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FERRERO EL "PELADO"

Un So Ador O Tal Vez Un Quijote Apasionado

Tal vez muchos lo conozcan por su faceta gastronómica, pero lo cierto es que Raúl "el pelado" Ferrero se animó a incursionar en un sinfín de cruzadas, de aventuras, que a lo largo de toda su vida lo llevaron a ser quien es, construir esa fama de "el último romántico soñador". A dejar un sello. No en vano también le han puesto el apodo de "el loco". Es un verdadero sibarita y bon vivant de nuestros tiempos, al que con solo hacerle una o dos preguntas te deja atónito, impactado, con ganas de escuchar más historias que nos trasladan al viejo continente y nos traen de regreso a Rafaela.

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Aunque reconoce que actualmente pasa sus días más tranquilo que antes, lo cierto es que en cada historia que cuenta deja traslucir ese espíritu aventurero que lo caracteriza y que todavía conserva. De a ratos se queja de no poder recordar algunos detalles de tantas cosas vividas, pero la realidad es que al conversar con él jamás dejan de brotar nuevos relatos asombrosos.

Raúl es abogado de profesión, aunque decidió no ejercer por esas cosas del destino. Desde entonces encaró varios proyectos. El más conocido fue el que inició allá por 1984, cuando abrió las puertas del restaurant más distintivo y selecto de Rafaela: El Cascote.

Si bien dedicó mucho tiempo a perpetuar su obra maestra, llegó el día en que sintió que era el momento de hacer un clic en su vida. Un giro que venía postergando. Se ocupó de elegir minuciosamente a su sucesor, aunque no fue una tarea fácil. Él entendía que aunque cambiaran los dueños, sus comensales seguirían yendo a buscar en El Cascote esa experiencia que solo él sabía entregarles. Necesitaba estar seguro de que ese compromiso con su gente se seguiría cumpliendo… y lo logró.

Conoció a quienes hoy están a cargo del establecimiento. Así fue que luego de 23 años entregó la posta, tranquilo y satisfecho por haber encontrado a quienes saben interpretar el verdadero espíritu del restaurant. Es que El Cascote es sinónimo de Raúl Ferrero. Desde el momento en que uno ingresa a esa pintoresca casona, se encuentra con que cada objeto narra una historia por sí mismo. Nada está ahí por mera casualidad. Es como si hubiera una línea de tiempo trazada en cada pared y la historia misma del lugar pudiera transitarse a pie, de punta a punta. Desde el gigantesco mueble de estilo europeo que dio inicio a esta historia, pasando por el escenario de lo que fue alguna vez el piano bar, hasta llegar a los cuadros alusivos a sus viajes por Europa. Todo, pero todo es una narración viva de lo que logró esta ilustre personalidad de Rafaela.

Vivió mucho tiempo en Europa, con una predilección especial por París y Positano. De hecho vuelve asiduamente a estos lugares, a los que reconoce como los más extraordinarios que ha conocido. El amor por el viejo continente se inició a partir de un primer viaje de estudios que hizo de muy joven. Desde entonces ya ha viajado una treintena de veces a esos lugares donde aprendió a degustar platos y delicias que eran una rareza en Rafaela. Fiel a su estilo, con el tiempo se animó a traer aquellos sabores y dárselos a conocer a su gente. En muchos casos la jugada resultó sumamente exitosa, con gran aceptación del público, como cuando incluyó en el menú el Magret y el Cuisse de Canard o los kepis árabes.

Esa justamente era una de las cosas que más disfrutaba del restaurant: recibir cada noche a los comensales y tomarse el tiempo necesario de explicarles de qué se trataba cada novedosa receta que había importado. De aquí tal vez surja una frase escuchada varias veces en nuestra ciudad, la que dice que "el pelado Ferrero le enseñó a comer a Rafaela".

Desde los primeros encuentros hasta los últimos años en que estuvo al frente de su creación, ha coleccionado imborrables y emotivos recuerdos de personas que por allí pasaron.

