De la Urbe 60

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La pasión de editar Cuarenta años está celebrando Lealon, esta editorial que, desde Medellín, se distinguió por su propuesta de libros buenos, económicos, y para estimular a nuevos escritores. Detrás de su historia, se halla Ernesto López, un señor editor, un resistente.

Estefanía Henao Arboleda. estefaniahenao.a2@gmail.com

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara. Jorge Luis Borges l pensar en 1969, vuelven a Ernesto López los recuerdos del hombre conquistando lo desconocido, el espacio en el Apolo 11. Neil A. Armstrong, Edwin E. Aldrin y Michael Collins caminaron sobre la superficie de la luna: “Un pequeño paso para un hombre y un paso gigantesco para la humanidad”. Estas palabras del recién fallecido Armstrong todavía tienen un efecto estremecedor. Regresa también el recuerdo de su primera experiencia como editor independiente. Editorial Prisma fue la empresa que creó con dos amigos con los que trabajó en Editorial Bedout. “En 1969, después de una huelga del sindicato y de la Asociación de Linotipistas de Antioquia, entramos a negociar un pliego de peticiones con Bedout. La empresa nos propuso que cambiáramos el pliego de peticiones, las cesantías y las indemnizaciones por maquinaria. Que le siguiéramos trabajando pero desde la calle, desde otra empresa que fundáramos nosotros”. De esta manera empieza el camino de Ernesto como tipógrafo autónomo. Editorial Prisma le imprimía libros a editores independientes y a Bedout. Sonríe al mencionar algunos de los títulos que le publicaron a esa reconocida editorial, en la que aprendieron las últimas mañas del oficio y que, finalmente, los incentivó a crear

