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Juan Sebastián Molina

Barrio último rincón de resistencia 85

cuento del libro Geolocalizados

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Yo, por ejemplo, he dejado que la timidez consuma mi tiempo y haga que los sentimientos me ahoguen. El miedo de sentirme frente a alguien, conociéndolo, sintiendo su aliento cerca, todo eso me atemoriza. Por eso uso la red para relacionarme, para darme confianza, para resguardarme ante el rechazo.

Cuando abrí mi primer perfil en Facebook busqué las fotos de alguien atractivo en Google y con ellas simulé mi rostro. ¿Confiar en alguien que no conozco? ¡Imposible! Así que apliqué la técnica que creí que muchos empleaban. El resultado fue satisfactorio, pues muchos desconocidos me agregaron para que fuera su amigo, el problema fue cuando los que sí me conocían en persona empezaron a abrir sus perfiles y a buscarme, ahí se me cayó la mentira y tuve que decir la verdad.

Tengo veinticinco años, el cabello largo y cuarenta kilos de sobrepeso. La nutricionista dice que debo pesar sesenta y cinco, así que ahí radicó el problema. Las redes sociales son el reflejo más superficial del ser, así que mi reto empezó a ser mostrarme sin generar asco; pasa que, si me genero asco a mí mismo, no me imagino al resto de las personas. Empecé viendo tutoriales y aprendiendo a fotografiarme ocultando lo evidente. Desde arriba mostraba mi inocencia, desde abajo mi grandeza. En todas las fotos mis defectos físicos estaban en segundo plano.

Las solicitudes de amistad disminuyeron y algunos de mis amigos de cuando fui una fachada hermosa de Google, se fueron cuando encontré mi propio ser. Desde ese punto empecé a mirar el mundo y ahora fui yo el que tuve que agregar a quienes quería que fueran mi círculo.

Empecé agregando mujeres atractivas, luego hombres con mis mismos gustos. Cada solicitud aceptada era una oportunidad de interactuar con alguien más, saliendo de mi soledad…Hasta que un día llegó Marcela a mi vida. Era lo opuesto a mí, flaca, alta, de cabello rojo, ojos claros, sonrisa fácil y sinceridad certera. La conversación la inició ella con una canción que no conocía y me encantó. De ahí vinieron chistes, sonrisas, alegrías, te quieros, suspiros e intimidades.

La red social te acerca tanto a los desconocidos que te sientes parte de su vida y eso mismo fue lo que me atemorizó: que éramos mi soledad y

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yo pensando en la perfección de una mujer al otro lado de la pantalla, enamorada de un gordo, pero no de cualquier gordo, de mí.

Me decía que nadie la entendía tan bien como yo, que sus mejores noches las pasaba conmigo. El miedo llegó la noche en que me pidió que nos viéramos por primera vez. Llevábamos ya siete meses hablando. Era mis buenos días y mis buenas noches. Mis canciones preferidas, mi videojuego favorito. Yo le dije que sí.

Pusimos de lugar de encuentro a Juicy Lucy, una hamburguesería que se precia de ofrecer las mejores de la ciudad.

Temblé, temblé mucho.

Conté las horas, los minutos, los segundos. Me cambié siete veces de ropa, me peiné, me perfumé, me senté en el computador de nuevo, busqué su nombre entre mis amigos, la bloqueé y la eliminé.

Me quedé en casa pensando que en un restaurante de Medellín, o del mundo, una chica mira por tercera vez el celular en busca de conocer la hora. En su mesa un hielo se derrite y una ilusión se desvanece porque alguien que conoció, y de quien se enamoró en una red social, nunca llegará a conocerla de verdad.

Juan Sebastián Molina (Medellín, 1989) Publicista. Escritor de cuentos y novelas. Ganador de estímulos en Novela de la gobernación de Antioquia. Libros publicados: Abajo del Escenario (2011), Cuentos para olvidar en terminales

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