Edición nº13

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RENÉ HIGUITA

Pasó en la cárcel el que iba a ser “su” Mundial.




Vinicius Rodrigues Borges

Casi cuatro aĂąos a la sombra por quemar su casa.


EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

OMAR GATO ORTÍZ

El arquero mexicano condenado por secuestro. Un dulce.

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EDITORIAL N°13

EN SUS ÚLTIMOS DÍAS, cuando ya se veía cercado por la Policía, la DEA y sus competidores en la venta de cocaína, Pablo Escobar evadía la urgencia de su realidad escuchando por radio los partidos de su querido Atlético Nacional. Es posible imaginarlo escondido en un cuarto oscuro, con su oído pegado a un transistor minúsculo, con el volumen al mínimo para no ser escuchado, celebrando un gol cualquiera de un partido de liga ya olvidado; alegrándose por un breve instante que le permitiera olvidar su calidad de fugitivo, condenado a morir en manos de alguno de sus innumerables enemigos.

Fútbol y crimen están indefectiblemente unidos, como lo está cualquier actividad social con la maldad y las bajezas humanas. Como ocurre con política o la religión y el crimen. No estamos acá para ser indulgentes con quienes han robado, violado o asesinado; venimos a contarles buenas historias que han puesto, o debieran haber puesto, tras barrotes a los protagonistas del juego del balón. Porque, como verán en estas páginas, la vida no se cansa de mostrarnos que son de barro las estatuas que erigimos a nuestros ídolos.

La imagen humaniza al que, sin dudas, es uno de los hombres más siniestros de la historia moderna de nuestra sangrienta Latinoamérica. Lo muestra como un tipo normal, como cualquiera de nosotros que, aunque atribulados por nuestros problemas (probablemente más mundanos que los que tenía Escobar en ese momento), nos pegamos por un rato a la tele o vamos a la cancha para alentar a nuestros colores. Lo mismo ocurría con el psicópata que Ricardo Darín se obsesiona con perseguir en “El Secreto de sus ojos”. Aunque se sabe buscado, va a ver a Racing a la cancha de Huracán, se pone en riesgo porque intuye que, llegado el Juicio Final, será juzgado por su fidelidad al club, más que por sus actos.

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SUMARIO

EDITORIAL / p07

FÚTBOL GAY

LA MÁQUINA DEL TIEMPO / P16

POR NICOLÁS VIDAL

FELICIANO PALMA, ÍDOLO DE PENCO Y VILLANO DE LA JUSTICIA CHILENA / p28

POR OMAR PIÑERA SALAZAR

EL HÉROE QUE PROPUSO EL DESTINO / p32

POR ROBERTO MELÉNDEZ

EL BAMBINO Y EL BAMBINO / P38

POR SERGIO MONTES

EL ÍDOLO DE LA CIUDAD / P46

POR PAULO FLORES SALINAS

EL FOTÓGRAFO, EL JUGADOR Y EL ÁRBITRO / P50

POR FELIPE HERRERA AGUIRRE

GUSTAVO CANALES, ANTES DEL ADIÓS / P56

POR PATRICIO HIDALGO

CUENTO: el magnético / P58

POR ROBERTO RABI

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PAREDES

Vendo teles robadas. Contactar directamente.


EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

FREDY RINCON

Amistades peligrosas (nada menos que con el narcotráfico).

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STAFF EQUIPO DIRECTOR

CRISTÓBAL CORREA (@CRISTOBALCORREA) EDITOR GENERAL

NICOLÁS VIDAL (@NICOVIDAL79) EDITORES

PATRICIO HIDALGO SERGIO MONTES (@SMONTESL)

DANIEL CAMPUSANO (@dampusano2015) DIRECTOR DE ARTE

NICOLÁS PARRAGUEZ

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN NICOLÁS VIDAL OMAR PIÑERA SALAZAR SERGIO MONTES ROBERTO MELENDEZ

FELIPE HERRERA AGUIRRE PATRICIO HIDALGO ROBERTO RABI PAULO FLORES

WEB MATÍAS PARRAGUEZ IGNACIO CORREA

ILUSTRACIONES

FOTOGRAFÍA

FRANCISCO ROJAS

CRISTOBAL CORREA

PORTADA

JOFRE CONJOTA

DISEÑO





Historias y crónicas, narradas al estilo De Cabeza. Ya somos los más escuchados, súmate!


EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

LA MÁQUINA DEL TIEMPO Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)

2da Versión

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LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL

Pedro García

E

L DELANTERO CIERRA los ojos, tratando de ausentarse de su cuerpo para que toda su energía se concentre en la potencia del golpe, y saca un derechazo fuertísimo cuyo destino, inexorable, es colarse en el ángulo superior derecho. Sin embargo, el arquero, que se encuentra a contrapié, hace una contorsión imposible, vuela hacia atrás y contiene el remate. Y no solo lo contiene, lo que ya era difícil, sino que además tiene la desfachatez de llegar a la pelota con las dos manos y domarla sin dar rebote. Pero el que ataja no es cualquier arquero, el que ataja es Roberto “Cóndor” Rojas. Hay más de treinta grados en esa tarde del mes de enero: los jugadores sienten arder los pies bajo el calor que rebota, inmisericorde, en el campo de juego. El partido es intenso. Los rivales se juegan la vida en cada pelota. Uno de ellos intenta avanzar por el centro de la cancha, colándose por el callejón del seis, pero se encuentra con una pierna de fierro, infranqueable, que tranca el balón y no se mueve ni un centímetro. Esa pierna pertenece a Raúl Ormeño, quien ve abierto a Juan Carlos Letelier y le lanza un pase ajustado. Letelier, rapidísimo, deja atrás a su marcador con una facilidad que, peligrosamente, podría transformarse en humillación. Osvaldo “Arica” Hurtado, mientras tanto, hace un movimiento con la cintura, deshaciéndose de su marcador sin pelota, y espera en el punto penal, listo para recibir el pase y finiquitar. Pero Letelier parece jugar con la rabia del goleador ofuscado, porque sigue adelante y saca un bombazo a la entrada del área, imposible de atajar para el portero.

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Cóndor Rojas El partido termina en goleada. El funcionamiento del equipo, el nivel de las individualidades, no puede compararse con el rival. Sin embargo, el que parece ser su capitán, se acerca a darle la mano a Letelier, felicitándolo por su actuación. El equipo de los gendarmes ha sido derrotado de manera inapelable, pero sus integrantes mantienen una sonrisa burlona porque saben que el esparcimiento se acabará dentro de poco.

bro de las Fuerzas Armadas y de Orden al mando y a Pedro García como entrenador. Época de vetos, censura, represión. Años en los que comenzó a forjarse la idea de que ganar algo en el fútbol era una cuestión de vida o muerte para la patria. Este fue el punto en el que empezó el “todo vale” que, a tono con lo que pasaba en el país, fue el principio rector del fútbol chileno durante la década de los ochenta.

Han pasado unos minutos desde que terminó el partido en el patio 15 de la Penitenciaría. Todo retorna a la normalidad: los seleccionados juveniles vuelven a ser prisioneros y los ocasionales rivales, sus carceleros. Vienen otros gendarmes, ahora con uniforme azul, y los invitan a volver a sus celdas. Los seleccionados, sin chistar, cumplen la orden. Sigo imaginando y veo a Edgardo Fuentes caminando cabizbajo por el pasillo enrejado, mordiéndose el labio inferior, contemplando los barrotes, arrepentido, maldiciendo el minuto en que —después de habérselo pensado— le dio el sí a Pedro García para formar parte de esa selección juvenil que terminaba su concentración en la Penitenciaría de Santiago. Veo también a otros, como Marcelo Pacheco, caminando con la mirada en alto, desafiante, mucho más enojado que arrepentido, sintiendo que nadie les reconoce el sacrificio, el riesgo que han corrido ellos en nombre de la patria.

El incidente, conocido como el “caso pasaportes”, fue el primero de muchos que tendrían como corolario el “Maracanazo” del Cóndor Rojas en las Eliminatorias del año 1989. Pero no nos adelantemos. Volvamos a fines de 1978. Tal como cuentan Juan Cristóbal Guarello y Luis Urrutia en la profunda investigación periodística que aparece en el libro Historias Secretas del Fútbol Chileno II, Pedro García se encontró con una generación compuesta por nóveles figuras que despuntarían muchos años después, como Marco Cornez, Fernando Astengo, Héctor Hoffens y el mismísimo Patricio Yánez. Pero estos niños buenos para la pelota —que cumplían con la edad máxima de diecinueve años y seis meses— estaban muy verdes. Se necesitaba algo más para ganar. Y así fue cómo, después de un misterioso conciliábulo entre Gordon, García, el coronel Luis Zúñiga y el coordinador Enrique Jorquera, apareció por las instalaciones de Juan Pinto Durán una generación completa de jugadores avezados, con un par de años de experiencia en Primera División. Siempre hay correcciones y cambios en las nóminas, pero resulta al menos extraño que estos diecisiete nuevos convocados pasaran desapercibidos. Sin embargo, en esa época, eran muchas cosas las que pasaban desapercibidas.

*** A fines de 1978, el general de Carabineros Eduardo Gordon presidía la Asociación Central de Fútbol, y fue él quien designó como entrenador de la selección juvenil a Pedro García (sí, el mismo que ganaría dos campeonatos nacionales y tres Copas Chile con Colo-Colo entre 1981 y 1985). Tenemos, entonces, a un miem-

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Así llegaron, entre otros, Roberto Rojas, Osvaldo Hur-


LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL

Juan Carlos Letelier tado, Mariano Puyol, Atilio Guzmán, Marcelo Pacheco, Edgardo Fuentes, Francisco Ugarte, Óscar Rojas, Raúl Ormeño y Juan Carlos Letelier. Se hicieron dos equipos, uno con los más jovencitos (el equipo B) y otro con los veteranos (el equipo A). Bastaron pocos días de entrenamiento para concluir que las diferencias entre el A y el B eran demasiadas. Eso confirmaría el plan. Los jugadores sabían, evidentemente, que superaban la edad permitida para ir al campeonato Sudamericano Juvenil que se jugaría en enero de 1979 en Uruguay. Raúl Ormeño le explicó de esta manera a Axel Pickett, en el libro Caciques, su decisión de jugar en esa selección: “Nos llaman y nosotros, despistados. Por lo menos yo no pensé que nos iban a arreglar la edad, pensé que habían aumentado la edad reglamentaria”. Aunque lo cierto es que, al menos, se habría una duda enorme. Sin embargo, bastó una arenga patriótica de los dirigentes y el entrenador para convencerlos. Claro, si ahora escucháramos un discursito invitándonos a cometer un delito y arriesgar nuestras carreras en nombre de la patria, muy probablemente esto no sería suficiente para convencernos. Pero no hay que olvidarse que con ese mismo discursito se mataba, torturaba y censuraba. Algunos lo habrán hecho por la patria, miedo, y otros simplemente porque querían jugar el Sudamericano. Lo que importa es que lo hicieron. *** El entrenamiento ha sido riguroso. El profe García ha planificado los movimientos en detalle; tal vez comenzaron con un trabajo táctico para terminar con una sesión de fútbol reducido. En realidad, eso no importa; importa lo que pasó después. No debe haber sido en

una notaría, sino probablemente en las oficinas de la Asociación Central o en Juan Pinto Durán. “La máquina del tiempo” ha rejuvenecido a algunos adultos, transformándolos en menores de edad. Vuelven a depender de sus padres: tienen que pedir su autorización para salir del país. Pero no tiene sentido seguir metiendo gente en el enredo. “Papá, mira, tú crees que ya tengo veintiún años, pero la verdad es que tengo diecinueve, así que necesito que me firmes este documentito para que pueda salir a jugar al Sudamericano de Uruguay”. La multiplicación de problemas que pueden surgir es infinita. Los encargados optan, simplemente, por volver a una práctica que abunda en la época escolar. Se los ve nerviosos, a los jugadores. Están en una fila que avanza lentamente. Algunos leen el documento de autorización notarial. Otros no lo hacen. Algunos falsifican la firma de sus padres con sorprendente rapidez, otros se demoran, la dibujan con trazos inseguros, dubitativos. Tal vez, más de uno no queda conforme con el resultado y tienen que traerle el documento de nuevo. Pero el último en la fila está aproblemado. En su cabeza, probablemente, se mezclan los recuerdos de su padre con imágenes suyas con la camiseta roja de Chile jugando en el Sudamericano, dando el primer paso hacia una carrera internacional. Este jugador es Atilio Guzmán. Y los de su padre son solo recuerdos, porque para 1979 ya lleva tres años fallecido. Los encargados le han advertido que no hay tiempo para certificados de defunción ni otros trámites adicionales. El permiso notarial debe ser firmado ya. La mirada de los encargados es apremiante. Al pobre Atilio no le queda otra que revivir a su padre por unos segundos, bajo los trazos temblorosos de su firma falsificada.

