De la Urbe 62

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22 De grado

Se murió El Balay en tierra cordobesa

y quedó su cuerpo tendido en la arena…

Este es Miguel Fontalvo, el del toro Balay

El porro es uno de los ritmos que más se bailan en Colombia, pero poco se sabe de sus cantantes y compositores. Miguel Fontalvo, uno de ellos, es de esos juglares de la sabana costeña que para ser maestros no necesitaron ir a la escuela. Esta es su historia.

Daniela Margarita Ramírez Ozuna dama0621@gmail.com

Aquí te tengo esto”, fue lo primero que dijo Miguel Fontalvo. Se refería a dos portadas de elepés que conserva desde hace años. Una, la del primer disco en acetato grabado en 1977 por su padre Julio Abel Fontalvo Caro, titulado Corazón, corazoncito. Ambos están sentados en la sala de su casa, en el barrio Las Margaritas, de Sincelejo, capital del departamento de Sucre. Las manos del maestro ahora son temblorosas y frágiles. Su hablar es lento y pronuncia las palabras con esfuerzo. Mantiene la mirada hacia el suelo, pero su semblante cambia cuando escucha una de sus canciones. -Tú fuiste la que vino la otra vez, ¿cierto?” -Sí, maestro, fui yo. Su memoria no lo defrauda. Es de piel blanca, ojos oscuros, dedos largos y un bigote no tan tupido como el de sus años mozos. Entre cada palabra deja salir una bocanada de aire que interrumpe el ritmo de su narración. Recuerda muchas cosas y corrige a su interlocutor cuando se equivoca, pero los años y la enfermedad de Parkinson que sufre dificultan su hablar. Está sentado en una silla Rimax frente al televisor. Por lo general, permanece en ese lugar varias horas del día y se entretiene escuchando y viendo la franja de programas de los dos canales más populares de la televisión nacional. El próximo 10 de diciembre cumple 83 años de haber nacido en Las Palmas, corregimiento a 15 kilómetros de San Jacinto, en el departamento de Bolívar, como él mismo lo relata en una de sus canciones. Su infancia transcurrió junto a sus padres, Miguel Fontalvo y Bertha Caro, y a sus cinco hermanos. Las Palmas, cuentan quienes lo conocen, siempre fue un pueblo de gente trabajadora, dedicada al campo, a sembrar tabaco, maíz, ñame y yuca harinosa. Pero iba más adelantado que los demás vecinos. Sus habitantes crecieron entre el sol caliente, los partidos de fútbol en plena cancha polvorienta, la cría de animales y los sonidos de pitos, gaitas y tambores que, interpretados por los más experimentados músicos populares, dejaban escuchar cumbias, porros y fandangos.

No. 62 Diciembre de 2012

Alfonso Hamburguer conoce a Fontalvo desde hace más de 10 años. Él es oriundo de San Jacinto y asegura que en éste había menos médicos que en Las Palmas, siendo el último más pequeño. La historia musical del maestro comenzó entre el tabaco, la guacharaca, la caja y el acordeón. “Yo trabajaba cultivando tabaco”, apunta Fontalvo. Y esas jornadas de cultivo le sirvieron para ahorrar el dinero con el que compró su primer instrumento. En el municipio de Plato, y en el corregimiento El Difícil, cabecera municipal de Ariguaní, departamento de Magdalena, siguiendo la pista de Francisco “Pacho” Rada y de otros juglares de la época, aprendió a tocar el acordeón.

Salió a vagabundear desde niño

Mucho antes de todo eso, cuando apenas contaba 12 años, empezó a descubrir su amor por la música y sacó a flote la vena artística de la familia y del pueblo. Un tío lo invitaba a las parrandas y fue ahí donde encontró ese espíritu aventurero que lo llevaría a trasegar de por vida. Al menos hasta que algo se lo impidiera, como lo ha hecho su enfermedad. Todo parece indicar que, a estas alturas, ya no es necesario aventurar porque el maestro ha hecho, aparentemente, lo que ha querido. Como muchos de los juglares de su época, asistir a una escuela nunca fue una preocupación fundamental. Alcanzó a cursar hasta tercero de primaria “porque salió a vagabundear desde niño”. La primera versión del Festival Sabanero que se realizó en 1974, como respuesta a las decisiones tomadas en el Festival Vallenato, hizo que Fontalvo fuera invitado a Sincelejo para ser jurado. Y en 1978 su amor por la sabana y la ilusión de tener una casa propia lo impulsaron a tomar la decisión de quedarse en esas tierras para siempre. Así llegó con toda su familia a la capital de Sucre después de vivir cerca de 20 años en Bogotá donde laboró en el Ministerio del Trabajo. Según Hamburguer, su relación con Crispín Villazón de Armas, padre del cantante vallenato Iván Villazón, le permitió hacer parte de esta cartera, “pero en realidad, su puesto estaba en la parranda porque Julio era un gran animador”. Por salir del pueblo tan joven, no le tocó vivir en carne propia la época brutal de violencia en los Montes de María. No le tocaron los desplazamientos forzados de


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