestar. Por fin, apartó su mirada de la foto del cuadro y dijo:

-No. Vive. Si es que se le puede llamar vida a «eso».

Ramón no preguntó nada; pero Héctor continuó:

-Está en Roma, en la Residencia «La Madonna de la Salute». Es una residencia de tetrapléjicos. Allí vive desde aquel horrible accidente que tuvimos una noche, cuando regresábamos de una fiesta. Yo había bebido y ella noquería que condujera; pero mi obstinación fue tan grande que no le permití ni una palabra al respecto. Cogí el coche y en una curva me salí de la . carretera.

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-Lo siento, Héctor -dijo Ramón sorprendido y solidarizado con él.

-Por eso no pinto. Si yo le trunqué todas sus ilusiones, si le impedí que pudiera realizarse, no puedo hacer aquello que más me gusta.

-¿No eres demasiado duro contigo mismo?

Lo miró con amargura, mientras tomaba un sorbo decoñac y una lágrima se escapó de sus ojos y corrió por su mejilla.

-No. Lo verdaderamente duro es ver a una diosa convertida en vegetal.

Después de un silencio, Ramón carraspeó antes de hablar, no sabía muy bien si porque tenía la garganta seca o para sacar a Héctor de su mutismo que continuaba con la cara contraída por el dolor.

-Jamás lo hubiera imaginado -se atrevió por fin a decir.

-Ni tú, ni nadie. He procurado llevarlo en el más absoluto de los secretos; no quiero que nadie me compadezca. Me vine a España cuando perdí la esperanza de recuperarla y abrí la Galería. Aquí procuro olvidarme un poco, por eso no lo comento jamás ni siquiera con los más íntimos ... ¿Para qué comentarlo? .. Casi todos los meses vaya verla, pero ni me reconoce ...

-Lo siento, Héctor-repitió-. No sabes cómo lo siento ... He sido un verdadero idiota.

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-Procura arreglar las cosas con Carlota. Si yo jamás hubiese conocido a Giovanna, hubiera pensado en ella como la mujer de mi vida; aunque no me hubiese aceptado, estoy seguro; porque para ella sólo existes tú. Ahora ya lo sabes todo. Así es que cuídala, que la vida pasa.

-No sé cómo agradecerte ...

-Cree en ella. Es lo que se merece una mujer así.

y volvió a casa como un hombre nuevo, avergonzado y en deuda con la mujer que más quería.

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El otoño gris dejaba paso a un invierno frío y duro.

:Aquella mañana amenazaba lluvia y Manuel no se atrevió a salir. Decidió sentarse en su mesa de madera rectangular, de despacho, como decía su padre. Buscó unas hojas y escribió un poema sin reflexionar demasiado. Las palabras brotaban como si hubiesen estado contenidas en su mente y tuvieran la necesidad de salir e inundar todo el aire de su sentimiento. Lo leyó pausadamente, poniendo el alma en cada verso. Metió el folio en un sobre, después de doblarlo con todo cuidado; lo cerró y escribió en su cara anterior: CARLOTA.

Se había marchado el día anterior, pero él sabía que pronto volvería y quería que le aguardase allí, encima de aquella mesa, aquel sobre con su nombre.

Le hubiese apetecido saborear un cigarrillo; pero hacía años que había dejado de fumar y ya no tenía ni

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hábito, ni tabaco. Fue una apetencia momentánea porque enseguida dejó de sentir esa sensación. A veces le pasaba con cosas que ya no tenía o que no practicaba, como lo de fumar. De repente las deseaba, pero luego se difuminaba el deseo hasta perderse. Optó por poner música y sentarse a escucharla plácidamente. Su mano derecha se movía como dirigiendo la orquesta, mientras la fuerza de la Sinfonía número 5 de Beethoven penetraba en todos los rincones de su espíritu, dándole toda la paz y el bienestar que en esos momentos podía tener.

Unos pasos le hicieron pensar que no estaba solo. Abrió los ojos, bajó el volumen de la música y vio aparecer a Frasquita.

-iAh, eres tú!