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Arica Hurtado *** Pedro García y Enrique Jorquera, bajo la atenta mirada del general Gordon, formaron un equipo de colaboradores para realizar estos trámites incómodos. Primero se contactaron con Miguel Moya y Manuel Rodríguez, quienes trabajaban en una agencia de viajes llamada Intour, y después incorporaron a un personaje clave: el funcionario del Registro Civil, Claudio Miranda. El equipo estaba completo, cédulas de identidad nuevecitas, pasaportes timbrados. La convicción —genuina para unos, forzada para otros— de haber hecho lo correcto por el bien de la patria, ni más ni menos que lo mismo que hacían paraguayos y uruguayos en los campeonatos juveniles. Además, este mismo equipo venía de lograr un hito sin precedentes: había derrotado en un amistoso a los uruguayos en el Estadio Centenario, en el primer triunfo de un equipo chileno en esa cancha en toda la historia, tanto a nivel de clubes como de selección. El Mundial Juvenil de Japón —el mismo donde brillaría Diego Armando Maradona— estaba a la vista, solo había que responder en la cancha. Ahí estuvo el problema, la grieta que terminó por desmoronarlo todo. Me refiero a la respuesta en el campo de juego. Chile formó parte del grupo B —que se jugaba en la ciudad uruguaya de Paysandú— con Brasil, Paraguay, Colombia y Bolivia. De ellos, los dos primeros pasarían a la segunda fase, que definiría los tres equipos clasificados para el Mundial. “La máquina del tiempo” debutó oficialmente el 12 de enero de 1979 y se comió una boleta de 6-0 contra la selección paraguaya de Rogelio Delgado y Julio César Romero. Imagino la impotencia, la rabia de Pedro García al ver que todos sus esfuerzos, dentro y fuera de la cancha, terminaban con una humillante paliza. Después llegó

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Brasil: nueva derrota, esta vez por 1-0, lo que en diferentes circunstancias podría tomarse como otro de tantos triunfos morales, pero que en este caso significaba despedirse definitivamente del Mundial. El sueño patriótico de García y Gordon se esfumó en los dos primeros partidos. Tres jugadores se fueron de putas para pasar las penas del primer partido. Ormeño afirma que, en su calidad de capitán, fue junto a Francisco Ugarte en busca de los tres irresponsables, a devolverlos de un ala a la concentración. Una publicación de prensa afirmó que había sido todo el plantel el que se había arrancado al burdel. El equipo comenzaba a estar en boca de todos. Pero eso no tuvo nada que ver con las “lesiones” de Edgardo Fuentes y Mariano Puyol. Claro, ambos habían jugado el Sudamericano Juvenil anterior, en 1977, y la fecha de nacimiento con la que figuraban en los registros de la Conmebol no era la misma que salía en sus relucientes pasaportes. Rápidamente, fueron llamados Fernando Astengo y Óscar Meneses en su reemplazo. Mientras tanto, en Chile, el escándalo recién comenzaba. El Presidente de Colo-Colo declaró, extrañado, que Raúl Ormeño era mayorcito para andar con los juveniles. Paralelamente, comenzó una investigación en el Registro Civil. En Paysandú, por su parte, las cosas mejoraban: Chile ganó los siguientes partidos, contra Colombia y Bolivia, tratando de compensar la humillación de las primeras fechas. Los muchachos consiguieron, al menos, un premio de consuelo: clasificaron a los Juegos Panamericanos de Puerto Rico. Pero, al mismo tiempo, la rápida investigación en el Registro Civil terminaba con una querella criminal por la falsificación de los pasapor-


LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL

Raúl Ormeño tes de 17 de los 18 jugadores que conformaban la selección juvenil. Vinieron las declaraciones destempladas sobre cómo había sido manchada la fe pública del Gobierno (que por esos días ya estaba bastante complicada —como cuentan Guarello y Urrutia— con los pasaportes falsos de los agentes de la DINA que asesinaron a Orlando Letelier en Washington). La opinión pública y autoridades se unían, escandalizadas, como si todo esto fuera una sorpresa.

lante la investigación en el Registro Civil? En tiempos de control absoluto, de fiebre histérica por el triunfo, es bien probable que el director del Registro Civil, José Bernales, hubiese recibido una conveniente orden de echarle un poquito de tierra al asunto. A los héroes no se los toca, la pelota ganadora no se mancha, a los muchachos que se sacrifican de esa manera por la nación y alcanzan la gloria en su nombre no queda otra que rendirles un homenaje, sin preocuparse tanto por esos problemas burocráticos. ***

Un fraude tan burdo solo era posible en un país donde el régimen tuvo a los medios de prensa como uno de sus principales cómplices. Varios habían jugado el Sudamericano anterior, las fechas de nacimiento de todos los jugadores eran de público conocimiento, igual que la cantidad de años que llevaban jugando en Primera División. Bastaba un simple chequeo de datos. Si callaban asesinatos, torturas y desapariciones, este pequeño detalle administrativo parecía casi un accidente. Pero cuando llegó el escándalo, todos los medios reaccionaron indignados, con furibundas editoriales exigiendo todo el rigor de la ley.

El avión de Lan Chile despega del Aeropuerto Internacional de Carrasco. El plantel parece contento: lograron revertir un comienzo desastroso, al menos ganaron los dos últimos partidos y consiguieron clasificar a los Juegos Panamericanos que se disputarían a mediados de ese año en Puerto Rico. Los músculos cansados, las piernas adoloridas. La esperanza, de algunos, de que el rendimiento de los dos últimos partidos haya quedado en la mente del cuerpo técnico y de la hinchada para futuras convocatorias, y así seguir asegurando una camiseta de titular en sus respectivos clubes.

La histeria, el escándalo, la caza de brujas tienden a profundizarse en la derrota. En esos tiempos, donde comenzaba a imponerse el “todo vale”, dolía muchísimo ser sorprendidos haciendo trampa y más encima comerse una boleta histórica en el primer partido. Pero vale la pena preguntarse qué habría pasado si Chile ganaba esos dos primeros partidos, si Chile hubiese clasificado al Mundial Juvenil de Japón, trayendo a casa la gloria, un triunfo que engrandecería a la patria en el firmamento continental. ¿Habría hablado el presidente de Colo-Colo? ¿Se hubiera llevado ade-

El avión de Lan Chile aterriza en la losa del Aeropuerto Pudahuel. Se abren las puertas y los seleccionados sienten una cachetada del calor de enero en Santiago. Muchos de ellos tienen experiencia y saben que a veces los jugadores son recibidos por la prensa en la misma escalera del avión. Pero no hay nadie. Son conducidos al salón VIP del Aeropuerto. Los veinteañeros, jóvenes y entusiastas, se acomodan esperando que se abran las puertas para enfrentar a los periodistas. La mayoría ya tiene pensado lo que irá a declarar, el orgullo por vestir la Roja, por haber clasificado a una

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Mariano Puyol competición internacional, el primer paso de una carrera que promete. La espera se alarga unos minutos. Comienza a correr un rumor: les están preparando un homenaje por haber clasificado a los Juegos Panamericanos. No era el objetivo principal, pero, al fin y al cabo, se trata de un triunfo para Chile. Se abren las puertas del salón VIP y lo que encuentran los jugadores no es a un grupo de dirigentes orgullosos, listos para homenajearlos, ni a un puñado de fieles hinchas de la Roja con banderas chilenas; lo que encuentran son decenas de uniformes verdes, parte del gran contingente de carabineros que mantiene rodeado el Aeropuerto. Miradas de incredulidad, rodillas cansadas que chocan entre sí, estómagos que se tensan amenazando con romperse, ojos abiertos sin pestañear, corazones acelerados, pero por sobre todo, miedo, esa sensación de que hay un hoyo que se está abriendo bajo tus pies y que no sabes hasta dónde te hará caer. *** Diecisiete jugadores terminaron en la Penitenciaría de Santiago. Solo se salvaron Astengo, Meneses y Álvarez, los únicos que tenían la edad suficiente para jugar el Sudamericano Juvenil. Pasaron los cinco primeros días incomunicados en celdas individuales, ratoneras de dos por dos metros, donde la luz entraba apenas –como un miserable rastro– por una rendija ubicada en la parte más alta de la pared. Así lo contó Ormeño en Caciques: “Nos trataron como el forro. Cinco días durísimos. No comí nada, salvo un pedazo de chocolate que no sé cómo nos llegó después de un par de días. Había una colchoneta que al principio te daba asco, pero después de doce horas, sin nada en qué

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apoyarte, era lo único de alguna forma... blando, porque era de saco de harina, aunque llena de caca y de quizás qué otra hueá, hedionda. A las doce horas le hacíai chupete, acostado, no teníai otra posibilidad”. La única forma de comunicarse entre ellos era a los gritos, colgándose de los barrotes de esa pequeña rendija por donde entraba la luz. Después de la incomunicación, pasaron a compartir una celda más grande, con piso de tierra e inundada de pulgas, pero donde al menos podían conversar y moverse con más libertad. La Asociación Central de Fútbol –que los había metido en el enredo– no pudo sacarlos de la cárcel, pero se preocupó de evitarles un dolor de espalda: les enviaron colchonetas. La presencia de estos prisioneros rompió la inercia del encierro para el resto de los internos, y también para los gendarmes, que aprovecharon la oportunidad para jugar unas pichangas desafiando a las estrellas. Estuvieron doce días en la Penitenciaría. Pedro García, en tanto, pasó más tiempo entre las rejas: treinta y siete días. Además, el técnico fue condenado a mil ochenta y cuatro días de reclusión, los que, como era de suponerse, cumplió en libertad con medidas alternativas. La sentencia condenatoria de García salió recién el año 1984, cuando ya era uno de los técnicos más reputados de Chile, habiendo obtenido dos campeonatos nacionales con Colo-Colo. También fueron condenados Enrique Jorquera, Manuel Rodríguez y Claudio Miranda. Sin embargo, el general Eduardo Gordon, como solía pasar con los militares involucrados en estos casos, fue convenientemente enviado de embajador a Nicaragua, después de haber sido reemplazado por Abel Alonso como presidente de la Asociación Central.


