Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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Cuento de un mundo perdido

Otoqui Por

EN

LA MADRUGADA, EL BRUJO Oroout, DE JATIBONICU, se despertó al escuchar el ronco sonar del caracol sagrado. El dios Yocajú, Señor de Borinquén, lo llamó con su fotuto y le dijo quedamente al oído: -Otoquí, mi buen bujití de Jatibonicu, ven a las montañas sagradas, pues quiero verte y hablarte. Grande fue la alegría del brujo y, muy emocionado, dejó la jamaca y llamó, inquieto a sus discípulos. Pronto la noticia del llamado del dios se esparció por todo el yucayeque y en poco tiempo el caney del bujití se convirtió en el lugar más concurrido de toda la aldea. Hasta el gran señor Oracobix, el cacique, dejó sus múltiples quehaceres de la mañana para conversar exaltado con Otoquío -¡Jatibonicu se siente orgulloso de su bUjití, gran Otoquíl -le dijo el cacique al brujo--. ¡Ojalá que nuestro señor Yocajú nos dispense honores y bendiciones cuando lo visitesl - yacajú es muy sabio y generoso, noble Oracobix. -Dime, amigo Otoquí, ¿cuándo darás comienzo a tu viaje? -Saldremos mañana antes del amanecer. Me acompañarán todos mis discípulos y también el nitamo Cori, el más astuto y valiente de nuestros guerreros. Mientras hablaba con el cacique, Otoquí se movía inquieto de un lado para otro, instruyendo a sus ayudantes, quienes hacían los preparativos para el largo viaje a las montañas sagradas. -Me siento dichoso de verte tan feliz, gran bu· jitf. -¡Ah, mi cacique, es tan grande la felicidad que siento que apenas me cabe en el pecho!... ¿Crees que debo llevar la careta de plumas blancas y el collar de colisibís azules a las montañas sagradas? -Mi buen Otoquí, Yocajú te admirará más si

WALTER MURRAY CHIESA

llevas tus mejores prendas y adornos.' ¡Ah! ¡Cómo te envidian hoy todos los bujitís de Boriquén! En esos momentos, a los acordes de los roncos fotufos marinos, hizo su entrada el arrogante Ucaro, segundo bujití del yucayeque, quien con sarcasmo le dijo al brujo principal: -¡Otoquí el soñador! ¡El elegido de Yocajú! Ucaro era alto y delgado como un junco del río. huesudo y tembluzco. En la punta de la nariz tenía una gran verruga roja. Otoquí sonrió, al percibir la soberbia y la vani· dad que caracterizaban al brujo de Bauta. Pero a él no le preocupaban los ataques alevosos de su subalterno rebelde. -¡Mi apreciado Ucaro, creador de grandes areytos! ¡Bienvenido a mi caney! -Hasta mí ha llegado la noticia de que te habló el dios. ¿Estabas dormido o despierto? -dijo, acero cándose irreverentemente al brujo supremo. El cacique, quien había permanecido silencioso y algo sorprendido ante la entrada súbita y alta· nera de Ucaro, se enfrentó a éste y le dijo molesto: -¿Cómo te atreves a provocar a Otoquí, quien nunca miente y quien es el bujití principal de Jatibonícu? -No miente, gran Orocobix. Pero, ¡qué mucho sueña! -replicó el altivo bujití. ¿Recuerdas cuando pregonaba que hablaba con las ceibas? Otoquí observaba con asombro el séquito, de gran colorido, que acompañaba a Ucaro. -¿Recuerdas también, poderoso cacique, cuando nos dijo que había visto a Surei en el Mapurita? ¡Juml -¡Ucaro! ¡Me sorprende tu incredulidad y tu malicia! Si yo fuera Otoquí, ya te hubiera castigado. ¡No me explico cómo puedes dudar del más sabio de los bujitís de Boriquén! -Ah, Orocobix -respondió el fiero brujo--. ¡Cómo te engaña Otoquí, el soñador! - y se retiró 43


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