DIARIO LA NACIÓN EDICIÓN 7.692

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22 ECONOMÍA, NEGOCIOS&MÁS SHUTTERSTOCK - AGASANDREW

Deje de intentar encontrarse a usted mismo

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GIANPIERO PETRIGLIERI

H

an pasado tres milenios desde que la frase “Conócete a ti mismo” se escribió sobre la entrada del templo de Apolo en Delfos. Han paso cinco siglos desde que Shakespeare puso en boca de Polonius la frase “Sé sincero contigo mismo”. Sin embargo, estos días, en muchos espacios, no es a la religión o a la literatura a la que acudimos por ayuda. La búsqueda de la autoconciencia y la autenticidad nos lleva a otro lado. Se supone que encontremos y expresemos nuestro verdadero ser en el trabajo.

Paso mi vida con personas –ejecutivos, estudiantes, conocidos, amigos y colegas– preocupadas por su verdadero ser. Algunas veces están obsesionados con ello. “Vine aquí para encontrarme a mí mismo”, escucho explicar a muchos gerentes cuando se les pregunta por qué asisten a un MBA o a un curso ejecutivo, o por qué toman un nuevo empleo. Es una ambición que ahora las personas citan tan frecuentemente como la de volverse fundadores, socios o presidentes ejecutivos. Esto es especialmente cierto respecto a los gerentes a mitad de carrera, que suelen sentir que han alcanzado su confort, títulos y logros materiales, al costo de negarse su verdadero ser. Sin embargo, una vez que

Es una ambición que ahora las personas citan tan frecuentemente como la de volverse fundadores, socios o presidentes ejecutivos. decide detener tal negligencia, los esfuerzos de introspección y los intentos de relajarse dan pocos resultados. Su verdadero ser no se encuentra en ningún lugar. En el camino de la guardería al lugar de trabajo, el concepto del verdadero ser se ha vuelto tanto más popular como dramáticamente diferente. No solo lo hemos llevado un contexto distinto, lo hemos descontextualizado. El verdadero ser se ha transformado de un regalo, en un

logro; de una fugaz experiencia de posibilidades, a una imagen perdurable de lo que somos. Hemos llegado a considerar al verdadero ser menos como una semilla y más como un diamante; menos como algo a nutrirse con el paso del tiempo y más como una gema oculta en el interior, que una vez que se ha desenterrado, pulido y presentado, promete convertirse en un precioso símbolo de estatus y fuente de valor de mercado, en tanto podamos aferrarnos a él.

Sin embargo, al reducirlo a una imagen, el verdadero ser se vuelve poco más que una buena selfie, una imagen construida con el ánimo no tan secreto de halagarnos a nosotros mismos e impresionar a los demás. Dichas imágenes pocas veces se ven sinceras y, si lo son, el sentimiento no dura mucho.

Visto de esta forma, el verdadero ser no es duradero ni consistente; siempre está cambiando.

¿Por qué? Porque la verdad de lo que somos no se define por qué tan precisos, perdurables o placenteros son sus contornos, sino por la libertad para dibujarlos.

El trabajo que nos alegra, o el que los demás aplauden, bien puede ser una expresión de nuestro verdadero ser, pero no lo es. Por eso suelo aconsejar a aquellos que buscan ser sinceros consigo mismos en el trabajo, a que dejen de preguntarse quienes son y consideren dónde pueden ser más libres.

No se basa en conformarse consistentemente con una imagen reflejada, sino en tener la posibilidad de ser espontáneos y sorprendernos, en no conocernos y tener espacio para descubrirnos.

No es un fin, es un principio. Podemos encontrarlo, pero no aferrarnos a él. No siempre se siente bien y no es descubierto o fabricado, es liberado.

(Gianpiero Petriglieri es profesor asociado de comportamiento organizacional en el INSEAD).


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