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La mañana de Ashanti

La mañana de Ashanti

Carmen Macedo Odilón

ASHANTI ESTÁ EMOCIONADA: es el día que ha esperado por semanas. Pero antes de enloquecer necesita distraerse. Preferiría quedarse en casa a esperar el momento anhelado pero recurre al autocontrol. Pide a su novia, Karen, que le preste un «lipgloss fucsia» mate de acabado húmedo. Ella se lo entrega. Ambas se alistan para ir al mercado.

Ashanti abre la cajonera y busca una básica blanca de tirantes y un top rosa que se pondrá encima. Toma una bolsa de tela que guarda al fondo del cajón y saca dos pares de calcetines, de los que usaba antes.

—Karen, chiquita, ¿me prestas unos tirantes invisibles para el bra que me gusta?

—Toma, bebé. ¡Uy, hoy estás perrísima!

Ashanti le planta un beso como agradecimiento. Se abrocha el brasier, toma los calcetines, que hace bola, y se los acomoda con cuidado para rellenarse las copas. Se coloca la camiseta blanca con la que espera disimular los pliegues de los calcetines y se pone el top. Se mira en el espejo, está satisfecha.

—¡Divina! —le dice Karen, que se acomoda los pechos: con la blusa pegada se le ven más grandes y eso no le gusta. Toma la chamarra de mezclilla que le queda algo grande y se la pone para disimularlos.

Ashanti busca un pantalón de mezclilla a la cadera para poder enseñar el ombligo que se perforó el mes pasado. Sale al patio con una cesta en las manos y mira su lencería en una gama de rosa y púrpura tendida en los lazos en las que la colgó el día anterior; tararea «Todos me miran», de Gloria Trevi, mientras va metiendo cada prenda en la cesta. Un año atrás jamás hubiera pensado en usar biquinis rosas; sus cajones tenían bóxers largos de colores neutros y estampados de cuadros que odiaba.

Se contiene en llamar a Sofía, la gata que cedió a los vecinos que llevaron a esterilizar, y que le aseguraron que la cuidarían como a uno de los suyos. Odiaba a esos vecinos porque habían operado a la gata, lo que le parecía antinatural, un procedimiento innecesario que la privaría de vivir como un animal libre. Pero los odiaba más porque la habían conocido cuando aún se llamaba Miguel, cuando tenía barba y usaba ropa holgada, cuando no podía ser quien quería ser en verdad. En aquel entonces, si caminaba tomado de la mano con Karen, nadie los miraba con curiosidad ni repulsión.

Karen termina de maquillarse y le grita que está lista, y Ashanti va en busca del carrito para hacer el mandado. Karen le recuerda que tienen que conseguir las manzanas verdes y el kale porque necesita hacerse un batido para liberar toxinas y dejar de retener líquidos. Ashanti se ríe de que Karen se preocupe más por su talla que antes, porque su novia tiene la ligera esperanza de que, con la dieta adecuada, podrá pasar de la talla once a la cinco, como Ashanti, y así prestarse la ropa.

Pero los odiaba más porque la habían conocido cuando aún se llamaba Miguel, cuando tenía barba y usaba ropa holgada, cuando no podía ser quien quería ser en verdad. En aquel entonces, si caminaba tomado de la mano con Karen, nadie los miraba con curiosidad ni repulsión.

Salen al bullicio de la calle. El calor sofoca a Ashanti. Es una de las pocas cosas por las que extraña su casquete corto, cuando no tenía que llevar la peluca castaña que le hace sudar la nuca. Se abanica con la cartera mientras Karen se abre paso en el mercado. Van a comprar verduras con el alegre muchacho que le dice «linda» a todas las marchantas. Piden lechugas francesas, un cuarto de espárragos, germen de trigo, kale y habas. Ashanti mira con cariño a Alfredo, el verdulero. Él le alegra el día. Le parece guapo y amable; Karen opina lo mismo, igual que la verdulera que las mira incómoda, la esposa de Alfredo. Escuchan el «adiós, lindas», una vez que pagan, y se van.

Buscan frutas; no encuentran manzanas verdes y las sustituyen por pepinos, aunque Karen advierte que no es lo mismo. Ashanti le dice que no se preocupe por esos remedios caseros, que al fin y al cabo son puro placebo.

