DIARIO LA NACIÓN - EDICIÓN 7.941

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ANÁLISIS.

sábado 1 abril del 2017

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EL PODER DE LA CONCIENCIA

Siete palabras y un punto Alex Noguera Periodista alexfnoguera@hotmail.es

“N

ada puede hacer que me ponga nervioso”. Con esa idea despertó Pato Donald. Bueno, así le decían los íntimos porque se quejaba por todo: era cascarrabias, malhumorado... pero según él, solo era incomprendido. Es que a sus casi 70 años era consciente de que no le quedaban muchos años de vida y por tanto tampoco le sobraba paciencia para explicarles a los demás cómo era el mundo. O por lo menos, como él lo veía. Pato Donald decidió que a partir de ese día ya no sería más Pato Donald. Así que desde temprano puso su mejor sonrisa. Su mujer lo miró sorprendida. Se preguntó si no estaría enfermo. Y con timidez indagó: ¿te sentís bien?

Se preguntó por qué ese senador y sus compinches no tuvieron la iniciativa de una obra semejante hacía años. Donald abrió la boca para contestar con tono de pato, pero al instante recordó su intención. Nada puede hacer que me ponga nervioso, pensó y de sus labios se filtraron un “sí, mi amor”. A la mujer se le cayó la cucharita de la mano. Sus ojos eran dos huevos fritos aplastados. Él se levantó de la mesa del desayuno y le dio un beso a su esposa. Ella tuvo que sentarse porque eso era demasiado. Se bañó, se vistió, se despidió y partió en el coche rumbo al trabajo. En el semáforo lo asaltaron los malditos limpiavidrios. Su puño se cerró con fuerza en la palanca de cambios. Una vena de ballet saltó en su frente... pero “nada puede hacer que me ponga nervioso”. Tomó una moneda del tablero y con una sonrisa la depositó en la garra del marginal. Llegó al trabajo y comenzó a ojear el diario. En la parte delantera, el show del momento, la política. En la foto vio a un senador con una bandera al cuello y se preguntó a sí mismo cómo alguien puede llegar a ser tan despreciable. Leyó lo que decía abajo de la imagen y se enteró de que hasta había echado unas lágrimas el patriota. Estuvo a punto de hacer un bollo con las páginas, pero recordó su consigna de que “nada puede hacer que me ponga nervioso”, y se tranquilizó. Otra vena, del cuello, saltó para protestar, pero la decisión estaba tomada. Como un sacerdote perdonando pecados, Don (ya era la mitad de Donald nomás) se explicó a sí mismo que el pobre hombre no tenía alternativa, que como no servía para otra cosa, estaba bien que fuera senador, que cobrase un jugoso sueldo sin producir nada. Siguió hojeando y se encontró con una imagen fantástica, futurista, que de tanto gusto le hizo

cosquillas en... en... en no supo dónde porque no estaba acostumbrado a ese tipo se sentimientos. La megaobra estaba concluida. En pocos meses habían solucionado el problema de lustros. ¿Cuántas horas de su vida había perdido en la cola de vehículos esperando el semáforo verde? No quiso responder. Le dio miedo. Y sin embargo ahora ni siquiera habría semáforos, sino un túnel y un viaducto en el mismo lugar. La primera estructura de este tipo en todo el país. Pensó en la bandera en el cuello y se preguntó por qué ese senador y sus compinches no tuvieron la iniciativa de una obra semejante hacía años, así no le hubieran robado tanto tiempo a él y al resto de los ciudadanos. Y pensar la cantidad de dinero que cobran cada mes. Falso patriot... “nada puede hacer que me ponga nervioso”. Donald buscó la parte de deportes para relajarse. Un vecino muy leído ya le había advertido que el fútbol era el opio del pueblo, según Marx. El estaba convencido de que ese tal Marx era todo un genio. Seguro era del Barcelona. Por eso siempre terminaba en las últimas páginas del tabloide. Allí encontraba paz. Era un gran opioadicto deportivo. Pero esto de las eliminatorias le tenía mal. El camino estaba muy jodido. Comenzó a leer las probabilidades y vio la foto de Neymar. Recordó el show de simulaciones del que fue protagonista. Era indigno. Por segunda vez se preguntó cómo alguien podía llegar a ser tan despreciable. Tranquilo, Donald, nada puede hacer que te pongas nervioso. La semana pasada justamente había debatido con su cuñado –otro genio del deporte, casi como el tal Marx– y le había planteado la solución definitiva para el fútbol.

