Edición Nº 10

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ILUSTRACIÓN: JOFRE CONJOTA

EDICION N°10

GRANDES JUGADAS NUESTRA SELECCIÓN

CON GRANDES JUGADAS DEL FÚTBOL CHILENO, ESCRITAS POR EL EQUIPO DE CABEZA Y POR ILUSTRES COLABORADORES COMO: ESTEBAN ABARZÚA, LUIS LÓPEZ–ALIAGA, FELIPE BIANCHI, JUAN MANUEL SILVA, GUSTAVO HUERTA Y VANESSA VARGAS.


MESSI

Te vi, nos miramos. Serás mía algún día.


EDICIÓN N°10

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cruyff VS beckenbauer

Quiero una pelea limpia. Dense la mano y atrรกs sin golpes.


EDICIÓN N°10 DE CABEZA 2017

EL MEJOR GOL DE TODOS

La cara llena de niños de 18, a los que mandaron a morir a Malvinas.

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EDITORIAL N°10 DE CABEZA 2017

U

N GORDITO BAJO recibe la pelota, avanza decenas de metros con ella pagada a su pie izquierdo, acelera, frena y engaña a un montón de rivales y compañeros. No comparte el balón con nadie y solo lo suelta para mandarlo suavemente al fondo del arco. Luego corre como arrancando de sus compañeros, que de todas formas lo agarran y abrazan. Cien mil personas están ahí y pueden contar que presenciaron la hazaña, otros millones lo vemos por televisión. Somos testigos de una obra de arte, hemos visto la historia con nuestros propios ojos. Para muchos, el gol de Diego a los ingleses es la primera jugada de fútbol que recuerdan. Hay un antes y un después para aquellos que eran solo unos niños, incapaces de dimensionar lo que acababan de ver. Pero ese día algo se movió dentro del corazón de los testigos de esa obra de arte. Es esa jugada, o cualquier otra que seamos capaces de repasar en nuestras cabezas, la que se transformó en el impulso para que nos pasemos miles de horas mirando fútbol, esperando repetir ese momento inicial.

vida; ese momento al que recurrimos usando el vehículo que nos proporciona el recuerdo de una jugada indeleble. Todos almacenamos en nuestras mentes un puñado de jugadas. Goles, gambetas, patadas alevosas, solo las mejores de su clase superarán la prueba de evitar el olvido. Cuando lo hagan, dejarán de pertenecer a su autor y formarán parte del acervo común de quienes, como Galeano, mendigamos “una jugadita, por el amor de Dios”. A esos momentos hemos querido homenajear en esta oportunidad; aquellos que han alcanzado la inmortalidad. No es casualidad que lo hayamos hecho en esta, nuestra edición número 10, el mismo número que llevaba en la espalda el gordo que nos regaló la más memorable de todas las jugadas de la historia.

Como todo en la vida, el fútbol es un juego que persigue la trascendencia. La gran mayoría de las jugadas que vemos a diario, en un rato ya no las recordaremos. La inmortalidad, la permanencia en el tiempo, están reservadas para muy pocas situaciones. Algunas quedarán por su importancia, otras por su belleza, porque nadie se las esperaba o, simplemente, por capricho. Las más, porque algo dicen de nosotros mismos y un poco cuentan la historia de nuestra propia

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SUMARIO EDITORIAL / p07

GRANDES JUGADAS

GRANDES JUGADAS / P16

POR EQUIPO DE CABEZA Y COLABORADORES

ANATOMÍA DE UNA TRAICIÓN. ¿LEONEL SÁNCHEZ SE FUE O LO ECHARON DE LA U? / p34

POR CRISTOPHER ANTÚNEZ

SER BOHEMIO / p42

POR PAULO FLORES SALINAS

CUENTO: DIABLO COJO / P50

POR ROBERTO CASTILLO SANDOVAL

FRANK EL REY DEL JUEGO / P62

POR SERGIO MONTES

RADIOS / P68

POR MATÍAS CLARO

LA MEMORIA DEL AGUA / P76

POR DANIEL CAMPUSANO

LA GIRA DE LA AMISTAD. COLO COLO EN LIMA EN 1929 / P78

POR ALONSO PAHUACHO

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françois omam-biyik

Camerún inolvidable, tachó al campeón del mundo en su debut.


EDICIÓN N°10 DE CABEZA 2017

pep y mourinho

Peleamos, discutimos, pero en el fondo nos queremos.

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STAFF EQUIPO DIRECTOR

CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL

NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES

PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DANIEL CAMPUSANO (@dampusano2015) DIRECTOR DE ARTE

NICOLÁS PARRAGUEZ

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN JUAN MANUEL SILVA VANNESA VARGAS ROJAS CRISTIÁN COX PUGA PATRICIO HIDALGO MATÍAS CLARO GUSTAVO VILLAFRANCA COBELL PAULO FLORES

KATHERINE BECKER SERGIO MONTES NICOLÁS VIDAL JOAQUÍN BARAÑAO CRISTÓBAL CORREA ALVARO PERALTA SÁINZ

WEB MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA

PORTADA

JOFRE CONJOTA

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ILUSTRACIONES

FOTOGRAFÍA

CUENTO

CLAUDIO POZO

FRANCISCO ROJAS POSTERS

ZORAN LUCIC

(@CPOZO)

DISEÑO


EDICIÓN N°10 DE CABEZA 2017

OLIVER KHAN CONSUELA A CAÑIZARES

Ven que te levanto; no dejemos que la muerte te ponga de rodillas.

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pronto

en la retina del hincha

PROYECTOS

DE

CABEZA

2017


EDICIÓN N°10 DE CABEZA 2017

rudy vÖller VS frank rijkaard

Escupitajo por la espalda. Un caballero, como los de antes.

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Por Equipo De Cabeza y colaboradores


GRANDES JUGADAS

1

PUÑETAZO DE LEONEL SÁNCHEZ CONTRA ITALIA, MUNDIAL DE 1962.

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GOL ILUMINADO DE ELÍAS FIGUEROA, 1975.

Por Equipo De Cabeza

Por Equipo De Cabeza

EL DEFENSA Mario David le da unas pataditas en el suelo a Leonel Sánchez; éste se levanta, enfurecido, y saca un perfecto gancho de izquierda, directo a la mandíbula del italiano. Ese accidentado partido, por la primera ronda del Mundial de Chile, se llamó “La batalla de Santiago”.

CON ESE CABEZAZO FURIBUNDO de don Elías, Internacional de Porto Alegre fue campeón por primera vez en su historia. Entrado el segundo tiempo, con el cielo totalmente nublado, un rayo de sol aparece justo para inmortalizar el atlético salto de Figueroa, que convierte el único gol del partido. Tan pronto como la pelota infla las mallas, el sol vuelve a esconderse.

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PENAL DE ALEXIS SÁNCHEZ A ARGENTINA. FINAL COPA AMÉRICA 2015.

Por Gustavo Huerta

2

GOL DE LEONEL SÁNCHEZ CONTRA LA ARAÑA NEGRA, MUNDIAL DE 1962.

Por Equipo De Cabeza CHILE Y LA UNIÓN SOVIÉTICA se juegan el paso a semifinales del Mundial. Al frente, el mejor arquero de la historia: Lev Yashin. Nadie se imaginó que Leonel le pegaría con tres dedos en ese tiro libre inolvidable, desde un costado del área, para clavarla en un ángulo imposible. La Araña Negra, perpleja, sólo atinó a mirar.

3

GOL DE CARLOS CASZELY CONTRA EMELEC, COPA LIBERTADORES, 1973.

Por Equipo De Cabeza COLO-COLO ENFRENTA A EMELEC por la Copa Libertadores en 1973. Carlos Caszely elude a dos ecuatorianos y deja al arquero humillado en el suelo. Traspasa la línea de gol caminando con la pelota en los pies. Todo el estadio canta, impresionado: “¡Se pasó, se pasó!”.

NADIE PUDO imaginar que le pegaría a la pelota de esa manera, menos definiendo una final. A nadie se le pasó por la cabeza que un chileno tendría el atrevimiento de ganarle así a Argentina. Alexis recibió con sus manos la pelota que le pasó el árbitro colombiano, Wilmar Roldán. Alexis la besó. Alexis puso el balón en el círculo pintado. Alexis lo retiró. Alexis sacó un pedazo de pasto del terreno y volvió a poner el balón en el centro para tirar el cuarto penal de la serie. Fue el 4 de julio de 2015, en el Estadio Nacional lleno con 45.651 personas. Empate a cero con alargue incluido entre Chile y Argentina. Los penales, que de suerte nada tienen, comenzaron con gol de Matías, que después imitó Arturo y emuló Charles. Messi anotó el único gol para los argentinos, Higuaín mandó la pelota a la pantalla gigante detrás del arco sur y Banega no pudo derrotar al capitán Bravo. En el centro de la cancha, cargados hacia el poniente, estaban los nueve jugadores chilenos. Díaz, Isla, Beausejour, Henríquez, Silva, Medel, Aránguiz, Fernández y Vidal, en ese orden, todos abrazados esperando el penal de Alexis. En el centro, hacia el oriente, estaban los argentinos, en un fila, sin abrazarse, y con Messi, Higuaín y Banega separados del resto, con rostros de resigna-

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ción. Si Alexis anotaba, perdían la Copa. Alexis, con la mirada fija en la pelota y nunca dándole la espalda al arco, dio uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete pasos hacia atrás. Recién ahí, y sólo por un segundo, levantó su cabeza y miró al arquero Romero, para luego seguir con otros tres pasos hacia atrás. Alexis se detiene. Alexis suspira. Alexis escucha el silbato del árbitro. Alexis avanza corriendo cinco pasos. Alexis decide “picarle” la pelota al arquero y le pega tan suave que da un bote antes de traspasar la línea de gol. Alexis celebra. Alexis corre hacia el banderín del córner sur oriente. Alexis se saca la camiseta. Alexis es abrazado por el resto de sus compañeros… ¡Alexis campeón de América! Jugada imborrable que viví justo detrás de ese arco donde Alexis tuvo el descaro de ganar así una Copa que Chile jamás había levantado.

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EL GOL DE LA VERGÜENZA, ELIMINATORIAS MUNDIAL ALEMANIA 1974. CHILE VS URSS.

Por Diego Repenning López Y SALIERON A LA CANCHA los once, pero solo los nuestros. Los otros rojos no aparecieron ni fueron esperados. Los rojos nuestros echan a rodar la pelota –y los otros aún no llegan– y la tocan, avanzando sin oposición hasta que el 19 de Chile rompe la malla del arquero adversario, que sigue empecinado en

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no aparecer. Le dicen el gol de la vergüenza y sería interesante deconstruir, desarmar y dar vuelta el nombre, pillarle una gotera desde donde reevaluarlo para pensarlo distinto. Y tal vez vergüenza no sondea los recovecos desgraciados del evento, el horror que encarnó, la desnudez esencial del episodio. Quizás hay narrativas paralelas que puedan hacerlo. No se trata de mirar retrospectivamente la pantomima de un elenco titular enmascarado en su disfraz, que juega a jugar contra el aire enrarecido del Nacional, consumando un show protagonizado por el héroe trágico llamado Chamaco que la echa dentro y cierra el acto. Eso sería cortar el hilo por lo más fino. Este teatro del absurdo es la descendencia reconocida de la FIFA, que ya desde aquel entonces mostraba su inclinación hacia la construcción de fachadas surrealistas, haciendo evidente que el fútbol no fue, no es, ni será el centro de gravedad de las oficinas de Zúrich. Y aun constatando esta dolorosa verdad, no llegamos a la capa más oscura de este episodio. No son los mimos que saltaron a la cancha el 21 de noviembre del ‘73, ni el filón institucional del espectáculo triste. Es el escenario. Nos cuesta recordarlo y puede ser que la erosión de tantos balones, saltos, manos de pintura y pitazos haya ido entierrando y gastando nuestra memoria. Pero el ‘inocente’ elefante blanco de Ñuñoa fue un campo de concentración –que encarna el horror– y su significado ennegrece todo. Hace poco leía entre relatos recopilados, a ex soviéticos que recordaban el tiempo de Allende y la promesa de un nuevo socialismo, el impulso que revigorizaría el ideal de los trabajadores. Pero el “coloso” arrasó con esa imagen y la transitó hacia el radical opuesto. El Nacional se convirtió en la sucursal del imperio, donde se performaba la eliminación de consciencias y se altavoceaba el mensaje oficial del “aquí nada pasa”. Humanos y sus historias de degradación fueron borradas tras el maquillaje de normalidad que prestaba el sostener un espectáculo vacuo, mientras el depósito más abyecto de la humanidad quedaba oculto tras la escenografía. Hoy son breves menciones, escuetos guiños –como nuestra recuperada democracia– los


GRANDES JUGADAS

que nos recuerdan que pertenecemos a la lista del horror. Toca nombrar y explorar las dimensiones de esta vergüenza y procurar que la próxima vez que veamos a once jugadores remedando un partido, podamos reír y archivarlo con las curiosidades del fútbol. Por ahora, solo quedan lecciones por aprender y memorias que respetar.

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GOL DE WASHINGTON OLIVERA POR COBRELOA, COPA LIBERTADORES DE 1981.

Por Equipo De Cabeza SE JUEGA EL ÚLTIMO MINUTO en la catedral del fútbol sudamericano. Tras defenderse todo el partido para rescatar un empate ante Peñarol, cobran un tiro libre para los naranjas. “Trapito, dele con toda el alma”, le dice Hugo Tabilo. Olivera sonríe, toma distancia, dispara, mira y corre a gritarlo, ante el silencio de un estadio repleto. Ese equipo de Cantatore casi gana la Libertadores.

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PENAL ERRADO POR CARLOS CASZELY, MUNDIAL DE 1982.

Por Equipo De Cabeza PRIMER PARTIDO de un Chile que llega agrandado al Mundial de España. Austria gana por 1 a 0 hasta que cobran penal en contra de Caszely. El goleador – que no estaba designado para patear–, toma el balón, confiado, y la manda un metro afuera.

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GOL IMPOSIBLE DE JORGE ARAVENA CONTRA URUGUAY, ELIMINATORIAS, 1985.

Por Equipo De Cabeza EL TIRO LIBRE para Chile era casi en la misma raya de fondo: un ángulo imposible. Encima, la barrera estaba mucho más cerca que los nueve metros quince. Pero nadie volverá a pegarle a la pelota como lo hizo el Mortero Aravena en ese partido ante Uruguay.

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PATADA DE LEONEL HERRERA A MARADONA. COLO COLO CONTRA ARGENTINOS JUNIORS, AÑO 1980.

Por Esteban Abarzúa EL ÚLTIMO PATADÓN GANA. La gente tiene distintas maneras de quedarse dormida en la noche. Algunos ven películas antiguas en la tele, sin miedo a perderse un final que ya se saben de memoria. Otros, se supone, mantienen la vieja tradición de contar ovejas, visualizar elefantes saltando la cuerda o a sí mismos corriendo en pelota por la Alameda. Sí, la gente es rara. A mí me gusta contar Maradonas revolcándose junto a la línea de cal, pero no en cualquier revolcón, sino en ese que lo hace salir de la cancha al final del partido contra Colo Colo en 1980. En eso consiste la imagen que me relaja: Maradona rodando en el pasto tras la gloriosa patada de Leonel Herrera. Chuflinga Herrera, un artista de pantalón corto y las suelas afiladas. Por cosas como esta uno puede dormirse tranquilo, cuando siente que todo está en su lugar, incluida, claro, la rodilla de Maradona razonablemente malograda. El 11 de marzo de 1980 yo tenía 8 años y John Lennon todavía estaba vivo. De su muerte me enteré un día que escuché “Imagine” como cien veces en la radio, aunque de otros muertos en esa época jamás supimos porque eran los muertos de Pinochet. Yo soy un niño de la dictadura, un hijo de ese tiempo y de esas bestias que también nos secuestraron los sueños, pero esa noche, el 11 de marzo de 1980, yo soñé que era el 5 de Colo Colo y que jugaba como Leonel Herrera. Dos meses después, de hecho, a días de haber cumplido los 9, jugué mi primer partido en el equipo del barrio, en la Cancha 2 de la población San Gregorio. Tenía otro número que no recuerdo en la espalda, pero todavía resuenan en mi oído las palabras de mi abuelo/entrenador cuando me dijo que iba a entrar, recién empezado el segundo tiempo: “De 5, por el Raulín. Juega tranquilo nomás”. Yo ya sabía lo que eso quería decir: vas bien pegado al 9 de ellos, la pides para salir jugando y pasa-pelota-no-jugador. Maradona, ese día en mi cabeza, está con la camiseta roja de Argentinos Juniors. Aún no es el mejor jugador del mundo porque el estadio Azteca, los ingleses y la mano de Dios están lejos en su futuro,

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pero basta mirarlo, ver cómo camina, cómo va con la bola, para saber que ya lo tiene todo para ser el mejor. Hasta yo lo entiendo, que tengo 8 y lo que sé de fútbol se lo debo a las columnas de Jota Eme y Míster Huifa que leo todos los días en el diario. El partido empieza con una jugada en la que Maradona intenta entrar por el callejón central cuando lo baja el Yeyo Inostroza en tres cuartos de cancha. Bien. Ni siquiera la amasa un poco y ya lo están midiendo. Luego hay un carrerón de cincuenta metros en el cual el 10 argentino elude a los dos centrales de Colo Colo, y un planchazo de cada uno, antes de estrellar el balón en el poste izquierdo del Gato Osbén. También hay goles: dos de Caszely y dos de los bichos colorados. En el minuto 44 del segundo tiempo, Mané Ponce, de tiro libre y por encima de la barrera, al ángulo de Riganti, mete el tercero de los albos. En la jugada siguiente, quizás la última del partido, un par de rebotes le dejan la pelota a Maradona en el área, cargado a la derecha. Es rápido el 10, tiene 19 años, y está confiado, sabiendo que llega primero que el 5 de Colo Colo. Si lo toca, es penal. Tampoco es mala esa idea, así que Diego prepara el cuerpo, por si acaso. Pero Leonel Herrera piensa, mientras corre, que ya está bueno de pendejadas. El partido es un amistoso, uno de los tantos que tiene que jugar Colo Colo para llenar las noches grises de la dictadura, pero para él los amistosos no existen. Antes de entrar a la cancha un productor de Televisión Nacional de Chile le había pedido que no le pegara de entrada a Maradona para que el show durara lo necesario. Chuflinga le hace caso: el partido está terminando y viene Maradona a buscar lo suyo. Lo que pasa sucede en menos de un segundo, pero si lo repasamos en cámara lenta es una jugada en el canal de la National Geographic: un inminente pedazo de carne y huesos derribado por su depredador. Herrera le mete la plancha a la altura de la rodilla. El de Colo Colo toma vuelo, alista el golpe y lo tira como un zarpazo. Maradona se dobla por la mitad y salta lejos, fuera del campo, junto a los fotógrafos. Un reportero radial le acerca un micrófono a la cara y le pregunta qué le pasó. Maradona no dice nada mientras se revuelca. Ahí termina el partido, no hay penal ni dudas. El dolor es pedagógico. Y el fútbol, un lugar para soñar cuando no tenemos nada.

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PATADA DE ORMEÑO A BRANCO, ELIMINATORIAS, 1989.

Por Equipo De Cabeza EN ÉPOCAS DE DICTADURA, las Eliminatorias se jugaban a muerte. Raúl Ormeño, contagiado quizás por el espíritu militar, quiso sacar al brasileño Branco de escena. Y si para eso había que cortarle la pierna, bueno, qué se le iba hacer. Una de las patadas más criminales de la historia del fútbol.

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MARACANAZO, ELIMINATORIAS, 1989.

Por Equipo De Cabeza ÚLTIMO PARTIDO de las Eliminatorias para el Mundial de 1990. Chile tiene que ganar en el Maracaná para clasificar. La luz, el poderoso destello de la bengala lanzada desde la galería, hace un fuerte contraste con el césped. Aprovechando el humo y la confusión, Roberto Rojas se corta la cabeza con una hoja de afeitar, en un burdo intento por engañar al árbitro. Resultado: Chile fuera de dos mundiales.

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BONVALLET EXPULSADO EN FINAL DE COPA AMÉRICA 1979.

Por Marco Quezada SON POCAS, MUY POCAS, las finales de Copa América que la Selección Chilena ha disputado. Por ello siempre vale la pena recordar algunas de ellas, sobre todo en los tiempos actuales en que gozamos de una bonanza nunca antes experimentada. La final de 1979, primera disputada por un seleccionado criollo, tiene varios hechos memorables. La derrota 3-0 en el Defensores del Chaco sin la presencia de “Don” Elías, expulsado por primera y única vez en su carrera en el partido de vuelta de semifinales ante Perú. El tempranero gol de Carlos Rivas en un Nacional repleto, para empatar la serie y estirar la esperanza de un partido definito-


GRANDES JUGADAS

rio en terreno neutral, luego de un rebote que da el “Gato” Fernández ante un disparo rasante de Eduardo Bonvallet desde la entrada del área. Pero tal vez el hecho más curioso fue la confusa expulsión del 14 de esa “Roja”. Corría el minuto 16 del primer tiempo, y con Chile en ventaja Bonvallet lucía todo su repertorio: manejaba y distribuía la pelota con criterio, sorteaba rivales pero también los corría del modo que siempre exigió en sus comentarios. Un incansable. Fue en una de esas jugadas que se generó todo. Chile volcado en ataque y Carlos Rivas pierde el balón en mitad de cancha, éste que es controlado por Eugenio Morel, el goleador paraguayo que a la postre sería también el del certamen, junto a Jorge Peredo. Morel entonces enfila hacia el arco, pero Bonvallet ya lo marca desde atrás. El chileno gana la posición, pero cae ante un leve empujón del guaraní que lo pilla mal parado. Como es de esperar, Eduardo Guillermo traba la pelota desde el suelo y la recupera. Se pita foul favorable para la Roja y el 14 se para rápidamente a encarar a Morel y luego darse media vuelta y continuar el juego. Nada del otro mundo. Una situación mínimamente confusa que agrandó un extrañamente descriteriado Ramón Barreto, el referí uruguayo que, con movimientos exaltados, llegó a descontrolar algo que ya estaba controlado. En fin. Entraron los carabineros a la cancha. Bonvallet y Morel expulsados. Paraguay perdía a su goleador para el partido final. Chile a su barómetro en el mediocampo. Y el resto ya es historia conocida. 0-0 en el Amalfitani de Buenos Aires, y campeón Paraguay por diferencia de goles.

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MORDIDA DEL PERRO A NAVARRO MONTOYA, SEMIFINALES DE COPA LIBERTADORES, 1991.

Por Equipo De Cabeza EL GOLAZO DE BARTICCIOTTO, tras centro del Pato Yáñez, definió esa verdadera final anticipada contra Boca, y desató una trifulca inmediata entre carabineros, curiosos, periodistas, jugadores y fotógrafos. Aprovechando la anarquía, un carabinero le dio suficiente rienda a su perro Ron para que este clavara sus dientes en el glúteo izquierdo de Navarro Montoya.