Para realizar esta nota tuvimos varios encuentros con “el pelado” Ferrero. Con el pasar de los días y alrededor de distintas mesas de café, la curiosidad periodística ayudó a despertar en nuestro protagonista un tren de anécdotas que dan cuenta de los inolvidables tiempos vividos en El Cascote. A continuación transcribimos en primera persona sus propios relatos, en los que abundan sentimientos de alegría, nostalgia, gratitud y recuerdos imborrables.

“Me resulta imposible contar mi historia sin recordar a aquellos que me ayudaron a construirla. Siempre me dicen que yo he sido el motor de este pedazo de historia, pero cómo no dejar plasmado en el papel a aquellos que fueron tan importantes para mí”.

El Patito Muriel

“Si tengo que comenzar por aquellas anécdotas relacionadas al afecto, no puedo dejar de empezar con un recuerdo muy especial para el Patito. Medio hijo, medio hermano, compinche entero y dormidor social siempre. Se destacó por sus extraordinarias condiciones para hacer y mantener amigos. Tenía una notable habilidad para zapatear bailando arriba de los autos y para sacar a bailar a las señoras impúdicas”.

“Había especialmente un tema de Carlos Vives con el que Patito se ponía bastante bailarín. Un día sonaba a mucho volumen y éste salió a la vereda. Estaba tan entusiasmado con el ritmo que se terminó subiendo al techo de un auto y empezó a sacudirse allá arriba. ¡Quedó el techo como una palangana! Por suerte además de bailarín era muy responsable y a los dos días estaba todo resuelto con chapa y pintura”.

Tato Storero

“Si alguien se merece que lo recuerde es el amigo Storero. Siempre decía que tenía más noches que la luna, porque también ´salía´ cuando estaba nublado. Era un gran artista, algo excéntrico pero un entrañable amigo de la vida”.

“Tato fue el encargado de pintar el mural que todavía está en El Cascote, en la pared junto al piano. Realmente era un gran artista pero nos costaba el consumo de una botella de whisky por día. De todas formas se lo merecía porque ese mural terminó siendo un trabajo magnífico. Recuerdo que en una época vino el pintor Carlos Alonso, casualmente vistiendo el mismo color de pantalón y zapatos que la figura en la pared. Así entonces se nos ocurrió sacar una de las históricas fotos que aún conserva el restaurant. En ella se lo puede ver a él sentado en el sillón y a mí haciendo de cuenta que lo estoy afeitando. Fue un momento muy divertido”.

Eduardo Ripamonti

“Cómo no traer a la memoria a quien fue un señorito, un exquisito que dedicó su vida al arte. Sin dudas fue un bon vivant. Nos conocimos cuando llegué a Rafaela recién recibido. Era un tipo muy amable con una buena familia, de hecho al hijo todavía lo veo por acá. Recuerdo que cuando compré el gran mueble de madera que está en el restaurant hubo que ir a buscarlo hasta Pilar. ¡Es un mueble gigante de la época austro húngara! Por suerte se podía desarmar, ya que va todo encastrado sin ningún clavo ni tornillo”.

“Eduardo me ayudó para ir a buscarlo. Agarró un viejo camión marca International del año 1936 que estaba abandonado en un galpón. Lo desempolvó, se encargó de ponerlo en funcionamiento y fuimos con ese camión a buscar el mueble. El tema es que no iba a más de 15 kilómetros por hora. Así que de acá a Pilar fue como ir hasta Buenos Aires. Pero gracias a esa aventura hoy la gente sigue disfrutando de esa obra de arte en el restaurant”.

Héctor Chanalino

“Con el Chanita éramos muy amigos. Es una oportunidad nos habían contratado al restaurant para un casamiento y yo justo me tenía que ir de viaje. Antes de partir me encargué de hacerle el presupuesto al cliente. El precio que le había pasado incluía lomo o pollo, es decir uno de los dos. Cuando me fui lo dejé a Chanalino encargado del casamiento. El día de la fiesta estaban todos los comensales sentados y él tomó todos los pedidos de la gente ofreciéndoles lomo y pollo… ¡Desordenó todo el menú! Hubo que salir corriendo a conseguir más lomo y más pollo para poder cumplir con todos los pedidos, pero lo resolvimos con éxito y todos comieron lo que quisieron”.

