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Camilo Oliveros

48 Barrio último rincón de resistencia

Desde donde una vez fue su casa, el barrio Pedregal, nuestro primer poeta publicado en nuestra sesión Poetas de barrio es Camilo Oliveros. Nace en Medellín, es docente de Biología, Química y Física. Estudiante de Matemáticas de la Universidad de Antioquia. Director y cofundador del colectivo de poesía Oliversos de la ciudad de Medellín. Autor del libro “Exhumaciones del Recuerdo”. Primer puesto en el concurso internacional “Mil poemas por la paz del mundo” con su poema “La Granada”. Ha participado en el VI y VII Festival Alternativo de poesía de la ciudad de Medellín. También ha participado en el Encuentro de escritores de Comfenalco Antioquia, Lecturas urgentes de Antioquia, Festival de poesía Comuna 6, Tercer encuentro internacional Poetas al viento, y diferentes recitales y eventos poéticos en Medellín, Área Metropolitana y diferentes municipios de Antioquia

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El lamento de los fetos

Ayer mataron a Juan, quien escribiría los mejores versos a su madre. Y mataron a María, la que sacaría el pan de su boca para calmar el hambre. Ayer mataron al médico que descubriría la cura para el sida, y mataron a Clara, que salvaría de la muerte a un suicida. Ayer le arrancaron las manos al que iba a ser poeta, y mutilaron los pies del que iba a ser atleta. Ayer le sacaron los ojos a un gran pintor, y desmembraron el cuerpo de un asombroso actor. Ayer mataron al mejor profesor de la escuela, y mataron a Luz, esa niña que sería el orgullo de la abuela. Ayer aniquilaron todos los cuerpos, los que eran vida e hicieron pasar por muertos. Ayer cercenaron el llanto, prohibieron la sonrisa, asesinaron al genio, al solitario y al artista. A los que nunca llamarán a lista; el prodigio, el milagro, el altruista. Un testamento aflora del útero, se esconde en la placenta, la muerte es el primer juego en un lugar donde no hay carritos ni cenicientas. Diferencias No es igual el canto en la jaula que en la rama. La ausencia del indiferente y el recuerdo de quien ama. No es lo mismo el grito del silencio y de quien calla, la poesía no lleva corona y el poeta no lleva medallas. En la tarde ladra el perro de hambre y de noche ladra el miedo. No es igual la palabra en la boca que la tinta en el dedo. No es igual la raíz en otoño que en primavera, y aun así el árbol está de pie en el bosque o en la ladera. No es igual el sueño del que debe y del que paga. El vacío y la nada. No es igual el olvido que la costumbre, la llama que incinera y la llama que alumbre. No es igual el árbol para Adán y la fruta para Eva, No es lo mismo la lluvia en mi ventana y el niño que pide que no llueva. No es igual la huida que el adiós, el que reza y Dios. Y, aun así, llego al final, y todo es igual.

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El árbol

Mi madre me dijo que germinara, que floreciera, que pelechara. Y entonces me convertí en árbol, en ese árbol de las hojas caídas, el orinado por borrachos, el sanitario de los murciélagos, el de los frutos podridos, el lugar para los ahorcados, el de las raíces que tumbó tres casas, el apuñalado por la navaja que trazó la inicial, el que intoxicó al turpial, el manjar del comején, el acecho del ladrón, el besuqueadero de los amantes, la burla de los pinos, el débil en la tempestad, el de la madera muerta, el invadido de hongos, el atestado de insectos, el de las hojas amarillas, el feo de la huerta, el que electrocutó el rayo, la rama donde habló el diablo, el que nunca dio sombra, el que su madero ningún carpintero nombra, el marchito.

Y al final de mis días, cuando regreso mi madre, llorando me decía Mira como estas, ¿ha valido la pena? Si madre, me hecho amigo del otoño, en mis ramas nació un ave y un retoño aprendió a crecer y siempre, siempre estuve de pie.

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Eternidad

Y a nosotros que nos han prometido la eternidad de cielo e infierno ¿y qué es más eterno que este invierno? Y el tiempo de la madre que espera en la ventana Y la noche larga donde no aparece la mañana. Eterna es la lucha en la cama de mi abuela. El camino a la escuela. La fila en la sala de urgencias. La promesa de la abstinencia. El regreso a casa. La hora que no pasa. El timbre para el recreo. Las verdades que no te creo. El sermón de la misa. Los papeles olvidados y la requisa. El instante de tu sonrisa. Eterno es la jornada del trabajo. Fugacidad es estar arriba y eternidad estar abajo. Eterna la espera de una madre que va a dar a luz. La calle sola, esperando el bus. El peso del recuerdo. Cuando de ti me acuerdo. Eterno se me hizo esperarte. Los días que conté para besarte. Eterno es esta guerra. El temblor de tierra. La noche de fantasmas y espantos. Las siete vidas de los gatos. Eterno es la deuda a crédito. El callejón sin lámparas. La agonía que da la muerte. El momento de quien no lloró porque se hizo el fuerte. Eterna es la soledad, la angustia y el dilema. Este poema. Dame el cielo o el infierno ¡Qué más da! Pero no me hables, no me hables de eternidad.

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La granada

Los niños siguen sonriendo en el parque, las madres desde sus ventanas contemplan la marcha. El obrero camina con paso alegre, el enamorado decide declararse, los estudiantes enarbolan sus carteles, las mujeres bailan al ritmo de la calle, los jóvenes juegan con el balón, y el perro corretea las palomas. Todo esto en un instante, en el que la granada, no quiso estallar.

Tiniebla

Yo no soy el fuego que se cala en tus ojos, ni ese brillo irónico de tu sonrisa. Yo no soy la lámpara que esconde la luciérnaga, ni la luz que enciende tus caminos. Mi madre no me dio a luz, solamente me arrojó a la tiniebla.

Turista

Un viaje alrededor de tu cuerpo, me lo da el pasaporte de tus labios. Con un tiquete que me dan tus ojos, recorro una mirada a diario. Un trayecto de tu boca a tu risa, en el que divago sin papeles ni visa. No tengo el periplo, ni tu punto de vista, pero en tu piel desnuda, soy un turista.

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