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habitado en el contexto de COVID-19

Reflexión urbano-arquitectónica sobre el espacio habitado en el contexto de Covid-19.

Padilla Poma Jessicaa, Sánchez Rojas Yosselynb y Solano Durán Gabrielac

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aLoja-Ecuador, jessica.padilla@ajectestudio.com, bLoja-Ecuador, yanabels@gmail.com y cLoja-Ecuador, gabriela1920solano@gmail.com.

Resumen

En el marco de la crisis de salud mundial, el presente artículo reflexiona sobre las modificaciones que han sufrido las formas de habitar el espacio en todas sus escalas, desde la ciudad a la vivienda y desde el individuo hacia la colectividad. Esta emergencia sanitaria, nos traslada a analizar el pasado como un referente para hacer frente al presente y futuro próximo, buscando con ello ilustrar sobre aportes de la arquitectura en medio de situaciones adversas y extrapolarlas hacia un posible campo de acción contemporáneo. Así, desde la escala urbana, se observa la diversidad de las metrópolis y sus respuestas al riesgo, para con ello ofrecer directrices que permitan repensar y planificar la ciudad tomando en cuenta el potencial de las áreas rurales, la movilidad alternativa y la importancia de las relaciones sociales para asegurar la sostenibilidad, resiliencia y equidad en el territorio. Desde la escala doméstica, se concibe la vivienda como un sistema vivo, capaz de adaptarse a un usuario y circunstancias cambiantes, pero también se muestra como un escenario en el cual actuar para fortalecer los valores sociales y la convivencia.

Palabras clave: Urbanismo, Arquitectura, Sociedad, Convivencia, Covid-19.

Abstract

In the framework of the global health crisis, this article reflects on the modifications that the ways of inhabiting space have undergone at all its

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scales, from the city to the home and from the individual to the community. This health emergency takes us to analyze the past as a reference to face the present and the near future, thereby seeking to illustrate the contributions of architecture in the midst of adverse situations and extrapolate them to a possible contemporary field of action. Thus, from the urban scale, the diversity of the metropolises and their responses to risk is observed, in order to offer guidelines that allow rethinking and planning the city taking into account the potential of rural areas, alternative mobility and the importance of urban areas, social relations to ensure sustainability, resilience and equity in the territory. From the domestic scale, housing is conceived as a living system, capable of adapting to a user and changing circumstances, but it is also shown as a setting in which to act to strengthen social values and coexistence.

Key words: Urbanism, Architecture, Society, Coexistence, Covid -19.

1. Introducción

El 11 de marzo de 2020 el director de la OMS informó que un virus originado en China, denominado COVID-19, se propagó internacionalmente a niveles alarmantes, lo que llevó a declararlo como pandemia. Muchos países se declararon en estado de emergencia sanitaria y adoptaron medidas de protección. Entre ellas el confinamiento, mismo que generó diversas problemáticas sociales, políticas y económicas (Echeverri, 2020) e influyo en la experiencia de habitar el espacio tanto urbano como arquitectónico. Por consiguiente, en el presente artículo se busca generar reflexiones sobre cómo se desarrollan las relaciones y el vivir juntos en medio de la pandemia y cómo esto altera el espacio y su intervención. Así, la investigación se arraiga en una secuencia temporal: pasado, presente y futuro; analizando el pasado, se resalta cómo la arquitectura y el urbanismo han cumplido un papel de soporte en la resolución de adversidades. Nuestro entorno construido ha mostrado la capacidad de evolucionar tras las crisis (Megahed y Ghoneim, 2020) y estudiando las dos escalas concernientes al habitar, se busca poner en evidencia criterios que influen-

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ciarán y darán forma a la vivienda y ciudades, durante y después de la pandemia, pero también crear la oportunidad de discurrir sobre posibles pautas factibles al contexto latinoamericano y ecuatoriano. Finalmente, esta investigación se fundamenta en una búsqueda documental y en la recolección e interpretación de información basada en artículos científicos, revistas de impacto, informes y noticias concernientes a la temática.