El Indio Solari

“Así le llamábamos al que se encargaba de pasar música en el restaurant. Hacía un buen trabajo y los comensales lo valoraban mucho ¡Todavía hay gente que hoy me felicita por las canciones que sonaban en esa época en El Cascote! Recuerdo que contábamos con una colección de al menos 500 long plays. El Indio era un gran conocedor de la buena música, pero también tenía una notable habilidad para limpiar las botellas… ¡La parte de adentro de las botellas!

Todavía conservo aquellos discos, aunque hoy ya no tengo dónde reproducirlos porque actualmente ya es todo a través del mp3 y el Spotify”.

El Forfituro

“En la época en que empezamos a hacer las reformas del piano bar, junto a la estructura original de El Cascote, había un sótano que todavía está. Recuerdo que estaban trabajando los albañiles y yo siempre tiraba algún piedrazo ahí debajo para hacer ruido. Ellos se exaltaban y preguntaban qué pasaba allí en el sótano. Y yo con mucha seriedad les contaba que había un forfituro, un ave grande con plumas y garras”.

“Les comenté que como parte del trabajo iban a tener que bajar y cazarlo. Así pasaban los días y yo seguía haciendo ruidos. Un día le pedí a un amigo que baje con un palo y comience a hacer ruido, golpeado cosas y tirando latas, como haciendo de cuenta q estaba matando al forfituro. Él bajó al sótano con el palo y una gran bolsa negra. Al rato salió cargando un enorme bulto. ¡Si vieras la cara de miedo que tenían todos!”

“Una vez vino Félix Luna al restaurant y le conté esta historia. Se ve que le gustó mucho, porque antes de retirarse firmó el libro de visitas y al final de sus palabras puso ´¡Y que viva el forfituro!´”.

Derecho de admisión

“El restaurant tenía en la puerta un cartel con la frase: ´No se deja entrar a niños pequeños y a grandes pavos´. Un día vino un señor con su hijo chico y le dije que no podía ingresar por la norma que teníamos. Se ofuscó tanto, insistió y me agotó la paciencia, que al final le dije: ´Mire que aparte de lo de niños, también está lo de grandes pavos´. Por supuesto que se fue para nada agradecido. Nunca más lo volví a ver porque no era de acá de Rafaela.

El Fidel Sanjer

“Recuerdo que tenía un perro que era un gran cuidador del restaurant. ¡Todo el mundo lo quería! Los clientes ya lo conocían y rápidamente pasó a ser la mascota del restaurant. Cuando me preguntaban de qué raza era yo les decía un ´Fidel Sanjer´. Las caras de la gente eran de extrañeza y asombro, porque lógicamente nadie había escuchado hablar de esa raza antes. Luego se morían de risa cuando les contaba que así le decía yo, ya que el perro había nacido en una zanja de Colonia Fidela… de donde era mi familia.

Con verdadera modestia, pero asumiendo la importancia de su influencia en la cocina rafaelina, nuestro entrevistado reconoce el aporte que ha hecho a la ciudad, acercándole exquisiteces y verdaderos platos gourmet del mundo. Aunque es consciente de que su intensa dedicación al restaurant no le permitió establecer una relación de pareja, entiende que ha sido producto de lo demandante del mundo gastronómico.

Se ríe al recordar que en alguna ocasión, una de sus parejas le aseguró -casi en tono de reproche- que nunca lo veía tan feliz como cuando partía rumbo a Ezeiza. Claramente las prioridades de Raúl estuvieron por mucho tiempo dominadas por ese intrépido explorador que lleva dentro y aún no ha abandonado.

Personas como él son los verdaderos tesoros de nuestra región. Muchos de aquellos que hicieron que Rafaela se ganara su fama de inquieta, novedosa y pujante siguen aún conviviendo con nosotros. Conocerlos, escucharlos y aprender de ellos nos garantizará que sigamos en el camino correcto. Un camino que siga haciendo brillar a esta ciudad.