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GOL DE FABIÁN ORELLANA A ARGENTINA. ELIMINATORIAS MUNDIAL SUDÁFRICA 2010.

Por Fernando Vergara EL GOLAZO QUE CAMBIÓ LA HISTORIA FUTBOLÍSTICA ENTRE DOS PAÍSES. “Otra hazaña de Basile: Argentina perdió con Chile por primera vez en la historia”.“Basile sigue haciendo historia: la Argentina perdió por primera vez contra Chile en un partido oficial”. En la mañana del 16 de octubre de 2008, los titulares de algunos periódicos de la Argentina no fueron contemplativos con Alfio Basile, el entrenador del seleccionado: el gol de Fabián Orellana, que brindó el 1-0 al seleccionado chileno, movió fuertemente los cimientos del fútbol en estas tierras. La victoria sirvió como disparador para marcar la puerta de salida del segundo ciclo de Basile, quien fue reemplazado por Diego Maradona. Se habló de un Messi intrascendente. Bielsa, fiel a su estilo, optó por presionar al rival en todos los sectores. Chile, también, eligió explotar las espaldas de los laterales Javier Zanetti y Gabriel Heinze. Todo en el plano futbolístico. Pero había más. Con menos crudeza (y algo más de justeza) que los titulares de los diarios de hace casi 10 años, se puede asegurar que el gol de Orellana, a los 35 minutos del primer tiempo, fue uno de los más importantes en la historia de la selección de Chile. Aquel 15 de octubre de 2008 marcó un antes y un después en el cara a cara entre ambos países. Desde aquella noche, se midieron en seis ocasiones, con dos recuerdos que en la Argentina todavía calan profundo: las dos finales de Copa América que

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quedaron en manos de La Roja. ¿Sirvió el gol de Orellana para cambiar la mentalidad de un equipo al que históricamente le costaba frente a la albiceleste? Sólo los futbolistas lo saben, pero pudo ser un puntapié inicial. Sin Alexis Sánchez, quien no pudo jugar por acumulación de tarjetas amarillas, el actual futbolista del Valencia tuvo su chance. En total, fueron 36 segundos de control, toques, traslados de una banda a otra y precisión. Chile se lució con un despliegue absoluto. El balón pasó por todos, prácticamente. Los del cierre, los encargados de aportar las pinceladas finales a la obra de arte, fueron Gary Medel, Carlos Carmona y el propio Orellana. La definición fue acorde a lo que merecía semejante jugada: de primera, con un disparo cruzado, lejos de las manos de Juan Pablo Carrizo.

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PENAL ATAJADO POR ÓSCAR WIRTH, SEMIFINALES DE COPA LIBERTADORES, 1993.

Por Equipo De Cabeza LA CATÓLICA ya estaba adentro de la final de la Libertadores, remontando sobre la hora un 2-0 en contra en la cancha del América de Cali, hasta que en el último minuto la Vieja Reinoso le regaló un penal a los colombianos. Pero el experimentado Óscar Wirth se lanzó sobre su izquierda y enmudeció al estadio.

Fue 1 a 0, pudo ser una goleada. Más de 55.000 almas saltaron y celebraron. Para Orellana fue el debut soñado en las eliminatorias de cara al Mundial 2010. Esa misma noche, algunos lo llamaron “El Histórico”, apodo que encajó perfecto para el contexto.

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GOL DE HUMBERTO SUAZO A VENEZUELA. ELIMINATORIAS SUDÁFRICA 2010.

Por Cristián Cox

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GOL DE LUIS PÉREZ, FINAL COPA LIBERTADORES, 1991.

Por Equipo De Cabeza EL HÉROE MENOS ESPERADO, el suplente que no había jugado ni un segundo en la Copa fue quien, por los caprichos de la fortuna, recogió el centro de Barticciotto, amortiguándola de pecho, y mandándola guardar para tener la noche con que todos soñamos cuando niños, en esa inolvidable final de la Libertadores del 91.

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VENIDO DEL PLANETA GOL. Un 18 de Junio Jimi Hendrix quemó su guitarra en pleno concierto. Un 18 de Junio Argentina sacó a un dictador para poner a otro. Un 18 de Junio en Colombia, las FARC asesinaron a 11 diputados. Un 18 de Junio nació Paul McCartney. Un 18 de Junio murió José Saramago. El 18 de Junio del 2008, un pelao de Llolleo fue héroe bajo la lluvia torrencial de Puerto La Cruz, Venezuela. Desempolvo un hito con agua. A las 20.34 horas se pitó el comienzo bajo una lluvia torrencial en el estadio de Puerto La Cruz. Chile jugaba con una gran cantidad de futuras promesas saliendo de la adolescencia. Los experimentados eran Chupallita Fuentes y


GRANDES JUGADAS

Marco Estrada. El partido era de ida y vuelta: un palo de Alexis, Jean pasándose jugadores como Messi, un tiro libre de Estrada extraordinario, pero la pelota no entraba. Un primer tiempo sin goles. Pero en el segundo el balón empezó a colarse. Un tiro libre venenoso de Giancarlo Maldonado entró rozando uno de los postes de Bravo. El partido se vino encima como la lluvia, pero Alexis se coló como siempre entre los defensas y se fabricó un penal. Chupete definió con un cañonazo clavado a la derecha. Luego Chile tomó ventaja con la aparición de Jarita que remató el centro de Mark González. Sin embargo, Venezuela se fue en picada contra la zaga chilena, invadió el territorio con jugadas punzantes hasta que, en una maniobra extrañísima, la pelota avanzó entre las piernas de Chupallita y quedó sola frente a Arango. 2-2. Venezuela siguió atacando y la televisión mostraba a un desatado Bielsa que se paseaba como una fiera por su zona, puteando, empinándose una botella de gatorade al seco, mirando el cielo con ojos de animal. El partido se iba y parecía que la vinotinto nos iba a poner una última estocada. Entonces apareció Humberto Andrés Suazo Pontivo, el mismo que faltó a un entrenamiento de la Católica y nunca más volvió, el mismo que se fue por la puerta trasera de Colo Colo, el mismo que hoy juega en una liga amateur en San Antonio. Apareció por un pase de Alexis en el minuto 40 del segundo lapso. La recibió, dio una media vuelta y pegó un zambombazo imposible, cruzado al palo derecho de Renny Vega, quien vio una trayectoria insólita, un recorrido único, una pelota a media altura que a fuerza del agua, el viento del trópico y el empeine del Chupete, dio un bote antes de entrar y dejó el estadio enmudecido. Y nos hizo tirar copete por los cielos. Y nos hizo dar gritos eufóricos, saltos primitivos. Y atrás, como venido de otro tiempo, el relato de Claudio Palma que hoy alcanza a recordarnos la leyenda de Chupete que hemos empolvado debajo de tanto: “No sé cuántos te he narrado pelado goles a vo’ (…) Anotó el de ayer, anotó el de siempre, anotó el de raza, anotó el de estirpe, anotó uno que estalló tarde, pero

cómo estalló. Anotó Humberto, simplemente el Chupete goleador, simplemente el hombre venido del planeta gol”.

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LESIÓN DE MARCO “DIABLO” ETCHEBERRY CON PUYOL, CAMPEONATO NACIONAL, 1993.

Por Equipo De Cabeza LA FIGURA de esa primera y última Bolivia que clasificaría a un Mundial, era el colocolino Etcheberry. En una jugada intrascendente del superclásico, el Pato Yáñez empuja a Puyol, este cae encima de la pierna flectada del Diablo y adiós ligamentos. Tras largos meses lesionado, vuelve a jugar para el primer partido del Mundial: lo expulsan a los pocos minutos y se acaba el torneo para él.

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GOL DE PATRICIO MARDONES, CAMPEONATO NACIONAL, 1994.

Por Equipo De Cabeza PATRICIO MARDONES, volante de la Universidad de Chile, le pega con la fuerza de un grito ahogado por más de 25 años. El portero de Cobresal, temeroso del impacto, sólo atina a quedarse parado en la línea de gol, pero el misil furioso –empujado por millones de almas ansiosas– le destroza el arco. Para muchos, el gol más gritado en la historia de Chile

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GOL DE IVÁN ZAMORANO, REAL MADRID CAMPEÓN, 1995.

Por Equipo De Cabeza EL CUENTO DE LA CENICIENTA y todo el amor propio del mundo, revueltos en un gol. Después que el cuerpo técnico y dirigentes del Real Madrid le bajaran el pulgar, Zamorano se rebeló y tuvo su mejor año. Salió campeón, goleador y cerró la historia con ese golazo de volea que lo haría inolvidable.

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EDICIÓN N°10 DE CABEZA 2017

Palestino y Everton habían empatado a dos. Fabbiani y Dubó para los tricolores, Ceballos y Spedaletti para los oro y cielo.

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GOL DE JUAN CARLOS ORELLANA A UNIVERSIDAD DE CHILE. LIGUILLA PRE LIBERTADORES, AÑO 1977.

Por Felipe Bianchi Leiton EL MISILAZO DE ORELLANA. Muchos piensan, erróneamente, que fue para otro clásico inolvidable: el 5-4 del Torneo Nacional de 1977. Pero ese se jugó en la tarde, con luz, en un Estadio Nacional repleto donde, aunque no lo crea, buena parte de la galería sur (al menos, la mitad), estaba llena de hinchas colocolinos, como solía ocurrir en esos tiempos de 70/30. Pero lo cierto es que no fue durante ese partido. Esto ocurrió ese mismo año, también ante la U, pero después. El jueves 22 de diciembre, justo antes de Navidad. De noche. Por la liguilla pre libertadores que, aparte de albos y azules, disputaban también el fabuloso Everton de Pedro Morales (que tenía entre sus filas al Polo Vallejos, Ceballos, Spedaletti, el Maestrito Salinas, Chicomito Martínez, Charola González y el pelado Sorace) y el Palestino fuera de serie de Caupolicán Peña donde estaban, entre otros, el Loco Araya, don Elías, Manolito Rojas, Messen, Dubó, Pedro Pinto y Oscar Fabbiani. Veintinueve mil 370 espectadores llegaron esa noche tibia al Nacional. El árbitro fue Juan Silvagno. Colo Colo venía de ganarle 1 a 0 a Everton en el debut (gol de Orellana), y la U de caer por el mismo marcador ante Palestino (gol de Pinto). Era, pues, la segunda fecha de la Liguilla. En el preliminar -en esa época se jugaba todo al mismo tiempo en Ñuñoa-

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El técnico de Colo Colo era Sergio Navarro, y los albos jugaron con Nef; Galindo, Leonel Herrera, Brunel y el Lito Rodríguez; Ramos, el Yeyo Inostroza y Daniel Díaz; Mané Ponce, Crisosto y Orellana. Luego entrarían Lucho Díaz por Galindo y Ormeño por Crisosto. Los azules, a quienes dirigía Lucho Ibarra, formaron con Carballo; Ashwell, Quintano, Pellegrini, Bigorra; Koscina, Aránguiz, Socías; Neumann, el Bambino Veira y Salah. Entraron Barrera por Veira y Juan Soto por Koscina. La mejor época, si me apura, del campeonato chileno. Y los dos planteles más queridos y recordados tanto de los albos como de los azules; seguramente porque correspondió a mi etapa de mayor pasión y fanatismo. El caso es que el partido terminó 2 a 2 y fue una gran noche de Orellana, el Zurdo de Barrancas, que marcó dos golazos. El mismo lo recordó tiempo después en El Mercurio. “El primero fue un tiro libre un poco más atrás de media cancha, a unos 50 metros del arco sur, con la pelota puesta en el semi circulo que daba a nuestro lado. Se acercaron varios compañeros para jugar corto, pero le dije al “Yeyo” Inostroza: no, le voy a pegar desde aquí mismo al arco. Nunca me voy a olvidar la cara de “estai loco” que me puso. Hugo (Carballo) no armó barrera y le metí con el empeine, fuerte. La pelota se le fue alejando a Hugo, que voló y no pudo llegar. Entró, dio en el fierro que sostiene la red y salió del arco. La gente, de hecho, se demoró en reaccionar y gritarlo, por lo inusual”. Tal cual. Iban recién 5 minutos de juego. A los 7 empataría Socías, tras falla de Nef, y a los 78 volvería a anotar Orellana, quien lo recuerda así: “Fue el que más me llenó el gusto. Jugada rápida: sacó el Gringo, la tomó Luis Alberto Ramos, le piqué en diagonal, la pelota recorrió 30 metros y cayó a la espalda de Johnny Ashwell, la dejé picar y le pegué de primera, con comba y fuerza al ángulo. Golazo”. Finalmente, a los 85, empataría Manuel Pellegrini (sí, Pellegrini) con un remate cruzado a la entrada del área. Dos a dos final y los azules fuera de la Copa. Pero el recuerdo imborrable, al menos para mí -que lo vi sentado en la galería norte junto a mi abuelo-, fue ese remate violento y colocado, casi en cámara lenta;



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el chimbazo, el rebencazo, el misilazo, el conchazo impresionante de Orellana. El primer gol de media cancha que vi en directo en mi vida. Y, si me apura, el único.

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GOL DE RABONA DE CATALDO A LA UNIVERSIDAD DE CHILE. CUARTOS DE FINAL FÚTBOL CHILENO, 2003.

Por Patricio Hidalgo MAURICIO CATALDO está unido a su gol como solo los más importantes hombres se relacionan con sus obras cumbres: Da Vinci y la Mona Lisa, Fleming y la Penicilina y nuestro héroe y su rabona. Cataldo se explica por su gol mucho más que por su biografía. Olvidaremos su talento infinito y sus dolorosas adicciones porque en ese par de segundos todos sus accidentes vitales se exponen y entrelazan pasando a formar una nueva entidad, un gol de otro mundo. Obviaremos su conversión al cristianismo y también su retiro de las canchas, porque el tiempo se detuvo en esa tarde en Concepción. Como toda obra de arte, Cataldo la cataloga. “Es la rabona chilena”. ¿Cómo es la rabona chilena? El mismo artista lo responde: “Es la que trajo el Bichi Borghi a Chile, pero perfeccionada por mí. Es que tenía mucha personalidad”. Cataldo se anticipa a Baltazar Astorga a los 5 minutos y 27 segundos del primer tiempo del alargue. Entró hace 20 minutos, está fresco y lo hace notar picando con desenfado por el carril del 10, avanzando 12 metros en 3 segundos, con un par de toques. Aún no entra al área. El relator, la tribuna y

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el mundo civilizado esperan el centro, pero Mauricio no pertenece a ese mundo. Dos segundos después, la pelota ya está adentro del arco. Es gol de oro, se acaba el partido. La U de Conce clasifica a la semifinal del torneo. Olarra se toma la cabeza como si acabara de contemplar un atropello. Cataldo se saca la polera, auspiciada por una empresa que ya se olvidó, como todo en ese día salvo su genialidad. Cataldo corre con la cara llena de gol y sus senos se mueven desacompasadamente, su piel es pálida, no se ven calugas ni de casualidad. No es un atleta. “En ese tiempo tomaba de lunes a viernes. Antes de ir a entrenar me servía un litro de leche y listo”, reconocería años después. Nada de eso importa. Importa la rabona. Su equipo lo abraza, arman un montoncito. Saben que lo que está pasando es un milagro, milagroso en lo breve y en lo irrepetible. Jhonny Herrera no quiere creerlo. Cataldo es una vieja promesa, con 23 años recién cumplidos. Toma desde los 12. Borghi, el técnico que lo hizo debutar, se ha cansado de decir que es el jugador más talentoso que ha visto en su vida como entrenador. A los 29, ya era un ex futbolista. Pero 6 años antes fue capaz de perfeccionar la obra de su mentor. Ese día, en esa cancha, el talentoso no era Jorge Valdivia. El iluminado no era Luis Pedro Figueroa. El caballero del gol no era Marco Olea. Ese día todos jugaron para Mauricio. “¿Y si Mauricio hubiera parado de tomar antes?”, nos pregunta el inconformista de turno. Duele imaginarse eso, pero la rueda de la fortuna no deja de girar. Hoy Mauricio está limpio y dirige su propia escuela de fútbol en La Florida. Y desde ahí, desde una vida recuperada en plena marcha, mientras mira un cabro chico que no lo conoce enganchar como él lo hacía hace 15 años, puede preguntarse en silencio: “¿Y si Baltazar Astorga no perdía la pelota?”. Astorga, que desde entonces deambuló entre la primera y la segunda división, cayendo en el olvido, ¿acaso no lo dejaría todo por vivir esos segundos de gloria que tuvo Cataldo? ¿Afortunado el goleador de ese torneo, Salvador Cabañas? ¿No cambiaría esos 18 goles jugando por Audax por no haber estado en una noche incorrecta en ese bar pendenciero? ¿Afortunado Fernando Cornejo, que fue el que gritó campeón en ese torneo pero que tal vez ya incubaba el cáncer que lo mataría justo un lustro después? El fútbol chileno perdió una estrella, pero ganó el mejor gol del Siglo XXI en sus canchas. Perdimos un jugador de selección, pero ganamos una obra de arte, y un artista que goza de buena salud, cuando ya nadie creía en él.


ILUSTRACIÓN: JOFRE CONJOTA


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las derrotas que más me ha dolido.

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GOL DE FELIPE SEYMOUR A FLAMENGO. PRIMERA FASE, COPA LIBERTADORES DE 2010.

Por Juan Manuel Silva NO CONCIBO EL FÚTBOL sin una anécdota, sin ese alfiler en el plumavit de la memoria que punza cuando intentamos devolver las imágenes de manera consciente a un momento emblemático. Por ejemplo, el 17 de marzo del año 2010, a pocos días del terremoto que me pilló en mi casa, durmiendo, y que me despertó con una biblioteca cayéndome encima. El día del cual quiero hablarles cayó miércoles. Trabajaba de temporero en correcciones de pruebas en la Universidad Alberto Hurtado la jornada de la tarde, y luego de salir jugaba la U contra Flamengo, la tercera fecha de la fase de grupos de la Copa Libertadores del año 2010. No es un partido especial ni particularmente heroico, pero lo recuerdo con mucho cariño, pues fue una de las últimas veces en las que vimos junto a Nicolás Cornejo y Jorge Moreno (exeditor y editor de La Calabaza del Diablo) un partido del equipo laico. El encuentro se abre con un gol de cabeza de Edu Vargas y recién al principio del segundo tiempo Flamengo logra empatarlo. Como todo relato feliz, Felipe Seymour, gracias a una asociación inteligente entre Montillo y Puch, quien luego de una finta le cede la pelota al mediocampista, es el que le mete un chimbazo que pasa raudo bajo los brazos del arquero Bruno, al minuto 54. El gol fue importante porque había que sumar en casa y porque esa campaña llegaríamos a la semifinal con Chivas, en una de

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De todas maneras, y como he dicho en otras ocasiones, no me interesa mucho si la U gana o pierde, disfruto viéndola como lo hago cuando leo poesía, casi sin razones. Lo que me gusta y me sigue gustando de ese gol, es que lo vi con dos de mis mejores amigos, quienes hicieron que entendiera el sentido de ser hincha de la U (junto a Leo Villarroel y su padre) y que al final el fútbol propicia momentos de comunión verdadera, como el que vivimos esa noche de marzo, en la Fuente Holandesa de la calle Brasil, tomando cerveza y conversando sobre literatura.

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FOUL DE LUIS CHAVARRÍA A FRANCESCOLI, ELIMINATORIAS, 1996.

Por Equipo De Cabeza “CONTENTO POR MI DEBUT, lo hice bien y por suerte pude lesionar a Francescoli”. El rudimentario Chavarría fue clave en el triunfo chileno contra Uruguay, por las Eliminatorias a Francia 98. En la primera jugada en que se encontró con Francescoli, le dio una patada tan grosera que el Príncipe no pudo seguir jugando.

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GOL DE MIGUEL RAMÍREZ A EVERTON. PLAY OFF TORNEO CLAUSURA, AÑO 2004.

Por Diego Repenning López LOS JUEVES me parecen días un tanto insatisfactorios. Y los jueves del 2004 fueron especialmente decepcionantes. Creo que muchos de esos jueves los pasé en un sillón, sin tener un entusiasmo evidente por nada en particular. Más por costumbre que gusto, la televisión estaba prendida mientras miraba un partido con ojos semiabiertos/cerrados. Como un espectador automatizado, vi que el Colo ganaba a Everton en un partido cuyo desenlace no me interesaba. En los pocos minutos que aleatoriamente presté atención a la pantalla –en los que miré además de ver–, Donoso, el del Colo, patea un córner sin mucho lustre, intención o bulla –puede


GRANDES JUGADAS

que él también haya estado en mi misma frecuencia de abulia–. Despeje del central de Everton, que queda en la medialuna, hasta que otro ruletero la sacó de ahí, para dejarla bien lejos, disipando lentamente mi corto lapso de atención, viajando de vuelta al coma. Eso hasta que el Cheíto convierte lo normal y ordinario en algo más. Millape, que se encargaría de recoger la pelota y recomenzar el tedio de una jugada eterna, repentinamente se corre y Ramírez le entra con un zapatazo que logró quebrar el ciclo de la normalidad –se escuchó la trizadura del espacio/ tiempo en protesta por la brillantez de lo sucedido–. De un solo golpe la pelota, que nunca amagó a girar ni a obedecer la gravedad, se clavó en el ángulo después de viajar 50 metros. Lou Reed cantó que la vida tediosa de una niña fue salvada gracias a que casualmente sintonizó rock and roll en una estación de radio neoyorquina. Y la dejó incrédula. Y todo estaba bien.

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GOL DE MARCELO SALAS A URUGUAY. ELIMINATORIAS MUNDIAL SUDÁFRICA 2010.

Por Luis López-Aliaga ANTES DE COMENZAR el partido, Salas se acerca al borde de la cancha, toma agua de una botella plástica, se echa un poco en la cara y habla con el paramédico. La imagen la veríamos luego, mucho después de aquel domingo de noviembre de 2007 en el que Salas devuelve la botella plástica y repite: “por algo vine”. Hay, en ese momento, un segundo en el que perma-

nece con la mirada perdida en el piso. A diferencia de nosotros, que después lo veríamos muchas veces por Youtube, es probable que él lo viera antes, en aquel segundo, anticipándose en palomita a tres uruguayos, golpeándose luego el pecho con el puño y celebrando junto al banderín del córner. Hoy todo parece posible. Un triunfo ante España en un Mundial, ganarle a Argentina en los penales. Hasta hacer un gol en el Centenario parece posible, tener a Uruguay contra las cuerdas. Pero, para entonces, el cambio aún era endeble. -Cacha, está súper gordo. Bielsa lo pone porque le maneja el camarín. Era un chileno en el bar de una pequeña isla, en México: -Apenas se puede mover, el gordo. Ya tendría que haberse retirado. Gol de Uruguay. -Te dije, estamos cagados. La isla se llamaba Holbox y yo asistía a un taller de guión donde a nadie le interesaba el fútbol. Pero apareció esa pequeña cantina, no con uno, sino con dos chilenos que hablaban mientras yo, atrás, trataba de pasar desapercibido. -Tiene que sacar a Salas y pasar al Chupete al centro. Si no, nos vamos a comer una boleta. Tenían todo el entretiempo para arreglar el problema. -Bielsa no cacha nada. Por algo lo echaron de Argentina. Insisto, era una isla. Sólo podía recurrir a la evasión de la cerveza y el recuerdo: Mayo de 1994. Salas debuta en un amistoso contra la Argentina de Maradona. Entra en el minuto 20, con la 15 en la espalda, y nueve minutos después, metido entre Sensini y Ruggeri, marca el gol del empate. A veces uno también lo ve antes, lo anticipa, hay jugadores que nacen predestinados, están ahí por algo. Pero ahora Salas tenía 33 años y venía de vuelta. De vuelta de la vida, de Europa, de las lesiones. Y del camarín, porque ya comenzaba el segundo tiempo. -Más encima capitán. Típico guatón acabronado. Después de cada sentencia me miraban esperando mi aprobación. Creo que dudaban de mi chilenidad. Entonces sucedió. Minuto 59. Riffo sale largo desde la derecha y Droguett queda con todo el campo a su disposición. Avanza unos metros y la abre sobre la

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izquierda, donde el piña Villanueva se detiene un segundo y saca un centro que, de pronto, parece rutinario. Entonces irrumpe Salas, nadie sabe bien desde dónde. Seguramente vio algo antes que el resto, ese espacio vacío en el área chica, entre Lugano y Godín. Se zambulle en palomita y Carini queda con los brazos estirados en un gesto ridículo, atrapando nada. Quizás exageré el grito. Los chilenos me miraron de reojo, algo espantados. Uno de ellos me hizo un gesto de algarabía con los puños apretados, pero yo lo ignoré por completo. Después vino el penal a Matías, la zurda baja de Salas, y el grito sin pudor de uno ellos: “¡grande Matador!”. Los miré. Nos miramos. Pude hacerles notar su inconsistencia, pero estaba solo ahí, en una isla, así es que terminamos abrazados, celebrando. Y ni el empate uruguayo impidió la borrachera que vendría luego, el desquite: me di el tiempo de desplegarles largamente mi teoría sobre ciertos jugadores que nacen predestinados. Porque, aunque hoy todo parezca posible, lo cierto es que nunca se ha vuelto a repetir. Dos goles y un empate en el Centenario.

cambio de su derrumbe futuro― recibió una capacidad de reflejo sobrenatural (el narrador Pedro Carcuro, incluso, se mete dentro de la consciencia del delantero brasuca y se pregunta en voz alta “¿de dónde salió este arquero?”). Y ya aburrido de volar, minutos después, el Cóndor sale fuera del área, corre a meterse entre el León Astengo y el Ligua Puebla, intercepta el ataque de un delantero brasuca y, veinte años antes del debut de Manuel Neur en el Schalke 04, sale jugando rápido, elegante y, sobre todo, efectivo. Porque Rojas no es sólo espectáculo circense, que eso quede claro: es también un ejecutivo implacable. Tan funcional que, en el segundo tiempo, saca un tiro largo que recién bota en la cancha contraria y, después de un bote endemoniado ―endemoniado como su mismo genio―, habilita a Juan Carlos Letelier que define con un globito exacto. ¿Se puede pedir más? Claro. Minutos después Rojas estira los dedos para sacar un cabezazo de Careca y, luego de mandar a las nubes la insistencia, un joven llamado Romario no da crédito a lo que está presenciando. ¿El resultado? Chile gana 4 a 0. Pero quizás alguien puede reclamar que el del arco chileno no era definitivamente un ser humano.

Eso le estaba reservado a Salas. Por algo vino.

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ATAJADAS DE ROBERTO ROJAS, COPA AMÉRICA DE 1987.

Por Daniel Campusano LO BELLO Y LO ABSURDO: EL ARCO DEL GORILA. Hay algo medio absurdo ―o quizás lúdico― en la anatomía de Roberto Rojas. Si tuviera que ser un dibujo animado, si tuviera que caracterizarse hiperbólicamente e hipnotizar a un televidente preescolar, su proyección gráfica no distaría de la realidad. A primera vista es un gorila atento: tiene los brazos largos, colgando hasta las rodilla, se para, rebota en el lugar como esperando jugar, matar o pegar un cachetazo. En el partido de Chile ante Brasil, el Cóndor bloquea misiles a quemarropa y, nuevamente, se repite en televisión esa postal estética, escalofriante, pero también un tanto inverosímil: alguien le dio a ese mamífero más longitud de lo natural, o, por qué no pensarlo, quizás hizo un pacto con el diablo y ―a

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GOL DE CHARLES ARÁNGUIZ A ESPAÑA, MUNDIAL BRASIL 2014.

Por Vanessa Vargas GOLAZO PUENTEALTINO EN EL MARACANÁ. Ese día había usado mi camiseta roja desde la mañana. creo que tenía la esperanza intacta, pero un nervioso mal humor se había adueñado de mí para hacerme pensar cosas funestas. Caí en la peor superstición futbolera.



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Pero el partido en el Maracaná no me dio mucho tiempo para temer. Al minuto de juego, Chile ya había llegado con peligro dos veces al arco. Era cosa de hacerla no más. Y jugábamos tan bonito que unas nubes negras me hicieron pensar que mi corazón no soportaría que eso implicara perder, otra vez. Pero no. Me equivocaba profundamente. Ahí estuvo Edu Vargas para decirme que eran puras falacias. Un golazo perfecto, después de una recuperación comandada por Alexis y coordinada por Aránguiz. Dije adiós definitivo a mis temores -y malhumores- y transcurrieron unos minutos de goce y profunda alegría.

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GOL DE MARCELO SALAS CONTRA INGLATERRA, EN WEMBLEY, 1998.

Por Equipo De Cabeza EL PELOTAZO del Coto Sierra recorre 50 metros para depositarse en el muslo izquierdo del Matador, a la entrada del área. Salas define de primera, antes que la pelota toque el pasto y no se puede creer, le estamos ganando a los inventores del fútbol en su propia casa, en el más legendario estadio que cobija este deporte.

Pensé que nada podría ser mejor cuando llegó el tiro libre de Alexis Sánchez, el despeje impreciso de Casillas y en segundos, cómo Charles Mariano mira, la para y mete un puntete maravilloso cuando nadie -qué casualidad- se fijaba en él. Apenas alcanzamos a lamentarnos cuando ya estábamos saltando de emoción. “Hasta ahora ha sido el gol más importante de mi carrera. La jugada fue rápida, me quedó ahí. La verdad es que fue un puntete. No salió del todo bien, pero vale”, dijo Charlito. Tan humilde y sencillo como siempre, no sabe que ese día me dejó sin voz. Que grité a más no poder y reí de felicidad porque sentía que él, después de tanto esfuerzo invisible, merecía vestirse una y otra vez de gloria, que se robaba con justicia el protagonismo de un partido soñado en el Maracaná. Fue un flechazo del que todavía no me recupero. Ese día confirmé, una vez más, que el fútbol se parece al amor y que Charles Mariano, al contrario de lo que se piensa, no es un príncipe, sino un obrero.

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GOL DE MARCELO SALAS CONTRA SAO PABLO, FINAL SUPERCOPA, 1997.

Por Equipo De Cabeza LA DUERME CON LA ZURDA, deja a un marcador en el piso, engancha para la derecha y a un segundo defensa se le enredan las piernas; cuando sale el arquero se la toca suavecito y la mete sobre el palo derecho. Golazo de Marcelo Salas ante el Sao Pablo, para darle el título de la Supercopa a River Plate.

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GOL DE MARCELO SALAS A ITALIA, MUNDIAL DE 1998.

Por Equipo De Cabeza LO QUE LANZÓ Clarence Acuña desde tres cuartos de cancha parecía más despeje que centro, pero el brinco imposible del Matador Salas, batiendo a Pagliuca y humillando a Cannavaro, lo transformó en el golazo con el que Chile derrotaba por dos a uno a Italia en el Mundial de Francia.

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MANO DE RONALD FUENTES, MUNDIAL DE 1998.

Por Equipo De Cabeza CHILE ESTABA A PUNTO de ganarle a Italia en su debut mundialero. Pero un árbitro de Níger cobró penal, y la Italia de Baggio nos empató. La mano de Ronald se encontró con la pelota con total inocencia, pegada al cuerpo, y el país deportivo tuvo un diagnóstico lapidario: La mafia FIFA nos robó.


GRANDES JUGADAS

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CUANDO TIEMBLA EL ESTADIO. TAPADA DE BRAVO A MAYOR CANDELO.

Por Sergio Castillo Someone said to me ‘To you football is a matter of life or death!’ and I said ‘Listen, it’s more important than that’. Bill Schankley (1913-1981) El 2006 disputaron la final del Torneo de Apertura Colo-Colo contra la Universidad de Chile. Fueron dos partidos, ambos celebrados en el Estadio Nacional, y tal vez fue mi edad, pero sentí como si en ambos partidos el estadio (y por extensión, todo Chile) se hubiesen dividido en dos, de Andes a la derecha de blanco y a la izquierda de azul. Mi familia no fue la excepción. Para el segundo y último partido fui con mi padre y mis tres hermanos. Todos éramos del Colo, salvo el más chico, Vicente, bullanguero desde que tengo memoria. Para que no se sintiera tan solo nos acompañó un tío y sus tres hijos, todos de la U. Vicente se sentó con ellos, a unos diez metros de nosotros, justo en la división blanco-azul del estadio. Luego vino lo impensado. A todos los que estuvimos ahí nos tocó experimentar algo que todo profesor de física quisiera disponer para ejemplificar un movimiento telúrico. Y todo sucedió en un penal frustrado. Mayer Candelo, el volante azul, frente a Claudio Bravo, meta del cacique. En un acto voluntariamente arriesgado, el colombiano decidió picar el balón. En ese momento todo el estadio dio un salto imitando a Bravo, pero la decisión de Candelo le permitió a este recuperarse y, desde el suelo, impulsarse nuevamente en el aire para manotear la pelota hacia un costado. Nosotros, el estadio entero, saltó con él, como si nuestro primer brinco nos hubiese hecho rebotar, como si bajo el Estadio Nacional la tierra temblara, y junto con el arquero del equipo albo, todos nos elevamos en el aire mientras se definía el torneo nacional. Su tapada desató el júbilo de una mitad emocionada y el pesar de otra mitad estafada por penal difícil de olvidar. Pero lo que yo realmente no olvidé es que ese día realmente tembló, y las consecuencias las vi en el llanto de mi hermano y primos al final. Sus lágrimas tras

la derrota me demostraron que el fútbol efectivamente es algo más importante que la vida o la muerte, y que cuando tiembla en el estadio las grietas no quedan solamente en la tierra.

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PELEA DE JUAN “CANDONGA” CARREÑO, EN CAMPEONATO NACIONAL, 1998.

Por Equipo De Cabeza LA CULPA FUE DEL PELADO ACOSTA, que lo dejó a última hora abajo del Mundial de Francia. Candonga no lo superó nunca, y se descargó con medio equipo de Osorno. La peor parte se la llevó el arquero, Hernán Caputto, que recibió en el rostro un furibundo gancho de derecha y otro de izquierda, al interrumpir la marcha triunfal de nuestro héroe hacia su destino de ese día: la cárcel.

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GOL DE MARK GONZÁLEZ CONTRA SUIZA, MUNDIAL DE 2010.

Por Equipo De Cabeza QUEDABAN SÓLO 15 MINUTOS de un partido muy enredado contra Suiza por el Mundial de Sudáfrica. Pero Esteban Paredes, generoso, enfrentó solo al portero suizo y, en vez de pegarle sin ángulo, centró para que Mark González cabeceara haciéndola rebotar contra el piso y convirtiera el gol de la clasificación a segunda fase.

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AUTOGOL DE OSMAR MOLINAS, CAMPEONATO NACIONAL, 2011.

Por Equipo De Cabeza LA U DE SAMPAOLI perdía el invicto contra Colo-Colo por 2-1, con nueve jugadores, en el Estadio Monumental. Trece minutos de descuento, último suspiro, y un pelotazo sin destino de Marcelo Díaz es cabeceado hacia atrás, desde fuera del área, por el paraguayo Osmar Molinas, quien la emboca en el ángulo de su propio arquero, anotando el empate.

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GOL DE EDUARDO VARGAS, FINAL COPA SUDAMERICANA, 2011.

Por Equipo De Cabeza

Por Equipo De Cabeza

ESE PIQUE INALCANZABLE desde la mitad de cancha, lleno de amagues, que deja en el camino a tres ecuatorianos; ese tiro cruzado ante la salida del portero, ese nivel intratable de Eduardo Vargas que llevó a la U a su primer título internacional, y que, de paso, terminó con la larga maldición del Estadio Nacional.

ALEXIS LLEGÓ a jugar en el mejor equipo del mundo: el Barcelona de Guardiola. Cuando al talento lo acompaña la buena estrella, las cosas suceden hasta por coincidencia, como cuando decidió frenar su carrera, dejar pasar al defensor y convertir “de vaselina” un golazo para definir el Derby contra el Real Madrid.

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GOL DE PATRICIO RUBIO POR UNIÓN ESPAÑOLA, CAMPEONATO NACIONAL, 2013.

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EL DEDO DE JARA A CAVANI, CUARTOS DE FINAL, COPA AMÉRICA DE 2015.

Por Equipo De Cabeza

Por Equipo De Cabeza

EN LOS ÚLTIMOS 35 AÑOS, Unión Española ha sido campeón dos veces. Ambas con el Coto Sierra, una como capitán y la otra como entrenador. En la última fecha el rival era Colo-Colo, y el cero a cero se alargaba más allá de lo razonable, hasta que apareció Rubio, que doce meses antes jugaba en la tercera división, para darle el título a un equipo que seis meses antes lo perdió por penales.

POR UN MOMENTO no es el Estadio Nacional, sino una consulta médica y Jara es el proctólogo de un desprevenido Cavani, que ve horadada su masculinidad frente a millones de telespectadores de todo el mundo. Apenas le toca la cara como respuesta, pero el árbitro solo conoce esa parte de la historia y lo termina expulsando.

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PALO DE MAURICIO PINILLA, MUNDIAL DE BRASIL 2014.

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GOL DE ALEXIS SÁNCHEZ AL REAL MADRID, 2013.

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GOL DE VARGAS A PERÚ, SEMIFINALES DE LA COPA AMÉRICA DE 2015.

Por Equipo De Cabeza

Por Equipo De Cabeza

SAQUE DE META DE BRAVO, en el último minuto del alargue, segundos antes de los penales. Pinilla la aguanta, hace una pared con Alexis, se saca a uno y le pega con furia desde fuera del área. Brasil ve una pelota que los va a eliminar del Mundial. Brasil ve venir una afrenta mucho peor que el Maracanazo del 50. Brasil contiene la respiración porque la pelota pega en el palo. Siguen con vida. Muchos lloran.

Esa bomba que tiró Eduardo Vargas desde tres cuartos de cancha, ese torpedo ondulante que pasó por encima del pobre Gallese, quien sólo atinó a lanzarse al piso para que no le dijeran que se había quedado inmóvil, ese golazo de treinta metros que metió a Chile en la final de la Copa América.


VASELINA DE ALEXIS!

El misil va en camino. Todos los ojos puestos en él. En milésimas de segundo todos sabrán del Niño Maravilla y su arte.



PATADON DE CANTONร

Jugador de pocas pulgas. Lo mรกs lindo de la foto es la cara del tipo de abrigo.




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Anatomía de una “traición”

¿Leonel Sánchez se fue o lo echaron de la U? Por Cristopher Antúnez*

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ANATOMÍA DE UNA TRAICIÓN

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L FÚTBOL SABE de traiciones desde sus inicios. Sin embargo, llama la atención que el paso de uno de los máximos ídolos de los azules a Colo Colo, sea un hecho casi anecdótico y no condenado por la parcialidad azul. “Centro de Leonel, gol de Campos”: frase acuñada no sólo por los forofos de Universidad de Chile en los sesenta, sino por cualquier amante del deporte rey que reconoce al Ballet Azul como el equipo más poderoso de toda una década y que marcó la historia del fútbol chileno. Descubierto por el mítico Lucho Tirado, Leonel Sánchez Lineros llegó a la U con apenas 12 años desde San Joaquín, donde sobre canchas de tierras y con pelotas hechas con huaipe, maravillaba a todos los que lo veían jugar en el club Copal, de la Población Chile. Sábado a sábado deslumbraba por su habilidad, rapidez y potente disparo. Curiosamente, mientras el zurdo de oro llegaba al club de casi toda su vida, Carlos Pilasi –defensor central que tuvo su mejor campaña en 1946, cuando disputó los 29 partidos de los azules en el campeonato chileno–, terminaba su carrera. Veintitantos años más tarde ambos se cruzarían en un episodio que tiene una versión histórica (hasta ahora) no desmentida: Pilasi, siendo presidente del Club Deportivo Universidad de Chile, echó al gran Leonel. Sin embargo, algunas declaraciones del propio jugador, la férrea defensa del fallecido dirigente y nuevos testimonios hacen nacer una nueva teoría.

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LA LLEGADA DE UN CRACK

Ya en el club, el diagnóstico de sus entrenadores, año tras año, era el mismo: el delantero Sánchez es un superdotado. Cinco años después de su arribo, y con apenas 17 primaveras, sus campañas a punta de goles en las cadetes de la U llegaron a los oídos de Jorge Ormos (DT azul del primer equipo de entonces), quien en 1953 se comunicó con Luis Álamos, a cargo de las divisiones inferiores. “Zorro, mándame al zurdo de la primera infantil, llegó su hora”. Leonel acababa de practicar con su serie en las canchas de Recoleta, un lugar que luego se convertiría en su hogar definitivo. No se alcanzó ni a bañar y partió al estadio Providencia, donde entrenaba el primer equipo. A Ormos le bastó verlo tres días en las prácticas para decidir que debutaría ese mismo fin de semana. En septiembre de ese año sería el primer partido en el fútbol profesional del histórico puntero izquierdo. La revista oficial de la U definió así el encuentro en que empataron Everton y los azules, en Viña del Mar: “El partido fue muy inferior. De las peores presentaciones que han tenido ambos conjuntos esta temporada. Lo más alentador, el debut del insider de la intermedia Leonel Sánchez, que promete brindar grandes satisfacciones a la hinchada por su chut y la riqueza de sus recursos”. La carrera del oriundo de Recoleta fue meteórica y en 1955 el mismo hombre que lo descubrió jugando partidos de barrio, Luis Tirado, lo llamó a la Selección

Nacional, haciéndolo debutar, ni más ni menos, que frente a Brasil en el Estadio Maracaná. Justamente en ese año comienza la gran idea del presidente del Club Deportivo, el recordado Doctor Víctor Sierra. El facultativo elaboró un plan innovador, revolucionario para su época, que consistía en trabajar un plantel de jugadores jóvenes con un equipo multidisciplinario, donde habría asistentes sociales, sicólogos, médicos, kinesiólogos, nutricionistas y un complejo ad-hoc para el desarrollo futbolístico de estos muchachos. Contaba con grandes formadores como Luis Álamos, Washington Urrutia, Hernán Carrasco y José “Pepe” Ruiz. José Maria Navasal escribiría en la revista Estadio: “Este ideal del deportista universitario, limpio, sano, fuerte, es lo que buscan el doctor Sierra y sus colaboradores. Sus ideas se pueden resumir en una frase: si uno forma campeones, es muy posible que no resulten hombres buenos; pero si se forman hombres buenos, es casi seguro que resultarán campeones”. Navasal fue visionario en su crónica. Aquel plan inédito se trazó con la idea de crear un equipo campeón en 10 años, pero todo se adelantó. En 1959 la U le ganó en la última fecha al puntero Colo Colo, quedando igualados en la tabla de posiciones. El 11 de noviembre de 1959, la escuadra estudiantil hizo historia cuando le arrebató el título al Cacique en la gran final, al ganarle por dos a uno, con anotaciones del argentino Ernesto “La Vieja” Álvarez y Leonel Sánchez. Era el segundo


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título de la historia azul, a diecinueve años del primero. El técnico campeón, Luis Álamos, afirmó con emoción, una vez finalizado el encuentro: “Ganó el fútbol que viene”. A partir de ese momento, la solidez de Astorga, la rapidez de Eyzaguirre, la fiereza de los defensores, Pluto Contreras y el Beto Donoso, la potencia de Sergio Navarro, el liderazgo de Braulio Musso, la elegancia de Ernesto Álvarez, la brillantez y los siete pulmones de Rubén Marcos, el sello goleador de Campos y el talento de un extraordinario Leonel, forjaron la leyenda del Ballet Azul. Para muchos, el mejor equipo de la historia del fútbol chileno. Incluso el recambio fue generoso: aparecieron Alberto Quintano y Pedro Araya, y llegaron

otros como Guillermo Yávar y Jorge Américo Spedalleti.

LA MEZCLA PERFECTA ENTRE ALEXIS Y VIDAL

Don Leo, como le dicen ahora, siempre brilló con luces propias. Era, y se creía, el mejor, y todos lo trataban como tal. Carlos Campos, su eterno compañero en el ataque azul, no tiene dudas a la hora de ser consultado por el mejor jugador que vistió la camiseta de Universidad de Chile: “Leonel. No habrá ninguno mejor que él, era extraordinario”. Luego de ser el mejor jugador chileno de la Copa del Mundo celebrada en nuestro país en 1962, donde además se dio el lujo de ser

goleador del certamen al marcar cuatro goles (uno inolvidable al portero Yashin, la Araña Negra de la Unión Soviética, en el Estadio El Morro de Arica), Sánchez pasó a tener otro status. Era un ídolo nacional, un verdadero rockstar. Fue uno de los primeros deportistas en grabar publicidad para marcas comerciales. Además tuvo un pequeño paso por un programa radial comentando música. Las mujeres lo perseguían y, en más de una ocasión, apareció en las revistas de farándula junto a otros futbolistas visitando el afamado “Bim Bam Bum”. Leonel tenía un carácter fuerte y así lo demostró en un clásico contra Universidad Católica en 1960, cuando le dio un puñetazo

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al argentino Juan Nakwacki, quien rodó por las escaleras rumbo a camarines. Sería el ensayo general de algo que lo hizo conocido en todo el planeta: en el Mundial disputado en Chile dejó en el piso al italiano David luego de un certero cross de zurda. El delantero era hijo de boxeador, se había defendido muchas veces en el barrio y, aunque no era agresivo, no era recomendable “meterse con él”. En 1963, Sánchez estuvo a punto de fichar por el poderoso Milan de Italia. De hecho, viajó y jugó un par de amistoso con los rojinegros. Sin embargo, el pase se

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cayó y de vuelta en Chile le costó recuperar su nivel, pero con el paso de los partidos lo consiguió. En el camarín azul, Leonel mandaba. Esto provocó conflictos con varios compañeros. Y hay una historia jamás revelada sobre esto. Hasta ahora. A principios de 1967, en un partido amistoso, los azules se formaron en la mitad de la cancha. De pronto, Leonel se acercó a Braulio Musso: “Viejo, ven que los dirigentes te van a entregar una plaqueta por tu despedida”. Enojado, el capitán azul le respondió: “¿De qué despedida

me estás hablando, huevón?”. Leonel insistió: “Ya po, Braulio, es hora del retiro. Es mejor que sea ahora y no después”. Esta invitación causó la ira de uno de los jugadores más queridos en la historia de Universidad de Chile, quien muy serio enfrentó al zurdo y le dijo con voz fuerte y golpeada: “Yo decidiré cuándo me retiro. No tú”. Musso estuvo casi toda la temporada en la banca, jugando apenas 270 minutos. Pero se retiró campeón y cuando él quiso, luego de largos 16 años con la camiseta azul.


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Otra cosa que se le achaca a Leonel es querer jubilar anticipadamente a su socio en delantera: Carlos Campos. Consultado al respecto, el Tanque prefirió guardar silencio, aunque no negó la acusación. Leonel en más de una ocasión criticó el estado físico de Campos, a quien trataba de gordo y decía que no cuidaba su peso. Varios compañeros escucharon al zurdo presionar al Conejo Scopelli primero y a Ulises Ramos después, para que llegara un reemplazo del máximo goleador en la historia azul. En una charla antes de un partido, el Muñeco Coll encaró a Sánchez por “falta de códigos”. Los azules se concentraban en el Cajón del Maipo. En esas paredes “se escuchaba todo”, relata un jugador de los ochenta que alcanzó a conocer el complejo de Las Vertientes. El reemplazo, en todo caso, fue natural para el Tanque. En 1969 llegó Jorge Américo Spedaletti y el propio Campos lo miró detenidamente en sus primeros entrenamientos y pensó: “Hasta acá no más llegué”. Su salida de la U sería voluntaria. Decidió retirarse sin vestir otra camiseta.

¿SE FUE O LO ECHARON?

El año 1969 fue la última estrella del Ballet Azul y, a su vez, la última temporada de la dupla de oro: Leonel Sánchez y Carlos Campos. El zurdo apenas jugó 468 minutos; el centrodelantero, 495. Campos hizo cuatro goles; Sánchez, ninguno. A principios de 1970, Carlos

Pilasi, jugador profesional de la década de los cuarenta, ingeniero civil de la Universidad de Chile y dirigente de varias ramas deportivas hasta ser presidente del fútbol, era el máximo dirigente del Club Deportivo. Una reunión sostenida a principios de 1970 entre Pilasi y Leonel desencadenó la salida del zurdo de oro luego de 21 años. No sólo eso: el histórico delantero del Ballet Azul cruzó la calle y terminó jugando por Colo Colo. Si se hace una encuesta entre 100 hinchas de la U y se les consulta “¿por qué Leonel jugó en el archirrival?”, 90 dirán “porque lo echaron”. Otros 10 quizás responderán que “no era clásico, así que da igual”. Se asume que Leonel Sánchez fue despedido de Universidad de Chile y, con su corazón roto y lleno de despecho, buscó a Colo Colo. Carlos Pilasi se transformó en el verdugo, en un personaje odiado por la parcialidad azul. “Yo creo que ese fue el día que más lloré en mi vida, porque fue una sorpresa para mí. Sufrí mucho, si yo llegué a los 11 años. Toda una vida en el club”, le confesó el zurdo al periodista Guillermo Acuña González para su libro Ballet Azul, de Editorial Forja (2016). La tesis del despido o “éxito, que le vaya muy bien”, no es ni siquiera la más aceptada por el mundo del fútbol: es la única. Intentar investigar, desmentir, recabar otros antecedentes o crear otra tesis es casi una herejía en el mundo azul, sobre todo teniendo en cuenta que, hasta la irrupción de Mar-

celo Salas, Leonel era el jugador más importante de la historia de Universidad de Chile. Esa pequeña “manchita” había que esconderla como fuera. En los tiempos modernos, después de Google, está Wikipedia. Algo así como el resumen de los libros largos. Esta popular página web dice, respecto a la salida de Leonel, que “en 1969 Leonel Sánchez, considerado uno los más grandes jugadores que han vestido la camiseta de Universidad de Chile y de la Selección Chilena, se marcha de la U debido a que Héctor Pilassi (sic), presidente del club en esa época, lo despidió del equipo de sus amores. Más adelante, teniendo el pase en su poder, ingresa a las filas de Colo-Colo, conjunto en el que conquistaba un nuevo título nacional en 1970”. Tanto le han preguntado a Sánchez por este tema, que no es raro encontrar situaciones contradictorias en sus mismas declaraciones. Revisemos: En una entrevista concedida en Viña del Mar, a propósito de un premio que le otorgó la municipalidad, se defendió con respecto a la palabra traición: “Soy profesional. De la U me echó el presidente Héctor Pilassi (sic), quería que firmara contrato antes de pagarme el año 70. Yo tenía contrato por dos años más en la U. Soy profesional. ¿Cuántos han jugado en los dos clubes? Muchos, tú sabes. No fui traidor, me fui por ese dirigente. Muchos jugaron por los dos. En el Colo estaba de técnico Cuacuá Hormazábal, quien me pidió de refuerzo para una gira a Bolivia. Volvimos a Santiago y firmé. Cuacuá dirigió las tres pri-

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meras fechas y después asumió Francisco Hormazábal”, explicó Sánchez. Felipe Pumarino (puntero fantasma) en su blog de Radio Futuro señala: “A fines de 1969, Carlos Pilassi (sic), presidente de la Junta Ejecutiva de la U de Chile, le había ofrecido al veterano delantero regalarle su pase para que se fuera a donde quisiera”. Así, tal cual. Empecinado en rejuvenecer el camarín, el DT Ulises Ramos había decidido que lo más sencillo era jubilar a los viejos cracks del Ballet Azul. ¿Razones? “Cuestiones de edad, de agilización de los planes tácticos, por darle mayor velocidad al ataque”, explicaba el entrenador. Liberar al gran emblema azul era un “premio por los servicios prestados”. Mejor sería que se retirara y asumiera como entrenador de cadetes, sugirió. Sin embargo, a sus 33 años Leonel sentía que le quedaba cuerda: “Cuando juegue el próximo año por otro club, van a ver ese señor Ramos y el caballero Pilassi. Apenas llegó el nuevo entrenador me sacó del equipo. La misma suerte corrieron el Pluto Contreras y Carlitos Campos. Creen que dándome el pase en blanco me van a consolar. No es tan fácil la cosa. Me interesa jugar. No me explicaré nunca esa actitud que tienen hacia mí”. Edgardo Marín, prestigioso periodista e historiador, hoy en Radio Cooperativa, en más de una ocasión en sus columnas de El Mercurio se refirió al tema, adhiriendo a la versión de Leonel. Lo que no sabía Marín es que, a diferencia de todo lo que se ha escrito al respecto, sus pa-

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labras terminarían por cansar a la familia Pilasi, que por primera vez salió a defender el nombre de Carlos, el patriarca. El martes 24 de enero de 2012, en la sección cartas de la referida publicación, aparece la siguiente misiva, enviada por Matías Pilasi: “En relación a la columna escrita por don Edgardo Marín el miércoles 18 de enero referente a los futbolistas que han jugado por amor a la camiseta, debo aclarar que existe un error en su comentario que dice que a Leonel Sánchez lo echaron de la U. Eso no es así, ya que en 1969 Leonel terminaba contrato y no llegó a acuerdo para su renovación. Eso es distinto a ser echado. A partir de eso, él decide tomar una oferta de Colo Colo. Hago esta observación como nieto de don Carlos Pilasi Moreno, presidente azul en aquel entonces, que en paz descanse. De hecho, él es un gran ejemplo, ya que es, si no el único, una de las pocas personas que jugaron por la Universidad, por el equipo profesional, fue profesional titulado de la Casa de Estudios, y además presidente del club. Incluso, tal como otros jugadores de la época, jugó 10 años sin recibir sueldo; es decir, efectivamente por amor a la camiseta”. No sólo Matías Pilasi piensa así. Hay jugadores de la época que afirman que a Leonel “jamás lo echaron”. Armando el rompecabezas, leyendo muchas declaraciones y considerando la fuerte personalidad de Sánchez, y a que en más de una ocasión dejó claro que a él le gustaba que se

le respetara, no es descabellado pensar que, pese a tener 33 años y no haber convertido en el último campeonato, quería seguir cobrando como estrella y no aceptó la rebaja de sueldo que le propuso Pilasi, considerándolo un despropósito, una cachetada para su trayectoria y su ego. Por lo que abandonó rápidamente esa oficina, dolido claramente, pero nunca despedido. Es más, en 2014 el ex jugador recibió una invitación de Colo Colo para asistir a una cena, y le dijo al diario La Cuarta: “Me tenían que pagar 30 millones y el presidente de esa época no lo hizo. Eso decía mi contrato. Con el sueldo siempre cumplieron. Soy amigo de Salah, pero tengo esa espinita”. Es decir, el respeto a los contratos, el respeto a su valía siempre fue algo muy fuerte en él. Leonel tenía una oferta para seguir en la U en 1970, pero optó por la posibilidad de jugar unos amistosos por Colo Colo en Bolivia, con lo que cerró las puertas en el club de toda su vida. Su contrato con los albos lo firmó arriba del avión de vuelta. Lo de Pilasi tenía cierta lógica. El país se enfrentaba a un cambio político importante, el club debía aterrizar su presupuesto y el sueldo de Leonel era elevadísimo. Si en su última temporada había jugado apenas ocho partidos (sin goles), no era un despropósito intentar bajar su sueldo. El dolor que le provocó la postura de la U es algo personal de Leonel Sánchez y es entendible además, pero es inexacto decir que lo despidieron. El despido implica una indemnización, algo que no está


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registrado en ninguna parte. Pero sigamos con la defensa del extinto presidente laico. A 46 años de este episodio, Matías Pilasi accede a conversar con De Cabeza. ¿Por qué crees que Leonel acusa a tu abuelo? Es simple, lo dice para que no le saquen en cara que jugó en Colo Colo, y esa defensa sólo comenzó a fines de los noventa, porque además está el tema de que antes no era un clásico, que el clásico era la UC. ¿Tienen bronca con él? A pesar de todo, mi viejo estima mucho a Leonel. Y yo nunca escuché a mi abuelo hablar mal de su persona. Todo lo contrario. Y tengo la idea de que Leonel le comenzó a dar bombo “a que lo echaron” una vez que mi abuelo falleció. Todo muy raro. Sí, imagínate que yo estuve con Leonel varias veces, mi papá fue dirigente en los ochenta, y nunca nos dijo nada. Yo comencé a escuchar su versión a partir de la fecha que te dije. Da rabia igual, mi abuelo no está para defenderse.

EPÍLOGO

Este reportaje no tiene como objetivo mancillar la persona de Leonel Sánchez Lineros, a quien muchos consideran, con justicia, el mejor jugador de la historia de Universidad de Chile. He hablado con mucha gente que tuvo la suerte de verlo en la cancha, también compartir camarín, jugar a su lado y hasta enfrentarlo. Todos lo definen como un crack, inigualable y que hoy valdría más que Alexis Sánchez, seguramente.

Pero la teoría de que lo echaron del club, para justificar su presencia en Colo Colo, no termina de concordar con lo que piensan otras personas del asunto. Hay dos temas en discusión. ¿Lo echaron o se fue?, en ese sentido los hechos descritos indican que la decisión de partir de Universidad de Chile pasó única y exclusivamente por el jugador. Con el tiempo se abrió una nueva arista, puesto que al pasar al archirrival se cuestiona su lealtad a la camiseta de su vida y, en ese punto, la mayoría de los autores y cronistas de la época están contestes en que no era necesario que se justificara, ya que en 1970 la rivalidad estaba lejos de ser lo que es hoy: no había traición en su cambio de camiseta. La memoria de Carlos Pilasi, por otro lado, merece la misma deferencia histórica que se puede tener con el gran ídolo azul.

berse ido a Colo Colo no es relevante puesto que “la rivalidad de la U y Colo Colo, si bien era grande, en 1970 no era la de 1985 y menos la de 1995. Entonces, si hay traición, cosa que deben medir los hinchas azules por sí mismos, el problema no es el destino, sino por qué se fue Leonel de la U. A lo mejor se fue por plata, aunque no estoy en condiciones de afirmarlo”. El asunto seguirá siendo tema de discusión, y se han entregado elementos de juicio con el objeto de derribar un mito que no empaña en lo más mínimo todo lo que le entregó Leonel a Universidad de Chile. * Periodista deportivo. Ha trabajado en distintos medios escritos y radiales. Es autor del libro 2011: La historia de un equipo rebelde (Editorial Vamos, 2016).

Para el periodista y escritor, Esteban Abarzúa, el tema de ha-

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Marc-Vivien Foe

Patiño viene llegando a ayudar. Nada servirá para salvar una vida. Ha muerto una parte del fútbol.

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Por Paulo Flores Salinas (@PauloFlores_10)* Fotografías: Juan Ignacio Calcagno (@JuanIgnacioCalc)

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V

ILLA CRESPO, Buenos Aires. Sábado por la mañana y las puertas del estadio León Kolbowski, hogar del club Atlanta, están abiertas. No hay nadie en la entrada ni en la multicancha contigua. Al ingresar se advierten los muros sin pintar que se combinan con otros en azul y amarillo, un par de escudos del club y la célebre consigna Hasta la victoria siempre. Bastan unos cuantos pasos para encontrarse con el campo de juego y un par de tipos conversando sobre la crisis que afecta al fútbol argentino. Uno parece ser un funcionario del recinto; el otro, un hincha local. Inesperadamente, desde la tribuna, otro hincha me da indicaciones por si me animo a subir. Tras un breve recorri-

do, me acerco y le agradezco su amabilidad. Su nombre es Carlos, tiene 69 años y es de Villa Urquiza. Mientras iniciamos una conversación, saluda a los que van llegando, me presenta a otros hinchas y bromea con jugadores, dirigentes y amigos. No se juega. Aquella es la sentencia que más ha se ha escuchado en las últimas semanas en Argentina. Sin embargo, hoy se enfrentarán los planteles de Atlanta (Primera B Metropolitana) y Berazategui (Primera C), buscando cierta competitividad en medio de una crisis que mantiene al fútbol argentino en la incertidumbre y sin compromisos oficiales. Carlos, desanimado al momento de hablar del asunto, es categórico: el tema no tiene solución, pero agradece ver

jugar a Atlanta, aunque sea en una jornada de amistosos. Los equipos titulares se disponen a iniciar el primer partido, que ni siquiera se juega con indumentaria oficial, mientras Carlos me señala los jugadores que vale la pena seguir.

LA HISTORIA

El Club Atlético Atlanta fue fundado el 12 de octubre de 1904 en el barrio bonaerense de Constitución. Inicialmente, el entusiasmo de sus fundadores no estuvo respaldado por un terreno en donde hacer de local, lo que le significó al club deambular por distintos barrios por casi dos décadas. Floresta, Villa Lugano, Flores, Parque Chacabuco, entre otras, fueron las sedes transitorias de la joven institución antes de asentarse


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definitivamente, en 1922, en Villa Crespo. El historiador Julio Frydenberg, en Historia Social del Fútbol, afirma que “la búsqueda de un terreno apropiado fue uno de los problemas más serios que debieron afrontar los nuevos clubes, que se veían forzados a peregrinar por distintos barrios hasta conseguir un asentamiento definitivo”. Precisamente, este errar le valió a Atlanta el temprano apodo de “bohemio”. En aquella época, el club compartió barrio con más de un docena de equipos, entre ellos Chacarita, su rival tradicional, y al cual “sacó” de Villa Crespo a mediados de la década de 1940, lo que le permitió consolidar su posición hegemónica en territorio crespense. En lo deportivo, desde 1931 —año del primer campeonato argentino de la era

profesional— hasta 1947, Atlanta se mantuvo en la máxima categoría. Su primera estadía en el ascenso duró un año, sin embargo, volvió a descender en 1952, para lograr un nuevo ascenso cuatro años más tarde. En 1958 logró su único título de Primera, la Copa Suecia, de la mano de un joven Carlos Timoteo Griguol. Dos años más tarde, bajo la presidencia de León Kolbowski, se inauguró el actual estadio con capacidad para 34 mil espectadores. Las décadas de 1960 y 1970 vieron un Atlanta protagonista, siempre en Primera, con grandes jugadores, varios de ellos en el seleccionado local, demostrando gran capacidad de convocatoria y un claro crecimiento institucional. Sin embargo, en 1979 el equipo descendió tras 24 años de permanencia en la élite del fútbol argentino. La década de 1980 fue complicada

para el club y su gente; en 1984 el club jugó su última temporada en Primera, y si bien en un principio los problemas financieros pudieron superarse, a la larga la situación económica se volvió crítica: en 1991 el club fue declarado en quiebra, lo que implicó la clausura de sus instalaciones e incluso la suspensión de sus actividades durante algunos meses. En ese contexto, la sede fue vendida y las malas campañas se hicieron frecuentes. En la temporada 2002-2003 Atlanta estuvo cerca de caer a la Primera C (se salvó en la promoción). Sin embargo, a inicios de la década pasada, socios e hinchas bohemios comenzaron una serie de movilizaciones y acciones legales con el objeto de mantener al club con vida. Hoy en día, esa lucha por la recuperación institucional sigue vigente.

DE WINES Y JUDÍOS

De la misma manera en que Atlanta encontró un sitio en Villa Crespo, varias décadas más tarde, el padre de Carlos halló el suyo buscando trabajo. Frente al antiguo estadio aprendió el oficio de peluquero, al mismo tiempo que comenzó a sentir curiosidad por el equipo de azul y amarillo. Luego, comenzó a frecuentar la cancha de Atlanta. Su hijo, por entonces de nueve años, se animó a acompañarlo, y hoy, desde la misma tribuna en la cual pasaron mucho tiempo juntos, lo recuerda con entusiasmo y nostalgia: “mi viejo se ponía muy nervioso y daba patadas, me tenía que sentar delante de él, para evitar que le pegara a otro en la espalda”. Volvemos al partido. Centro al


área de Berazategui que no termina de buena manera para Atlanta. Comento: “era un buen centro”. La respuesta es un rotundo y prolongado “no”. Carlos es fanático de los wines, admira el desborde, el burlar adversarios con pelota dominada, el ganar línea de fondo y el centro atrás. Es un declarado enemigo de los “centros a la olla”, los cuales le parecen demostraciones de la poca inteligencia de los “rústicos”. Se entusiasma y menciona a De Zorzi, Corbatta y Housemann, según él: “tremendos, tipos guapos”, “¡y a los tres les decían locos!”, “luego, vinieron los inventos y sacaron a los wines”, “una locura”, “cambió todo”. En la tribuna baja del León Kolbowski, hay cientos de apellidos de origen judío inscritos en los respaldos de los asientos. Son testimonios del pasado y el presente de una institución

vinculada progresivamente a dicha colectividad. ¿Cómo se gestó esa relación? Pues bien, la comunidad judía de Argentina, la más numerosa de América Latina, comenzó a formarse a fines del siglo XIX, a partir de las olas migratorias provenientes de Europa central y oriental. Precisamente, gran parte de los judíos que llegaron a suelo argentino provenían de territorios pertenecientes al Imperio ruso, situación que determinó el apodo con que usualmente se los reconoce en Argentina: “rusos”. Una vez en Buenos Aires, gran cantidad de judíos se concentró en los barrios porteños de Once y Villa Crespo, lo que los hizo de cierta manera más visibles y asociables al espacio físico en el cual vivían. Más adelante, cuando Atlanta se asentó en Villa Crespo, este ya era denominado por muchos como un barrio judío.

Raanan Rein en Los bohemios de Villa Crespo, para “la primera generación de estos inmigrantes judíos, la pertenencia al club era una forma de convertirse en argentinos […]. Para la generación siguiente, ya nacidos en el país de adopción, listos para agregar un fuerte componente nacional argentino al mosaico de su identidad y buscar una movilidad social que les permitiera ascender, se trató también de una forma de mantener una identidad étnica judía, mientras que para la tercera generación ya se convirtió mayormente en una tradición familiar”. En este sentido, según Rein, desde el punto de vista histórico, el fútbol le ofreció a la comunidad judía, un escenario en el que pudiera afirmar su identidad, pero también integrarse —en sus términos— a la nación argentina.

Según el historiador israelí

Sin embargo, Carlos prefiere ca-

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talogar a Atlanta como un club de inmigrantes: “acá también hay muchos gallegos y tanos”, y agrega: “Chacarita también tiene muchos hinchas judíos”. En definitiva, Carlos sostiene que “nos tratan de rusos para cargarnos”. Profundizando en el tema, ejemplifica con dos sucesos. El primero, el lamentable episodio, en 2000, de los jabones lanzados al campo de juego por parte de un sector de la parcialidad de Defensores de Belgrano, que finalmente le valió una sanción. El segundo, una bandera con el lema Yo nazi en Floresta en la barra de All Boys que terminó con otra sanción. Claudio, profesor de historia, librero e hincha de Independiente, y que vivió en Villa Crespo, sostiene una tesis similar. Para él, los rivales

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de Atlanta utilizan el mote de “ruso”, generalmente acompañado de un insulto, para identificar y denostar a los hinchas bohemios y recuerda un cántico bastante común “dedicado” a la gente de Atlanta, que dice: “Ahí viene Hitler por el callejón, matando judíos para hacer jabón”. “¿Sos ruso?” Es una pregunta muy común para Luis cuando manifiesta su sentimiento bohemio, pero confiesa que no le incomoda. Este muchacho, de diecinueve años y del barrio de Boedo, reconoce que se hizo de Atlanta por su padre, aunque deja en claro que no existió presión de por medio. Al igual que Carlos y Claudio, Luis destaca el uso del “ruso” como parte del repertorio de los rivales y no

necesariamente de la identidad bohemia.

DE LA MAGIA A LA LOCURA

Carlos, por teléfono, le reprocha alegremente a un amigo su ausencia en la tribuna: “andate a ver a All Boys”. Luego, reflexiona sobre lo difícil que es encontrar hoy en día un jugador que ame y sienta sus colores “como los de antes”. “¿Como el garrafa Sánchez?” —le digo. “Uh, claro, como el garrafa, tipazo” responde. De repente exclama: “¡Mágico González!, jugó acá y en Chile. En Atlanta la rompió ese chico”. Le respondo que tengo recuerdos de sus buenas jornadas en Unión San Felipe, pero que le he perdido la pista. No entré en detalles de


SER BOHEMIO

su campaña en Colo Colo. Sin embargo, no será la única persona que recuerde ese nombre durante esa mañana. No ha sido una buena jornada para el joven arquero de Berazategui, de quien se rumorea que podría ser el próximo fichaje de Atlanta. Carlos me comenta que los padres del muchacho están presentes. De hecho, están a unos cuantos metros de nosotros. La situación le hace recordar el día en que el célebre Hugo Orlando Gatti, el loco, se probó en el club bohemio. Según Carlos, en esa jornada, al futuro arquero de Boca Juniors y de la selección le metieron once goles: “pero era un tremendo arquero; la que falló fue su defensa, así que lo dejaron”. Sin embargo,

no le gusta hablar mucho del extravagante portero. ¿Las razones? Dos: la primera, Gatti, según Carlos, habría pedido dinero para jugar un partido a beneficio; la segunda, “nunca habla de dónde salió”, señala.