LA MAQUINA DEL TIEMPO / NICOLAS VIDAL

*** La luz, ese poderoso destello, hace un fuerte contraste con el césped. Como una luciérnaga. Durante escasos segundos, el área se ilumina. Este hermoso núcleo incandescente es seguido por una cola de humo enroscado que, luego de hacer una pequeña curva, sube decidido en dirección al cielo negro. Se forma, asimismo, una aureola alrededor de la luz y de ella comienzan a salir chispas hacia arriba. Es un espectáculo hermoso. Y efímero. El arquero está botado en el suelo, las piernas estiradas, las manos que se refugian en los guantes que le cubren el rostro, aparentando conmoción y dolor. Se revuelca levemente en el suelo, mientras, con una agilidad admirable, saca la hoja de afeitar que tiene escondida en alguna parte del guante. Y con ella se hace un corte largo y profundo, lo suficiente como para que de su cabeza brote un chorro de sangre que los deja mudos a todos, en especial a sus compañeros, que se agrupan —consternados—, viendo el rostro ensangrentado de Roberto Rojas. Alrededor del Cóndor herido se juntan los demás jugadores y el cuerpo médico de la selección. Entre ellos, se encuentra el delantero Juan Carlos Letelier que, después de reclamar airadamente al árbitro, hace un gesto con ambas manos hacia la banca chilena para que se apuren con la camilla. La sangre sigue manchando el cuerpo de Rojas, que ha dejado de moverse: parece haber perdido la consciencia. Y también puede verse, por supuesto, a Fernando Astengo, que solo se despega del arquero para ir a conversar con el árbitro Juan Carlos Loustau. Sin embargo, en su cabeza ronda seguramente la fatídica decisión que tomaría unos

minutos más tarde, en su calidad de vice capitán del equipo: retirarse de la cancha del Maracaná. También hubo otros que estuvieron a punto de estar presentes en ese partido de las Eliminatorias del año 1989, jugado en el Maracaná, pero no alcanzaron a llegar. Como Raúl Ormeño, expulsado en el partido de ida con Brasil en el Estadio Nacional, donde le había pegado a Branco una de las patadas más groseras y malintencionadas que recuerde la historia del fútbol. O el mismo Osvaldo Hurtado, que alcanzó a jugar la Copa América de 1989, pero no así las Eliminatorias del mismo año. El final de esta historia todos lo saben: Chile quedó fuera del Mundial de Italia 1990 y además fue castigado sin jugar las Eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 1994. Y significó el final, asimismo, de una generación que fue iniciada en las peligrosas artes del “todo vale” por Eduardo Gordon y Pedro García. Hijos de una época donde cada día era una muestra patente, desde las más altas autoridades hacia abajo, de que no siempre es necesario seguir las reglas con tal de obtener el triunfo. Una generación que terminó sufriendo las consecuencias de haber sido formada bajo la filosofía del ganar a toda costa en un país que, hasta la Copa América de 2015, nunca había ganado nada. * Esta crónica forma parte del libro Cambio de juego (Editorial Planeta, 2017).

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LUIS “luchopato” NUÑEZ

Ha vuelto a ser libre. Talento sin Dios ni ley.



pronto

en la retina del hincha

PROYECTOS

DE

CABEZA

2017



EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

ídolo de Penco y villano de la justicia chilena Por Omar Piñera Salazar

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FELICIANO PALMA

H

ACE ALGUNAS semanas, volvió a hacer noticia Feliciano Palma Matus, Ingeniero Comercial de la Universidad de Concepción y otrora dueño de la empresa Lozapenco, famosa tanto por sus productos loceros como por su equipo de fútbol. Nuevamente fue detenido por la Policía de Investigaciones en la ciudad de Victoria, Región de la Araucanía, acusado de estafas bancarias.

Fue así como Palma volvió al sitial que frecuentó hace unos años: los titulares de diarios. Primero, cuando era uno de los hombres más buscados del país por uno de los fraudes al Fisco más grandes de los que se tenga conocimiento en Chile, superior a los US$46 millones, por la exportación de sanitarios y palos de escoba sobrevalorados. Luego, por su cinematográfica detención por el FBI. En el mes de abril del año 1990, no sólo cayó Palma, sino que -con él- cayó también su fábrica de loza y, como efecto dominó, el club de fútbol que la representaba. Cuando Fanaloza compró Lozapenco durante la primera mitad de la década del ’90, lo primero que hizo fue deshacerse de gastos innecesarios, partiendo por el equipo. Antes de que estallara el escándalo, la historia parecía que sería otra. Los más futboleros recordarán al club que transitó entre

la Tercera y Segunda División (actual Primera B) entre fines de la década del ‘80 y comienzos de los ’90, invirtiendo grandes sumas de dinero en contratación de jugadores, y llevando a cabo un ambicioso proyecto de llevar al equipo de Penco a las ligas mayores del fútbol profesional chileno. El sueño parecía hermoso, el anhelo de los dirigentes era proyectar el equipo a la comunidad. Cuando Palma compró la fábrica en la década del ’80 no escatimó en invertir recursos para que el equipo fuera protagonista en Tercera División y subiera prontamente al fútbol profesional. Con su patrocinio, el club ostentaba lujos envidiables para muchos equipos del fútbol profesional y amateur de la época, con promedios de público sobre las 10.000 personas, que además acompañaban en numerosos buses y trenes cuando se jugaba de visitante, especialmente en la zona sur de Chile. En el torneo del año 1989, Deportes Lozapenco finalmente se transformó en un club profesional al derrotar a Quintero Unido y dejar en el camino a Unión Santa Cruz. Con la llegada a la Segunda División, Palma pasó a ser ídolo de Penco. Fueron tardes gloriosas para la comunidad de Penco: el equipo locero les daba constantes alegrías con triunfos y goles.

caída de Palma trajo consigo la quiebra de Lozapenco; más de 1000 personas quedaron cesantes en la fábrica, una treintena en el equipo de fútbol. Feliciano Palma siguió haciendo noticia: en el año 2001 obtuvo la libertad, pero tres años más tarde volvió tras las rejas por otros delitos económicos. En el año 2013 fue nuevamente detenido por delitos tributarios. P.D.: El autor tuvo la “suerte” de encontrarse cara a cara con el Sr. Palma Matus hace 10 años en la comuna de Vitacura, en una oficina de una concesionaria de autopistas donde quería tramitar la obtención de un televía (tag) para una empresa de su propiedad, pero le fue negado debido a que no contaba con toda la documentación necesaria para adquirirlo. Probablemente, también incidió en la negativa el hecho de que el trabajador en cuestión conocía la mayor estafa del siglo veinte en Chile, con lo que -con mayor razón- desconfió de las intenciones del cliente, explicándole amablemente que no podía otorgarle dicho equipo.

Pero todo terminó de golpe. La

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MICHAEL RĂ?OS

Poco ruido y muchas nueces.



Por Roberto MelĂŠndez*

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EL HÉROE QUE PROPUSO EL DESTINO

L

A DESCONOCIDA Selección de Zaire había conseguido el boleto africano para la Copa del mundo de Alemania ‘74 y el dictador Motubu no escondía su orgullo. Así lo manifestó públicamente, asegurando que el hito conquistado por los jugadores y el cuerpo técnico, rodeados del éxito que construye la categoría de héroes contemporáneos, no sería en vano ni gratuito. Las calles de Kinsasa y el resto del territorio eran una fiesta. Motubu llamó a su despacho al técnico, a quien él mismo contrató, el yugoslavo Blagoiev Vidinic, y junto al humo de un habano y una botella de vodka, rieron y platicaron con entusiasmo sobre el futuro. Motubu prometía un nuevo estadio, instalaciones de primer nivel y reforzar la liga local con los recursos necesarios para hacer de la primera nación subsahariana en una cita global de la redonda, la cuna futbolística del áfrica negra. Blagoiev asentía con la cabeza; se percibió reconocido, e incluso, con el vodka bailando en su cuerpo, conversó algunos problemas de su vida privada, más propiamente del corazón. Motubu, con su presencia robusta y aire militar, medio en broma, medio en serio le manifestó que cualquier diligencia “la resolverían”, apuntando a una metralleta que mimaba al lado derecho del escritorio.

El técnico soltó una leve mueca disfrazada de risa, minimizando sus sentimientos: el alcohol del cuerpo se iba a la banca frente al miedo, y los temas personales, rápidamente quedarían de lado. Blagoiev retomó al balón como escudo, buscando distraer, así, los ojos imperturbables de quien tenía al frente. Motubu le ofreció otro habano y Blagoiev lo aceptó de inmediato. El país, que pocos años atrás era conocido como el Congo Belga, ahora vivía una fuerte revolución nacionalista sujetada en la figura de su líder, Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga, que traducido al castellano podría ser algo así como: “El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso”. No es difícil desprender, entonces, la presunción bélica y de iluminación del dictador, proyectando así su personalidad en la configuración

del país. Para Motubu, un sujeto astuto, retóricamente hábil, disciplinado militarmente y sin afección definitiva por ningún lado del muro -ni capitalista, ni comunista-, su verdadera convicción era bordear y penetrar a través de la conveniencia. Así, controlaba el poder total de la nación: desde la ley hasta la vida humana. Por supuesto, también al fútbol, donde había puesto ambos ojos. Reconocía el arraigo popular de la pelota y estaba al tanto de la atención internacional que esta capturaba. Un lugar en el fútbol era un lugar en el mundo, pensaba. Un lugar del que Zaire, o más bien Motubu, aún no se sentía parte ni reconocido. Por eso la participación de la Selección en la Copa del Mundo era un tremendo un hito, el cual ayudó a conseguir por todos los medios. Todos. No hubo árbitro que no recibiera su recado. En la cancha, Zaire se perfilaba como una selección en crecimiento; en los resultados, con las gambetas

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EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

un hogar propio, comprendiendo por primera vez el sustrato calmo de la felicidad.

del dictador en la sombra, era un equipo ganador. Luego de la clasificación, mandó a construir un salón especial para ver los partidos del torneo de la FIFA; pidió, por supuesto, una caja especial de Vodka importado; y envió una guardia especial a Alemania para que la comitiva deportiva estuviese segura... y tampoco olvidaran a quién representaban. La selección de Zaire caminaba por Alemania con ánimo distendido, junto a la sensación de deber cumplido, disfrutando cada segundo de lo que era realmente un sueño. No se trataba de jugadores inexpertos, ya que en el país africano existía una liga de márgenes semiprofesionales, pero, obviamente, ninguno calzaba lo de Cuyff o Beckenbauer, y la prensa así se los hacía saber al ignorar cada una de sus prácticas, ni recoger testimonios de su aventura especial. La desconfianza hacia un fútbol desconocido y los fuertes rumores de arbitrajes más que extraños en las eliminatorias africanas, le quitaban crédito a un momento extraordinario e histórico. “Harán

