De la Urbe 66

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Aún no era grande: Estefanía Uribe Wolff Eliana Castro Gaviria ecastrogaviria@yahoo.es

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enía cuatro años cuando se fueron El Miamor, Rosita y Angélica. Aún no era grande y sus amigos imaginarios se fueron con su tío Juan a la Guajira: Rosita, de vestido azul; Angélica, con el rosadito, y El Miamor, siempre de rojo. Muchos años pasaron hasta su regreso, cuando Estefanía Uribe Wolff empezó a escribir los diez relatos de su primer libro. Estefanía tiembla, todo el tiempo. Por las pastillas, el cigarro, el café, la vida, por lo que sea. Sonríe, también, pero con menos frecuencia. Lo hace traviesa, insolente, cuando dice esas cosas que a la gente no le suele gustar. Como que detesta a los periodistas o que en la Universidad de Antioquia le decían ‘Tabanito’ y en Eafit, ‘Reina de Corazones’ porque le tenían miedo. Es escritora, a secas, sin ninguno de esos títulos que clasifica a las personas. Es un espíritu libre que solo respeta las normas de la Real Academia Española. Son las paradojas de la vida, las obsesiones. Dos amores que vienen ligados, su abuela y las palabras. A los nueve meses aprendió a hablar: “Yo tengo un espíritu libertario, a pesar de que me ponga muchas cadenas; yo tenía que llegar rápido a conquistar la palabra”. Otro día encontró en la casa de la abuela un libro de Fernando Ávila, Español correcto para dummies, y se lo leyó todo. “Luego me convertiría en una obsesiva de las palabras, de las letras, de la manera de juntarlas y conjugar los verbos, de sus significados y de quienes trabajan con ellas”, dice en su libro. Estefanía Uribe Wolff fue redactora del suplemento Palabra y Obra, del perióA los 13 años comenzó a escribir, desdico El Mundo, y columnista de El Tiempo. pués de leer Mientras llueve, de Fernando Soto Aparicio. En el libro, Celina Valdivia estaba injustamente en la cárcel y tenía un diario porque era la única forma de soportar tal situación. “Yo también estaba injustamente en el colegio, muy sola, y empecé un diario; no sé si me servía pero me ayudó para ser lo que soy ahora”. Cuando pasa mucho tiempo sin leer y necesita escribir, busca a Serrat. Vuelve, porque cuando aún no era grande, su papá y su abuela la arrullaban con esas canciones. A Saramago y a Serrat debe el tono del libro. Aún no era grande significa una sola cosa, la conquista de la ficción. Estefanía necesitaba escribir algo que estuviera menos ligado a ella, menos mártir; y en ese proceso su siquiatra tuvo mucho que ver: “La doctora Irene,