2. Una mirada al pasado

La pandemia actual no es el único evento catastrófico relacionado a la salud que ha impactado a nivel global. Entre 1918 y 1919, la gripe española causó aproximadamente 50 millones de muertes, infectó a la tercera parte de la población mundial y mató al 6% de la misma. Simultáneamente a esta pandemia ya se venía lidiando contra una enfermedad muy antigua, la tuberculosis, misma que mostró un pico muy alto de mortalidad entre los años de 1850 y 1900 (Echeverri, 2020). Para minimizar el riesgo de enfermedades infecciosas, la gente rediseñó las ciudades, la infraestructura, la arquitectura y el diseño de interiores. Teniendo en cuenta los acontecimientos históricos de los últimos siglos la arquitectura y la historia urbana ha incluido varios desarrollos (Megahed y Ghoneim, 2020), esto nos lleva a cuestionarnos ¿Cómo pueden eventos del pasado ayudarnos a enfrentar crisis contemporáneas? Y ¿Cómo pueden aportar disciplinas como la arquitectura y el urbanismo, que no están relacionadas directamente con la salud, a la mitigación de las mismas?

En la década de 1920 los conceptos higiénicos constituyeron la arquitectura y el urbanismo modernistas (Fezi, 2020), la arquitectura se ligó completamente al sistema de salud para trabajar en conjunto y sobrellevar enfermedades como la tuberculosis. Todo esto surgió ya que en 1882 se dictaminó que la enfermedad se desarrollaba más en ciudades densas e insalubres con climas desfavorables, por tanto, se debía contrarrestar los efectos perjudiciales. Le Corbusier, uno de los grandes arquitectos de la modernidad, lanzó algunos principios de arquitectura moderna, tales como: elevar los edificios del suelo por medio de pilotes, esto se planteó

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puesto que se pensaba que el enemigo de la salud era un suelo húmedo, junto a esto se propuso el uso de la cubierta como un espacio para realizar actividades físicas y tomar el sol. Otro de los principios del arquitecto suizo, fue la implementación de grandes ventanas y fachadas de vidrio que permitían dentro de la vivienda una mejora en el ingreso de iluminación y ventilación creando espacios internos saludables y confortables (Figura 1). Pero Le Corbusier no fue el único en realizar aportaciones en el ámbito arquitectónico, Richard Döcker en 1927 desarrolló el concepto de terrazas habitables para promover una excelente recepción de luz solar, también adaptó el espacio con equipamiento para realizar actividad física y así compensar el efecto de una vida sedentaria y confinada (Colomina, 2019). Como vemos la arquitectura guarda una estrecha relación con la salud y en medio de esta pandemia en la que nos encontramos empezamos a reflexionar como el espacio en el que usualmente concurrimos está siendo transformado.

Las preocupaciones del pasado en correspondencia con la arquitectura y la salud no están alejadas del panorama pandémico en el que nos encontramos inmersos, por lo que cabe cuestionarse ¿Cómo vamos a vivir en la ciudad y en el espacio doméstico con las nuevas normas de distanciamiento social impuestas?

Fig. 1. Le Corbusier. Esquema en sección de las unités. Los tres establecimientos humanos, Le Corbusier, 1981, Barcelona: Poseidón. Elaborado y Traducido por: Las Autoras.

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3. Co-vivir en el espacio urbano

Las ciudades se han enfrentado a diversas crisis a lo largo de su evolución e historia, por lo tanto, esta crisis se convierte en la plataforma para reflexionar sobre las posibles potencialidades que podrían surgir y sobre cómo serán las ciudades y la vida después de la pandemia. Analizando las medidas tomadas y sus consecuencias en la vida urbana, se evidencian paralelamente las transformaciones socio espaciales en el territorio.

A comienzos de la pandemia, las medidas aceptadas y llevadas a cabo por la mayoría de países restringieron las relaciones e intercambios sociales, sin embargo, variaron en el grado de interacción que se permitía. Mientras el aislamiento involucró nula interacción, el distanciamiento la limitó en mayor y menor medida. Consecuentemente el espacio público adoptó medidas para ser el escenario que cumpla la función de generar esta nueva forma de interacción y al mismo tiempo la seguridad de las personas no se vea vulnerada. Es decir, que las experiencias individuales y colectivas se vieron afectadas principalmente porque de forma imprevista e instantánea dejaron de existir fronteras geográficas y políticas. La sociedad tuvo que enfrentarse a un mal que no respetó límites ni banderas, obligando así a muchas naciones a tomar las drásticas medidas antes mencionadas; las cuales, al cerrar conexiones, bloquear la movilidad y encerrar a sus habitantes, dejaron un panorama nunca antes visto en las ciudades.