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el ridículo”, era una apuesta segura de varios especialistas. Igualmente, todo esto a Mwepu Ilunga le daba igual. Ilunga, de 24 años, corría de un lado para el otro, expresando un regocijo sincero mientras mostraba sus enormes dientes blancos cada vez que venía alguna fotografía. Y también se ponía coqueto cuando alguna rubia alemana miraba al grupo de futbolistas con curiosidad. Sonreía sin poder frenarse, sin querer hacerlo. Nunca creyó que llegaría tan alto y que ese balón de trapo con el que jugaba con los curas flamencos serviría para algo. Tampoco creyó que esos trotes eternos escapando de su casa para tener unas horas de francés y un plato de comida serían vitales en eso que el profe Blagoiev llamaba “condición física”. Ilunga quería que empezara la competencia, medirse con los buenos de verdad, dejar la piel en la cancha y al volver encontrar todo lo que el gobernante no escatimó en ofrecer. Se embrujaba ante la imagen suya arriba de un automóvil y lo tranquilizaba la idea de

Como era de esperarse, el primer partido fue una derrota, no obstante, el seleccionado debutante podía irse con la cabeza en alto. Es cierto que las descoordinaciones defensivas no parecían estar a la altura del evento, pero el espíritu de lucha nunca decayó en los muchachos de Blagoiev, e incluso más de una acción de riesgo en el arco rival ofrecieron. No, no hicieron el ridículo que muchos esperaban. Fue un 0-2 frente a una selección reconocida como la de Escocia y de pasada sacaron los nervios típicos del debut. Ilunga fue titular: pegó un par de lindas caricias. Sin embargo, desde la opulencia de palacio, Motubu se sintió ofendido por lo que el mundo había visto. Cada ocasión escocesa revistió un puñal a la identidad del dictador. Y cada ocasión ofensiva desperdiciada, vaciaba en seco el vaso del cual bebía. Sin mediar mayores cavilaciones, se retractó al instante de cada una de las promesas que les hizo a los futbolistas antes de que estos viajaran a Alemania. Motubu no dudó en increpar públicamente el accionar del equipo, renegando de ellos tras noventa minutos. Una vez enterados de la noticia, la selección quiso rebelarse, representar el descontento, pero no había nada firmado, aunque tampoco hubiese servido. Fue ahí, en esa justa rabieta en el hotel, en Dortmund, que los jugadores tomaron -como demostración de protesta- la decisión de no darlo todo en el siguiente


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compromiso. El significado de eso no sólo era un delirio para el fútbol y un garabato a la pelota, pues, si Zaire tenía pocas posibilidades jugando en serio, no hacerlo pavimentaba el caos y era una invitación abierta a desatar la ira de Motubu. Ilunga, de hecho, quiso irse expulsado y pegó una alevosa patada por detrás durante el encuentro, sin embargo, el árbitro -quien obviamente no sabía del plan de los muchachos de Zaire- disculpó a Ilunga, seguramente para evitar una catástrofe mayor en el resultado del partido. El destino así lo propuso: quería a Ilunga en el último partido. Yugoslavia pasó por caja sin contemplaciones y sacudió con un 9-0 la floja resistencia de su rival. Ahora sí que habían hecho el ridículo. Al regresar sucedió lo esperable:

la ira de Motubu. Acorralados por la guardia del dictador, conocieron del recado que rápidamente les hizo llegar: “Si el equipo pierde por más de tres goles frente a Brasil, no volverán ni irán a ninguna parte”. Y para sumar ahogo, el siguiente rival era nada menos que la selección de Brasil, quienes necesitaban ganar por al menos tres goles de diferencia para avanzar a la siguiente ronda del mundial, es decir, el Scratch buscaba el todo o nada frente a ellos. El silencio subrayaba un miedo que hablaba en latidos. No estaba en juego el honor que inspira cualquier pichanga, tampoco el valor de enfrentarse al vigente campeón del mundo, y muy lejos había quedado cualquier estímulo material: las piernas de esos futbolistas temblaban vida. Blagoiev compren-

día la adrenalina del momento y recalcó que la serenidad era fundamental para conseguir el objetivo. Unieron sus manos y, en vez de un grito, se abrazaron en un suspiro profundo, luego, se arengaron uno a uno y salieron a la cancha. Adentro del campo nada estaba olvidado, pero el apego al juego era real, y aunque la tensión natural mostraba torpezas, el sudor era colectivo. Brasil llegaba por todos lados y perdía las ocasiones casi por mandato divino. El arquero de Zaire volaba para cualquier lado, los defensas bañaban de pelotazos, los volantes estorbaban, los delanteros jugaban de lateral. Zaire era kétchup a la sopa, no obstante, sobrevivía. Pero el equipo sudamericano encontró el arco y cuando faltaban diez minutos para el

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final ya había convertido sus tres goles. El mundo entero esperaba el cuarto gol de Brasil, estirar la goleada y seguir disfrutado; la selección de Zaire sólo quería que la tortura terminara. Fue así como a los 81 minutos, Brasil tuvo un tiro libre a favor. La posición era perfecta, no más de veinte metros de distancia y al frente un especialista como Rivelino. El portero estaba al medio del arco, parecía una aguja. Blagoiev rezaba desde la banca. La barrera trataba de hacerse más alta, más gruesa. Imposible. La angustia les devoraba el pecho y Mutubu, fríamente desde un lejano televisor, miraba la escena. El árbitro suena el pitazo. Rivelino toma carrera hacia el gol, pero Ilunga, que está en la barrera, no se contiene y estalla: corre aceleradamente hacia la posición del balón, anticipa a Rivelino y, con un magistral

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puntete, manda la pelota lejos, muy lejos, fuera del fútbol, desnudando la mierda.

con una nueva sensación de afrenta, apagó el televisor y su deseo de ser parte del mundo.

En aquel momento nadie entendió nada y se dijo con facilismo que el joven no conocía las reglas del fútbol. Así quedó, y hasta el día de hoy se mira de manera cómica la imagen de ese famoso tiro libre en que Ilunga irrumpe corriendo, dejando atónito al estadio, a Rivelino, al árbitro, al mundo y al propio Motubu. Pero las conocía, y también conocía el instinto de supervivencia.

Los jugadores volvieron a Zaire tras el último partido, sin honores ni reconocimientos... pero volvieron. No hubo nuevos estadios ni más dinero para el fútbol. A pesar de aquello, Ilunga, por supuesto, siguió jugando a la pelota en el anonimato de su liga, por el arrebato de su coraje. Así lo propuso el destino, así lo quiso el fútbol.

Ilunga, quien posteriormente reconocería que buscaba ser expulsado, se ganó una amarilla e hizo una inolvidable reverencia cuando se la mostraron. Fue la irónica reverencia frente al poder. Rivelino, desconcertado y desconcentrado, falló posteriormente el tiro libre. Zaire aguantó los últimos minutos; Blagoiev, quien no regresaría nunca más a Zaire, lo festejó como un título; Motubu,

*Autor del libro Barrio Bravo (Editorial Sudamericana, 2017).


HERRERA

Que no conduzca mรกs, nunca mรกs.


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Por Sergio Montes

E

L AUTO QUE SE ACERCA baja la velocidad hasta el mínimo. Apenas se mueve, avanza calle abajo, pero no es eso lo que le interesa al conductor. Mirar, pispear, escudriñar la calidad de la carne, al mismo tiempo que busca en su interior si, esta vez, no le ganará el miedo. O la vergüenza, que es una forma de miedo. Pero, ahora sí, cree que se atreverá. Nada en el ambiente parece distinto, pero hay algo, probablemente dentro suyo, una valentía que no había sentido las otras veces. La misma calle oscura, tímidamente alumbrada por faroles amarillos; la misma soledad, ese silencio que hace que los susurros propios se escuchen como gritos desaforados; las mismas chicas paradas esperando una oportunidad, algún conductor urgido, probablemente borracho, que les ayude a sacudirse el letargo de la espera, que baje el vidrio del copiloto tal y como él lo está haciendo ahora.

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- ¿Qué buscás, mi amor? - ¿Cuánto? - Doscientos y podés hacer conmigo lo que querás. - Subíte. Al ruido de la apertura de los pestillos automáticos lo sigue el de la puerta abriéndose. - Uuuuuuuuuy, pero ¡qué lindo que sos! ¿Cómo te llamás? - Jorge –miente– ¿y vos? - Malena, para servirte. *** Se apagan los focos y las cámaras. “Todo bárbaro, muchachos, felicidades”. El director siempre dice lo mismo, pero esta vez lo dice en serio. “Bambi, nos hiciste cagar de risa, sos un pelotudo”. El Bambino sonríe, siempre lo hace. Camina al camarín donde le sacarán el maquillaje, pero el tránsito es lento: golpes en la espalda, comentarios aduladores al pasar. “¿Te podés hacer una foto con mi hijo, Bambi?”. “Cómo no”, posa encantado. La foto quedará

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para siempre o, al menos, durará hasta que el celular devenido en máquina fotográfica no se pierda: el Bambino, rubio, bien conservado para la edad que tiene, abraza por la espalda a un chico de unos 12 años, hijo de una de las muchachas de producción del canal, donde sigue siendo una de las figuras más populares. Ambos parecen contentos, pero el chico lo está más: es fanático de San Lorenzo de Almagro, y el señor que lo abraza en la foto es una leyenda viva, es Héctor Rodolfo Veira, campeón con el club como jugador y como técnico, delantero fantástico, carismático, gran contador de anécdotas de interminables noches bohemias que ya no volverán, dueño del insólito récord de ser querido no sólo por los hinchas cuervos, sino también por los de Huracán, su archirrival, donde también jugó. No sólo eso, es adorado en River Plate (al que sacó campeón del mundo al ganarle al Steua de Bucarest en la Copa intercontinental) y respetado en Boca Juniors, club al que también dirigió. El Bambino Veira es un personaje, “patrimonio del fútbol argentino”, le grita alguien antes de que al fin se pueda colar en su camarín.


EL HÉROE QUE PROPUSO EL DESTINO

*** Malena y el Bambino se conocieron hace 30 años, el 16 de octubre de 1987. Héctor Veira oficiaba como entrenador de San Lorenzo, y Malena no era Malena, sino Sebastián Candelmo, tenía 13 años. Eran las seis de la tarde y los primeros calores avizoraban que todo estaría bien. Sebastián iba en el auto con su padre José Luis y un amigo. “¡Miren quién está parado ahí, en la esquina!”. La pregunta no esperó respuesta; José Luis bajó rápidamente la ventana del copiloto y se puso a gritar “¡Bambino! ¡Bambino!, por acá”, mientras bajaba la velocidad. Héctor sonreía, como siempre. José Luis también lo hacía cuando detuvo el auto en medio de la calle, a dos pasos del ídolo. “Che, Bambi, ¿le darías un autógrafo a los pibes? Mirá que son fanáticos de River”. Sebastián y su amigo se bajaron del auto, mientras el padre avanzaba para buscar un estacionamiento. Sebastián no podía más de la emoción, mañana sería la estrella del colegio con su autógrafo de Veira y su historia de cómo el Bambino se tomó el tiempo para contarles detalles inéditos de esa madrugada en que, con gol del uruguayo Alzamendi, River ganó la Copa Intercontinental en Japón. Sería su día de gloria. Y ahí estaba, en carne y hueso, Héctor Rodolfo Veira. Dentadura impecable, cabellera reluciente, ni un gramo más que cuando jugaba. Saludó de mano a ambos chicos, hasta le desordenó el pelo al amigo de Sebastián. Dos hojas de cuaderno y un lápiz, todo lo necesario para inmortalizar el encuentro, para tener pruebas que mostrar a los compañeros. Y, de pronto, todo parece venirse al suelo. “No escribe el lápiz”, dijo el Bambi. “¡La puta madre!”, pensó Sebastián. ¡Cómo tan mala suerte! Ellos en la mitad de la calle, sin chances de conseguir otro bolígrafo, con José Luis que ya se fue a dar una vuelta y no se veía por ningún lado. “Pero miren, chicos, no pasa nada. Justo acá arriba está mi departamento”, dijo Héctor, y luego siguió, mirando a Sebastián “si me acompañás te firmo los autógrafos arriba, y cómo sabes si encontramos algún banderín de River, que debo tener uno por ahí”. “Esto no me lo va a creer nadie”, pensó Sebastián,

