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v Francisco Toledo como lector
from VASO COMUNICANTE
FRANCISCO TOLEDO COMO LECTOR
Platicamos donde nos encontráramos, generalmente en la calle; en su casa era con mucha calma, pero casi nunca de la pintura, menos de su obra; no así de libros, que de eso tengo apuntes perdidos a mano en viejos cuadernos. De los libros era una pasión aparte en él, con una extraordinaria memoria. Pescaba cualquier cosa que mencionara el nombre de Oaxaca y sabía hacerlo con buen olfato. Todos los libros, cualquier libro, había pasado por sus ojos y por su cama. Le preguntaba un título y sabía dónde estaba, en qué estante estaba guardado. Siempre preguntaba qué estaba buscando, si nos veíamos en la biblioteca.
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Una vez rumbo a la biblioteca (del Iago) nos vimos en la calle. Preguntó qué buscaba. El collar de la paloma, le dije. Entonces me dio todas las señas del libro, de la época y lo que contenía.
—Ah, es del siglo XI y refiere sobre el amor y el erotismo. Se escribió en España, antes que los árabes y musulmanes fueran expulsados.
Leí la obra con más ganas y sin dejar de recordar todas las precisiones del buen lector. Por él conocí a otros autores, como Richard Ford y su escenario en Oaxaca de los setenta: La última oportunidad; igual que Cormac McCarthy con Meridiano de sangre, La carretera, Este no es país para viejos.
No aparentó ser un enorme lector, cuando que era fundador de bibliotecas, donador de libros. Hay cosas comunes de la vida que se llevan gran parte de nuestras energías: vestirse, calzarse, arreglarse, ir a la moda. Toledo sabemos que se opuso a todas esas maneras por las que uno lucha por aparentar ante los ojos de los demás. De manera permanente fue un rebelde, hasta contra la comida. Nos arrastra lo inmediato, la apariencia, las presunciones, el colorido. Fue muy atento al sistema económico en la que la mayoría de la gente es arrastrada. En su figura tendremos siempre una oposición a lo superfluo.
Lo conocí en los días más violentos del Ayuntamiento Popular de Juchitán, en los pasillos de la Casa de la Cultura por el mes de agosto de 1983. Después en Oaxaca nos acercamos cuando nos presentó a Carlos Monsiváis en el Bar Jardín del centro de la ciudad de Oaxaca. Éramos un grupo que hacíamos el periódico La Hora.
Estuve desde un principio en la fundación de la biblioteca del IAGO, como lector, desde luego, y durante los demás años de existencia de esa institución fundada por Francisco Toledo. Nos encontrábamos en la Proveedora Escolar, en vida del profesor Ventura. Unas cuantas palabras eran suficientes, dos tres preguntas y era todo. Cuando ya traía algunos libros en brazo me preguntaba:
—¿Ya leíste esta obra?
—No.
—Llévatela, la lees y haces la reseña para “libros de arena”.
Generalmente era una novela. No recuerdo bien ahora si es el título del espacio que había en el Noticias para esa nota; no, era “El libro de arena”, en honor a Borges. Una de esas veces nos topamos entre los libros de la librería y me dijo:
—¿Ya leíste Las vidas de los animales?
No preguntó eso, más bien mostró la obra: había en la imagen un puerco color de rosa que no me agradó. Me lo dio para que lo leyera e hiciera una reseña. Al ir a la Biblioteca a entregar el libro que fuera, llevaba mis dos hojas impresas.
Esa vez me dijo algo singular.
—Debes leer a este autor porque es el siguiente premio nobel.
Se fue y me quedé pensando con la novela en la mano y lo que había dicho. Recuerdo que era el 14 de mayo de 2003. Cuál no sería mi sorpresa cuando en octubre o noviembre me entero que el galardonado era nada más y nada menos que J. M. Coetzee, el autor de aquella obra, el mismo del ¿pronostico? de Toledo.
Debí haberle preguntado cómo lo sabía.
Preferí dejarlo así, considerando que era un adivino.