La biografía de Hostos y Barbosa muestran que Pedreira no era hombre de partido; que
por encima de ellos se situaba, teniendo en mente—ante todo—el propósito desinteresado de orientar. Sabia que, en nuestra actual realidad, se puede hacer labor más pura fuera de la
política. Vio la necesidad de presentar a los jóvenes altas figuras limpias de nuestra historia. Hostos era el paladín de la independencia. Barbosa soñaba con la estadidad. Pero, ¿qué
importaba que tuviesen idealogías diferentes? Ambos fueron honrados, sinceros. Sacrificaron
la vida cómoda, el bienestar personal en aras del mejoramiento de la patria. Antepusieron los valores espirituales a los materiales. Eso bastaba.
En "La Actualidad del Jibaro" se ve la preocupación por nuestro campesino. ¿Cómo somos? Para orientarnos, tañemos que conocernos. Y, para conocernos, es imprescindible volver los
ojos y el corazón al bohío, donde se esconde una clara zona de nuestro espíritu. En el "Año Terrible del 87" se siente de nuevo—además del deseo de avivar el conocimiento de este dramático momento de nuestra historia—la afanosa llamada a la adormecida consciencia
puertorriqueña. Como aquéllos del año del componte, se necesitan hoy hombres. Allí nació el
patriotismo isleño. ¿Qué se ha hecho de él en nuestros días? Pero en donde se vierte su más recogida meditación y sus más ardorosas interrogantes en torno a Puerto Rico, es en "Insularismo." Ahonda en los problemas del país. Se debate dolorosamente entre ellos. Busca las raíces de nuestros males. Expone con valentía. Señala sin melindres ni eufemismos. Y aunque a veces la oscuridad persista, aunque haya lagunas y
deje a los que le siguen el buscar soluciones, queda íntegro, varonil, altruista, su gesto de iniciador. "Insularismo" es un círculo inquietante de luz que se abre en la penumbra de nuestra aletargada consciencia de pueblo.
Queda todavía otro aspecto valioso de su obra puertorriqueña: la sección que—bajo el título de "Aclaraciones y Crítica" aparece por algún tiempo en "El Mundo.' Con su valerosa
y bienintencionada franqueza de siempre, comenta los libros que se van publicando. No calla defectos. Pero tampoco escatima palabras de aliento cuando son merecidas. Estimula a los buenos. .A.parta del camino a los fariseos y a los equivocados de buena fe. Impone respeto en el dominio de las letras, donde tan impunemente se suele abusar aquí. ^ todo con su agradable humorismo de buena ley, que hoy nos hace recordar aquella su sonrisa tan amplia e irónicamente significativa.
A pesar de «pie se ocupó casi exclusivamente de lo nuestro, poreiue veía la necesidad urgente de aplicar voluntades heróicas a esas tareas inaplazables, su patriotismo nunca fué estrecho. Hav quienes creen entre nosotros que es un peligro el <]ue los jóvenes vayan al Extranjero, porque pueden descastarse y regresar convertidos en tristes inadaptados que renieguen de todo. No tenía él ese miedo pueril. Nos alentaba a que saliéramos—"aunque fuera a Catano"—decía jovialmente. No olvidaba nuestra limitación de isla pequeña, apartada. Había que ir a otros sitios, conocer culturas superiores, enriquecer la experiencia con cosas que aquí nos faltan. Y
regresar luego trayendo el precioso bagaje. Sabía que el patriotismo eficaz no es el que se apova en ignorantes limitaciones. Estaba seguro de que los mejores se salvan siempre. ¿Y qué importan los otros? Al regreso—claro—sucede el inevitable choque. Protesta, inconformidad, inadaptación al ambiente que urge superar. Pero todo esto nos es necesario, y es altamente constructivo. Poco
a poco se irán serenando los recién llegados. Como pueden comparar, como tienen la sensibilidad más afinada y el espíritu más cultivado, empezarán a ver y a comprender con más cleridad y hondura. La consciencia de lo que son por destino se alzará más firme que nunca con amor V dolor al mismo tiempo. Y recogerán ya sin vacilaciones los deberes que impone la patria. Tampoco creía Pedreira que se es patriota sólo por el hecho de limitarse a escribir sobre asuntos puertorric|ueños. Es también patriótico dar a conocer lo mejor de afuera. No para que lo imitemos servilmente, ni para que—comparándolo con lo nuestro—nos sintamos inferiores y
nos sentemos extáticos a adorar lo extranjero, sino para (pie ello nos sirva de instrumento y de estímulo dentro de nuestra fundamental realidad. Esta es la obra de Antonio S. Pedreira, el amigo luminoso (¡ue acaba de partir. Por su cariñoso arraigo a lo luiestn», por su dedicación absoluta al enricpiecimiento de la cultura
puertorri(iueña, por sus bellas cualidades de maestro y de orientador, ha ganado en buena lid un limpio sitio de privilegio en nuestra historia. Y ahora nos toca a sus discípulos continuar esa obra con igual humildad y sacrificio. JoSEl INA RODRÍnt F.Z LÓPEZ,
Drpartamfiilo Jr Estudios Hispánicos, Universidad de Puerto Rico.
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