Primera parte Revista 17 Círculo El Aleph

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CÍRCULO LITERARIO EL ALEPH

Revista núm. 17, 2024

Ilustración: Sarah Amaro Castillo

CONTENIDO:

EDITORIAL (p. 1)

Karina Castillo: POEMAS (pp.3-5)

Miguel Ángel Beltré Ramírez: LA BALLENA BLANCA DEL PADRE JONÁS (pp. 6-8)

Sarah Amaro Castillo: POEMAS (pp. 9-11)

Kary Alba Rocha: DE LA DIALÉCTICA Y LA VIRTUD (pp. 12-22)

Jordan Durán Hernández: POEMAS (pp. 23 y 24)

Raúl Omar Lockward Céspedes: CHAMACO (pp. 25-28)

Nicole Acosta: POEMAS (pp. 30-32)

Maickel Ronzino: LA TRISTE PRESIDENCIA DE TARZÁN (pp. 33-35)

Angie Carolina Jiménez Camacho: POEMAS (pp. 36-39)

Duleidys Rodríguez: GENEALOGÍA Y AFRODESCENDENCIA (pp. 40-42)

Orlando Muñoz: LEER EL LIBRO Y LA VIDA (pp. 43 y 44)

Miguel Hernández Taveras: CONSOLACIÓN (pp. 45 y 46)

Lery Laura Piña: POEMAS (pp. 47 y 48)

Valentín Amaro: CARAVANEANDO (pp. 49-51)

Heidy Lorenzo: POEMAS (pp. 52-54)

Santiago Núñez Báez: SÍNTOMAS (pp. 55-57)

Ernesto Vantroy: PEDRO MIR: CUANDO LA POESÍA ENCARNA EN UN PAÍS (pp. 58-60)

Editor general:

Orlando Muñoz

Corrección de estilo:

Kary Alba Rocha Arias y Orlando Muñoz Ilustraciones

Sara Amaro Castillo (portada, pp. 5, 11, 29, 60 y contraportada)

Odalís G. Pérez (pp. 17 y 22)

Cruz María Dotel (pp. 2, 5, 35, 39, 42, 47, 51 y 55)

El Círculo Literario El Aleph fue fundado en Santo Domingo en 1997. La revista del Círculo Literario El Aleph es un órgano literario independiente y se publica en la República Dominicana, desde 1999. Para cualquier información sobre el grupo o la revista, puede llamarnos al 809-481-7100 o escribirnos a la dirección electrónica revistaelaleph@gmail.com

EDITORIAL

Escribir literatura auténtica se ha convertido en un enorme desafío en estos tiempos en que casi todo el mundo quiere recurrir a la denominada inteligencia artificial para resolver sus apremios de redacción o escritura creativa. ¿A dónde irán a parar entonces la originalidad, la creatividad, los aspectos culturales y emocionales, así como la intencionalidad y la voz distintiva?

El lector exigente espera originalidad; no basta con que los modelos de inteligencia artificial pueden generar textos coherentes y gramaticalmente correctos. De los escritores humanos se espera que ofrezcan perspectivas únicas, ideas frescas y giros inesperados en sus obras, algo que la IA actual puede encontrar difícil de replicar sin caer en patrones predecibles.

La creatividad ha de ser genuina y multifacética; va más allá de simplemente ensamblar palabras y frases. Implica la capacidad de imaginar, asociar ideas de formas novedosas, y expresar emociones y experiencias de una manera auténtica. Y aunque los modelos de IA pueden generar textos creativos hasta cierto punto, carecen de la profundidad emocional y de la intuición humana que a menudo impulsa la verdadera creatividad.

Asimismo, el texto literario auténtico suele estar arraigado a un contexto cultural y emocional específico, de modo que, a diferencia de los productos de la IA, los escritores humanos pueden incorporar referencias culturales, juegos de palabras y matices emocionales que reflejan su comprensión única del mundo y su experiencia personal. Al mismo tiempo, lo normal es que los autores humanos escriban con una intención específica y desarrollen una voz distintiva a lo largo de su obra. Y es esta voz única o singular lo que hace que su escritura sea reconocible y memorable.

Pero, además, ¿qué haremos con lo lúdico, con lo absurdo, con lo irracional de la propia vida cifrada en la escritura? ¿Acaso con la IA no le cerramos la puerta a gente como James Joyce, Alejandra Pizarnik, José Lezama Lima, Clarice Lispector, Julio Cortázar, Anne Carson o Zacarías Espinal?

POEMAS

Permiso

Permiso para estar vivo

Para abrir los ojos

Y sonreír

Multiplicarnos por las cuatro esquinas

Del mundo y de la vida

Permiso para quitarnos la máscara Y besar

En carne viva

Para fluir

Entre los líquidos

El pensamiento y las vísceras

Atravesar las nubes

El aire

El agua

La tierra

Abrir los surcos Y soñar

Permiso para mirar al cielo

Sin cegarnos

Hablar

Sin cerraduras

Creer

Amar

Tener esperanza

Permiso

Para soñar y ver la luna Y las estrellas

―Con los ojos cerrados‖

Permiso para abrirlos ver el camino Y andar

Abrir los brazos romper el velo Y pasar

Permiso para no tener miedo

Para sentir

Las manos

Los rostros el beso el viento

Permiso

Para hablar las palabras

Gritarlas

Escucharlas

Permiso para dar permiso al viento

De danzar

Correr

Entrar y salir

Cantar

Verter el corazón

Permiso

Para respirar.

Status quo

Cansada de hacer el camino ajeno

Decir la palabra ajena

El sentir ajeno

Debo seguir

Abrir otras puertas que han estado cerradas

Soltar las voces encadenadas

Durante tanto tiempo

Ya no hay espera para el silencio

El poema debe salir

Las raíces brotar

Florecer

Ya no hay tiempo para la calma

La contemplación ha hecho su trabajo

Quiero salir y volar y hacer y cumplir los sueños

Hacer reales las posibilidades

Ya no hay tiempo para encontrar compañía

Hay que seguir

Dejar de mentir

Y discutir simplezas

Es tiempo para lo grande

Eso más grande que nosotros

dejar el susurro

Es tiempo del grito, del canto

De andar el camino

Abrir las ventanas

Sacar la luz

El poema enterrado en el silencio

Tanto tiempo

Y brotar en una estrella.

Azul

Azul no solo es el cielo puede ser el alma los golpes quebrados bajo la piel

Azul no solo es el lago pueden ser las lágrimas corriendo sobre las mejillas borrando la careta añil

Azul puede ser la esperanza encapotada de pensamientos nublados

El corazón cansado de bombear y no llegar a ningún mar

Los pensamientos peleando por gobernar manos y pies cansados de andar sin rumbo

Las palabras frías sin sentido ni combustión

El viento que va en círculos y el silencio.

Fuego y sal

Mujer de fuego

Se ayunta

Navega y sumerge

Embudo de aguas tibias y saladas

Explota en bocanadas

Se funde

Traza sus huellas

Nada es casualidad

Origen

Sabe y busca lo que quiere

Eterna

En el vaivén de las olas

En la excitación de los sentidos

Se llena y se vuelca

Vive y es

En la fuente interminable

de fuego y sal

Plena

Serena

Hasta volver a empezar

Desde una sed

que no quiere ser saciada.

LA BALLENA BLANCA DEL PADRE JONÁS

El sacerdote Jonás García se despertó con el corazón acelerado en la oscuridad de su habitación. A tientas, se levantó de la cama y encendió la luz. Fue al baño, se lavó la cara, se miró en el espejo y sintió que su rostro, a pesar de sus treinta y tres años, estaba más viejo que el día anterior. Desde que en sus sueños empezó a hacer el amor con Kristina Woolf, se sentía cada día más cansado. Consideraba que en el momento en el que ella le hacía la felación le sacaba toda su energía vital. Además, tenía que batallar con su conciencia y la indecisión a la hora de contarle a su confesor esos sueños recurrentes y obsesivos, que nunca revelaba. La mujer era blanca, delgada, de labios carnosos, ojos azules y mirada belicosa; una muestra de laboratorio del paradigma de la belleza occidental; una mezcla física de Angelina Jolie y Scarlett Johansson, sus actrices favoritas.

El padre Jonás no entendía por qué se dejaba dominar tan fácilmente por la tentación. A veces pensaba que, quizás, ver tantas películas protagonizadas por esas actrices era la causa de su desasosiego. O que su celibato, la ausencia de una fémina en su vida y su introversión eran el origen de tanta lujuria acumulada y reprimida. Nadie entendía que el hecho de que él pudiera hablar en público y celebrar misas no significaba que consiguiera sostener una conversación privada con una mujer porque una timidez inexplicable lo paralizaba. Tal vez le hacía falta, razonaba, tener una amiga monja o feligresa con quien poder conversar sin prejuicios sobre esos temas, que su con fesor y director espritual, por su cerrazón y puritanismo, no iba a comprender, sino a juzgar. A pesar de que nunca había traicionado ni iba a traicionar su celibato. Pero se trataba de algo tan fundamental como el manejo de su sexualidad. Problema para el que nadie nacía con un manual debajo del brazo. Experiencia con la que cada quien tenía que luchar solo, porque no había Biblia ni código moral o religioso para manejar la condición de ser un animal sexual de manera exitosa, sin traumas ni frustraciones. ¿De qué le servían las licenciaturas en filosofía y teología, que hizo para ser consagrado sacerdote, ante el encanto de Kristina Woolf? ¿Cómo pelear esta guerra sin terminar derrotado? ¿Cómo manejar esta situación? Se preguntaba a diario. Estaba atrapado dentro de una ballena, como el Jonás bíblico, pero en la ballena del deseo, los sueños y el amor, de la que no sabía cómo escapar.