—Para ti es fácil decirlo. Eres delgada y cada día te pondrás más guapa. —Hay un silencio incómodo. Después vuelven a casa.

El calor le ha estropeado el maquillaje a Ashanti, que se siente pegajosa. Se lava el rostro y el top se le moja por accidente. Se quita el bra y se cambia por un vestido estampado sin mangas. Mira su torso liso, los hombros anchos y la clavícula prominente. Karen se va a universidad sin chamarra, y reniega que, aunque le molesta que la miren a los pechos, no va a aguantarse el calor. Ashanti la despide sin un beso y se guarda para sí cuánto envidia las formas de aquel cuerpo del que se queja Karen, y que pretende desaparecer con menjurjes ridículos.

Ashanti se consuela sabiendo que en cualquier momento llegará por mensajería lo que tanto ha esperado: su propio maquillaje para no tener que pedirlo prestado a su novia; también un par de tacones del ocho y medio que mandó a hacer, una peluca de cabello real, y lo otro.

Tocan el timbre y Ashanti reacciona de golpe. Quiere arreglarse, pintarse los labios y rellenarse el escote. Solo alcanza a tomar un brasier que se mete bajo el vestido, pero al primer paso que da se le cae; el timbre vuelve a sonar con insistencia. Sin levantar la cabeza del piso, abre.

—Ashanti Castro… firme aquí por favor —recibe los paquetes y el repartidor hace una seña con su gorra para despedirse—. Que tenga buena tarde.

Ashanti se da cuenta que ni los mensajeros, ni el cartero ni los repartidores suelen ser tan atentos con ella como con otras, por ejemplo, la vecina que odia. A esa sí le hacen la plática, le dicen señorita, bonita, le alargan las conversaciones y se despiden de ella con cariño. Con Karen pasa lo mismo: no hay quien no se quede embobado con sus curvas, y cuando compran en línea la llaman varias veces para confirmar el domicilio. Y a ella solo la llama «linda» el verdulero, aunque le molesta que les diga lo mismo a todas.

Ya a solas pone a Lady Gaga, se desviste frente al espejo y abre la caja. Toma un biquini rosa recién lavado que aún no termina de ajustarse a su cuerpo, se calza los tacones nuevos y abre un lipstick coral mate con el que se pinta los labios más arriba de la línea natural. Cierra los ojos y baila como siempre ha querido: alta y deslumbrante; por un lado el golpeteo de los tacones, por el otro los labios hambrientos de besos. Sacude la cabeza en círculos hasta que la peluca se atora con el perchero. Tira con tanta fuerza que abre los broches; el pelo sintético se queda atorado en un gancho. Mira su cabeza dentro de la red rota. Los mechones de su propio cabello no son lo suficientemente largos para poder peinarlos ni para hacerse las mechas californianas de todos colores con la tenaza. Sobre su labio descubre una sombra de bigote.

Vuelve a ser la misma persona y se decepciona de la fugacidad de su alegría. Se deja caer en el sillón tentada de quitarse también los zapatos y mira el paquete que aún no ha abierto: los tres botes de LDB, female hormone, transgender pills, provenientes de Tailandia. No le dan confianza, pero Karen la animó a probarlos. Le dijo que si funcionaban podría empezar su tratamiento y después usarían sus ahorros para pagar la cirugía.

Ashanti piensa en Karen y la promesa fraudulenta de sus batidos mágicos, en la castración de Sofía, en Alfredo y sus galanterías, en los repartidores y visitantes, en los peatones y demás hombres del mundo que, haga lo que haga, seguirán volteando con repulsión cada vez que la vean pasar. Toma un frasco y lo mira largamente.

De fondo, empieza a sonar «Born this way», canción que considera un himno al que parece estar traicionando con disfraces, remedios milagrosos y una castración que va más allá del cuerpo.

De fondo, empieza a sonar «Born this way», canción que considera un himno al que parece estar traicionando con disfraces, remedios milagrosos y una castración que va más allá del cuerpo. «I'm beautiful in my way…» Ashanti arroja el recipiente lo más lejos que puede. El estallido de los cristales y las píldoras esparciéndose por el suelo no la inquietan, como tampoco lo harán las risas ni las miradas ajenas. «'Cause God makes no mistakes...» Sube el volumen y desnuda vuelve a bailar.

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