-Si, yo y la compaña. Vamos, entrad -dijo dirigiéndose a alguien-o ¡y alegrad un poqUito la cara!

Entraron Jose y Salka. A los dos se les notaba que habían llorado, no sólo porque tenían los ojos rojos e hinchados, sino porque los gemidos de uno y otro, además de subirlé convulsivamente el pecho, se oían bastante, a pesar de que querían sofocarlos.

-¿Se puede saber qué os pasa? -preguntó Manuel.

-Se va -contestó Jose señalando a su amiga.

-¿Ya? -preguntó Manuel tontamente, porque él ya sabía que se iba; que había permanecido hasta diciembre en España, para que pudiera ser seguida por los

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médicos que la habían operado, pero que ahora, que ya estaba bien, tenía que marcharse aprovechando la expedición que iba para su país.

-Me da mucha pena irme -dijo Salka entre pucheros-o Pero vendré al verano que viene. Eso me han dicho Beatriz y Félix.

-Claro que vendrás. El tiempo pasa enseguida, ya verás. Mira tengo algo para ti.

Le dio un paquete que la niña abrió rápidamente. Era un libro que a ella siempre le había gustado: «El libro de la Selva».

-Me gustaría que te llevases más, pero Beatriz me ha dicho que os controlan el peso del equipaje.

-Sí, pero no importa: este lo leeré muchas veces y se lo enseñaré a mis hermanos.

-Bien, pues para despedir a Salka como ella se merece, organicemos una fiesta.

":"iBien! ¡Vale! -gritaron los dos, olvidando un poco la pena.

-Pensando que iba a haber algo de eso, he traído unas cuantas cosas que os gustan. Pasemos a la cocina.

Era Frasquita la que intervenía. Con ella bajaron a la cocina los dos niños, correspondiendo a sus bromas; Manuel bajó después. Hubo música, tarta de chocolate y juegos divertidos que duraron hasta muy tarde.

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Hasta salió aquel teatrillo de marionetas que Manuel construyó siendo un adolescente. Todavía recordaba aquella historia de la Bruja Algarabía, que todo 10 estropeaba; el pirata Patatón, que tenía pata de palo; el ratón Roecualquiercosa, que quería comerse la pata del pirata ... ; él mismo había escrito aquel guión que luego había puesto en boca de cada personaje, diseñado y confeccionado también por él, en el teatro de títeres. Pero jamás se había representado. Los personajes dormían plácidamente en el fondo de una caja de cartón, esperando que llegase el día de arrancar la sonrisa de algún niño.

Ana, su madre, fue quien le ayudó a confeccionarlos y le enseñó a coser, cuando estaban a solas, claro. Nadie podía saber este secreto, ni siquiera su padre porque seguramente no hubiera aprobado la idea. Pero 10 que Manuel no sabía, es que un día los había sorprendido en plena tarea. Felipe Márquez se había callado y marchado de allí. Luego, cuando estuvo a solas con su mujer, sí que había dejado que le saliera toda su indignación y todos sus temores:

-Pero ¿cómo se te ocurre enseñarle esas cosas? ¡Anda que si 10 ve alguien !, es 10 que faltaba; ¡que la gente es muy mala, Ana !; que no quiero que nadie me tire indirectas ... Además no creo que debas fomentar en él esa inclinación ...

Ana callaba. En su rostro se veía la consternación, el sufrimiento; pero callaba porque cuando su marido estaba indignado, era mejor dejar que se desahogara. Ella lo sabía muy bien. Por fin, habló:

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-Él no le hace mal a nadie. Lo único que quiere es estrenar su teatro de títeres en el Instituto.

-iPero que diga que los muñecos los has hecho tú!

-No puede. En las bases del concurso está bien claro que el concursante tiene que hacer todo, hasta los muñecos.

-Pues serán todo niñas las que se presenten.

-Lo ha convocado la profesora de labores --dijo Ana bajando el tono y la cabeza.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Felipe prohibió terminantemente que su hijo se presentase a tal concurso y estuvo dos días sin dirigirle la palabra a su mujer. Manuel notó que algo pasaba, pero no preguntó nada. y cuando su madre le dijo que su padre había prohibido que se presentara al concurso, lo entendió todo.