En la foto vio a un senador con una bandera al cuello y se preguntó a sí mismo cómo alguien puede llegar a ser tan despreciable. Según su teoría, a comienzo de temporada cada club debía contratar unos 10 pseudofutbolistas extras, pero que sean bien “moqueteros”, así cuando un árbitro cobraba un penal o anulaba injustamente un gol, el técnico del equipo podía hacer un cambio y meterlo al susodicho para “descerrajarle” una buena dosis de aprendizaje para que el soplapitos no volviera a equivocarse tan alevosamente. Lo expulsarían, lo suspenderían y lo echarían de la asociación, pero quedarían otros 9 para la temporada. A Neymar le hubiera venido bien una dosis de esas cuando fingía una falta. A “nada puede hacer que me ponga nervioso” le falta una palabra, pensó. Tendría que ser: “Nada puede hacer que me ponga más nervioso”. Ocho palabras y punto. El irascible Pato Donald estaba vociferando de nuevo.

¿Creencias limitantes o empoderadoras? ISMAEL CALA @CALA

L

os seres humanos acogemos nuevas creencias con el paso de los años. Estos valores se adaptan a lo que nos impone la sociedad, los amigos o nuestra propia familia. En algún momento pensamos que dichos hábitos y conductas serían positivos para nuestra vida, porque otros los decidieron para ayudarnos. En alguna ocasión, incluso, estas actitudes pudieron ser útiles, pero a largo plazo han provocado que vivamos en “piloto automático”. El célebre filósofo francés René Descartes aseguraba con razón que “muchas creencias se apoyan en el prejuicio y la tradición”. Sin embargo, en la niñez, la situación es diferente. En esa etapa todavía permanecemos en un estado de inocencia, que aún no ha sido interrumpido por los agentes externos. Recientemente me conmovió una noticia cuyos protagonistas fueron dos niños de Kentucky, en Estados Unidos. Jax, de cuatro años, pidió a su madre que le cortase el pelo. El pequeño esperaba que, quedándose absolutamente sin cabello, su profesora no sería capaz de distinguirle a él y a su mejor amigo. Su madre subió la foto a las redes sociales.

Bajo la frase “la única diferencia que Jax ve en los dos es el pelo”, comprobamos que su mejor amigo es africano, nacido en la República Democrática del Congo, para ser más exactos. El niño Jax se mantiene fuera de los valores y prejuicios generados por el entorno. La situación nos demuestra cómo las creencias guían nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. En unas ocasiones nos limitan, y, en otras, nos empoderan. Precisamente, un estudio de la Universitat Oberta de Catalunya, de España, asegura que las creencias relacionadas con el género continúan condicionando el futuro académico. Entre los más de 1.500 alumnos que participaron, los investigadores comprobaron que los hombres creen ser mejores en ciencias y tecnología, mientras que las mujeres se infravaloran en estas asignaturas, a pesar de obtener mejores resultados en muchas ocasiones. El escritor mexicano Carlos Monsiváis señalaba que “somos aquello en lo que creemos, aún sin darnos cuenta”. En el proceso de autoconocimiento, debemos repasar las creencias que nos han impuesto en la vida. Si las analizamos, podremos descartar las que se han convertido en límites para nuestras metas. El escritor Henry Marsh explica en su libro “The breakthrough factor: creating a life of value for success and happiness” que la mejor manera de modificar nuestras creencias es conversando “con uno mismo”. Y tú, ¿cuándo fue la última vez que te escuchaste?


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