Los encuentros con Kristina Woolf se realizaban en muchos lugares, entre ellos: en la playa La Caobita, de Azua. Ella, con un vestido negro de pierna

abierta y un sombrero blanco, lo tomaba de la mano y caminaban descalzos por la orilla durante un largo rato, sin conversar, mirando el horizonte y sus pisadas en la arena. Los pies de la mujer le parecían los más hermosos del planeta. Esta caminata le daba una gran sensación de paz, como cuando era niño y rezaba el rosario con su madre frente a un cuadro de la Virgen de la Altagracia. Se dejaban acariciar por la suave brisa salobre. Ella comenzaba a correr entre risas y él la seguía. Luego entraban al agua desnudos y se abrazaban. Sentir sus cuerpos pegados el uno del otro dentro del agua era una experiencia bastante placentera. En esa playa fue cuando vio el mar por primera vez. El padre Ernest Faulkner, estadounidense y promotor de su vocación sacerdotal, lo llevó a conocer el mar junto con otros monaguillos. A partir de ese día, siempre asoció la playa con una de las tantas formas de vivir y palpar la libertad y la felicidad de forma física, sin abstracciones filosóficas ni teológicas.

Otras veces, paseaban por las calles de Roma. Agarrados de las manos, entraban y salían de las antiguas iglesias y de las catacumbas. Llegaban a la Capilla Sixtina y los personajes pintados en ella revivían, cantaban y bailaban merengues y bachatas y aplaudían para ellos. En Jerusalén, se bañaban bajo una lluvia de gotas de vino y hostias, mientras hacían el trayecto de la crucifixión con miles de peregrinos desnudos de todo el mundo. En París, Kristina Woolf iba con un vestido azul oscuro lleno de estrellas amarillas, unos colores salidos de un cuadro de Vicent van Gogh. Entonces empezaba a nevar y del cielo caían libros de nieve que ellos atrapaban y se los comían porque sabían a dulces de coco. Más adelante, entraban a un pequeño hotel y eran llevados hacia una habitación por un enano vestido de Caperucita Roja, por un camino de flores amarillas y, cuando abrían la puerta, se convertía en la finca de café del abuelo del padre Jonás. Lugar donde pasaba las vacaciones escolares de su infancia. Disfrutaban del olor del café y se bañaban abrazados en un río que corría en medio del cafetal.

Llegaban a la Capilla Sixtina y los personajes pintados en ella revivían, cantaban y bailaban merengues y bachatas y aplaudían para ellos. En Jerusalén, se bañaban bajo una lluvia de gotas de vino y hostias, mientras hacían el trayecto de la crucifixión con miles de peregrinos desnudos de todo el mundo. En París, Kristina Woolf iba con un vestido azul oscuro lleno de estrellas amarillas, unos colores salidos de un cuadro de Vicent van Gogh. Entonces empezaba a nevar y del cielo caían libros de nieve que ellos atrapaban y se los comían porque sabían a dulces de coco. Más adelante, entraban a un pequeño hotel y eran llevados hacia una habitación por un enano vestido de Caperucita Roja, por un camino de flores amarillas y,

cuando abrían la puerta, se convertía en la finca de café del abuelo del padre Jonás. Lugar donde pasaba las vacaciones escolares de su infancia. Disfrutaban del olor del café y se bañaban abrazados en un río que corría en medio del cafetal.

Una madrugada de abril, medio en serio, medio en broma, Kristina Woolf le dijo que, en cualquier momento, se le iba a aparecer en la casa curial vestida de monja para no levantar sospechas en la gente del pueblo. El padre Jonás, después de despertar del sueño delicioso, no pensó en la ocurrencia de la mujer, ya que era imposible que ella saliera de sus sueños y se materializara en la realidad. Pero el Domingo de Resurrección, a las tres de la tarde, después de haberse tomado algunas cervezas para mitigar el calor, ella se le apareció vestida de blanco de pies a cabeza con una maleta roja. Al verla en la puerta, con su sonrisa y mirada inconfundibles, el corazón casi se le salió por la boca. Ella le preguntó si no iba a dejarla entrar, y él se paró de la mecedora como un autómata, abrió la puerta de hierro, miró hacia la derecha y hacia la izquierda, a ver si no había alguien observando, la tomó de la mano con firmeza y la llevó a su habitación. No lograba calmarse y respiraba con dificultad. Ella le dio explicaciones esotéricas de las razones por las cuales solo él iba a poder verla, que lo tranquilizaron. Acordaron no hablar delante de ninguna persona, para no delatarse.

La salida de Kristina Woolf de los sueños del padre Jonás lo transformó. De una conducta retraída y taciturna, comenzó a sonreír y saludar con mayor vivacidad. La señora que limpiaba la casa y cocinaba fue la primera en notar el cambio. Le sorprendió su locuacidad y que la saludara con un abrazo. Para todos lados iba con Kristina Woolf. Juntos visitaban todas las comunidades que pertenecían a la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, del municipio de Anacaona. Bautizaban, casaban, confesaban y celebraban misas. Perdió la timidez para conversar a solas con las mujeres. Empezó a cantar las misas y a hacer chistes en las homilías. Los anacaonenses que iban a misa también notaron el cambio, pero los más rígidos y conservadores se lo tomaron a mal, incluyendo algunos que formaban parte del consejo directivo que, junto al padre Jonás, dirigían la parroquia. Las murmuraciones, los rumores y quejas llegaron hasta los oídos del obispo de la diócesis de San Juan de la Maguana, a la que pertenecía la parroquia. Pero nadie se sorprendió la tarde cuando llegó el obispo, el confesor del padre Jonás, y un equipo de psiquiatras que lo evaluaron y decidieron llevárselo e internarlo en una clínica de Santo Domingo. La recuperación de la cordura del padre Jonás, según los psiquiatras, conllevó la desaparición de la presencia de Kristina Woolf en sus sueños y en su realidad. Desaparición que lo embargó de una tristeza incurable.

POEMAS

I

soy el indígena mi dios el cemí de las cuevas el primer artista el salto del areíto

soy el que dio oro por espejos no supe el uso de una espada hasta que un ser semejante al sol me la clavó entre manos

no fue guerra anunciada aún Quisqueya aún la tierra reclama mi nombre

soy el español libros dicen que descubrí América no me escuchen los nativos de Cervantes pariente su lenguaje, mi voz

soy el negro que sobrevivió la mar fui vendido al nuevo mundo me apilaron con mis hermanos en un barco algunos muertos, otros al borde mi llanto el canto un grito ahogado un grito de escape cuando el azote duele bajo penumbra y sol

ser negro, mi condena me sublevé a las sierras

soy el híbrido el choque de tres culturas tres realidades que se volvieron una el que niegue uno de estos se niega a sí mismo II a mi abuela Carmen

tras las sierras que se levantan como pedazos de papel allí en la tierra del cacao y los ríos de cristal nació mi abuela

demasiado tempestuosa para seguir siendo monja te llenaste de libros y flores tu poder, ser maestra

ni la dictadura ni la crisis ni el estruendo de guerra pudieron alcanzar tu alma

enséñame a ser serena pero decidida fuerte pero sensible columna antes que arena

aún en la ciudad sigues pintando valles

a mi abuela Adela Almonte

huracán de los montes una sola risa cantada haciendo viento a través de hojas que brotan semejando párpados despiertos el curso de las plantas tu escuela espíritu indomable siembras semillas de cacao en las nubes que ahora llueven sobre mí inmigrante por años juraste que ninguna cordillera era tan etérea como la tuya

IV a la memoria de mi abuelo Pedro Castillo

cerca de tu campo una piedra surgió en la sabana él, un abogado que iba a ser cura

todavía se levanta de pesadillas

se dibuja en medio de la revolución temblando al compás de las sirenas huyendo de los cuerpos sin nombre clamando clemencia clamando la historia huyendo de los cuerpos sin nombre clamando clemencia clamando la historia y como si un lagarto habitase en su mente sus memorias son tragadas para secar el mar de recuerdos

de vez en cuando viaja a los tiempos en que cantaba en el coro

recorta el periódico hasta la madrugada intentando archivar noticias que al segundo olvida

sale al mercado los días feriados se escapa al campo y se encuentra con que su casa ya no es su casa ya sus padres no están allí

llora porque se siente solo perdido en el vacío en el silencio de un monólogo interno que va olvidando el trayecto de las palabras y los días

yo ya no pregunto solo espero que todavía mencione mi nombre

V a mi abuelo Israel Amaro

vuelves a nacer con cada sol tu alma a contraluz del amanecer la madrugada de astros espera tu incesante caminar por las praderas

conoces el lenguaje de la tierra la sequía acaba cuando siembras eres el descanso de un ave sedienta plantas crecen a través de tus botas que han divagado ríos

arena y asfalto la ciudad no te entendió eras sólo tú y el campo tú y la voz del cocuyo tú y las ramas de la noche tú y el cangrejo en la costa tú y el arrozal tú, la yuca y el plátano es cierto que ya no puedes levantarte de la cama pero sólo tú y dios saben seguir creyendo que hay verde aún en estas cuatro paredes

Kary Alba Rocha

DE LA DIALÉCTICA Y LA VIRTUD

En el diálogo Menón se introduce la base constitutiva de lo que posteriormente será conocido como la consumación de la dialéctica platónica, un método de investigación plural, de puesta en común de la razón, por la que un tema cualquiera es examinado mediante el planteamiento de ciertas hipótesis que son contrastadas o probadas a través de las preguntas y las respuestas que paso a paso van formulando y proponiendo los interlocutores participantes.

