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BOLETÍN INFORMATIVO NÚM. 14, ABRIL-JUNIO DE 2004/ CENTRO BASILEA DE INVESTIGACIÓN Y APOYO, A.C.

Ha mencionado usted las relaciones con la Iglesia Católica Romana y el papel de las iglesias ortodoxas. ¿Qué juicio le merecen sus contribuciones al movimiento ecuménico en el siglo XXI? Los trabajos desde 1999 de la Comisión Especial sobre Participación de los Ortodoxos en el CMI muestran que las iglesias ortodoxas deseaban confirmar su adhesión al ideal ecuménico. Cuando vieron que había algo necesitado de cambio, o con lo que no estaban de acuerdo, su reacción no fue retirarse sino implicarse y cambiar sin dejar de permanecer en la familia ecuménica. También he visto que las iglesias miembros del CMI, interpeladas por los ortodoxos, han estado dispuestas a implicarse ellas mismas en un debate de las cuestiones centrales a la comunidad que es el CMI, y no se limitaron simplemente a cumplir requisitos institucionales o asistir a reuniones. La Comisión Especial también ha creado para el CMI la oportunidad de un cambio en su cultura institucional que no tiene precedentes, gracias a su propuesta de un modelo de consenso que se está introduciendo gradualmente. Esto podría significar un cambio notable y positivo en nuestra manera de trabajar, y nos da una fórmula para hacer frente en el futuro a cuestiones y problemas polémicos. También es importante considerar nuestras relaciones con la Iglesia Católica Romana. Cuando me reuní en Antelias con el presidente del Pontificio Consejo por la Unidad de los Cristianos, Cardenal Walter Kasper, hablamos sobre la manera de reforzar nuestra colaboración, en particular cuando disponemos de un marco como el Grupo Mixto de Trabajo entre el CMI y la Iglesia Católica Romana. Lo más importante aquí no es la condición de miembro, sino la profundización de nuestra colaboración. Es preciso renovar la apuesta por la unidad visible de las iglesias. La Comisión de Fe y Constitución y el Grupo Mixto de Trabajo son muy importantes porque ofrecen posibilidades para la participación de la Iglesia Católica Romana en la vida y los trabajos del CMI. Me siento también animado por los crecientes esfuerzos de colaboración en el ámbito de migración, salud y sanidad, sin olvidar las tradicionales relaciones en el ámbito del diálogo interreligioso. ¿Cómo definiría usted el papel y la contribución específicos del CMI en este contexto complejo y cambiante? El CMI es único en su género, y su peculiaridad radica en su papel especial como "espacio" mundial multilateral que congrega a una extraordinaria representación de historias, culturas y teologías para encontrarse recíprocamente de una manera que no se da en ninguna otra organización. Hay en el CMI una riqueza inigualada, y tenemos que encontrar maneras de hacer el mejor uso de este tesoro. La diversidad que tenemos aquí debe ser considerada no

como un obstáculo, sino como un rico recurso que hay que poner al servicio de todos. ¿Cómo imagina usted el próximo periodo del CMI, de cara a su novena asamblea en 2006 y al 60 aniversario de la organización en 2008? Uno de los descubrimientos que he hecho en las reuniones con organizaciones y personas durante años es que se espera del CMI que sea una voz moral tanto para sus miembros como para el mundo en general. Quisiera que el CMI fuese un movimiento y una institución que ofreciese orientación moral frente a los problemas críticos del mundo. Estoy convencido de que las cuestiones planteadas al mundo de hoy son fundamentalmente de índole espiritual. Pese a los notables progresos tecnológicos y científicos en muchos ámbitos, cuando se trata de las relaciones humanas, los desafíos son enormes. En África, las personas que llegan a 60 años son consideradas como suficientemente juiciosas para aconsejar a la comunidad y a la familia sobre cuestiones importantes. Espero que el CMI, a sus 60 años, pueda ofrecer este tipo de servicio, y sea visto como una comunidad que ayuda a los demás a progresar y a responder a los desafíos. ¿Qué prioridades ve usted para el CMI en el futuro inmediato? Nuestra labor debe apoyarse hoy en la espiritualidad. Cualquier cosa que hagamos, desde la diaconía hasta el trabajo por la justicia y la paz o el diálogo interreligioso, debemos descubrir cómo la espiritualidad puede ser su sustento y su base. A este respecto es importante la Iglesia Ortodoxa, como una parte del movimiento ecuménico con siglos de espiritualidad viva. El movimiento ecuménico puede beneficiarse enormemente de sus dones. Mirando hacia atrás, podría decir que la decisión del CMI de proclamar un Decenio para Superar la Violencia fue verdaderamente inspirada por el Espíritu Santo. Creo que la violencia en todas sus formas es realmente lo que amenaza con desgarrar a la humanidad. La inseguridad en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en las ciudades y en el mundo es la mayor preocupación de la gente. La fragmentación del mundo de hoy es ciertamente una consecuencia de la pérdida por parte de la humanidad de su capacidad para mantener relaciones de buena vecindad. Las iglesias y el CMI pueden aportar una importante contribución a la superación de la violencia en todos los niveles, y el Decenio para Superar la Violencia nos ofrece un marco para avanzar en ese sentido. En comparación con lo que muchos esperaban hace 50 años, la religión al empezar el siglo XXI ha vuelto a la escena pública. Se atribuye a la religión un lugar central en la sociedad, y la religión sigue siendo un fuerte elemento de identidad para muchas personas en muchos lugares. Así pues, el diálogo entre

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