sonriente, al tiempo que respondía que sí, que por supuesto, que muchas gracias por tomarse la molestia. “Naaaaaaa, todo bien, pibe, lo hago encantado”. Así subieron los dos, mientras el amigo se quedó esperándolos abajo. En rigor, el departamento al que se dirigían no era propiamente el hogar del Bambino. No era, al menos, el lugar en el que vivía con su mujer de esos entonces, Sonia Pepe. Más bien, se trataba del bulín de Héctor Rodolfo Veira, su vía de escape, a donde llevaba a sus numerosas conquistas que lo habían transformado en una leyenda de la bohemia porteña, el chacal de las vedettes en una época en que el término botinera todavía no se usaba en los programas de chimento. “¿A vos te gustaría ser futbolista cuando grande?”. La pregunta podría haber sonado repetida, viniendo de un adulto; pero el que la formulaba no era un adulto cualquiera: era el mismísimo Bambino Veira. “Sí, por supuesto, quiero ser jugador de River”, respondió Sebastián como un acto reflejo. Sabía que no era el mejor de su curso, que no tenía el talento de otros chicos que eran unos fenómenos; pero ese año había mejorado mucho, lo notaba porque ya no era de los últimos en ser elegidos cuando se armaban equipos en los recreos. “Se ve que tienes piernas de futbolista”, dijo Héctor, justo cuando se abrió la puerta del ascensor. “Seguíme que el departamento es acá, a la derecha”. “Che, mientras busco el banderín porque no te sacás los pantalones. A ver si esas piernas son de verdad de futbolista”. *** Cuando Sebastián salió del departamento de Veira llevaba en su mano las dos hojas de cuaderno, ambas firmadas por el Bambino. Una de ellas rezaba “Para Sebastián, con mucho afecto” y luego llevaba la firma ininteligible del ídolo. Antes de tomar el ascensor de vuelta, rompió uno de los autógrafos, el que tenía su nombre, y el otro se lo dio a su amigo que lo esperaba abajo junto a José Luis que, finalmente, había encontrado donde dejar el auto. Pasaron horas antes de que Sebastián se atreviera a contarle lo sucedido a su madre, y seis años antes de que la justicia le creyera. Al domingo siguiente, el Bambino recibió una ovación en la cancha de San

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Lorenzo; fue la forma en que los fanáticos le hicieron ver que no lo dejarían solo en medio de las infamias de la familia Candelmo, que sólo buscaba dinero. *** 30 de agosto de 1991. Pese al invierno, hace calor en Buenos Aires. En el predio de Vélez Sarfield no hay intrusos ni hinchas, solo funcionarios del club, jugadores y cuerpo técnico. En el centro de la cancha, Veira da las últimas instrucciones antes de las duchas; el entrenamiento ha terminado. Han pasado años desde Sebastián Candelmo, hasta ayer casi nadie se acordaba. Noticia pasada, la vida y el fútbol no se detienen. La propia carrera del Bambino ha seguido adelante y ha conseguido grandes hitos: hasta hace poco era el entrenador del Cádiz de la primera división española, su primera experiencia como técnico en el extranjero. De Sebastián, en cambio, no hemos sabido casi nada, aunque un par de medios de menor importancia informaron de sus dos fallidos intentos de suicidio. El Bambino sonríe, como siempre, pero está nervioso. Espera noticias importantes esa mañana: la Cámara del Crimen dictará sentencia en el caso Candelmo. Héctor Veira, sin embargo, tiene razones para estar tranquilo: la misma Cámara ya lo ha absuelto antes en este mismo caso y, aunque la Corte Suprema consideró arbitraria esa sentencia, se espera que vuelva a quedar libre. Toc, toc. “Adelante”, se escucha desde el interior. El visitante abre la puerta; viste impecable traje oscuro, camisa blanca y corbata azul. Abogado, cualquiera adivinaría a qué se dedica. - ¿Cómo nos fue? –El Bambino, sentado atrás del escritorio de su oficina, no está para frases introductoras. -Mal –responde el abogado–. Te condenaron como culpable de violación de menores. - ¿Cuánto tiempo adentro? - Seis años. -… - Pero mirá, Bambi, esto no se ha terminado. Hay formas. - ¿Cómo en el fútbol? - Exacto, como en el fútbol.

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*** Humo por todas partes, gritos, ruido de golpes de tazones metálicos contra los barrotes de la cárcel de Devoto. Es el 17 de septiembre de 1992, y ninguno de los presos se conforma. “Corruptos” es la palabra que más se escucha en los pasillos, mientras los internos amotinados descargan su rabia y frustración, sabiendo que eso no cambiará las cosas, que seguirán adentro hasta cumplir sus condenas, que por ellos nadie va a tomar el teléfono desde la Casa Rosada para hablar con los ministros de la Corte Suprema. No sólo eso, saben también que cuando por fin salgan libres, si logran sobrevivir y soportar lo que les queda de condena, nadie olvidará esos años que han tenido que vivir en la cárcel, que volverán a recordárselos cuando busquen trabajo o pidan un préstamo al Banco. Pero para ellos hoy vale descargar la rabia, no porque vayan a conseguir algo con eso (aunque quizás sí obtengan unos días en la celda oscura e incomunicada), sino porque la noticia les ha refregado en la cara la odiosa verdad que ya conocían: no todos somos iguales, ni siquiera en la cárcel. Ajeno a todo el ruido y las protestas, Héctor Rodolfo Veira camina por última vez por los pasillos de Devoto. Sale en libertad condicional, luego de que la Corte Suprema recalificara el delito a “intento de violación” y rebajara su condena a la mitad. Sólo once meses alcanzó a estar preso. El último obstáculo antes de quedar definitivamente libre es un gendarme. El Bambino camina a su encuentro, esperando un trámite lo más corto posible. Está ansioso por salir, pero el gendarme no está dispuesto a dejarlo ir sin antes hacer lo que lleva pensando todo el día. “Che, Bambi, ¿me darías un autógrafo?”. Héctor Rodolfo Veira sonríe, ha vuelto a la vida.



Tony Vairelles

Reconociรณ ser gay y nadie hizo escรกndalos. Bravo.



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PALERMO, 23 DE MAYO DE 1992

El reloj advierte que restan un par de minutos para las seis de la tarde. La comitiva compuesta por tres Fiat Croma avanza por la autopista A-29 que une el aeropuerto de Punta Raisi con la capital de Sicilia. Desde una pequeña colina cercana Giovanni Brusca observa con sus binoculares como la columna se acerca al punto establecido: el pórtico que señala el desvío hacia la pequeña localidad de Capaci. El juez Giovanni Falcone conduce el segundo vehículo. A su lado se encuentra su esposa, la magistrada Francesca Morvillo, y atrás su chofer, Giuseppe Constanza, quien minutos antes —a petición de Falcone— le había cedido la conducción del vehículo. Brusca, apodado “el cerdo”, procede con la frialdad que le caracteriza. La detonación de casi media tonelada de TNT oculta

bajo el asfalto hace volar por los aires al Fiat marrón que lideraba la comitiva y en el que viajaba parte de la escolta de la pareja. Otros vehículos son alcanzados por la explosión, entre ellos el que conducía Falcone. Mientras Brusca se aleja de la escena, los servicios de emergencia emprenden camino hacia el lugar. Minutos más tarde lograrán rescatar a los heridos, entre ellos al moribundo juez y su mujer. --Para cumplir los objetivos que tenía en mente, el magistrado palermitano Rocco Chinnici estaba convencido que se requería el concurso de jóvenes, talentosos, incorruptibles y decididos jueces. Ante esa convocatoria, Paolo Borsellino, Giovanni Falcone, entre otros, se unirían a Chinnici dando

origen en 1982 al denominado pool antimafia, cuyo objetivo era asestarle un duro e inédito golpe al crimen organizado. Sin embargo, el primer mazazo vendría por parte de la mafia: en julio de 1983 el juez Chinnici sería asesinado a la entrada de su casa —por orden del capo Michele Greco— con el método del coche bomba. A pesar de ello, y lejos de amedrentarse, el grupo sumó nuevos jueces y siguió trabajando. En 1984, Falcone anotó el mayor éxito del pool a la fecha: logró que el importante mafioso Tommaso Buscetta, arrestado en Brasil el año anterior, colaborara con él revelándole la estructura y el funcionamiento de Cosa Nostra (mafia siciliana). Con la información obtenida por Falcone, el pool lograría asestar el gran golpe: entre febrero de 1986 y enero de 1992, varios centenares de mafiosos y sus colaboradores serían llevados a tribunales en

El ídolo de la ciudad Por Paulo Flores Salinas* (@PauloFlores_10)

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PAULO FLORES / EL ÍDOLO DE LA CIUDAD

un proceso judicial denominado Maxiprocesso. El saldo sería de 360 condenados que sumaban 2665 años en sentencias más 19 cadenas perpetuas. Lo sucedido era intolerable para la Cosa Nostra. El mismísimo Salvatore Rinna, “Totò” para su círculo de confianza, prófugo de la justicia y jefe de los corleonesi (cúpula de la mafia siciliana cuyos miembros, en su mayoría, provenían del pueblo de Corleone) ordenaría las acciones más letales contra los miembros del pool antimafia. --La noticia del atentado ya circula por Palermo y toda Italia. Hay consternación, rabia e impotencia entre la población palermitana. De manera espontánea, muchas personas comienzan a dejar mensajes, flores y presentes en el gran ficus magnolia situado frente al departamento del juez, en la avenida Emanuele Notarbartolo, en pleno centro de la ciudad. Pronto se confirmará de manera oficial la muerte de Giovanni Falcone, Francesca Morvillo y de tres de sus escoltas, pero ese árbol permanecerá como un sitio de memoria y de peregrinaje para una comunidad desgarrada por las acciones de la mafia.