Pero aquel día, después de tanto tiempo, los personajes habían despertado de su sueño, se movían, hablaban, lloraban, reían ... Manuellas movía con cierta dificultad; pero todo quedaba genial. Jase y Salka jamás se habían divertido tanto. Aplaudían animados, reían, saltaban en su asiento ... Manuel pensó que había merecido la pena esperar todos aquellos años.

-Enséñanos a moverlos -había pedido Salka.

y acabaron improvisando nuevas historias entre todos y haciendo cada uno un personaje distinto, hasta que llegó el momento de la despedida. Beatriz

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llamó por teléfono diciendo que ya era hora dé marcharse.

Siguiendo las indicaciones de Manuel, los cuatro formaron un círculo, cogidos por los hombros, como si fuesen el pretil de un pozo. Manuel tomó la palabra:

-Mirad hacia abajo: este es el pozo de los deseos. Es nuestro pozo porque sólo existe para nosotros. Y nos acompañará donde quiera que estemos y, de esa forma siempreestaremos unidos. Cuando estemos tristes, debemos mirar sus aguas y veremos nuestras caras reflejadas en ellas. y sonreiremos para que todos estemos felices. ¿De acuerdo?

-iDe acuerdo! -contestaron los tres con firmeza.

-Echemos nuestros deseos en el pozo -ordenó Manuel.

-Quiero venir al verano que viene y muchos veranos más -dijo Salka.

-Quiero ser pintor, como Manuel... y que mi madre no se enfade tanto ...

-Que se acaben las guerras.

-Que mi padre me siga queriendo.

-Que todbs los niños del mundo tengan pozos de deseos y que sean felices ...

Aquella noche, los títeres descansaron sonriendo.

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-Que el Señor te consuele, mujer, que lo querías como un hijo.

La cantinela se hacía interminable. Frasquita bloqueó instintivamente sus oídos y dejó de oír aquellas frases hechas, pronunciadas sin ningún sentimiento.

Pensaba en su amigo del alma, en su enfermedad callada, en su sufrimiento. Por eso, de vez en cuando soltaba un suspiro que llenaba la pequeña iglesia. Y el parroquiano o parroquiana de turno, se inflaba orgulloso pensando que su perorata había emocionado a la mujer; carraspeaba y volvía a repetir:

-Como un hijo, lo querías como un hijo.

Aunque cuando llegara al sitio del que salió para dar el pésame, comentara rápidamente con la comadre que tenía alIado:

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-iNi un trapito negro se ha puesto siquiera ... ! Ya no . hay sentimientos ... Con las veces que el pobre sarasa le dio de comer, que lo sabemos ... Siquiera el día del entierro, ¿verdad? Vamos, digo yo: algo negro, por respeto al muerto. ¿No te parece?

Jase estaba, con su padre, atrás del todo. Germán no era hombre religioso, pero quería acompañar al amigo hasta el último momento y, sobre todo, quería estar junto a su hijo. Desde que supo que Manuel había ingresado en el hospital, no dudó en estar a su lado en todo momento. Él no estaba en el pueblo cuando se agravó la enfermedad, pero Frasquita lo avisó por teléfono:

-Don Germán, que está muy mal. Me ha pedido que lo lleve al hospital. Dice que así será más fácil todo.

La voz, quebrada por el llanto, de Frasquita sonaba todavía en su mente y él sentía también mucha pena. ¡Este hombre le había enseñado tantas cosas ... ! Sin proponérselo seguramente, sin una palabra agria. le había hecho cambiar actitudes, ver la vida de diferente manera y, sobre todo, le había ayudado a encontrar a su hijo ya encontrarse a sí mismo.

Observó por un momento la cara de Frasquita. Era un rostro sereno que traslucía el dolor y el cansancio. Su fealdad se había mitigado. Era la estampa de una mujer triste, indefensa. Sus ojos no miraban

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a nadie. Probablemente, estaban fijos en su propio corazón, en los recuerdos de escenas vividas con el amigo del alma. Un sentimiento de ternura y de simpatía surgió, dejando sus ojos ligeramente humedecidos. Se revolvió molesto en su asiento, carraspeó y se limpió, disimulando, los ojos con los dedos.