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la empresa. Historia de la Revolución en Colombia, de José Manuel Restrepo y los de Fernando González son de los que más recuerda. Los tres tipógrafos tenían mucha experiencia, pero se instruyeron completamente en el arte de hacer libros cuando empezaron a trabajar con editoriales de izquierda que sacaban grandes tirajes para la época. Fue un nuevo reto tomar las decisiones y asumir las consecuencias. Su experiencia llegó a su punto más alto cuando Moisés Melo, gerente de la Editorial Oveja Negra, los contrató. “En esa época, la editorial hacía pedidos de libros con un tiraje de tres mil y de cinco mil ejemplares”. Ernesto López Arismendi, el “Hacedor de libros”, empezó el largo camino en el mundo de las imprentas con los salesianos del Colegio Pedro Justo Berrío. Allí estudió la técnica en tipografía. Terminó sus estudios en 1956 y trabajó durante un año dirigiendo la Imprenta del Seminario de Misioneros de Yarumal, sitio en el cual hizo sus primeras impresiones de libros y revistas. Trabajó por cinco años en la Editorial Gran América y aprendió a hacer libros, dice que así se inició en el oficio y que fue amor a primera vista. Entró a trabajar en la Editorial Carmen y aprendió a publicar periódicos. Un año después, volvió a los libros en Editorial Bedout, donde estuvo cinco años, “tenía unos linotipistas muy buenos y aprendí mucho de ellos”. En 1971, decidió cerrar la Editorial Prisma y empezar con una empresa que fuera solo suya. En febrero de 1972, crea la Editorial Lealon con un solo propósito: publicar libros “bien hechos y baratos”, en una época en la que había pocos editores en Medellín. “Seguí haciendo libros para todas esas empresas de ‘animales’ que había en aquel entonces y a las que le trabajamos con Prisma que eran Editorial Oveja Negra, El Tigre de Papel, Editorial la Pulga y otras editoriales de izquierda que había en Colombia en ese tiempo”. Lealon sacaba en un mes libros de profesores, sacerdotes, poetas, autores de izquierda y de derecha. Ideas de todas las tendencias y rarezas pasaron por las firmes manos de Ernesto y nunca tuvo problemas con los autores. Cuando el oficio radica en el amor por hacer, en poner cada letra y cada hoja en su lugar, hasta que todo cobre sentido, hasta que todo cobre vida, el oficio toma otros rumbos. La empresa se posicionó rápidamente en Medellín. Las universidades hacían parte de los clientes fijos que la nueva editorial cultivaba. Le publicó varios libros y revistas a la Universidad de Antioquia, a la de Medellín, a la Nacional y a la Autónoma, además de algunos autores que no tenían contrato con ninguna editorial y pagaban la publicación de sus libros por sus propios medios. En la década del 80, Lealon se empezó a conocer en la Costa Atlántica, con la publicación del libro Murrucucú, de Guillermo Valencia Salgado, por encargo de Juan Luis Mejía, entonces director de la Biblioteca Pública Piloto. Era de mitos y leyendas, de historias populares del Caribe colombiano, con ese libro llamó la atención de muchos autores y editores costeños, así se fue difundiendo la idea de que en Lealon se hacían libros buenos y baratos: “Hasta en Bogotá, que para mí es un honor muy grande porque hay mil o dos mil imprentas, los últimos tres meses del año pasado les hice seis libros”. Ernesto ha trabajado siempre con un catálogo de los libros que ha publicado y que tiene clasificados por regiones. “Llegan y dicen: ‘Hágamelo como se lo hizo a Fulano o como me lo hizo la otra vez’”, siempre por recomendación de algún amigo o editor; aunque, los más de 4 mil títulos que han pasado por sus manos, hablan por sí solos. A menudo, habla con orgullo de la colección que hizo a lo largo de 10 años para la Fundación Simón y Lola Guberek: 55 títulos de escritores reconocidos y de otros que recién salían del anonimato, libros baratos sin mucho interés comercial que tenían el único objetivo de que curiosos lectores conocieran los Antes tenía 18 trabajadores, textos. Autores como Raúl Gómez Jattin, Daniel ahora son cinco personas y Samper y Carlos Lleras Restrepo hicieron parte del proyecto. Otra colección que recuerda es la hasta la secretaria, dice, es de La Nueva Historia de Colombia, editada por una excelente correctora. Lo la Editorial La Carreta. Títulos como Introducción a la historia ecobuscan mucho para eso, sobre nómica de Colombia, de Álvaro Tirado, que se imprimieron 13 veces en un año, acreditaron la todo los costeños. Tiene claro editorial ante la comunidad académica. Los auque para hacer una buena tores, felices con los productos, volvían después o mandaban a otros autores. “Algún libro hay edición es necesario entender de Lealon en todas las bibliotecas de Colombia, la forma en la que hablan. sean particulares o públicas”, presume con mirada pícara. Le ha dedicado a la editorial más de la mitad de su vida; entre esto y su familia, vive la mayor parte de su tiempo. Una familia que le ha aportado una parte importante a la historia de publicar libros en Colombia. Dos de sus hijos heredaron el oficio. El mayor, Albeiro, aprendió al lado de su padre, mientras trabajaban juntos en Lealon; ahora está en Editorial Cadejo. El menor, Fáber, trabaja en la Imprenta de la Universidad de Antioquia. Y Norberto está de curador del Herbario del Jardín Botánico, “es el científico de la familia”. Su esposa, Olga Lucía Álvarez, es papelera, “me acompaña cuando hay mucho que hacer y me ayuda mucho en la encuadernación, es muy hábil en su oficio”. El negocio ya no es rentable, pero Ernesto sigue haciéndolo por tradición porque sus cansados ojos no contemplan una actividad diferente a la de editar y hacer libros. La competencia y los clientes, buscando la economía ante todo, han hecho que la editorial entre en crisis. “Un libro es una cosa que va a quedar para la posteridad, para la eterna memoria. El libro es el pensamiento que le deja una persona para toda la vida. ¿Por qué tiene que escoger el más ordinario o el más barato? Es una cosa contradictoria. Y en esa base de ideas, en Medellín se han quebrado como diez empresas”. Su valor agregado está en la corrección de los textos que, aunque a veces llegan de profesores universitarios y de Español y Literatura, tienen ciertos errores y costumbres que pasan de la forma de hablar a la de escribir, y que no se corrigen fácilmente. Antes tenía 18 trabajadores, ahora son cinco personas y hasta la secretaria, dice, es una excelente correctora. Lo buscan mucho para eso, sobre todo los costeños. Tiene claro que para hacer una buena edición es necesario entender la forma en la que hablan. La crisis de Lealon empezó hace 18 años cuando decidieron cambiar de tipografía a litografía; la inversión de aproximadamente 80 millones en esa época, las máquinas de tipografía se convirtieron en chatarra. “Desde ahí se trae un déficit económico que ha ido creciendo como bola de nieve”. Además de la distribuidora que montó para ayudar a los clientes en la comercialización de sus libros, muchas librerías nunca pagaron y asumir esos costos provocó que la bola de nieve siguiera creciendo. Ernesto mira con nostalgia su biblioteca, sonríe al ver cada libro, recuerda al autor y, en la mayoría de los casos, de qué se trata. Es como si el tiempo no pasara, como si el libro llevara tan solo un mes de publicado. Ahí está él, con la paciencia de un hombre de 74 años y 40 de trabajo exhibido en los estantes.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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