ESTADIO RENZO BARBERA DE PALERMO, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2012

No ha sido buen arranque en Serie A para el US Città di Palermo. El cuadro rosanero solo ha obtenido un punto de quince posibles. Pero hoy, frente al Chievo Verona y ante unos doce mil espectadores, tiene una nueva oportunidad para resarcirse de su poco alentador

inicio de temporada. Apenas los equipos comienzan a asomarse por la boca del túnel los aficionados locales agitan las banderas que exhiben los colores del club y los de Sicilia para recibir al once capitaneado por el hombre que lleva la número diez, aquel delantero potente, de técnica exquisita y de baja estatura, que ha sido apodado como “el Romario del Salento”: Fabrizio Miccoli. Corre el minuto 13 y el árbitro sanciona una falta próxima al área del Chievo. Miccoli toma y acomoda el balón. Enseguida, la precisión de su disparo y la potencia de su derechazo se entremezclan para hacer estéril la resistencia del portero. Sin embargo, quince minutos después y propiciada por los yerros del fondo palermitano, el Chievo iguala el partido. El primer tiempo acabaría en esa condición. Minuto 15 del complemento y Miccoli retoma las banderas del ataque palermitano: recibe el balón cerca del área rival y con una diagonal driblea a la última línea del Chievo para poner un derechazo rasante que le devuelve la ventaja al Palermo. Golazo, pero su ímpetu no da respiro. Minutos después, el pequeño bomber toma el balón cerca del ángulo del córner y encara a los defensores del Chievo casi en línea recta en dirección al área, remata mordido, pero su disparo es contenido a medias por el arquero, sin embargo, el rebote es capturado por su compañero Luigi Giorgi quien marca el tercero. La mayoría de los abrazos no van hacia el autor del gol, van hacia il capitano, porque todos saben que hoy está intratable, confían en él, en su velocidad, en su técnica, en su pierna derecha, en esa que lleva tatuado el rostro del Che

Guevara al igual que su ídolo quien lo lleva en el brazo derecho. Minuto 82 y el balón llega al mediocampo, salta un defensor del Chievo y un atacante del Palermo en su disputa, pero ninguno logra darle la dirección deseada, finalmente le queda a Miccoli quien resuelve de una manera inesperada: le pega de volea a más de 45 metros. El tiro sorprende al portero Sorrentino… Miccoli, Miccooooliiiiiiii… un gol straordinario, Fabrizio Miccoli, ma che fenomeno!, exclama con euforia el relator. El golazo cierra una jornada inolvidable para Fabrizio y los hinchas del Palermo que seguramente han de retornar con la ilusión de levantar cabeza de la mano de su querido e insigne capitán. Por cierto, un joven Paulo Dybala, quien precisamente había debutado en Serie A reemplazando a Miccoli en la fecha 2, lo miraba todo desde el bando de suplentes, seguramente con admiración. “Este ha sido uno de los mejores días de mi carrera”, declaró Miccoli tras el encuentro. --Fabrizio Miccoli arribó al Palermo en 2007 procedente del Benfica. Venía de dos temporadas a buen nivel en el cuadro luso, sin embargo, en la isla de Sicilia comenzaría el romance entre el pequeño delantero nacido en Nardò, pequeña localidad de la región de Salento, y la afición palermitana. Miccoli, a base de talento, liderazgo y capacidad goleadora, despuntaría en el club rosanero. En total, serían seis temporadas en las cuales conquistó 81 goles en 179 partidos (entre Serie A y torneos internacionales) y la devoción de los tifosi locales. El mismo jugador resumiría su re-

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lación con la afición palermitana en una entrevista concedida en 2015 con la siguiente frase: “yo en Palermo era como Maradona en Napoli”.

PALERMO, JUNIO DE 2013

“Encontrémonos frente al árbol de esa mierda de Falcone”, exclama Fabrizio. La frase es parte de una serie de conversaciones telefónicas del año 2010 investigadas por la justicia italiana. En estas operaciones antimafia, se involucraba a Miccoli, precisamente, por su amistad con Mauro Lauricella, hijo de Antonino Lauricella, conocido miembro de Cosa Nostra y jefe de la mafia que controlaba el céntrico barrio palermitano de Kalsa mediante extorsiones contra comerciantes y empresarios. De hecho, las investigaciones entregarían más datos. Miccoli habría acudido a Mauro Lauricella para que este recuperase el dinero (veinte mil euros) que le adeudaba a su amigo Giorgio Gasparini, un socio que gestionaba una discotheque en Isola delle Femmine, localidad cercana a Palermo. Por otra parte, el jugador habría convencido al administrador de una tienda telefónica para que le entregara algunos chips “limpios”, que luego terminarían en manos de Mauro. También se conoció el contenido de otro audio, en el cual Miccoli advertía a Francesco Guttadauro de la presencia policial en los entrenamientos del Palermo. Guttadauro, es nada menos que nieto del capo di tutti capi (jefe máximo) de la Cosa Nostra, Matteo Messina Denaro, fugitivo desde 1993.

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Los hinchas del Palermo están decepcionados. Miccoli, la bandera del club rosanero, ya descendido a Serie B el mes pasado, ha mancillado la memoria del juez Falcone y evidenciado sus estrechos vínculos con la malavita. Si bien, se sabía de su amistad con Mauro Lauricella (quien no tenía antecedentes de acciones ilícitas), sus dichos sobre el juez y emblema de la lucha contra la mafia han remecido la opinión de muchos. --“No duermo hace tres días por todo esto que está pasando, pido disculpas a todos [...]. La he descuidado y ahora quiero volver a ser un hombre de familia [...]. Fui uno de ustedes, probé ser uno de Palermo [...], pido disculpas a todos, asumo la responsabilidad, no soy un mafioso. Mi familia me enseñó los valores de la legalidad”, señalaría entre sollozos Miccoli durante una conferencia de prensa convocada tras conocerse los audios en cuestión. “Hay amargura porque conozco bien al chico, él es bueno, de corazón, no es un mafioso, pero es un poco tonto”, había declarado el presidente del Palermo, Maurizio Zamparini, un par de días antes. Zamparini, el mismo que meses atrás había señalado: “Miccoli es nuestra bandera y nuestros fundamentos siempre se basan en él. Entiendo que quiere terminar su carrera en Palermo y estaré encantado de ayudarlo”. Finalmente determinó no renovar el contrato del jugador salentino, que expiraba por esos días. --El curso de los acontecimientos llevaría a Miccoli a incorporarse

en julio de 2013 a las filas del Lecce en Serie C (tercera categoría del Calcio), equipo del que era hincha confeso. Ya con 34 años, y nombrado capitán ipso facto, marcaría 14 goles en 27 partidos, campaña goleadora que ayudaría al equipo a alcanzar un cupo en la disputa por el ascenso que, finalmente, perdería a manos del Frosinone. En la temporada siguiente las cosas no saldrían bien: el Lecce remataría sexto en su serie quedando fuera de los play-off por ascender. Miccoli solo lograría marcar tres goles en 17 partidos en toda la temporada de


Serie C. En diciembre de 2015 decide abandonar su natal Salento para marcharse al Birkirkara FC de Malta. En ese club de la pequeña isla del Mediterráneo, solo jugará seis meses antes de anunciar su retiro del fútbol profesional. --Palermo, 20 de octubre de 2017 Fabrizio Miccoli se presenta en los tribunales de la ciudad. Allí escuchará atentamente la intervención del magistrado Walter Turturici: tres años y medio de cárcel por el delito de extorsión

agraviada contra Andrea Graffagnini, gerente de la discotheque Paparazzi. Los abogados del ex futbolista señalarían a la prensa: “Se trata de una sentencia ilógica. El ejecutor material de la extorsión [Mauro Lauricella] fue absuelto y él, el supuesto instigador, ha sido condenado. […] La frase en contra de Giovanni Falcone ha tenido eco mediático. Miccoli dejó su actividad futbolística por esa frase. ¿Tiene que pagar todavía?, leeremos las motivaciones y luego apelaremos”. Un afectado Fabrizio Miccoli

abandona el lugar sin atender los requerimientos de la prensa. “Hoy me voy de Palermo”, se limitó a señalar. Mientras tanto, a unas cuadras de ahí, el árbol de Falcone sigue recibiendo los mensajes y objetos del sentimiento antimafia. Hace algunos años, cuando se conoció la polémica frase de Miccoli, fue depositada a sus pies una camiseta rosa con la leyenda: Giovanni Falcone: il mio capitano! * Profesor de Historia. Autor y editor independiente de material educativo.

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El fotógrafo, el jugador y el árbitro Felipe Herrera Aguirre

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G

OL DE LA U. HÉCTOR “CHICO” Hoffens anota contra Naval en el Nacional el tanto que dejaba las cosas 4 a 1. Es 2 de febrero de 1983. El partido corresponde a la primera fecha de la liguilla pre Libertadores en la que cuatro equipos, Colo Colo, la U, Naval y Magallanes, se jugaban un cupo para disputar el torneo continental más importante. Pero Hernán Silva, el árbitro del partido, anula el gol. Su asistente tiene levantada la bandera: Hoffens estaba en fuera de juego.


EL FOTÓGRAFO, EL JUGADOR Y EL ÁRBITRO

En Colombia, los hinchas de Millonarios se acuerdan mucho de Silva: dirigió el polémico partido de cuartos de final de la Copa Libertadores entre Millonarios de Bogotá y el Atlético Nacional de Medellín de Pablo Escobar. Ahí, Silva no cobró un penal clarísimo de René Higuita sobre Arnoldo Iguarán, incidiendo en la clasificación de Nacional a la semifinal. A la postre, Atlético Nacional ganaría la Copa bajo la sospechosa sombra de Escobar. Como casi todo árbitro, a Silva le gustaba el protagonismo. Es que sin ese gusto, el goce por el control del partido, sin la adrenalina que provoca, no se puede ser árbitro. “Cuando me putean, arbitro mejor”, dijo una vez a la revista Don Balón. Silva era riguroso, uno de los mejores de su tiempo. Exagerado, sí, pero bueno. *** Esa tarde la lluvia era torrencial. Lluvia de verano. Eso es lo que recuerda Jesús Inostroza, fotógrafo de la revista Deporte Total, al que le tocó cubrir esa liguilla. “¿Estás seguro que fue en febrero?”, pregunta. “Quedé todo empapado”, dice. Cuenta que llegó ese día al Nacional y se instaló detrás del arco norte. Primero jugaban la U y Naval, y después Colo Colo y Magallanes. La U le iba ganando 3 a 1 a Naval con goles de Liminha, Luis Mosquera y Miguel Ángel Gamboa. El gol de Naval lo había hecho Ricardo Flores. El partido, a esa altura, estaba casi cerrado. Hoffens ni protesta, la U va ganando por harta diferencia y el partido casi se acaba. Pero Miguel Ángel Gamboa, el “Loco”, hace lo suyo. Enloquece. *** Hace algunas semanas murió Hernán Silva en Miami. A los 68 años dejó de vivir uno de los mejores árbitros de la historia del fútbol chileno, uno de los dos nacionales que ha dirigido en mundiales distintos: México 1986 e Italia 1990. También lo hizo en la final de Copa América de 1989.

“Pero Gamboa andaba como acelerado. Como a veces anda Vidal, ¿lo viste contra Ecuador? Así andaba Gamboa ese día”, cuenta Inostroza. Entonces vino la jugada. “A Hoffens le dieron una asistencia y metió el cuarto gol, pero el asistente tenía la bandera levantada y el ‘Chico’ ni reclamó cuando Silva le anuló el gol. Pero Gamboa se volvió loco y le reclamó. Entonces Silva le sacó la amarilla y, al momento después, la roja. Y ya varios jugadores de la U se estaban

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acercando a ellos”, cuenta. “Veo que Gamboa se va, pero que después vuelve”.

por sus compañeros. No supo lo que pasó hasta que reveló las fotos.

Inostroza sintió que algo iba a pasar. Lo que hizo el fotógrafo en ese momento fue entrar a la cancha. Dos pasos. Algo iba a pasar y tenía que estar preparado. “La luz del Nacional era pésima, y yo tenía una cámara Canon A1. Siempre trabajé con Nikon, y andar con una Canon es distinto. Para trabajar con esa luz y esas condiciones forzábamos las asas, de 400 a 1200, y le dábamos más tiempo al revelado, de 8 a 12 minutos”, explica Inostroza.

