Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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LITERATURA .Sll

-jCUlinto tiempo, Antonio Juan! -jQuien diria! -Parece que fue ayer. -Nunca pense encontrarte otra vez, y menos en estas situaciones tan deplorables. Llor6 un instante y yo me seque algunas Jagrimas con Ia raida manga del chaqueton. El hangover siempre trae estos cuadros de postfiesta. De pronto, Je soltc con pena esccptica: -AI mcnos tu terminaste Ia carrcra de !eyes, que yo, me fugue de mi hogar paterna y, despues de trotamWJdear por Cuba y Nueva York, vine a tener a este dulce refugio espiritual. Esta es tu casa desde este agmciado instante. Explicame en confianza. Desenbaina todo para que te ali vies el alma. -Veras. Me case con Aurora Miranda Santiesteban, aquella rica estudiante de pedagogia, que fue reina de los colegios para aquel entonces. -Recuerdo, recucrdo que Ia conoci en un baile de Ia Fratemidad, en el Cupey. Sigue. -Una noche, antes del matrimonio, nos fuimos de juerga larga, y ya tarde, desembocamos en los burdcles de las prostitutas en La Marina. Rodamos miserablemente por aquel antro soez. -lntercsantc. Yo apenas tuve ticmpo para otras feminas. Una mujer me sorbic el seso bien temprano, y cuando me vi6 sin plata, me abandon6. Se fue a vivir a Santo Domingo con mi mejor amigo. jCosas! La perdono, pero no Ia he olvidado. -Carla hombre tiene su historia. -Continua Ia tuya, Antonio Juan. -Pues bien, lo demas, lo demas fue Ia desgracia. Vino el deseado casamiento, y mi esposa cay6 grave de una pestilente infecci6n intima en Ia zona erogena; enfermedad que yo habia adquirido Ia noche de Ia despedida de soltero en aquel inmundo lupanar. jHorroroso! ¡jContra! Mi hucsped vuelve a llorar. Bajo Ia cabeza y Je doy una palmada en el hombro para calmarlo. Libamos algunas copas a proposito de desayunar frugalmente. -i,Y despues? - indago con interes para que siguiera el hilo. -Lo supo todo Ia familia, y a pesar de los cuidados medicos, ella muri6. Abandone Ia carrera de abogado, queme Ia toga, y me dedique profusamente a Ia dipsomania. No se como vine a dar a este tu dulce refugio cspiritual, como ru le dices. -Oividemos. La vida nace para mi todos los dias. Y Ia luz del Universo es para todos. Entre el jubilo y el esplin pendula mi alma. -EI Sei'lor es un inmenso granero de bondades. -Asi es, y quicn picrdc Ia fc, picrde Ia vida.

Como las once serian cuando, despues de dar una ojeada a Ia posicion de un sol enneblinado y gris, me puse a juntar las sobras que quedaban del dia y a guardarlas. Apuramos un trago mas a pica de botella, y a buscamosla por esas calles urbanas. Dije ya a mi compai'lero de tebaida: -De una a dos de Ia tarde, nos volveremos a ver. En todo to que recojamos por esos patios y avenidas, vamos en vaca. -Convenido- Y sellamos el compromise formalmente con un duro apret6n de manos. -A trabajar se ha dicho. Y no te olvides de nuestro c6digo de moral: "que ninguno invada Ia jurisdicci6n geografica del otro". Yo ire para el norte de San Juan y tu para el sur. -Entendido. Palabra de caballeros. -Oquidoqui. Adios. -Adios. La lumbre hermosa y encangrinada zapateaba furiosamente sobre los adoquines de las calles sanjuaneras. La humanidad hormigueaba veloz por las aceras. Obsemindolos es su espantosa prisa reflexionc: -El hombre se destruye tragicamente, tratando de sacar al ticmpo lo que no puede darle. De subito, Ia gente se aglomera, prenda el dcsasosiego y me acerco prudentemente a curiosear. El chafer de un automovil ha matado a un hombre. Me asomo, siempre con cautela, por entre Ia multitud, y alii, sabre el pavimento, sangraba copiosamente el cadaver de Antonio Juan Gil, el desgraciado profesional que nunca tuvo bufete. Estaba dcsfigurado. Parecia un andrajo deforme. Inconscientemente volvi Ia cara bacia las vitrinas comerciales para olvidar aquella dantesca escena. Sc me saharan las lagrimas, pero no quise presentar mis credenciales a Ia Justicia, por miedo a mi pasado. En una ocasi6n, en el aeropuerto de Isla Grande, fui sorprendido por trafico y venta de drogas, y no habia que exponerse uno otra vez, en un caso que no tenia solucion posiblc. Por otro !ado, si me declaraba publicamente su amigo, me echarian el muerto encima, y yo no tenia dinero ni para costear mi propio entierro. Que se haga cargo de todo eso el Municipio, y que me pcrdone el occiso. Entonces me aleje meditando para mis adentros: -Para este noble oficio del pedir y del buscar, se necesita ingenio, arte y suerte, sino fracasa uno en el estrepitosamente. -Comamos, hermann, de lo que traigo, pues Dios asi nos lo brinda. Manana, iquien sabe! - Me respondi6 sonriendo dulce: -Gracias. t,C6mo es tu nombre? -Candido Alberto, pero me dicen amicalmente Can.


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