Tal como se dirá luego en el Fedro, la meta y el eje central de dicho razonamiento dialogado así como su fundamento y justificación es el examen a fondo del objeto de la investigación a fin de determinar su verdad-esencia (la Forma-Idea de la cual participa la cosa). Esta verdad esencial se obtendría en virtud de un proceso de ida y vuelta por el que los interlocutores intentan primero reunir y sintetizar, “bajo una sola idea general” o “definición exacta” (Fedro, Diálogos, pág. 533), todas las ideas particulares que se tienen sobre el objeto, para entonces, en una segunda fase, pasar a dividir esa idea general o síntesis así obtenida en sus elementos más básicos y naturales (Fedro, Diálogos, 533). Ya en el Menón se dan dos principios básicos de ese procedimiento investigativo que se constituyó en la raíz de todo el filosofar posterior: el primero es la conciencia de la necesidad de la consistencia del conocimiento-saber o de la opinión exacta a la que se llegue, de suerte que se pueda dar razón de ese hallazgo siempre, tanto “ahora” como “después” (Menón, págs. 117, 127); en cambio, el segundo principio, complemento y medio de cumplir el anterior, es la necesidad de asumir solo provisionalmente, mientras no sea absolutamente refutado por el examen de otras hipótesis contrastantes, lo que ha “probado” el razonamiento dialéctico seguido a partir de hipótesis previas. En el diálogo en cuestión esto se ve no solo en el hecho de que Sócrates cuestiona, somete a juicio, el resultado del razonamiento verificado respecto a su primera proposición condicionada, esto es, la hipótesis acerca de si es enseñable o no la virtud (Menón, a partir de la página 116), sino también en la constatación de que, aun mediante dicho examen cruzado, no se puede llegar a ninguna conclusión aproximada o definitiva acerca de qué sea la virtud, es decir, acerca de qué sea la cosa de la que se habla. Ello solo puede querer decir que tampoco se puede alcanzar a determinar la exactitud o verdad de las opiniones a las que sin embargo conduce el proceso (pues se carece del logos definidor o verdad-fundamento de las que dependen), por lo que ellas serán solo “exactas” de un modo también precario, tentativo, en función de su coherencia entre sí y de algo todavía más importante: de que no sean negadas por la praxis y los hechos

Este último punto es fundamental. Porque, a falta del conocimiento del logos definidor o de la Idea-esencia de la cosa que es lo que se pretende alcanzar mediante la investigación conjunta , los interlocutores participantes someten el objeto de su escrutinio a un examen continuado por el que van planteando diversas y progresivas cuestiones con las que problematizan desde distintos ángulos dicho objeto (Serafín Vegas González, Introducción, en Menón, pág. 17). Y esas cuestiones que problematizan el objeto surgen o emergen del entrelazamiento de los conocimientos o supuestos teóricos previos con la propia experiencia que tienen los interlocutores respecto a la cosa, es decir, de un saber contrastado por la realidad de lo factual. En el Menón, un ejemplo del recurso a los conocimientos previos se da cuando, a partir de la afirmación de que todo lo bueno es útil (pág. 114), se sigue un razonamiento deductivo que lleva primero a la constatación de que todas las cosas del alma son provechosas (útiles) solo

cuando están dirigidas por el “uso recto” (pág. 115); luego a la verificación de que, para ser útiles (provechosas en cuanto a ser el fruto de un uso recto), tales cosas del alma deben estar regidas por la prudencia (pág. 115); y por último a la conclusión de que la virtud, como algo que es del alma (pág. 115), tiene que ser también prudencia, y que, por consiguiente, la persona que es buena, que es virtuosa, no puede serlo por naturaleza (pág. 116). Y es justo este aserto el que lleva a una nueva problematización con la que se tratará de determinar el medio por el que se adquiere la virtud —específicamente, a la cuestión de si es enseñable o no , asunto en el que, en cambio, se recurrirá a los hechos y a las experiencias verificadas al respecto en Atenas, y de los que son testigos todos los interlocutores. En efecto, es en virtud de la experiencia que se había dado en esa polis griega (personas reconocidas por todos como virtuosas no habían sido capaces de enseñar la virtud a sus propios hijos, mientras que los sofistas tampoco se atrevían a prometer enseñarla ni a presentarse como sus maestros) que se concluye “que acaso no sea enseñable la virtud” (págs. 123, 126).

Pero a lo que así se llega lleva, a su vez, a una tercera y consecuente problematización, en la que tal resultado es contrapuesto a la evidencia fáctica de que había habido y había entonces hombres buenos en la ciudad, por lo que los interlocutores no pueden menos que pasar a preguntarse cómo llegaron tales hombres a ser virtuosos, y cómo, en general, puede llegar cualquiera a serlo. Y es así como, finalmente, por deducción y coherencia entre sí de las hipótesis ahora manejadas, se arriba a las siguientes conclusiones: 1) que no por ciencia que sí es enseñable se llega a ser bueno: “y no podrá ser la ciencia una guía en las actividades políticas”, afirma Sócrates (pág. 130)); 2) que se puede ser bueno por lograr formarse “una opinión exacta de las cosas” (pág. 127); 3) que las personas que llegan así a ser buenas, aunque actúan y se expresan correctamente, en verdad no consideran el fundamento de las cosas (pág. 128), motivo por el que no poseen la ciencia de lo que hacen y dicen, pues no tienen “entendimiento” ni “saben nada” de sus dichos y hechos (pág. 130), de los que no pueden dar razón (Protágoras o de los sofistas, Diálogos, pág. 163); 4) que, por lo anterior, “tampoco son capaces de hacer a otros como ellos son” (Menón, pág. 130); y 5) que estos hombres buenos en función de haber alcanzado la opinión exacta de las cosas lo son por inspiración o soplo de la divinidad, de modo que se ven “poseídos” por ella y “son divinos” (págs.. 130 y 131).

Repetimos, todas esas conclusiones progresivas operan como medio para ir acotando, circunscribiendo cada vez más el objeto de la investigación, pero no desembocan en su logos definidor, es decir, en lo que más tarde será investido de un carácter metafísico y que se denominará Idea o Forma esencial de la cosa. Es por ello por lo que, en el fondo, todas las conclusiones a las que se llega en la segunda y en la tercera problematización referida no pueden ser consideradas definitivas y verdaderas de modo absoluto y seguro (pág. 131); solo son asumidas de modo tentativo, porque no son negadas ni por los conocimientos o supuestos teóricos previos ni por los datos empíricos, de modo que son las únicas respuestas teóricas plausibles a que aquellos dejan lugar. Y de ahí que cuando Menón plantea la cuestión del medio por el que llegan a ser buenos los hombres si no lo son por naturaleza y la virtud parce no ser enseñable, Sócrates responda, en definitiva, con una cierta ambigüedad y dejando espacio para la duda. Porque a la alternativa al ámbito de la ciencia y la sabiduría consciente, esto es, a la “opinión exacta de las cosas” que la persona puede tener “imaginando la verdad sin poseerla” (pág. 127), Sócrates contrapone al final del diálogo la expresión irónica de que, efectivamente, la virtud resultará no enseñable, “a no ser que haya alguno capaz de hacer político a otro”, refiriéndose con ello probablemente a su propia labor de no callar las “cosas buenas” que había aprendido y de instigar a los demás hombres y conciudadanos a ser más sabios

mediante el cuidado y perfeccionamiento de sí (Apología de Sócrates, Diálogos, pág. 30).

Como al final del diálogo queda ese pequeño resquicio por el que Sócrates discretamente opone la experiencia que él ha tenido, su propia praxis, al supuesto contrastado (pero no mediante prueba definitiva) de que no se puede enseñar la virtud, se tiene que pasar a hacer conciencia de las alternativas contrapuestas que dicho diálogo deja en suspenso. En ese sentido, hay que recordar y señalar que en principio serían tres las posibilidades sugeridas por esa conversación sostenida entre Sócrates y Menón y sus compañeros. En primer término, tenemos la tesis de que la virtud puede ser enseñada; en ese caso, la virtud es ciencia, conocimiento objetivo (aunque sea en su más alto grado), y como tal puede y debe dar razón tanto de las cosas, de la realidad, como de sí misma, es decir, de lo que ella es y de cómo por cuáles medios se puede llegar a ella. En segundo término, tenemos la tesis de que la virtud no puede ser enseñada; ello significa que es algo distinto de la ciencia o conocimiento objetivo, el cual no puede ser medio para su logro. Como tampoco se da por naturaleza, solo se puede llegar a ella por influjo o acción de la divinidad. El ser humano no puede llegar a ella por sí solo ni con el concurso de otros seres humanos. No hay “técnica” o “saber hacer” explícito para alcanzarla. De ahí resulta que los que actúan sabiamente lo hacen “sin saber” por qué y no pueden explicar ni en el fondo comprender sus propias acciones: sus obras o sus actos y dichos inspirados son los únicos que pueden hablar por ellos y de ellos. Por último, y en tercer término, está una tesis que se deduce del diálogo, si bien no está formulada de manera explícita. Es la que postularía que a la virtud, es decir, al recto hacer y sentir, se puede llegar tanto por el soplo divino como por la enseñanza humana. Y en este caso, como se podría ser virtuoso sin tener verdadera ciencia de lo que se hace y se dice, esto es, sin poder explicarlos racionalmente de un modo claro, la ciencia solo debe ser entendida aquí como un medio quizás el principal, en la medida en que está al alcance del ser humano para llegar a la virtud. Por lo poco que sé de Sócrates y de su vida, me parece que esta atestigua a favor de la tercera hipótesis. Pues Sócrates, con sus conversaciones, con la puesta en práctica de la razón dialogada en compañía de otras personas y con el daimonion familiar o “voz divina” (como él la llama en la Apología, págs. 24, 34) que lo disuadía de emprender acciones y de hacer el mal, se entrenó en la búsqueda de la verdad, en el tratamiento honesto de la realidad y de los entes que fueron objeto de su consideración y en el examen de sí mismo y de sus compañeros, todo lo cual no pudo ser más que fuente de virtud, de bien.