***

Consciente de las condiciones adversas, trató de acercarse lo más posible a los jugadores, que estaban encima del árbitro. Inostroza no vio nada, solo sintió que tenía que disparar. “Cuando disparas en una reflex, hay un momento en que el espejo se levanta para que entre luz. Por eso no vi nada, no vi el momento exacto de lo que pasó”. Cuando Inostroza sacó el ojo de la mira de su cámara, Gamboa estaba siendo separado del árbitro

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“Te voy a contar una cosa”, dice Miguel Ángel Gamboa, sentado en el sillón de la sala de estar de la recepción del edificio donde vive. “A mí me pasaba algo muy extraño antes de los partidos, y es que me daban ataques de arcadas. De puro nervio. Siempre me puse muy nervioso”. Ese 2 de febrero de 1983, después de su ritual habitual de arcadas, Gamboa entró al Nacional a jugar el primer partido de la liguilla. Había llegado a la U desde el América de México en 1981, y era una de las grandes figuras del equipo. Iban 3 a 1 y el último gol había sido suyo. Entonces el “Chico” Hoffens hace el cuarto, pero el árbitro Hernán Silva lo anula por posición de adelanto. Gamboa, que está en tres cuartos de cancha de Naval, trota hacia el árbitro.


EL FOTÓGRAFO, EL JUGADOR Y EL ÁRBITRO

- “¿¡Cómo que fuera de lugar!?”, dice Gamboa. Acto seguido, Silva le muestra al delantero de la U la tarjeta amarilla. Gamboa la mira. - “¿¡Qué mierda tienen en mi contra!?”. Silva saca la tarjeta roja y Gamboa, callado, enojado, da media vuelta y se va caminando hacia el túnel de los vestuarios. Pero en un momento se da vuelta, y ve que varios de sus compañeros están reclamándole al árbitro por la expulsión. Entonces Gamboa vuelve y se para frente al árbitro. “A mí nunca me gustaron los árbitros. Siempre tuve conflictos con ellos, con la mayoría. Les enseñan a ser autoritarios”. Gamboa dice que la actitud de Silva pudo haber influido en su reacción. “Él era un tipo muy especial. No vale la pena hablar de alguien que ya no está, pero en el ámbito del fútbol sabíamos como era”, dice Gamboa. “No fue pensado, una cosa así uno no la piensas. Son impulsos que se me han salido varias veces, no solo en ese partido. Me perjudicaron mucho: a lo mejor, si no hubiera tenido todas esas reacciones ante los cobros…”. *** El revelado de la foto de Inostroza mostraba lo sucedido: Gamboa agarrando del cuello, ahorcando a Hernán Silva, mientras Héctor Hoffens trata de separarlos. En el fondo, Manuel Pellegrini mira al trote lo que pasa. La imagen no fue captada por las cámaras de televisión, que hacían la toma justo a espaldas de Gamboa. “Es impresionante, porque incluso se ve cómo Gamboa levanta del suelo a Silva. Y el único que tenía la imagen era yo”, dice Inostroza. Cuando el equipo de Deporte Total vio la foto, se discutió si tenía que ser la portada del siguiente número de la revista. Pero el director, Darío Rojas, se opuso.

era propiedad del mismo grupo de la revista Vea, y en ese tiempo ligaron mucho la farándula con el fútbol. La historia que tuvo el Pato Yáñez con la Viviana Núnez salió de eso”. La foto, al final, sí fue en la portada, pero en un recuadro chico. Los directivos de la Universidad de Chile, Ambrosio Hernández y Rolando Molina, impuestos por la dictadura de Pinochet, alegaron que la foto estaba trucada. “¿Y cómo iba a estar trucada? Dijeron eso para que no perjudicaran a la U”, dice Inostroza. La foto terminó dando la vuelta al mundo. *** Jesús Inostroza se retiró de la fotografía deportiva. “En ese tiempo era una burbuja. Y además era usado por la dictadura para tapar otras cosas. Eso me cansó”. Trabajó en distintos medios durante la década de los 80 y, desde 1990, fue fotógrafo de La Moneda para el presidente Patricio Aylwin. Suya es la foto en la que Aylwin sale mirando con desprecio al dictador, en ese entonces comandante en Jefe del Ejército, durante la ceremonia del juramento a la Bandera en 1992. Hoy hace clases de fotografía en el Instituto Arcos. A Miguel Ángel Gamboa le cayeron 8 fechas de suspensión por ahorcar al árbitro Silva. Jugaría algunos partidos más con la U, pero por Copa Chile, y a los pocos meses volvió a México, a jugar al Deportivo Neza. Se retiró en 1985. ¿Y Silva? Después de acusar a un jugador de Unión Española de agresión, en 1994, y que la televisión lo desmintiera, se retiró del arbitraje. Terminó autoexiliándose en Ecuador, donde se trataba un cáncer con quimioterapia. Viajó a Miami para continuar su lucha contra la enfermedad, pero murió el 15 de octubre de 2017.

“Dijo que no podían poner una portada en blanco y negro. En verdad, él era bien cagón”, dice Inostroza. “Venía del mundo de la farándula. La revista

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Robert Hoyzer

LA JUSTICIA ES CIEGA, PERO POR UNOS EUROS PUEDE HACER LA VISTA GORDA.


Por Patricio Hidalgo


PATRICIO HIDALGO / GUSTAVO CANALES, ANTES DEL ADIÓS

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IENTRAS ESCRIBO estas líneas, no sé si Gustavo Canales se ha retirado del fútbol o no. Es enero de 2018 y el Mágico está en lo que se le da más cómodo: la incertidumbre. Allí donde el común de los mortales ve una tole-tole, él ve una oportunidad de gol. Allí donde juzgamos indecisión, él está pensando la mejor jugada. Siempre fue así. Cuando decidió jugar por la selección chilena y cuando no quiso ser alternativa. Cuando se fue y volvió de China, Colombia, Argentina y Brasil. Las dos veces que llegó a la U y las cuatro que lo hizo a Unión Española. Nunca fue cuando los de afuera pensábamos que debía ocurrir. Nueve títulos, 172 goles, el dedo índice moviéndose paralelo a la sien. Los dos últimos en el que podría ser su torneo de despedida, llevando a Unión Española a pelear el campeonato hasta el último minuto, jugando en un pie. Entrando apenas. Rompiéndose el hombro en una celebración en montoncito. Saliendo del túnel de la mano con su hijo. Luciendo la cinta de capitán. Llorando un empate. Pidiendo los tiros libres. Rejuveneciendo cada vez que toca la pelota, pero escuchando cada pitazo final con un cansancio nuevo, uno que hace un par de años no conocía. Hace un par de meses, el 22 de octubre, marcó el único gol del partido contra Curicó, un cabezazo que nos permitió soñar una se-

mana más con la vuelta olímpica. Habían pasado más de tres años desde su anterior celebración hispana, y casi nueve desde el primero que marcó con nuestra camiseta. Cuando Canales vio la pelota entrar al arco de seguro se le agolparon imágenes de lo que pasó antes. Antes del once de septiembre de 2016, cuando la embocó por única vez jugando por Botafogo, en un año maldito. Antes de la Sudamericana con la U y el título con Unión. Antes del aeropuerto de China, sin entender una palabra en los letreros, nervioso por el murmullo inopinable de quienes lo rodeaban, cuando pensaba que era cosa de sobrevivir un par de años y entonces resolver su futuro, pero no aguantó. Antes de tragar saliva en el camarín del Monumental de River Plate, cuando la gloria estaba a unos cuantos goles de distancia y no llegó. Antes incluso de los catorce traspasos de clubes en los mismos años de carrera. Gustavo piensa en esos cinco años, entre los 18 y los 23, en los que el sueldo amateur no alcanzaba y entonces tuvo que trabajar en otras cosas. Piensa en que ha sido un futbolista a trasmano, tan tardío como longevo. Piensa en sus meniscos, el doping positivo y la rodilla derecha que cada vez le regala menos pausas. Piensa en General Roca, con sus 41 grados Celsius en enero y sus -13 en agosto. Piensa en que pudo huir a climas más templados, pero

en el fondo nunca dejó de habitar los extremos. Lo suyo no son los promedios. Gustavo Canales podría aconsejar a Galdames, apapachar a Aránguiz, serenar a Jaime. Podría recibir a mi hijo Aníbal en unos 10 años más en la escuela de fútbol de Unión Española. Podría tener un asiento en el Santa Laura. Pero también podría irse, tan silencioso como cuando llegó a Chile el 2007. Uno entre las decenas de futbolistas argentinos que llegan todos los años, con ganas de comerse el mundo o de hacer unos pesos fáciles. Con suerte un par de líneas en el diario. Era verano en La Serena y en el primer entrenamiento un tal Murci Rojas le tiró un centro a la carrera. El Mágico cobró. La vieja Quiroga jugaba por los con peto y se dio cuenta de inmediato: era un crack. En el centro del campo, con el pito colgando del cuello, don Víctor Hugo Castañeda repartía instrucciones. Los tres supieron llegar a viejos jugando. Gustavo también podría, pero a él ni nosotros ni nadie puede anticiparlo. Ese es su genio. Nadie llega antes que él, si él así lo quiere. Mira las cosas un segundo antes. “Me verás volver”, decía un lienzo de la Furia Roja con su cara de tele. Gustavo Canales cumplió, pero ya no nos basta. Ahora queremos que no se vaya nunca más.

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Por Roberto Rabi*

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El Magnético “El fútbol no tiene otro futuro que su pasado. Si no recupera sus pertenencias, sus viejas formas, no será nada”. César Luis Menotti

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OY, DÍAS ANTES de cumplir cincuenta años, se retira del fútbol Ermt Miáo, mejor conocido como el “Magnético”. Un jugador de fútbol de excepción. De haber jugado el campeonato de invierno de 2207, hubiese batido el récord nacional de Cédrix Binet, quien se retiró jugando por Occidentales con media centena de años sobre su espalda. Decir que Miáo fue un jugador de excepción no es antojadizo. Con 2

metros y 2 centímetros de altura, su agilidad sobre el césped hacía palidecer la de pequeños de 1,80 y treinta kilos menos. Su potencia parecía una consecuencia lógica de su envergadura, sin embargo, esa no fue su cualidad más distintiva: le apodaron “Magnético” por su dominio de la pelota, que siempre parecía pegada a su media (1) por una fuerza inexplicable en los distintos sectores de la cancha. Un jugador multidimensional que defendía mejor que lo que atacaba, conducía el balón

con maestría y lo entregaba con precisión milimétrica (cuando se decidía a desprenderse de él, cosa no frecuente), pero que será recordado, además de su infrecuente edad al retirarse, por sus goles. No por la cantidad, sino por su relevancia. Y además, por el inhabitual estatus que le confiere el haber jugado toda su carrera en un solo Club: la “U”. Fue decisivo sobre todo en los capitales (2), acostumbrándose a inclinar los marcadores en

(1) Los botines dejaron de usarse en 2150, reemplazados por medias de material sintético que protegían el pie de golpes y conseguían mucha mejor adherencia al césped. (2) “Capital”: expresión que reemplazó a la de “superclásico”, para distinguir de entre los duelos con tradición, el más importante en un determinado entorno. Entre 1970 y 2090 el “capital” de Chile fue Colo-Colo con Universidad de Chile. Luego, con la irrupción de Proquimich FC, equipo representante de la empresa de capital mixto del mismo nombre, que tras el derrumbe de los precios de las materias primas naturales transformó la producción de alternativas sustentables en la principal actividad económica del país; un gigante sin precedentes en el continente. El partido entre “chunchos” y “materiales” se transformó entonces en el “Capital”. El equipo de Proquimich, de camiseta listada verde oscuro y blanco, disputó férreamente con la “U” diez campeonatos nacionales, obtuvo dos Coronas Americanas y treinta y cinco campeonatos entre 2050 y 2100 (que cerró la centena con 40 superando a Colo – Colo, de muy discreto rendimiento durante la segunda mitad del siglo XXI, con 39). Durante la década de 2150 – 2160, ganó terreno “Occidentales”, equipo nacido un siglo antes, que representaba distintas agrupaciones distritales de la zona occidente de Santiago (sector con una población de sólo 5 millones de habitantes en ese entonces) y muchos afirmaron, con buenas razones, tras lograr tres coronas americanas y una universal (título que había sucedido al del decadente “Mundial de Clubes”) que el nuevo Capital era Proquimich FC vs. Occidentales. Pero, finalmente, un bajón de “Los del Poniente” reubicó el Capital entre los de Buin (ubicación del estadio de la “U”, construido en 2140) y los de Caldera (ubicación del Poliforme “Enzo Pronto Lausso”, el estadio más grande del Norte de Chile con una capacidad de 220.000 almas).

