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Abran las puertas a Cristo
Parroquia Nuestra Señora del Carmen
¡Abran las puertas a Cristo!
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Por. LEÓN DARÍO CASTAÑEDA Presbítero
Se nos hace difícil eliminar el miedo. Es una sensación de angustia que está provocada por un peligro sea real o de la imaginación y sabe vulnerar las fuerzas humanas al punto de producir reacciones inesperadas: gritos, llanto, golpes, falta de movilidad o huida rápida. Cuando hay miedo no hay paz. Tal vez por esa incomodidad de sentirlo y porque Dios conoce mucho a los seres humanos, es que al interior de la Biblia se repite tantas veces la misma expresión: No tengan miedo. Es fácil decirlo, y tal vez mucho más repetirlo continuamente, pero hacerlo vida es una tarea que se empina por los altos montes de la propia inseguridad o de la vulnerabilidad que producen sus múltiples formas de aparecer; se dice que hay tantos miedos como personas o situaciones exista, tal vez queriendo afirmar que en cualquier momento podría emerger de nuestro interior, motivado por agentes externos, el polifacético miedo. Desde hace varios meses, la amenaza de la enfermedad ha despertado en el interior de la humanidad entera, el sentimiento de inseguridad propio de un agente patógeno invisible, capaz de poner en “jaque” la vida mediante el debilitamiento de la salud y, tal vez, alimentado por el extendido sentimiento del miedo que produce ver el creciente número de fallecidos y las medidas de protección de la vida obligatoriamente impuestas y personalmente asumidas para el propio bien. Entre más informes se escuchaban sobre la amenaza, más crecían las medidas de protección; y con ellas, la certeza de ser frágiles. Nos vimos claramente insertos en una situación límite cuya solución no parecía avecinarse y por tanto el miedo creciente hacía estragos en la mayoría de las personas; hacía, digo, porque ese sentimiento ha tomado ya otro color. Apenas iniciado su pontificado, San Juan Pablo II afirmaba que no había que tener miedo, que era necesario abrir las puertas a Cristo, incluso abrirlas de par en par. Es una expresión a la manera espiritual que contrasta con la obligación de cerrarlo todo: las casas, los locales comerciales, las fronteras de las localidades, los medios de transporte, y hasta las relaciones sociales; todo, hace algunos meses, debía estar clausurado por completo y apenas se notaba el movimiento mínimo de lo que era esencial para la vida y no podía detenerse, entre ello, los arriesgados trabajadores de la salud o quienes suministran los alimentos, por mencionar apenas algunos oficios desempeñados por los ocultos valientes a quienes poco se reconoce lo abnegado y benéfico de su labor. Los días se hacían largos a la espera de volver a ser y actuar como antes; con ansia se esperaba la noticia de abrir las puertas porque el peligro había pasado; pero era solo una ilusión, cada vez se hacía más aterrizada la idea de que la situación se alargaría. Mientras muchos anhelaban salir para ser conscientes de la inmensa bondad del mundo exterior en la necesaria distracción, otros lo hacían casi que a escondidas para poder sobrevivir en la búsqueda de su sustento y poco a poco fueron apareciendo los problemas familiares y personales que agravaban la encerrada situación. Abran las puertas decía el Papa en aquel entonces; cierren sus puertas era la consigna que hace poco se escuchaba y entre abrir y cerrar, hay mucho más que un simple movimiento de ojos, lo sabemos bien, hay tensión y silencio, desesperanza para algunos y para otros frustración de proyectos. Llegado septiembre y después de la apertura gradual de diversos sectores sociales, se podía ya abrir; aún estamos en apertura gradual. Y el miedo de antes paso de color oscuro a claro. No podríamos atrevernos a decir si eso es bueno o malo, pero del miedo nadie vive; “no tengan miedo” decía Jesús a los suyos cuando los sorprendió aquella noche en medio del mar que les embestía y al disiparse el miedo el mar se calmó. Tal vez resulte más productivo pensar que el miedo no se puede tener, no se puede dejar para uno, no se le puede sostener; llega, sí, pero hay que dejar que siga su curso porque cuando se le deja como propiedad entonces devasta y nos hace creativos al pensar: pasará esto, pasará aquello. Basta pensar en que una simple molestia en la garganta a la que antes no se le prestaba atención, ahora resultaba asociada con la muerte, entre muchas otras situaciones que podrían nombrarse. Después de volver al aproximado de la normalidad anterior nos quedaría por decir que hay una puerta que jamás podrá ser cerrada: la puerta del corazón al compartimento que está destinado solo a Dios, porque si es cerrada entonces no habrá esperanza y como se ha dicho que la esperanza es lo último que se pierde, estaremos perdidos eternamente si esa puerta permanece sellada. Abrir la puera a Cristo, implica erradicar el miedo; si llega, dejar que siga su curso, pero no retenerlo. No tener miedo, no implica despreocuparse por el cuidado personal y el de los demás, como muchos que han caído en ideas excesivas y viciosas de pensar que la sola fe libra del virus; sí lo hace, pero con la ayuda del propio compromiso en las medidas de seguridad. ¡Abran las puertas a Cristo! será la mejor opción para contribuir al bienestar personal de quienes tenemos la fe como esencial elemento de esta existencia a la que Dios diariamente nos vincula; en realidad son puertas jamás cerradas, pues cuando se activaron los candados de los templos, se abrieron las compuertas al mundo cibernético de las redes sociales y al fe cobro más vida que nunca. La fe salva, nos dijo Jesús y nosotros lo comprobamos. ¡Abran las puertas a Cristo!
FELICITACIONES Rafaela Idárraga Hoyos Título Tecnólogo en Guianza Turística Otorgado por SENA El día 5 de septiembre de 2020
FELICITACIONES Jorge Armando Ríos Espinosa Título Comunicador Social Otorgado por Universidad UNAD Septiembre de 2020