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CENTRO BASILEA DE INVESTIGACIÓN Y APOYO, A.C., MÉXICO, D.F. BOLETÍN INFORMATIVO NÚM. 10, ABRIL-JUNIO DE 2003 * Me ayudó a comprender que la iglesia es llamada —y equipada— por Dios para estar dinámicamente presente en tales situaciones de crisis. También me preparó para enfrentar la posibilidad de que, con frecuencia, las instituciones religiosas no siempre sean fieles. * Me dio la base para trabajar una teología de la responsabilidad social que me exigía ubicarme en medio de las luchas por la transformación social, y orientarme por mi herencia de fe. De él aprendí que somos llamados a comprometernos en luchas concretas por la justicia, pero sin identificar jamás nuestras ideologías o movimientos políticos con el reino de Dios. Hromádka me enseñó a darle un lugar central, en mi teología, a la escatología La escatología no ocupaba un lugar significativo en la teología reformada tradicional, y menos aún en la teología escolástica tan atrincherada en Princeton a principios del siglo pasado. Pero alrededor de 1940, este tema fue ganando atención entre los exégetas y teólogos de Europa occidental y comenzó a interesarme a medida que vi cómo el mundo se encaminaba a la destrucción. Hromádka presentó la escatología como parte integral de nuestra herencia teológica, proveyendo una perspectiva sobre la vida y el mundo la cual siempre iba a ser tomada en cuenta en nuestra reflexión teológica. No recuerdo cómo explicó todo esto; lo que sí puedo decir es que se refería continuamente a ello, además de que nos introdujo en la perspectiva escatológica de unos pocos teólogos y movimientos históricos europeos de los que yo no tenía noticia hasta entonces. Pero algunos años después, sucedió algo inesperado: en medio de una época turbulenta en América Latina, que enfrentaba un cerrado mundo de injusticia y opresión sumamente destructivo para la vida humana, tenía una responsabilidad pastoral ante una nueva generación de cristianos cuya fe los había llevado al despertar de su conciencia frente a este sufrimiento. Buscaron mi apoyo y aprendí con ellos más acerca de las injusticias del orden establecido. También me vi comprometido en un re-examen de mi herencia bíblica y teológica desde esta nueva

situación. Y gradualmente comencé a esbozar una perspectiva que tuviera sentido para mí y para quienes se relacionaban conmigo. En ese momento, yo no identifiqué lo que hacía como escatológico, pero tomé muy en serio lo que estaba sucediendo en la situación histórica que vivíamos, mientras que me resistía a considerarlo como lo último debido a mi creencia en el señorío de Jesucristo. El Señor crucificado y resucitado, presente en nuestra lucha histórica por la transformación social, se mueve también más allá de cualquiera de nuestros esfuerzos y nos llama a acompañarlo. Cristo va delante de nosotros, llamándonos desde el futuro y viviremos más plenamente si nos abrimos y respondemos hacia lo que está por venir. Durante años expresé esto de muchas maneras. En Brasil, que era central para mí el señorío de Cristo. Más tarde, afirmando la muerte y la resurrección como modelo para la vida cristiana y como base para nuestra participación en las luchas sociales. Miraba cada vez más hacia la vida y el mundo desde la perspectiva no del qué, sino del qué puede ser, y que está llegando a ser. Y todo esto me llevó eventualmente a trabajar teológicamente con la revolución. Para intentar articular tal perspectiva escatológica, recurrí especialmente a Paul Lehmann, cuya teología había sido tan importante durante mis estudios doctorales y posteriormente. Pero al mirar atrás acerca de esto, pienso que mi orientación más temprana en esta dirección se la debo a Joseph Hromádka. Una teología tan firmemente basada en la escatología influyó profundamente en mi desarrollo teológico y me equipó para una vida de testimonio y lucha rica y excitante. En el quieto y tranquilo mundo del Princeton de 1940, Joseph Hromádka me preparó, como nadie lo había hecho hasta ese momento, para vivir y trabajar en la turbulenta segunda mitad del siglo XX.


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