a quien está dedicado el libro, sabe mucho de literatura infantil, y uno en las terapias regresa a la niñez. Ella fue la que me dijo ‘Vos escribís muy bien, Estefanía, ¿por qué te tenés que tratar mal? Eso es tuyo’”. Por eso, estos diez relatos son un viaje hacia a la infancia, con la sorpresa y la naturalidad que ese viaje implica cuando es sincero, sin poses. Porque más que el afán por publicar un libro, la autora tenía en mente cerrar sus cicatrices. Son los amigos imaginarios, los objetos transicionales, los deseos infantiles que la acompañan toda la vida, las paletas de limón, los primeros amores y los definitivos. México, Frida, Chavela. Todos los amores, que son absurdos siempre. Y Justina, su amiga, la grande, la que sabe todos los misterios del mundo que ella admira, como las tristezas. Pero, ¿qué son estos textos?, ¿cuentos, ensayos, crónicas? Ni Antonio Caballero ni Carolina Sanín lo saben, pero les gustó el libro, y eso hace feliz a Estefanía, que ya había dicho algo en el primer relato que escribió, “Pastillitas”: “Bonito fuera: tomar pastillas de ciencia ficción, futuristas, y así, de la nada, volverse cuentista”. Entre tanto, también está la política. O estaba porque después de pertenecer al partido Liberal, se retiró. Por ser hija del rector de la Universidad de Antioquia le han sobrevenido más de mil problemas por lo que hace o dice; ya hasta perdió la cuenta de las veces que la han llamado ‘comunista’: “Ya quisiera yo, pero ni mis circunstancias ni mi medio me lo permiten”, le escribió alguna a vez a un profesor. Por ser Uribe, cuando acompañaba a Piedad Córdoba y hacía las veces de escudera, tuvo más líos. Hasta que algún día, Piedad dijo que era uribista: “Sí, uribista por Estefanía”. Tiene un blog con un amigo, Constantino Villegas, sobre ortografía. Un blog que debería ser de consulta diaria precisamente para periodistas, para todos: Prole.es, prole que significa descendencia, y porque es un Proyecto de Lengua Española. Ya no es tan radical como antes con estos asuntos, aunque con las tildes sigue siendo implacable. En uno de sus últimos sueños, se casó con Borges. Jorge Luis tenía 101 años y cuando se casó con Estefanía empezó a ver. Él quería leer su libro, pero ella no quería dárselo porque se le acababa la vista. “Fue un sueño bonito y la gente nos miraba raro”, concluye Estefanía. Y como en alguno de los relatos, repite: “Algo de inocencia infantil guardo o será que en algo debo crecer”.

Con ¡Mira lo que trajo el mar!, Marcela fue ganadora de una Beca de Creación en Literatura Infantil, en la categoría Cuento, otorgada por la Alcaldía de Medellín en 2012. El libro está ilustrado por el artista argentino Gusti.

“Ella se dedicaba a cuidarnos, a contarnos historias. En el pueblo, se iba mucho la luz. Cuando la guerrilla se iba a entrar, por ejemplo, a Yalí, que era un municipio cercano, casi siempre quitaban la energía. Mi mamá tiene 15 hermanos, entonces tenía muchas historias para contar: las travesuras de los hermanos o de ella y nos las contaba en la oscuridad”. A Marcela, las historias que le gusta contar son, sobre todo, para niños. Aunque dice que eso de decir que son para niños o adultos son etiquetas de las editoriales y producto del consumismo porque un niño no va a leer Cien años de soledad, pero un adulto puede divertirse mucho con Las Aventuras de Tom Sawyer. Entonces, mejor dice que escribe para ella, pero lo que ella escribe lo leen los niños. En ¡Mira lo que trajo el mar!, los hechos y los personajes son contados con un lenguaje simple, aunque algunas de las historias tengan un trasfondo complejo. Para ella, en los cuentos para niños no deben de estar ausentes los temas cotidianos, por más crueles que sean. “Hay muchos que se asustan cuando uno habla de muerte o de desaparición, pero los niños están inmersos en eso. Es sabérselos contar; no es el tema, sino saber cómo se les cuenta”.

Actualmente trabaja en dos proyectos en la Universidad de Antioquia. Uno, sobre la formación de lectores, y otro, como asesora en un Plan de Lectores para todos los colegios de Itagüí. En los tiempos libres, también en los ocupados, busca historias con los oídos, la vista, el tacto: “Para encontrar historias uno se vuelve como una parabólica. Uno está pendiente, lo que dicen en el bus, en todas partes. Uno no es chismoso, pero sí curioso y se inventa hasta lo que están hablando. Y eso es lo que se quiere con la literatura, que las personas sean muy sensibles a la vida y uno, de pequeñas cositas, escribe algo”. ¡Mira lo que trajo el mar! es producto de la caza de esas pequeñas historias. Niños que viven en el mar y aprovechan el agua salada para hacer sus travesuras. Animales disfrazados de otros animales o niños que se creen animales crean pequeñas historias entrelazadas que forman como una “pequeña novelita” que puede ser leída por quien quiera en un ratito de brisa costera acompañado de historias “algunas dulces como el mango maduro. Otras saladas como el agua de mar”.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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