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EL AUTOR COMO ANTROPÓLOGO

La descripción densa que deviene en etnografía es el material principal del antropólogo que intenta describir, de la forma más detallada y “objetiva” posible, la realidad de una comunidad, fenómeno o cultura. El material principal es la representación de lo visto o vivido en textos amplios que dan cuenta de cada recoveco social. Clifford Geertz en El antropólogo como autor reivindicaba esta labor al marcar la diferencia entre “estar allí” y “estar aquí”, haciendo referencia a estar allá observando y anotando y estar aquí, escribiendo e interpretando. El científico social, entonces, se asemeja a un novelista que dibuja con las palabras, bien buscadas y rebuscadas, evitando usos inadecuados o sesgados, ya que todo científico debería alejarse de las subjetividades para poder representar mejor la realidad.

Para entender el concepto del autor como antropólogo, y no como lo proponía Geertz, es necesario recordar que las ciencias sociales han luchado desde sus inicios para posicionarse como ciencias “duras”, objetivas, puliendo sus modelos, sus metodologías, sus términos y sus discursos. Se restringió el uso de la lengua de forma que se usaran términos específicos para representar “fielmente” los fenómenos. Filósofos analíticos intentaban (y algunos aún lo hacen) entender y describir el mundo desde fórmulas lógicas y tablas de verdad. La sociología proponía una aproximación estadística para comprender los actos sociales. Además, hay que añadir que la mayor parte se hizo desde el discurso occidental.

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No todo está perdido, por el contrario, la apertura de las ciencias sociales ha cambiado y permite entrar a todas aquellas cosas que nunca debieron expulsar. La lingüística y su desarrollo dentro de las ciencias sociales ha permitido parte de ese cambio. Entender cómo funciona el lenguaje y sus estructuras internas y cómo se relacionan con la corporalidad, con la representación y la percepción permitieron la apertura. El relativismo lingüístico y las semióticas de última generación no son más que esa apertura. Es decir, las teorías que sostienen que las formas de percibir y las necesidades de subsistencia dadas por el entorno se reflejan en el tipo de palabras, de conceptos necesarios, que se usan para nombrar el mundo y, a su vez, éstas reorganizan la realidad al ser filtros del entorno. Esto lo podemos ver a través de las teorías del antropólogo Edwar Sapir y el lingüista Benjamin Lee Whorf o todos los semiotistas de cuarta generación.

La re-reivindicación del autor como antropólogo viene aquí. Geertz decía que el antropólogo hacía las veces de un escritor, pero sólo es así porque las ciencias les quitaron a los escritores parte de su quehacer sin el reconocimiento debido. Hay una corriente en antropología llamada Etnoliteratura, que no es más que la antropología hecha como poesía, cuentos, novelas y narraciones por los nativos de la cultura. Geertz lo sabía y muchos otros después que él, pero no dejaban de ser ellos quienes ponían en sus palabras las realidades de los otros.

Para ser lo más fieles posible a la realidad se hace uso de un informante clave, que es aquel que puede guiar al explorador por cada rincón de su cultura para que el antropólogo la describa. ¿Pero qué pasaría si son los propios informantes claves los que hacen esa labor? Que tendríamos etnoliteratura. ¿Qué pasaría si ese etnoescritor fuera un poeta? Pues que los escritos estarían plagados de las visiones propias de la cultura, con sus metáforas, sus sentimientos y corporalidades en las palabras y en las formas gráficas. Aquí podríamos mencionar a Juan Rulfo, cuyos escritos son una representación del México rural. Los cuales son catalogados como fantasía o una combinación de realidad y fantasía. ¿Acaso si un informante judeocristiano nos menciona que después de la muerte hay una reencarnación en un plano divino, lo consideraríamos fantasía? ¿Pensaríamos que lo que nos dice es una mezcla de realidad y fantasía o aceptaríamos que es parte de su forma de interpretar el mundo, de conocerse y sentir? Ese relato es real en cuanto que es una expresión de su forma de afrontar el mundo. Las decisiones que toma irán en función de su imaginario y no por ello es menos real. Un filósofo sólo es filósofo cuando filosofa, decía Manuel García Morente. La fantasía sólo será fantasía cuando la veamos así.

La forma gráfica de una lengua también es parte de la interpretación del mundo. Como ejemplo podríamos poner a los kanjis (escritura japonesa) que en sus trazos se dibujan los objetos y sonidos representados. El kanji para persona es la abstracción de la figura humana en dos líneas que se cruzan y forman un palo con dos piernas o solo las dos piernas ( 人 ). En los kanjis está el cuerpo mismo, la realidad misma, y en los escritos que puedan surgir de ellos también. Las palabras con todas sus connotaciones son parte de la cultura y están impregnadas de corporalidad, de sentimientos y emociones, incluso en lo gráfico. Es así como los escritos van más allá de las figuras literarias.

La etnografía puede hacerse desde los escritos literarios, poéticos y narrativos. Un escritor puede ser un antropólogo cuyo informante clave es él. Las obras naturalistas de la literatura son un gran ejemplo de ello. Autores como Federico Gamboa expresan en sus líneas la realidad de su época y son descripciones densas que ilustran con palabras el entorno, las formas de vida, jerarquías y relaciones de poder, por mencionar algunas. Los escritos literarios son cuerpo y cultura proyectados en signos; son síntomas, señales, de nuestro entorno. La literatura es cultura hecha carne, hecha letra y un buen autor es un gran antropólogo.

Bruno Cayetano Pérez Munguía

Antropólogo de formación por parte de la Universidad de Guadalajara. Profesor de ciencias sociales en bachillerato y consultor en investigación social aplicada a empresas.

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