VILLA CRESPO EN AZUL Y AMARILLO

Quizás no se pueda hablar de Atlanta sin mencionar Villa Crespo, ni de Villa Crespo sin mencionar a Atlanta. La relación es estrecha entre el colectivo y el espacio físico barrial. Frydenberg afirma que, desde fines de la década de 1920 y comienzos de la década de 1930, ya existían “nombres que designaban a los clubes arquetípicamente a través de apelativos, es decir, mediante

adjetivos, pero sin mencionar el nombre del club”. En dicha época, Atlanta ya era conocido como los “bohemios” o los de “Villa Crespo”. Martín, dueño de un par de tiendas deportivas cuyas cortinas metálicas están pintadas de azul y amarillo, y exhiben el escudo de Atlanta acompañado de mensajes alusivos al club y al barrio, lleva catorce años trabajando en Villa Crespo. Confiesa que estaba alejado del fútbol, pero que se reencontró con él a partir de su arribo a suelo crepense. Poco a poco fue empatizando con los muchachos del club bohemio: “es imposible no sufrir con ellos”, “Atlanta es de esos equipos, a los que siempre le están pasando cosas, sufrien-

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do”. Martín tiene razón y para demostrarlo no hay que hacer grandes esfuerzos. En la última fecha del campeonato pasado de la Primera B Metropolitana, Atlanta recibió al líder Flandria. Entre ellos, solo dos puntos de diferencia. Sin embargo, el partido terminó empatado a cero. Flandria celebró el ascenso a la B Nacional en el mismísimo León Kolbowski. Cierto día, “los muchachos”, le pidieron autorización para pintar las cortinas y él accedió. Desde entonces, las tiendas lucen un frontis azul y amarillo que armoniza con el alma de Villa Crespo y con el entusiasmo de su propietario. Martín señala que los partidos de Atlanta en el Kolbowski son “una verdadera fiesta” y que desde hace un tiempo asiste junto a su hijo: “hoy, soy un hincha más de Atlanta”. En calle Humboldt, a un costado del estadio, se encuentra la sede del club. Allí encuentro a Gustavo, un joven dirigente. Mientras presenta las instalaciones, le pregunto sobre la relación del club con el barrio en la actualidad. Gustavo confiesa lo difícil que es mantener y fomentar esa identificación, y motivar a los jóvenes, especialmente después de los episodios vividos desde 1985 en adelante, que incluyen malas campañas, pérdida de socios, clausuras del estadio e incluso la quiebra. Sin embargo, desde el año 2000, cuando comenzaron las marchas para recuperar el club, la gente de Atlanta no ha descansado en sus esfuerzos por levantar al bohemio. El 2007 lograron recuperar la sede, que

se encontraba en pésimas condiciones; dos años más tarde, el estadio León Kolbowski volvió a abrir sus puertas después de varias clausuras. En alusión al pasado más alentador de la institución, un Gustavo sonriente señala: “en algún momento, este club tuvo al mismísimo Adolfo Pedernera”.

ATLANTA Y SUS LUCHAS

Alguna vez leí que el fútbol es un punto de partida para conocer aspectos más profundos y complejos del ser humano. En ese sentido, Atlanta, como muchas otras instituciones, es una extensa red de relaciones que presenta sus propias luchas, experiencias, oportunidades y crisis. A su vez, presenta una serie de particularidades con respecto al espacio y los grupos sociales, como su relación con Villa Crespo y la comunidad judía, que han condicionado las

visiones internas y externas sobre el club, el barrio y su gente. Pero, también es parte de la lucha interna de algunos de sus hinchas: “Atlanta no es mi club, es mi sanación” dice Carlos. Lo que le da más sentido a esa declaración es que su mujer murió hace cuatro años y que sus hijas se reparten entre Villa Urquiza, Barcelona y Canadá. No lo dice, pero sospecho que no puede alejarse de Atlanta. No me cabe duda de que en el Gran León de Villa Crespo están los recuerdos que, de cierta manera, lo mantienen en la tribuna disfrutando del bohemio partido a partido. * Profesor de Historia y editor de textos escolares.

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EL DIABLO COJO Por Roberto Castillo Sandoval*


CUENTO: EL DIABLO COJO

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UANDO NOS juntamos a jugar los domingos, tenemos que pensar primero dónde, porque nadie en el grupo se maneja con eso de los permisos. Algunos por el idioma, otros por miedo, así que obligados a encontrar por ahí una cancha libre y armar algo rápido, antes que nos vengan a correr o a preguntar quiénes somos y qué estamos haciendo. A veces jugamos tranquilos, otras veces no duramos veinte minutos y hasta nos ha pasado que ni alcanzamos a ponernos los chuteadores cuando ya nos echaron. Cierto que podríamos juntarnos en cualquier parte, en algún sitio eriazo por ahí, porque la mayoría somos latinoamericanos y estamos acostumbrados a hacer como que cualquier cosa es cancha, no importa que sea un arenal, una pendiente llena de piedras o un barrial con aspiraciones de pantano. Un tiempo estuvimos jugando en un cementerio, uno de esos que ahora les dicen “parques”, con las lápidas horizontales, a flor de césped, gracias a un argentino que trabajaba en el crematorio y nos abría después de la hora de cierre. Él no jugaba mucho por tener un disco herniado, pero le gustaba mirar y después del picado hasta disponía una parrilla, unas carnes que no sé de dónde sacaba y unas agüitas para la sed. Pero me desvío: la cosa es que por acá hay tanta cancha linda, cada una con su pasto parejito, rayas bien marcadas, porterías reglamentarias con sendas redes nuevas, algunas hasta con banderines de córner, que uno piensa

“esto se está desperdiciando, nadie lo usa”, y se mete no más, con o sin permiso. Los domingos temprano en general es buena hora para buscar cancha porque para los gringos es horario de iglesia y en su mundo como que está mal visto programar otra cosa. Tampoco anda mucho policía dando vuelta y no pasan inspectores municipales, porque con los recortes ya no quedan fondos para pagarles horas extras. Había un inspector al que los cabros le pusieron el Diablo Cojo, que insultaba mucho y maltrataba a la gente cuando la pillaba ocupando una cancha sin permiso. A ese no le importaba que no le pagaran, igual salía a hacer sus rondas los domingos, por puro joder. Como había estado en el ejército en la frontera, se sabía dos palabras en castellano y las usaba a cada rato: “chingue carbones”, decía. Nadie se atrevía a corregirle la expresión. El tipo se ponía uniforme aunque no estuviera de servicio, con el afán de molestar, porque sabía el miedo que le tenemos a cualquier uniformado. Con tanta insignia y tanta chapa cuática, se creía agente federal. Cuando lo vi la primera vez, me di cuenta de que el Diablo Cojo no era cojo. Caminaba raro, eso sí, con las piernas abiertas, como sheriff a punto de desenfundar, seguramente porque se pasaba el día sentado, dando vueltas en el auto municipal y molestando a la gente. Pero cojo, cojo, no era. —¿Por qué le dicen Diablo Cojo si no es cojo?— le pregunté una vez a uno de los catrachos del grupo.

—¿Que no lo ves a ese diablo lo cojo que es, voh?— contestó, pronunciando todas las eses como jotas. Se rieron todos, pero a esas alturas yo ya estaba acostumbrado a que me columpiaran. Para esos pendejos hondureños la burla era la cima del arte de la comunicación. Los salvadoreños y los mexicanos eran iguales: casi todos veinteañeros, mañosos para jugar, impredecibles, muchachones para los que el fútbol era una forma de sacarse las rabias, fintear la pena, disipar la borrachera, o todas las anteriores. Con ellos nunca se sabe en qué va a quedar un empellón o una trancada fuerte: pueden reírse y abrazarse o trenzarse a golpes ahí mismo. Mi teoría es que la agarraban conmigo para hacerme pagar el piso, ése era el precio que yo pagaba para que me siguieran aguantando en el grupo a pesar de mis carreritas enclenques, mis amagues predecibles de viejo crack, mi miedo ridículo a los cabezazos, mis quejas de estratega al peo, mi acento incomprensible de chileno y mi desprecio Conmebol por su estilo Concacaf. De vez en cuando, si no tenían otra, me tiraban un pase y yo hacía lo posible en cada pelota por no defraudar y por mostrarles que el fútbol se juega con la cabeza y que la idea es dársela al compañero mejor ubicado, no al compatriota o al primo. Les decía que no sabían nada de fútbol, que eran unos flojos de mierda, que vivían para la pura manflinfla, que mejor se dedicaran al pleistéichon. Y luego estaba Max, el más veterano del grupo. Habrá tenido entre 65 y 70 años y era guate-

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malteco. Siempre llegaba primero, de uniforme blanco y chuteadores negros lustrados, con su pelo canoso a la gomina, los pantalones a la altura del ombligo, camiseta cuello en V, medias dobladas debajo de la rodilla y amarradas con un cordelito. Parecía portada de la revista Estadio. Era chico, pero bien pecho de paloma: de perfil su cara se veía como sacada de un códice maya, pura dignidad. No se ponía canilleras y eso acentuaba más sus cañuelas chuecas pero firmes. Su puesto natural, decía él, era de “güin”, pero jugaba muy retrasado, a la derecha del área grande, casi en el vértice del córner y de ahí apenas se movía. No le llegaba mucho juego, pero cuando le tocaba hacerlo el viejo sabía responder, se movía con precisión, entregaba balones limpios y siempre estaba bien ubicado para bloquear, recibir o rechazar. Sabía repartir leña, aprovechando que nadie se atrevía a entrarle muy fuerte, porque era livianito como un pájaro. Si alguien se le escapaba en velocidad por su banda, sin vacilar lo bajaba con una zancadilla o un toque profesional, casi invisible, en los talones. Después levantaba los brazos con un gesto de inocencia, reclamando por la simulación. Max enfrentaba hasta las pichangas más insignificantes con mañas de final de copa: reclamaba los saques laterales y los córners, adelantaba diez metros los tiros libres, cobraba manos y offsides inexistentes. A lo que más se dedicaba era a joder, al punto que a nadie le gustaba quedar en su equipo, porque si le daba contigo era capaz de amargarte el día. —Quedate adelante mejor, vos, que allá no hacés tanto daño—

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me dijo una vez cuando, en vez de pasársela a él al toque para que despejara, quise salir jugando. Me madrugaron, el viejo de mierda no quiso ir a la pelota para recibir el pase que le tiré cuando me vi afligido (demasiado corto, es verdad) y gol. Anduve bajoneado una semana entera, no tanto por el gol —era de esos partidos que terminan a diez goles por lado— sino porque Max comunicaba muy bien su desprecio. Hay que decir que se daba el lujo de ser pesado sin echar un solo garabato, lo que era una verdadera gracia en un grupo de latinoamericanos donde la línea defensiva de cuatro siempre la integraban Cerote, Culero, Malparío y Comepija. Lo raro es que terminaba el partido y Max se convertía en un caballero amable, sonriente y hasta cariñoso. Un día contó, mientras se ponía su toallita blanca alrededor del cuello, como los boxeadores, que se volvía a Guatemala. Se estaba construyendo una casita allá, en la misma finca donde el ejército le mató a los padres y a un hermano en los años ochenta. Contó —y todos lo escuchamos con asombro— que se volvía solo, porque su esposa se le había muerto hacía poco (no le había contado a nadie) y porque ninguno de sus hijos quería saber nada de Guatemala. Dijo que cuando tuvo que escaparse, después del golpe de Arbenz, había hecho la promesa de irse a morir en Guatemala. —Soy como los elefantes,—dijo medio riéndose— que ellos mismos se van solitos a su cementerio cuando les llega la hora y ahí se mueren, a la par de los huesitos de sus antepasados. Así

he sabido que lo hacen. Nadie se comidió a hacerle una despedida o decirle una palabra al viejo Max después de su último partido, porque los cabros del grupo eran así, abrutados, vivían en el presente, de trabajo en trabajo, de pieza en pieza de alquiler, de ciudad en ciudad, de amorío en amorío, matándose día a día en la chamba y yendo de pichanga a pichanga clandestina los domingos. Conversar con ellos en el entretiempo o después de los partidos era como hablar en el vacío. Era un intercambio de sonidos inconexos, un peloteo de puro primer toque y malabar, algo que nunca llegaba a ser jugada. Parecía que no sabían nada de nada, pero esa impresión, sin ser errónea (uno de ellos afirmó un día que Jesucristo era español y nadie se extrañó), era una distorsión. Los fui conociendo a través de los fragmentos de historia que salían a la superficie de repente: el nombre del pueblito natal, el compañero de travesía que uno de ellos tuvo que dejar moribundo en el desierto, las golpizas, los robos y las humillaciones en el trayecto, los hijos desparramados por ahí, el recuerdo de una playa o un bosque de la infancia, las traiciones mutuas, las noches cruzando el desierto, las enfermedades, la mala dentadura, las cartas de la madre, los nombres de las plantas. De a poco yo me fui asimilando a su tartamudeo medio gutural y me sumaba con mi propio silencio, ese silencio pesado y denso que llevamos los emigrantes como si fuera la sombra de uno, un silencio que nadie más conoce. A veces en los descansos éramos una veintena de latinoamericanos acostados en el pasto ajeno, contemplando las nubes y los pájaros que cruzaban


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el cielo, sin decir una palabra. El Petaca era distinto. Le gustaba hablar, a pesar de que no se le entendía mucho. No podía estar sin ruido. Jugaba con el celular en el bolsillo de la camisa, con Wisin y Yandel sonando como tarro hasta que se la iba la batería. En los descansos fumaba y masticaba restos de comida de restaurante. Nadie le aceptaba cuando ofrecía. Yo tampoco, porque me daba reticencia la forma en que mascaba con la boca abierta, entre eructos que disimulaba con soplidos. La gente se ponía nerviosa cuando se les acercaba demasiado, pero él nunca se ofendía. —Cuide sus cosas, profe —me decían— que apareció Petaca. —No le acepte comida, mire que Petaca la saca de la basura. —Mirá que anda con pilcha nueva Petaca; se habrán descuidado en la tienda. —¿Quién le puso la fianza a este cerote? Nadie lo dijo de frente, pero con la acumulación de cuchicheos sarcásticos quedó claro que el Petaca vivía de robar y que trabajaba sólo cuando le iba mal en su oficio. Ya era conocido como ladrón en el pueblo costero de Honduras de donde venía la mitad de los futbolistas dominicales. Una día de semana lo divisé en la calle, mirando la vitrina de una tienda electrónica, montado en una BMX como un oso de circo y me imaginé que andaba cateando dónde meterse. Pero también me pareció verlo ido, con el pensamiento puesto en otra parte. El Petaca tenía la cara redonda y abollada como la de un boxeador peso completo y de tan grandote

que era daba la impresión de llevar consigo su propia atmósfera de gases alcohólicos y gástricos. Jugaba aperrado, como si lo acabaran de soltar de la cadena, repartiendo mordiscos desordenados por toda la cancha. No le interesaba jugar al fútbol. Él iba a pescar la pelota y largarse a correr con ella hasta encontrar el espacio para darle a todo lo que da, sin importar la dirección. La pegada que tenía era como huascazo, a media altura; la pelota no giraba en el aire pero de repente daba un corcoveo y cambiaba de dirección. Cuando le achuntaba al arco, sus cañonazos eran imposibles de atajar y hasta era peligroso ponerse delante de ellos. Una cosa rara es que el Petaca jugaba con ropa de calle, con unos bluyines que no alcanzaban a cubrirle los cachetes y una camisa demasiado apretada. En un brazo tenía tatuado un corazón carcelario adornado de espinas, dibujado con mano temblorosa. Una vez que llegó más curado que de costumbre, agarró la pelota con la mano y se puso a corretear por la cancha como si fuera rugbista, desafiando a que se la quitaran. Así estuvo hasta que la gente se aburrió y se le tiró encima, como en esos documentales de animales donde una manada de leones se encarga de botar un tremendo búfalo. El búfalo es valiente y encara, pero los leones son más, y son pillos. A golpes y patadas, le quitaron la pelota después de que uno se le colgó por detrás. Hubo sangre de narices y ropa rasgada, pero a pesar de las risas, nadie tuvo ánimo de seguir jugando. Después de eso, pensé que el Petaca nunca más iba a aparecer, pero a la semana siguiente llegó igual

y todo el mundo se portó como si no hubiera pasado nada. Un domingo, el domingo que resultó ser el último, el Petaca pidió que lo dejáramos jugar a pata pelada, porque no quería arruinar sus Converse nuevas. Le dijimos que no, que era peligroso para él, que le podíamos clavar los toperoles. No le gustó la respuesta. —Peligroso pal que me pise, me pisás y te vas de marimba, voh— dijo. Achinó los ojos y parecía que se iba a ir, como hacía a veces (incluso en medio de un partido o de una jugada), pero se amarró despacio los cordones de sus zapatillas falsas y soltó una carcajada de utilería, como si se hubiera acordado de algo gracioso. Después agarró una pelota y empezó a fusilar el arco vacío. Ese domingo nos habíamos juntado en el “Freedom Park” que era como una isla verde en un mar de condominios caros y mansiones, todas idénticas y la mayoría desocupadas, barrio de blancos ricos. Me imagino que se llamaba “Parque de la Libertad” por las banderas que ondeaban sobre los juegos infantiles, las del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y los Marines, aparte de la bandera mayor, enorme, en un tremendo mástil. Después del ataque de las torres, los gringos le pusieron “freedom” a muchas cosas. Hasta las papas fritas, French Fries, pasaron a llamarse Freedom Fries. Pusieron banderas por todas partes y no las sacaron más. La cancha era buena, de pasto sintético, parejita como mesa de billar. Como había amanecido nublado y oscuro, los focos estaban encendidos y los colores

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de la escena me trajeron a la memoria ese momento mágico de la infancia, cuando después de subir unas escaleras de cemento oscuras y empinada emergía por la escotilla de la tribuna Andes y me encontraba con el esplendor verde de la cancha, la blancura prístina de sus líneas en perspectiva, los colores resplandescientes de las camisetas en contraste con el césped, el rumor expectante de las barras.

Los gringos pidieron jugar con offside, dos árbitros en cancha, uno por equipo, once jugadores por lado, cambios a discreción, cuarenta minutos por lado, sin descuentos. Todo lo negociaron con Max y conmigo. Les aceptamos todo, menos jugar sin barrerse. El Max no hablaba mucho inglés, a pesar de llevar medio siglo en este país, pero les intentó aclarar que el fútbol de verdad era con barrerse.

Hicimos los equipos con cuidado para estar parejos, achicamos un poco la cancha aprovechando que los arcos eran móviles, hicimos algo de precalentamiento y nos largamos a jugar.

—Lo decíamos por ustedes, a nosotros nos encanta barrernos, pero no queremos hacerle daño a nadie— dijo el que hacía de capitán de ellos. —Gracias. Un solo favor te pido— le dije. —Lo que sea. —Préstennos guantes para el arquero, si tiene un par de sobra. —No hay problema.

Al cuarto de hora más o menos, vimos que llegaban unos gringos con sus sillitas plegables y todos los aperos que requieren para hacer cualquier cosa. Siempre tienen que tener su equipment, su hielera, su Gatorade, por lo menos una pelota reglamentaria por cabeza, chuteadores de repuesto y guantes para el arquero. —Profe, nos van a correr estos gabachos. —Tranquilos, sigamos jugando hasta que nos vengan a huevear. Si nos echan nos vamos, pero para qué irse antes. Nos vinieron a huevear, en efecto, pero no para echarnos, sino para preguntar si queríamos jugar con ellos. Se trataba de un desafío, la oportunidad de jugar de verdad. Los miramos: todos jovencitos, musculosos, atléticos, brillositos, y dijimos que sí, claro. —Pan comido, estos bolillos— dijo Rony, un guatemalteco que se quería hacer pasar por mexicano.

