Calor insoportable. Reguetón, salsa de la vieja, boleros, bachatas, velloneras, billares, máquinas tragamonedas. Barras de mujeres desnudas, barras de dominicanos, barras gays. Colegios católicos, de barbería, tecnológicos y de hacerse un profesional en tan solo un año y sin muchas asignaciones. Tiendas de tela, de artículos de arte, de farmacias sin receta, de barberías y beauties. (23)
La posterior planificación de la ciudad por departamentos3, el desplazamiento a los suburbios y la dependencia del carro propiciaron la desvinculación de los puertorriqueños de la experiencia de caminar. Eduardo Lalo, en Los pies de San Juan, reflexiona sobre la percepción de la ciudad en Puerto Rico, un entorno del cual nos desvinculamos y dejamos a su suerte: No se respetan los espacios urbanos (ensuciándolos, abusándolos, etc.) porque la ciudad se ve a sí misma como el ámbito de los esfuerzos inútiles. . . La ciudad no es un espacio fecundador, sino uno de desecho y muerte. En la medida, parecen decir nuestros ciudadanos, en que la ciudad no tenga con respecto a ellos una relación de propiedad, ésta no es suya. Llama la atención que tantos puertorriqueños regresen del extranjero alabando otras ciudades, su belleza, libertad, pulcritud. (48) Ante esta impresión tan pesimista que demarca Eduardo Lalo, el panorama se ve aún más afectado cuando reconocemos el surgimiento de esos nuevos espacios virtuales de socialización. Aníbal Sepúlveda señala que: En la medida que los espacios concretos se degradan y se hacen inhóspitos, los ciudadanos conectados por el Internet buscan opciones que consideran más Sobre esto afirma Aníbal Sepúlveda: “La nueva sociedad de consumo asocia el progreso con las urbanizaciones y la vida suburbana se ofreció como la única alternativa racional y económicamente viable para la familia de clase media. Junto a la casa propia, el paquete de optimismo incluía indudablemente el auto y los enseres eléctricos, signos de la modernización”. 3
Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña|Tercera Serie|Número III
A pesar de la notable infraestructura urbana que conecta los sectores de Santurce, pareciera que carece de nexos unificadores y de visibilidad de sus habitantes, dando la impresión de que todo transcurre entre las avenidas Ponce de León, Fernández Juncos y De Diego, donde se concentran los servicios públicos y privados. Se han creado microfronteras de esta ciudad habitada, que así ha ido quedando desconocida. Lo que se sabe de Santurce es que allí vive mucha gente, que existe una alta incidencia criminal, que cada vez hay más edificios abandonados, que hay que tener cuidado y que si se desea atravesar sus calles se puede evitar coger la carretera número uno o la avenida Baldorioty de Castro. Muchos conocen algunas de las zonas aledañas, pero no se aventuran a ir más allá. La ciudad se ha convertido en un espacio donde la seguridad no es algo perceptible, la calle es sinónimo de peligro, de violencia, de atropello y de prohibición. Los espacios públicos terminan siendo invadidos por el miedo. Este pesimismo de “…un centro urbano venido a menos” (Vega) dejó a Santurce con la añoranza de un pasado abultado por la memoria de algunos que recuerdan las paradas del tranvía, las grandes aceras caminables, las visitas a los cines, los teatros, las tiendas y las oficinas, como señala Fernando Picó en Santurce y las voces de su gente. Lo que concuerda con las reflexiones de Walter Benjamin sobre el concepto de historia en Sobre la fotografía, donde explica
que uno se adueña de un recuerdo y esto no necesariamente significa que conoce el pasado como realmente fue.
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