BOLETÍN INFORMATIVO NÚM. 14, ABRIL-JUNIO DE 2004/ CENTRO BASILEA DE INVESTIGACIÓN Y APOYO, A.C. vida y sus placeres (esto último, por cierto, muy acertado), el trabajo intelectual y racional —en el mejor sentido de la palabra— no puede ser desechado completamente como ministerio de las Iglesias. La teología, como inteligencia de la fe, tiene un lugar y un papel dentro de la Iglesia, y si de algo adolecen una gran cantidad de Iglesias evangélicas es de una mínima formación teológica y bíblica de sus miembros. No estoy hablando de la teología que Alves sufrió y con la que rompió, lo cual en sí mismo ya supone que no hay una sola teología ni comprensión de la fe. En el contexto de una realidad ideológicamente plural, Alves mismo antepuso su propia racionalidad teológica ante una teología ortodoxa y dominante, en primer lugar la de su propia Iglesia presbiteriana brasileña de los años 60 y 70. ¿Qué hubiera pasado si Alves no hubiera sido descendiente de Calvino sino menonita o cuáquero, y en especial, de sus tendencias más progresistas y tolerantes? Por otro lado, ya empezamos a ver las consecuencias negativas en Iglesias que se han declarado enemigas de la razón humana, de toda racionalidad teológica y de todo pensamiento crítico que ponga en duda la opinión personal de los nuevos líderes fundamentalistas que dominan hoy día algunas iglesias. Aquellos que parecen haber hecho de la ignorancia una virtud. En este contexto eclesial, el papel de la mente en la vida del cristiano debe ser reevaluada, así como lo está siendo el papel del cuerpo. Estos dos ámbitos de la vida del ser humano no están peleados y caben perfectamente en la visión que éste la Biblia contiene; la cual por cierto nada tiene que ver con el dualismo antropológico que el pensamiento griego introdujo a nuestra cultura occidental y a la teología cristiana, católica y protestante, desde la edad media. Las últimas preguntas que me deja la lectura del libro de Leopoldo después de conocer la riqueza del pensador brasileño y su trágica historia eclesial, es: ¿Por qué las iglesias no son semilleros de más creyentes con las inquietudes y las capacidades intelectuales de un Rubem Alves? Y si los sigue produciendo, ¿dónde están; corren la misma suerte del teólogo brasileño? ¿Qué le falta o qué le sobra a una Iglesia que termina por excluir a varios de sus pastores e intelectuales más inquietos y muchas veces más lúcidos, y qué les falta a éstos frente a una Iglesia que no cambia a la velocidad que quisieran o que no se adecua a sus nuevos ideales? ¿Quién tiene la posesión absoluta de la verdad? ¿Por qué las Iglesias evangélicas parecen tener tanto problema para capitalizar sus recursos intelectuales o convivir con las posiciones heterodoxas que no buscan la destrucción sino la renovación y mejoramiento de la Iglesia? ¿Cuanta gente capaz termina fuera de su Iglesia o emigra al extranjero al no encontrar espacio en su propia denominación o país para desarrollar sus capacidades y sus dones?
La experiencia de Rubem Alves que nos presenta Leopoldo también debiera servir para ayudarnos a madurar. Cuando se repiten historias como esta, en el sentido de la ruptura de Alves con la Iglesia, todos perdemos. Pierden las iglesias, al no poder aprovechar y beneficiarse de los talentos que surgen en sus filas —y que no sucede todos los días—, y pierden los individuos que ven frustrados sus anhelos de servicio y compromiso con las iglesias que aman. Finalmente, no me queda más que felicitar a Leopoldo por este trabajo, animándolo a seguir desarrollando los dones y ministerios que le tocó recibir y desarrollar en esta vida.
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