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UN CONFLICTO QUE MARCA LA NUEVA LÓGICA DE LA GUERRA

La invasión lanzada por Vladimir Putin contra Ucrania no solo marca el punto de mayor tensión entre Moscú y Occidente desde el final de la Guerra Fría, también ha puesto en evidencia nuevas doctrinas y formas de encarar las acciones bélicas.

Por Mariano Roca y Juan Ignacio Cánepa Periodistas especializados en Política Internacional de la revista DEF

Además de haber provocado una reconfiguración del mapa del poder mundial, el conflicto entre Rusia y Ucrania se ha convertido en un campo de ensayo de nuevas tecnologías y estrategias militares. El regreso de la geopolítica, con la pretensión del Kremlin de recuperar su esfera de influencia en las repúblicas de la antigua Unión Soviética, pone fin a tres décadas de convivencia pacífica entre Moscú y el bloque occidental. Mientras tanto, la amenaza de uso del botón nuclear y la retirada de la Federación Rusa del Tratado Nuevo START marcan los límites del actual régimen de no proliferación. En el plano meramente militar, el uso de armamento cada vez más sofisticado y el recurso a gru- de décadas de conflictos asimétricos y pos paramilitares y mercenarios muestra los límites de los ejércitos convencionales en este tipo de contiendas.

el regresO de la geOpOlítica

Después de décadas de conflictos asimétricos y de contiendas que involucraban a actores no estatales contra un ejército regular, la guerra a gran escala volvió al centro de la escena. La invasión rusa, la ocupación del territorio ucraniano y la polémica decisión del Kremlin de oficializar la anexión de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, así como de las regiones de Jersón y Zaporiyia, mostraron la voluntad de Moscú de romper con los últimos vestigios del derecho internacional. El objetivo final es recuperar su “esfera de influencia” en Ucrania, cuya propia existencia como Estado soberano y autonomía para decidir sobre su alineamiento internacional nunca fueron aceptadas por Putin. El último baldazo de agua fría para la comunidad internacional llegó de boca de Vladimir Putin, al anunciar en su último discurso ante la Duma la suspensión temporal de la participación de su país en el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, conocido como “Nuevo START”. Firmado en 2010, este acuerdo expiraba en 2026 y establecía una reducción de dos tercios en el arsenal nuclear de ambas potencias. Si bien muchos analistas plantearon el escenario de un nuevo “invierno nuclear”, otros especialistas prefieren poner paños fríos y descartan que esta última bravuconada de Moscú implique un peligro inminente para la paz mundial y para el sistema de no proliferación.

Una gUerra 2.0

En el plano militar, las lecciones que se acumulan a lo largo de este año de conflicto son numerosas y en diferentes niveles. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, se pudo ver la convivencia de elementos clásicos, como trincheras y fortificaciones, con otros conceptos más modernos, como el uso masivo de drones y de misiles balísticos. También se hizo uso de la ciberguerra y sabotajes orienta-

Inter S General

dos a la infraestructura crítica del enemigo.

Una de las conclusiones que sacan los analistas de la guerra en cuanto al desarrollo táctico de las operaciones es que aquellas estructuras de mando y control que delegan en oficiales intermedios un margen de discrecionalidad operativa se desenvolvieron mejor que las que se manejan con una verticalidad férrea. En ese sentido, las fuerzas ucranianas demostraron una extraordinaria capacidad de adaptación y flexibilidad, mientras que las fuerzas rusas sufrieron la rigidez de sus estructuras. El desarrollo de la guerra en Ucrania probó el valor que tiene el personal especializado, profesional, y la necesidad de contar con reservistas desplegables en un período corto de tiempo. En ese sentido, desde la invasión a Crimea, en 2014, Ucrania encaró un proceso de entrenamiento de reservistas, que estuvo a la altura a la hora de frenar la embestida rusa. Otro punto visible es el uso de mercenarios para engrosar las filas de ambos ejércitos y para desplegar métodos de combate a los que las fuerzas regulares no tienen permitido recurrir. Ucrania recurrió al polémico Batallón Azov, fundado en 2014 y hoy integrado a la estructura de sus Fuerzas Armadas. Por su parte, Rusia se apoyó en los escuadrones chechenos y en el grupo Wagner, comandado por el controvertido Yevgeni Prigozhin, para muchas de sus operaciones.

lOs nOVedOsOs sisteMas de arMas

La guerra en Ucrania fue el campo de prueba de novedosos sistemas de armas. El uso de drones cambió ciertas dinámicas básicas de la guerra. Antes, para buscar posiciones enemigas había que enviar una avanzada o unidades de fuerzas especiales, con el consiguiente riesgo de perder algunos soldados. Ahora, lo que se arriesga es un dron de unos pocos miles de dólares. Esta práctica también cambió los métodos para guiar el fuego de artillería y, en el caso de los llamados “drones kamikaze”, obligó a replantear el movimiento de tanques.

Sin embargo, tal vez la novedad en equipamiento bélico más importante que trajo esta guerra fueron los misiles hipersónicos utilizados por Rusia. Estos sistemas, que hasta el momento solo se habían lanzado en ejercicios militares, pueden portar tanto cabezas convencionales como ojivas nucleares y presentan dos ventajas principales, que se combinan para evadir las defensas antimisiles tradicionales: su velocidad, superior a Mach-5, y su capacidad de maniobrar permanentemente durante su trayectoria, que suele no ser balística, sino a baja altura. Hasta el momento, Rusia tenía los desarrollos más avanzados en esta materia, pero ya China y EE. UU. han hecho anuncios para la presentación de sus propios misiles hipersónicos, un arma que promete ser el estándar para las guerras del futuro.

A un año del comienzo de la guerra, la retórica de los beligerantes no se enfría. Los enfrentamientos continúan y las cifras de muertos aumentan. Más allá de los doce puntos planteados por China para encontrar una salida negociada, ni Ucrania –con el sostén de Occidente a sus espaldas– ni Rusia parecen dispuestos a sentarse en una mesa de diálogo que ponga fin a un conflicto que tiene al mundo en vilo.

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