No se había podido hacer nada por él. Cuando Manuel le dijo que tenía cáncer, se llamó a sí mismo mil veces ignorante por no haberlo detectado. Hasta un profano hubiera descubierto que era un hombre enfermo, que algo le pasaba; pero él no supo verlo. Luego, ya en el hospital, antes de que entrara en coma, había visto todos los informes de Paris. Según le dijo, fue una doctora, amiga suya, la que le detectó la enfermedad, pero ya entonces no hubo solución. La metástasis era evidente.

Jose no miraba a nadie, sólo pensaba: «¿Por qué se muere la gente? ¿Por qué ha tenido que ser él? Me regaló sus pinceies, su paleta, las barras de pastel, su caballete ... todo, hasta su teatro de títeres ... ¿Sabía que se moría? ¿Por qué ha tenido que morirse? No me gusta la muerte. Se ha muerto y me ha dejado solo. ¡No es justo, era mi amigo, mi único .I amIgo.».

y trató de ver su cara en el pozo de los deseos, pero él no podía sonreír como dijo entonces Manuel. Sentía un dolor profundo en su pecho, como si una bola grande de angustia se hubiese instalado en él. Buscó la mano de su padre y la apretó. Germán le miró emocionado y le acurrucó entre su brazo y su pecho. ¡Dios, qué momento! A él no le gustaba llorar y menos cuan-

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do la gente pudiese verlo; pero en aquel momento, no pudo evitar las lágrimas. El niño le miró también emocionado y dijo bajito:

-Manuel decía que llorar era limpiar el corazón, que era bueno dejar salir el dolor porque si no, podía hacernos daño dentro.

-Manuel tenía muchísima razón, hijo -sonrió Germán.

Carlota, sentada junto a Ramón, sintió el calor de su mano. Recordó cada palabra, cada momento vivido en la casa de Manuel, hacía apenas dos meses.

-Carlota, cuando yo me vaya quiero que te quedes con la casa. Ya he hecho testamento ... Así vendrás de vez en cuando y pondrás alguna flor en mi tumba -había dicho sonriendo-o Ya sabes que me gustan las flores, espeCialmente las margaritas y las rosas. Utiliza mi estudio y ayuda a Jase, ese chico puede llegar muy lejos.

Cuando hablaba del niño le brillaban los ojos de una manera especial; quizás era aquel hijo que nunca pudo tener; quizás, la respuesta a tanto dolor regado, esparcido por suelos agrestes en los que parecía no florecer nada. El muchacho flaco de los ojos grandes, había aprendido a reír a su lado; pero él también había palpado la entrega sin condiciones, la sencillez, la confianza, el amor.

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Recordó también su último poema, aquel que le había dejado en un sobre con su nombre ,en su mesa de trabajo. Lo había aprendido de memoria:

«Quiero dejar mi cuenco bien pulido porque se acerca el alba. y con el alba, la huida. y con la huida, la eternidad.

Quiero dejar mi tesoro enmarcado en las cuerdas del tiempo.

Es regalo, es don que he recibido y como don, lo quiero dar.

¡Que se agriete mi cuenco para que salga la savia contenida!; que el aire se impregne de tu olor; que suene la música incesante... ; que todo hable de Dios!».

Instintivamente se llevó la mano a su vientre. Una nueva vida palpitaba en él. Ramón le susurró:

-¿Estás bien, cariño?

-Sí, estoy bien; sólo que ... pensaba que no lo va conocer.

-Manuel era creyente. De alguna manera se hará presente entre nosotros para que sepamos que él participa de nuestra alegría.

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-Era creyente. Sentía el amor de Dios, a pesar del desprecio y el dolor que le dio la gente.

