De la Urbe 62

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6 Punto de encuentro

Para salir Fotografías: Album familiar

a juniniar la pinta es lo de más Tal vez no exista en Medellín una calle más popular que Junín. Así ha sido desde siempre, desde que se convirtió en una pasarela para seducir, para ser conquistado, para mostrarse, para ostentar y lucir lo que estaba de moda en la ciudad.

Marta Vélez caminando por Junín

Jorge Andrés Ruiz Ayala Valentina Obando Jaramillo ruiz182@hotmail.com valentina.20419@hotmail.com

A

marillo, rojo, azul, dorado, plateado, verde; tacones, chanclas, tenis, baletas; jeans, vestidos, faldas, pantalones y pantalonetas; se mueven como en un baile descoordinado por la calle llena de gente que se llama Junín, un nombre que como muchos otros espacios del Centro, viene de la independencia porque parece que en Colombia no existe otro momento histórico memorable. En Junín le ganó Simón Bolívar al ejército realista del alto de Perú; después del triunfo, Junín existe en Bolivia, Venezuela, Perú, Ecuador, Argentina y Colombia. Medellín brilla, a más de 1400 metros sobre el nivel del mar, en 380 kilómetros cuadrados de superficie. Mientras la multitud se desliza en el cruce de Junín con La Playa, una inmóvil aguja, ensartada en las entrañas del concreto, apunta hacia el azul celeste, como queriendo tejer el aire y vestir a los habitantes de esta ciudad desmemoriada en la que nuestros mayores erigieron una aguja de 140 metros de altura y nos la dejaron por herencia con el nombre de Coltejer. Y nos olvidamos que así se destruyó un sueño: el majestuoso Hotel Europa, que en sus bajos tenía el Bazar Junín de Jaime de Villa, donde se vendían trajes, calzado y sombreros; y el Teatro Junín, uno de los más grandes de la época, pues “contaba con 100 lunetas, 37 palcos, 800 puestos de preferencia y 2000 entradas de galería”, como explican las páginas del libro Medellín transformación y memoria. Y es la modernización exacerbada y el deseo por cambiarlo todo –el nombre de las calles y de los parques; las fuentes de agua por estatuas; los edificios viejos por los más nuevos– lo que hace que la ciudad se transforme constantemente y olvide con rapidez su pasado, su identidad. Y Junín no es ajeno a esas transformaciones

Un recuerdo de antaño

Juniniar era un verbo muy importante, conocido por los habitantes de Medellìn y de los pueblos. Ese verbo era sinónimo de caminar, de mostrar y de mostrarse. Y como requisito para ello, había que estar bien vestido, “a la moda”. Hombres y mujeres se preocupaban por llamar la atención, por robarse las miradas; de esto dependía su suerte, su nueva conquista, su nuevo amor. Entre finales del Siglo XIX y principios del XX la humanidad tomaría un nuevo rumbo: la producción de automóviles se masifica; la radio y el cine se inventan; inicia el “maquillaje moderno”, y los productos cosméticos se imponen; con ello, surge un nuevo lenguaje y orientación de la belleza, con un mayor carácter sexual; las agencias de publicidad se profesionalizan estimulando la producción y el consumo masivos en un ambiente de lógica capitalista. Este ambiente fue propicio para motivar y democratizar el culto al cuerpo, como un elemento que define la identidad del individuo, y a la moda, determinada por una nueva estética, impuesta por músicos, estrellas de cine, “mandamientos del maquillaje”, medios de comunicación. Ya lo decía Tomás Carrasquilla en 1923 en su texto Tonterías que “La moda no es un capricho ni una arbitrariedad, como tantos lo suponen: obedece a la ley de evolución, de comercio, de trabajo, de variedad; y es casi siempre el carácter de una época reflejado en las cosas físicas y morales susceptibles de mudanza. Es la vida misma en determinados momentos del proceso”.