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favor de los azules en los últimos minutos. Como en 2190, en el partido de definición del campeonato de verano que debía dirimirse por lanzamientos múltiples (3) si la igualdad en el marcador se mantenía, y considerando la habilidad de los ejecutantes “materiales”, todo parecía indicar que un nuevo título –el sexto consecutivo– adornaría las vitrinas virtuales de Proquimich FC. Sin embargo, un mal rechazo del arquero nortino fue a dar a sus pies y Miáo danzó, como en los tiempos del Ballet Azul, para burlar la oposición del único defensa listado que algo podía intentar y del propio portero Utreras; luego, en el último segundo reglamentario, empujó suavemente el balón tras la línea de PIB (4), para enseguida ponerse de rodillas con los brazos extendidos de cara a la incondicional parcialidad de la Universidad de Chile, sellando así el triunfo por 2 a 1 y la obtención del campeonato. Además, con esa imagen, dio vida a una de las postales más hermosas del

balompié del siglo XXIII y que, como era de esperar, ha sido empleada en todos los tics (5) publicitarios del colosal evento de despedida. Más fresca aún parece la imagen del campeonato de invierno del año pasado, en el Clásico Histórico (6) jugado en el Nuevo Estadio Monumental, al cual los del “Cacique” llegaban con ventaja que parecía indicar que después de cincuenta y siete años, incluyendo tres estadías en la Punto Dos (7), volverían a coronarse como los “capos” del fútbol grande. Sin embargo, y en cierto modo terminando de construir su leyenda, Miáo desmoronó las ilusiones albas rompiendo la paridad con dos goles en los últimos cinco minutos. Así es, el moreno de facciones finas y ojos enormes, distantes de sus ancestros chinos, fue el autor de un doblete de los estudiantiles que difícilmente sea olvidado. La primera anotación, un certero remate de tiro libre sin barrera, tras una infracción de Prot a Esquivel que significó

una tarjeta verde (8). El otro gol fue la especialidad de la casa: un cabezazo impecable, superando la resistencia de los espigados defensores populares (tanto o más altos que él) tras un córner de Rappi en el minuto 88. Con aquel triunfo, a dos fechas del desenlace, el cuadro universitario alcanzaba a los araucanos y, luego de sendas victorias frente a Universidad Autónoma y a Huachipato en la fecha final, la “U” consiguió su significativa estrella número 60, gracias a que Colo-Colo sólo rescató un empate frente a Occidentales en su visita al “Bastión Poniente”, en la penúltima fecha. Pero sólo recordaremos dos piezas de una colección interminable de momentos épicos. Para el resto, están las bases de datos. Se podrá decir que su gran deuda fue la Selección, puesto que en sus mejores años su posición fue ocupada por Gallego, pieza insustituible del Liverpool de Zantt, (tres veces campeón del Título Universal de Clubes

(3) Modalidad que en 2100 remplazó la definición por tiros penales, alternando tres tiros penales, dos tiros libres sin barrera desde 18 metros (con doble valor) y dos tiros con barrera, uno desde cada lado de la cancha en una diagonal de 20 metros contada desde el centro de la portería (con cuádruple valor). (4) Polvo industrial blanco, material multipropósito que remplazó a la cal en diversos usos, irónicamente uno de los productos que desarrollaba Proquimich, para el continente y Afroeuropa. (5) Forma de comunicación, eminentemente publicitaria, que centraliza la información en una imagen de 5x9 cms con expresión volátil que circula libre por áreas no escépticas y otra virtual que se transmite por dispositivos físicos. (6) Denominación del partido Colo-Colo vs. Universidad de Chile desde que perdió la calidad de “Capital”. (7) Apelativo coloquial de la división 1.1.2 que, según la reglamentación actualizada, se asigna a la segunda categoría del fútbol profesional, también conocida como la “intermedia”, considerando las tres primeras ligas del fútbol grande chileno. (8) Forma de amonestación que importaba expulsión temporal (por diez minutos) del campo de juego.

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CUENTOS DE CABEZA / EL MAGNÉTICO

y cinco de la EC (9) inglesa), transformándose en su eterno reserva; y que cuando se acostumbró a la titularidad en la “Roja de Todos”, jugando la Copa Zonal y clasificatorias al Mundial –en un período en que Chile no clasificó a tres competencias planetarias consecutivas– no brilló al nivel con que lo hizo en la “U” de sus amores. Así es, no exageremos tampoco, el “Magnético” no fue un ídolo del país, sobre todo considerando el odio parido que le tenían los hinchas “materiales”, occidentales y colocolinos, por su manera acostumbrada de enfrentar a la prensa con pachotadas y desprecio. ¡Pero cómo lo quieren en la “U”! ¡Cuánto significa para la “U”! Desde Francesco Totti para la Roma, en tiempos del fútbol arbitrario y romántico de los albores del siglo XXI, que un hombre no mostraba un compromiso tan arraigado e indiscutible con una institución. Pese a que los rivales lo apodaran despectivamente “Gorilón” o “Comilón” y lo abuchearan con particular encono cada vez que tocaba la redonda o mencionaban su nombre

por los DSC (10), el hincha del fútbol, aquel que según la última encuesta DERCH (11) no tiene compromiso afectivo con un equipo en particular y que representa el 42% del universo de los aficionados, reconoce en Ermt Miáo, el “Magnético”, aquella magia, aquella sensibilidad y talento, ese innegable espíritu lúdico que ha hecho que el fútbol –detalles más, detalles menos– siga siendo una actividad central en la vida de las personas –tanto en el planeta como en sus colonias habitadas– trecientos años después de que se profesionalizara. Hoy todo es fiesta. Durante la última semana, los medios de comunicación han abundado en la exhibición imágenes de sus mejores jugadas, goles y declaraciones. Desde que al mediodía se abrieron los accesos, los inconfundibles hinchas de la “U” comenzaron a repletar el Pasional Marcelo Salas en Buin, entonando sus cantos tradicionales, plagados de referencias románticas y sociales, en buena medida opuestos al modo de vida serio y pragmático del siglo XXIII; himnos que se originan y

fluyen especialmente desde la bandeja Alta – Sur, la Damián Clop, aquella en la que se ha sostenido y multiplicado la creatividad y compromiso de los fanáticos del León. La Transversal Barra de Los Románticos hoy le canta a todo pulmón al “Magnético”:

Uno como el magnético no hay Ni habrá Uno que rompa redes en el Pasional En Caldera y en Macul En el Norte y en el Sur Uno que juegue solo por la “U” (¡La “U”!) Conmueve escucharlos, estremece ver el coliseo buinense teñirse de azul y rojo con las banderas, lienzos y cuncunas, para muchos –no para los incondicionales del “chuncho”– pasadas de moda. Hasta para el más insensible es un momento especial presenciar como este colorido lo inunda todo al ritmo sincronizado de los percutors (12) y topes (13), que enmarcan los cantos ancestrales y recientes. Sí, un miércoles muy helado de agosto los obsesivos de la “U” y de su crack, desafiaron el frío, la probabilidad de lluvia y la com-

(9) Elite Competition, división de honor del fútbol inglés. (10) Dispositivos sonoros compactos, piezas móviles de pequeño tamaño y gran potencia que se utilizan para comunicar información oficial en los encuentros deportivos y otros eventos públicos. (11) Departamento de Estudios de la Realidad Chilena, matriz de las investigaciones públicas que basan todas las políticas del centralizado estatal. (12) Instrumentos de percusión que emiten un sonido feroz y profundo, facilitando la sincronía entre sí y los cantos de los hinchas. (13) Instrumentos de viento de igual lógica.

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EDICIÓN N°13 DE CABEZA 2018

de semana extendido por el feriado del Día de la Pacificación Universal (14), el próximo lunes. No, ningún panorama alternativo, ninguna exigencia laboral, ni otras trabas de la compleja vida posglobalizada pudieron contener a la multitud que esta tarde quiso estar presente en este encuentro de despedida que es mucho más que un partido no imperativo (15). No cabe duda que el más emocionado es el propio “Magnético”, que espera en la salida de ovación (16). Sabe que es un reconocimiento merecido e inobjetable. Tiene conciencia de que está entrando en la historia grande de la “U”, justo en el momento que escribe la última línea de su diálogo con la redonda.

pleja programación cercana a compromisos internacionales de la “U”, al decisivo encuentro del viernes -frente a Santiago Wanderers- por el torneo local, las elecciones distritales y el fin

al onírico escenario vestidas de riguroso azul, y mientras los dos primeros lagrimones brotan de sus ojos negros conmocionados, responde con un hilo de voz: “no sé, no puedo hablar ahora”. *Coautor de Relatos azules, algo más que fútbol (2013) y de Relatos fiscales & privados (2014). Autor de los libros de cuentos Santiaguinos (2015) y Malparidos (2016); este último obtuvo el premio de la revista Lector en su categoría. Compilador de las dos antologías de cuentos de fútbol Una forma de vida (2014 y 2016). Es autor, asimismo, del libro Toda la Historia de la “U” (2017).

Faltan solo instantes y un reportero de Medios Fútbol (17) se acerca con decisión a Ermt Miáo y lo acribilla con una pregunta que termina de que quebrarlo: “¿Cómo te sientes ahora, Magnético?”. Ermt Miáo, el “Magnético”, respira hondo, toma fuertemente de las manos a sus dos hijas, de dieciséis y veinte años, que lo acompañarán en su irrupción

(14) Conmemoración de la abolición universal de las Fuerzas Armadas y Militares en 2167. (15) Denominación que se aplica a partidos fuera de liga o campeonato. Similar a la noción de “amistoso”, redundante en tiempos que las relaciones humanas eran en general amistosas. (16) Acceso excepcional a la cancha, por círculo central empleado para eventos deportivos y musicales, permite situar al –o los– protagonistas en una fracción de segundo sobre una plataforma, levitando a tres metros del suelo sobre el punto medio del campo de juego. (17) Empresa periodística internacional, vinculada de manera siempre cuestionada con la UFI, que rapiña derechos de imagen y transmisión del fútbol profesional y semiprofesional.

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Edson Cholbi do Nascimento

EL HIJO DE O REY TIENE MÁS PRONTUARIO QUE PARTIDOS JUGADOS.


SERGIO JADUE

TENGO LAS MANOS LIMPIAS, NO SÉ USTEDES.



EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO www.decabeza.cl


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