Un rotundo «¡Chist!» rompió el diálogo. Era una cristianísima señora que pasaba lentamente las cuentas de un rosario que no acababa nunca, moviendo los labios sin decir nada y con los ojos puestos en cada una· de las personas forasteras que habían venido al entierro. Pero por más que buscaba, no encontraba al «novio del maricón», que ella sabía de muy buena tinta que había tenido un novio cuando estaba en Francia. ¡Claro, como en esos países no hay decencia ... ! Al principio pensó que pudiera ser Ramón, por eso se puso detrás de la pareja; pero luego, cuando lo vio acariciar la mano de Carlota, perdió todo el interés por él.

-Este será el querendongo; porque marido, no -pensaba mientras seguía pasando las cuentas de su rosario interminable-; que ella, hace poco tiempo, había estado por allí más libre que el viento. ¡y se acostaba en casa de ManueL.! Los dos solitos en la casa, que si no fuera porque se sabía que él «na de na» ...

Las campanas seguían doblando, rompiendo el silencio de las calles que ese día estaban vaCÍas. Todos habían acudido a despedir a Manuel. Sólo los viejos, los impedidos y los niños faltaban; aunque los hombres ya estaban impacientes porque aquel día había fútbol en la te le y no se lo querían perder. Así es que, de vez en cuando, se oía un rumor,signo del cansancio

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que empezaban a sentir algunos. El cura, que ya conocía las costumbres y que también era aficionado al fútbol, aceleró la ceremonia.

El ocaso, con su despliegue de colores, hacía ya su aparición cuando un coche paró en la puerta del Cementerio Municipal. La comitiva ya había partido con rumbo al pueblo. Sólo el sepulturero quedaba y estaba dispuesto a cerrar la gran cancela de la entrada, cuando Marcelo y Elvira le pidieron que los dejase entrar un momento.

De mala gana, el hombre abrió, porque él ya había terminado su trabajo y aún tenía que recoger las ovejas que pastaban en las cercanías. Pero quedó impresionado por el aspecto de aquel forastero, lleno de pupas, que parecía que venía a quedarse definitivamente en aquel lugar.

-Si es poco tiempo, pasen ...

Era un cementerio pequeño y bien cuidado. Marcelo sabía que, en aquel pueblo, había 'un curioso culto a los muertos y la gente los visitaba con frecuencia para limpiar y poner flores frescas allá donde los suyos descansaban. Lo había comentado Manuel muchas veces.

No fue difícil encontrar la tumba buscada porque estaba cerca de la entrada y se observaba en ella el enterramiento reciente. Llegaron hasta ella.

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Ni una palabra: sólo el recuerdo de miles de momentos vividos ... y un dolor profundo, pero inexplicablemente sereno.

Cuando Carlota lo llamó por teléfono para darle la noticia, llevaba ya unos días en los que se le notaba cambiado. Pasaba horas en silencio, pero la expresión de sus ojos era distinta. Elvira, que vivía con él y que lo conocía como nadie, lo había notado; pero no le había hecho ningún comentario. Fue élel que una noche le dijo:

-Creo que incluso yo puedo llegar a ser perdonado ... No, no digas nada; pero trae las medicinas, vaya tomarlas.

y aquella tarde fría, su cuerpo se quebraba sin remedio mientras que en su espíritu ardía el sentimiento, el dolor, el amor... ; signos inequívocos del hombre que salía de su letargo.

Elvira respetó el silencio del amigo que,sólo fue roto por su propio llanto al cabo de un rato. Junto a las coronas encintadas y los ramos de flores, depositó un pequeño ramillete de margaritas blancas y rosas rojas y, a su lado, una tarjeta blanca que decía: «Dios ha roto su silencio».

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Los personajes de esta novela son seres atormentados y sufridores; muchos de ellos llenos de miedos fraguados en una infancia dura, marcada por la incomprensión, que a veces no encuentran respuesta a su angustioso grito. Hombres y mujeres que también pueden ser crueles y mezquinos, quizá porque no saben verter su dolor de otra forma. Es difícil saber perdonarse a uno mismo y entender el porqué de tanto sufrimiento. Pero la amistad, la comunicación con los otros, puede salvar.

Manuel, el personaje central, sobre el que confluyen todos los demás, regresa a su pueblo después de vivir en París duras experiencias, y será el centro de atención de -:-

DIPUTACIÓN DE BADA}oí

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