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Me sentía confiado. Teníamos casi un equipo completo de reserva y había llegado buen contingente para el titular. Había reaparecido el argentino del cementerio, que había sido de los Cebollitas y que había pasado a la séptima de Argentinos Juniors con el hermano de Diego. No había forma de comprobar su historia, pero era entretenida: él estaba muy bien considerado por los entrenadores, pero era muy, muy petiso y a los catorce años le propusieron bajarlo a la novena para poder inscribirlo como un chico de doce. Eso implicaba adulterar todo tipo de documentos, hasta el certificado de nacimiento, y el padre se opuso, a pesar de que era cosa corriente en todos los clubes. El Cebolla todavía era bueno, a pesar de su edad y de su lesión en la espalda, se veía en la calidad del toque y

en sus movimientos sin pelota. Fue el único que se salvó siempre de las críticas de Max. Jugaba de mediapunta, pero no le hacía asco a marcar y sabía quitar al primer descuido. Le pegaba con las dos piernas, favoreciendo la zurda. Además, ponía los tiros libres como con la mano, pero lo más importante es que nos sabía ordenar con sicología, con halagos y buena onda. Era como el paco bueno para el paco malo de Max. También teníamos buen arquero ese día, un ecuatoriano largo y flaco que decía que era hijo de Alberto Spencer. En las fotos que encontré en internet, se ve igualito. Un día llegó y se presentó así, muy formal: —Buenos días, me llamo Spencer, para servir, hijo de Alberto Spencer, gran futbolista ecuatoriano. Quisiera integrarme a jugar con ustedes, juego de guardameta, pero también tengo buen pie como zaguero. ¿Con quién tengo el gusto? —¿Pero cómo te llamás, Spencer es tu nombre o tu apellido, digo? ¿Te llamás Spencer Spencer?— le preguntó un nicaragüense. —La misma hijoeputa pregunta me la hacen siempre,— contestó muy sonriente— me llamo Spencer Flores. Alberto Spencer nunca me reconoció, porque ya tenía otra familia, por eso llevo el apellido como nombre de pila, eso es costumbre inglesa, hermano, para que no te asombres tanto ni preguntes más maricadas. Yo le creía a Spencer, le creía al ex-Cebollita su historia con Maradona, le creía al viejo Max cuando me decía que había estado en la guerrilla guatemalteca, le creía a


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Manuel la historia de su amigo de infancia que no aguantó el cruce del desierto, le creía a Apolonio su cuento de despertar en un helicóptero de la migra y verse encima de las nubes y creer que había muerto, le creía a Byron cuando decía que a los 17 años ya tenía tres críos de diferentes madres y a todos les había puesto Byron, le creía al vietnamita Bao cuando contaba que los delfines les enseñaban a nadar a los niños de su aldea a orillas del Mekong, les creía a todos ellos los retazos de historia que iban soltando domingo a domingo. Les creía por si un día me atrevía a compartir algo de lo mío con ellos, esperando que a mí también me creyeran la vida que me ha tocado y las cosas extrañas que he visto. A veces sentía que esos cuentos eran lo que más nos unía y que juntarse los domingos era reconocer que éramos una comunidad de gente rara. Pero otra vez desvío el tiro. Volvamos al partido de ese domingo de cielos tormentosos. El equipo que paramos no estaba mal: Spencer al arco, línea de cuatro al fondo con dos mellizos salvadoreños grandotes como centrales— les decíamos Cosa N° Uno y Cosa N°Dos, porque eran idénticos y mudos— el peruano Dany y el falso mexicano Rony por las bandas. Manuel y Byron, hondureños, junto con el vietnamita Bao en el mediocampo. El Cebollita más arriba, con libertad de acción, por izquierda arriba el colombiano Jimy, que era igualito a Thierry Henry a escala de 3/4, y por la derecha yo, a pedido del Cebolla, porque las paredes nos salían bien. Los gringos se sonrieron un poco cuando nos vieron: dos viejos, uno medio pelado (yo),

otro canoso y ñecla (el Cebolla), dos guatones (Dany y Rony) y los mediocampistas: cuál de todos más enclenque. Por suerte estaban prendidos los focos, porque el día siguió oscureciendo y el aire se puso húmedo y pesado, a pesar de que ya estábamos a fines de noviembre. En cualquier momento se largaba la tormenta tropical. Se veía un relampagueo en el horizonte, entre nubes color violeta. Por arriba pasó graznando una enorme V de gansos canadienses, volando hacia el lado equivocado. Así empezó a rodar la pelota. El tanteo inicial no duró mucho, porque los gringos salieron a presionar y meter la cuerpada desde el principio. Los tuvimos un rato dando vueltas, tocando bien, alternando puestos, aprovechando la rapidez del colombiano Jimy. —¡Tiquitaca, chicos, háganlos correr, mostrate, Rony, no te escondás, adelantate, acortá!— decía el Cebolla, que puta que se veía feliz. Los gringos estaban desorientados, se veían como náufragos esperando rescate. De repente, como aburriéndose de tanto toquecito, Byron se sacó a un grandote de encima sobre el círculo central y filtró un pase preciso para el Cebolla, que estaba a tres cuartos de cancha, medio de espaldas al arco, con un marcador encima. Recibió con control dirigido usando el empeine al mismo tiempo que se daba vuelta, dejó pagando al defensa con esa especie de autopase curvo que se dio, avanzó un par de metros en zig-zag y amagó con la zurda. Un gringo le compró el amague y se barrió, dejándole un espacio

abierto para avanzar. El Cebolla hizo la pausa con un toquecito leve al costado y le pegó de derecha, a tres dedos. Yo lo iba acompañando por la banda y vi el tiro desde un ángulo perfecto. La pelota combada bajó cuando tenía que bajar. Pensé que había entrado, pero cuando pestañée vi que rozaba el segundo palo lo suficiente como para salir desviada. Los gringos se recriminaron harto entre ellos y nosotros nos agarrábamos la cabeza. Esperamos el saque de meta sonriendo, eso sí. Nada de lamentarse, estábamos respondiendo al desafío. No la habían tocado y ya casi les habíamos hecho un gol. Pan comido, repetía el Rony. El gringo que yo me había arrastrado en la marca, de puro picado, me reclamó que en la carrera yo le había metido el codo en las costillas. —No te entiendo nada, yo hablo mejor inglés que tú español— le dije para molestarlo, con la cara llena de risa. —Te ruego que tengas cuidado— me contestó, enojado. El tipo hablaba castellano con acento, pero sin errores, como los curas misioneros o los mormones. La avalancha inicial que les echamos encima se atenuó como a los diez minutos. Nos cansamos. Ellos aprendieron a leernos los movimientos y captaron que en realidad no teníamos muchas variantes. Cacharon que controlando el circuito entre Jimy, Byron y el Cebolla nos cortaban la movilidad. Por su parte, ellos jugaban medio al tuntún, aunque con velocidad y potencia, a la inglesa: chute adelante, carrerón por la banda y centro a la olla. Se apropiaron del carril del gordo Rony y de allí se pusieron a mandar

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centro tras centro al área chica. El vietnamita Bao se retrasó para dar apoyo por ese lado, pero casi la embarró cuando quiso salir jugando un par de veces. Por suerte Spencer andaba inspirado y era valiente. Les cortaba todas las pelotas y no les daba ningún rebote bueno. Max era nuestro árbitro designado a ese lado de la cancha y en cierto momento se preocupó tanto que empezó a ver offsides truchos y marcar los saques laterales al revés. A ratos estuvimos colgados del travesaño, rechazando para donde saliera. Los gringos vieron que se nos desarmaba la madeja y siguieron presionando. Rony pidió cambio y entró un marfilense, muy hachero pero excelente defensa, al que le habíamos puesto Machete, y que había llegado atrasado, como siempre. Pero Machete tampoco pudo parar la hemorragia por ese lado. Se lo llevaban por delante, porque era duro pero flaquito. En uno de los centros que mandaban los gringos, como a los veinte minutos, el Spencer se resbaló en una salida y se le soltó la pelota. La pescó un gringo al rebote, con la rodilla, la desvió con la espalda Machete, el Spencer se lanzó a puñetearla a la desesperada, y entre pifias y gritos de uno y otro lado en el área chica, la pelota alcanzó a franquear la línea un cuarto de metro antes de que el peruano Dany la sacara del arco. Los gringos rugieron y se abrazaron como si hubieran ganado el Mundial. En ese momento yo creo que cometieron un error, llevados por el entusiasmo. No se dieron cuenta de que el gol había sido malo, más consecuencia de su buena suerte que de su pericia. Se largaron a gritar “yu-es-éi, yu-es-éi, yu-es-éi”, con rabia, con

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orgullo, en la cara de un grupo de latinoamericanos. Por un gol cagón de chiripa. Yo mandé un escupo en dirección a la bandera. Lo que pasó después no fue bonito. Nos lanzamos al empate con más ímpetu que inteligencia, los acorralamos en su área y les quitamos la pelota harto rato, lo suficiente como para que los de la reserva empezaran a gritar “olé” con cada toque. Los gringos atinaron, hicieron algunos cambios, se cerraron bien en defensa y entonces apenas pudimos mandar un par de chutes sin destino desde fuera del área. El Cebolla advertía que estábamos dejando demasiado espacio abierto al medio y por ahí mismo nos entraron de contragolpe. Se fue en carrera un colorín desde el círculo central, derecho hacia el arco, y desde atrás un rucio al que le pusimos Brad Pitt, el que más jugaba, le mandó el pelotazo justo para que controlara y siguiera corriendo. Nadie lo pudo pillar, y al Spencer no le quedó más que hacer lo que más odiaba: salir a achicar. El colorín le tomó los puntos apenas lo vio salir, y unos dos metros antes del semicírculo, apoyó la pierna izquierda, inclinándose, y mandó un derechazo potente y bajo al medio del arco. El Spencer ni la vio. Esta vez no pudimos consolarnos con que había sido de chiripa. Nos habían hecho un golazo, nos estaban ganando dos a cero, nos tenían sicológicamente mal y no dábamos más, a pesar de los cambios. Estaba a punto de terminar el primer tiempo. Después de un carrerón que resultó en nada, sentí ganas de vomitar. Hice el gesto del cambio y sin que nadie le dijera nada, entró Petaca

a reemplazarme. Los gringos reclamaron porque él andaba con bluyines y zapatillas de básquet, pero Petaca no les hizo caso. Apenas tocó la pelota hizo lo que hacía siempre: se largó a correr para allá y para acá, sin soltarla, haciendo fintas y piruetas sin sentido hasta que se la quitaron. Y cuando se la quitaron, armaron la misma jugada del gol anterior y nos vacunaron. Tres a cero, mierda, y así acabó el primer tiempo. En el entretiempo hubo puro silencio. El Cebolla empezó un discurso de esos que dicen: “Esto va para goleada, etcétera, lo damos vuelta”, pero se arrepintió y se puso a tomar agua mejor. Spencer se tendió en un banquillo, sin sacarse los guantes, cubriéndose la cara. Para colmo, empezó a chispear más fuerte y se acercaron los truenos. Parecía noche de lo oscuro que estaba. Los gringos llegaron a apurarnos. Nos dijeron que si sonaba la alarma anti-rayos de un campo de golf vecino, nos teníamos que salir de la cancha. Le dije al Petaca que me diera cinco minutos más y que después él entraba. Nos podrían haber metido tres en los primeros cinco minutos del segundo tiempo, porque salimos con desgano y con miedo, la peor combinación. Ahí el que salvó de nuevo fue Spencer. En el mediocampo, Bao empezó a mostrar por qué los vietnamitas les habían ganado la guerra a los gringos. El Cebolla le aplaudía todo, y con razón. Bao se echó el equipo al hombro, obligó a un córner, lo tiró él mismo, ceñido y con harto chanfle. El arquero —le pusimos


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Ter Stegen, porque era igual de pesado— saltó para manotearla, pero terminó echándola adentro. Por lo menos habíamos hecho el gol del honor. Empezamos a cambiar gente más seguido, y eso ayudó a resistir el ritmo de los gringos, que también estaban más cansados y menos motivados. Yo me acalambré fuerte en los dos muslos y Petaca saltó a la cancha. Cuando estábamos a ocho minutos del final, el Cebolla mandó un pase medido para la carrera del Petaca, que estaba como a treinta metros del arco, en diagonal. No la pensó mucho después de controlarla y mandó su zapatazo típico: el cañonazo a media altura se metió entre dos defensas, bajó, dio un pique, doblegó el puño del arquero y se metió sin perder fuerza.

árbitro de los gringos, un gordito colorado con pinta de carnicero, el que dejó la escoba. En un córner, faltando como dos minutos, cobró una mano en contra de los gringos. Yo la vi casual, pero cuando se le vinieron encima sus propios compañeros, él les explicó con calma que el defensa debería haber saltado con las manos pegadas al cuerpo. Penal claro, les dijo, lo justo es justo. Caché que era inglés. Hablaba igual que John Lennon, como con la nariz.

Quedamos 3 a 2, pero no lo celebramos mucho.

—Tengo la cagada en la espalda. Si sigo jugando, mando al carajo ocho meses de tratamiento con un chino— dijo en el entretiempo, pero igual entró a jugar el segundo.

Petaca forcejeó con Ter Stegen para llevarse la pelota al centro de la cancha y se armaron unas escaramuzas de empujones e insultos bilingües. El Cebolla llegó a calmar los ánimos. —¡Quedan cinco minutos, carajo, vamos al empate, la concha de tu hermana! Ahora calmados, chicos, calmados. En ese momento un fogonazo azul iluminó el cielo y a los pocos segundos se sintió el crujir del rayo, pero no sonó ninguna alarma. Desde el costado, yo tenía la certeza que iba a haber un gol más en el partido. Lo que no sabía era qué lado lo iba a encajar. Los árbitros no habían tenido ninguna ingerencia, aparte de los malos cobros de Max en el primer tiempo, que no habían tenido mayores consecuencias. Fue el

Lo pidió el Cebolla y nadie puso objeciones. A esas alturas se había largado a llover bien fuerte y la pelota brillaba húmeda bajo los focos. Varios se habían resbalado al irse saturando el césped artificial. El mismo Cebolla se había caído al final del primer tiempo.

Se demoró en colocar la pelota, la hizo girar para encontrar el pituto, la acomodó bien, limpió alrededor del punto penal, puso los brazos en jarra mirando fijo al arquero y esperó el pitazo. Yo rogaba que no se acordara de cuando estábamos precalentando y le eché una talla de chileno sobre los penales argentinos. Se me pasó por la cabeza Higuaín poniéndola en órbita en el arco norte del Nacional, Banega arrugando con su cara de angustia, Messi llorando en el estadio de New Jersey. Me miró el Cebolla y creo que me hizo un guiño. Sonó el pitazo, el argento tomó carrera para acomodar la zurda y la puso fuerte, imposible, cruzada, debajo

del techo del arco, rozando el horizontal. Matías Fernández, primer penal, final de Copa América 2015. —¡Gaaaaaal y la concha de tu puta madreeeee!— le gritó al Ter Stegen, que lo había estado molestando— ¡Gaaaal, gringos reculeados! Un rayo cayó cerca, hizo parpadear los focos, y esta vez la sirena del campo de golf empezó a sonar. Emitía el mismo ulular trágico de las películas inglesas cuando bombardean Londres. Había que evacuar la cancha. Pero nadie se movió. —Definamos a penales ahora mismo— dijo el viejo Max— Diles vos, que hablás inglés. Así lo hice y los gringos estuvieron de acuerdo. Tanda de cinco penales, pero tenía que ser rápido, porque la cancha estaba en una pequeña meseta, en elevación, como pidiendo que cayeran ahí un par de rayos y nos carbonizaran a todos. Hicimos la lista, con los nombres de países que usábamos en la cancha: Vietnam, Ecuador, Chile, Argentina, Honduras. En ese orden: Bao, Spencer, yo, Cebolla, Petaca. Nadie más se ofreció. Jimy le prestó sus chuteadores verde limón al Petaca. Se los puso sin calcetines, pisando para acomodar los dedos. Tiraron la moneda y les tocó empezar a ellos. Brad Pitt iba primero, después el gordito John Lennon, el colorín, Ter Stegen, y un coreano que había llegado al segundo tiempo de galleta. Brad Pitt le pegó fuerte al medio, casi sin tomar carrera. Spencer se tiró a la izquierda. 1-0.

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Bao hizo la de Aránguiz, a tres dedos, derechazo pegado al poste, imposible para cualquier arquero. 1-1. El gordito —el de acento de Liverpool que había hecho de árbitro— esperó que Spencer se tirara y la colocó con borde interno al lado contrario. 2-1. Spencer le pegó seco, con rabia, cruzando el tiro. Ter Stegen la tocó, pero no la pudo desviar. 2-2. El colorín le pegó fuerte, arriba, a la derecha del arquero. Spencer adivinó, pero no llegó. 3-2. Cuando me tocó a mí, tomé harta distancia y le pegué a todo dar, queriendo elevarla, pero me salió mordido. Igual se metió, porque a Ter Stegen, no sé cómo, se le soltó. 3-3. Le tocaba patear al mismo Ter Stegen. Estaba bien picado y le dijo algo a Spencer. Spencer le dijo algo de vuelta, con esa tremenda sonrisa que sacaba. A mí me zumbaban los oídos. Se puso a llover más fuerte, eso ya era un diluvio que nos tenía a todos empapados. Ter Stegen corrió y se anduvo resbalando al pegarle. Spencer se puso de frente y la paró, canchereando, con una mano. 3-3. Con el siguiente podíamos adelantarnos. El Cebolla acomodó la pelota con cuidado, igual que antes, la dejó en el punto, se acercó caminando al arquero y le mostró dónde la iba a poner. Era el mismo lugar donde la había clavado en su penal anterior. —The same place, the same place, you believe me? Ter Stegen no le contestó, pero peló los dientes con una expre-

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sión asesina y empezó a saltar, abriendo los brazos. El Cebolla se tocó la espalda a la altura de los riñones y se plantó frente al balón. A mí me dio un escalofrío. Lo vi correr hacia la pelota y fue un dèja vu perfecto. Otra Mati Fernández. El arquero le creyó, pero no pudo estirarse lo suficiente. Quedamos 4-3 arriba. El coreano (claramente lo habían llamado para que fuera a galletear) era seco. Le pegó un bombazo igual al del Cebolla, pero al lado contrario. Spencer no se alcanzó a mover. 4-4. La lluvia apenas me dejaba ver y la sal de la transpiración me picaba en los ojos mientras el Petaca tomaba su lugar. Yo no quería mirar. Si Alexis la mete, pensé, Chile campeón, puta que suena lindo, Chile campeón. El Petaca acomodó la pelota. Estaba totalmente mojado y la camisa de algodón con poliester se había puesto transparente. Se agachó a acomodarse los zapatos. Se puso de pie otra vez y el árbitro le tocó el pito para que se apurara, porque ya los rayos caían cada vez más cerca y la sirena no dejaba de aullar. Entonces Petaca se sacó el zapato derecho, tomó dos pasos de carrera y le pegó como le pegaba siempre. El sonido fue como el de un latigazo, piel sobre el cuero sintético de la pelota. Ter Stegen le adivinó el lado y el balonazo le pegó de lleno en la frente, pero iba con tanta fuerza que el arquero giró en el aire y quedó metido en el arco, medio inconsciente, al fondo de la red, junto con la pelota. Petaca se quedó ahí, dejando que la lluvia lo mojara. Levantó la vista

hacia las nubes negras y se pasó las manos por la cara. Por eso no alcanzó a ver que Ter Stegen se le venía encima. El caballazo lo dejó tendido de espaldas, pero se incorporó rápido. A esas alturas ya todos habíamos llegado corriendo al punto penal. Algunos sacaron al Petaca del medio, otros encaramos a los gringos, que estaban furiosos. Bao insultaba a Ter Stegen medio en inglés, medio en vietnamita. Todos gritábamos. El Cebolla le quería pegar a alguien, pero el dolor de espalda lo tenía medio doblado. La sirena seguía sonando y la tormenta giraba justo encima de la cancha. Los focos parpadearon y se apagaron. Todos nos quedamos en silencio. En el estacionamiento empezó a girar una baliza azul y roja encima de un auto, y del auto salió, con gorro de cazador y cubierto con un poncho plástico camuflado, nuestro viejo amigo el Diablo Cojo, con su walkie-talkie en la mano. Lo vimos avanzar hasta donde estábamos, mientras los gringos se acercaban a él e indicaban en dirección a Petaca. Nosotros empezamos a guardar nuestras cosas. Como siempre, hicimos como que no le dábamos importancia a su llegada. —Ya nos vamos, oficial— le dije yo, pero él estaba con la vista fija en el Petaca. —¿Que no escucharon la sirena?— dijo, y siguió caminando hacia donde estaba Petaca secándose con la toalla que le había pasado Max. Cuando estuvo al lado de él, el Diablo Cojo sacó de repente un rociador de


SER BOHEMIO

gas pimienta y se lo puso frente a la cara. La reacción del Petaca fue instantánea. Un solo movimiento, imposible de ver en su totalidad por lo rápido que fue. El ojo alcanzó a ver sólo el final, cuando el brazo de Petaca ya estaba extendido, cuando la parte inferior de la palma de su mano ya había golpeado hacia arriba el tabique nasal del Diablo Cojo con un golpe de película kung-fu, cuando la primera sangre de la boca y la nariz salpicaban el antrebrazo tatuado y la camisa de Petaca, y luego la caída hacia atrás, el rebote de la nuca del Diablo en el pasto artificial, los sonidos guturales que empezaron a brotar de su boca abierta, las manos en la garganta, la desesperación del Diablo Cojo que pataleaba, ahogándose. Entonces el Petaca

se agachó, le abrió la boca, le metió dos dedos por detrás de la lengua y le sacó la prótesis dental que se había enquistado en el fondo de la garganta del inspector. Luego agarró el rociador de gas pimienta que había quedado en el suelo y se lo puso delante de la cara.

—Y jugamos donde se nos dé la pinche gana— remató.

—No te tengo miedo a vo, gringo. Mierda.

* Autor de la novela Muriendo por la dulce patria mía (Editorial Planeta, 1998) y del libro de ensayos Antípodas (Editorial Cuarto Propio, 2014). Profesor de Español y Literatura Comparada en Haverford College, Pensilvania.

El Diablo Cojo quedó tosiendo, sentado, en medio del diluvio y la oscuridad de la tormenta. Después se paró, se acomodó la placa en la boca y advirtió: —Sin permiso no pueden estar aquí, chingue carbón.

Después nos fuimos todos a celebrar al cementerio, donde el Cebolla tenía dispuesta, como siempre, una parrillada feroz y unas agüitas para aliviar toda la sed que habíamos acumulado.

—Se dice cabrón, no carbón, gringo cerote— le contestó el viejo Max, en medio de un alud de truenos.

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ARGENTINA CAMPEÓN DEL MUNDO

No ganaron los milicos. Fue el pueblo el que ganó una alegría entre tanto dolor.

