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El “Huaso” Rojas: Poeta, minero y crack del fútbol
from TECK Julio 2023
Afirmado de una muleta, con su sombrero de ala ancha y una sonrisa a flor de labios, que dejan ver el resplandor de unos dientes de oro, se le ve en la puerta de su casa, de calle Urmeneta, en el centro de la comuna. Ese es su lugar favorito para pasar las horas y observar a sus vecinos que lo inspiran a tomar el lápiz y escribir algo. Llama la atención especialmente de quienes lo conocen pues Hugo Rojas Yáñez, de 91 años, lleva casi toda una vida escribiendo poemas.
“El Viejo”, es su último trabajo y es como un presagio. Así lo describe su primera estrofa que dice:
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“Que triste llegar a viejo, caen lagrimones cuando me acuerdo de mis hijos regalones. Yo me casé muy joven y nunca maduré, por eso que a mis hijos abandoné, por cosas del destino que nunca olvidaré.
La vejez no nos perdona y yo tengo listo mi equipaje porque en cualquier momento me toca emprender el viaje…”
Tiene gran memoria y recuerda cada pasaje de su vida. Destaca que sólo llegó a tercero básico y no pudo continuar en la escuela. “Aquí vivía con mi abuela, ya que a los cinco años quedé huérfano. Ella nos hacía leer junto a mi primo y nos mandaba a la escuela N°10, pero nosotros le decíamos: “abuelita, le hacemos huesillos y no vamos a la escuela”. Siempre nos decía que sí. Así que pasábamos haciendo huesillos y, por lo mismo, repetí hasta el Silabario”.
Recuerda que su mamá se enamoró del “chileno” y se fueron a vivir a Corral Quemado. “Allá fui jinete de caballo y me lucía en las carreras a la chilena. Ganaba platita, así que me compré un lindo bridón (así le llaman los poetas a un caballo brioso) y unas hermosas botas”.
Siendo un niño llegó a Calama y al poco tiempo se puso a trabajar en el Mineral de Chuquicamata. “Sí, en el norte me buscaban porque era bueno pa’la pelota, además de hacer ladrillos refractarios, de eso que se usan en la fundición. Por tanto, pega tenía a montones y todos querían al “Huaso” Rojas, por ser bueno para trabajar y un gran crack central. Sí, era bueno, de esos que pasa el hombre o la pelota, pero nunca los dos”.
La memoria para las fechas no le falla y cuenta que le tocó hacer el Servicio Militar el año 1952 en el Regimiento de Calama, “donde me querían contratar porque era bueno para la pelota y como chofer, ya que también manejaba camiones. Pero les dije que no y volví al mineral de Chuquicamata. Ahí trabajé en tres periodos distintos, los que en total fueron 15 años”.
En uno de esos periodos que dejó Chuqui, se fue a Buenos Aires, Argentina, donde estuvo dos años y medio. “Regresé para arreglar los papeles y seguir allá, pero en Inmigración no me dejaron volver por orden de los militaress, que no dejaron salir a ningún operario que supiera hacer ladrillos refractario, por problemas en la fundición”.
Amor en el norte
Y fue en Calama donde se dio cuenta que era bueno para escribir poemas y a los 17 años nació el primero, “Seguramente fue el amor el que me iluminó. A Calama llegó una niña de Andacollo, nos enamoramos y nos vinimos a casar a Andacollo. Ella tenía siete meses de embarazo, lamentablemente, mi hija nació sin vida, lo que fue terrible”.
Luego, fue papá de dos hijos. Uno ya es jubilado de Codelco y vive en La Serena, y el otro aún trabaja en Codelco. Tiene otro hijo que vive en Calama, pero de otra señora. “Así es el amor…”.
Ahora, a los 91 años vive solo en la casa que le dejó su abuelo Cornelio. “Acá estoy hace 45 años y recordando los buenos momentos de la vida. Donde trabajé bien y me pude comprar una micro, parcela y auto, que en tiempos malos me vi obligado a vender”.

Se ríe cuando recuerda la Leyenda del Parrón. “Fue allá, en Buenos Aires, y me dije que cuando la aprendiera, regresaba a mi país. Se trata de un gaucho que llegó a trabajar a una hacienda, se enamoró y se casó con la hija del capataz.
Y de inmediato comienza a recitar:
“Llovía torrencialmente en la estancia del Parrón y como adorando al fogón estaba toda la gente, dijo un viejo de repente: Les voy a contar un cuento, ahora que el agua y el viento traen a la memoria mía, cosas que nadie sabía, pero yo diría el momento…
“Podría seguir. Recitarla demora unos 12 minutos”, concluye riendo Hugo Rojas.
Licenciada en Artes Plástica