En el lapso de unas horas, ciudades enteras, cuyo bullicio y movimiento eran el reflejo de la vida que en ellas se desarrollaba, de repente estaban silenciadas, apagadas y enclaustradas. Metrópolis que incluso en la noche se encontraban abarrotadas de vitalidad lucían como pueblos fantasmas, donde no había música, risas, personas caminando ni voces en las esquinas. Dejó de mostrarse esa interacción, socialización y compartir que se daba sin preocupaciones ni temores. Siendo las ciudades una de las expresiones más bellas y alegres de la civilización, por la crisis perdieron ciertas manifestaciones de cultura e identidad, pero también se encontraron nuevas, como el apoyo silencioso desde balcones y ventanas o el gestionar

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recursos para el bienestar de otros. Aun así, nos preguntamos por esas anteriores demostraciones de derecho a la ciudad y ¿Cómo se puede rescatar la interacción cuando el miedo y la desconfianza, han tomado ya nuestra seguridad? La única forma de resolver el cuestionamiento planteado es a través de la creatividad. Creatividad para buscar soluciones arquitectónicas, políticas, sociales, tecnológicas, urbanísticas y entre otras, para mantenerse juntos a pesar de estar separados y para interactuar a pesar de las barreras.

En contraste, es imperante remarcar que, al guardar la vitalidad del espacio público, salieron a la luz y al conocimiento de todos. El virus logró que se visualice todo aquello que muchas veces se maquillaba y ocultaba en las metrópolis tras una imagen de desarrollo e innovación. La pobreza urbana y las desigualdades económicas, políticas y sociales, que afectaban entre parajes más escondidos y no tan transitados, ahora se ven claramente y ya no se pueden ignorar o posponer (Figura 2).

Fig. 2. COVID-19 como crisis agravante y manifestante de los problemas urbanos existentes. Elaborado por: Las Autoras

Las ciudades como centros de la interacción social y económica son focos para la diversidad y pueden compartir similitudes como la desigualdad y la pobreza, pero a pesar de ello su contexto y cultura las contrasta convirtiéndolas en sistemas únicos y variables. Se ha visualizado que la alta

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densidad y las conexiones internacionales han sido un factor considerable en la expansión global del virus en un lapso de tiempo relativamente corto, pero a pesar de ello, los efectos que ha producido esta pandemia en cada ciudad han sido disímiles (Medina, 2020). Y esto se debe no sólo a las políticas implementadas, sino también a esas singularidades que cada población o comunidad posee. Pero, ¿Por qué es necesario enfatizar sobre ello? Principalmente, porque es ineludible el reflexionar sobre cómo actualmente se puede caer en la réplica inconsciente de medidas, para combatir la pandemia de forma inmediata, en lugares tan dispares entre sí, omitiendo una indagación profunda del porqué y en qué condiciones estas medidas han sido aplicadas. Todo esto nos lleva a confirmar que es necesario reflexionar sobre lo urbano manteniendo un entendimiento de las diferencias y además es imprescindible un análisis de lo existente detrás de cada decisión, proyecto o idea, para con ello poder abordar efectivamente la problemática actual desde la arquitectura, así como desde los demás campos de estudio.

Entonces, ¿Cuán diferente fue en este contexto la pandemia en diversas ciudades? Analizando China, Corea del Sur, Italia e India, cuatro ciudades diversas en cuanto a contexto social, económico y cultural, se puede comparar, evidenciar y hacer un bosquejo que sirva de guía sobre lo qué sucederá en Latinoamérica y sus países.

Wuhan-China, ciudad del brote de la enfermedad con 11 millones de habitantes, tomó entre algunas de sus medidas, el cierre de la ciudad, la limitación de la movilización, la rápida construcción de hospitales y limpieza continua de los espacios. Además, el hecho de que China sea la segunda economía del mundo facilitó el acceso a la salud a sus habitantes reduciendo con ello posibles impactos sociales que la pandemia pudiera generar. El contexto cultural, también juega un rol importante en la facilidad para la contención del virus. China cuenta con una población con un estilo de vida diferente al occidental. Las interacciones suceden de forma más reservada y la disciplina de sus habitantes para acatar las rigurosas precauciones sanitarias, llevaron a que las medidas fueran exitosas (Medina,2020).

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Por otra parte, en Corea del Sur, país con una gran industria farmacéutica, de telecomunicaciones y tecnologías de avanzada, se tomó como medidas el seguimiento detallado de los enfermos y de las posibles personas que se hubieran contagiado, empleando pruebas masivas y baratas de detección del nuevo virus y un seguimiento electrónico mediante aplicaciones de teléfonos inteligentes. Los recursos tecnológicos y su economía permitieron un mapeo del virus que ayudó en su mitigación. El hecho de contar con el aspecto tecnológico no es desestimable. Sin embargo, cabe recalcar que el uso de la misma como herramienta fue lo que hizo de esta medida exitosa.