En el diálogo que tratamos, Menón, Sócrates recurre de hecho a las dos vías enunciadas en la tercera tesis aquí referida, es decir, a la ciencia o conocimiento teórico objetivo y a lo que en sus palabras sería el saber “sin ciencia” de los adivinos y poetas, “a quienes no se puede exigir que den la razón de lo que dicen” (Protágoras o de los sofistas, Diálogos, pág. 163). Por la primera llegó, junto a sus compañeros, no solo a la idea de que la virtud no puede darse por naturaleza, dado que es prudencia (pág. 116), sino también a la conciencia de que en ese momento ninguno de ellos era capaz de definir, de alcanzar, la verdadesencia-fundamento de lo que hablaban, de la virtud, por lo que hasta el propio Sócrates se encontró allí con algo de lo que no podía dar exacta razón y de lo que sin embargo trataba con propiedad. Fue esa ignorancia sabia que le proporcionó el conocimiento objetivo que entonces tenía lo que le permitió poder refutar con justicia todas las definiciones erróneas que Menón había aportado sobre la virtud. Con ello confirmó una vez más lo que se deduce del Parménides, uno de los últimos diálogos platónicos y de los ejercicios dialécticos más extremos que desarrolló su autor: que el único conocimiento objetivo seguro y definitivo que puede alcanzar el ser humano es el ser del no ser del ente, es decir, aquello que el objeto no es: “Luego es, según parece, el Uno que no es… Es preciso entonces que esté ligado al no ser por el ser

del no ser, si debe no ser, de la misma manera que el ser, para ser plenariamente, ha de tener el no ser del no ser.” (Parménides, sexta hipótesis, págs. 133). En efecto, ya con el procedimiento por hipótesis que se inicia en Menón se da una consideración del objeto (en este caso la virtud) no en función de lo que es algo no objetivable para los interlocutores-investigadores, que admiten que lo ignoran , sino en función de las determinaciones fijadas por sus relaciones con otros entes, y que en este caso son lo bueno, lo útil, lo provechoso, la prudencia, la ciencia o el conocimiento enseñable. Solo es en el sentido de la exploración de la interacción del objeto con otros objetos, de la exploración de los modos o modalidades que asume su “comportamiento” en la vasta red de la realidad, que el método dialéctico que desarrollarán Sócrates y Platón hace posible “abarcar a la vez el conjunto y los detalles de un objeto” (Fedro, Diálogos, pág. 534), esto es, sus posibles propiedades, “cómo y sobre qué cosa obra”, “de qué manera puede ser afectado” y si es posible que sea simple o compuesto, y en este último caso, cuáles serían sus posibles partes (Fedro, Diálogos, pág. 539). Esto se ve de modo patente en el Parménides, que va más allá de la delimitación formal del ser del no ser del ente es decir, del ser del uno que no es , para constituirse en la abstracción más alta posible de las posibilidades básicas de relaciones que pueden establecerse entre un ente cualquiera y sus otros y entre lo Uno y todos los entes existentes. Por eso, a pesar de que Sócrates afirme en el Fedro que el que siga un “orden metódico” (el dispuesto por el “arte” y método de la dialéctica) “explicará exactamente la esencia del objeto a que se refieren todas sus palabras” (pág. 539), en realidad no hay tal conocimiento objetivo esencial (basado en haber alcanzado la Forma o Idea) al llegar al final del proceso investigativo dialéctico de la cosa. Y pongo como ejemplo de ello otra vez al Parménides, diálogo en que se examinan exhaustivamente y hasta sus más extremas implicaciones las determinaciones pautadas por los vínculos que pueden darse entre el uno que es uno/el uno que es/sus respectivas negaciones y sus otros, pero que no puede establecer de manera definitiva lo que sería esencial fijar y de lo que dependería la verdad o falsedad de todo lo demás, es decir, no puede llegar a determinar si el uno es uno o si el uno es, ni, mucho menos, pretende alcanzar saber qué es ese uno.

Por lo tanto, y como no podía ser de otra manera, la ciencia o saber teórico de Sócrates es un conocimiento que se ocupa solo de la “descripción formal” del objeto, del “delineamiento” de la cosa investigada en función de su contraposición con otros entes: jamás permite alcanzar su verdad-esenciafundamento. Esta, sin embargo, no deja de tener una importancia capital en la pedagogía socrática: en la medida en que opera como el horizonte cognitivo por el que se afanan él y sus discípulos y en la medida en que se constituye en la fuente original y oculta de la que emanan todos los saberes particulares que ellos obtienen respecto a los objetos sobre los que discurren, la verdad-esencia-fundamento (la Idea o Forma de la que la cosa participa) se instituye en el límite que señala taxativamente lo que puede o no conocerse del objeto, lo que puede o no decirse con conciencia de él. De ahí, de esa tensión fecunda entre lo que puede decirse con conciencia del objeto y lo que no, deriva la maravilla de la experiencia particular de Sócrates, que puede descubrir los errores en los conocimientos que se tienen de las cosas sin saber él mismo su verdad esencial. Es, paradójicamente, por la consideración por el rodeo de ese fundamento desconocido de los objetos de sus indagaciones (fundamento que en verdad sería incognoscible, de existir), así como por su recuerdo constante, que el hombre puede “encadenar” las opiniones verdaderas a su alma, opiniones que entonces se transmutan en ciencia y después se hacen en él permanentes. Esto es lo que atestigua Sócrates en Menón (pág. 128): que la diferencia entre la ciencia y las opiniones “verdaderas” (a que llegarían los individuos por inspiración divina, recordémoslo) radica solamente en el sujeto cognoscente, en su capacidad y su deseo de atarlas a su alma mediante la consideración y el recuerdo del fundamento que opera en todo como límite de aquello que puede ser conocido.

Pienso entonces que la ciencia así adquirida se convierte en permanente cuando, siguiendo el ejemplo de Sócrates, el sujeto busca explicarse a sí mismo todo lo que puede ser explicado de manera racional y en función de una verdad posible, pero también y esto es tan importante como lo anterior cuando sabe al mismo tiempo detenerse al reconocer el comienzo del espacio que en las cosas está más allá de los poderes de la razón. Esto es lo que se llama un tratamiento honesto, justo, de los objetos del conocimiento: de ellos solo se busca conocer lo que son y solo en la medida en que ese conocimiento es posible, sin violentarlos, sin proyectar ni agregar en ellos intereses ajenos a lo que sería su constitución esencial ni a lo que es inevitable en el marco de la estructura del conocimiento humano, estructura por la que la “cosa” (el ente “aislado” en la realidad) se convierte en el objeto (el ente en cuanto inevitablemente afectado por la percepción y el conocer humanos). En este sentido, la posición socrática de que la sabiduría humana es nada (Apología de Sócrates, pág. 15) se opone radicalmente al postulado de Protágoras que afirma al hombre como la medida de todas las cosas (“…para las que son, medida de su ser; para las que no son, medida de su no ser”. En Jacqueline de Romilly, Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles, pág. 93) y que cree con ello poder liberar al hombre del fundamento por el que este se ve atado, “sujeto” o supeditado a la realidad. Al defender en contraposición a Protágoras una verdad esencial que sabe que el ser humano no puede alcanzar, el conocimiento teórico estrictamente socrático asume que, aun en su carácter oculto, ella es la que determina los modos de comportamiento del ente en la realidad, y que, en consecuencia, es el único parámetro válido que puede servir como medida del justo reconocimiento del objeto, fuente exclusiva para el obrar recto en un mundo y una realidad que supera de modo abrumador a los hombres. De esta suerte, la enseñanza objetiva socrática y su posterior consolidación en la dialéctica platónica se descubre como un proceso humano de instrucción ética por excelencia, pues el rigor de un ejercicio puramente intelectual que solo pretende aferrarse a la verdad de su objeto, y a nada más, es de suyo un ejercicio de humildad.

