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CONTINUARÁ…

En la orilla opuesta a los apocalípticos, varios pioneros en el campo de la inteligencia artificial creen que no es realista pensar que alcanzaremos la IAG en un futuro próximo. Uno de ellos, Jonathan Schaeffer, profesor de Ciencias de la Computación y pionero mundial en machine learning, en conversación con Generación, explicó que si bien algunos programas actuales son impresionantes, ¡ChatGPT lo es!, todavía están muy lejos de superar el intelecto humano.

“Podemos programar un ordenador para que parezca tener empatía, pero solo es una fachada, no siente emociones ni se conmueve. De hecho, gran parte de la IA es una ilusión, la de la inteligencia. La noticia es que tenemos suficiente tiempo para reflexionar y garantizar que la IA que desarrollemos sea ventajosa”.

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En las entrañas de El Turco, acurrucado en la caja de madera que lo sostenía, detrás de los engranajes, con un sistema de espejos estupendo, se ocultaba un virtuoso del ajedrez que orquestaba las jugadas y movía al maniquí ¡Eureka! La mente capaz de crear un engaño tan sofisticado siempre fue humana, no artificial.

Como se lee en Espejos: una historia casi universal (2008), del escritor Eduardo Galeano: “ nos matan las armas que inventamos para defendernos. Nos paralizan los autos que inventamos para movernos. Nos desencuentran las ciudades que inventamos para encontrarnos ( ). Somos máquinas de nuestras máquinas. Ellas alegan inocencia. Y tienen razón”.

¿Quién sería tan ingenioso o tan tonto como para crear algo superior a su inteligencia que podría terminar por extinguirlo? Pues nosotros. No es a la IA a quien hay que temer o admirar sino a su creador, que se encargó de replantear los límites de lo que consideramos humano. ¿De qué está hecha la inteligencia artificial? Pues de estupidez o de inteligencia humana, usted elige en qué creer.

Más allá de si las máquinas alcanzan una inteligencia igual o superior a la humana en cinco, diez, cien o mil años, la pregunta es si habrá un lugar para la humanidad en este nuevo mundo y cuál será Si llega a superarnos, no podemos culpar a la Inteligencia Artificial por hacerle jaque mate a nuestra especie. En últimas, los algoritmos están hechos a imagen y semejanza de sus creadores. No son los extraterrestres de los que hablaba Yudkowsky, se hicieron con las habilidades de nuestros cerebros, se alimentaron de nuestros textos, imágenes, canciones, sueños y pesadillas. Son de nosotros y son de aquí Evolucionaron para cumplir las instrucciones –los promps- que les susurramos al oído.

Volvamos a la historia de El Turco y Napoleón. Cincuenta años después de esa partida, una revista especializada reveló el misterio del autómata imbatible en ajedrez. No era un mono entrenado ni un enano que movía las piezas. Tampoco se trató de la primera inteligencia artificial o un duende.

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