En cambio, en contextos donde el intercambio social marca el estilo de vida, la cultura e identidad de las personas, medidas como el aislamiento resultan contraproducentes. Las formas de habitar y la interacción encuentran su máxima expresión en el uso del espacio público. Para ejemplificar, el caso de Lombardía-Italia, una zona con buenas conexiones, buen sistema de salud y con una población cuyos ingresos económicos son medios y altos. En ella el contexto social fue más importante y según muchos expertos el posible principal causante de que el virus haya causado una gran tragedia. En Italia, aproximadamente un cuarto de la población es mayor de 60 años y muchos se relacionan diariamente con jóvenes. Al tomar la medida de restricción y control de la movilidad, se consiguió agravar el problema al provocar una ola de fugas de personas a otras partes de Italia, buscando “escapar” de las restricciones. En países y ciudades, donde la interacción es parte de su cultura, es imposible ofrecer como solución un aislamiento que corta las relaciones y coloca barreras de las que “escapar”.

Finalmente, en otro contexto, India, un país con altos niveles de desigualdad e informalidad, la situación es más desfavorable. El cierre de fronteras provocó una tragedia humanitaria. Las inequidades y la pobreza pusieron a sus habitantes a enfrentar un mal más. En India, la pandemia llegó como un mal mayor que agravó lo existente y forzó a sus habitantes

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a enfrentarse sin armas y en un territorio hostil a una pandemia que es muy difícil de detener y a elegir entre la disyuntiva de economía o salud. Situación similar se vive en países de América Latina, donde la informalidad es el sustento de vida de muchas familias y la segregación y desconfianza de los servicios públicos hizo que el aislamiento y cuarentena como medidas no se pudieran mantener por largos meses, puesto que se generaba la encrucijada de trabajar para alimentarse, o no exponerse, pero no tener lo necesario para subsistir. Los problemas evidenciados nos permiten reflexionar desde cada realidad la imperante necesidad de políticas públicas eficientes y estudios urbanos para entender cada ciudad desde su generalidad hasta sus especificidades.

De igual manera, a estas variables se debe sumar las particularidades que surgen espontáneamente, como muestra de ello, tenemos el incidente de George Floyd en Nueva York, que desencadenó protestas y marchas a pesar de la amenaza existente de la pandemia. Las necesidades de una sociedad no pueden ser calladas, y las ciudades como espacio físico, son el lugar donde estas se expresan y demuestran, por ello miles de personas protestaron a pesar de los riesgos. Las ciudades deben estar preparadas para enfrentar adversidades y adaptarse a una población que se mueve y cambia a una velocidad vertiginosa. Situaciones como la antes mencionada no pueden ser previstas, pero el espacio puede ser flexible y acomodarse a estas nuevas necesidades que surgen esporádicamente.

Actualmente la vida global enfrenta tres retos distintivos: la urbanización, el cambio climático y la globalización. Estos tres retos agregan complejidad a nuestras ciudades y sistemas. Sin embargo, también nos obligan a mirar hacia una posible solución. Y una posible solución a estos retos, es la resiliencia, misma que aplicada a la arquitectura y urbanismo, contribuye a crear comunidades fortalecidas, más productivas, innovadoras y organizadas con más oportunidades de enfrentar crisis y seguir funcionando. Debido a la obligación de practicar el distanciamiento social se modificaron las costumbres, el estilo de vida y las formas de habitar de cada

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individuo en cada rincón del planeta (Mariotti y Di Matteo, 2020). Pero, ¿Qué implica el distanciamiento social a nivel de ciudad? ¿Cómo se pueden adaptar los sistemas actuales para cubrir esta necesidad forzada que es la única medida que minimiza el contagio y transmisión del virus? Inevitablemente, solo este aspecto implica un replanteo de nuestras ciudades, y con ello de sus sistemas, sus servicios, su infraestructura y de igual manera, la concepción que tenemos de ellas. En una reciente entrevista realizada por Zabalbeascoa (2020), para el diario español El País, los arquitectos Iñaki Alday y Margarita Jover explican que ahora es el momento en el que los valores colectivos, sociales y ecológicos, deben ir de la mano de estrategias para alcanzar la cohesión social en la calle y en el hábitat. Así mismo, recalcan que la densidad debe ser vista como apoyo mutuo y convivencia y que las soluciones se encuentran en darle la vuelta al problema. La arquitecta Tatiana Bilbao reflexiona también sobre cómo el espacio público en las ciudades debería ser repensado en términos de “espacio para el bien común”, lugar donde las relaciones sociales son el foco de atención y no el capital o razones económicas.

Por ello, a pesar de que la presencia de la COVID-19 multiplicó las amenazas existentes en nuestra sociedad y agravó las desigualdades previamente existentes, esta es también una oportunidad de utilizar la crisis como un elemento catalizador para el desarrollo de ciudades más resilientes que visualicen de forma anticipada las distintas crisis o desastres, y se preparen para combatirlos o sacar ventaja de ellos convirtiéndolos en posibles oportunidades para crear sistemas más flexibles y eficientes. Este es el momento propicio para evaluar, analizar y replantear lo que debe ser corregido y poner a prueba las ideas. Como nos ha demostrado la historia, es momento de proponer y tomar acción, ya que no actuar y no adaptarse significaría no resolver las vulnerabilidades que se han evidenciado durante esta pandemia, como lo son la falta de inversión; las grandes desigualdades e inequidades tanto mundiales como locales; la progresiva tendencia a la destrucción de la naturaleza y la amenaza climática; la degradación de las estructuras democráticas que son básicas para proteger los derechos y garantizar la cohesión social. Según Getachew,

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(2020) “ahora se nos presenta una oportunidad única de aprovechar la crisis para iniciar la década de acción para cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible” los cuales, ya no son metas a futuro sino más bien el requerimiento mínimo para garantizar un mundo más seguro, justo y sostenible para todos. Tomando como base los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cada sistema de lo urbano puede potencializarse y guiarse a cumplirlos. Entre algunas de las oportunidades que la crisis ha dejado para el desarrollo urbanístico, se encuentran: el posible renacimiento de las áreas rurales o periféricas, movilidad alternativa, trabajo remoto y espacios de coworking y coliving.

A la luz de lo anterior, surge una especial consideración hacia el renacimiento de lo rural, lo periférico y el campo, como centro complementario de actividades, tanto económicas como sociales, una reactivación de lo rural que ha sido desplazado durante muchos años por lo urbano, es una de las posibles potencialidades que pueden surgir de la reflexión de esta pandemia. Estas áreas periféricas podrían representar una solución viable debido a una serie de beneficios que ya conocemos: mayor nivel de bienestar y menor nivel de estrés, ausencia de congestión urbana, tráfico y contaminación, entre otros. Al reactivar lo rural se abre la posibilidad de beneficiarse de las ventajas ambientales y paisajísticas. El agro es un pilar primordial para la soberanía alimentaria. En países donde la importación de alimentos se ha visto afectada por el cierre de fronteras, propuestas como los huertos urbanos o comunitarios han sido replicadas a mayor y menor escala para asegurar con ello la seguridad alimentaria.

La conectividad y movilidad urbana también se han visto modificadas, ejemplo de ello encontramos en el planteamiento de señalética de la propuesta de Domino Park en Brooklyn, Estados Unidos, que consiste en 30 círculos pintados, de los cuales, cada uno tiene 2,43m de diámetro y se encuentra a 1,82 m de distancia y con ello el espacio se ordena asegurando el respeto del distanciamiento social. De igual forma, el hecho de que las ciudades consideren ampliar los carriles para la movilidad alternativa o consideren que para asegurar una sanidad a futuro se debe pensar en una

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movilidad sostenible permanente, misma que facilita resolver problemas a los que no se debe regresar como lo son: la contaminación y el ritmo de producción y la movilidad contaminante.

Sabemos que cada crisis y cada amenaza que enfrentan las ciudades son la catapulta que permite que estas evolucionen hacia un futuro mejor. Pero así mismo, se debe reflexionar cuando el apresurado y continuo crecimiento es el posible causante de los riesgos enfrentados. Es por ello, que se debe analizar si la solución se podría encontrar en modelos de ciudades de baja densidad o modelos donde se permita el trabajo remoto y la centralización en grandes metrópolis se mitigue al recurrir a áreas periurbanas factibles para disminuir problemas como: el alto valor del suelo, la sobrepoblación y el abandono del campo. Mirar a las ciudades y también a sus alrededores es necesario, rompiendo con la dicotomía urbano-rural, campo-ciudad, y analizando con los estudios urbanos el territorio y no solo las ciudades como el foco de atención. El buscar formar una red que propicie la seguridad es indispensable para el desarrollo de la sociedad.