En cuanto al segundo tipo de medios cognoscitivos conducentes a la virtud al que Sócrates recurre en el Menón (los que pertenecen al saber “inspirado” o “sin ciencia”), se puede afirmar que el mismo se revela fundamental. No solo porque constitu ye el grueso del conjunto de opiniones o ideas “verdaderas” de carácter positivo en el sentido de ser opuestas al conjunto de las opiniones o ideas “verdaderas” negativas que son fruto de la delimitación que impone la verdad-esencia-fundamento entre lo que puede ser conocido y lo que no , sino también porque operan como la base propiamente dicha desde la que Sócrates se lanza a su ejercicio investigativo en busca de la verdad y el bien. Ello se hace evidente sobre todo en el hecho de que es un conocimiento de esta clase, un saber de sacerdotes y poetas, de “cuantos son divinos” (y, entre ellos, específicamente de Píndaro) (pág. 104), el que sirve a Sócrates para resolver la importantísima paradoja que plantea Menón y que parece, en primera instancia, hacer inútil cualquier empeño por investigar y conocer. Y es que en síntesis esta paradoja afirma que “no es posible para el hombre investigar ni lo que sabe ni lo que no sabe... Pues ni sería capaz de investigar lo que sabe, puesto que lo sabe, y ninguna necesidad tiene un hombre así de investigación, ni lo que no sabe, puesto que ni siquiera sabe qué es lo que va a investigar” (págs. 103 y 104). Con ello plantea no tanto un impedimento al aprendizaje individual, sino a la posibilidad del acrecentamiento del conocimiento humano en sentido general, a la posibilidad de que un conocimiento dado y verificado genere un “nuevo” y distinto conocimiento exacto y verdadero que el sujeto cognoscente sea capaz de reconocer. En el diálogo esto último se hace evidente en su problema central, esto es, en el paso de la pluralidad de casos o modos que adoptaría la virtud en los hechos (justicia, valor, templanza, saber, magnanimidad, págs. 93, 94) a la idea única que las reuniría a todas, o como afirma Sócrates, “a lo que es una misma cosa en todas…”.

Problema que, en un sentido más profundo, constituye la cuestión del paso de lo que aparece en el mundo (que serían los casos o modalidades, los cómos) a lo que constituiría su verdad esencial y fundante (que sería su qué). La paradoja de Menón, por tanto, plantea también de modo concreto el problema de la posible “sustancialidad” del conocimiento humano, en el sentido de si este es más que una pura tautología vacía (como diría después Nietzsche): de si es posible para el hombre superar el ámbito del conocimiento objetivo puramente referencial al que ya hemos aludido, y por el que los objetos solo pueden ser “conocidos” “formalmente” no esencialmente en virtud de sus relaciones y determinaciones mutuas. Como hemos dicho ya, Sócrates resuelve la paradoja recurriendo a una idea que no obtiene a través de su razonamiento dialogado, de su ciencia, sino que se funda en el saber inspirado. Porque esa idea, la de que

investigar y aprender “no son en absoluto otra cosa que reminiscencia” (Menón, Diálogos, pág. 105), se basa en la afirmación no demostrable de que el alma del hombre es inmortal, de que ha nacido muchas veces y de que lo ha aprendido todo desde antes de su actual existencia terrena. Por eso, colige Sócrates, el ser humano vivo guarda en sí todos los saberes, y solo tiene que recordar uno de ellos para, a partir de la investigación que hace sobre sí mismo y sobre las cosas si bien siempre ayudado por el concurso de al menos otra persona , poder recordar o despertar todas las demás. Y por eso afirma Sócrates también: “no hay enseñanza sino recuerdo” (pág. 105). Como se ve, el mencionado “conocimiento” inspirado, no demostrable por la razón, le sirve a Sócrates como trampolín para asumir en términos teóricos y prácticos

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las siguientes implicaciones referentes al aprendizaje o investigación y al conocimiento y la verdad: 1) que se puede investigar lo que no se conoce; 2) que esto debe hacerse investigando lo que se conoce (es decir, partiendo de los conocimientos despiertos que están en el sujeto cognoscente); 3) que es posible aplicar los dos principios anteriores mediante un método por formulación de preguntas concretas que ayude al sujeto a recordar o a aprender de sí mismo (a partir de la pág. 105) (como, para él, enseñar es siempre ayudar al otro a recordar lo que ya sabe, dichos principios también sustentan y operan en su método por hipótesis); 4) que el sujeto cognoscente puede llegar así a re-conocer ideas verdaderas sobre su objeto de investigación (pág. 111); 5) que, llegando hasta el final del proceso, el sujeto puede llegar a obtener los conocimientos “exactos” sobre dicho objeto, es decir, la ciencia de ellos; y 6) que, finalmente, le sería posible llegar a la “consideración” del fundamento de las cosas (pág. 128). Todo esto intenta probarlo Sócrates en medio de la conversación.

Para ello, pide a Menón que le llame a uno de sus criados esclavos a fin de intentar probar con él y a través de él que no se enseña, sino que se recuerda, y que en cada persona individual, independientemente de su condición particular, “hay ideas verdaderas acerca de esas cosas que no sabe” (pág. 111). Como no podía ser de otro modo en Sócrates, hay aquí implícita la idea de una independencia de la verdad respecto a las condiciones subjetivas de los sujetos que pretenden conocerla, independencia que se daría justo en la medida de su carácter común a todos, por ser el fundamento de lo real en su expresión condicionada. Esta idea se sustenta en Sócrates no lo olvidemos en dos principios cardinales que se manifiestan implícitamente en las narraciones de su Apología y de sus diálogos (al menos en los que aquí hemos referido) y que pienso que le confieren una vigencia que debe ser reconocida aún en nuestros días. Ya los hemos tratado aquí. El primero consiste en que esa verdad-fundamento, independiente y común, que no se alcanza por el conocimiento objetivo, pero que sí puede ser “rodeada por este” y operar como su estímulo y su centro no revelado, no es enunciable o formulable positivamente (de ahí el reconocimiento de Sócrates de que la sabiduría humana “no es nada”: Apología, pág. 15). Y es necesario recordar aquí que es solamente en ese sentido de “rodeo”, en cuanto obligación ética e intelectual de no traspasar los límites de aquello que puede decirse con razón, que debe ser comprendida la expresión socrática de que es posible llegar a “considerar” el fundamento de la cosa investigada, sea por el método de la anamnesis, sea a través del que discurre mediante la formulación de hipótesis. El segundo consiste en que la verdad que sí puede enunciarse o formularse es una verdad que, o bien, solo es una “deducción” en un sistema o entramado general de referencias por las que las cosas, en su interacción mutua, son remitidas unas a otras y en este caso pueden ser demostradas, explicadas racionalmente solo en su estructura formal, no esencial , o bien no puede ser explicada de modo racional en ningún sentido, y en este caso tiene que ser “creída”, asumida por una especie de fe. Es lo que sucede con la idea misma de que el alma del hombre es inmortal y de que ha aprendido todo antes, en la cual Sócrates tiene que creer por fe, como por contraste deja en evidencia su Apología, donde rechaza huir de la muerte porque admite que ni él ni nadie sabe lo que es (Apología, págs. 22, 34). En cambio, no es simplemente por fe, en el sentido aquí de simple creencia, por la que Sócrates asume sus métodos investigativos y la idea de la necesidad de investigar lo que se sabe para poder conocer lo que no se sabe, aun cuando afirme: “Y, desde luego, en los otros aspectos no sostendría yo con mucho ahínco esta doctrina [la doctrina de la inmortalidad del alma y de que lo ha aprendido todo previamente]; pero que si creemos que hay que investigar lo que se sabe seremos mejores y más varoniles y menos inútiles que si creemos que lo que no sabemos ni es posible descubrirlo ni hay que investigarlo, por esto sí que estoy yo dispuesto a luchar, si soy capaz, tanto de palabra como de obra” (pág. 112).

Como bien señala el autor del estudio introductorio a la edición del Menón que leo, Serafín Vegas González (págs. 42, 43), parece que con esta declaración Sócrates admite la asunción de sus métodos de investigación solo por sus resultados tendentes a hacer “mejores y más varoniles y menos inútiles” a los seres humanos, y que habría aquí algún dejo de pragmatismo. Pero en realidad no es así. Hay una comprobación efectiva de la propiedad y exactitud de los métodos investigativos empleados y de la verdad que encierran (que solo investigando lo que se conoce se puede llegar a lo que no se conoce). Pues, a mi entender, con ellos se puede realmente “aprehender” lo incognoscible en cuanto incognoscible o desconocido (la llamada ya “consideración del fundamento”, por la que se pasa a tener consciencia de aquello que no se sabe), así como conocer las ideas verdaderas y conocimientos exactos posibles referentes a la constitución “formal”, inter-relativa, de los objetos sometidos a investigación. Y esto es algo que confirman no solo los tres métodos empleados en el diálogo, sino toda la dialéctica posterior, ya sea la que busca ampararse en un fundamento metafísico (como la platónica), como la que no. En este sentido, pienso que no es válida la acusación de que toda la dialéctica, inclusive la socrático-platónica, es destructiva y que únicamente procura vencer a los interlocutores, aunque sea a despecho de lo justo, del re-conocimiento del objeto. En los diálogos platónicos se muestra plenamente, como se ha visto aquí, que hay una clase de conocimiento positivo que es posible y que puede obtenerse a partir de la consideración de los objetos en sus relaciones formales. En esas investigaciones dialécticas hay una apelación a la verdad-fundamento que sigue siendo válida (aunque esta sea desconocida) y que resulta necesaria en todo proceso de aprendizaje o investigación que se pretenda serio, que intente ser algo más que retórica entendida según el sentido que Sócrates y Platón le dieron en su época: aquella que niega cualquier punto de referencia fijo hasta cierto punto independiente del sujeto cognoscente y atinente al objeto del que partir y al que ceñirse.

Por otra parte, volviendo a la sabiduría “inspirada” que aparece en el Menón, esta también se muestra benéfica en un sentido distinto al que ya se ha expuesto en este comentario. Y es que aparece como un ejemplo del que se sirve Sócrates para ilustrar una de las “pocas” cosas que él se atreve a afirmar que sabe, “que no es sólo conjetura” suya (Menón, Diálogos, pág. 128). La idea de que la opinión exacta y la ciencia son cosas distintas y que he calificado aquí como vías alternas de la virtud , y de que esa distinción reside más que nada en el sujeto que conoce, en su disposición para “convertir” la primera en la segunda al sujetarla a su alma y hacerla permanente mediante la consideración del fundamento, es ilustrada mediante un caso que procede de la mitología: las estatuas de Dédalo, que “escapan y desaparecen” (pág. 128) si no son sujetadas. Para Sócrates, maestro que busca en todo momento la excelencia mediante el apego a la virtud, al Bien, que se puedan tener opiniones verdaderas o exactas de las cosas en un momento dado, y que en ese sentido se pueda lograr el recto obrar en casos concretos, es, ciertamente, algo muy valioso para el ser humano, porque ello atestigua que se ha sido instrumento de la divinidad, que dirige así al individuo. Pero, por lo que se deduce del diálogo y de lo que dice al respecto Sócrates, sería aún más valioso para el favorecido de ese modo por el dios el querer mostrar su total aquiescencia al Bien disponiendo, sometiendo su voluntad a la búsqueda y consideración racional, permanente, en todo momento y circunstancia, de la virtud y la verdad, de suerte que pueda pasar a ser entonces un consciente servidor de ellas. Esa sería la forma más alta de agradecimiento que el inspirado podría ofrecer a la divinidad, la única que debe ser dueña del alma de los hombres. Eso es lo que testimonia Sócrates en el Fedro (pág. 542-543): “Pero este talento [saber encontrar en todas las circunstancias lo que se aproxima a la verdad] no le adquirirá sin un inmenso trabajo, al cual no se someterá el sabio por miramiento a los hombres, ni por dirigir sus negocios, sino con la esperanza de

agradar a los dioses con todas sus palabras y con todas sus acciones en la medida de las fuerzas humanas. No, Tisias, y en esto puedes creer a hombres más sabios que nosotros, no es a sus compañeros de esclavitud a quienes el hombre dotado de razón debe esforzarse en agradar, como no sea de paso, sino a sus amos celestes y de celeste origen”. No se puede olvidar que Sócrates se ve a sí mismo como un inspirado y servidor del dios del amor, bajo cuyo influjo se produciría el más divino de todos los delirios de que serían pasibles los seres humanos de conformidad con la tradición griega. Precisamente en su apología o defensa frente al tribunal ateniense, Sócrates insistió en que si actuó como actuó en medio de sus conciudadanos durante lo que había sido su vida fue porque Dios así se lo había ordenado, mediante oráculos y sueños y mediante su daimonion familiar, que siempre le impidió emprender acciones y hacer el mal (Apología, Diálogos, págs. 23, 24, 25 27, 31, 34); Dios al que tam poco entonces en esas circunstancias tan extremas en que se encontraba podía dejar de obedecer y de prestar su servicio, ni aun con el riesgo de la condena, aun cuando fuera la de muerte (pág. 31).

Resulta muy cuesta arriba poner en duda la verdad de esas afirmaciones de Sócrates relativas a su ser inspirado, a su considerarse obligado por Dios a prestar su servicio en procura de la virtud de sus conciudadanos y de sí mismo. Por maestro que fuese de la ironía, ello no bastaría para sacrificar una vida completa, para despreciar las riquezas, sus propios negocios, los empleos, las dignidades y el servicio directo a la república, para no sacar ninguna recompensa de sus exhortaciones y conversaciones púbicas y vivir en la pobreza, y mucho menos para enfrentar a un tribunal, aceptar su condena de muerte y no intentar escapar después a pesar de que se le ofreció esa oportunidad (Apología, Diálogos, págs. 15, 24, 30; y Critón o del deber, Diálogos). De todo esto se deduce que, en verdad, su vida concilió las dos vías referidas de virtud: el saber consciente y el saber “inspirado”, siendo ambos en él modos de ejercicios de la humildad. Porque su concepción y praxis de la ciencia o del saber consciente jamás le llevó a considerarse como alguien seguro de conocer el bien y la verdad, como alguien seguro de “poseerlos”. Su saber consciente no le convirtió en un “maestro de la Ley” (tal como se concibe esta figura en el Nuevo Testamento). A pesar de que él consideraba que el saber inspirado, aquel que da acceso a opiniones o ideas verdaderas “positivas”, no garantizaba ni la permanencia de esas ideas en el alma del sujeto cognoscente ni, por lo tanto, que ella se apegase a la virtud y fuese en cierto modo buena; a pesar de que por eso podría decirse que consideraba a los así inspirados como “niños que juegan” (Critón o del deber, Diálogos, págs. 40 y 43), que no pueden dar cuenta de sus actos, dichos y razones, y que no son constantes en las verdades que ellos mismos han podido alcanzar; su saber “adulto” si podemos llamarlo así siguió teniendo corazón de niño si también podemos llamarlo así , pues le enseñó perpetuamente a reconocer su ignorancia y a actuar en consecuencia, es decir, a depender totalmente de aquello que como ser humano no podía conocer y que es más sabio y poderoso que todo, llámese Bien, Verdad, Dios: ámbito donde se está más allá de la razón humana.

A esta conciencia contribuyó en alto grado la dialéctica que desarrolló, que se muestra no solo capaz de generar “nuevos” conocimientos objetivos sobre los entes estudiados, sino que, más aún, constituye una vía intelectual por la que él y sus compañeros-discípulos se ven compelidos a afrontar racional y perceptivamente la experiencia del límite bajo tres aspectos distintos: por tener que atender la correlación de principios o hipótesis contrapuestas que necesariamente se presentan en todo ejercicio de ese tipo, por la ya también mencionada “consideración del fundamento” y, en definitiva, por tener que hacer frente a la imposibilidad, que “es la forma concreta de la necesidad”, como expresa y enseña Simone Weil (Echar raíces, pág. 69). Ya se han descrito aquí los dos primeros, que son los que permiten, ya sea alcanzar

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racionalmente ideas u opiniones exactas o verdaderas (nunca contrastadas de manera definitiva), ya sea aprehender lo incognoscible en cuanto tal (la verdad-fundamento, que en la esfera platónica será la Idea-esencia). El tercer aspecto viene dado por el hecho de que lo imposible, la imposibilidad, solo se hace evidente mediante la demostración lógica, que se convierte así en la puerta de acceso para la inteligencia y la percepción al límite necesario, algo que desde Pitágoras se asocia con el Bien y que Simone Weil califica como el único medio que sirve para poner “al espíritu en contacto con la verdad” (El conocimiento sobrenatural, pág. 64). Esa imposibilidad se manifiesta siempre que el sujeto se enfrenta a una contradicción lógica que no se puede evitar, es decir, en la que los dos términos contrapuestos están tan unidos que separarlos es desproveerlos de significación (pág. 70). Es por eso que ella califica la contradicción como la expresión legítima de un misterio. El ejemplo más claro de esto último es la relación constitutiva que se da entre el Uno que es y los otros: si el Uno es y los otros son sus contrarios, estos no pueden ser. Sin embargo es a través de la „existencia‟ de estos que podemos tener alguna experiencia del Uno que es, lo que lo muestra entonces como una multiplicidad y no como una unidad. En cambio, si el Uno es y los otros no son sus contrarios, entonces estos son lo mismo que el Uno, por lo que no hay multiplicidad, no hay otredad.

Por todo lo que hasta el momento se ha descrito de la dialéctica socrática, pienso que la visión que tiene el primer Nietzsche de ella es errónea: la práctica dialéctica socrática no pretende en ningún momento llegar “hasta los abismos más profundos del ser” (como sugiere Nietzsche en el Nacimiento de la Tragedia, pág. 127); pretende solo llegar hasta los límites del pensamiento mismo para detenerse allí donde nada puede ser racionalmente formulado. Es por eso que se constituye en el camino racional para lo que está más allá de la razón. Y es por eso que constituye una vía alterna al saber inspirado, que parece otorgar, sí, acceso directo “positivo” o “afirmativo” a ese más allá, a ese “mundo posible” de ese modo encontrado, pero que no puede dar cuenta de los “mecanismos” o “procesos”, de los medios para llegar él (la técnica empleada nunca será suficiente ni podrá “explicar” el misterio del arte logrado). Así, al margen del conocimiento objetivo y referencial, provisorio y creciente, al que la dialéctica con el apoyo siempre de los datos empíricos da lugar (algo que Nietzsche admitió al reconocer en Sócrates al “precursor y heraldo” de la ciencia en el sentido que hoy le damos véase “Sócrates y la tragedia”, en El nacimiento de la tragedia, pág. 224), dicho razonamiento dialogado tiene también como una de sus implicaciones el hacer posible que el alma humana llegue a percibir todo aquello que permanece como misterio para la razón, para el intelecto. Y en este punto la diferencia entre dialéctica socrático-platónica y saber inspirado radica ante todo en que la primera puede expresar, aprehender conceptualmente “los misterios” que operan respecto a la existencia; mientras que el segundo muestra, presentaesos misterios bajo el aspecto de formas concretas, particulares.