No. 62 Diciembre de 2012

Empezaba un nuevo siglo al que Medellín no tardaría en entrar como ciudad. Le bastaron 30 años para convertirse en una. En 1900 tenía menos de 60.000 habitantes, en 1930 tenía 120.000. Hubo notorios avances en comunicaciones y transporte, urbanización residencial y comercial. Y como no solo los edificios cambiaron la gente desde adentro también lo hizo, arquitectos europeos modernizaron los edificios, las casas y las calles; diseñadores europeos modernizaron a las señoras y a los señores. El comienzo del siglo XX significó para Medellín, grandes cambios y de ellos consecuencias que se harían evidentes hasta en el vestir, por ejemplo de los sistemas de transporte dice Raúl Domínguez R en el texto Vestido, ostentación y cuerpos en Medellín 1900-1930 que la introducción del carro hacía que el vestido fuera más ligero “el hombre de hoy debe tener los brazos y las piernas libres de adornos y perifollos, debe estar lo más suelto y libre que sea posible, para poder subir fácilmente a los tranvías…”. La Sociedad de Mejoras Públicas se encargó de traer progreso a la ciudad, desde la infraestructura, la educación y capacitación, hasta el ocio y el entretenimiento; lo que exigía tipos específicos de atuendos para cada ocasión. En 1894 había nacido el Club Unión en pleno corazón de Junín, llegar hasta el Club consideraba de un desfile previo por la pasarela de Junín, escenario de la ostentación. El alumbrado público introdujo una nueva necesidad, vestirse para la noche. En 1917 comienza a llegar agua a las casas lo que permitió pasar de estar diseñada para resistir la lavada en piedras, a ser confeccionada con telas delicadas y detalles finos para los lavaderos caseros. Ir al teatro, a un concierto, a una tertulia o a un baile necesitaba tener el vestuario más apropiado para ello. Medellín, una villa que se quería quitar el ambiente pueblerino, se quería distinguir, sobretodo porque no perdonaba lo antiguo, lo viejo, lo que estaba out; tenía que estar en la tendencia, en lo moderno, en lo nuevo, en lo in.

La vida de nosotras era juniniar

Eran los 50’s, trabajar no era una consideración fácil para una mujer como Marta Vélez. Ella vivía en el Barrio la América y de allí salía para subirse a la camioneta, “el bus”, que la llevaba a Medellín, se bajaba en el Centro y con elegancia se sentaba en la silla de la secretaría de gerencia de la Caja Agraria en Carabobo con Colombia. Su turno terminaba a las 5:00 pm. Se encontraba con cuatro amigas en el atrio de la Iglesia de la Candelaria y se iba a juniniar en sus tacones de 8 centímetros que combinaban perfecto con la cartera, los guantes con el sombrero y un vestido copiado de un figurín confeccionado por la diseñadora española de la Casa Christian. Ella y sus 4 amigas flotaban por Junín, una pasarela para que los hombres las vieran. Ellos con traje sastre y sombrero también hacían parte del escenario de ostentación. “Cuando íbamos a juniniar era desde Colombia, íbamos por un lado de la acera y volvíamos por el otro y siempre terminábamos en el Astor comiendo helado con morito; eso era todos los días.” Visitaban el Almacén de Ramón Vasco en Colombia con el Palo, luego a Casa Christian, a las joyerías La Perla o La Suiza, en la calle Colombia, a Calzado Miami, al Salón Chava en Ayacucho con Junín. 140 pesos se ganaba Marta en la Caja Agraria y se gastaba gran parte de ellos en esos almacenes. Uno de esos almacenes era Casa Christian. En 1943, Constantino Tirado, un comerciante, dueño de billares, y su esposa, Blanca Amaya, abrieron en Ayacucho una miscelánea donde, entre otras cosas, vendían telas. La década de los cuarenta tuvo años agitados. El 9 de Abril de 1948, cuando mataron al caudillo, Jorge Eliécer Gaitán, en la villa se desató una gran revuelta, como en muchos lugares de Colombia. Por este motivo, muchos locales de la familia Tirado fueron destruidos; aunque la tienda de telas sobrevivió, la familia quedó al borde de la quiebra. No obstante, el emprendimiento no los abandonaría. A comienzos de los 60’s, trasladan la tienda a Junín, entre Colombia y Boyacá. “La Avenida principal, donde estaba la alta alcurnia de la época”, comenta Johan Guarín Tirado, sobre ese local que sus abuelos en un principio bautizaron como


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