4. Co-vivir en el espacio doméstico

La vivienda desde sus distintas tipologías: viviendas unifamiliares, colectivas o compartidas, se ha convertido en el principal refugio, lo que nos hace conscientes de su importancia como escenario donde confluyen identidades y accionares, así como del rol importante que ejerce actualmente en la salud pública.

Se han reabierto debates y conversatorios entorno a la vivienda, su accesibilidad, funcionalidad, adaptabilidad, el derecho universal a internet, entre otros; exponiendo la preocupación de establecer configuraciones residenciales flexibles capaces de adaptarse al cambio y donde se pueda gozar de la privacidad, pero también del bien común. En Países como el nuestro, se muestra un panorama nada favorable puesto que existen escenarios de desigualdad, construcción informal y poco coherente al lugar, clima y usuario, especulación inmobiliaria, etc., y a pesar que existen

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pocos proyectos inmobiliarios gestados por la administración pública, la vivienda lejos de ser un derecho del ser humano para su desarrollo vital ha pasado a ser un objeto de impacto económico donde espacios habitables y espacios de colectividad se reducen a su mínima expresión por códigos de habitar limitantes y rentabilidad económica.

El arquitecto chileno, Alejandro Aravena, ha expresado que “las dos medidas que en el primer mundo se dan por descontadas, aislarse en casa y lavarse las manos, son imposibles de cumplir donde la vivienda es hacinada y no hay agua”, el hacinamiento, el ambiente confinado y el concepto de privacidad, son un punto frágil para el impacto psicológico de grupos e individuos que influyen en las relaciones del comportamiento (Namazian y Mehdipour, 2013) y pueden dar paso a la violencia intrafamiliar, abuso sexual, alteraciones en el estado del ánimo, miedos y ansiedades, por lo que la convivencia familiar se ha puesto en crisis, denotando la necesidad de fortalecer dicha convivencia y el apoyo mutuo.

Por otro lado, rutinas y hábitos antes ejecutados en la urbe han sido adaptados al espacio doméstico, espacio que en muchos casos está pensado para otros modelos de domesticidad y que corresponden a configuraciones familiares y formas de habitar del siglo pasado con escasas o nulas variaciones, hoy por hoy se ha diversificado con nuevos tipos de composiciones familiares. El metro cuadrado compartido es escaso y no es congruente al requerimiento espacial de las actividades que cada individuo realiza, lo que ha conllevado a establecer políticas de convivencia, la negociación de espacios, la alternancia de tareas y usos. Así, la cocina ha pasado a ser un lugar experimental de recetas culinarias, la sala a oficina, lugar para ejercitarse o sala de cine, la habitación a taller o punto de encuentro virtual con amigos o familiares, siendo también la vivienda el lugar donde nos hiperconectamos con el mundo exterior y por ello cabe cuestionarse si esta es apta para dicha conexión (Figura 3). Se ha volcado la mirada hacia espacios potencialmente habitables que brindan la posibilidad de acciones colectivas y que habitualmente pasan desapercibidos: galerías, patios, balcones terrazas; se han colonizado porque brindan cier-

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tos grados de libertad hacia el exterior. Todo ello nos conduce a pensar en un espacio habitable con usos más prácticos y variados.

Fig. 3. Vivienda como lugar de hiperconexión con el mundo exterior. Elaborado por: Las Autoras

Pero, ¿cómo se puede lograr que el espacio físico genere un impacto positivo de convivencia en función a la diversidad de identidades del colectivo? ¿Qué se puede aprender de la pandemia compartida con los otros? Un contexto marcado por diversos condicionantes contemporáneos, innovación tecnológica y limitadas condiciones del mercado inmobiliario, exponen que las ideas en torno a la vivienda como construcción social y cultural han quedado rezagadas. No obstante, se configura como el espacio vital donde se desarrolla la convivencia humana con mayor intensidad, donde convergen distintas identidades. Identidades, que residen en la diferencia, en la variabilidad y en su apropiación del espacio. Este último, como hecho arquitectónico, como parte de la realidad que rodea a la persona y como lugar de mediación o límite en los entornos habitados.

Este tipo de diálogos que se pueden establecer entre el “yo” y el “otro” surgen entre el proyecto y el lugar y lo hacen con mayor intensidad en un contexto actual de “aldea global” que se podría vincular estrechamente con el concepto de espacio compartido. Desde la individualidad, el usuario debería construir su propio espacio, darle significado y apropiarse de

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él, pero procurando que aquellos espacios individuales entren en contacto y convivan (Campos y Sánchez, 2018) (Catino, 2009).