Por lo demás, resulta curioso observar cómo, en Sócrates, el saber inspirado es tanto el punto de partida, la base que lo impulsa a su actividad intelectual constante, como el punto de llegada, esa experiencia del límite que solo se puede tener cuando uno está dispuesto a desarrollar el pensamiento hasta sus últimas implicaciones y derivaciones. Es solo en este sentido que puede ser la ciencia, el saber consciente en su forma de dialéctica, un método que lleve a la virtud, al Bien. Visto todo lo anterior, no es de extrañar que tanto Sócrates como Platón ponderen y exalten ese método vivo, presencial y plural en cuanto única forma que conjuga el poder arribar a la “verdad objetiva” de las cosas y el poder inscribir la ciencia en el alma, es decir, el poder llegar a hacer de sus practicantes “amigos de la sabiduría” (Fedro, pág. 548).

Bibliografía:

Platón:Menón, Antonio Ruiz de Elvira (traductor), Serafín Vegas González (introducción y edición), Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1999

Platón: Diálogos, Panamericana Editorial, Santafé de Bogotá, 1993.

Platón: Parménides, Guillermo R. de Echandía (traducción, prólogo y notas), Alianza Editorial, Madrid, 1987.

Nietzche, Friedrich: El nacimiento de la tragedia, Andrés Sánchez Pascual (Introducción, traducción y notas), Alianza Editorial, Madrid, 1973.

Romillly, Jacqueline de: Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles: una enseñanza nueva que desarrolló el arte de razonar, Pilar Giralt Gorina (traductora), Seix Barral, Barcelona, 1997.

Weil, Simone: El conocimiento sobrenatural, María Tabuyo y Agustín López (traductores), Editorial Trotta, Madrid, 2003.

Weil, Simone: Echar raíces, Juan Carlos González Pont y Juan Ramón Capella (traductores), Juan Ramón Capella (presentación), Editorial Trotta, Madrid, 1996.

Jordan Durán Hernández

POEMAS

(El deseo)

El deseo es una pulga en el pelo del perro de la vida, que se oculta cada vez más, que pica cada vez más, y pica y pica, y el perro intenta en vano morderla, masticarla como una ciruela, con sus patas batearla, pero es imposible, porque la pulga se mueve de sitio, la pulga es invisible, la pulga se hace grande, la pulga se hace pequeña, la pulga nunca desaparece, y siempre sigue picando.

Dos pelos

Cada día se me caen dos pelos de la cabeza. Me imagino que susurran entre ellos: ―Lo dejaremos calvo antes de los 30‖ . Si dudo y me rasco: dos pelos, si pienso mucho: dos pelos, si me preocupo: dos pelos, si tengo miedo a no ser tan atractivo: dos pelos, si escuchando rock sacudo la cabeza: dos pelos. No volveré a untarme la asquerosa baba de caracol, ni el tratamiento de 3 gotas de jengibre. Acepto que me quedaré calvo antes de los 30.

La calvicie es como la muerte, no importa cuánto luches contra ella siempre te tomará el pelo.

Cuando me quede calvo se destacarán más mis cejas y tal vez para compensar me deje crecer la barba.

La barba en un calvo es una prueba de que la naturaleza es un equilibrio perfecto.

Bluu

Triste como la palabra azul en swahili, como un unicornio que le amputan el cuerno, como Peter Pan en un asilo de ancianos.

Triste como la palabra paraguas en inglés, como un saxofonista bajo la lluvia galopando sobre su caballito de mar.

Triste como la palabra amor en árabe, como las manitas de un tiranosaurio rex, como un ateo que no puede decir adiós.

Vértigo

Cuando todos se han ido quedas tú para velar mi vértigo, secar la fiebre de fuego que quema mi cerebro. Tú llenas de ácido los abismos de la muerte, eres el único rostro en las calaveras de piedra. Pequeña hada de LSD, tejes mis rotas camisas de fuerza, olas, escaleras, caracoles, grillos gritando en el oído.

Todos se han ido, los amigos sombras, las amantes amapolas. Y tú te quedas mirándome con tus bosques de limón, tus manos desenredando los alambres de mis nervios. Madre, acompáñame a bajar las escaleras. Sostenme del brazo, dime que lo que veo no es cierto, madre, sé que te quedarás conmigo, aunque sea luna llena y aúlle como un lobo.

En esta noche velarás mi vértigo, secarás el fuego de mi cerebro, llenarás los abismos de mi muerte.

Raúl Omar Lockward Céspedes

CHAMACO

Recordó al hombre que de niño le producía pavor. Ese hombre con rasgos de ogro. De ogro pero no de facineroso. Puede ser un recuerdo fugaz se dice a sí mismo y…decide encriptarlo junto a sus otros recuerdos. Sin embargo, esa curiosidad de ratón… le invita a indagar.

Inició el día con su café habitual. Atravesó la mañana entre rutinas y decidió regresar a la casa a descansar. Atardecía. Apenas se sentó, surgió de pronto en la pantalla de su celular una fotografía de ese hombre, el hombre con rasgos de ogro, pero no de facineroso.

Precisamente. La diosa Mnemósine hizo su papel. No fue necesario indagar. En estos días, Facebook hace todo el trabajo.

Deambulaba por las calles estrechas de los sectores Matahambre y El Manguito… Sectores de la capital… Padecía una enfermedad.

Su madre habría participado del recuerdo, pero hace años que murió:

¿Mi amor… No lo recuerdas?

Creía que estaba loco. Le aterraban los locos, los enajenados mentales. Esos seres poseídos, alienados, absortos en una realidad distinta a la suya… Parecidos al endemoniado de Gádara. Ese ser desgarbado, farfullante al hablar… Le daba miedo. Insuficientes fueron las ocasiones en que su madre le decía:

Mi amor… Él no está loco… Sufrió siendo niño una terrible enfermedad.

Apenas miró la fotografía, penetró en su memoria la casa con techo y enrejada… y caviló, durante minutos, entre tantos recuerdos.

¡Cuántas pesadillas le provocó! ¡Cuántas oscuras veladas!

Ese, que no solo yacía como detrito en el interior de una enfermedad, también era pobre. Se pregunta si es peor estar enfermo o… ser pobre. Las enfermedades, por lo regular, se curan o aplacan, pero… la pobreza…¡es siempre letal!

Respondía al nombre de Chamaco. Solía decir «Dame un peso» al ritmo de una voz melcochuda como de un beodo. Chamaco nunca trabajó… Hasta un día. Chamaco padeció, siendo niño, poliomielitis. Una enfermedad incurable. Gotitas de saliva de un enfermo con

polio contagian. El excremento de Chamaco podía contener el virus durante semanas… ¡Terrible enfermedad!

No le preocupaba contagiarse de polio. Al menos sus padres lo vacunaron en contra del polio y la pobreza. Asistió a un centro de vacunación en contra del polio y la pobreza. Asistió a un centro de vacunación privado. Estudió en colegio y universidad privados. Tuvo cuenta bancaria desde pequeño. Pero Chamaco… Chamaco no tuvo la misma suerte. Chamaco deambulaba.

En alguna ocasión, don Tomás le preguntó:

Chamaco… ¿Quieres trabajar en un cementerio?

Chamaco contestó:

Craro que sís.

Pues, a partir de mañana, empezarás a trabajar en el Cementerio Colonial.

Chamaco despertaba temprano cada día. Como a eso de las seis de la mañana. Dormía dentro de una habitación diminuta, una pieza avituallada de un colchón y un bombillo. La luz… no la pagaba. No desayunaba. No era su costumbre. A esa hora del día, en la mañana, la gente no solía arrojar desperdicios a la calle… Al menos… desperdicios que valieran la pena. Feliz, arrastraba sus pies hasta el cementerio. Al ritmo y cadencia de bruscos balanceos, debido a su cuerpo herido por el polio, arribaba al Cementerio Colonial… Allí… Cerca de donde vivía. Le convenía trabajar en ese cementerio. No tenía que pagar transporte público. Agradecía cada día a Dios la bondad de Don Tomás por conseguirle ese empleo… Aunque no sabía quién o qué era Dios, escuchaba a la gente que lo decía.

La labor de Chamaco consistía en supervisar las tumbas. Un empleo interesante para él. Sin mucha ciencia. En su primer día de trabajo le fue entregada una linterna. De esas cuya luz se pierde a un metro de distancia. No le preocupaba. Apenas veía de cerca. El polio nubló su vista desde el momento en que atacó su sistema nervioso. Era miope. Estaba enfermo y era pobre. Sin embargo, para Chamaco, las tumbas refulgían. Dentro de ellas había personas que antes vivían. Personas a las que les pudo haber pedido dinero. Personas que podían haber sido sus vecinos en el barrio. A Chamaco el contenido de las tumbas le provocaba mucha curiosidad.

Chamaco, ¿qué haces?

Hraciendo la gronda, guefe.

Ten cuidado… A estas horas, muchos desaprensivos vienen al cementerio a desenterrar… Para llevarse los muertos. Mantente atento, Chamaco… Si ves algo… ¿Está bien?

Si guefe.

Chamaco no entendía la palabra desaprensivos. Tampoco comprendía la palabra desenterrar Para él, todas las palabras tenían significados parecidos. No tuvo la oportunidad de estudiar. Sus padres no se preocuparon por eso… Su padre siempre decía entre dientes:

Este muchacho no va a servir para nada.

