15 Sexo en cabinas En Maracaibo, Junín, Itagüí, Bomboná, Parque Berrío y dios sabe donde más, están las “cabinas sexuales” que no son más que cafés internet donde se puede navegar por el ciberespacio y también por la anatomía humana. Por aproximadamente 3.000 pesos la hora, se puede vivir una acalorada sesión de amor, cubierto únicamente por la intimidad que brinda una delgada cortina. Esta idea nació aproximadamente hace siete años, aunque es difícil rastrear cuál fue la primera. Ya existen franquicias, incluso chats especializados como Las cabinas online que hace parte de la oferta de Las Cabinas, la más popular de todas, que tiene su sede principal en Maracaibo, entre Junín y Sucre. En una casona vieja de segundo piso, abierta las 24 horas, cuenta con dos espacios: uno familiar y otro más intimo en los que se dan citas virtuales y reales, hombres que buscan sexo con hombres.
Chicles, chicles “¡A $100, a 100, llévelo a 100! ¡Para la migraña, para la sonrisa, para el estrés lleve el chicle a 100; óigalo bien, a 100, a 100!”. Así grita Norbey Serna bajo el viaducto del Metro de Medellín, en el Parque Berrío, en el cruce de Colombia con Bolívar. Norbey es uno de los chicleros que últimamente abundan en la ciudad vendiendo, literalmente, baldados de chicles. Él y sus colegas se surten en las cigarrerías de las calles Cúcuta y Cundinamarca, compran chicles al por mayor para vender en baldes, ‘graniadito’ como él dice. 120 chicles tienen un valor de $5.400, es decir, la cajita sale a $45, como la venden a $100, los chicleros le ganan a cada caja $55, y como “el chicle lo compran desde los niños hasta los viejos”, el negocio es bueno. El plante diario de Norbey, es decir, su inversión en chicles oscila entre 30 y 40 mil pesos, de la inversión inicial saca al final del día, una ganancia de 20 a 25 mil pesos. Con eso del desempleo que azota al país, fenómeno del que Medellín no se salva, apropiarse de cualquier esquina para vender chicles es una posibilidad que suena viable.
Se reserva el derecho de admisión Río Sur es un edificio terminado hace menos de dos años, pero que durante décadas estuvo en obra gris. Los rumores dicen que era de Pablo Escobar. Esta construcción, ubicada en la Milla de oro, al frente de Oviedo, tiene en sus siete pisos almacenes, restaurantes, bares y discotecas; pero es reconocido por ser el nuevo lugar de rumba de cierto estrato de Medellín. Allí van las personas que hace algunos años dejaron de ir al parque Lleras porque se volvió “mañé” y que iban a La Strada hasta que apareció Río Sur. Para rumbear en Río Sur se recomienda que las niñas vayan de falda cortica (nada de cosas hippies) o de vestidito, tacones preferiblemente altos y el maquillaje que se desee. Claro que también hay una que otra mujer de bluyín y camisa, pero, la verdad es que desentonan. Los hombres deben vestir camisa tipo polo o de manga larga y un bluyín acorde para la ocasión. Pocos son los de camiseta, pero que los hay, los hay. Si usted desea ir con otra ropa, quizás no de marca o con algo exageradamente simple, corre el riesgo de que un hombre a la entrada de las discotecas le diga cualquier excusa para no permitirle el ingreso. Pero, la verdad será que usted no parece tener mucha plata o mucha clase para pagar 20 mil a la entrada (sin nada consumible, por supuesto), pedir una media de aguardiente que vale más o menos 40 mil y una botella del mismo licor por más de 80 mil. Si usted desencaja demasiado en el lugar, no podrá beber los cocteles moleculares y bailar con la música house. Quizás en su billetera no tenga suficiente efectivo ni tarjetas American Express, Diners, MasterCard o Visa. Lo sentimos, su saldo es insuficiente.