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Por Sergio Montes*

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FRANK, EL REY DEL JUEGO

¿

ALÓ? ¿VÍCTOR? - Sí, con él. - ¿Víctor Loyola? - El mismo. ¿Quién habla? - Frank Lobos. ¿Cómo estás? - Acá, concentrando para jugar mañana con Católica. - Justo por eso te llamaba. - .... - Es que ustedes siempre pierden con Católica. - Gracias, compañero, se agradece la buena onda. - Ya, pero no te pongas así, déjame terminar. Mira, se trata de que saquen un provecho de esta derrota que, seamos francos, es casi segura. - No te entiendo, Frank. - Es que me llamó una gente de afuera, y bueno, ellos creen que Santiago Morning va a perder mañana contra Católica. Creen que van a perder feo, pero quieren estar seguros. - Ya, ¿y? - Pues nada, son gente de negocios, tú sabes, dirigentes, representantes, esas cosas. Ellos invierten en el fútbol alrededor del mundo, y quieren poner

plata en el partido de ustedes de mañana. Plata en serio. - ... - Como te decía, son gente de negocios, no les gusta perder. Por eso me pidieron que hablara contigo, para asegurarse de que la cosa vaya bien y ustedes pierdan por goleada. Y están dispuestos a que, a cambio, todos ganemos. - ¿Cuánto hay? - Veinte mil euros para repartir en el plantel. Tú y Marcos Villaseca tendrían un pago adicional, por haber sido el nexo. Ya lo hablé con Marco, y me dijo que va a esperar a ver lo que decidas tú. - ¿Veinte mil dijiste? - Sí, compadre, veinte luquitas. Harta plata si consideran que el partido de todas maneras lo van a perder. - Te llamo en un rato. *** La multitud ruge, lo adoran. Frank está de pie, la mano derecha arriba, saludando. Todas las miradas están puestas en

él, la cámara se acerca y le hace una toma cercana. Tiene apenas diecisiete años y ya es la estrella que soñó que sería. Antonio Vodanovic pronuncia su nombre, pero no hay necesidad, pues todos saben quién es el niño que sonríe: Frank Lobos, futbolista, promesa de crack, uno más de los volantes que nos gusta producir en nuestra América del Sur y por los que los clubes de Europa están dispuestos a pagar fortunas; pequeño, escurridizo, habilitador. Pero la multitud que lo ovaciona está noche no está congregada en un estadio de fútbol, sino en un escenario musical. Frank, que aún no puede votar ni obtener licencia para manejar, es jurado en el Festival de la Canción de Viña del Mar. No tiene ni la menor idea de música, pero está ahí para juzgar el desempeño de músicos profesionales. Es que Frank es famoso, y la fama permite entrometerse en lugares que, hasta unos meses atrás, le eran totalmente ajenos. Es una

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estrella y actúa como tal. “Fraaaaaaaaaank Looooooobos”. Han transcurrido solo unos meses desde que nos enteramos de que Frank disfrutaba comiendo pizzas. Lo contó su madre, como quien revela una verdad impostergable; se lo dijo a un periodista de televisión que no se contuvo y lanzó la pregunta inevitable: “¿cuál es la comida favorita del crack?”. Lo vimos todos, en directo, en el noticiario de la noche, ávidos por conocer los detalles de la vida de los niños que le daban un poco de ilusión a un pueblo tan falto de ella que estaba dispuesto a parar todo, a vivir de noche para poder ver los partidos del Mundial Sub-17 que se disputaba en Japón, y que eran transmitidos a partir de las tres de la mañana. Frank y sus compañeros nos habían devuelto cosas que teníamos olvidadas: por lo pronto el protagonismo y el reconocimiento internacional, aunque sea jugando un torneo de niños. Nos permitieron sentirnos campeones del mundo por primera vez, porque –repetíamos como un salmo– el tercer lugar alcanzado en Japón era, en realidad, el primero: todos sabíamos que los africanos eran mayores de 17 años; los que nos habían ganado lo hicieron con trampas, éramos los legítimos campeones del mundo, teníamos una generación de futbolistas que nos aseguraba no sólo la presencia en futuros mundiales adultos, sino la posibilidad de competir por los

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primeros lugares. No seríamos únicamente el país de la transición ejemplar a la democracia, los Jaguares de Latinoamérica, sino que también una potencia futbolística. La vida de nuestros niños-héroes había cambiado en cosa de meses. Pasaron de ser unos completos ignotos, a que todos conocieran sus costumbres, sus caras y nombres: Sebastián Rozental, Héctor Tapia, Dante Poli, Manuel Neira, Frank Lobos. La prensa nos puso al día de sus amores, nos dio a conocer el estilo de ropa que prefería cada uno. Sus clubes de origen, era que no, los señalaron como las próximas joyas que serían exportadas a Europa, los subieron a entrenar con los adultos y tasaron sus pases en millones de dólares. Quien quisiera hacerse dueño de sus piernas tendría que pagar caro por ello. “¿Cómo que no nos hemos reforzado lo suficiente para esta temporada?”, respondió Eduardo Menicchetti –Presidente de Colo Colo– ante los cuestionamientos de los periodistas. “Nuestros principales refuerzos vienen de la cantera, hemos incorporado al primer equipo a nuestros cracks de la Sub-17”. Frank Lobos era uno de ellos. Pero no alcanzaba con eso. No podíamos tolerar ese abandono, nos habíamos acostumbrado a saber de ellos a diario, no era suficiente esperar que jugaran en sus clubes los días domingo. Necesitábamos más, tenerlos en nuestra pantalla

todos los días. La solución la encontró Televisión Nacional, el canal del Estado de Chile: los héroes aparecerían, representándose a ellos mismos, en la telenovela de la tarde. “Rompecorazones” se llamó la producción que nos permitió perpetuar la emoción de seguir sintiendo a diario la presencia de algunos de estos niños que, a esas alturas, eran casi parte de todas las familias chilenas. Un título muy acertado, aunque falto de imaginación: afuera del canal, de los entrenamientos, en el barrio y donde quisieran estar, los cracks del futuro debían pagar el importe a cambio de su repentina fama, los gritos ensordecedores de colegialas que estaban dispuestas a entregarles a sus nuevos ídolos su corazón y quizás cuántas cosas más. Frank Lobos fue uno de ellos; futbolista, juez de competiciones musicales, actor, galán de colegialas, un verdadero Da Vinci de estos tiempos. *** Frank cierra los ojos, el avión está en completa ocurridad desde hace horas, pero él no ha podido dormir nada. Vuelve a intentarlo y lanza una plegaria silenciosa: cuando despierte todo esto será una pesadilla, nada de lo ocurrido estas semanas habrá pasado realmente y el Mundial Sub-20 de Qatar aún no se habrá jugado. Pero no, la plegaria no es escuchada y la verdad vuelve con más fuerza cada vez


FRANK, EL REY DEL JUEGO

que parece que Frank logrará olvidarla. La realidad dicta que viene de vuelta a Chile y que no habrá en el aeropuerto una muchedumbre para recibirlo alborozada, para implorarle por un autógrafo. Simplemente, no habrá nadie en el aeropuerto de Santiago, salvo los periodistas que ya no preguntarán sobre sus gustos gastronómicos, sino que exigirán una explicación por este fracaso, demandarán una satisfacción emocional proporcional a la ilusión con que fueron despedidos cuando la prensa nacional señalaba a Chile como el próximo campeón mundial juvenil. Había razones para las esperanzas, por cierto. Eran los mismos niños que habían hecho madrugar al país solo dos años atrás; pero esta vez más grandes, más experimentados, más hombres. No teníamos nada que temer, ni siquiera a los Africanos y sus jóvenes barbudos. Y, sin embargo, todo salió mal: pobres empates con Japón y Burundí, sumados a una estrepitosa derrota de 6 a 3 contra España forzaron a Chile a acortar la estadía prevista y volver apenas terminada la primera ronda del Mundial. Por si eso fuera poco, Frank cargaba con problemas aún más delicados. Durante el Mundial la prensa había hablado de un “confuso incidente”, pero lo cierto es que el asunto tuvo más de truculento que de confuso. Lobos lo recuerda, pero vuelve a perdonarse: él no ha hecho nada malo. Además, todo fue

muy rápido, no tuvo tiempo ni de medir las consecuencias. El lobby de un hotel, un chino elegante (¿o sería japonés? ¿Coreano, tal vez?), un ofrecimiento traducido al español. Dinero en dólares por ganar. ¿Qué hay de malo en eso? Era un incentivo para ganar un partido en un mundial, algo para lo que ni siquiera se necesita incentivo alguno. Además, no ganamos ningún partido. Es cierto que Frank y su compañero Francisco Fernández aceptaron algún dinero por adelantado. Pero, ¡qué son apenas dos mil quinientos dólares! La nada misma, una simple muestra de buena fe entre hombres de negocios. Claro, ahora es fácil apuntarlo a él como responsable del fracaso, como si ese dinero o esa conversación en el hotel fueran los causantes del desastre que se vio en la cancha. Desagradecidos, eso es lo que son esos periodistas que cambiaron las alabanzas por los cuestionamientos. Frank vuelve a cerrar los ojos, quiere espantar los fantasmas. “Mi carrera está acabada”, piensa. *** “Esto es intolerable, debemos arrancar estás prácticas de raíz, antes de que sea demasiado tarde. Las apuestas en el fútbol son un cáncer y debemos sancionar estas conductas con un castigo ejemplar. Que a nadie más se le ocurra pensar

que puede llamar a un jugador para ofrecer dinero a cambio de que su equipo se deje perder. Nosotros, como Santiago Morning, hemos sido los afectados esta vez, pero la próxima puede ser cualquier otro club”. El que vocifera es Miguel Nasur, el mismo dirigente que fue sancionado por actos contrarios a la probidad, el que más adelante se valdría de un complejo sistema de pantallas y palos blancos para controlar varios de los clubes de la segunda y tercera división nacional, algo que se encuentra expresamente prohibido por el reglamento. “El diablo vendiendo cruces”, dice en voz baja uno de los presentes en la sala. Pero esta vez, como casi nunca, Nasur no es el acusado sino el acusador: Frank Lobos, jugador de Deportes Puerto Montt, y Eugenio Acevedo, dirigente de Colo Colo, contactaron a dos de sus jugadores –Víctor Loyola y Marcos Villaseca– para que se dejen perder por goleada en el partido que Santiago Morning disputó contra la Universidad Católica el 12 de agosto de 2006. “Naturalmente, ellos no aceptaron el soborno que se les ofrecía, pero ¿y si lo hubieran hecho? Esta dirigencia no descansará hasta que se erradiquen del todo estas prácticas”. Frank escucha en silencio. Pone sus esperanzas en su alegato de defensa. Acá lo que ocurre es que hay una confusión, es cierto que llamó a esos jugadores en representación de unos empresarios extranjeros,

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pero no ofreció dinero por dejarse perder. Lo que ocurre es que estos empresarios querían llevar a Loyola y Villaseca a un club europeo, de eso se trató la conversación. Es cierto que también esos dirigentes algo mencionaron sobre apuestas por Internet, pero ese dinero era un incentivo por ganar, no por dejarse perder. Finalmente, ¿qué hay de malo en que se paguen incentivos por ganar? ¿Acaso no lo hacen los clubes cuando ofrecen premios a sus jugadores? Nuevamente silencio. Ya todo está dicho, falta únicamente el pronunciamiento del Tribunal de Disciplina. Primero se dicta la sentencia respecto de Eugenio Acevedo: inocente por falta de pruebas. Una luz de esperanzas para Frank, la ilusión de no ser expulsado del fútbol, el único lugar donde se siente en casa. Cierto es que no llegó a las alturas a las que hubiera esperado, que estuvo lejos de desparramar su talento en las canchas más importantes del mundo, como lo soñó alguna vez. Pero no quiere irse así, en medio de un escándalo, siendo acusado de servir a los lucrativos intereses de hombres de traje y corbata, que no hablan castellano y que muestran un insólito interés por los resultados de la liga chilena, un torneo insignificante, alejado del interés mundial y, por lo mismo, un campeonato atractivo para los negocios de personas que, justamente, quieren quedar alejados del radar de la FIFA y sus propios intereses.

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Los pensamientos de Frank vuelven a cuando era casi un niño perseguido por periodistas y colegialas. Se detienen en el instante en que fue presentado en la “Noche Alba” como una de las esperanzas de Colo Colo, siente nuevamente la tibieza de esas noches de febrero en que ejercía como jurado en el Festival de Viña del Mar y tenía el mundo entero a sus pies. Todos esos recuerdos se le vienen nuevamente a la cabeza mientras escucha el veredicto del tribunal: diez años sin poder jugar al fútbol. Su vida en el fútbol ha terminado. *** Han pasado casi cinco años desde que dejamos de saber de Frank. El fútbol ha seguido su curso natural y, para ser honestos, no lo hemos extrañado demasiado. Estamos en pleno 2011, y ya van a cumplirse 20 años desde que un grupo de impúberes nos hizo creer podíamos ser una potencia futbolística mundial. De esos niños, ninguno llegó a ser lo que alguna vez nos hicieron creer que serían. Lesiones, malas decisiones, bajas de rendimiento lograron evitar el éxito que parecía inevitable. Solo uno, Manuel Neira, llegó a jugar en un Mundial adulto. A estas alturas, ninguno más lo hará, pues todos se han retirado del fútbol. Pero hoy hemos vuelto a saber de Frank: ha sido anunciado por Canal 13 como uno de los participantes del reality show

“Año Cero” que encerrará durante meses a desconocidos con celebridades venidas a menos. Una de estas últimas será Frank Lobos, que volverá a buscar en la televisión la oportunidad que el fútbol le negó. * Sergio Montes eligió ser hincha. Eligió es un decir, porque no fue premiado con el talento para hacer otra cosa en el mundo del fútbol. De tanto leer, creyó que podría escribir y es editor de nuestra revista. Además, es panelista estable del programa “Todo es Cancha”, de Radio Frecuencia Cruzada.


ROBERTO BAGGIO

Mirada al suelo. Acaba de ver pasar frente a sus ojos el tren que lleva a la inmortalidad.


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Por Matías Claro*

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Y

ASÍ, A LOS 8 Ó 10 AÑOS, pateando tiros libres a un arco imaginario, con una barrera imaginaria y una impresionante comba imaginaria que se clava en el ángulo; así, en ese partido mental jugando solo contra nadie, también existía un relato en mi cabeza de niño: una voz que narraba lo que yo hacía –lo que intentaba hacer– tal como lo escuchaba en la radio. Para todos los que crecimos imaginando partidos de nuestro equipo en vez de verlos en HD o SD o 4G o en un link de mierda pixelado, la narración de fútbol no es una mera descripción de la acción física que se puede ver. La radio nos enseñó otro fútbol, uno que es pura tensión, donde nada es literal y lo que pasa, ocurre en otra dimensión, en un lenguaje cifrado que se aprende de a poco, con el tiempo, en porciones de 90 minutos. *** Estadio Monumental, 18 de febrero de 2017. Al medio de la tribuna Océano, en los dos primeras filas de asientos, unas mesas rectangulares y blancas permiten que se apoyen muchos micrófonos, cuadernos, computadores y uno que otro router de Internet móvil. Cientos de cables se cruzan, enredándose bajo los pies de los periodistas y relatores que están acá, frente a la cordillera y de espalda al mar, listos para transmitir el juego entre Colo-Colo y O’Higgins. Patricio Ocampo, relator de “Somos Chile Radio”, está preparado: ya escribió la formación de ambos equipos, con los respectivos números de todos los jugadores. A lo largo del partido

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irá tachando los que salgan en un cambio, marcando con un asterisco los que reciban tarjeta amarilla, y dibujando un círculo junto a los que anoten los goles. A su lado, Roberto Quintana, de “Somos Chile Radio”, y Darío Sanhueza, José Miguel Sanhueza, Rodrigo Gallardo y Miguel Gutiérrez, de “Dale Albo”, también se preparan. Desde el 2016, “Somos Chile Radio” y “Dale Albo” se unieron para transmitir los partidos de Colo-Colo, por eso hoy Ocampo se persigna, toma el micrófono y dice señoras y señores, ¿cómo están?, tengan ustedes muy, pero muy buenas tardes, explota el coloso de Macul porque Colo-Colo ya está en la cancha. *** Estadio Nacional, 19 de marzo de 2017. La caseta nº 11, como la camiseta de Leonel Sánchez, Mariano Puyol o Marcelo Salas, es el espacio que le corresponde a “La Magia Azul”. El primero en llegar es Cristián Cavieres, quien va a relatar Universidad de Chile ante Unión Española. Mientras él prepara sus apuntes y aclara la garganta, Alejandro Astorga conecta cables, computadores y micrófonos, dejando todo listo para Carlos Mata, Jorge Yovanovich y Cristopher Antúnez, encargados de comentar el partido. Un panelista clásico, Héctor “Tito” Awad, no estará hoy: su madre falleció hace dos días. En Twitter, los seguidores del programa le han enviado cientos de saludos, y también lo harán sus compañeros durante la transmisión. Es que después de tantos años trabajando juntos en los partidos de la “U”,

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las voces se vuelven familiares y, cuando falta una, el público lo nota. *** Ahora, con las redes sociales, es más fácil conocer las caras dueñas de la voz. Antes no. Por ejemplo, yo –que soy hincha de la “U”– escuchaba todos los fines de semana a Pepe Hormazábal y su goooool azul azul azul y lo que rrrrresta son puros descuentos. Vi su rostro por primera vez en el programa “La nueva U”, que conducía Carlos Bencini en el canal RTU (hoy Chilevisión), calculo que casi dos años después de que empecé a escuchar sus relatos en la radio. *** Muchas camisetas con el 7, el número de Barticciotto y Pare-

des. Un niño en la fila siguiente a la nuestra tiene una, la de recambio, negra. De pie sobre su asiento apunta a la cancha, hacia los jugadores que están en el precalentamiento, buscando a su ídolo, y le dice a su mamá ¿ese es?, ¿el que tiene la pelota?, y su mamá le dice Sí, ese es. Bacán verlo, responde él. Mientras tanto, por los parlantes del estadio dan la formación de Colo-Colo y lejos, lejos, el más aplaudido es Paredes. El niño aplaude y da pequeños saltitos en el asiento, de alegría por estar ahí, viendo lo que ve. Ocampo y “Dale Albo” también aplauden a Paredes más que a ningún otro. *** “La Magia Azul” empezó en enero del año 1999, como reemplazo de la “Sintonía Azul”, en


RADIOS

percata que la voz de su compañero no sale en el retorno, dice al aire ¡Mata, el micrófono! Recién ahí lo prende, teniendo que retomar desde el principio el comentario que estaba haciendo. Yo le conté tres ¡Mata, el micrófono!, y cada vez que pasaba, Cavieres se reía.

la Radio Santiago. Desde hace diez años, “La Magia Azul” se transmite por la Radio Universidad de Chile. Sus integrantes acumulan años, acá o en otros espacios, transmitiendo a la “U”. Por ejemplo, Carlos Mata trabaja en radios desde 1987, así que lo conocen –y él conoce a sus compañeros– desde siempre. El ambiente en la transmisión es relajado, y Mata tiene mucho de responsabilidad en eso.

abre a la derecha para Vilches, ¡Vamos Vilches, desborde, saque un centro!, Vilches que encara, Paredes que espera en el área, Vilches que sevaysellevaasumarcadorlíneadefondoooahívienelapelotaenelaireeeee. Atrapó el arquero, juega O’Higgins. Y un soplido de resignación recorre el estadio, mientras Ocampo y todo el público se vuelven a sentar hasta el próximo ataque que, ojalá, termine en gol.

***

***

Ocampo está nervioso. Se muerde las uñas cada vez que otro panelista comenta y, cuando vuelve a relatar el partido, mueve la pierna derecha como un baterista frenético. Si la jugada tiene un mínimo de peligro, se pone de pie y acelera la descripción: atención que la lleva Pajarito,

De partida, varias veces Carlos Mata habla con el micrófono apagado. Entonces esos cinco segundos de transmisión sólo capturan el sonido ambiente gracias a un micrófono asomado por una ventana, casi colgando sobre la tribuna Pacífico del estadio Nacional. Cavieres, cuando se

En las casetas no se puede fumar, entonces los nervios son un desafío para los fumadores como Mata. Por eso, cuando un manicero pasa por los asientos de la tribuna ofreciendo maní confitado, Mata se pone de pie y golpea el vidrio tratando de llamar su atención. No lo logra a la primera ni a la segunda vez, porque el manicero probablemente no piensa en la opción de venderle maní a un comentarista deportivo, así que va atento a los chiflidos y gritos del público que tiene cerca. Ninguno de los otros panelistas de “La Magia Azul” se distrae por Mata y su golpeteo, por lo que asumo que lo ha hecho antes. Me pregunto si alguna vez consiguió maní para apaciguar sus nervios. *** A propósito de escuchar la radio en el estadio, me acordé de algo. Cuando la “U” juega en el Santa Laura, voy a la galería norte. Avanzo a lo largo, alejándome del acceso y yendo hacia el fondo, hacia la reja de metal anaranjada. Es rara esa reja, porque no es una malla de gruesos alambres tejidos como las típicas de estadio. Son planchas de metal de una sola pieza que si se golpean, funcionan como bombos. Y por ahí, a un par de metros de

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esas planchas, siempre veo sentada a una señora de 70 ó 75 años, sola, vestida con una falda larga, blusa y chaleco, la cartera sobre las piernas, un paquete de maní a su costado y en la mano derecha una radio a pilas antigua, ochentera, con la antena un tanto asomada, que se la acerca a la oreja cuando los gritos del público son muy ruidosos. *** El rebote le quedó ahí, en la mitad del área, a Valdés. Su remate se desvía en Paredes y es el primero del partido. Todo el Monumental se levanta con los brazos en alto. Ocampo, como dicta la tradición, alarga la O del gol hasta casi quedarse sin aire, para luego respirar y describir la jugada a la gente que lo escucha en un computador o celular desde quizás qué lugares. Su voz continúa más allá de la misma celebración de los jugadores y del público, entonces poco a poco las personas que están alrededor de nosotros y están escuchando realmente en vivo y en directo, comienzan a girarse para ver al que tan emocionado narra lo que acaba de ocurrir. Cuando termina, esas mismas personas que se giraron lo aplauden, como si fuera una re-celebración del gol. Ocampo, agitado por su relato, se sienta para tomar un trago de agua, antes de que se reinicie el partido. *** Como las casetas aíslan los gritos del estadio, el goooool que se oye es el de los distintos relatores de las distintas radios

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separadas apenas por una pared delgada. Así, todas las voces de gooool se mezclan hasta convertirse en un grito único y uniforme que sólo vuelve a distinguirse cuando cada una de ellas empieza a describir la jugada, que Felipe Mora estaba en el lugar correcto, o Mora goleador en estado de gracia, otro dice error del arquero aprovechado por el nueve azul, y desde lejos se alcanza a escuchar la “U” que anota y luego algo más que se pierde entre tantos relatores y radios presentes en el Nacional. *** Cobraron un penal y lo va a patear Paredes. Todos están de pie, preparando lo que será una nueva celebración. El niño con la 7 se para sobre su asiento y los panelistas de “Dale Albo” están listos para los abrazos. Ocampo ya anticipa lo que será su narración del tercero del partido y del goleador albo. Paredes le pega fuerte, arriba y al medio. La pelota da en el travesaño, baja casi en línea recta, pica en el pasto y se eleva. El rebote le vuelve a quedar a Paredes, que de cabeza la mete dentro del arco. El árbitro anula el gol porque ningún otro jugador tocó el balón antes que le volviera al delantero colocolino. El estadio enmudece. No entienden qué se cobró y, sobre todo, no entienden cómo Paredes falló, si no falla nunca. Pero dura poco porque la televisión repite el penal y muestra que la pelota, luego de golpear el travesaño, ingresa al arco en su totalidad. Las distintas radios que transmiten le cuentan eso a sus auditores,

entonces el estado de ánimo cambia: no es que Paredes se equivocó, es el árbitro que es un ciego, un ladrón, cómo chucha no lo vio, árbitro hijo de puta le robó el tercero a Paredes, qué se ha creído. Y por lo que queda de partido, en cada jugada dudosa, el público que está cerca de nosotros se voltea para escuchar los comentarios y saber si efectivamente el árbitro es el hijo de puta ladrón que creen que es. Cuando algún panelista de “Dale Albo” dice la repetición televisiva muestra que el árbitro se equivocó, era córner para Colo-Colo, los insultos y la pifiadera en este sector aumentan de volumen hasta que se aplaca la molestia. Cuando el panelista ratifica que el árbitro acertó, era foul a favor de O’Higgins, no hay –tantas– pifias, pero la molestia no se desvanece y queda ahí, flotando hasta el cobro siguiente. *** Tenso. Ahora el ambiente está tenso en el Nacional y en “La Magia Azul”. Los últimos partidos la “U” ha repuntado, y ganar hoy es subir a la parte alta de la tabla, dejando atrás torneos decepcionantes y resultados adversos. El marcador indica un empate a 1 y quedan menos de cinco minutos, descuentos incluidos. En una buena jugada por la derecha, Matías Rodríguez saca un centro que le llega a Ubilla. El Conejo controla el envío con un elegante movimiento de su pierna derecha –la misma que se fracturó hace casi un año–, para dejar la pelota acomodada al remate de su pierna izquierda. Gol. Golazo. La gente se vuel-


RADIOS

ve loca, celebrando un triunfo que se veía muy difícil: la Unión Española es un gran equipo y el empate parecía definitivo. Ubilla corre feliz, desaforado, gritando un gol que es más que un gol y tres puntos. Y Cavieres, aquí en la caseta nº 11, entiende lo que pasa, porque se para en la silla y agita el puño derecho, mientras grita y grita gooool de la “U” en el micrófono que sostiene en la mano izquierda. Mata, Antúnez y Yovanovich saltan de alegría, se abrazan y saludan a la gente al otro lado del vidrio, celebrando también con ellos. Cavieres, hace un par de semanas, fue padre, y le dedica el relato de ese gol a su hija recién nacida, para que desde chiquitita, hija mía, sepas lo que es el sentimiento azul de no darse nunca por vencido. La “U” gana y somos felices, dice al finalizar, emocionado como Ubilla por un gol que es más que un gol. *** Colo-Colo gana 2 a 1 y el público se va feliz. Aunque en el estadio casi no queda gente, “Dale Albo” sigue comentando todo lo que pasó. Ocampo ahora puede descansar, toma agua, estira las piernas y revisa Twitter y Facebook en su celular. Le pregunto por el relato del primer gol, ese que la gente aplaudió. ¿Es primera vez? No, me responde. Me ha pasado antes, pero no siempre. Igual debe ser emocionante, es como un reconocimiento, le digo. Es raro, me contesta. En el momento que estoy gritando el gol no me doy cuenta, y recién cuando termino y pasa a otro panelista, ahí sí me fijo en que

están mirando para acá. ¿Te da un poco de vergüenza? Sonríe y me dice que no, nada. La verdad es que es la raja. *** Termina la transmisión en “La Magia Azul”. Mata decide romper las reglas y prende un cigarro. Jorge Yovanovich, sentado a su lado, le hace una broma por su incapacidad para aguantarse. Mata sube los hombros, lanzando una bocanada de humo. El estadio sigue con sus torres de iluminación prendidas, esperando que todo el público deje el recinto. Cuando se apaguen, igual quedará algo de luz, porque las casetas seguirán con gente un buen rato más, cuando ya no quede más que hablar. *** Como decía, en la galería del Santa Laura me gusta ir bien arriba, pegado a las planchas de metal anaranjadas. Esas planchas, cuando los partidos son en la tarde, acumulan el calor del sol, quedando tibias por varias horas. En invierno son perfectas para apoyarse y ver el partido más cómodo, alejando el frío. La próxima vez que vaya, saludaré a la señora de la radio y conversaré con ella. Si estamos en junio o julio, le explicaré lo de acercarse para acá y acurrucarse contra el calor del metal. Le preguntaré desde cuándo viene al estadio, y ella me contará de partidos y jugadores que no ha olvidado. Y quizás, si tengo suerte, le suba el volumen a su radio a pilas, para que yo

también pueda escuchar el relato del gol. *** Salgo del estadio caminando. Atrapados en la congestión de calles angostas, los autos casi no se mueven. Varios de ellos, manejados por hinchas –se adivina porque van vestidos con la camiseta del equipo–, llevan la radio prendida, sintonizando la conferencia de prensa del entrenador. Le preguntan si está contento por el triunfo. Sí, por supuesto, responde. Es muy importante para nosotros darle una alegría a toda la gente que nos vino a apoyar al estadio y que nos siguió desde su casa. En el auto verde acá a mi lado, un niño va mirando en el celular un video con los goles que alguien ya subió a YouTube. En la radio cierran la transmisión y, para despedirse, van a repetir el último gol. El niño sigue mirando el video, pero cuando el relato está en el grito de gooool del locutor, bloquea el celular, dejando la pantalla en negro. Muchísimas gracias a Patricia Aguilar y Cristián Cavieres, de “La Magia Azul”; a Roberto Quintana y Patricio Ocampo, de “Somos Chile Radio”; y Francisco Arellano, de “Dale Albo”, por su ayuda para este texto. * Conductor del programa de radio “Libros a la cancha” (@librosalacancha en Twitter, “Libros a la cancha” en Facebook), un espacio de fomento a la lectura mediante los vínculos entre literatura y deporte.

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Luigi Riva SE ADELANTA A PELÉ

Italia se comió una goleada esa tarde Azteca. Pero Gigi sumó un gol más para construir su récord de máximo goleador de la historia azzurra.

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UN CARIÑITO

Valderrama mira como quien exige una explicación. Michel, como si no debiera ninguna.

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La memoria del agua Por Roberto Castillo Sandoval* Por Daniel Campusano*

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CAMBIO DE JUEGO

Cambio de juego, Historias desconocidas del fútbol chileno Nicolás Vidal Planeta 2017 164 páginas.

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S JUSTO imponerme un propósito: voy a escribir sobre el último libro de Nicolás Vidal sin mencionar la palabra fútbol. Y por favor que no se entienda como un desafío. Porque si las palabras son peces abisales que deben capturarse antes de que retornen a las profundidades, esta obra empuja a sumergirse, nadar hacia el límite de la luz, entender que el suelo es inalcanzable, abrir los ojos en la oscuridad, levantar la cabeza, mirar la superficie y, antes de regresar, encontrar claves ― universos, imágenes― más allá de una pelota, un dribbling o una expulsión injustificada. En Cambio de juego no se relatan nacionalismos atléticos ni lluvias de estadísticas. Aquí no hay memorizaciones fetichistas, no se erigen ídolos incuestionables, ni mucho menos hazañas de superación personal. Por favor no vaya a perderse. En esta obra late algo más vívido y complejo: los vaivenes humanos, los callejones sentimentales donde nos empujan los contextos sociopolíticos. Sabemos que cuesta aceptar el horror, que incomoda, desconcierta y, si está lejos, nos

vuelve pasivos. Es tranquilizador fotografiar a nuestros hijos, por ejemplo, pero es molesto enterarse de las guarderías de Cisjordania. Y en esta línea, Vidal apunta a destapar el velo de nuestra historia reciente. Limpiar ese espejo espinoso que la indiferencia o la abulia no deja cicatrizar. Porque aquí la única lectura táctica es una prosa serena y, al mismo tiempo, punzante. El autor no elude la sensibilidad, pero tampoco se pega en el fango. Vidal nos relata historias que nuestra memoria ―nuestra intimidad familiar, nuestra evolución intelectual, ¿nuestras culpas u omisiones?― se encargan de rellenar. El autor en este caso informa, sí, qué duda cabe, pero también es un médium, un custodio, un despertador. Y así nos hace discutir eso que ya parece manoseado, repetido e, incluso, de mal gusto preguntar. Y con esa habilidad logra mostrarnos el país que nuestras fracturas han cimentado: esa película agridulce e inagotable donde ―como en una cinta de Moebius― amamantamos, creemos, matamos, perseguimos, huimos, regresamos, esperamos, olvidamos y, finalmente, tendemos a subestimar o entibiar el sufrimiento ajeno, tan cercano pero lejano.

las aguas se amansen o que la vida se retracte de su viraje equivocado.

Y es que los personajes y las atmósferas de esta obra tienen, precisamente, esa dignidad: sacuden del letargo, refrescan, destapan y valoran las luchas pasadas. Porque las nueve crónicas de este libro no se resignan a normalizar la extinción. Y los héroes, iluminados incluso en la desazón, están siempre luchando en un lado del río, a veces armados, otras esperando que

Y abajo el mar es álgido, deslumbrante.

¿Qué nos respondería Vidal, a propósito, si le preguntáramos qué hay en el fondo del río que bordean sus personajes? ¿Cocodrilos ideológicos? ¿Hipopótamos subyugadores? ¿Pulsiones de crueldad? ¿Egoísmos y ambiciones miopes, siniestras? De seguro no hay respuestas definitivas. Pero quizás las historias de Cambio de juego solo pretenden recordar los intrincados barros donde se revuelca la bestia humana. Y reflexionar. Y dudar. Y volver. Y entender, después de todo, que las civilizaciones que a veces disfrutamos se han construido bajo un hálito perturbante pero ―basta levantar la cabeza― incuestionable: somos una especie encandilada por su propia luz y, aquí el misterio irresoluto, hambrienta a la vez de enceguecer a la otra. Repito que no se vayan a perder. En el centro de este libro se esconde un iceberg.

Y más abajo los peces abisales son monstruosos, la luz del sol no llega y, replicando la dimensión más esencial de los procesos sociales, no es del todo claro si alguien gana, pierde o empata.

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La gira de la amistad:

Colo Colo en Lima en 1929 Alonso Pahuacho

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RA CERCA de la medianoche del jueves 24 de mayo cuando Emiliano Figueroa Larraín, máximo representante de la diplomacia chilena en la capital peruana, se levantó del asiento que ocupaba junto al presidente peruano Augusto B. Leguía y, con voz firme, pronunció un extenso discurso de agradecimiento hacia el mandatario andino que se acercó prácticamente a la alabanza personal: “Cuando las almas de los pueblos se identifican con las inspiraciones personales de sus gobernantes y ellos, ajenos a toda turbadora influencia, sienten de modo vigoroso que sus responsabilidades de jefes de democracias se contraen no con el pasado sino con el futuro, entonces es dable esperar que triunfen y se impongan todos los ideales que unen las patrias”, se podía leer en la revista Mundial –afín al régimen- que cubrió la celebración. Figueroa se refería al término de las gestiones de los asuntos territoriales pendientes desde 1883 entre el Perú y Chile. Ambos países habían llegado a un acuerdo satisfactorio para ambas partes (Tacna volvería al Perú y Arica permanecería en poder de Chile) y el diplomático chileno veía en Leguía una figura clave para su concreción. Los aplausos no se hicieron esperar. Y dentro del nutrido grupo de personajes asistentes al fastuoso banquete, una figura destacaba en particular: Rafael Silva Lastra, diputado chileno y cabeza de la delegación del club Colo Colo que dos días antes había llegado a la capital peruana para la temporada internacional que se iniciaba en tierras incaicas.

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En un momento crucial para la historia de las dos naciones, el vector fútbol se presentó como un mecanismo popular y masivo para el estrechamiento de las relaciones bilaterales a ambos lados de la frontera. *** Colo Colo, el equipo chileno más popular por aquella época, desembarcó en el puerto del Callao el 22 de mayo del año 1929, siendo recibido por el organizador de la gira Jack Gubbins, empresario peruano de origen irlandés. Luego de los saludos protocolares, los chilenos se dirigieron al centro de Lima, donde se hospedaron en el Leon’s Hotel. De acuerdo a las informaciones periodísticas, el cuadro santiaguino llegó con una delegación de 23 personas, el presidente Rafael Silva, el vicepresidente Alberto Arellano (hermano del desaparecido David), el tesorero, el secretario, el masajista y dieciocho futbolistas. Las principales figuras

del cuadro albo eran el goleador y capitán Guillermo Subiabre, el half Horacio “Carecacho” Muñoz y el arquero Juan Ibacache. Cuatro días más tarde, debutarían ante un combinado de Alianza Lima y Atlético Chalaco que representó a la Federación Peruana de Fútbol (FPF), marcando el inicio de su periplo por Lima. Días antes del primer encuentro se empezó a generar gran expectativa en la afición peruana. El Comercio incluyó una pequeña nota el día 24 en la que informaba de los entrenamientos del cuadro chileno y la gran presencia de público que se había dado cita tan solo para observarlos: “El interés que hay por ver debutar a los futbolistas del Colo Colo está demostrado en el crecido número de personas que acudieron ayer en la mañana al Estadio Nacional a presenciar los ejercicios de los balompedistas visitantes y los cálidos elogios que hicieron después de presenciar estas prácticas”.


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naciones. Y para lograr esta finalidad, soy del parecer que debemos iniciar un intercambio intelectual, societario y deportivo”. El fútbol, una vez más, como vehículo de paz e integración internacional. ***

En la mañana del domingo 26, día del partido, nuevamente este diario repetía los enaltecimientos hacia los visitantes: “El Colo Colo es un cuadro, ya lo hemos dicho otras veces, con méritos suficientes para poder desempeñarse con lucimiento, y entendemos que habrá de hacer una buena presentación ya que está acostumbrado, por la organización que tiene, a esta clase de giras de carácter deportivo”. La prensa evocaba la exitosa incursión del cuadro chileno por Europa dos años antes, que tanta expectación causó en gran parte de nuestro continente. Según las informaciones de las páginas deportivas, el embajador chileno Figueroa donó una copa para al vencedor del primer encuentro. Lo propio hizo el canciller peruano Pedro Rada y Gamio, quien puso a disposición del triunfador del segundo encuentro de la gira un premio de similar valía. Al referirse a las caracterís-

ticas de juego del equipo chileno, La Crónica -otro importante diario peruano- subrayaba que era “un equipo poderoso, que cuenta con apreciables condiciones para salir airoso en cualquier contienda con nuestros principales cuadros. Su característica especial, la rapidez de sus jugadas y la potencia de sus remates, constituyen para el cuadro albo, la base principal de sus éxitos en los encuentros realizados”. En tanto que el presidente de la delegación colocolina, Rafael Silva, en entrevista exclusiva para el mismo medio, abogaba por el estrechamiento de las relaciones entre peruanos y chilenos y proponía al fútbol como una buena vía para su concreción: “Esta amistad, que es clara y evidente en las distintas manifestaciones de estos dos pueblos, debe cultivarse y consolidarse, para que desaparezcan en forma efectiva cualquier resquemor que pudiera quedar en las relaciones de estas dos

El primer partido de la gira del Colo Colo en Lima se realizó el domingo 26 de mayo a las cuatro de la tarde en la cancha del Estadio Nacional y los enfrentó ante el combinado de la FPF. Pardón, el capitán peruano, salió a la cancha “conduciendo un hermoso ramo de flores” que luego intercambiaría con su homólogo chileno Subiabre. Además, los visitantes pasearon sus colores nacionales — la bandera chilena— en una vuelta olímpica por el estadio, en medio de las ovaciones de los casi diez mil espectadores que concurrieron a presenciar el encuentro. Sorprendentemente para los peruanos, los chilenos se adelantaron por dos goles en el primer tiempo gracias a las anotaciones de Muñoz y Villalobos. De acuerdo a algunos medios, esto produjo no solo desaliento en los jugadores peruanos, sino también en el público asistente: “La desmoralización cundió en las filas de los jugadores locales; esa desmoralización dio margen a que en las tribunas se dejaran sentir muestras de desagrado y protestas por la mala actuación de los componentes del equipo de la Federación”. Para decepción de los hinchas locales, los peruanos erraron dos penales en aquel periodo, uno por Saldarriaga y el otro por Villanueva, jugador aliancista conocido como “Manguera” por su físico alto y delgado. En el segundo tiempo llegó la

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reacción de los peruanos, quienes se lanzaron en busca del gol de forma “impetuosa y decidida”. Neira descontó a los ocho minutos del segundo tiempo y Alberto Montellanos marcó el empate tras un córner bien ejecutado por José María Lavalle. Alentados por el público, los representantes de la FPF siguieron proponiendo acciones ofensivas, pero el marcador no se movió más. Desde el palco oficial, presenciaron el partido el embajador chileno Emiliano Figueroa; el diputado Rafael Silva, presidente de la delegación colocolina; Federico Fernandini, presidente de la FPF y algunos miembros del Comité Nacional de Deportes del Perú. El martes 28 de mayo, dos días luego de este primer encuentro, la delegación entera del Colo Colo fue recibida en audiencia privada por el mismísimo presidente peruano Augusto B. Leguía. Allí, en una reunión en la que también participó el embajador Figueroa, le presentaron sus saludos al Jefe de Estado y lo invitaron al partido del siguiente jueves ante el Alianza Lima. Leguía recibió a los jugadores chilenos y charló con ellos con íntima camaradería, al tiempo que aceptó gustoso la invitación que le hicieron para acudir al encuentro. El segundo partido de la gira concitó un mayor interés que el primero pues el rival, Alianza Lima, era el campeón peruano vigente al igual que el propio Colo Colo, por lo que el encuentro fue publicitado en la prensa como un “duelo de campeones”. Ello también se vio reflejado en la venta de las entradas al espectáculo. El aforo del Estadio Nacional de Lima era de doce mil espectadores y según la relación del billetaje vendido hasta

la misma fecha del duelo, se habían adquirido 10575 localidades entre las distintas tipologías de entradas: primera, media entrada, segunda, preferencial y palcos.

cortos y combinaciones entre los cinco hombres de la línea de ataque”, argumentaba El Comercio.

Alianza Lima y Colo Colo acabaron repitiendo el marcador del encuentro anterior: 2-2, aunque demostraron una mejor performance. Los discursos periodísticos se encargaron de hacer énfasis en la superioridad de los peruanos sobre los chilenos, a quienes reconocían únicamente la valía de su arquero. Así lo manifestaba El Comercio: “Alianza Lima no solo cumplió bien, sino que evidenció que el fútbol chileno no es mejor que el peruano, a pesar de ser, como queda dicho una selección de los mejores jugadores chilenos los componentes del equipo del Colo Colo. Y no solo hubiera quedado empatado el score, sino que la victoria hubiera sido merecidamente del cuadro local, si no tuvieran los chilenos ese estupendo arquero”.

El tercer partido de la gira puso frente a frente a los colocolinos con el Association F.B.C. Este equipo peruano acababa de realizar una gira por el Ecuador con resultados bastante auspiciosos, por lo que el interés del público se centraba nuevamente en comparar el nivel de los futbolistas de los dos países. La prensa peruana le daba cierto favoritismo al Colo Colo en la medida en que los jugadores del Association en su mayor parte eran “jóvenes de poco peso, varios de ellos de relativa experiencia en matchs de la importancia que tiene el que van a dilucidar hoy”.

Evidentemente, estas afirmaciones (re)presentaban el partido entre el Colo Colo y Alianza Lima (y los que siguieron) como un desafío entre el fútbol chileno y peruano. El prestigio nacional se ponía en juego en todo momento, y una victoria de los equipos peruanos suponía la demostración de la supremacía futbolística del país andino por sobre el austral. Los periodistas peruanos no escatimaban en calificar al cuadro chileno, retratándolo generalmente como de inferior calidad: “Por lo que se ha podido apreciar ayer, el fútbol chileno, con ese su estilo peculiar del shoteo desde lejos, de los avances a grandes pases y de las jugadas fuertes, no es mejor que el fútbol peruano, más arrollador, más efectivo, a base de pases

***

El encuentro, jugado el domingo 2 de junio a las cuatro de la tarde, terminó empatado 1-1. Nuevamente se vio al estadio repleto y el público peruano ovacionó a ambos equipos cuando estos ingresaron al campo. Lores, del Association, adelantó para los locales en el primer tiempo, mientras que el equipo chileno empató en el complemento por intermedio del jugador Chaparro. Sobre el Colo Colo, se apuntaba a una merma en su rendimiento, producto de la seguidilla de partidos: “El Colo Colo, a nuestro juicio, hizo una presentación inferior a la de sus tardes anteriores. Es indudable que para ellos debe tenerse en consideración el natural cansancio de este equipo, que ha sido obligado a jugar tres partidos fuertes en el curso de una semana”, se podía leer en La Crónica. Este encuentro cobra especial relevancia pues justo un día después,

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el lunes 3 de junio, se firma en el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú el Tratado de Lima, el cual puso fin a casi cincuenta años de desavenencias territoriales entre chilenos y peruanos. El documento fue firmado por el embajador Emiliano Figueroa y el canciller peruano Pedro Rada y Gamio. Los principales diarios y revistas afines al régimen leguiísta, entre ellos La Crónica, hicieron de la noticia la portada de su edición del martes, cuando se conocieron todos los detalles del acuerdo. Meses más tarde, en octubre y en discurso solemne ante el Congreso Nacional, el presidente Leguía se vanagloriaría de este acuerdo, el cual calificó como uno de los hitos más grandes de su gobierno: “El Tratado con Chile abre una nueva época en la historia del Perú. A ese Tratado se debe en gran parte la situación que hoy ocupa el Perú en el mundo y sus imperfecciones no se deben a nosotros sino a los hombres que no supieron evitar la guerra”. Luego del 3 de junio, el acuerdo debía de ser ratificado en los respectivos Senados de los países dirimentes, hecho que ocurrió con prontitud. El Colo Colo tuvo que disputar un encuentro más luego de la firma del Tratado de Lima. Lo hizo frente al Atlético Chalaco, equipo representante del puerto del Callao. Ambos rivales ya se habían cruzado el año anterior –con victoria para los chilenos- cuando el Chalaco realizó una gira por tierras australes obteniendo muy buenos resultados. Precisamente, la prensa limeña se encargó de presentar este partido como una revancha para los peruanos y, metonímicamente, efectuar comparaciones sobre los estilos

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de juego del cuadro chileno y el equipo local. Al respecto apuntaba El Comercio en su edición matutina el día del duelo: “Para los unos y los otros, el partido es de compromiso: no sabe decir que el uno va seguro a vencer al otro, sabido cómo es que en el fútbol influyen muchos factores. La prueba es igualmente seria para ambos teams y cabe esperar que cualesquiera que sean los resultados del partido, su desarrollo tendrá fases impresionantes de buen fútbol”. El 8 de junio, el Atlético Chalaco goleó por 4-0 al Colo Colo, lo que significó la mejor actuación de un equipo peruano durante la temporada internacional. Incluso El Comercio llegó a titular “Peruanos 4 Chilenos 0”, atribuyéndole el triunfo del equipo porteño a toda la nación peruana. Los diarios enfatizaban la técnica y habilidad de los peruanos frente a la fuerza y velocidad de los chilenos, lo que revelaba, desde esa época, cómo se gestaban los primeros estilos de juego nacionales. El triunfo por un marcador tan holgado llegó a generar cierta sorpresa en los comentarios de periodistas locales, recpordando que ni el equipo de la FPF ni el Alianza Lima habían conseguido doblegar a los chilenos: “Con este triunfo que solamente no ha sido para ellos sino para el Perú, [los chalacos] han logrado conquistar sus laureles y fama de ser buenos jugadores y esto se debe al empuje y entusiasmo que les es característico”, informaba La Prensa. Para este último partido ingresaron 7077 personas, dejando una recaudación de 1059 soles.

*** La gira colocolina por Lima culminó con un total de tres empates y una derrota. El buen desempeño del equipo chileno frente a los representantes locales permitió que esta experiencia se repitiera con giras de equipos peruanos y chilenos a ambos lados de la frontera. Incluso, el cuadro albo retornó a la capital peruana para jugar nuevos amistosos en enero y julio de 1933. Luego, gracias a nuevas gestiones de Jack Gubbins, se formó una selección con jugadores de ambas nacionalidades (el Combinado del Pacífico) que entre 1933 y 1934 se embarcó rumbo a Europa donde llegó a disputar 39 partidos ante equipos de Gran Bretaña, Francia y España, entre otros. En 1935, Alianza Lima, el club más popular del Perú por aquel entonces, se embarcaría también rumbo a Chile en otra campaña internacional en la cual terminó invicto tras siete encuentros disputados, dos de ellos ante el “cacique”.


kakà

MANOS AL CIELO, SÚPLICA AL AIRE. EL BRASILEÑO QUE CREE SER UN ENVIADO DIVINO.




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