Chamaco creció marcado por la enfermedad, la pobreza, el polio, la miopía y los malditos maltratos de su padre. Su padre prefería a sus hermanos sanos. Chamaco tenía que sentarse a observarlos jugar. Él no podía empuñar una pelota. ¡Qué lástima daba Chamaco!

Ha pasado un buen rato desde que su mente comenzó a deambular observando la fotografía… Pero hay cosas que sabe de Chamaco. Su madre se las contó… Su abuela… Sus tíos.

Sentado solo en la galería, sigue recordando a Chamaco. Una triste historia, pero una realidad. Enfermedad, pobreza, polio, miopía y ¡los malditos maltratos de su padre! ¡Mezcla anormal!

A las seis de la tarde terminaba su turno en el cementerio. Doce horas de labor. Para los administradores del cementerio, doce horas de trabajo supervisando muertos no son asimilables al trabajo en una fábrica. Para ellos, doce horas de labor no era explotación. ¡Capitalistas del demonio! Además… Era Chamaco. Una maraña social. Un Frankenstein de la naturaleza.

Volver a casa. Reiniciar una realidad distinta sin muertos, sin ataúdes, sin féretros, sin criptas. Los muertos eran más indulgentes con Chamaco. No se burlaban de él. No le tiraban piedras. Sentado solo, Chamaco concluía su día. Personas piadosas, cuando pasaban, le lanzaban monedas. A Chamaco le encantaban las monedas. Le daban la posibilidad de comprar chucherías en el colmado, pero no le permitían pagar el alquiler de la pieza donde dormía.

Doña Ramona estaba harta de Chamaco. Si no hubiera sido un tullido, repetía… lo habría desalojado. Ganas no le faltaban.

De niño tenía vedado comprar. Todos los niños iban al colmado y compraban paletas. Él tenía que rogar a Dios para que un niño no concluyese su bolón y lo tirase inconcluso a la calle. Quizás de ahí nació su hábito de ingerir desperdicios, sobras. Su madre le preparaba de cena arroz con leche, y le decía: «Ven… Come algo bueno…Mijo». Pero su costumbre de apreciar migajas le provocaba indiferencia por una buena comida. Regularmente se negaba.

Nunca tuvo novia. No sabía valorar la calidez de un beso o la ternura de un abrazo. Ni siquiera recibió besos y abrazos de sus padres. Creció en una total carestía de amor. ¡Execrable! Quizás por eso las tumbas le refulgían. Había muertos allí dentro… Muertos calientitos. Al menos eso creía. ¿Cómo lo sabía? Lo sabía.

Chamaco no sabía resistir la tentación. Desaprensivos iban de madrugada y sacaban de los ataúdes los muertos recién enterrados y, a veces, los dejaban fuera, sobre la hierba mojada. Era ayudado por su jefe a retornar los muertos a sus ataúdes y estos a la tierra o a las criptas. Hasta el día en que cargó a una muerta en sus brazos, no había tenido tan cerca los genitales de una mujer. No le causó asco. Se estremeció de sur a norte. Esa noche… sentado solo… saboreó cada detalle. Hasta el más mínimo detalle. El roce. La piel fría pero suave. El pelo. Sus manos agarrando las nalgas poco acolchadas y abigarradas. ¡La muerte hunde hasta las nalgas! Se excitó y se masturbó. Durmió como nunca. Al otro día, feliz, al ritmo y cadencia de bruscos pero relajados balanceos, regresó a su trabajo.

Pasaron semanas para que desaprensivos penetraran otra vez al cementerio. Otra muerta. Otro retorno al ataúd y del ataúd a la tierra o a la cripta. Quedó solo con la muerta. ¡Qué oportunidad! Ya tenía experiencia. Podía hacerlo solo. Penetró a la muerta. Muy distinto a la masturbación. Mayor fricción. Nunca había estado embebido en una realidad sexual como esa. Enmarañado de pasión, sudó, gimió, terminó. Todavía seguía sin valorar la calidez de un beso o la ternura de un abrazo. ¡Se cogió una muerta!

¡Chamaco! le gritó su jefe.

Guefe… contestó Chamaco con voz trémula. Y, bajando la cabeza, agregó: Perdón.

La culpa no era de Chamaco. La sociedad tenía que pedirle perdón a Chamaco. ¡La sociedad lo enfermó, lo empobreció, nubló su vista y lo tulló! Otro destino pudo haber sido de Chamaco. Al final, después de un tiempo, Chamaco murió. Murió rodeado de la enfermedad, de la pobreza, de la necrofilia, del dolor, de la vergüenza. ¿Culpa de la naturaleza? ¿Culpa del Dios que nunca conoció? ¿Culpa de sus padres? ¿Culpa del Gobierno? ¡Quién sabe! ¿Para quién era importante Chamaco? Su casera no lo extrañó; hasta se alegró.

¡Ese pendejo duró años viviendo gratis!

Los niños del barrio encontraron otro rechazado de la sociedad para lanzarle piedras. Al día siguiente de su muerte, otro empleado lo sustituyó. El episodio con la muerta, no le costó su empleo. Su jefe lo comprendió y calló. ¿Qué más podía hacer? Chamaco ayudaba. Volvió a su habitación. Encontró a su esposa dormida. Apagó la luz. Se despidió de ella con el beso habitual y le dijo: «Buenas noches, mi amor». Tiñó su pensamiento de otros recuerdos para poder conciliar el sueño. Era el mismo recuerdo de Chamaco. El recuerdo de siempre de Chamaco. Nada cambió.

POEMAS

Mutismo

Yo solía querer decir muchas cosas

Tener grandes ideas

Y compartirlas con el mundo

Porque así es como todo puede cambiar, ¿no?

Yo solía ser vocal con mi posición sobre el aborto, la inmigración, la corrupción en Latinoamérica, el daño medioambiental, la crisis de los veintiuno y su tratamiento menospreciado por parte de los babyboomers que han vivido y visto mucho más y saben quejarse mucho menos, ¡ja!, vaya competencia…

Yo solía querer hablar de todo eso, pero ahora no me sale nada quizás sea que no se me pegue la gana… y ya

Aunque yo creo que es por la madurez, que viene con cansancio y con silencio

Yo solía ir a marchas

Vestirme de amarillo

Entrar al unísono de cacerolas que junto a la mía cantaban en un chirriante tono agudo

Y no es que ahora no me importe

Quizás me importe aún más

La revelación llegó cuando me di cuenta de que no le estaba hablando a nadie, ¿y para qué son las ideas sino para que alguien las acoja, las acepte o las refute?

A mí solía no importarme que nadie me escuchara

Pero ahora es un fastidio pensar en esforzarme por elaborar un discurso de treinta minutos para que alguien regurgite cualquier tontería que entendiese de eso

A mí solía gustarme hablar

Ahora solo escucho y asiento con la cabeza, con una sonrisa hipócrita y apacible

Yo solía querer decir tantas cosas

Yo solía

Nada

Yo quiero existir en una pausa de silencio

Solitaria

Sin demonios que habiten en la mente

Sin ojos y dedos acusadores

Sin tu frialdad abnegada

Yo quiero vivir en la vida donde tú no existes

En donde el tormento sea solo una idea

Inmaterializada, vaga

En donde los pájaros abran sus jaulas y levanten el vuelo, así sin más, porque la libertad no se coarta

Yo quiero habitar en la eternidad de un momento suspendido en lo infinito

En la nada

En la quietud del final de un beso

En el clímax de la vigilia

En lo más profundo de un sueño

En donde las ideas nunca se concreten

En donde el conocimiento sea escaso

En donde no seamos más que entes incorpóreos

Movidos por la bruma de un viento ligero

Allá a lo lejos se ve una sombra

Y no la reconozco porque no tengo consciencia

Y vivo en paz porque nada interfiere

Con la quietud de esta vana existencia.

Todo el cosmos cabe en un cuadrado

Aparentemente vivo bajo el principio de las lógicas ocultas en evidentes contradicciones.

Por ejemplo, claro que hay orden en el caos, si no, ¿cómo se explica la organización de infinitos momentos u objetos que crean así como se crea un castillo de legos un desorden estructurado?

¿Qué es el arte o la ciencia… sino la ordenación de nuestros desórdenes mentales, sociales o emocionales? Creamos a partir del azar, de momentos fugaces que llegan y detonan como una bomba nuclear, dejando miles de partículas de escombro a su alrededor.

Desde fuera todo parece caótico, pero para el creador, cada pieza está en su lugar debido, nada debe moverse o tocarse; nada es rechazado como inservible, porque qué pena pensar en un intento fallido como algo inútil, si fue un eslabón para llegar a la meta.

Así que, ma', por favor, te pido… cada vez que entres a mi cuarto a decirme que todo está vuelto un pulguero, piensa en este lugar como un vórtice creativo, ordenado de una forma caóticamente perfecta; aunque incomprendido si se le piensa desde una lógica ordinaria.

Indiferencia

Cuando pienses que no me importa

Que no te quiero porque no te doy cariño

Cree lo inverso

Piensa que te quiero tanto que prefiero no verte

Que evado tu mirada para no ahogarme en el sentimiento irreversible del estar enamorado

Quizás así no te des cuenta de lo lejos que voy perdiéndole la carrera al amor y que estoy más allá de la posibilidad de ser salvada

Por eso solo me queda fingir

A lo mejor cada repetición me convenza de que no te quiero de que es capricho de que no añoro un abrazo y beso tuyo, cada noche; aquí… sin falta.

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