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Editorial

Las Glorias del Jueves Santo

YYa se acerca el tiempo en que las tardes poco a poco se contonean, y estiran el calendario prolongando la llegada de una nueva primavera. El tiempo en que la suave y dulce brisa despierta al azahar dormido en el naranjo, y le avisa de que debe llegar puntual a su cita con Dios y con María. El tiempo en que los balcones comienzan a desplegar sus mejores galas, y claveles, gitanillas, azucenas, se abren al rocío de la mañana que llora lágrimas como presagio de todo el dolor, de todo el sufrimiento, de la pena y el horror que se adivina.

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Son señales inequívocas de que otra Cuaresma se aproxima a nuestras vidas llamando con la fuerza arrebatadora del Señor.

Dos Cuaresmas se ha saltado el calendario litúrgico sin que pudiéramos disfrutar de nuestras celebraciones, de nuestros símbolos y tradiciones tal y como las conocíamos y vivíamos. Esta perversa pandemia lo ha transformado todo, incluso hasta la forma de vivir nuestra Semana Mayor, la Semana de Pasión, y ni siquiera pudo con ella la llegada de otra nueva primavera…

Es posible que muchos hayamos echado en falta esos ceremoniales y los encuentros con hermanos/as y amigas/os. Los ratos de hermandad, los ensayos de costaleros, los preparativos, las tardes de cofradía, las filas de nazarenos, la emoción de encontrarnos con Jesús y su Madre de Paciencia Infinita por alguna de las angostas y blanquecinas calles de su barrio de Santiago, mecidos por corazones costaleros al ritmo de acordes mortecinos, o acompañados por el estruendo emocionado de tambores sordos de dolor, y cornetas habidas de espanto. Aunque todo ha sido muy doloroso y triste, insólito, soportable si lo comparamos con el dolor de la enfermedad, con las muertes, con el miedo.

Tal vez esta emergencia sanitaria, producto de la sinrazón en que vivimos en este mundo globalizado, nos ha venido a dar una dura lec-

(J.G.B.)

ción de vida, de evolución, de orden y por qué no, también de razón, sensatez y humildad.

Las túnicas quedaron guardadas en los armarios y roperos, los enseres permanecieron impolutos en sus vitrinas. La cera sin quemar en sus cajones. Los zancos fijos al suelo. Pero incluso, y a pesar de la pandemia murió Jesús Crucificado en la Cruz de nuestros pecados, y sentimos el llanto desgarrado de su Madre, a la que de nuevo atravesaron siete puñales el corazón, como profetizó Simeón. Ni siquiera la Covid impidió que el pueblo pidiera de nuevo su ejecución, y que los azotes rasgaran la piel de nuestro Redentor, para que al tercer día se produjera el milagro de su Resurrección y los designios de nuestra conversión.

¿Lo extrañamos o extrañamos las tradiciones?

Ellos han estado siempre ahí en la oscuridad de su Templo, esperando pacientes que pases a verles y les dediques un instante de tu tiempo, de tu vida. Que les acompañes en las misas de hermandad, en sus triduos y quinarios ya sea primavera, otoño, verano o invierno. Siempre receptivos a nuestras súplicas, a nuestras demandas. Consuelo para nuestras almas. Pañuelo para nuestras tristezas e incertidumbres. Bálsamo para nuestro dolor.

Las Glorias de Santiago siempre seguirán allí esperándonos como cada día, como cada cuaresma, como cada jueves del año, como cada Jueves Santo. Con pandemia o sin pandemia, con mascarilla o sin ella, con capuz y túnica o vestido de domingo, Ellos seguirán siendo las Glorias de nuestras vidas.