Una prenda a medias Son un punto intermedio entre unas medias veladas y un ‘chicle’ ajustado: de cuero, algodón, jean o sintéticos; desde el clásico negro hasta los más recientes estampados y texturizados. “Son muy cómodos y te hacen ver sexy”, dice Carolina, quien lleva un clásico leggin negro con una minifalda de jean. Medellín se ha inundado de ellos y, aunque no son una prenda nueva, han regresado desde hace ya unos tres años y siguen usándose. Con blusones, vestidos, faldas o shorts, todas las combinaciones son válidas. Tacones, valetas, sandalias e incluso tenis, sirven para completar el atuendo. Todo depende del gusto de la usuaria.
El otro cerebro Hasta hace menos de 15 años, un celular era un lujo, no importa que fuera grande y pesara en los bolsillos y en los bolsos. Tenían antena para captar la señal y solo servían como teléfonos. Las cualidades del producto eran magnificadas: una linterna, alarma, timbres polifónicos y, claro está, la capacidad de hacer llamadas. Nokia, Motorola, Siemens, LG o Samsung; que 1100, C115, V3, 1108, 1200, 3310… Esos héroes del pasado, solo están en el presente para vender minutos. Pero esas “panelas” se han ido transformando. Las especies de ahora, que abundan en los rincones de Medellín, para lo que menos sirven es para llamar. ¿Hablar? Na, eso es para los dinosaurios. Ahora los celulares son tan inteligentes, que algunos han trasladado a sus memorias de diez gigas, su cerebro.
Los porno-piratas Atrás quedaron las revistas de desnudos que se leían con un sola mano, atrás van quedando las salas XXX a las que había que esperar tener 18 años para tener acceso, atrás quedaron también las secciones traseras de las videotiendas. El uso del internet se convirtió en una cantera de acceso al porno, y los piratas han hecho de eso un negocio que en Medellín es más visible en el pasaje Boyacá entre Palacé y Junín. Sus mercaderes fueron llegando allí hace siete u ocho años, pero cada día son más. Entre ellos “se cuidan la espalda”, cada vez que aparece la Policía, alguno grita y salen corriendo, y en cuestión de segundos, desaparecen. Las películas las compran especialmente hombres y muchos ancianos que primero se encomiendan a Dios y a la Virgen en la iglesia de La Candelaria. Se venden a 2 mil pesos y hay para todos los deseos, incluyendo porno de animales, de gordas, de embarazadas, de ancianas, de travestis, de bisexuales y gays.
En contacto con el mundo Por la amabilidad, por el clima, por las condiciones laborales, Colombia se ha convertido en la nueva tierra prometida del negocio de los contact center. El primer lugar lo tiene la India, y en América Latina fue Argentina el país en el que más se desarrolló el negocio. Medellín es, después de Bogotá, la ciudad que ocupa el segundo lugar en número de contact center así como por el número de personas que se emplea en este sector. “No es el mejor trabajo, pero es fácil y puedo estudiar”, afirma Camilo Vargas. Atendiendo clientes nacionales e internacionales, miles de jóvenes medellinenses se emplean por primera vez en un contact center, pues no se requiere mayor experiencia laboral. Además, los horarios son flexibles, por lo que los estudiantes encuentran allí una opción laboral que les permite mantenerse en la universidad.
El circo callejero
Fueron in crescendo. Tímidamente se les veía en una esquina de Laureles o de la Avenida Oriental jugando a tirar las bolas en el aire para recibirlas una y otra vez, sin dejarlas caer al suelo. Poco a poco, fueron atreviéndose a más: lanzallamas, juegos con cuchillos, monociclos, saltos gimnásticos. Y ya no una, sino equipos de dos, tres, cuatro, hasta cinco personas. Las calles de Medellín, esas dónde hay semáforos concurridos, se volvieron circos callejeros. Sorprende ver en los trancones a esa chica que salta por los aires y no se la ve caer en el pavimento. Sorprenden los morenos que hacen pirámides humanas que se deshacen en menos de los 30 segundos que dura el semáforo en rojo. No hay edad, raza, sexo y país –algunos son extranjeros recorre mundos– que excluyan de la práctica del malabarismo callejero. Los objetos que más se usan: cuchillos, aros, rombos, antorchas y, claro, el mismo cuerpo. El arte del rebusque.
Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia