Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña|Tercera Serie|Número 5

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ay mucho que decir sobre el mundo de las aves, tal como es presentado en la literatura puertorriqueña. Para los escritores del Romanticismo —como para los escritores de movimientos insulares subsiguientes— las aves poseen mayor importancia, no solo por su variedad sino también por sus transformaciones semióticas, con la capacidad de fomentar interpretaciones idealistas de emancipación patriótica y discusiones sobre la lógica identitaria antropocéntrica. Pero, por supuesto, no todas las aves son iguales ni todas son capaces de ser asociadas a una simbología viril heroica. De hecho, debido a profundas diferencias de aspecto físico, de significación y de conducta, las aves del Bestiario1 autóctono conforman galaxias de significados poseen diferentes mundos, cuyos componentes funcionales diversos aportan significados variados que representan sendos modelos de mundo. No todas vuelan alto, algunas apenas vuelan, o simplemente no lo hacen. Las hay hermosas y también de aspecto desagradable. Otras, resultan francamente peligrosas, ya fuese debido a su agresividad o a su tamaño, o bien son propensas a adquirir connotaciones demoniacas por su conducta, por su aspecto, por su asociación con la oscuridad de la noche y con la transgresión de la Ley. Se utiliza la notación mayúscula para indicar no solamente la existencia de bestiarios sino también del tipo de imaginario que produce la facultad de animar utopías, como también de legitimar el orden social establecido. 1

Lo simbólico en nuestro Bestiario resulta evidentemente convencional, ante todo en narrativas de soberanía, cuyas actancias derivan del cristianismo, de mitos y leyendas, europeos y auctóctonos, o de reto político vinculado al feminismo y a la aceptación cabal de los homosexuales en la sociedad, como, por ejemplo, en: “Pabellones” (1899), de José de Diego; “El pájaro malo” (1924), de Cayetano Coll y Toste; El minotauro se devora a sí mismo (1965), de José Isaac de Diego Padró; “Fábula de la garza desangrada” (1982), de Rosario Ferré; La patografía (1996), de Ángel Lozada y Sirena Selena vestida de pena (2000), de Mayra Santos-Febres. En estas obras que forman parte del Bestiario autóctono, la noción de subjetividad aparece de una manera u otra vinculada al verbo “liberar” de las máquinas perversas y tenaces que gobiernan el imaginario. Y las varias líneas de pensamiento que escapan a los gobiernos o totalitarismos de ser que los cuerpos culturales aplican, reciben diferentes figuraciones simbólicas: pájaro, garza, toro, cordero, pato, sirena. Se trata de una mutación dentro del mismo sistema del Bestiario, que permite convertirse en “otro” y, por ende, abrirse a otras formas de vida. Particular y someramente, los alados en la literatura del país han quedado divididos en dos grupos: el de las aves más prestigiosas, entre las que mencionamos a la garza, al pitirre, al guaraguao y al gallo; y el de las aves despreciadas, como el pájaro malo, el águila, el guaraguao, en


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