Gobierno General
Queridos hermanos: Nos acercamos al momento cumbre del año litúrgico, en el que celebramos los misterios más profundos de nuestra fe adentrándonos en la pasión, muerte y resurrección del Señor. No podemos ser misioneros enraizados en Cristo si no albergamos dichos misterios en nuestro corazón. El misterio pascual es el fundamento de toda auténtica misión audaz. Los apóstoles se encontraron con el Señor resucitado y contemplaron sus heridas abiertas (cf. Jn 20,20.27; Lc 24,39) antes de atreverse a salir a anunciar el Evangelio. Poco a poco vamos saliendo de la pesadilla de la pandemia mundial, después de dos Pascuas celebradas con muchas restricciones. Hemos podido tocar las heridas de la humanidad
tanto en relación con la pandemia como con otras muchas amenazas de la vida humana, incluyendo una guerra y otros combates armados. Aunque el sangrar incesante de las heridas de la humanidad y del planeta tierra es difícil de entender, especialmente cuando son causadas por acciones humanas, nuestras heridas están presentes en las del Señor crucificado, que es uno de nosotros en todo excepto en el pecado (cf. Heb 4,15).
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