En todo momento y contexto se está en contacto con otras personas y a pesar que se tiene la libertad de cómo y con quién establecer las relaciones, no siempre se tiene la oportunidad de elegir con quienes se comparten las dimensiones del espacio y tiempo. Sin embargo, la convivencia implica un aprendizaje y una socialización donde los pares: niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, establecen formas y normas de convivencia orientadas a culturizar atributos sociales de la convivencia: tolerancia, justicia, libertad de expresión, apoyo psicosocial, entre otros. La convivencia sana acontece en un satisfactor sinérgico de muchas necesidades. Necesidades de afecto, de apoyo, de seguridad, hallan su mejor oportunidad en dicho tipo de convivencia lo que promueve el desarrollo y la calidad de la vida humana, así como los haberes sociales en el espacio arquitectónico (Granada, 2016).

En la esfera de la arquitectura doméstica, la vivienda se piensa desde la expansión individual y familiar, destinando espacios orientados al encuentro, al compartir, pero manteniendo las habitaciones como el único espacio privado, vivir juntos pero separados a la vez. Y en el contexto en el que nos enmarcamos en la actualidad, más allá de los cambios físicos que debe adoptar la vivienda y que han quedado expuestos como: la necesidad de espacios amplios y versátiles, la calidad de la luz, el aire, la conexión con la naturaleza: jardines elevados, huertos, así como explorar la necesidad de que el trabajo remoto y el trabajo productivo: talleres, oficinas, consultorios, pequeños negocios, se incorporen a la domesticidad mediante espacios de socialización con mayor grado de flexibilidad, orientados a que estas realidades convivan sin obstaculizar la vida cotidiana. Se debe pensar también en los cuidados en torno a la salud y en propiciar un espacio limpio y seguro, cuidarme yo al salir a la ciudad para cuidar a los míos. Así, los vestíbulos deberán equiparse como espacios de desinfección, en el que dejemos el ropaje, zapatos y podamos entrar de manera segura a nuestros hogares.

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En los desarrollos habitacionales donde se plantean soluciones colectivas y compartidas para la interacción, aceptación de la diferencia, el sentido de comunidad, donde además se vincula a la vivienda con equipamientos y servicios existentes en el espacio urbano, se torna de gran importancia el repensar y replantear los valores sociales y la convivencia existentes en estos conjuntos de habitación. Modelos de vivienda como el cohousing o el coliving, desarrollados en Estados Unidos o en continentes como Europa y Asia, que brindan mayor posibilidad de economía colaborativa, sustentabilidad, potencialización del concepto de convivencia con colegas y amigos, compartir espacios comunes como cocinas, talleres, coworking, espacios de ocio y diversión; nos permiten visualizar el cómo podemos mantener las relaciones humanas resaltando los valores y el sentido comunitario. El miedo al contagio ha disminuido la posibilidad, así como el deseo de vivir en comunidad, por lo que empresas inmobiliarias de coliving de gran impacto como: WeLive u Ollie, se encuentran estableciendo diversas estrategias económicas para atraer a los residentes. Por otro lado, las comunidades ya existentes se han enfocado en generar un ambiente saludable para los residentes. Se ha planteado formas creativas de interacción entre la comunidad apoyándose en la tecnología y han establecido medidas higiénicas: la responsabilidad personal de usar el tapabocas al salir de su espacio privado, así como la limpieza profunda de los espacios compartidos, para que, manteniendo el distanciamiento, los habitantes puedan percibir ciertos grados de comunidad (Overstreet, 2020). Medidas que, sumadas a suministradores de alcohol sanitizante, recepciones amplias, el uso de mascarillas, sensores y nuevas tecnologías: puertas automáticas, espacios con sistemas controlados por presencia o por voz, etc., a partir de ahora tendrán que ser adoptadas.

El hecho de que en países desarrollados económica y culturalmente existan este tipo de propuestas residenciales, expone su preocupación por generar políticas y leyes en pro de la vivienda que abarca distintos tipos de cohabitación, como la vivienda colaborativa o el coliving. Lo que debería suponer un referente para que políticos y profesionales en la materia

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generen propuestas y reformas entorno a impulsar el parque de viviendas ecuatorianas hacia lo colectivo, la colaboración y la convivencia ya que modelos de vivienda antes citados están lejos de desarrollarse en nuestro contexto por las diversas formas de vida y las diferentes tradiciones culturales que poseemos, pero que por temas de economía colaborativa, sostenibilidad, estilos de vida solitarios e independientes, se muestran como una viable y atractiva solución. Y, en panoramas como el actual, se los podría pensar como generadores de un microcosmo social que disipe, en parte, el sentimiento de aislamiento, depresión y soledad.

De este modo, se presenta un horizonte de posibilidades que se fundamentan en dos categorías: colectividad y resiliencia, las mismas que se entrelazan y conforman estructuras del habitar capaces de dar respuestas desde la arquitectura a un escenario complejo y cambiante (Peñín, 2017). Pero más allá de pensar en la resiliencia individual se debe pensar en una resiliencia que implica la solidaridad social, la misma que en perspectiva de Peñín (2017), se ha visto dos aspectos complejos de descomponer: la competencia clara del proyecto arquitectónico y un escenario que requiere una tarea de coordinación y compromiso. La resiliencia aplicada en la vivienda estaría implícita en la capacidad de la misma de albergar un amplio abanico de situaciones, para volver a su estado inicial y ser sometida a nuevos cambios. Este planteamiento está en íntima relación con la vivienda compartida, el concepto de flexibilidad, la vivienda progresiva y la rehabilitación.

Antes de la pandemia ya era notorio el cambio de las formas de socialización y de individualización. Esta última ha incidido en propuestas arquitectónicas que introducen la diversidad frente a la uniformidad. No obstante, de manera paralela, presenciamos un nuevo sentido de lo colectivo, una arquitectura orientada hacia lo social y lo ecológico, por lo que el aprender a vivir juntos en el presente y en un futuro próximo, más allá de lazos familiares o vecinales, radica en establecer una gran red física o virtual de apoyo mutuo para que el distanciamiento impuesto se vea reducido frente a la proximidad social. Las personas como seres vulnerables

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tienen la necesidad de un espacio seguro en el que habitar, así como seres sociales que son por naturaleza, buscan la interrelación con otras personas en un territorio en común. De este modo, el vivir juntos en el espacio doméstico, muy por encima del individualismo o lo compartido, se debe orientar hacia lo comunitario, donde nos protegemos y protegemos al otro.

Conclusiones

Aún no sabemos cuándo será el final de la pandemia COVID-19, sin embargo, lo sucedido nos ha permitido realizar una perspectiva de la arquitectura y el urbanismo post pandémico. Las pandemias, si bien exponen las vulnerabilidades del sistema urbano arquitectónico, también son un motor de cambio positivo en la planificación de la morfología urbana (Banai, 2020), ya que brindan la oportunidad de establecer nuevos paradigmas, de explorar situaciones y prioridades individuales y colectivas, así como el repensar las estrategias de diseño y de planificación encaminadas hacia la salud, la sostenibilidad y la resiliencia. El documento presenta una visión global de cómo se ha manejado el entorno construido en contraste a como se debería diseñar y planificar las urbes.

Para aportar desde una esfera arquitectónica y urbanística en relación a las transformaciones suscitadas, lo primero que necesitamos hacer es recordar que el espacio es el centro para la convivencia y la relación social, la esfera que posibilita la diversidad, el plano donde surgen nuevos pensamientos, voces y trayectos. Cada persona es un ser social que tiene la necesidad de comunicarse y relacionarse; espacios como teatros, cines, escuelas, parques, plazas, cafeterías o la propia vivienda son lugares que propician el encuentro y la relación, de este modo se utiliza el espacio arquitectónico en todas sus escalas, espacios públicos, semipúblicos y privados, espacios naturales o fabricados, espacios fijos o semifijos, y en situaciones de vulnerabilidad, todos resultan afectados; lo que antes limitaba el contacto entre personas eran las estructuras o barreras limítrofes, ahora lo hace el temor.

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La manera de relacionarnos, de vivir juntos, después de la pandemia no será la misma, la ciudad y la vivienda como sistemas vivos, deben ser repensados desde el marco legal que rige actualmente, el diseño de los espacios en los que se desenvuelve el habitar, la sostenibilidad, la densidad, la resiliencia, el ciberespacio, los materiales, la relación con el entorno, entre otros. Es ahora cuando, arquitectos, urbanistas, sociólogos, economistas, investigadores, políticos y demás profesionales, deben proponer, evaluar y considerar las ciudades y las viviendas no solo como centros económicos sino más primordialmente como centros seguros y humanos. O, dicho de otro modo, pensar juntos en posibles soluciones para habitar juntos.

Referencias Bibliográficas

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